| sweet lies bitter truths |...

By kenyaesscobar

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"Digamos que tengo buena memoria, pero en cuanto a lo de ser un acosador; si lo sería, no es usted mi tipo de... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 8

Capítulo 7

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By kenyaesscobar


Fontana Boutique se encontraba cerrada por inventario y remodelación, el cual llevaría los colores, rojo, negro y gris, dentro se encontraban Alexis y Sophia, la pelirroja organizaba la nueva colección, mientras que la pelinegra colgaba un cuadro en blanco y negro del Big Ben de Londres. Esperaba por Paul para que le ayudase a colgar el de la ciudad de Nueva York que era mucho más grande, ya que el ojiverde había salido por unas lámparas colgantes con espejos de Richard Hutten; para darle un toque más sofisticado a la decoración.

Alexis bajó de la escalera y se encaminó bailando hasta donde se encontraba Sophia, golpeando la cadera de ella contra la de la pelirroja. Ambas se tomaron de las manos y empezaron a bailar, mientras cantaban como si fueran unas adolescentes.

Paul y mucho menos Sophia habían hecho ningún comentario acerca del regreso a la mesa en el local nocturno el viernes pasado, sí notaron el cambio en su estado de ánimo, pero sabían muy bien que no le gustaba que nadie se metiera en su vida y mucho menos en sus sentimientos; los cuales sabía dominar muy bien. El fin de semana se la pasó en su departamento y el lunes llegó como si nada a la boutique, hoy martes tenía más energías que un ejército

—Wow oh... oh —coreaba la pelinegra la voz de Adam Levine de Maroon 5, que interpretaba This Love—. I tried my best to feed her appetite... —la voz de las chicas fue interrumpida por un hombre que llamaba a la puerta, Alexis reconoció en este a uno de los guardaespaldas de Joseph Morgan, por lo que se encaminó a abrirle, más que todo por cortesía y no porque tuviese ganas de atenderlo.

—Buenos días, señorita Fontana. —saludó el moreno que parecía ser hermano gemelo de Dwayne Johnson.

—Buenos días, señor —respondió la diseñadora—. Cómo puede leer, estamos en inventario —le hizo saber la chica señalando el aviso en la puerta de cristal—. Si necesita alguna prenda, puede regresar mañana. —dijo tratando de ser lo menos grosera posible.

—No he venido de compras señorita, sólo a entregarle esto —comunicó extendiendo delante de ella un sobre—. Se lo envía el señor Morgan —Alexis miró al hombre que le ofrecía el sobre y dudo en recibirlo, pero sabía que no tenía nada que perder, el guardaespaldas agradeció con una reverencia el que lo aceptara—. Gracias señorita Fontana, que tenga buen día. —le dijo, se dio media vuelta y se marchó.

La chica cerró la puerta y en ese momento se dio cuenta de su descortesía por no haber invitado a pasar al hombre, caminó observando el sobre al cual le daba vuelta en sus manos y lo detuvo al ver en la parte posterior el membrete en letras doradas; el nombre de un despacho de abogados con el apellido Morgan, números de teléfonos, correo electrónico y dirección.

—¿Y eso? —preguntó con curiosidad Sophia al ver el sobre en las manos de su amiga.

—No tengo idea. —respondió alzándose de hombros de manera despreocupada.

—Bueno... revísalo. —le pidió de manera impaciente con la mirada clavada en la envoltura.

Alexis se sentó en un banco alto y rasgó el sobre sacando un cheque, al ver la cantidad no pudo evitar que sus ojos se abriesen desmesuradamente, trataba de coordinar ante la cifra cuando Sophia se lo arrancó de la mano.

>>—¡La madre que lo parió! —exclamó sorprendida al ver el monto.

La pelinegra revisó el interior del sobre y encontró una nota, la cual estaba escrita a mano con una escritura impecable que le pareció masculina y atractiva: "Es el pago por el trabajo realizado en el gimnasio, sé que no es el monto acordado, sin embargo, quise acreditar algo extra por su excelente servicio; incluyendo los besos. Joseph Morgan."

La boca de Alexis se abrió ante la rabia y sorpresa que la azotaba, su corazón empezó a latir violentamente y la sangre aumentó su circulación y temperatura.

—Ese hijo de puta qué se ha creído. —su voz evidenciaba la rabia que se había despertado en ella, le arrebató el cheque a Sophia, se puso de pie y prácticamente corrió hasta su oficina en busca de su cartera.

—¿Qué ha pasado? —preguntó la pelirroja desconcertada ante la actitud colérica de su amiga al ver cómo buscaba dentro las llaves del carro.

—Me cree una puta el muy desgraciado. —le hizo saber sin detenerse encaminándose a la salida, con cheque, nota y sobre en mano.

—¡Lexi, espera! ¡¿A dónde vas?! Mira cómo estás vestida. —Sophia la seguía, tratando de hacerle bajar un poco la rabia y que tomará consciencia.

—Me importa una mierda cómo esté vestida, le voy a meter este papel por el culo. —le mostraba a la chica el nudo de papeles en su mano, salió y se montó al auto.

La pelirroja se sentó en el banco mientras sonreía, el abogado no se imaginaba lo que le esperaba, Alexis molesta era una leona, a la cual él había enfurecido y ahora le tocaba pagar las consecuencias.

No le fue difícil dar con la dirección que estaba en el sobre, bajó del auto y elevó la cabeza para ver la altura del edificio de cristales negros, no lo había asociado antes, no era primera vez que lo veía, sólo que anteriormente no le había dado importancia, no era más que una estructura de unos cuarenta pisos como muchos en Manhattan, en el último piso podía identificarse por sus letras de metal doradas, que cada una tendría una altura de tres metros o más: Morgan. LLP Law Office.

Bajó la mirada y encima de las puertas giratorias de cristal igualmente se encontraba el apellido, al entrar divisó un amplio lobby, con una decoración algo futurista, en colores blanco y negro, se dirigió a recepción, percatándose de cómo la mujer detrás del amplio mostrador de cristal la miraba de arriba abajo sin tratar de disimular lo despreciativa.

—Buenos días ¿En qué puedo servirle? —la voz de la rubia oxigenada demostraba que se encontraba obligada a saludar.

—Buenos días, necesito hablar con el señor Morgan, por favor. —pidió obviando la actitud distante de su interlocutora.

—¿Tiene cita? —inquirió moviendo sus dedos por una tabla electrónica.

—No, es una emergencia, soy la decoradora de interiores que está haciendo unos arreglos en su departamento; hubo un accidente. —le mintió.

—En ese caso déjeme anunciarla con su secretaria, puede esperar. Tome asiento, por favor. —le pidió señalando un mueble de tres puestos en cuero blanco.

Alexis no quería parecer desesperada, por lo que tomó asiento, se cruzó de piernas sintiendo el cuero frio, buscó su teléfono móvil para revisarlo, sólo tenía unas notificaciones de redes sociales, lo guardó nuevamente, vio lo que compró antes de llegar al despacho de abogados, elevó la mirada y pudo ver a la mujer hablando por el auricular mientras tecleaba en el ordenador.

>>—Disculpe, señorita, necesito su nombre —le pidió—. Es para realizarle el pase.

—Alexis Fontana. —dijo esbozando con una sonrisa de agradecimiento, se puso de pie y se encaminó de nuevo al mostrador donde la mujer le entregó una credencial.

—Piso treinta y ocho, ahí la atenderá la secretaria del señor Morgan. —informó la rubia.

—Gracias.

