Tomb Raider: El Legado

By Meldelen

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Anna, hija de Lara Croft y Kurtis Trent, ha manifestado de forma inesperada el legado de los Lux Veritatis po... More

Capítulo 1: Lady Croft
Capítulo 2: Hogar
Capítulo 3: Fractura
Capítulo 4: Silencio
Capítulo 5: Don
Capítulo 6: Pulso
Capítulo 7: Asesino
Capítulo 8: Huesos
Capítulo 9: Juguemos
Capítulo 10: Promesa
Capítulo 11: Barbara
Capítulo 12: Elegida
Capítulo 13: Destino
Capítulo 14: Retorno
Capítulo 15: Vísperas
Capítulo 17: Ratas
Capítulo 18: Dolor
Capítulo 19: Belladona
Capítulo 20: Dreamcatcher
Capítulo 21: Demonio
Capítulo 22: Annus Horribilis
Capítulo 23: Frágil
Capítulo 24: Verdad
Capítulo 25: Rabia
Capítulo 26: Monstruo
Capítulo 27: Votos
Capítulo 28: Otra vez
Capítulo 29: Foto

Capítulo 16: Estallido

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By Meldelen

Levantó otra gamba de las muchas que adornaban el enorme cóctel, agarrándola con dos dedos por la cola. Después de asegurarse de que nadie la observaba, estiró la mano hacia el enorme bol de cristal que contenía el ponche y la dejó caer dentro. La gamba se hundió con un plof sonoro y fue a reunirse con el resto de las damnificadas por su aburrimiento.

La fiesta de presentación de la tesis de Selma continuaba, y ella nunca se había aburrido tanto en su vida. Había intentado estarse quieta, pasear, quedarse callada, hablar con gente al azar, no tocar la comida, comer, y no tocar la bebida.

No había manera. Se moría de aburrimiento, así que se puso tras la mesa del enorme, inmenso buffet de la Universidad de Istanbul, y tras asegurarse que todos habían perdido interés en ella – al fin y al cabo, era su madre la que seguía llamado la atención – cogió todas las copas planas de champán, las ordenó en fila y se dispuso a poner en práctica un truco que le había enseñado Zip hacía tiempo. Mojó cuidadosamente los dedos en el champán y, a continuación...

- ¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?

Anna se giró, sobresaltada. Su padre estaba junto a ella, mirándole fijamente - ¡qué guapo estaba con su esmoquin negro! – y, si uno se fijaba lo bastante, hasta podía ver el delicado cable transparente que surgía de su oído y se perdía por su nuca y la espalda de su chaqueta. Los ojos azules relampagueaban. Luego se movieron hasta fijarse en el mar de ponche, sembrado de gambas flotantes y hundidas.

- Me aburro.- suspiró la muchacha, y abrió las manos en gesto culpable. – Este rollo no se termina nunca.

Kurtis soltó un largo suspiro. En el escenario a unos cuantos metros, más allá de la apretada multitud, el "rollo" continuaba. Selma Al-Jazeera, radiante, aferraba con ambas manos un micrófono y salpicaba de anécdotas amenas su discurso de homenaje y agradecimiento. El tribunal había dado la máxima puntuación a su tesis y no cabía en sí de dicha. La multitud, congratulándose con ella, la acompañaba con risas y murmullos corteses.

- Reza para que siga siendo un rollo. – dijo el exlegionario, mirando a su alrededor irritado – Quizá sea lo mejor que nos pueda ocurrir esta noche.

- Pero no hay señales de ese imbécil. – Anna se frotó un ojo, olvidando que lo tenía maquillado y corriéndose el rímel de una forma muy cómica – Así no vamos a tener éxito.

Su padre parecía no escucharla, de hecho, seguía mirando a su alrededor con expresión fúnebre. Luego, murmuró:

- ¿Dónde está tu madre?

- Cerca del escenario, escuchando a tía Selma. Está harta de tíos rodeándola toda la noche, como hormigas que van a la miel. – se arrepintió casi al instante de decir aquello, pero ya estaba. Intentó ignorar la expresión de su padre – Eh... bueno...

- No quiero que estés aquí sola. Ve con ella. ¿Estás bien? ¿Alguna alteración? ¿Algo como lo que hemos hablado?

- No, no. Pero...

- Ve con tu madre. Necesito que me espantes a los moscones. – Kurtis esbozó una sonrisa triste – Y seguro que las gambas también lo agradecen.

- Sí, papá. – dijo ella calmadamente, y se deslizó entre la multitud, hacia el escenario. Él la observó alejarse. Se estaba volviendo más esbelta, más alta, más grácil. Estaba creciendo a ojos vistas. Cada vez un poco más de su madre, al menos en lo físico. Siempre había odiado ponerse vestidos, por lo que seguía llevando sus habituales trajes de chaqueta y pantalón.

Kurtis observó con aire ausente el genocidio de las gambas, y luego suspiró. Aquel evento se le estaba haciendo muy largo, y la noche no había hecho más que empezar.

