Razones para amarte W1 [𝐄𝐝�...

By Artemisa_L

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WHITEMORE 1 Gabrielle Stanton, duquesa viuda de Worcester había pasado su juventud casada con un monstruo. Ll... More

Prefacio.
Capítulo Uno.
Capítulo Dos.
Capítulo Tres.
Capítulo Cuatro.
Capítulo Cinco.
Capítulo Seis.
Capítulo Siete.
Capítulo Ocho.
Capítulo Nueve.
Capítulo Diez.
Capítulo Once.
Capítulo Doce.
Capítulo Trece.
Capítulo Catorce.
Capítulo Quince.
Capítulo Dieciséis.
Capítulo Diecisiete.
Capítulo Dieciocho.
Capítulo Diecinueve.
Capítulo Veinte.
Capítulo Veintiuno.
Capítulo Veintitrés.
Capítulo Veinticuatro.
Capítulo Veinticinco.
Capítulo Veintiséis.
Capítulo Veintisiete.
Capítulo Veintiocho.
Capítulo Veintinueve.
Capítulo Treinta.
Capítulo Treinta Y Uno.
Capítulo Treinta Y Dos.
Capítulo Treinta Y Tres.
Capítulo Treinta Y Cuatro.
Capítulo Treinta Y Cinco.
Capítulo Treinta Y Seis.
Capítulo Treinta Y Siete.
Capítulo Treinta Y Ocho.
Capítulo Treinta Y Nueve.
Capítulo Cuarenta.
Capítulo Cuarenta Y Uno.
Capítulo Cuarenta Y Dos.
Capítulo Cuarenta Y Tres.
Capítulo Cuarenta Y Cuatro.
Capítulo Cuarenta Y Cinco.
Capítulo Cuarenta Y Seis.
Capítulo Cuarenta Y Siete.
Capítulo Cuarenta Y Ocho.
Epílogo.
NOTICIAS + AGRADECIMIENTOS.

Capítulo Veintidós.

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By Artemisa_L

No tenía ni la más remota idea de cómo comenzar a describir sus pensamientos actuales. Por un lado, necesitaba asegurarse de cualquier medio de que la mujer entre sus brazos se encontrara segura, borrar cualquier vestigio de dolor y brindarle la calma que necesitaba. Pero otra parte de sí mismo, una más oscura y voluble solo anhelaba tener a esa basura de Worcester frente a él para reducirlo a un cuerpo sanguinolento a base de golpes. David tuvo desde hace mucho tiempo el presentimiento de que algo no estaba del todo correcto con la actitud distraída y triste de Gabrielle, había tanto en sus ojos que casi podría asegurar que la pobre mujer cargaba el peso del mundo sobre sus hombros.

Y ahora tendría que acompañarla a ese maldito bar al que estaba seguro nada bueno aguardaba. Recordaba de primera mano sus experiencias de Small Town cuando el clan irlandés se reunía en el Seamair para planear sus nuevos atracos. Estaban caminando directamente a una trampa y él sabía perfectamente como iba a terminar todo, pero también era verdad que, si realmente se estaban enfrentando al hecho irrefutable de una imagen de noble, necesitarían sujetarse a cualquier indicio de pruebas como una soga salvavidas en el océano.

Ese lugar parecía traerle grandes esperanzas a Gabrielle y solo Dios sabía cómo hacer cambiar de opinión a una mujer cuando se trataba de sus hijos.

—¿Irás conmigo? La nota dice que tengo que asistir sola, si ellos te ven quizá huyan —explicó confundida.

—No me verán —contestó de forma que no logró convencerla—. Ya que no desistirás, tampoco puedo dejarte ir sola, ¿sabes si quiera donde está Marine John?

Gabrielle parpadeó claramente no teniendo en cuenta ese detalle. Una mujer de su categoría no podría tener en cuenta la localización de esa clase de lugares inmundos.

—Si mi memoria no me falla, debe ser el que está junto al desembarcadero de las últimas avenidas, justo frente a los muelles de la Calle Bulgary —replicó en automático—. Es un bar famoso entre los bajos barrios.

