La Rusa©

By CoryMassiel

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***DISPONIBLE LIBRO EN FÍSICO*** Muchos piensan que estoy abatida, que han acabado conmigo. Se regocijan porq... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Epílogo
Extra: Verdadero monstruo
Extra: ¿Todo está bien?
Agradecimientos
Libro en físico
A LA VENTA EN AMAZON

Capítulo 8

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By CoryMassiel



Dos días pasan de la satisfactoria visita a Marlene Schmidt. Esta se ha mantenido al margen, de boca cerrada, tranquila e ignorándome. Todo lo contrario a Liebeskind. No sé qué mierda le ha pasado, pero el día de hoy ha estado insoportable, más exigente, más borde, más detestable. Me enorgullezco bastante de mi autocontrol, ya que, de no ser por él, tal vez lo hubiera estrangulado.

Odio esto: tener que aguantar su mierda sin poder decir nada.

Estoy acostumbrada a ser yo quien dé las órdenes, me cuesta ser solo un subordinado. Sin embargo, tengo fe en que los resultados de este teatro sean los esperados y pronto pueda recuperar lo que me pertenece.

Llego a la casa con el atardecer a mis espaldas y con un horrible dolor en mis pies, resultado de horas de ir de un lado a otro y estar de pie con los tacones. Dierk de verdad que me explotó hoy.

Al entrar al apartamento, me encuentro con Maxim y Sergéy hablando en voz baja. No veo a Dasha, por lo que deduzco que hablan de cosas importantes y más privadas como para que ella lo sepa.

—Tenemos problemas, ¿cierto? —comento con cansancio. Salgo de mis zapatos y quedo descalza sin importarme que sea algo que muestre debilidad ante una persona no cercana a mí.

Ambos hombres me ven; uno sin expresión, otro con preocupación en sus luceros grises.

—Te ves agotada —dice Sergéy.

Sonrío sin ganas.

—Lo estoy. Tengo un jefe explotador.

Mi hombre hace una mueca.

—Deberías acelerar eso —espeta refiriéndose a mis planes.

Me encojo de hombros.

—Todo a su tiempo. ¿Qué sucede? —Dejo el bolso en el sofá y me cruzo de brazos frente a ellos. Adopto una pose más atenta.

Egor, mi hombre, ha cumplido con su trabajo. Dominic Lexington estaba en el hospital hasta hace unas horas.

Las palabras de Maxim expulsan el cansancio de mi cuerpo y dibujan una sonrisa de complacencia en mis labios.

—Excelentes noticias.

—Sí, las otras no lo son tanto —el tono serio de Sergéy presagia cosas malas. Le hago una seña para que continúe—. Tu hermana, Yelena, está en el hospital.

Mi corazón se vuelve de hielo y envía frío por todo mi torrente sanguíneo. Me quedo paralizada mirando el rostro de mi soldado a la espera de que me diga que es una maldita broma. Mas no lo hace.

Trato de no tartamudear al hablar.

—¿Qué le pasó? ¿Por qué sé esto hasta ahora? —Mis dientes casi rechinan de tan apretados que están.

Sergéy se percata de ello, se levanta y posa las manos en mis hombros. —Tranquila. No vayas a perder el control —susurra casi inaudible—. Ha sido por el síndrome. Ha desarrollado diabetes tipo 1, pero los doctores la tienen controlada y pronto se irá a casa.

—Estaba teniendo un tratamiento, ¿por qué sucedió esto? Y no me has respondido el porqué me lo dices hasta ahora —suelto.

Él suspira.

—No soy médico, ¿sí? Te estoy repitiendo lo que me dijo Boris. Él tampoco sabe mucho.

Me zafo de su agarre.

—¡Ustedes los hombres son unos idiotas que no piensan más allá de su maldito pene! —ladro, agarro mi bolso y saco mi móvil. No me importa ocultarme ahora, solo me interesa saber exactamente qué tiene mi hermana—. ¡La gente pregunta, se orienta, despierta el sentido del saber! ¡No pueden conformarse con tan poco y darme una explicación tan vaga de lo que tiene Yelena! —Mis manos tiemblan mientras busco el número de Boris que tengo agendado. Cuando voy a marcar la tecla de llamada, me arrebatan el teléfono—. ¡Dame eso! —le exijo a Sergéy.