Aparece, hijo de puta. Aparece.

No había cosa que deseara más. No había cosa que temiera más.

(...)

Había alguien que no estaba sufriendo, sino, es más, estaba teniendo la noche de su vida. Selma Al-Jazeera, triunfante, quizá con algunas copas de más – aunque sabía llevarlas con encanto – se movía por el escenario aferrando el micrófono y hablando sobre el duro trabajo llevado a cabo durante tantísimos años en el valle de Göreme, trabajo suspendido y reanudado y, al fin, completado. Por supuesto, no faltaba quien, entre el público, consideraba aquel espectáculo – gente trajeada, buffet, bebidas, micrófono y hasta escenario - un tanto indigno de una post-presentación académica, pero la mayoría de gente se estaba divirtiendo como nunca y ni el cortante frío exterior lograba aplacar esa alegría.

Durante una hora, la tímida Selma, ahora desatada, se volcó en agradecimientos hacia colaboradores y excolaboradores, hizo subir y hablar a diversos colegas, pretendió hacer lo mismo con Lara, sólo para que ella le sonriera siniestramente y negara mecánicamente con la cabeza, pese a los gritos de la gente que la rodeaba – "¡Lara Croft! ¡¡Lara Croft!! ¡¡LARA CROFT!!" – y algún otro grito de fondo, despectivo, que la exploradora británica prefirió ignorar – "¡Ladrona de tumbas!" "¡Vete a tu país, zorra!" "¡Saqueadora!" -. En una esquina del escenario, en la penumbra, Marie Cornel observaba el evento, cómodamente sentada en una silla y tratando de calmar el dolor con sus infusiones. No se le pidió que interactuara en ningún momento. Y si alguien tenía curiosidad por saber quién era, esa curiosidad fue aplacada en privado, entre murmullos.

Casi se olvidaron de que todos corrían un peligro mortal. Por supuesto, la muchedumbre lo ignoraba. Y a Selma era a quien más se le había olvidado.

- Te lo digo, jefe, todo este coñazo vale la pena sólo por ver a la princesa tan feliz. – dijo Zip, mirando alternativamente los más de diez monitores que tenía ante sus ojos – Por otra parte, paso de fiestas. Lo mío es estar aquí, en la penumbra. Para ir de guapo con el traje y el pinganillo ya estás tú.

- Sí, claro.- oyó suspirar a Kurtis a través del altavoz – Muy divertido. ¿Algún indicio de nuestro hombre?

- Ninguno. El tigre no sale a cazar. No sé si es mejor o peor, jefe. ¡Eh, Croft! ¿Cómo va lo tuyo?

La voz de Lara sonó cansada a través del otro canal.

- Sin novedad, Zip.

- ¿Dónde está el monstruito? ¿Ha dejado ya de ahogar gambas?

- Ahora está conmigo. ¿De qué gambas estás hablando?

- Pregúntale a ella. – el hacker ahogó una risita y volvió al canal de Kurtis – Tus dos chicas están bien. Comprobaría a tu señora madre y a mi princesa, pero las veo desde aquí, no parece haber problema. A ver... tercer canal... ¿Bárbara?

Se le hacía raro hablar con aquella mujer. Pero debía hacerlo, y lo mejor era no pensar en quién había sido y lo que les había hecho. El deber obligaba.

La voz cálida y suave respondió.

- Sin novedad.

- Uy, uy, uy, todos esta noche estáis sonando muy siniestros. Tomad ejemplo de la princesa y vivid la vida, que son dos días.

(...)

Bárbara no podía disfrutar del evento por más que quisiera, aunque en realidad no quería nada en particular. Se sentía fuera de lugar. Aquello no tenía nada que ver con ella. Era como presenciar el triunfo de sus enemigos, pero ¿podía seguir llamándolos enemigos? ¿Y quién era ella? Estaba confundida, no había respuesta correcta.

Así que se centraba en los hechos. El primer hecho es que estaba de pie, cerca de las últimas filas, con una copa de champán en la mano de la que no bebía, y mirando de frente a un espectáculo al que no atendía. Desde luego, no podía librarse de seguidores indeseados. Al entrar allí, a quien buscaba a la gente era a la famosa Lara Croft, pero una vez ella los había desechado amablemente, se dedicaban a dar vueltas con aire miserable... y entonces la encontraban a ella. Bárbara se había cansado de responder a preguntas.

- ¿A quién tengo el placer de saludar?

- Oh, ¿eres marchante de arte ?

- ¡La antigua Persia! ¡Adoro el período! – sin estar claro a qué período se refería.

- ¿Qué hace una dama tan bella en tal soledad?

- ¿Nos conocemos?

- Tu cara me suena.

- ¿Qué te ha pasado en el oído? ¡Qué lástima!

- ¿Has probado las gambas? No he llegado. Alguien las ha tirado en el ponche.

- ¿Habrá baile?

- Si hay baile, ¿me concederías este baile?