Fue el turno de David de obsequiarle una mirada de auténtica sorpresa.

—Vaya, parece que has estado estudiando los mapas.

—No en realidad. Conozco bastante bien toda la ciudad, desde las colinas verdes de las residenciales nobles hasta las viviendas oscuras de doble piso —suspiró como perdiéndose un segundo en los misterios de su memoria—. Nuestro padre fue muy excéntrico, inculcó a todos sus hijos el conocimiento de ésta ciudad porque, en sus palabras, era nuestra y debíamos dominarla.

David se quedó un momento tan solo observando cuan marchita lucía hablando de su pasado. Harold Whitemore no solo lastimó a su madre obligándola a someterse, también dejó una herida imposible de cerrar en todos y cada uno de sus herederos. Esa clase de hombres que tiene que demostrar constante que es él quien está a cargo para sentir su ambiente en control y a salvo. Un malnacido dispuesto a pisotear todo aquello a su alcance para su propio placer.

Su pobre madre fue una de sus víctimas, y ahora también por su culpa Gabrielle se encontraba atada al apellido una familia que le exigía lealtades. Y ahora ese bastardo quería obligarla a compartir su lecho a cambio del bienestar de una niña ¿Cuán monstruoso debe de ser una persona para jugar con las vidas de los demás como si fuesen títeres en su función privada?

Después de la charla que Millard y él tuvieron instantes atrás, se dio cuenta de cuan dispuesto estaba a darse una oportunidad. Y ahí frente a él estaba una en mil posibilidades.

Solo tenía que decidir que tanto terreno peligroso estaba dispuesto a sobrepasar.

—No debió ser fácil supongo, mi padre tampoco fue un buen ejemplo masculino en mi vida, pero el alcohol les roba la esencia a las personas —Y era verdad, no intentó justificarlo, pero antes de su permanencia a la embriaguez, su padre fue cariñoso y considerado.

—Lo entiendo. Mi esposo perdía la razón cuando se embriagaba —susurró un tanto incomoda, al instante vio en su rostro el arrepentimiento de haber dicho aquello.

—¿Bebía mucho?

Hubo un momento de silencio en el que ella desvío la vista, claramente no dispuesta a ahondar sobre su matrimonio.

—Deberíamos irnos ya, estamos perdiendo tiempo valioso.

Lo captó de inmediato. Un cambio de tema para evadir hablar de tópicos espinosos que aún calaban muy dentro de su orgullo y espíritu comprendía muy bien su reticencia, David jamás conoció o cruzó caminos con Albert Stanton en el pasado, el tipo no pudo haber sido menos importante para él. Sin embargo, llegó a escuchar historias de nobles en fiestas plagadas de inmoralidades y apuestas ilegales, el hedonismo de la decadencia, santuarios para que los nobles satisficieran sus más bajos y bizarros deseos, el título del ducado Worcester resonaba en ocasiones sobre susurros mal disimulados y las vinculaciones hacia esas celebraciones.

—Muy bien, necesito que bajes y me esperes en la misma oficina a la que acudiste a mi después de tu incidente —Ella asintió recordando el lugar—. Iré de vuelta con Phoebe y después sacaremos el dinero de la caja fuerte.

Gabrielle le sonrió reflejando en ese gesto todo su agradecimiento, a pesar de tener los ojos rojizos e inflamados por el llanto, seguía luciendo bellísima. Un diamante al que nunca se le ofreció la oportunidad de brillar.

—Eres un ángel, David, todo lo que has hecho por nuestra familia —Tomó su mano e inmediatamente él bajó la vista a ese lugar—. Por mi...

—No soy ningún ángel, nunca lo he sido.

Ella río bajito y dio un leve apretón a sus manos unidas antes de soltarla y alejarse en dirección a la puerta.

—La respuesta correcta sería de nada —señaló ella con solemnidad—. Y ahora lo eres para mí.