Alexis se encaminó hacia los ascensores mientras su mirada era captada por algunos murales que alardeaban la cartera de clientes de la firma Morgan, entre las cuales se encontraban dos equipos de béisbol de las ligas mayores, tres de fútbol americano, un grupo de rock con una trayectoria envidiable y que ella admiraba pero sobre todo al vocalista, pudo contar quince entre actores y actrices, algunas empresas reconocidas y por supuesto el grupo EMX. Dejó de observar cuando las puertas del ascensor se abrieron. Tres hombres que no pasaban los cuarenta años con trajes de marca y perfumes exquisitos salieron del ascensor, haciendo reverencias para saludarla y como era de esperarse no pudieron evitar mirarla con sorpresa.

Entró, presionó el botón treinta y ocho, inhalo profundamente encontrando entre los perfumes el Bleu de Chanel, le encantaba el olor, era realmente masculino, aunque le gustaba más el Clive Christian; que era el que usaba Joseph.

Al ver el rumbo que estaban tomando sus pensamientos sacudió la cabeza y dejó libre un gran suspiro, adhiriéndose a una de las paredes de cristal del ascensor, observando cómo poco a poco Nueva York quedaba a sus pies, el elevador se detuvo y entraron dos hombres con el mismo estilo de Cristhian Bale en el psicópata americano pero en la actualidad ya se los imaginaba con sus guerras de tarjetas.

Se sentía el cordero que ellos esperaban devorar en el almuerzo ante las miradas sugestivas que le dedicaban; aunque intentaban ocultarlo detrás de sus sonrisas amables.

—Buenos días. —saludaron al unísono.

—Buenos días. —respondió ella naturalmente.

—¿Busca a algún abogado en específico? —preguntó un rubio de ojos aguamarina con un porte de modelo de Hugo Boss.

—Sí, al señor Morgan. —respondió.

—¿Asesoría judicial con el asistente fiscal? —a pesar que la estaba interrogando era realmente amable.

—No, es una reunión personal —la suave sonrisa del hombre le dejó ver que pensaba que no sería sino una más del montón, por lo que se apresuró a aclararle—: Trabajo para él, soy diseñadora de interiores.

—Interesante... —intentaba decir algo más cuando la puerta se abrió—. Ha sido un placer, señorita. —de despidió el hombre, la sonrisa de publicidad de dentífrico la hizo espabilar, era un hombre realmente atractivo, pero la compañía llegó a su fin porque se quedaron en el piso veintidós.

Cuando las puertas del elevador se abrieron en el último piso, la recibió un amplio, iluminado y lujoso pasillo, en una pared habían cuadros de algunos paisajes de Brasil en blanco y negro, otros a colores mostraban a Río de Janeiro en un majestuoso atardecer que la llenó de calidez; ayudándola a sobrellevar el frío que sentía.

Algunas esculturas en metal que parecían ser étnicas decoraban el lugar, en una esquina imponiéndose se encontraba una escultura femenina vendada en mármol blanco y la balanza de la justicia en una de su manos, en la otra tenía una espada y debajo del pie izquierdo una serpiente era sometida. Era la famosa Dama de la Justicia y encima de ella en letras de metal dorado incrustadas en la pared, se podía leer: "Absurda idea ese soñado derecho a tener un defensor. O el acusado es inocente y no tiene necesidad de ser defendido; o es culpable, y no tiene razón para ser defendido" (Pouyet 1539). Le quedaba claro con ese anunciado que la misión de Joseph Morgan no era más que juzgar.

"Hasta los culpables tienen derecho a ser defendidos, a sentir que pueden importarle a alguien, se puede ser culpable por error, creo que eso no lo toma en cuenta, fiscal." se dijo la chica en pensamientos.

Encaminándose por ese pasillo que le parecía eterno, hasta ahora no lograba visualizar al joven como un asistente fiscal intachable, tampoco con la agudeza para llevar ese despacho, con una cartera de clientes tan importantes y con tantos abogados bajo su mando, el que vio en el local nocturno no era más que un joven sin preocupaciones, feliz, irreverente, rebelde, aunque también conocía ese aspecto obstinado que tanto la desconcertaba, cómo algunas veces era un completo caballero y otras tantas era no era más que... ¡Un cavernícola!

—Buenos días. —saludó al ver a una mujer morena de unos treinta años, algo pasada de kilos, pero de aspecto amable y elegante.

—Buenos días, señorita Fontana. Aún no he podido avisarle al señor Morgan de su presencia, se encuentra sumamente ocupado y pidió no ser molestado por nadie, sin embargo, esperaré unos minutos para anunciarla. Tome asiento, por favor.

—Gracias. —la pelinegra agradeció con una sonrisa, se encaminó esta vez a un mueble de tres puestos de cuero negro y este se encontraba más frío que el de recepción.

Los minutos pasaban, la mujer sólo recibía llamadas y tecleaba sin parar en el ordenador; la paciencia de la diseñadora se agotaba cada vez más.

—Vivián, me traes un quentao, por favor. —la voz con acento brasileño se dejó escuchar a través de un altavoz.

—Enseguida se lo llevo, señor —Alexis en ese momento le hizo un gesto para que la anunciase—. Disculpe señor, la señorita Alexis Fontana lo busca, me ha dicho que trabaja para usted.

—Vivián, en estos momentos estoy ocupado y no tengo tiempo para nadie. Dile por favor a la señorita Fontana, que si en el transcurso del día cuento con unos minutos la atenderé, y si no es así, que pase otro día.

Alexis sintió una hoguera cobrar vida en la boca de su estómago y la rabia que sentía aumentó, debía esperar quién sabe por cuánto tiempo y no era seguro si la iba a atender.

—Sí señor, le informaré. —dijo la mujer poniéndose de pie.

—Lo esperaré. —se adelantó antes que la secretaria le preguntará, se cruzó de brazos, dispuesta a esperar, pero no por mucho tiempo.

—¿Se le ofrece algo? —preguntó amablemente, sin embargo, desvió la mirada a su vestuario y la pelinegra se preguntó si nunca habían salido de ese lujoso edificio e interactuado con personas que no vistiesen de etiqueta.

—¿Qué fue lo que pidió el señor? —la curiosidad podía más que cualquier cosa.

—Un quentao —le dijo con una amable sonrisa—. Es un té brasileño a base de jengibre, limón y canela. Es delicioso si se toma tibio, ya que tiene un sabor sorprendentemente dulce y ligeramente picoso... ¿Desea uno? —inquirió con amabilidad.

—Sí, por favor. —pidió asintiendo con una sonrisa.

—Enseguida se lo traigo. —le hizo saber y se encaminó por el pasillo, se perdió por una de las puertas y la diseñadora observó el lugar que irradiaba paz en esa confortable soledad.

¡Soledad!

—¡Bien! Veremos si me va a dar algunos minutos cuando a él le dé la gana. —musitó poniéndose de pie y encaminándose rápidamente a las puertas dobles metalizadas al final, sabía que esa era la oficina de Joseph, por lo que mientras caminaba buscaba en su bolso el cheque, la nota y lo que había comprado antes de llegar al edificio.

Joseph se encontraba en una videoconferencia con su tutor de la maestría en Ciencias de la Justicia Penal, la cual estudiaba a distancia a través del Instituto de Tecnología de Rochester, cuando la puerta de su oficina se abrió sin previo aviso y vio acercarse a Alexis con ímpetu, aunque a decir verdad, su mirada fue captada por las piernas perfectamente definidas de la chica, la cual traía un short de jean tan corto que estaba seguro que un bóxer taparía más; la respuesta a la pregunta que le había hecho el tutor se le enredó y ahogó en la garganta.

Alexis divisó a Joseph sentado detrás de un amplio escritorio de vidrio ahumado, vestía un traje negro con una corbata vino tinto, los colores oscuros le hacía ver los rasgos más atractivos a contraste de el cabello, la barba, cejas y piel, la cual se había sonrojado y los ojos fijos en ella eran dos faros de luz en la oscuridad del mar profundo, su rostro realmente serio evidenciaban molestia, pero no podía ser más de la que ella sentía.

