No me dejes solo

By Nyra_22

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Argentina calló en crisis, eso no es nuevo. Está acostumbrado. Aunque cada vez le cuesta más interesarse por... More

Prólogo
Me rindo
¿El futuro es el pasado o el presente? (Argentina)
Salto de fe
Plan de ataque.
Paz y respeto ante todo
Hay cosas que nunca cambian
Enfriando las cosas
Prometiste volver
Familia de sangre, sin sangre y a por sangre
¡Atrápame o cae en el camino!
Después de la explosión el zumbido en sus oídos se desvaneció lentamente

Los sonidos del hogar

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By Nyra_22


 Argentina se paseaba ansioso por la casa de las islas. La reunión había acabado hacía un tiempo y los nervios ante la inminente puesta en acción lo consumía por dentro y no le permitía estar sentado sin que su mente comenzara a jugar con él. En su lugar prefirió escapar del grupo y curiosear en que se había tornado la casa de sus hijas durante esos años. Las pocas veces que las había visitado no había podido verla bien. Se distrajo observando las fotos que adornaban las paredes, su rostro se adornó con una sonrisa triste, enternecido por los rostros alegres de sus hijas en las distintas etapas de su vida pero con el dolor de saber que el no pudo estar presente. Un pequeño rastro de ira emergió en lo profundo de él al ver un cuadro donde estaban las niñas elegantemente vestidas observando a la cámara algunas con expresión solemne, y en el medio Inglaterra. Pero la ira desgastada por el tiempo dio paso a una pequeña risa al ver a un lado una foto de Arthur dormido con el rostro lleno de dibujos y Malvina y Soledad riendo con fibras en las manos mientras Georgia las regañaba.

Continuó con el recorrido cuando escuchó pasos en la escalera de la habitación de al lado. Llegó un pequeño estudio con una biblioteca tan saturada de libros que algunos habían queda fuera de los estantes, apoyados sobre un escritorio lleno de papeles y con un tablero de ajedrez ya preparado. Observó los títulos que había todos en inglés claramente. Clásicos, libros de historia universal, algunos de literatura juvenil, arte, economía. Sus dedos se detuvieron un poco más de tiempo sobre una edición en inglés de Rayuela. Le fue imposible contener una pequeña sonrisa, no todo lo suyo había quedado fuera de esa casa. Su vista se desvió a la ventana y notó que afuera oscurecía, esto lo confundió hasta que recordó que estaban muy al sur, incluso más que de costumbre. Salió del cuarto y caminó por un pasillo listo para ir a su cuarto hasta que escuchó un sonido de un violín que tocaba una melodía conocida e inesperada. Alguien tocaba un tango. Era una canción conocida, de un amor nostálgico. Quien la tocaba lo hacía correctamente, aunque cada ciertos compases se detenía y volvía a empezar, como si algo le resultara insatisfactorio. Martín siguió el ruido de su amada música hasta una pequeña sala donde una niña tocaba de espaldas a la puerta.

–No pensé que conocieras esa canción, nunca llegué a enseñártela.– Malvinas sorprendida casi soltó el arco, antes de darse vuelta con una tímida sonrisa.

–Arthur me t...enseñó algo de tango I... yo... lo descubrí escuchando estas canciones. Sonaban muy bonitas, aunque son algo tristes. Las he practicado mucho, pero aún siento que les falta esa emoción. –Hablaba lento, pensando antes de hacerlo intentando evitar mezclar palabras en un idioma que no fuera español.

El latino se sintió feliz de que algo de su cultura hubiera llegado a interesarle a la que alguna vez consideró parte de su territorio.– ¿Crees que pueda ayudar si canto mientras tocas? Tal vez escuchar lo que dice esa canción lo haga más fácil. –La niña asintió contenta y el rubio suspiro y se apoyó contra la pared mientras la menor se acomodaba nuevamente. Él le indicó con una suave sonrisa para que ella comenzara a tocar y se aclaró la garganta disfrutando el poder compartir ese momento. Malvinas comenzó a tocar.

Yo adivino el parpadeo

De las luces que a lo lejos

Van marcando mi retorno

Son las mismas que alumbraron

Con sus palidos reflejos

Hondas horas de dolor

La canción salió sola de los labios de Argentina, sintiendo cada palabra surgir no desde su garganta sino desde su corazón. Sintió la melancolía, la nostalgia, el dolor y el amor salirse de sus pulmones como si de esta forma esos sentimientos pudieran salir de su interior, dejándolo respirar. La música siempre le había permitido sentirse más ligero cuando se volvía un desastre. Era su remedio. Transformando todo el mal que retenía en música.