La observó alejarse y salir por la puerta mientras él se reclinaba sobre el borde. Dejó escapar el aire que retenía e instintivamente llevó su mano hasta sus labios, aun rememorando la impulsividad de Gabrielle para besarle y su pronta respuesta, ella realmente era tan impredecible como seductora y valiente. Ahora solo hacía falta lograr que ella se diera cuenta de sus invaluables facultades.

Sin salió por el pasillo dispuesto a dar las buenas noches a su hija, asegurándose a sí mismo que mañana volvería a estar aquí intacto para volver a hacerlo. Nada pasaría esa noche, si el trato era legítimo, lo que dudaba, todo saldría acorde al intercambio.

Así que aclaró su mente, despidió a su adoraba hija quién quedó durmiendo apaciblemente en su cama y prosiguió a llegar a su habitación para sustraer el arma que escondía en caso de emergencia. Tenía que prepararse para cualquier escenario.

Bajó las escaleras de manera disimulada observando que aún había huéspedes deambulando por los pasillos y las escaleras puesto que, a pesar de ser tarde para llegar a tiempo, seguía siendo temprano para no ser pasados por desapercibidos. Por supuesto tenía de su lado la ventaja de que ninguna de las personas mantenía amistad o interés en él, por lo tanto, eran minoría los que conocían el rostro del dueño del hotel.

Cuando llegó a los pasillos de servicio, Gabrielle estaba de pie esperándolo. Apreció el alivio al verlo acercarse hasta ella.

—Perdón por la tardanza, Phoebe puede ser demandante —Sonrió y Gabrielle lo acompañó en el gesto.

—Creo que alcancé a atisbar eso de ella. Por supuesto el encanto que derrocha fácilmente compensa todo.

—Es el efecto Holland, todos caen rendidos ante él.

Por un segundo logró arrancarle un momento de genuina felicidad. La complicidad de sus acciones fueron recibidas como llamaradas de fuego despertándose de entre las cenizas. Gabrielle juiciosa del significado de esa última frase, se sonrojo recordando el beso.

Sacudió lentamente la cabeza sacándose las distracciones de la mente. No era el momento para esto. Cuando salieran sanos y salvos se encargaría de hablar con ella.

—Bien, entremos antes de que alguien nos vea —Posó su mano sobre la curva de su espalda invitándola a adentrarse.

Una vez la puerta se hubo cerrado prácticamente realizó todos sus movimientos a la mayor velocidad que le fue posible. Gabrielle se mantenía vigía sobre las puertas en caso de que alguien llamara, una vez sacó la cantidad requerida, volvió a dejar todo en su lugar y depositó el dinero en una bolsa de cuero.
De rodillas logró sentir la insistente presión del arma en su bota, no era un experto ni tenía la mejor puntería. Por lo general cuando tenía que librar una pelea comenzaba por los puños y acababa con los mismos, las armas siempre lograban despertar en él un miedo, una pena irracional. Eso no significaba que nunca disparo alguna, en caso de tener que hacerlo no dudaría.

Se puso de pie captando la atención de ella.

—Llevaré yo el dinero por ahora, cuando estemos cerca del lugar te explicaré como actuar —Se sintió recompensado al ver la confianza en su mirada—. Nos iremos por las puertas del servicio hasta los establos, no podemos ir en carruaje porque llamaríamos la atención demasiado

Comenzó a desvestirse, sacando los cordones y el saco para dejar únicamente la camisa con el chaleco ligero. Gabrielle observaba como se deshacía de las prendas entre escandalizada y admirada.

—¡¿Qué estás haciendo?!

—Quitando de en medio las prendas que no necesite, deberías hacer lo mismo. Los accesorios solo harían la ropa más pesada y necesitamos agilidad —siguió sacándose las prendas y cuando levantó la camisa de entre los pantalones Gabrielle se giró evitando mirar.

—Creo que yo estoy bien —susurró en voz apenas audible.

—¿Con ese vestido?, creo que no. Al menos quítate el moño y el chalé del cuello, debes estarte ahogando —Logró captar como su cuerpo se estremecía.

