—¡Aléjate! —ordené.
—Lindas rosas, me agrada el detalle de la flecha.
—¿Qué quieres? —pregunté.
—Sembrar la discordia, como diría Eris.
Avanzó lentamente en dirección a la cama. Estar acostada me hacía sentir vulnerable, así que me levanté, quedando frente a él.
La luz de la luna se colaba a través de la ventana, y junto a la lámpara, daban en su rostro. Era increíble el parecido que tenía con Eros, salvo porque él siempre enseñaba una sonrisa juguetona, mientras que la de Anteros era maliciosa.
Entonces me di cuenta de un detalle. Tenía una flecha atravesada en el hombro izquierdo, justo arriba de donde debía estar su brazo. Ya no lo tenía.
—¿Cómo te hiciste eso? —pregunté, alarmada.
Anteros miró la zona faltante.
—¿Esto? Creí que ibas a deducirlo tú misma —contestó con naturalidad, como si estuviéramos hablando del resfrío que se pegó la semana pasada—. Verás, mi querido hermano estaba un poco enojado el día de ayer.
Me quedé sin palabras y una corriente fría recorrió mi espalda. Eros le había arrancado el brazo a su hermano, a eso se refería esa mañana con: "conservar todas sus partes".
—Ya fue, Anteros, en serio entiendo que es difícil por lo que estás pasando, pero es mejor que resuelvas tus problemas hablando directamente con tu hermano, jugando sucio no vas a conseguir nada. Te lo digo por experiencia.
—¿Jugar sucio? ¿Yo? —cuestionó ofendido—. ¿Y qué me dices de tu novio?
—Sé que quitarte tu corazón no fue lo más indicado, mucho menos hacerte perder el brazo, pero...
—Pequeña, no estoy hablando de mí ahora, sino de ti. —Anteros se acercó aún más, y me vi obligada a retroceder—. ¿O es que no te ha contado?
—¿Contarme qué?
—Las letras pequeñas de su trato, obviamente.
Fruncí el ceño.
—¿De qué hablas? —interrogué.
—Eros te engañó, Liz. No tiene ni la más remota idea de si eres su esposa perdida o no, ahora está encaprichado contigo, pero pronto se le pasará, encontrará a otra chica que se parezca a Psique y se rendirá a sus pies —dijo.
Mis párpados se abrieron, Anteros estaba picando una vieja y peligrosa herida, pero no iba a caer.
—Tú solo quieres hacerme dudar —respondí.
—Es que deberías dudar, ¿cómo aceptas tan fácil a alguien que solo te quiere porque cree que eres la reencarnación de su novia? ¿Tan poca estima te tienes?
No supe que responder, esa era una pregunta que intentaba evitar hacerme a toda costa.
—Puede ser, pero eres la última persona con la que quiero hablar de eso...
—Si Eros te amara —Me interrumpió—, no te habría mentido.
—No sé de qué hablas —repliqué.
—¿Por qué crees que se apareció ante ti? Desde un primer momento, te mintió sobre el trato. Y estabas tan ebria que ni siquiera eres capaz de recordarlo.
—Tú no sabes...
Anteros sonrió con satisfacción, leyendo la duda en mi rostro.
—¡Y esa noche en el hotel de Nicte! Solo te libró de la mitad de la maldición que por su culpa, pesa sobre tus hombros.
No supe qué responder.
¿De qué estaba hablando?
Se acercó aún más, y susurró:
—Soy el dios del amor verdadero, deberías creerme, pequeña.
Guardé silencio, sabiendo que no debía creerle, sin embargo ese silencio iba a penarme un largo tiempo, pues en ese momento, la puerta se abrió de golpe y Medusa entró, gritando mi nombre.
La Gorgona clavó sus ojos en Anteros, y éste, por los poderes de Atenea, acabó convertido en piedra.
Todo sucedió muy rápido, apenas un parpadeo y acabó.
No recordé cómo se respiraba hasta que Medusa llegó a mí y me trajo de regreso a la realidad.
Miré la escultura de Anteros, no se veía sorprendido ni sobresaltado por la repentina aparición, seguía teniendo la misma mirada maliciosa de siempre. Probablemente ni siquiera tuvo tiempo de comprender lo que pasaba. Eligió una mala noche para venir de visita.
—¿Estás bien? ¿No te hizo daño? —preguntó.
—Yo... no...—Seguía aturdida.
—Tienes que estar tranquila, se ha convertido en piedra, ya no podrá volver a molestarte.