- ¿Qué haces aquí tan sola?

- No entiendo cómo no eres el centro de atención. Eres resplandeciente.

- ¡Mucho más hermosa que Lara Croft!

Bárbara sólo quería que se marcharan y la dejaran en paz. Se imaginó tirando la copa de champán a la cara de más de uno. Cállate. Cállate. Cállate. Cada vez que un hombre se le acercaba, le entraban ganas de vomitar. Quería herirlos. Quería meterles los dedos en los ojos y sacárselos.

Pero no podía. Kurtis se enfurecería si echaba a perder el plan. Y más temía la ira del Lux Veritatis que cualquier otra cosa en el mundo.

Sólo que él no le haría daño. Croft, sí. Pero... ¿él? No estaba segura. No estaba segura de nada.

(...)

- Joder, ya estamos otra vez.

Otro hombre en esmoquin se había acercado a Lara y le parloteaba a la cara. Lara estaba mirándolo con expresión entre indiferente y agotada. Ya no se molestaba en fingir cortesía. A su lado, Anna miraba al pretendiente con ojos como platos.

- Dime que no está tirándole los trastos.

- Ehhh... - la voz de Zip vaciló en su altavoz de oído - . Mejor no te lo digo, jefe.

Kurtis soltó un gruñido e, instintivamente, hizo crujir los nudillos.

- Estoy empezando a cansarme de esta mierda.

- Eh eh eh, calma, jefe. ¡Nada nuevo bajo el sol! Todos los perros siempre acuden a olisquear a Croft. Ya sabes, es una chica de primera. Pero para ella ninguno vale un céntimo. Ninguno te llega a las suelas, jefe. ¡Madre mía! Si se ha pasado toda la vida espantando moscones.

- Por lo menos ese imbécil podría esperarse a que mi hija no estuviese delante.

- Ugh, sí, eso es asqueroso.

De pronto, vio cómo Anna se adelantaba y contestaba algo rápido y seco al hombre que, extralimitándose sin duda, había puesto una mano sobre el brazo de Lara. El hombre enrojeció de golpe y se apartó, retirándose a toda prisa. Lara sonrió y acarició levemente el cabello de su hija.

Zip estaba atragantándose de risa.

- ¿Qué le ha dicho? – quiso saber Kurtis.

- Eh bueno... digamos que le ha mandado a un lugar muy especial.

- Ésa es mi chica.

Nunca lo admitiría delante de Zip. De hecho, nunca lo admitiría delante de nadie, pero lo mortificaba en extremo ver a los moscones revolotear alrededor de Lara. Estaba realmente cansado. No eran celos, no, o al menos eso era lo que se decía a sí mismo. No había motivos, ya que Lara los espantaba uno por uno, como venía dicho.

Pero él cada vez estaba más cansado de verlo a distancia. Cansado de tener que esconderse. Cansado de estar no en un segundo – ese honor correspondía a Anna – sino, de hecho, en un tercer plano. Cansado de tener que permanecer aparte, en la penumbra, rechinando los dientes y haciendo crujir los nudillos mientras los moscones desfilaban uno por uno y ella los espantaba uno por uno. Estaba cansado del perfil bajo. Quería importar. Quería ser visible. Si él estuviera a su lado, no se acercaría ni uno.

Pero así lo habían pactado hacía tantos años. Él trabajaba mejor con un perfil bajo. Él odiaba los grandes focos. Se le daba mal hablar en público. No tenía los modales corteses y aristocráticos que Lara sabía desenvolver tan bien. Anna los tenía, pero los usaba sólo cuando le daba la gana, y en cualquier caso, se le perdonaba por ser una niña, aunque ya no le quedara mucho tiempo para ello.

Él estaba mejor en la sombra.

O eso había creído hasta aquel momento.

Uno sirve. Uno se desvanece. Uno pasa desapercibido. Uno...

Se sentía fatal. Ya no podía más con aquello. Quería estar junto a ellas. Quería que lo vieran junto a Lara. No por la aprobación social, eso no. No podía importarle lo más mínimo lo que otros pensaran de él. Pero estar junto a ellas, junto a su hija, junto a la madre de su hija. Que dejaran de decir que ella no tenía padre. Que dejaran de murmurar a las espaldas de Lara, mientras de cara intentaban cortejarla. Que dejaran de menospreciarlas.

Ni siquiera le había dado un apellido. Pero ¿qué apellido darle? ¿El de Trent, un apellido falso, indigno, un apellido de soldado, un apellido de peón? ¿El de Renner, tan falso como el primero, un apellido de asesino, de mercenario, de matarife? O peor aún, el de Heissturm, ése que tanto odiaba, el apellido de un caballero, un linaje antiguo, más noble que los más nobles blasones aristocráticos de Inglaterra, pero igualmente un apellido maldito, el de un condenado, el de un servidor, el de un oprimido.

Semper Te Ipsum. Siempre sé tú mismo, decía el antiguo blasón de los Heissturm. Buena ironía, semejante lema para una familia de mártires, de servidores, de condenados al más aciago de los destinos.