Sin decir una sola palabra colocó sobre el escritorio el cheque, la nota y un pomo de lubricante anal, clavando la mirada en él y acercándose como una leona al acecho.

—Ya sabe lo que tiene que hacer. —le dijo con dientes apretados.

—Estoy muy ocupado señorita, podría salir de mi oficina. —exigió con las pupilas fijas en las de ella, sintiéndose molesto por la interrupción e insinuación de la joven.

Alexis sentía tanta rabia que tenía unas ganas inmensas de llorar, la barbilla le temblaba, pero jamás se mostraría vulnerable ante ese imbécil y trató de controlar sus emociones mordiéndose el labio inferior. Joseph se percató del ligero temblor que se había apoderado del cuerpo de la chica y su mirada se posó sobre el labio siendo torturado por los dientes, con esto las sensaciones que sintió cuando la besaba resurgieron con ímpetu.

>>—Doctor, se me ha presentado una emergencia con un cliente, me veo obligado a interrumpir la entrevista, le pido disculpas, lo llamaré para concretar la próxima. —pidió mirando al hombre en el monitor.

—No se preocupe, Morgan. Sé lo difícil que es su horario, esperaré su llamada. —apenas el doctor dejó de hablar, Joseph con un toque a la pantalla dio fin a la videoconferencia.

—¡No soy ninguna puta! —gritó la pelinegra—. No se equivoque conmigo, señor Morgan. —amenazó señalándolo y observando cómo él se incorporaba quedando de pie tan alto como era y ella se dio media vuelta para marcharse.

El joven a pesar de sentirse confundido y molesto no pudo evitar mirar el trasero de la chica y sus muslos, sintiendo cómo el deseo empezaba a hacerse evidente al sentir una punzada en su entrepierna.

—Espera, Alexis, espera. —dijo saliendo detrás del escritorio siguiendola, pero la pelinegra le llevaba varios pasos.

Alexis al sentirlo cerca solo pudo cometer el mayor acto de cobardía, y se echó a correr, queriendo escapar de ese lugar y no verle ni la sombra nunca más a ese hombre que la descontrolaba a tal punto, vio salir a la mujer con los tés y cómo está la miraba aturdida; sin embargo no se detuvo. Vivián no tenía idea de lo que había pasado, el señor Morgan daba largas zancadas para alcanzar a la joven y su aspecto era molesto.

Alexis presionaba insistentemente el botón del ascensor y sentía esa agonía que se debía sentir cuando se es perseguido por algún asesino, el corazón le brincaba en la garganta y sentía la boca seca, ni siquiera se atrevía a volverse. Cuando las puertas se abrieron le agradeció a Dios, al tiempo que entraba y pulsaba uno de los botones interiores del elevador, se adhirió al cristal dejando libre un suspiro al ver como las puertas se cerraban y que a Joseph no le daría tiempo de alcanzarla, por lo que se sintió victoriosa y elevó la comisura derecha con sarcasmo; al tiempo que le mostraba el dedo medio de su mano derecha en un gesto vulgar.

El chico se sintió molesto, frustrado al ver cómo el ascensor se cerraba y cómo ella se mostraba irreverente y sátira, mandándolo al diablo con ese gesto que aunque le molestó también le provocó cierta gracia al ver el temperamento de ella, ninguna mujer hasta ahora había osado ser tan subversiva, siempre eran sumisas que solo estaban dispuesta a obedecer y complacerlo en todo lo que él pidiera.

—¡Siempre me han quitado el sueño los retos! —exclamó dándose media vuelta, corrió a su oficina, deslizó las puertas de uno de los salones de conferencias y se dirigió al ascensor privado.

La diseñadora se encaminó rápidamente por el lujoso, iluminado y amplio lobby, mientras levantaba miradas a su paso, se preguntaba si en ese edificio solo trabajaban dos mujeres, porque solo tropezaba con hombres y ella se sentía caperucita roja en un bosque atestado de lobos con trajes de diseñador.

—Señorita —la detuvo la voz de la recepcionista cuando estaba por entrar a las puertas giratorias—. El pase, por favor. —le hizo saber cuando la pelinegra se volvió a mirarla.

Alexis se dirigió rápidamente al módulo de información al tiempo que se quitaba la credencial y estaba que le decía a la rubia oxigenada: "Estarás atestada de celulitis y nunca te habrás colocado un short." pero prefirió dejar las palabras en su pensamiento y sobre el mostrador el carnet.

—¡Gracias! —exclamó con entusiasmo fingido y mostrándole una sonrisa cínica. Salió buscando sus llaves, pero al estar en el frente del edificio no vio su auto donde lo había dejado estacionado—. No, no, estoy segura que lo deje aquí. —empezó a caminar de un lado a otro, sintiéndose desesperada y cómo el corazón empezaba a latirle fuertemente.

—Disculpe ¿Es usted la propietaria de un Nissan 370z en color blanco con la matrícula 8815 GTX? —preguntó uno de los hombres de seguridad de la torre, ella apenas asintió en silencio evidenciando su estado nervioso—. Le han dejado esto, se lo han llevado. —dijo señalándole el aviso de no estacionar.

Alexis se llevó las manos al rostro y dejó libre un suspiro ante la rabia e impotencia que le dio el saber que habían remolcado su auto y la multa exagerada expuesta en el papel, ahora le tocaría sacrificar el dinero de su viaje a Italia y el pago de la credencial para el desfile de Giorgio Armani en Milán.

—Gracias. —susurró sintiendo un gran nudo en la garganta y se encaminó.

Se suponía que debería tomar un taxi e ir a pagar la multa para recuperar su vehículo, pero no podía pensar en eso de momento, solo necesitaba hacerse la idea de que ya no viajaría a Italia, llevaba dos años esperando, preparando el viaje y ahora en un abrir y cerrar de ojos la oportunidad se escapaba de sus manos. No podía evitar maldecir en pensamientos, los impuestos que no le dejaban levantar cabeza, casi todo lo que ganaba terminaba pagándolo en impuestos, en cuentas de electricidad, teléfono, agua y ahora multas.

Caminaba sin un rumbo específico, sólo quería drenar los sentimientos que la azotaban.

>>—¡Fantástico! —exclamó y la voz se le quebró, sintiendo cómo una lágrima le rodaba por la mejilla y se la limpio rápidamente al ver cómo la miraban los transeúntes, sentía la piel de sus piernas completamente erizada ante el frío y los dedos de sus pies congelados, jamás pensó que caminaría, debería estar en la calidez de su auto.

Se sentía realmente frustrada y triste, por lo que se detuvo y se dejó caer sentada al borde de uno de los edificios como si fuese una indigente, adhirió las piernas a su pecho para sentir un poco de calor, las personas se quedaban mirándola; sólo faltaba que le lanzaran algunas monedas. Sintiéndose más avergonzada hundió la cabeza en sus rodillas y no pudo contener el nudo en su garganta, por lo que las lágrimas empezaron a salir sin poder evitarlo, sosteniendo aún en una de sus manos la multa queriendo en ese momento que se la tragara la tierra, sabía que no era el fin del mundo, pero sí el fin de uno de los sueños que se había labrado durante dos años.

Sentía los pasos de las personas que transitaban por la acera hacer eco en sus oídos, muchos se detenían, pero al minuto retomaban su andar con prisa, como la mayoría de las personas en Nueva York que siempre estaban apurados para llegar a algún lugar y ella no se atrevía a levantar la cabeza no quería que nadie la reconociese, nuevos pasos se detuvieron y seguidamente una mano se posó en sus espalda evidenciando con ese toque que alguien había sentido lástima por ella; aún cuando no quería inspirarla estaba segura que eso era lo que infundía.