—¿En serio vas a arruinar todo? ¡Hemos trabajado por semanas ocultándote y vas a echar esto a la mierda por no saber todo a detalle!

Tomo una respiración profunda.

—Dame el maldito teléfono —rechino muy lento.

Sé que no estoy siendo razonable y sé que Sergéy está en lo correcto, pero es mi hermana, mi sangre, una bebé inocente que he prometido proteger con mi vida.

—Piénsalo mejor, Svetlana —la voz dulce de Dasha me hace mirar en dirección al pasillo. Ella me contempla con preocupación—. Puede llamar Sergéy o yo, mas no tú. No lo hagas.

Llevo mi mano a mi frente e inhalo largo y tendido. Siento una desagradable presión en mi pecho que amenaza con asfixiarme. Necesito saber más sobre mi pequeña Nadya.

—Bien. Llama tú y pídele a Boris que te pase a mamá. Exígele todos los detalles, por favor. —Dasha asiente y Sergéy le tiende su móvil personal. Me vuelvo hacia él—. ¿Desde cuándo lo sabes?

—Hace unas horas.

Suspiro.

—La próxima vez, me pones un texto. ¿Algo más que me saque de mis casillas? —Paso mis dedos por mi pelo. Sergéy pone un rostro más duro.

Maxim carraspea. Había olvidado completamente que él está aquí.

—Mis hombres quieren que des la cara. Te has mantenido resguardada, ellos quieren que les des motivos y razones para continuar contigo y no con Lavrov. —Levanto mis cejas ante las palabras de mi contacto—. Si bien no les hago caso en todo lo que dicen, esta vez me temo que tienen razón. No darles explicaciones de tus actos, pero preservar en el equipo el deseo de seguirte a ti y demostrar que la Bratva no está dividida, que nada más está pasando por un momento difícil. Solo te pido una reunión, solo una.

Sopeso eso unos segundos. Justo ahora mi poder está débil, casi nulo. Perder esta fracción de la Organización, por más pequeña que sea, me pondría en más aprietos de lo que estoy. Necesito hombres dispuestos a pelear conmigo en Moscú, no tipos disgustados.

—Está bien. Convoca a tus hombres para dentro de tres días, me presentaré ante ellos.

—Bien. Gracias.

Luego de ultimar unos detalles sobre la reunión, Maxim se marcha dejándonos a Sergéy y a mí sumidos en el silencio y la tensión. Cierro los ojos y aprieto los párpados. Estoy fuera de control y me comporto como una perra con los que no debería.

—Lo siento —suelto de repente. Sergéy me ve, confundido—. Lo que pasó hace un rato no debió suceder. Somos un equipo, no puedo ser tan irracional.

—Tú eres la jefa —gorjea con una sonrisa burlona.

Golpeo con suavidad su brazo.

—Eres un idiota —me río, pero me interrumpo cuando veo a Dasha salir del pasillo y caminar hacia nosotros, entonces la ansiedad me embarga—. ¿Pudiste averiguar algo?

—Ha sido por causa del síndrome. El médico le dijo a Larissa que era cuestión de tiempo que desarrollara diabetes, ya que un gran porcentaje de los que padecen este trastorno genético lo sufren. Es alguno de los riesgos. Todo está controlado, le han indicado un tratamiento y ella está bien. Ha dado en el hospital debido a un desmayo mientras jugaba. Está fuera de peligro y ahora duerme. ¿Es suficiente para ti?

—Sí, gracias. —Aunque no estoy aliviada, la inquietud está ahí todavía—. Si me disculpan, me voy a retirar.

Agarro mis cosas y me voy a mi habitación. Mi corazón no ha dejado de latir a toda velocidad desde que he sabido lo de mi pequeña. Estar alejada de mi familia me está afectando más de lo que pensé. Necesito resolver mi situación para que puedan volver a mí, no me imagino qué cosas más puedan suceder si sigo tan lejos de ellos.

Bien, Dierk. Es hora de poner las cosas en marcha. Solo espero que me lo hagas fácil.

En el camino hacia la reunión con la gente de Maxim, hago a Sergéy detenerse en un teléfono público. Tengo una llamada que hacer y que no he tenido oportunidad de realizar.

Marco el número de Dominic y espero una eternidad antes de que me responda con voz rasposa.

—¿Durmiendo tan temprano, Dom? ¿Y eso? ¿Acaso estás oportunamente enfermo? —digo en tono jocoso y escucho un gruñido a través de la línea.