—Mi vestido está bien, soy muy capaz de moverme con libertad.

Él asintió a pesar de que era imposible que lo viera, decidió no agregar nada más. El estado de ánimo de la mujer podría cambiar rápidamente.

—Muy bien, pongámonos en marcha —claudicó atando una capa sobre sus hombros.

Era un tanto gratificante no iba a negarlo. A pesar de renegar de sus inicios por todo lo que realizó, existieron momentos en los que se sintió libre y capaz de conquistar el mundo cuando solo tenía un penique en el bolsillo y el cielo estrellado de techo. David aprendió desde que era un niño a apreciar las grandes cosas en la vida, siempre buscar el lado positivo a las situaciones sin importar el problema en el que uno esté hundido. Aunque los últimos años había olvidado esa vieja parte de él.

Justo ahora estaban sobre la montura viajando a destino peligros y desconocido. Gabrielle se encontraba sentada frente a él despertando todos y cada uno de sus instintos.

A pesar de haberse negado a quitarse prenda alguna de su vestimenta, David era muy consciente del calor y el aroma femenino frente a él. Al principio ella intentó mantener una pose recta manteniendo una distancia segura entre sus cuerpos, pero a medida que el viaje fue avanzando se dio cuenta de que ella comenzaba a sentirse cansada y terminó por apoyar el cuerpo completamente contra su pecho. Dejándolo sentir las delicadas curvas de su peso.

Maldita sea, definitivamente había pasado demasiado tiempo desde que estuvo con una mujer. Tenía que controlarse, la mujer montada frente a él tenía demasiados problemas en mente como para que él estuviese pensando motivado por su lujuria.

Notó como apretaba las faldas del vestido con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.

—¿Estás bien? —ajustó la capa sobre sus hombros para cubrirla.

—Solo estoy muy nerviosa

—Todo saldrá bien. Ya casi llegamos y no tenemos que dejar que los nervios se interpongan—inclinó el rostro, alentándola—. Eres una mujer valiente y tenaz. Dispuesta a todo por los que ama, eres exactamente el tipo de persona que sale adelante sin importar las adversidades

Ella le lanzó una mirada a través de sus pestañas.

—¿De verdad crees eso de mí?

—No lo creo, es lo que eres y cualquiera puede verlo —Ella intentó bajar el rostro, pero se lo impidió—. Es la razón por la que ese pedazo de porquería está tratando de atemorizarte, no te dejes intimidar por nadie.

—Es fácil decirlo, ni tu o Benjamin le temen a nada.

—Te equivocas, justo ahora tengo miedo de tener razón. Tengo miedo de que salgas herida por tu insistencia de venir. Tengo miedos que van más allá de lo común, Gabrielle. Créeme—Fijó la vista al frente, reconociendo las calles a las que estaban ingresando—. En cuanto a Benjamin, estoy seguro de que es él quien más demonios atormentándole posee. No debe ser fácil ser tan joven y mentir tanto.

—¿Nunca vas a perdonarle?

—¿Tú lo harías? Ni siquiera hablaste con él sobre lo que hizo. Lo evadiste por completo —Disminuyó la velocidad del caballo hasta que éste se detuvo.

No respondió, pero su silencio le mostró la respuesta esperada.

Vio la confusión en el rostro de la duquesa, pero no le dio tiempo a hacer preguntas por que se desmontó del caballo antes de que ella si quiera pudiera objetar sobre ello. La observó desde el suelo, dispuesto a dar comienzo a su plan.

—¿Qué estás haciendo? —demandó claramente nerviosa.

—No puedes seguir conmigo hasta el bar, iré caminando desde aquí. Necesito que cuando llegues te mantengas en el ojo público Gabrielle.

—No, no, no. Dijiste que no me dejarías sola.

—Pensé que ir sola era tu plan desde el comienzo—respondió burlándose.

—Fue antes de darme cuenta que fue una estupidez, ¡no me dejes sola!