—Alexis. —la voz en susurro de Joseph Morgan denotó confusión y cierta impresión que de momento ella no pudo definir.

Ella cerró fuertemente los ojos hundiendo aún más la cabeza, ahora sí quería morirse de la vergüenza. El corazón le martillaba fuertemente, sintió cómo él introducía su mano y la llevaba a la barbilla de ella obligándola a elevar la cabeza.

—No... aléjese, por favor. —por más que quiso controlar la vibración de su voz no pudo, mientras ella hacía el esfuerzo por no levantar la cabeza.

—El pavimento está frío, hace frío y usted está dando un glorioso espectáculo con sus piernas, le está alegrando el día a más de un hombre con sólo estar ahí sentada —la voz del hombre expresaba una ternura infinita, logró que ella elevará la cabeza y lo mirase, encontrándose de cuclillas frente a ella, perdiéndose ambos en los ojos del otro. Joseph dejó libre un suspiro cómo si le costase esbozar palabra—. Lo siento, no quise, no fue mi intensión humillarla, no tiene por qué llorar, no merezco sus lágrimas, sé que fui algo grosero con usted. —hablaba con una cara donde el remordimiento gobernaba.

La pelinegra a pesar de su tristeza e impotencia no pudo retener una carcajada ahogada en lágrimas, tal vez lo hizo porque aún se sentía molesta con él, por ser el mayor causante de que su sueño se fuese a la mierda.

—¿Cree que estoy llorando por su falta de delicadeza? No, mejor dicho ¿Por su brutalidad? —preguntó limpiándose con manos temblorosas las lágrimas.

El rostro desconcertado del fiscal no tenía precio, poco a poco sus rasgos se transformaban duramente al tiempo que la tomaba por los brazos y la obligaba a ponerse en pie ante la mirada atónita de ella; haciendo el agarre intenso por lo que ella soltó un jadeo ante el dolor.

—Le recomiendo que no se burle. —su mirada era un témpano de hielo que le helaba la sangre.

—Y yo le recomiendo que me suelte o empezaré a gritar en plena vía pública, creo que eso no es conveniente para un asistente fiscal. —amenazó sin dejarse intimidar.

Joseph no la soltó y la retaba con la mirada, ella sentía que una vez más un gran túnel se abría en la boca de su estómago y millones de mariposas salían volando sin control, no podía retener sus pupilas y estas se anclaron en los labios de él y estaba segura que su mirada le gritaba "Bésame, bésame".

—Quiero irme, necesito realizar un trámite. —le susurró tragando en seco.

Él sin pedir permiso soltó uno de los brazos de la chica, le arrebató el papel y lo miró por unos segundos.

—¡Jackson! —sabía que el hombre estaba cerca, por lo que lo llamó al tiempo que clavaba la mirada en los ojos color avellana que tenía frente a él, sin desviarla, en un ápice extendió el papel—. Paga la multa de la señorita Fontana.

—¡No! —se apresuró— Señor Jackson, regréseme la multa, por favor, este señor no me va a pagar nada —dijo extendiéndole la mano para tomar el papel—.Yo la voy a pagar, no tiene ningún derecho a hacerlo.

—No tiene con qué pagarla, por eso estaba llorando... sus ojos no pueden mentir, señorita. —dijo aún mirándola.

—Pues está muy mal con su intuición, telepatía, psicología o como quiera llamarlo. —se defendió.

—Evidencia, es lo que veo en sus ojos y no me contradiga... Jackson, que entreguen hoy mismo el auto y que no le falte nada, sino ya sabes lo que tienes que hacer. —le ordenó al guardaespaldas, al tiempo que empezó a encaminar a la joven por uno de sus brazos de regreso a la torre Morgan.

—Sí, señor. —respondió el hombre y se encaminó dejando a menos de dos metros a Logan, otro de los guardaespaldas del joven.

—Suélteme. —le pidió la mujer con dientes apretados sin poder rehusarse a caminar porque su fuerza era mínima contra la de Joseph.

—Vamos a esperar que traigan su vehículo. —estableció.

—Puedo esperarlo en la boutique, usted no me puede retenerme. —hablaba mientras entraban a la puerta giratoria. Cuando pisaron nuevamente al lobby, sintió la mirada envidiosa de la rubia oxigenada sobre ella y esta vez con más fuerza.

—Entonces la llevaré. —dijo sin siquiera mirarla y se sentía como una chihuahua siendo arrastrada por la correa, entonces se dirigieron a un pasillo donde habían unas puertas dobles de cristal.

—Podría llamar a un taxi, no quiero que se moleste y no quiero que me lleve —el fiscal no se detuvo—. ¿No entiende el significado de la palabra no? La palabra "no" es negativa, rechazo o inconformidad para expresar la no realización de una acción —y sentía que el brazo le dolía—. ¡No pues, busque mejor unas esposas! ¡Que me suelte le digo! —alegó tirando fuertemente del brazo pero no encontró ningún resultado.

—¿Podría callarse un minuto y dejar de lado el orgullo? No le voy a llamar a ningún taxi —espetó— ¿Tiene idea de cuántos pervertidos hay sueltos en la calle? Entre ellos taxistas.

—Y asistentes fiscales también. —atacó en murmuro, observando el despliegue de autos del año en el estacionamiento—. Sin contar a los brutos exhibicionistas.

Joseph buscaba en su saco las llaves al ver la Lincoln MKX gris plomo, desactivó la alarma, se dirigió con Alexis al lado del copiloto, abrió la puerta, la subió a la camioneta, le pasó seguro y él se dirigió con paso confiable al otro extremo, mientras era seguido por la mirada de Alexis.

—Logan, necesito un poco de privacidad, por favor. —le hizo saber al hombre antes de subir a la camioneta y este asintió en silencio alejándose unos pasos.

Alexis apenas lo miraba desconcertada y cómo ponía en funcionamiento el vehículo, mientras él le dedicaba una mirada fugaz a las piernas de la joven que empezaban tomar color ya que ante el frío lucían pálidas, pero no se decidía a arrancar.

—¿Mucho mejor? —preguntó, con la mirada al frente.

—Podría estar mejor si me hubiese ido en un taxi. —objetó volviendo la cabeza al otro lado y observando a través de la ventana, para tratar de controlar las emociones que giraban dentro de ella al saberse sola en un automóvil con Joseph Morgan.

—Permiso. —dijo lanzándose hacia ella e ignorando el comentario, mientras abría la guantera del lado del copiloto y sacaba un Sony Xperia Z, ya que el iPhone lo había dejado en la oficina. Se incorporó nuevamente y lo prendió.

—¿Sabe qué? Pensándolo bien no me importa que pague la multa ya que fue su culpa el que me la colocaran. —hablo llenándose de valor y cruzando los brazos sobre la boca del estómago, para contrarrestar la sensación de cosquillas.

—¿Mi culpa? No recuerdo haber dado nunca clases de manejo, ni mucho menos pedirle que se estacionara en una área prohibida, no veo el motivo de mi culpabilidad, se empeña en culparme de sus actos. —dijo colocando el móvil en medio de sus piernas y ella no pudo evitar mirar la prominencia que se asomaba en el pantalón del joven, tragó en seco y elevó nuevamente la mirada, encontrándose con la de él; tan oscura como la profundidad del mar.

—Si es su culpa, yo ni en sueños hubiese venido a este lugar si no es porque usted me envía ese cheque. ¿Qué cree que soy? Y quiero que sea completamente sincero, prometo no ofenderme. —dijo elevando las manos a manera de rendición.

—Bueno aquí el ofendido he sido yo, ha sido usted quien ha osado que me meta el cheque por el culo —acotó mirándola directamente a los ojos—. Aunque al menos ha sido algo condescendiente, digo... por lo del lubricante.

