Para cuando cumplí ocho años ni siquiera recordaba el rostro de mis abuelos, mamá no permitía que respondiera el teléfono cuando ellos llamaban y siempre se mantuvo vigilando que no volviese a tomar la llamada cuando mi padre estuviese al teléfono.
Y ella seguía sin decirme qué había sucedido.
Me sentía tan impotente. Me dolía el pecho cuando le escuchaba llorar a través de las paredes de mi habitación, pero no sabía de qué manera podía ayudarle y eso me enfermaba. Me enfermaba el silencio que se generaba cada vez que pisaba la cocina y ella se quedaba en silencio, con el teléfono en sus manos, manteniéndolo cerca de su oído. No lo entendía.
Y quería decir tantas veces lo siento. "Lo siento, lo siento, lo siento". Porque pensaba que era mi culpa que ella tuviese grandes ojeras por dormir sola en la gran cama de su habitación.
Pero yo no tenía la culpa.
¿Por qué ella jamás me lo explicó?