—No te dejaré sola, es mejor que vean que no llevas acompañantes, podrían tener a gente vigilando las calles adyacentes al bar —Se inclinó y rozó el cañón del arma en su bota, dudó un poco, pero terminó por sacarla y se la tendió.

Gabrielle abrió los ojos aterrorizada de ver el arma, por un momento juró que se iba a desmayar pues una sombra oscureció sus facciones por completo.

—Aleja eso de mi —susurró apretando las riendas del semental.

—Tienes que llevarla, podría tardar un par de minutos en llegar hasta ahí y no quiero que estés desprotegida —explicó tratando de hacerla entrar en razón, pero su expresión seguía siendo la misma—. Gabrielle...

—No usaré nunca un arma, aleja eso de mi —insistió en tono amenazante, David asintió comprendiendo que ella no cedería.

Volvió a guardar en arma esta vez en la cinturilla de su pantalón cubriéndola con el holgado de su camisa. Gabrielle aún mantenía la misma estoica reacción por haber visto la pistola, fue entonces que como si de un ramalazo de luz sobre la oscuridad se trátase, el hecho llegó hasta su mente. Su esposo había muerto de un disparo, seguramente la escena fue algo violento puesto que el departamento de policía se negó a dar detalles. Cerró los ojos maldiciéndose internamente por ser tan estúpido, las armas seguramente le recordaban el día del asesinato del fallecido duque.

¿Habría estado ella presente?
¿O sería el eco del disparo lo que provocaba su temor?

—Prométeme entonces que hasta que no me veas llegar no irás o seguirás a nadie a ninguna parte. Mantente a la vista —Le pidió rogando para que tuviera sentido común.

Ahora un poco más calmada asintió sin mirarle, David se acercó a la bolsa de la silla de montar y sustrajo el pequeño saco de cuero con el dinero. Miró a ambos lados de la calle asegurándose de no ser vistos, pero la zona era de bajo ingreso y por lo general las calles quedaban desiertas desde muy tempranas horas. Le colocó el saco en las manos a Gabrielle.

—Escóndelo, entra y ve directo a una de las mesas. No vayas a la barra, de ser mejor una de las mesas centrales si están desocupadas —La bolsa quedó sujeta por ambos, él aún tenía sus reservas con todo esto.

No podía concebir la idea de mandarla sola a un lugar llena de depravados y lunáticos. Ni siquiera quiso deshacerse de su ropa que era lo más llamativo, una mujer joven, hermosa y de apariencia noble sin compañía adentrándose a una cueva oscura de alcoholismo, peligro y desamparo. Recordaba a la perfección los gritos de las pobres mujeres que llevaban a rastras por los callejones del Seamair para mancillarlas, en más de una ocasión intentó entrometerse para ayudarlas, pero solo era un chiquillo al que rebajaban a golpes cuando metía las narices donde no debía.

Se imaginó a Gabrielle, presa de las garras de un violador, luchando desesperadamente por librarse del asalto y su sangre hirvió de rabia.

—Estaré bien, haré todo lo que me dijiste. No hablaré ni me moveré hasta que te vea entrar a ese bar —Lo tranquilizó viendo su indecisión.

—Ten mucho cuidado. Iré lo más rápido que pueda —Ella asintió y retiró su mano del dinero, separándose también del suave contacto de Gabrielle.

Le dio una última mirada a la par que ella movía al caballo ordenándole en silencio que comenzara a moverse. Él empezó a caminar oyendo aún el eco de los cascos en lo lejano de la calle, hasta que desapareció dejándolo sumido con sus pensamientos pesimistas.

Avanzó lo más rápido que le fue posible, sintiendo las corrientes de aire fresco atravesarlo de lleno puesto que había dejado que ella se llevara la capa.
Sintió una gota de agua caerle directamente en el entrecejo y levantó la vista al cielo dándose cuenta de las oscuras nubes cubriendo las estrellas y la luna como sombras engullendo todo a su paso. Nubes gigantes, cargadas de agua seguramente.