Alexis no pudo retener la sonrisa que se dibujó en sus labios, solo optó por bajar la cabeza y no mirarlo a los ojos.

>>—Hasta ahora no he querido investigar nada sobre usted, así que no sé quién es, me gustaría ir descubriéndola de a poco, siendo completamente sincero, aunque los datos que pueda averiguar tampoco me ayudaran mucho con su personalidad.

—Ahora usted es una especie de Liam Nesson en búsqueda implacable y puede saber cosas de mí, eso es sólo en películas. —le dijo con toda la intención de burlarse. Joseph tomó el Sony Xperia Z y antes que ella pudiese reaccionar le tomó una fotografía—. ¡¿Qué ha hecho?! Borré esa fotografía, no le he dado permiso, es una especie de psicópata ¿o qué? —inquirió molestándose, mientras él tecleaba en la pantalla del móvil.

—Deme un minuto. —le pidió alejando el teléfono de ella y se quedó mirándola fijamente hasta que la hizo desviar la mirada intimidándola, por lo que por instinto llevó su mano y colocó detrás de la oreja un mechón oscuro sedoso que se había escapado de la cola de caballo; hipnotizándola por completo.

Una vez más la diseñadora se aventuró y buscó la mirada del fiscal, la cual se encontraba en el mismo lugar y su vientre vibró al sentir la yema del dedo pulgar de él rozar su labio inferior con una delicadeza y una lentitud que casi le hizo perder la razón.

—Yo creo que mejor... me voy —logró esbozar con voz trémula, mientras intentaba abrir la puerta sin ningún resultado—. ¿Podría abrir? —pidió jalando la manilla, él negó con un movimiento de cabeza—. Está bien, entonces gritaré y voy a decir que está intentando abusar de mí —habló desabrochándose el short de jean prelavado y quitándose la franela beige, la cual lanzó al asiento trasero, se alzó la franelilla dejándola debajo del busto, se soltó el cabello y se lo agito con energía, despeinándose completamente y empezó a gritar—. ¡Auxilio! ¡Alguien que me ayude! —gritaba mientras se removía en el asiento.

Entre tanto movimiento, ella sin querer mostró el encaje fino de su ropa interior, evidenciando en su cadera un tatuaje pequeño que él logró apreciar como una mariposa negra con cuerpo de mujer o una mujer con alas de mariposa. Joseph deseaba poder inmovilizarla para poder apreciarlo mejor; pero sería muy osado de su parte.

Joseph no mostraba ninguna emoción en su rostro, pero por dentro estaba hirviendo, sentía que la sangre entraba en ebullición al repasar mil veces con su mirada el torso perfectamente definido de la chica, sentía que debía morderse la lengua porque esta quería saltar sobre la piel nívea y saborear cada poro de ese abdomen, forjado con gran entrenamiento, a simple vista con la ropa tenía un cuerpo escultural, pero bien podría ser gracias a cirugías estéticas, como la mayoría de las mujeres, Alexis lo dejaba sin aliento, al mostrarle que debía pasar horas diarias haciendo abdominales, dejándole saber que contaba con resistencia y podría aguantarlo, quiso recorrer con sus manos ese cuerpo, debía ser una travesía extraordinaria, de la cual no se iba a privar; pero no sería ese el momento porque entonces le daría la razón.

—¡Siga gritando! Nadie la escuchará, la camioneta es blindada. —le informó y ella se detuvo en seco, con el cabello en completo desorden mostrándose salvaje y sensual, al tiempo que se bajaba la franelilla y se abotonaba el short.

—¿Por qué no me lo dijo antes? —inquirió buscando la liga y recogiéndose el cabello.

—Me gusta el olor que desprenden su cabello y su tatuaje. ¿Tiene algún significado? —preguntó como si nada, ella cerró y abrió la boca ante la sorpresa.

—Qué abusivo, me ha estado mirando —dijo al fin—. No es su problema si tiene o no algún significado —espetó— ¿Acaso yo le he preguntado qué significado tiene Elizabeth en su vida? —inquirió sin siquiera pensar, arrepintiéndose inmediatamente por lo que cerró los ojos. "Estúpida, mil veces estúpida, ahora te va a recriminar el que le hayas visto".

—¿Y por qué no lo pregunta? —la respuesta de él fue una pregunta.

—Porque no es de mi incumbencia, no me interesa y sé que tampoco me lo dirá.

—Tiene razón, no se lo diré —expuso soltando un suspiro y en ese momento el móvil vibraba, por lo que él lo agarró revisando el correo que acababa de llegarle—. Su nombre completo: Alexis Rose Fontana, nació el 21 de septiembre de 1989, lo que quiere decir que tiene veintitrés años, sabía que no llegaba a los veinticinco. — dijo con seguridad, en ese momento el móvil de él vibraba ante una llamada entrante y casi inmediatamente atendió—. Patrick, ¿Cómo estás? —saludó antes que el hombre al otro lado hablara.

—¡Jodido! Hermano, necesito tu ayuda. Estoy detenido en Hawái y gracias al cielo me has contestado, te he estado llamando desde hace dos días.

—¿Qué ha pasado? —preguntó— Este número casi nunca lo tengo conmigo, sólo en casos extremos. —le explicó el por qué no le había contestado con anterioridad.

—Necesito un abogado, alguien que me defienda —la voz del hombre demostraba la angustia que lo embargaba.

—Sabes que yo no lo soy. —respondió Morgan.

—Sí, ya lo sé, pero algunos de los que trabaja para tu firma sí lo son.

—¿De qué se te acusa? —preguntó sin rodeos.

—Posesión de cocaína. —respondió con toda la confianza que le tenía a su amigo.

—¿Otra vez, Patrick? Ya te he salvado el culo en dos ocasiones. ¿Cuántos gramos? Y lo más importante... ¿Qué tan embarrado de mierda estás? —hacía las preguntas de rigor.

—Creo que esta vez mucho más que las anteriores. No fueron gramos... fueron kilos.

—Entonces púdrete, Patrick. Con la firma Morgan no cuentes, te lo había advertido y te dije mil veces que no te involucraras. Por ti no voy a desprestigiar la firma y mucho menos a los clientes que confían en mí. Podría buscarte alguien que quiera embarrarse, pero nada más; a mí ni me nombras. —la voz del chico recriminaba las acciones de Patrick.

—Joe ¿Acaso no eres mi amigo? —preguntó entre molesto y decepcionado.

—¡Claro que lo soy! Te he ayudado en muchas oportunidades, esta vez lamentablemente no puedo. Ahora, si tú me consideras tu amigo, no me perjudicaras de la manera en cómo lo haces. Anota el número de la firma Glee y ellos te ayudaran. —a Patrick no le quedó más opción que aceptar la solución que Joseph le ofrecía, el cual le dictó el número y después colgó.

Alexis se percató que Joseph se había molestado, la mandíbula se le había tensado y un pequeño músculo en esta vibraba; pero esto no iba a ser suficiente para que ella no le reprochara. Abrió la boca para hablar, pero él con el dedo índice le indicaba que esperara. Otra llamada entrante.

—Verónica, en estos momentos estoy sumamente ocupado. Después te llamo. Sí, yo te llamo. No me llames cabrón que no te estoy insultando. Seguro te llamaré. —una vez más finalizaba la llamada evidenciando que ni siquiera había dejado hablar a la mujer.

Alexis lo miraba con la ceja izquierda elevada evidenciando sarcasmo y él colocaba el móvil en estado de silencio, con esto evadiendo a cualquiera que quisiera comunicarse con él, Joseph elevó la mirada y la clavó en la de ella.

—Es usted un atrevido, ¿de dónde ha sacado mis datos? eso es un delito. —dijo sintiendo su privacidad violada.