Pero él, ¿qué era?

Sus apellidos eran indignos de su hija, de una niña que debía crecer feliz, de una niña que debía crecer libre. Por eso se había llamado Croft. No había nada que él pudiera darle. Pero Lara se lo podía dar todo. Y así había sido.

Creía que podía vivir con ello. Pero ahora dolía, dolía muchísimo. El amor y la lealtad de ella era lo que le hacía soportarlo. Pero si la certeza del amor fallaba...

Quizá por eso la había pedido en matrimonio.

Quería importar.

Me estoy haciendo viejo, pensó agotado. La cabeza se le estaba llenando de estupideces. ¿Desde cuándo había necesitado él la aprobación de nadie?

Y, aun así, no quería estar allí, en la otra punta de la sala, escondido, en la penumbra.

Quería estar con ellas. Ése era su lugar.

(...)

- Y ahora, basta de anécdotas.- dijo de pronto Selma, pasándose el micro de una mano a otra – Creo que ya estamos todos hartos de ellas y me comunican que las gambas se han acabado. – hubo un coro de risas. Anna se deslizó discretamente detrás de su madre – Es el momento de revelar la gran sorpresa de la noche.

Dio un par de palmadas y un par de colegas subieron al escenario empujando un carrito con un gran bulto cubierto por una tela.

- Llevo unos años conspirando con Patrimonio y el Ayuntamiento de Göreme para esto. – reveló, excitadísima. – Y creo que todos estaremos de acuerdo que, sin ellos, buena parte de lo que ha sido este hallazgo no se habría producido.

Oh, no, pensó Kurtis durante un breve instante, pero era demasiado tarde.

Selma alzó la tela de un tirón espectacular – había que reconocerle cierto talento como maestra de ceremonias – para revelar la maqueta de un monumento, concretamente, de un inmenso conjunto escultórico.

- La madre que me parió.- se le escapó a Kurtis entre dientes.

- ¡Más bien el padre que te engendró, jefe! – se rio Zip en su oído.

Allí estaba él, maldito fuera una y cien mil veces. Konstantin Heissturm, paladín del Bien, héroe de los Lux Veritatis y mártir de la Sagrada Orden, quien luchara su vida entera por causa de la justicia contra el Alquimista Oscuro, y que había muerto de muerte lenta y dolorosa en las cavernas de Tenebra, crucificado cual Mesías liberador de su propio pueblo; se erguía triunfante como la figura más grande de todo el conjunto. Era él, no cabía duda, su rostro, su musculatura, su aire adusto y aguerrido, y junto a él y por debajo de él, un grupo adicional de figuras de bronce viejo; hombres, mujeres y niños, alzando el rostro hacia el cielo, unos en oración, otros en actitud aguerrida. Kurtis sintió un escalofrío adicional al constatar que reconocía no uno, sino muchos rostros.

- Estáis viendo el prototipo de lo que será un enorme memorial a los Lux Veritatis que murieron masacrados en Tenebra, bajo nuestros pies. – seguía explicando Selma, ahora con una voz más calmada y solemne – Ciento veinte personas, que hemos logrado identificar exitosamente gracias a los tituli que sus asesinos colocaron en sus cruces, pero también, gracias a la inestimable ayuda de Marie Cornel, quien ha cooperado con nosotros para identificar, pero también para aportar descripciones de sus rostros y apariencias. – hizo un gesto hacia Marie, que observaba el prototipo cubriéndose la boca con las manos, aunque era difícil aventurar qué significaba esa reacción suya – Desafortunadamente y como es lógico, la señora Cornel no los conoció a todos, ni los recuerda a todos, pero aquellos que han podido ser plenamente recreados están en este conjunto que debemos nuestro célebre artista local...

Kurtis dejó de escuchar. Le zumbaban los oídos. Qué chiste tan grande. Su padre debía de estar tronchándose de risa desde el infierno. Si es que había aprendido a reír allí, porque lo que fue en vida...

- Jefe, respira hondo – oyó de nuevo la voz de Zip – o se te agriará la lefa.

- La tengo agriada de sobra, gracias.- respondió él abruptamente – Espero que Selma esté satisfecha con este circo.

Todo apuntaba a que lo estaba.

- ... y una vez terminado el homenaje, los restos serán sepultados bajo el monumento. – seguía diciendo Selma - ¡Este acto era necesario! Puede que no pertenecieran a nuestra patria. De hecho, procedían de todas partes, eran de pueblos distintos, de razas distintas, incluso tenían religiones distintas, o ninguna de ellas. No importaba: su causa común era la lucha contra la injusticia, contra una organización oscura y asesina; y sus agentes. Murieron porque lucharon. Y nosotros vivimos porque vencieron, aunque les costó la vida. Este memorial es lo mínimo que pode...

Y entonces, un agudo chillido rasgó el aire y puso fin al homenaje.

(...)