Y era correcto, no tardaron ni más de dos minutos antes de que las delicadas gotas de agua se convirtieran en un torrente feroz de agua cayendo sobre él. Afortunadamente eso le daba la ventaja de poder correr sin dar sospecha, así que sintió alivio cuando empezó a ver las luces amarillentas de las lámparas de aceite de los bares, posadas y prostíbulos de la Bulgary.

Para el tiempo en el que llegó al Marine John, se hallaba empapado casi al completo. Pensó un momento en si era recomendable entrar al establecimiento de esa forma, tenía que trazar un plan de escape en caso de que se necesitará largarse de ahí con prisa. Dio la vuelta a la entrada principal encontrándose con la improvisada caballeriza, dentro solo había unos tres animales delgados y cansados, y por supuesto su caballo que estaba siendo atendido por un hombre claramente de reputación dudosa.

Su caballo estaba tranquilo comiendo del heno un tanto pasado de estado mientras el mozo revisaba las bolsas buscando algo de valor. David frunció el ceño sintiéndose ofendido a la vez que incrédulo de la desfachatez del tipo. Estuvo a instantes de retirar el albardón, pero él se aclaró la garganta haciéndose notar. Cosa que seguramente el mozo ni presenció puesto que estaba demasiado concentrado en buscar algo de valor en las piezas del equipo de montar.

—Es un caballo excepcional, pura sangre diría yo —habló inspeccionando la apariencia del sujeto.

El hombre se sobresaltó al escucharlo y lo miró con desconfianza.

—Así es, lo gané hace poco en una feria de pueblo —contestó.

—¿Con la silla de montar, herraduras y cabezadas incluidos? —Sonrió al ver el rojo cubrir el rostro del tipo, no supo si por vergüenza o por coraje—. Deja el caballo, no te pertenece.

—¿Quién diablos eres tú para darme órdenes? —ladró molesto.

Se estiró sacando la pistola y apuntando al tipo que abrió los ojos temeroso al ver un arma apuntándole.

—Lo siento, lo siento. Yo no estoy armado, te dejaré el caballo si lo quieres —habló tan rápido que casi no comprendía lo que dijo.

—No hay necesidad —susurró acercándose a él—. El caballo es mío.

En un rápido movimiento giró la pistola dejando la culata al frente y golpeó la frente del tipo con fuerza. Éste cayó al suelo lleno de heno en un sonido sordo

Volvió a ocultar el arma y entró por la entrada que conectaba los establos con el bar, en cuanto abrió las puertas la algarabía de los ebrios volvió a hacer presencia. Gritos, risas, música que se difuminaba a la lejanía, el olor indiscutible del alcohol, sudor, saliva y orines. Vaya escena tan pintoresca.
Algunos cuantos les importó lo suficiente para que le dirigieran miradas curiosas, otros simplemente le dieron unos cuentos segundos de atención y volvieron a empinarse la jarra de cerveza o a sobar los muslos expuestos de las prostitutas en sus brazos.

Avanzó hasta la barra apartando un lugar en lo alto para buscar a Gabrielle, sus ojos viajaron a través de toda la sala, pero no había señales de la brillante cabellera dorada de la duquesa. Empezó a moverse con más libertad sobre la habitación ahora su presencia ya pasaba desapercibida, se movió esquivando cuerpos borrachos y sudorosos, intentos desesperados de mujeres y gritos furiosos de hombres que ya no recordaban ni su propio nombre.

A decir verdad, nada de aquello le generaba extrañeza. Estuvo acostumbrado, quizá todavía lo estuviera. En su hotel, vestido con ropas de fina calidad era casi tan igualitario como estar aquí con ropa sucia, robada y envuelto en líos con gente de mala calaña.
Quizá Carland tuviese razón y su destino siempre había sido ser un ladrón más, a pesar de su preocupación genuina por ella, y de su deseo de volver a casa para estar con su hija, sentía una emoción casi anímica por haber vuelto, aunque sea por mínima parte al mundo de un pooka.

Era algo imposible de borrar, al igual que el tatuaje que le recordaría para siempre lo mismo.