—Esperé, aquí hay más —acotó, buscando nuevamente el correo electrónico y continuó—. Nació en Nevada, más específicamente en Tonopah, sus estudios universitarios los llevó a cabo en la universidad de Las Vegas, llegó a Nueva York hace tres años, tuvo una relación con el empresario multimillonario Adam Sturgess, el cual reside ahora en Londres. —la lectura se vio interrumpida cuando la chica le arrebató el móvil y lo lanzó al suelo del vehículo, sintiéndose realmente molesta por el abuso y la mirada de Joseph la fulminó.

—Deje de estar averiguando mi vida —hablaba cuando un mareo se apoderó de ella, por lo que se llevó las manos a la cabeza, sintiéndose de pronto confundida—. Voy a vomitar. —susurró con unas nauseas inesperadas instaladas en su garganta.

—Podría dejar el teatro, no le ha pasado nada al móvil —revisándolo—. Tampoco soy un inquisidor que la va a torturar por lo que hizo.

—¡No es un teatro, imbécil! No sé qué me pasa. —dijo enterrando la cabeza en las rodillas—. ¡Abra la maldita puerta! —explotó ante la impotencia— Por favor... —pidió en un susurro estrangulado—. Terminé de llevarme a la boutique, llevamos más de veinte minutos estacionados aquí y siento que me falta el aliento.

—¡Mierda! —exclamó él al tiempo que presionó el botón y empezó a bajar los vidrios. —Respire profundamente, ha sido reacción al monóxido de carbono. —dijo sintiéndose nervioso por no haberse percatado que estaba cometiendo una imprudencia al quedarse estacionado por tanto tiempo.

—Ha intentado asesinarme. —murmuró ella con los ojos cerrados, sintió como Joseph le tocaba la frente y la ayudaba a elevarse.

—Respire profundamente y eleve la cabeza. —pidió.

Alexis adhirió el cuerpo al mueble y elevó la cabeza aún con los ojos cerrados mientras todo el negro en el que se encontraba le daba vueltas.

—Tendrá que buscarse un abogado muy bueno —advirtió sintiéndose débil, sin embargo no perdería la oportunidad de hacer sentir mal al chico—. Porque lo voy a demandar, eso si no es que muero antes de hacerlo.

—No se va a morir, no sea exagerada. —le hizo saber poniéndose en marcha.

La mujer al minuto empezó a sentir la brisa fría estrellarse contra sus mejillas y cómo el mareo y la falta de aliento iban reduciendo de a poco, habrían avanzado varias cuadras cuando la camioneta nuevamente se detuvo.

—¿Algún tipo de agua en específico? —preguntó antes de bajar del auto.

—No soy de exclusividades, señor Morgan. —dijo abriendo los ojos y se encontró la mirada de él esculcándola.

—Siendo diseñadora no es muy conveniente ese comentario. —respondió tratando de disimular que ella lo había pillado.

—Me refería al agua, porque para otras cosas prefiero la exclusividad. —dijo mordiéndose disimuladamente el labio inferior pero con toda la intensión de provocar, estaba en ella, en su esencia el seducir y no podía evitarlo aún con el hombre que la descontrolaba como ningún otro.

—Es bueno saberlo, le aseguró que eso no aparece en su expediente. —le respondió el fiscal elevando la comisura derecha en una sonrisa sensual que seguía el juego de ella, se pasó la lengua por los labios, con esto incitándola sutilmente y después bajó de la camioneta para entrar a un local comercial.

Alexis apenas vio a Joseph alejarse, agarró el teléfono que había dejado al lado de la palanca de velocidades, encontrándose de primer plano con siete llamadas perdidas, todas estas eran anunciadas con nombres de mujeres, pero de momento eso no le interesaba, lo que realmente le angustiaba era su expediente, buscó los correos recibidos y ahí estaba.

Lo leyó completamente, siendo lo más rápida posible, mientras miraba a segundos por el retrovisor, para que él no la agarrara infraganti y un gran alivio inundó su corazón al darse cuenta que estaba limpio. No reflejaba nada por lo cual preocuparse.

—Si al que es el amigo le habló de esa manera y lo dejó a su suerte; qué se puede esperar para con los demás. —susurró para ella misma.

Joseph entró buscando los refrigeradores dispensadores, tomó tres botellas de agua OGO, ya que estas eran las más apropiadas por su alta concentración en oxígeno, le ayudaría a eliminar los efectos del monóxido de carbono y ella de momento necesitaba más oxígeno en la sangre. Las pagó con una de las tarjetas y salió del local.

Al llegar la encontró con los pies sobre el tablero sentada de manera realmente despreocupada, mostrando las piernas que estaban atentando contra el autocontrol del chico, ella al verlo se sorprendió y bajó rápidamente las extremidades acomodándose en el asiento.

Él entró a la camioneta, sacó una botella de agua y la destapó entregándosela e igualmente sacó una para él, le dio dos sorbos y la dejó descansar en el posavasos del medio; una vez más encendió el auto y lo puso en marcha, mientras que ella bebía de a poco su agua.

—Podría colocar música si quiere. —le hizo saber ya que ambos se mantenían en silencio, ella por su parte sentía el corazón latirle en la garganta preguntándose si él no se iba a atrever al menos a besarla o a insinuárselo, deseaba sentir nuevamente la sensación de sus besos; esas ganas se avivaron cuando lo vio tomar de la botella.

Joseph se encontraba sumido en sus pensamientos, entre si proponerle darle otro rumbo al destino que habían tomado o controlarse y no seguir acercándose más al fuego, no hacer o decir algo por lo que ella sintiese que la estaba irrespetando.

—No creo que tengamos los mismos gustos musicales, seguramente escucha pura música clásica, me gusta, pero solo mientras elaboro los bocetos. —espetó ella.

—Debo confesar que sólo escucho música clásica cuando estudio algún caso, cuando me imagino alguna escena del crimen y cómo se dieron los hechos.

—Es algo morboso eso... ¿No cree? —inquirió la diseñadora.

—¿Escuchar música clásica cuando estudio un caso? —preguntó mirándola de soslayo mientras conducía.

—No —respondió sonriendo—. Recreando un crimen, digo, es como revivirlo; idearlo aún cuando no estuvo presente.

—Cuando llegas a la escena de un crimen, la mente se pone a trabajar e imaginas muchas cosas, hasta los motivos que llevaron al agresor a cometerlo, sobre todo dónde puede estar escondido el culpable, también muchas veces nos sentimos consternados, hay casos que nos trastocan y aunque intentamos no tomarlos de manera personal siempre te preguntas... ¿Y si esto le pasara a algún familiar? Pero al menos tienes la satisfacción de saber que en un sesenta por ciento... depende de ti hacer justicia.

—Pero no todo el tiempo se hace justicia, hay muchos fisc... —hablaba cuando él intervino.

—No soy de esos. Si se refiere a los corruptos, lastimosamente hay muchos, tal vez porque tienen un precio y yo no lo tengo. Para mí no hay mejor sabor que el de la verdad y el de hacer pagar. Tiene razón, no todo el tiempo se hace justicia y eso es verdaderamente frustrante, pero los asesinos siempre cometen errores, no hay crimen perfecto y tal vez después de muchos años les toque enfrentarse a la Ley. Claro, siempre y cuando alguien se encuentre interesado en reabrir los casos y para eso es preciso no olvidar y mucho menos perdonar —sentenció e inmediatamente cambió de tema para no cansarla con su pasión—. Y bien... ¿Qué desea escuchar? Seguramente podría sorprenderla con mis gustos musicales. puede buscar y elegir la que guste. —agregó haciendo un ademán hacia la pantalla táctil del reproductor.