Lara fue la primera en darse cuenta, aunque casi fue la última. Si no se hubiese girado a mirar a su hija, probablemente no se habría apercibido hasta que hubiese sido demasiado tarde.

Casi fue demasiado tarde, en cualquier caso.

Anna llevaba inmóvil y silenciosa desde que Selma había empezado a hablar del memorial. Eso ya era de por sí bastante raro, ya que lo habitual en ella era moverse como si tuviese el baile de San Vito, pasando el peso de un pie a otro, cruzando y descruzando los brazos, soltando breves bufidos y dando a entender lo mucho que se estaba aburriendo. Pero Lara casi se olvidó de que la tenía al lado cuando vio el monumento. Volvió la vista atrás y buscó a Kurtis en la multitud, pero claro, era imposible encontrarlo.

Seguro que le está dando un ataque, pensó Lara. Le conocía bien y sabía que odiaría con todas sus fuerzas aquel pomposo homenaje. Es más, incluso ella, que no tenía parte en el asunto, lo encontraba de mal gusto. Era difícil decir si Konstantin Heissturm lo hubiese aprobado: no le había conocido. Pero sí sabía que las máximas de Kurtis eran el silencio, la discreción y el pasar desapercibido, y que aquellas eran una de tantas reglas aprendidas dentro del seno de la Orden. Los Lux Veritatis habían vivido y muerto en las sombras durante siglos. Aquel rimbombante monumento no parecía digno de ellos.

Ver a Kurtis airado, honestamente, no le hubiese provocado ningún placer, pero se sorprendió a sí misma al disfrutar la reacción de Betsabé. La mujer, distinguible por su plateado vestido y por la obligación impuesta de permanecer en un lugar visible, observaba el monumento con expresión boquiabierta y desconcertada. Luego miró a su alrededor, incómoda, y volvió a clavar la mirada en el prototipo, estupefacta.

A ver qué tal te sienta eso, mala pécora, pensó Lara, divertida. Quién te habría dicho que vivirías para ver el homenaje a tus enemigos. Saboréalo.

Desafortunadamente, no hubo mucho tiempo para saborear aquella pírrica victoria, porque entonces desvió la mirada hacia su hija. Y se le heló la sangre en las venas.

(...)

Pocas cosas en aquel mundo lograban asustarla, pero cuando vio a Anna casi se le doblaron las piernas. La niña constituía un espectáculo escalofriante, pues permanecía de pie, rígida, inmóvil y sin hacer el menor sonido, pero tenía la boca abierta y la mandíbula desencajada como si estuviese profiriendo un grito aterrador, aunque lo único que salía de ella era un hilo de saliva transparente que se le deslizaba cuello abajo. Los ojos estaban en blanco, aunque ese blanco estaba inyectado de sangre.

Olvidando toda discreción y delicadeza, Lara agarró a su hija por los hombros y la sacudió con fuerza, gritando:

- ¡Anna! ¡¡ANNA!! ¿Qué te pasa? ¿Qué ves? ¡¡CONTESTA!!

Si hubiera tenido unos pocos segundos, se hubiese dado cuenta de que Kurtis ya venía hacia ellas, empujando a la gente hacia un lado sin miramientos, y de que Betsabé, olvidado lo que sucedía en el escenario, los miraba con expresión asustada. Pero no tuvo ni esos segundos. De pronto, Anna lanzó un chillido desgarrador, agudo, que silenció a toda la multitud e hizo que absolutamente todos se giraran hacia ellas.

Sólo gritó una palabra. El nombre de Selma.

Y entonces todo estalló.

(...)

Al oír su nombre, la arqueóloga turca soltó el micrófono y corrió hacia el extremo del escenario. No hacia el lugar de donde había procedido el chillido, no tenía sentido. Sabía que era Anna. Nadie más tenía edad allí para gritar tan agudo. Y que Anna gritara sólo podía significar lo peor.

Selma podría haber hecho muchas cosas. Podría haber saltado del escenario y lanzarse al público, en un intento de salvar su vida, como cualquier egoísta hubiese hecho en un instinto natural de conservación. ¿Quién la hubiese culpado? Pero ella no era una egoísta.

Hubiese podido, como una perfecta estúpida, intentar proteger el prototipo de memorial y salvaguardarlo, ya que el artista no había presentado más que aquella versión definitiva. Pero ella no era estúpida, y el prototipo no era más que un objeto inanimado. ¿Qué es un objeto inanimado al lado de una vida humana?

Podría, en fin, haber corrido hacia Lara y Anna, pero ellas eran fuertes, capaces y tenían recursos. No la necesitaban. Por lo tanto, se dirigió hacia la única persona realmente indefensa, la que no podía apenas moverse, la que no podía escapar con suficiente rapidez.