Eres una maldita perra —escupe.

Me río.

—Lo sé, cariño. Lo sé. Pero es una pequeña advertencia, no es nada comparado con lo que te puedo hacer si llegas a abrir la boca —mi voz baja unos decibeles, proyecta rencor, odio y malicia—. Te lo dije, Dominic. Dices algo de mí y te irá muy mal.

Pero no he dicho nada.

—Te comunicaste con Lavrov para venderle información. ¿Qué más sería? Tengo ojos y oídos en todas partes, imbécil —le gruño entre dientes—. Más vale que te mantengas al margen o la próxima vez no vivirás para contarlo.

Cuelgo el teléfono de un golpe y me dirijo al auto, donde me deslizo en mi lugar. Sin ninguna palabra, Sergéy acelera y continuamos nuestro viaje hasta el territorio de la Bratva en Frankfurt.

Al llegar a la casa de Maxim, nos recibe una mujer vestida muy elegante, quien me da una sonrisa amable y derrocha respeto.

—Bienvenida, Lana. Yo soy Milenka, soy la hermana de Maxim y soy su asistente. —Me tiende la mano y se la estrecho de forma rápida.

—Hola —digo seca.

Sergéy solo asiente. Milenka le hace ojitos cuando lo mira y no recibe reacción alguna.

«Suerte con ello, cariño».

Pasamos el umbral de la puerta y Milenka nos guía hacia la sala de estar. Allí hay varios hombres, supongo que los más importantes dentro del asentamiento. Esperan sentados mientras toman un trago.

Hago mis pisadas más fuertes para llamar su atención. Y lo logro. Todos se levantan cuando me ven entrar. Los que fueron al apartamento muestran su lealtad con facilidad, sin embargo, hay otros que no se notan muy contentos con mi presencia. Quiero creer que están enojados y que no es por otra cosa.

—Svetlana Záitseva —presenta Maxim con una sonrisa teatral. Odio cuando la gente hace eso.

Ojos indeseables se pasean por todo mi cuerpo.

He elegido la vestimenta a posta; falda a la altura de las rodillas, ajustada, marcando cada atributo, y a juego un top con mucho escote y de mangas largas. Ambas prendas del mismo color rojo como la sangre oscura.

Mi rostro lleva una máscara seria e imperturbable, esa que siempre he usado para los negocios.

No digo nada, solo camino hacia el sillón individual. En él no hay nadie y me siento en el apoyabrazos. Inspecciono a cada presente; hay dos hombres en particular que no me agradan para nada. Sus miradas no presagian nada bueno.

—Señores.

—Hasta que por fin das la cara —se atreve a decir uno de los que ya tengo en la mira. Me escanea de arriba abajo—. Eres solo una niña.

—¿De verdad le parezco una niña? No sabe lo que esta niña puede hacer —recalco la palabra «niña» en cada oración.

—He escuchado rumores —espeta con ironía.

—No lo son. Es verdad cada palabra. —Cruzo mis piernas y miro a cada uno—. La Bratva es mía, no me estoy escondiendo por miedo, sino por estrategia. He tardado, sí, pero mis planes son difíciles y arriesgados, por lo que debo andar con cuidado. Aquel que me siga sin rendirse en el camino, será recompensado. En estos momentos es que más necesito de la lealtad de mi gente.

Algunos asienten, otros son más indiferentes. No me gusta esto para nada. Odio dar discursos y explicaciones.

—¿Y qué nos detiene de ignorar tu palabrería bonita y aliarnos a Ruslan Lavrov? —indaga el mismo hombre desesperante de antes.

Todo mi cuerpo entra en tensión y lentamente, cual pantera, me levanto de donde estaba sentada.

Mi rostro se desfigura en una mueca de rabia.

No es de mi agrado que me desafíen. Ya no sé cuántas cosas que no me gustan he recitado en mi cabeza.

Lo reto con la mirada.

No quiero a este sujeto a mi lado, presiento que va a ser un dolor en el culo. Tendré que hablar con Maxim, que controle a sus soldados. No deberían bajo ningún motivo enfrentar a su jefa, a su cabeza, no a una enojada y con sed de venganza como yo.

—Todo aquel que elija traicionarme será ejecutado junto a Lavrov por mis propias manos. 

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