Y aunque no quise el regreso

Siempre se vuelve al primer amor

La vieja calle donde el eco dijo

Tuya es su vida, tuyo es su querer

Bajo el burlon mirar de las estrellas

Que con indiferencia hoy me ven volver

La isla espió al mayor sin dejar de tocar, él había cerrado los ojos y sus labios hacían una sonrisa triste cada vez que pausaba. La música ahora se sentía diferente como si estuviera cargada de esa emoción que solo había escuchado en grabaciones y que no había podido conseguir por su cuenta. Lo que le había hecho falta era esa voz rota, dolida y apasionada. El alma de esa música que tanto le gustaba.

Volver con la frente marchita

Las nieves del tiempo platearon mi sien

Sentir que es un soplo la vida

Que veinte años no es nada

Que febril la mirada, errante en las sombras

Te busca y te nombra

Vivir con el alma aferrada

A un dulce recuerdo

Que lloro otra vez

Arthur llevaba un rato buscando al latino, incapaz de entender como había podido perderlo en una casa tan chica "Y con el ruso bajo el mismo techo, está debe ser la peor idea que he tenido en décadas". El pasillo oscuro parecía indicar que no conseguiría nada por ese lado y pensó en ir a revisar si había vuelto a su cuarto cuando escuchó una canción conocida sonar desde el interior de una puerta apenas abierta. Primero pensó en ignorarlo puesto que sabía que Falkland gustaba de practicar a esas horas, pero entonces llegó un sonido que no esperaba y no oía desde lo que para él había sido una eternidad. Martín estaba cantando.

Tengo miedo del encuentro

Con el pasado que vuelve

A enfrentarse con mi vida

Se acercó a la puerta asomándose lo suficiente para ver, sin deseos de interrumpir aquella canción.

Tengo miedo de las noches

Que pobladas de recuerdos

Encadenen mi soñar

Apretó la puerta de madera sintiendo como aquella profunda voz lo acariciaba al tiempo que las palabras estrujaban su corazón.

Pero el viajero que huye

Tarde o temprano detiene su andar

Y aunque el olvido, que todo destruye

Haya matado mi vieja ilusión

Guardo escondida una esperanza humilde

Que es toda la fortuna de mi corazón

Apoyó la cabeza sobre la puerta, descansando un segundo, repasando los versos mentalmente. Esas no eran palabras nuevas. Habían sido escritas hace tiempo, pero no habían juntado polvo. Habían sido cantadas mil veces, pero no habían perdido su peso, su sentido o su valor. Y quien las cantaba no había dejado de sentirlas como la primera vez que las había invocado.

Volver con la frente marchita

Las nieves del tiempo platearon mi sien

Sentir que es un soplo la vida

Que veinte años no es nada

Que febril la mirada, errante en las sombras

Te busca y te nombra

Vivir con el alma aferrada

A un dulce recuerdo

Que lloro otra vez

La canción terminó demasiado pronto. Arthur quería escucharlas otra vez. Abrió la puerta con menos cuidado interrumpiendo los cumplidos mutuos entre la violinista y el cantante a quienes él más adoraba escuchar. – ¿Aceptan público?

La isla lo observó alegre, se sentía muy orgullosa de este último intento y estaba muy feliz de tocar con Martín. Este por su parte se sentía algo avergonzado. Una vieja conversación hace tiempo olvidada volvió a la mente del inglés.

"–¿Cómo haces para que suene así? Ni siquiera sé como explicar como suena tu voz cuando cantas esas canciones.

–Es porque no estoy cantando. Estoy abriendo mi corazón y dejando que todo lo que lo atormenta y lo acaricia salga por mi garganta. Es algo muy personal por eso no siempre me es fácil cantarlas."

En ese entonces lo había mirado desconfiado, aunque Argentina se escuchaba sincero el nunca le había visto dudar antes de cantar un tango. Su voz sonaba tan natural con esa música como si hubiera sido hecha para cantar esas canciones y lo hacía con tanta frecuencia que Arthur llegó a pensar que le gustaba presumir de ello. Y no es que él se quejara, amaba oírlo cantar. Pero ahora esas palabras cobraban un doloroso sentido. Martín estaba dudando sobre si cantar o no frente a él.