Apenas tuvo cinco segundos. En aquellos cinco segundos, Selma Al-Jazeera, arqueóloga y recién doctorada summa cum laude, que era inteligente, hábil y trabajadora, que amaba su trabajo y lo había dado todo por él, pero que ante todo, era una buena persona, generosa y de gentil corazón; corrió hacia Marie Cornel, que la observaba petrificada de terror, puso ambas manos sobre sus hombros y la empujó fuertemente hacia atrás, lo justo para ver cómo la silla se volcaba y tanto ella como Marie caían del escenario para aterrizar en medio del público, fuera de la plataforma.

Dios mío, pensó Selma, sintiéndose tremendamente culpable, espero que no se le rompa ningún hueso.

Y entonces todo estalló.

(...)

La superficie del escenario se combó como si fuese una ola durante un milisegundo, para luego estallar en pedazos. La ola expansiva barrió las primeras filas de asistentes, lanzando a la gente contra el suelo, proyectada contra las columnas, paredes y ventanas. Los cristales estallaron en pedazos, generando una lluvia afilada y letal. Una lengua de fuego enorme lamió los alrededores del escenario.

Antes de que hubiesen pasado unos pocos segundos, la sala estaba sumida en el caos y en el horror. Nadie sabía qué había pasado. Un humo espeso, negro, llenaba el aire. No se veía nada, salvo el resplandor de las llamas anaranjadas que lamían los restos del escenario. Se oían gritos y chillidos, la gente corría o se arrastraba por el suelo sin orden ni control, y había muchos, demasiados cuerpos absolutamente inmóviles en el suelo.

Kurtis, que había salido lanzado hacia atrás con la onda expansiva cuando casi estaba junto a Lara y Anna, y que había aterrizado de espaldas, tras volar literalmente varios metros hacia atrás, sobre la mesa del buffet, se puso en pie rápidamente, entre los restos de comida y cristales rotos, y evaluó rápidamente sus heridas. Estaba casi ileso, sentía dolor a causa del impacto, que resultaría en algunas contusiones, y había manchas de sangre expandiéndose en la hasta ese momento límpida camisa blanca; pero eran cortes superficiales producidos por los cristales rotos. Aparte del intenso zumbido en los oídos a causa del estallido, no sentía ninguna herida de gravedad. Así que se plantó en el suelo y se arrancó la chaqueta, tirándola hacia un lado. Actuó como siempre lo hacía: se desprendió de todo sentimiento o sensación, ignoró los gritos, lamentos y chillidos, se desprendió de una mano ensangrentada que le agarraba el tobillo y, doblándose para no inhalar el humo, retomó lo que estaba haciendo: llegar hasta Lara y Anna.

Ya habría tiempo para lamentarse, maldecir y asesorar qué había salido mal. Por de pronto, estaba claro que Schäffer se había marcado un tanto bastante estrepitoso. Ahora debía atender sus prioridades.

Cabeza fría, mente fría, se repitió, aunque casi las perdió cuando llegó a la masa de cuerpos amontonados y distinguió uno en particular.

Lara yacía de bruces, boca abajo. Al principio, como llevaba un vestido oscuro, no se dio cuenta, pero entonces vio los regueros de sangre que chorreaban por sus brazos y cuello, y localizó el origen: una pieza metálica, retorcida y ennegrecida, que estaba clavada en su espalda, a la altura del omoplato.

- Mierda puta. – masculló audiblemente, aunque debido a los gritos y aullidos de dolor de los demás asistentes, no se lo oyó. Deslizando los brazos alrededor de ella, Kurtis levantó a Lara, que no reaccionó en absoluto.

Bajo ella estaba Anna, que empezó a toser en cuanto notó que el peso sobre ella se aflojaba. La muchacha se incorporó sobre los codos y siguió tosiendo estruendosamente. Kurtis la observó: estaba cubierta de una mezcolanza de polvo, cenizas y sangre.

- ¡Anna! – gritó – Anna, ¿estás bien?

Ella asintió, parpadeando y apretando con fuerza los ojos, que tenía llenos de suciedad.

- ¡Estoy bien! – gritó, pero tenía la voz aflautada, temblorosa - ¡Ayuda a Mamá! ¡Se ha caído encima de mí y no se mueve!

La ha protegido, pensó Kurtis. Lara tampoco había perdido el tiempo. Su único acto consciente había sido lanzarse sobre su hija y cubrirla con su cuerpo. Por lo que Kurtis sabía, aquel pedazo de metal retorcido, en lugar de enterrarse en la espalda de Lara, podría haberse clavado perfectamente en la cara de Anna, y haberla matado al instante.

Kurtis se sentía como partido en dos; una parte de él, apenas consciente, pensó Bien hecho, milady, la otra acercó la boca al oído de la mujer y gritó:

- ¡Lara! ¡¡Lara!! ¡Contéstame, por favor! ¡¡LARA!!

Casi dio gracias al Dios en el que no creía cuando oyó un gruñido ronco y Lara empezó a moverse. Tenía el rostro también ceniciento y ensangrentado. Abrió los ojos, miró a su alrededor y se agarró a él con sus manos pegajosas de sangre.