—No lo creo. —dijo sonriendo mientras buscaba por las carpetas y tenía cientos de nombres de artistas de los cuales ella conocía una cuarta parte.

Muchos le gustaban, por ejemplo: Oasis, Aerosmith y Metallica, le gustaba el rock clásico al igual que a ella. Se dio cuenta de que había mucha electrónica también, lo que no le sorprendía porque cuando bailó lo hizo muy bien, traer ese recuerdo hizo que una hoguera se instalará en su centro y revivir la manera en que se apoderó por completo de ella. Sacudió casi imperceptiblemente la cabeza, para despejar sus emociones y pensamientos porque estas la estaban arrastrando a un terreno peligroso, uno colmado de minas; las cuales podrían estallar al mínimo movimiento en falso.

—Necesito ganarle una, al menos una.

—Se lo dije, no tiene lo que quiero escuchar, ni siquiera tiene Believe, eso es imperdonable, ni una sola canción de mi artista favorito. —su voz denotaba decepción, pero por dentro se estaba ahogando de la risa, con esto sintiéndose más segura, retomando un poco su autocontrol.

—¿Está segura? Hay varios títulos con ese nombre, búsquelo por canción. —aconsejó, pues sabía que tenía un amplio repertorio.

—Segurísima, no tiene ni una sola de Justin Bieber. —expuso cómo si de verdad amará al chico que desata locura entre las adolescentes y que ella no podía escucharlo ni por error.

El gesto de él no tenía precio, se le veía que estaba luchando por no burlarse de ella, la línea de sus labios cada vez era más evidente pero intentaba respetar sus gustos musicales.

—Lo siento —hizo una pausa, pudo percibir cómo respiraba profundo y estaba segura que era para no soltar la carcajada—. Nunca he escuchado a Bieber, no me considero una adolescente eufórica.

—¿Me está llamando adolescente eufórica? —inquirió señalándose a sí misma.

—No... —desvió la mirada del camino y la miró a ella— Usted es peor.

Ella no pudo seguir conteniéndose, se echó a reír con las ganas que le estaban torturando y él correspondió con el mismo gesto pero menos efusivo.

>>—Le juro que por un momento me lo creí. —la voz de él ante el buen estado de ánimo era completamente distinta, mucho más relajada y ella quería escucharlo de esa manera siempre; no con ese tono tan imperativo que normalmente usaba.

Ella siguió deslizando su dedo por la pantalla buscando algún tema que le llamase la atención, quería recorrer completamente los gustos musicales de Joseph Morgan. Hasta que encontró un nombre de un artista que había escuchado alguna vez y ella sabía que era brasileño, pero nunca había oído su música; solo lo conocía de nombre.

Alexis se llevó una gran sorpresa cuando la dulce y sensual melodía inundó el ambiente, esperaba algo más efusivo; debido a la lista de reproducción que hasta ahora conocía.

—¿Le gustan las baladas? —preguntó ella tratando de ocultar el desconcierto en su voz.

—Algunas, muy pocas, creo que hay momentos en que el estado de ánimo requiere de ciertos géneros musicales ¿Conoce a Alexandre Pires? —su voz era ecuánime sin desviar la mirada del camino, pero el brillo en sus ojos se intensificó.

—Siendo completamente sincera, solo sé que es un cantante brasileño pero nada más. —comentó moviéndose en el asiento y sentándose de medio lado para admirarlo mejor, dejándose arrastrar por el perfil más atractivo que alguna vez hubiese visto.

—Sí es brasileño, pero ha basado la mayoría de su carrera musical cantando en español y yo prefiero escucharlo en portugués. —dijo aprovechando el semáforo en rojo para darle un sorbo al agua.

—Esta es en portugués, se reconocer el idioma ¿Qué dice? —preguntó, sintiéndose cada vez más atraída hacia él y percatándose que era primera vez que llevaban tanto tiempo en buenos términos.

—No se lo diré. —respondió sin más, colocando nuevamente la botella de OGO en el portavasos y atendió la luz verde.

—¿Por qué? —preguntó sumamente desconcertada.

Joseph desvió la mirada del camino y la ancló en los ojos de ella, logrando con esto intimidarla, no dejándole más opción que tragar en seco.

—Porque depende de usted si algún día le digo lo que dice la letra. —y antes que ella pudiese ver el nombre del tema para ayudarse con algún tipo de traductor; deslizó el dedo sobre la pantalla para pasar a la siguiente.

—¿Me imagino que tampoco me dirá lo que quiere decir esta? —preguntó sintiendo la punzada de molestia contra él. "Ya me había sorprendido el que no hubiésemos discutido por tanto tiempo" se dijo en pensamiento, mirándolo como buscando algo en él, algo que le hiciese rechazarlo, alejarlo, algo que no le gustase; pero concluyentemente no lo encontraba.

—Definitivamente. —respondió el fiscal, pero a diferencia de la otra está la dejó seguir.

—No es un gran anfitrión que se diga, no puede complacer a su invitada. —acotó sentándose nuevamente mirando hacia el frente cruzándose de brazos, queriendo con estos demostrar su molestia.

Él solo se mantuvo en silencio, tratando de controlar el fuego que recorría su cuerpo, esa cercanía con la chica lo estaba enloqueciendo, toda su concentración se posaba en su miembro ordenándole que no se elevará y que dejará de lado las pulsaciones de una inminente erección.

Sin poder más, estacionó la camioneta en un lugar permitido, sabía que donde se encontraban era peligroso y mucho más para él. Confiaba en que la seguridad del vehículo le permitiera poder llevar a cabo su explicación gráfica del tema, entonces con una de sus manos rodó el asiento hacia atrás, creando espacio y la otra la pasó por la cintura de ella, elevándola sin el mayor de los esfuerzos; tal vez a consecuencia de la adrenalina que lo embargaba.

Alexis no podía coordinar, en un abrir y cerrar de ojos, en el tiempo que le llevó liberar un jadeo se encontraba a horcajadas sobre Joseph, estaba segura que sus ojos iban a salirse de sus órbitas, el corazón le estallaría en millones de pedazos, ella se haría líquida, se escurriría y terminaría en la amenaza que sentía atentando en su entrepierna.

Ese hombre era demasiado rápido con las manos, apenas si ella podía respirar y él ya le estaba subiendo la franelilla, mirándola como lobo al acecho, quería comérsela por entero, devorarla sin piedad, sin una pizca de remordimiento, su mirada cómo el color del mar profundo tenía el mismo poder de empaparla y hacer que ésta se pierda, mientras sus manos se escabullían por debajo de la tela despertando, torturando de placer cada poro, las deslizaba con intensidad, su tacto era suave pero al mismo tiempo con tanto ímpetu que la instaban a danzar sobre él como una serpiente que se arrastraba dispuesta a ofrecer el pecado original.

Tragándose por entera sus palabras y su orgullo, se suponía que era el momento en que debía rehusarse y hacerse respetar, demostrarle que él no podría tener ningún control sobre ella, pero no encontraba su voluntad, esos ojos casi atlánticos se la habían arrebatada y la mandíbula tensada destrozó cualquier indicio de cordura.

Joseph llevó con posesión una de sus manos a la nuca de ella obligándola a bajar y la otra la colocó bajo uno de sus muslos, apretándolo y elevándola un poco al mismo tiempo, sin previo aviso, sin permiso, le hizo girar el mundo a mil por horas con un beso, abrasador, robándole el oxígeno, ese que apenas había recobrado con el agua y sabía que después de eso debía comprarle al menos una docena, pero que por el momento no dejaría de irrumpir con su lengua, de saquear todos los rincones de esa boca, tiraba de la cola de caballo ébano para tenerla rendida; para ser él quien marcará el ritmo del beso mientras se removía contra ella haciéndole sentir su estado de excitación.