–¡Sí, salió muy bien! ¿Podemos hacerlo una vez más?

Martín lo pensó inseguro al principio hasta que vio los ojos brillantes de Malvinas que lo observaban ansiosa. Suspiró.– Bien...– Ahora miró al inglés con algo de confianza.– Pero solo si Arthur baila conmigo esta vez.

–I... I... don't dance for a long time (no bailo hace mucho tiempo). No recuerdo mucho de los pasos.– Inglaterra estiró las mangas de su camisa con inquietud.

– Será como andar en bicicleta. –Martín extendió una mano hacía el europeo quien desvió la mirada antes de acceder y tomar su mano. El argentino tiro de él pasó su otra mano apoyando en su espalda. Comenzando a cambiar el peso de una pierna a la otra.–Solo sígueme. – Argentina intentaba ocultar en palabras confiadas los nervios que eso le causaba, pensó que tal vez haciéndolo bailar se sentiría un poco menos expuesto. Arthur conocía esa costumbre del latino cuando estaba nervioso, pero su propia ansiedad no le permitía notarlo.

Malvina observo emocionada a los dos mayores que consideraba sus referentes con emoción. Siempre había querido ver un baile de tango en vivo, y el hecho de que pareciera que ellos volvían a llevarse bien lo suficiente como para bailar juntos le alegraba. Se preparo feliz y empezó a tocar con esmero para asegurarse de que sonara perfecto. Era una ocasión especial. Martín volvió a cantar su voz sonaba igual de melodiosa que antes, pero ahora Arthur la escuchaba en cuanto escapaba de sus labios y sentía el calor de su aliento cada vez. Aunque no recordaba mucho sentía como si supiera que tenía que hacer. Era un movimiento instintivo. Llevó el peso hacia la pierna izquierda y deslizó su pie derecho hacia atrás. El pie izquierdo de Martín lo siguió y vio como este sonreía.

Sus pies se juntaron.

Un paso a la izquierda.

Caminó hacia adelante una vez.

Dos veces.

Piensa un poco si hacer un tercero pero ve las piernas de martín cruzadas. ¿Qué seguía?

Su cadera gira dubitativa hacia el lado donde sus brazo se apoya en la cadera del argentino. No sabe bien que espera pero Martín responde con un giro grácil y sus pies lo rodean, giran y vuelven.

¿Cómo se llamaba eso? Mientras se lo pregunta inconscientemente está resolviendo y Martín sonríe orgulloso de que Arthur aún recuerde lo que le enseñó.

Están nuevamente en donde empezaron. Y vuelven a hacer lo mismo, los pasos son torpes y lentos, Inglaterra duda aún en cada uno aunque cada vez se deja llevar más por el ritmo.

Una vez más en cero.

Un paso adelante.

Uno a un lado.

Dos atrás pero antes de que los pies se junten se detiene. Inglaterra frunce el ceño. Había algo que podían hacer desde ahí. El latino responde a la parada, gira ciento ochenta grados y antes de resolver acaricia la pierna de su acompañante con la propia.

Unos pasos más, algunas veces Arthur se equivoca pero el latino lo ayuda a seguir de todas formas. La canción termina. Martin sonríe feliz y con cierta arrogancia, Arthur le devuelve la propia, aunque más fogosa y menos arrogante. Ambos pueden sentir la respiración del otro mientas Malvinas aplaude entusiasmada por el espectáculo.

–¿Do yo know another song, honey (conoces otra canción, cariño) ? –El argentino hecha una mirada amable a la isla que asiente y busca otra partitura. Se la muestra al mayor quien está de acuerdo y mientras ella se prepara ambos vuelven a su posición inicial. La melodía comienza siendo ahora más dulce y lenta, parece mucho más triste. Inglaterra no la reconoce de inmediato, es una un poco menos popular, pero Argentina comienza a cantar mientras Arthur se concentra en jugar con el peso de su cuerpo.

Vuelvo al Sur,

como se vuelve siempre al amor,

vuelvo a vos,

con mi deseo, con mi temor.

Llevo el Sur,

como un destino del corazon,

soy del Sur,

como los aires del bandoneón.

La voz de Martin era más áspera, más rota y nostálgica con cada palabra.

Sueño el Sur,

inmensa luna, cielo al revés,

busco el Sur,

el tiempo abierto, y su después.

Los pasos eran lentos.