- Kurtis... - murmuró. Sonaba ronca, como si hubiese gritado durante horas. Luego miró a su hija y constató que estaba bien – Anna... ¿qué tengo en la espalda? Me duele...

Voy a matar a ese hijo de puta. Lo voy a matar.

- Tienes un trozo de metal clavado en el omoplato. – la voz de Kurtis sonaba en su oído, junto a ella, pero no hacía falta, era él, su aroma, su calidez, a pesar del hedor de la sangre y del metal quemado.

Lara se lamió los labios llenos de cenizas y dijo:

- Sácalo.

Ya sonaba más decidida.

- Mamá, si te lo saca vas a sangrar mucho, y ya has sangrado una barbaridad.- Anna se había puesto de rodillas y la ayudaba a sostener; pero Lara se apoyó en el suelo y trató de ponerse de rodillas, pero se le resbaló la mano.

Estaba resbalando en su propia sangre.

- Sácalo. – repitió, dirigiéndose a Kurtis, más dura, más decidida.- No puedo moverme con eso ahí metido. Tengo el brazo paralizado.

Voy a matar a ese maldito hijo de puta, juró el exlegionario en silencio, y entonces agarró el pedazo de metal, que todavía estaba caliente. Lara dio un respingo. Anna bajó la mirada y, en silencio, empezó a hacer lo que le habían enseñado a hacer: preparar vendas. Se quitó la chaqueta y, sin más, empezó a desgarrar la valiosa tela en tiras.

Cabeza fría, mente fría, se repitió Kurtis mientras tiraba hacia arriba con todas sus fuerzas. Lara soltó un alarido que le taladró los oídos, pero la pieza salió de golpe. Inconscientemente, la metió en uno de los bolsillos del chaleco. Luego, ayudado por Anna, que trabajaba rápida y eficientemente, vendaron con fuerza la herida, pasando las tiras de tela alrededor del torso de Lara, hasta detener, por lo menos momentáneamente, la abundante hemorragia. Para entonces, los tres estaban ensangrentados.

- Papá... - le decía Anna, por encima del olor a sangre y el zumbido de los oídos – lo siento, papá, ha sido culpa mía... no me dio tiempo a... lo vi demasiado tarde...

Estaba a punto de llorar, pero la rabia podía con la tristeza. Se sentía más furiosa que asustada.

Él conocía bien esa sensación.

- No importa.- contestó bruscamente – No se ha podido evitar. Ese cabrón nos la ha jugado. Ahora hay que ver el siguiente paso.

Lara, que estaba semiinconsciente, abrió de pronto los ojos y se llevó una mano sucia y temblorosa al oído. Entonces Kurtis vio que todavía llevaba el comunicador en el oído. El suyo lo había perdido tras ser proyectado por la explosión.

- Está ahí.- masculló Lara entre los dientes ennegrecidos – Zip dice que está ahí.

Kurtis alzó la vista. Sólo veía humo y llamas, y formas informes moviéndose en la oscuridad. Pero la mano de Lara lo agarró con fuerza.

- ¡Está ahí! ¡Ve a por él! – la mirada implacable de un rostro ensangrentado lo atravesó. La mujer que amaba- ¡Ve a por él! ¡Ahora! ¡Que no se te escape! ¡Mátalo! ¡Mátalo!

En cualquier otro momento, habría protestado. Odiaba abandonarlas, y más estando ella herida. Pero tenía razón. Maldita sea, ella tenía razón.

- Yo cuido de ella, papá. – dijo una vocecita, y se vio pasando delicadamente el peso de Lara a los brazos de Anna, que apenas alcanzaba a sostenerla. La exploradora británica soltó un gemido de dolor y cerró los ojos, apoyándose en su hija. - ¡Cógelo! ¡Ahora!

Cabeza fría, mente fría. Si se le escapaba, todo sería en vano.

- Volveré.- les dijo, mientras se incorporaba y se giraba hacia el caos.

- Lo sé.- dijo Anna, sonriendo.- Siempre vuelves.

(...)

Pero luego ya no hubo ganas de sonrisas. Cuando su padre se perdió en el humo y las llamas, Anna notó que su madre se movía en sus brazos. Luego, ante su estupefacción, Lara se soltó y logró incorporarse a cuatro patas.

- Mamá, - le dijo – estate quieta. Has sangrado mucho...

Lara negó furiosamente con la cabeza. El moño se le había deshecho, el pelo, sucio y ensangrentado como toda ella, le colgaba en mechones lacios alrededor de la cabeza. Volvió a lamerse los labios y logró graznar una palabra.

- Selma.

Anna se estremeció. Tía Selma. No recordaba nada de lo sucedido. Estaba con su madre, oyendo el discurso de la arqueóloga turca, y de pronto todo había estallado. Había oído a alguien chillar, eso sí, el nombre de Selma, pero ¿quién había sido?