Las respiraciones ahogadas, las bocas al abrirse y cerrarse, las succiones, algunos susurros muy bajos como para poder expresar con voz clara lo que se deseaba, danzaban en el aire, un aire denso debido a la exaltación de ambos que empañaba los vidrios del vehículo, el mismo que en ocasiones vibraba al compás de los movimientos de los amantes que anhelaban devorarse sin prejuicios.

Alexis con las manos en el pecho ardiente de él se impulsó y logró alejarse un poco del beso, no deseaba hacerlo, pero si lo necesitaba para poder respirar, al menos llenar a medias los pulmones y continuar descendiendo a las profundidades de la locura y el placer, ir más allá, sin importarle que se encontraran en plena vía pública, en pleno día.

—Quitémonos la ropa. —la voz de él era un estallido para los sentidos que aún se encontraban en juego.

—No, aquí no podemos. —susurró dejándose llevar por el deseo feroz que la azotaba.

—Es lo que dice la canción. —le dijo elevando sensualmente la comisura derecha, mostrándole que llevaba el control de la situación y a ella la había acorralado a los extremos de la locura.

—¿La primera o la segunda? —preguntó sin dejarse intimidar, ni mucho menos sentirse ofendida, lo deseaba, deseaba a ese hombre y solo quería tenerlo así, de esa manera, no tenía por qué avergonzarse, era una mujer dueña de sus acciones y podía ofrecerle a su cuerpo los placeres que este le exigiera.

"Ahora no es momento de pensar en lo correcto, solo en lo que deseo, ya después podré pensar, ahora solo quiero sentir." caviló mientras fijaba su mirada en la boca masculina a escasos centímetros, aspirando con la de ella el aliento proveniente de la de él, robándole oxígeno y esencia.

—La segunda, pero no es todo lo que dice y no es el lugar más adecuado para seguirle demostrando gráficamente lo que dice el tema.

Ella le regaló una sonrisa sensual, de esas que demostraban la excitación, se elevó un poco y pudo ver por el vidrio trasero a Logan, que para ella era el hermano gemelo de Jason Statham, estacionado a una distancia prudente.

—Tiene razón —le hizo saber bajándose de él, esquivando ágilmente la palanca de velocidades y dejándose caer sentada nuevamente en el asiento del copiloto sintiendo como todo su cuerpo temblaba y aún no recuperaba completamente el aliento—. ¿Puedo hacer una pregunta? —dijo mirando cómo él deslizaba nuevamente el asiento y encendía la camioneta.

—Puede, pero no aseguraré una respuesta. —le dijo regalándole una mirada fugaz.

—¿Acaso les hace casting? ¿Cuáles son las cualidades? El que sea más alto y con más masa muscular e infaltable la cara de "Soy una especie de Toreto con traje" —le dijo señalando con el dedo pulgar por encima de su hombro y dedicándole una mirada fugaz al guardaespaldas en la GMC negra—. Porque le juro que los he confundido con Jason Statham y Dwayne Johnson. —dijo sonriendo, con esto tratando de adentrarse a un terreno seguro.

Joseph giró medio cuerpo para mirar por el vidrio trasero y vio a Logan, sin poder contener una carcajada que retumbó en el vehículo exponiendo su perfecta dentadura, logrando con esto que los latidos del corazón de Alexis se desbocaran una vez más, ante la risa masculina, era ronca y poderosa, primera vez que lo hacía con tantas ganas y le sorprendió cómo le maravilló el gesto del chico, sintiéndose hipnotizada al verle el movimiento en la garganta a consecuencia de la manzana de Adán.

—Tiene razón, pero la verdad no lo sé, lo único que sé es que eran militares, ya que no los he contratado yo, ha sido mi tío, le preguntaré si en la agencia le exigen algún prototipo. —respondió sonriendo, mientras el vehículo se ponía en marcha.

—¿Y porque lo ha hecho él y no usted? Claro, si se puede saber... —inquirió tanteando el terreno primero, no quería parecer imprudente, ni mucho menos meterse en su vida.

—Yo no lo considero necesario, se perfectamente cuidarme solo, no soy de esos hombres que recurren a ciertos métodos para sentirse seguros o importantes.

—Pero si su tío los ha contratado es por algo, tal vez se sienta preocupado.

—No creo que hacer justicia me ponga en riesgo. —hablaba desviando a segundos la mirada del camino para observar a la diseñadora.

—Cree muy mal ¿Acaso no ve las noticias? Hace algunos años en Las Vegas asesinaron a un fiscal, claro primero a toda su familia y lo hicieron por mandar a la cárcel a un estafador profesional, mejor conocidos como los tramposos en los casinos... creo que no se enteró de la bomba que colocaron en el auto de otro fiscal en Venezuela; casi todos los días asesinan a personas por hacer lo correcto.

—Creo que me ha dejado claro que igual que la gran mayoría teme, en todos los trabajos existen riegos, claro algunos más que otros, pero si no existiesen personas dispuestas a resolver ciertos casos, el mundo estaría mucho peor de lo que está ahora —el vehículo se detuvo—. Hemos llegado. —le hizo saber clavando la mirada en la boutique.

La mujer dirigió la mirada a su negocio, tratando de hacer lo menos perceptible el suspiro que liberaba, anhelando que el trayecto no hubiese terminado, pero no tenía más opción, debía bajar.

—De ahora en adelante tendré más cuidado con los alfileres para evitar riesgos —dijo sonriendo y regresando la mirada al joven, perdiéndose en los ojos índigo que la dejaban sin aliento.

— ...O con las escaleras. —expuso acercándose peligrosamente a ella.

"¡Dios mío! ¡Dios mío! Me va a besar otra vez." se repetía la chica mentalmente sin poder evitar que el abismo en su estómago se abriese nuevamente, entonces sintió como él le agarró entre su dedo índice y pulgar la barbilla e hizo el contacto de labios creando una explosión de emociones en el interior de la chica.

Esta vez no fue un beso abrasador, mucho menos posesivo, solo un suave toque, que se repitió lentamente en tres oportunidades, los labios de ella se pegaban a los de él aún cuando él se alejaba, era como si quisieran quedarse en la boca del fiscal y ella no tenía la fuerza para reclamarlos.

—Enviaré su auto y el pago por su trabajo, espero esta vez no me regresé el cheque.

—No se lo regresaré, sólo si lo envía con el monto acordado. —respondió y un acto reflejo cerró los ojos al sentir la leve cosquilla que le causó la yema del dedo pulgar masculino deslizarse lentamente por la línea de su mandíbula.

—Entendido. —susurró, le depositó un nuevo toque de labios y se alejó indicándole con esto que era hora de bajar.

—¿Amigos? —preguntó tendiéndole la mano a modo de saludo.

—Vamos a descubrirlo, podrías empezar por tutearme. —le dijo sonriéndole y con esto derritiéndola, al tiempo que le estrechaba la mano.

El contacto que causó una extraña pero placentera sensación llegó a su fin, jaló la manilla y ella bajó colgándose su cartera, se encaminó y a través del espejo de la boutique, pudo ver como la Licoln bajaba el vidrio del copiloto, captando la mirada y la sonrisa arrebatadoramente sensual de él, por lo que se giró y regresó sobre sus pasos para apoyar las manos en la puerta del vehículo.

—¿Podrías dejar de mirarme el trasero? —preguntó, obligándose a parecer seria.

—No. —fue la respuesta tajante de Joseph Morgan al tiempo que el motor cobraba vida.

Ella solo elevó una ceja con sarcasmo y se alejó dando un paso hacia atrás, él se marchó y ella entró a la boutique, donde Paul y Sophia la esperaban, no le hicieron preguntas de momento, debido a la presencia del hombre; pero del interrogatorio de la pelirroja no se escaparía.

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