Medusa sonrió y me obligué a corresponder. En realidad, me habría gustado poder hablar más con él y entender a qué se estaba refiriendo con su última acusación, pero ahora era imposible.
Me ayudó a volver a acostarme, pues seguía demasiado conmocionada.
—¿Cómo supiste que estaba aquí? —cuestioné.
—Lo distinguí por la ventana cuando estaba en el patio.
Asentí lentamente, cubriéndome con las sábanas otra vez.
—Quizás debí haberte pedido ayuda desde un principio —comenté.
—Por fin he cumplido con el propósito de Atenea, ser la protectora —dijo sonriente—. Tenemos que hacerlo otra vez, cuando aparezca otro villano.
Para ser un monstruo milenario, Medusa era increíblemente inocente.
—Tranquila, amiga, a la sociedad villanos le sobran —contesté.
Mi salvadora arrugó el entrecejo.
—No te ves muy feliz —acusó.
¿En serio era tan evidente mi confusión?
—No, es que... necesito hablar con Eros —le dije.
—Comprendo —contestó, animándose otra vez—. Tienes que darle la buena noticia. Saldré para que puedan hablar tranquilos.
Acto seguido, desapareció por la puerta, tal y como lo había anunciado.
Aguardé un segundo, tomando confianza.
Sin estar segura de nada, murmuré el nombre del dios griego del amor.
Eros se apareció casi de inmediato.
—A sus órdenes —anunció, con exagerada galantería. Entonces reparó en la estatua de su hermano—. ¡Wow! ¿Quién es el artista?
—Medusa lo convirtió en piedra —expliqué.
Eros se acercó a examinar la obra de arte.
—Pues tendré que felicitarla personalmente —Se dio la vuelta y me abrazó—. Al fin estaremos tranquilos, amor.
Intentó besarme, pero lo detuve.
—Anteros me contó algo —anuncié—. Y me gustaría que lo habláramos.
Eros frunció el ceño.
—No deberías creerle, sabes que no es confiable.
—Sí, pero me dijo que tú... —Dudé—, me mentiste sobre el trato cuando te apareciste en mi cuarto, la primera vez...
La boca de Eros se arrugó, confirmando mis sospechas.
—Es cierto que los términos entre el acuerdo que hiciste sobria y el anterior no son exactamente iguales —confesó.
El mundo entero se me vino abajo.
—Dijo que por tu culpa, hay una maldición sobre mí...
—Bueno, maldición así como tal no es —contestó.
Mis labios se abrieron sin poder creer lo que oían.
—¡¿Qué me hiciste?! —exclamé.
Sus parpados se ampliaron.
—No, Liz, lo que Anteros te dijo está tergiversado por él. Puede que hayan dos acuerdos, pero hay uno que no podría cumplir...
—¡Me engañaste! —chillé.
Todas mis dudas, absolutamente todas me asaltaron, una tras otra, sin darme tiempo de estabilizarme.
No era la reencarnación de Psique, y aunque lo fuera, él siempre me querría por eso, nada más.
Era un sustituto, un buen sucedáneo para un amor que nunca volvería.
Una chica débil fácil de engañar.
Una niña frágil, que intentó parecer fuerte.
Una joven necesitada de afecto.
La víctima perfecta para sus engaños.
El objetivo ideal tanto para él como para cualquier otro embaucador.
Él no me amaba, solo deseaba a la persona en quien quería convertirme.
—Vete —pedí—. No vuelvas.
—Liz, al menos escúchame —pidió—. La noche en el hotel de Nicte, tenías tus impulsos sexuales reprimidos y yo...
Podría haberlo escuchado, claro que sí, pero en realidad, su explicación, combinada con las palabras de Anteros era una mezcla terrible. No sabía si podía estar con él, con tantas dudas atacándome.
—No quiero —le dije—. Necesito pensar, aclarar mi mente, así que por favor, dame un espacio.
Vi el dolor en sus ojos y quise arrepentirme de lo que decía, pero en realidad, necesitaba un tiempo para asimilar todo antes de volver a hablarle.
—Como quieras —contestó.
Su figura desapareció en la oscuridad, y finalmente no fui capaz de controlar el nudo que apresaba mi garganta.
Me eché a llorar, cubriendo mi rostro con la almohada. Medusa entró, seguramente alertada por mis tristes gemidos, me preguntó qué pasaba, pero no fui capaz de responderle.
Me acosté en su regazo y dejé que acariciara mi cabeza, mientras intentaba calmar mis lágrimas.
Nuevamente, me sentía vacía.
.
.
.
Fin