—Dulzura —llamó a una mujer que lo miraba con una sonrisa lasciva—. ¿Has visto por aquí a una rubia, ojos azules, con un vestido del mismo color que tus lindos ojos?

La mujercita soltó una risa acaramelada y posó una mano sobre su pecho.

—Vaya, estás empapado. Yo podría ayudarte a quitarte la ropa si quieres —sugirió seductora.

—Hoy no, dulzura, solo buscó a esa mujer —Se inclinó hacia ella, como si fuera a comentarle un secreto—. Es una noble, me han pagado para seguirle.

La mujer curvó sus labios en un perfecto circulo y asintió cómplice.

—Bah, ¿cuántas veces no le habrá puesto el cuerno ya a su marido? —La mujer se encogió de hombros y señaló una de las puertas al fondo—. Se fue por allí con un hombre, seguramente estén ocupados por ahora. Déjalos disfrutar un rato, al principio ella parecía reacia pero ahora veo que todo fue un mero desvío—añadió acariciándole el cabello.

David casi se quedó helado al escucharla. Sin pensarlo dos veces corrió hacía la puerta encontrándola cerrada, maldijo con fuerza e intentó forzar la puerta sin tener ningún logro en ello. Miró alrededor a los hombres que lo observaban con interés, uno en especial le dirigió una mirada que haría los huesos de cualquier mortal temblar, pero David se acercó como quién acompaña al demonio mismo hasta la bestia musculosa.

—¿Dónde está ella? —preguntó directamente.

Éste ni siquiera intentó negarlo o desviar su pregunta.

—Se le advirtió que debía venir sola.

Fue todo lo que dijo. Y fue suficiente para saber que Gabrielle estaba en peligro, lo tomó de las solapas y lo empujara con fuerza contra una de las mesas detrás de ellos. El hombre ni siquiera intentó defenderse, le dirigió una sonrisa condescendiente que solo sirvió para alentarlo a que se la borrara a golpes.

—¡¿Dónde está?!

Silencio.

El miedo y la desesperación se mezclaron desviando por completo sus pensamientos. Comenzó a golpearlo con fuerza en el rostro, el sujeto pareció despertarse de su ensimismamiento y le devolvió los ataques con la misma soltura. Lanzó un gancho que David esquivó, pronto los ebrios menos absortos estuvieron silbando y vitoreando apuestas. Su contrincante pateó una de las envejecidas sillas para dar más espacio a su lugar de pelea. Pronto ambos se sumieron en un baile de supervivencia, David recibió un par de golpes en los costados que le hicieron recordar que aún no sanaba del todo desde Birmingham.

El gigante logró tirarlo al suelo y posicionarse sobre él, a instantes estuvo de comenzar a apalearlo en el rostro con toda la gloria de su puño cuando en un segundo de distracción David movió su rodilla golpeándolo en la entrepierna, le dio la vuelta a la situación poniéndolo debajo de él y no dudo antes de comenzar con el frenesí de golpes contra la cara sudorosa.

Una, dos, siete, doce, dieciséis.
Perdió la cuenta de las veces que su puño impacto la tierna carne del rostro, alentando por los otros a su alrededor sentía la sagacidad de la adrenalina subirle como bilis por la sangre, no fue sino hasta más temprano que tardé que se dio cuenta de que ya no se le notaban más los ojos. Empapado de sangre hasta muñeca, se detuvo viendo el cuaje desastroso de fluidos, el tipo ponía débilmente la mano sobre su puño tratando de impedirle más daño, pero David se separó por sí mismo escuchando el abucheo de los borrachos.

—¿Dónde está? O terminaré lo que me sería tan fácil acabar —soltó entre jadeos exhaustos.

Su víctima intento hablar, pero solo burbujas de borbotones sangrientas escapaban de su boca. Alcanzó a susurrar unas cuántas palabras que no entendió en lo absoluto por su dificultad de dicción, impaciente soltó un gruñido salvaje y se alejó para empezar a registrar entre su ropa algo que pudiese serle de ayuda, el alivio le inundó el alma cuando entré sus dedos resbaladizos brillo el metal de una llave.