Lara avanzó a gatas, dos, tres, pasos. Al hacerlo, pasó por encima de dos cuerpos inmóviles. Anna intentó no mirarlos. Intentó no mirar nada a su alrededor. Cadáveres, pensó. Estaba lleno de cadáveres. Algunos gemían, otros se movían levemente, se oían gritos de dolor. Otros estaban inmóviles. No debo mirar, se dijo. Como hice en Sri Lanka.

- Mamá, por favor... - suplicó. ¿Por qué no se estaba quieta?

Lara soltó otro gemido y estiró el brazo ennegrecido. Anna miró hacia donde ella señalaba... y entonces la vio.

- Oh, no. – gimió – Oh, no, por favor.

Era ella. Imposible confundir su espesa cabellera oscura, su tez broncínea. Yacía boca abajo, y tenía el vestido quemado. La tela se había desintegrado en su espalda, y mostraba las quemaduras.

Y no se movía. No se movía.

Como en un sueño, Anna vio a su madre hacer un esfuerzo sobrehumano y arrastrarse, cuando ya no pudo gatear, hacia Selma. Agarró a la mujer inerte por un brazo y empezó a empujarla, pero no lograba moverla. Sólo entonces la niña se dio cuenta de lo débil que estaba Lara. Lara, que podía empujar enormes bloques de piedra sin apenas sudar.

Avergonzada por su inacción e indecisión, Anna se puso de pie y fue junto a ellas – intentando ignorar los cuerpos que no pudo evitar pisar. De rodillas al lado de Lara, dio un fuerte empujón al cuerpo de Selma y lo puso boca arriba. Dios, cómo pesaba.

La arqueóloga turca estaba inconsciente, su rostro cubierto de tierra. Incluso Anna, pese a su inexperiencia, percibió que no estaba respirando.

Lara le limpió la suciedad del rostro a manotazos, despejando nariz y boca, y a continuación la abofeteó varias veces, con toda la fuerza de que fue capaz.

- ¡Selma! – gritó, con una voz rota y cascada - ¡Maldita sea! ¡Despierta! ¡¡SELMA!!

Pero, aunque el rostro de la turca se giró bruscamente a un lado y a otro – incluso herida, las bofetadas que propinaba Lara eran temibles – no hubo la menor reacción. El rostro de Selma tenía rastros de sangre – la sangre de Lara – cuando ésta, sin dilación, se inclinó sobre ella y aplicó la boca a la suya para insuflarle aire.

Todavía aturdida, notando un zumbido en los oídos, Anna observó, impotente, cómo su madre soplaba aire en la boca de su amiga y presionaba su caja torácica una y otra vez, intentando reanimar el corazón detenido. No puede ser, se dijo Anna, hace un momento estaba sonriendo, y hablando, y moviéndose por el escenario...

Se había aburrido como una ostra, pero aquello resultaba aterrador. Peor, mucho peor que Sri Lanka, cuando había estado herida. Ahora estaba ilesa... pero el mundo se hundía a su alrededor.

- Maldita sea. – oyó jadear a su madre, que no se detuvo más que para recuperar el aliento – No hagas esto, Selma. No hagas esto. – y reanudó la maniobra.

¿Cuántas veces lo había intentado ya? A partir de media hora, ya es inútil, Anna creyó recordar. ¿Cuánto rato había pasado? Imposible decir, pero Lara se negaba a rendirse. No podía permitirlo. Selma... había estado con ellos desde casi el principio. Selma les había ayudado. Selma ya había sufrido su parte. Era injusto, muy injusto. No podía morir allí, en su momento de gloria, tan absurda y fugazmente. Era demasiado injusto...

- Mamá, para. Tienes que parar. – las manitas de Anna se posaron en su hombro. Lara notó un reguero de líquido caliente por la espalda y un aguijonazo de dolor. La herida se le había abierto. Las vendas estaban ya empapadas y no detendrían más la hemorragia. Sentía un agotamiento extremo, no podía más. Hasta la vista empezaba a nublársele.

- ¡Mamá, para, por favor!

No puedo, pensó Lara. No puedo dejarla morir. Ella es... ella...

Se inclinó de nuevo y repitió la maniobra. Una vez más. Una vez más. Sintió una oleada de náuseas. Dios, si vomitaré encima de ella. Estaba a punto de desmayarse.

- ¡¡Mamá!!

Dando un tirón, Anna la apartó con brusquedad de Selma, pero ya no hizo falta. De pronto, la arqueóloga turca sufrió un espasmo, se dobló hacia arriba y empezó a toser. Instintivamente, Anna la empujó hasta ponerla de lado, mientras Selma era sacudida por un violento acceso de tos. Luego abrió los ojos y miró a su alrededor, desorientada.

- ¿Qué? – balbuceó entre toses - ¿Cómo? ¿Qué ha pasado? – y entonces vio a Lara, ennegrecida, ensangrentada - ¡Dios mío, estás herida!

La exploradora británica sólo acertó a encogerse de hombros. Ya está. Luego, se desplomó inconsciente sobre Selma, arrancándole un chillido de sorpresa.

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