Quiero al Sur,

su buena gente, su dignidad,

siento el Sur,

como tu cuerpo en la intimidad.

Martín desvía la mirada al cantar lo último y Malvina se río un poco.

Te quiero Sur,

Sur, te quiero.

Mientras lo dice él le dedica una dulce sonrisa a la isla.

Vuelvo al Sur,

como se vuelve siempre al amor,

vuelvo a vos,

con mi deseo, con mi temor.

El abrazo es más fuerte. Están caminando al ritmo de la música, arrastrando los pies al ritmo de la música solo aceleran en los ochos.

Quiero al Sur,

su buena gente, su dignidad,

siento el Sur,

como tu cuerpo en la intimidad.

Vuelvo al Sur,

llevo el Sur,

te quiero Sur,

te quiero Sur...

Los tres sienten esa canción. Cuando la música termina los tres están quietos sonriendo. Martín y Arthur se ven a los ojos por unos segundos mientras Malvina los observa desde su lugar. Detrás de la puerta las demás islas observan emocionadas junto a los países que llegaron atraídos por la música. Todos esperan antes de intervenir.

–¿Por qué no nos dijeron que acá era la fiesta?– México es el primero en entrar. En cuanto lo escuchan Argentina e Inglaterra se separan nerviosos. Martín se siente muy avergonzado cuando ve a todos los que estaban parado detrás de la puerta escuchando. –Hace mucho no te escuchaba cantar así, wey. ¿Por qué no cantan algunas más?

–¡Sí, pero ahora yo quiero bailar con Tincho!–Seba tira del brazo de su hermano feliz de ver que este aún guardaba esa música que ambos compartían.

–Bu... bueno, pero solo si Malvinas quiere.– La niña se ve algo intimidada por el público más numeroso y en su mayoría menos conocido para ella. Piensa en negarse cuando su hermana se acerca al piano frontal junto a ella y levanta la tapa.

–¡Yo te ayudo!– Soledad le sonríe de forma tranquilizante y esta busca las partituras para piano mientras los demás hablan de la voz de Martin y la sorpresa de saber que Arthur sabía bailar. Aunque este está algo molesto por la intromisión está feliz de ver que el latino sonríe cómodo con el ambiente. Y al menos ahora podrá escucharlo cantar un rato más.

Pasan el resto de la tarde cantando algunos tango menos tristes y también algunas milongas. Uruguay los ayuda cantando algunas con su hermano y luego ambos dan algunas pequeñas lecciones básicas de baile intercaladas con demostraciones suyas. Martín lamenta no tener un bandoneón a mano y prometen que cuando recuperen su casa se juntaran a tocar los tres. Sandwich acepta intentar aprender las canciones en su guitarra para poder sumarse. A la hora de la cena todos vuelven al comedor para disfrutar una comida. El ambiente se ha vuelto más familiar y parece que la tensión se hubiera ido como si todo ese tiempo hubieran estado cubiertos de una espesa niebla y ahora todo fuera claridad. El rencor que solía sentirse en cualquier reunión de la ONU entre Martín y Arthur parece haber quedado tan lejos en el pasado que se siente como un recuerdo borroso. Incluso el ambiente hostil que suele haber cuando Inglaterra y Rusia están bajo el mismo techo parece haberse reducido gratamente. Aunque todos lo notan nadie se detiene a pensar el porque. Pero el inglés lo sabe. Ese es el don de Martín, hacer que todos se sientan cómodos y en su casa o incluso mejor. Incluso tan cerca de la Antártida él había traído su calor a esa casa. Luego de la cena todos se quedaron en la mesa un rato más simplemente hablando, recordando viejas anécdotas, contándoles cosas a las islas antes de que estas se fueran a dormir. Luego hablando de cosas algo más serias o que no podrían contar frente a las en apariencia "menores" (aunque eran realmente mayores que cualquier ser humano). Finalmente todos se fueron a dormir a sus respectivas habitaciones, menos el inglés que ese día prefirió acurrucarse con el argentino para combatir el frío y las islas que ya entrada la noche dejaron sus habitaciones para sumarse a estos dos. Y al menos por esa noche las batallas que tanto los perseguían se quedaron  afuera, del otro lado de la ventana empañada por el frío, junto a la escarcha y a las heladas olas que chocaban contra las piedras en un sonido relajante en el que se perdían las naciones ante el sueño intentando olvidar que tarde o temprano sería el día siguiente. 

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