Dejando el cuerpo desmayado corrió hacia el final del pasillo sumergiéndose a las sobras, llegó a la puerta metiendo torpemente la llave por la cerradura. Cuando está cedió no perdió el tiempo y recorrió el pasillo que daba hasta lo que parecía ser la bodega del lugar. Bajó las escaleras de dos en dos sin importarle el hecho de la poca luz en la angosta bajada. Una vez abajo no vio nada más que barriles gigantes y cajas de madera repartidas en desorden.

Siguió caminando sin hacer ruido, pisando cuidadosamente bien alerta de sus alrededores. Cuando llegó al final del sitio, observó una puerta detrás de los depósitos de la cerveza. se acercó pegando el oído y alcanzó a escuchar murmullos ahogados.
Calculó la madera podrida del marco de la puerta y el metal verdoso de la cerradura, esa se veía menos resistente que la del pasillo, así que se retiró dos pasos para volver con impulso y patear la puerta que cayó al suelo con un estruendo impactante.

Inmediatamente recibió una mirada llena de consuelo por parte de Gabrielle al verlo de una pieza, pero cambió al horror al verle la sangre en la camisa y seguramente los golpes también. Llegó hasta ella sin notar que alguien más estaba en la sala.

—¿Estás bien? ¿Te han hecho algo? —preguntó analizándola de arriba a abajo.

—Yo estoy bien, tú estás sangrando...

—Ay, Gabrielle, parece que no sabes seguir ningún tipo de indicaciones querida —anunció una tercera voz.

Velozmente sacó el arma de su lugar y apuntó al hombre de rostro apacible de las sombras. Éste emergió mostrando una sonrisa casi resignada.

—David no le dispares—rogó Gabrielle y él frunció el ceño.

—¿Y por qué diablos no? Este tipo es un ladrón, no tiene pruebas de nada —respondió encolerizado.

—Quizá te conviene escucharle —La pequeña mano temblorosa de ella se posó sobre la suya que sostenía la pistola—, baja el arma por favor David.

No quería hacerlo, un error, un solo error guiado por la debilidad y podrían cruzar la delgada línea de seguridad. Vida o muerte, sin compasión.
Pero se atrevió a desviar la mirada del hombre escuálido y de aspecto enfermizo para prestarle atención a Gabrielle, una muestra en sus ojos que le gritaba que confiara en ella porque sin dudas ella confiaba en él.
Así que bajó el arma despacio, exponiéndose a perder una gran ventaja.

—¿Quién es usted? —preguntó volviendo a mirarle.

Él hombre que ahora se había acercado a la luz mostrando un cabello rubio cenizo, descolorido seguramente por el sol. Unos ojos cafés vivaces y saltones. Piel pálida y marcada por la viruela, tenía al aspecto transparentoso del papel
No era viejo, pero tampoco tenía al aspecto de un jovenzuelo, tenía una mueca constante de desenvoltura que David ya conocía a la perfección. Era el tipo de expresión que solo un hombre confiado a la vida mostraba.
Así fue pues como el extraño se inclinó dándole una reverencia sumamente extravagante y burlona.

—Soy Jonathan Boswell, mi buen señor —saludó en tono casi alegre—. A sus órdenes.

💎

Ya estoy de regreso mis queridos lector@s. Fiu, capítulo largo me han dicho por ahí.

¿Qué les pareció? Ya están empezando a caer piezas en el tablero, espero que David y Gabrielle puedan cuidarse las espaldas.
Jonathan Boswell hizo su primera aparición, ¿lo recuerdan? ¿Creen que es bueno o malo?

¿Les gustan los capítulos largos o prefieren más cortos? Yo aún no estoy segura, creo que mi estilo es de máximo 3000 palabras en un capítulo.

Ok, me retiro y las dejo que hagan sus teorías en privado 🙊. Hasta el próximo capítulo.

Au Revoir.


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