Maldición Willburn © ✔️ (M #1)

By ZelaBrambille

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En las calles se cuenta una leyenda: Rowdy Willburn no sabe querer porque ya no tiene corazón, es una maldici... More

Maldición Willburn
Prefacio
🎲 TOMO I | La caída 🎲
Capítulo 01
Capítulo 02
Capítulo 03
Capítulo 04
Capítulo 05
Capítulo 06 (pt 1)
Capítulo 06 (pt2)
Capítulo 07
Capítulo 08 (pt1)
Capítulo 08 (pt2)
Capítulo 09
Capítulo 10 (pt1)
Capítulo 10 (pt2)
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14 (pt1)
Capítulo 14 (pt2)
Capítulo 15
Extra | Regina y Tyler
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Extra | Rowdy y Giselle
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
🎲 TOMO II | El ascenso 🎲
Capítulo 29
Capítulo 30
Extra | Kealsey y Omar
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48 (pt1)
Capítulo 48 (pt2)
Capítulo 49 (pt1)
Capítulo 49 (pt2)
Capítulo 50 final
Epílogo I
Epílogo II
| P L A Y L I S T |

Capítulo 16

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By ZelaBrambille


ROWDY WILLBURN


—No vamos a limpiar tu mierda siempre.

Omar no está contento con la llamada de sus amigos policías, le dijeron que sorprendieron a Mateo pintando las paredes del centro... Otra vez. Fueron muy claros cuando dijeron que la próxima vez se lo llevarían y lo harían pagar el castigo, no más condescendencia para el artista frustrado.

Mateo hace una mueca de disgusto.

—No es mierda, es arte urbano, entérate —dice.

—Ya, pero no tienes permiso de dibujar tu «arte» en las jodidas calles. Por cosas como esta es que la gente supone cosas de nosotros. Es la última vez que te salvo el culo, no voy a meter en problemas a toda la hermandad por ti, esto no es lo que hacemos y lo sabes. La próxima vez tendrás que ir a la cárcel y sentarte toda la noche en una celda apestosa, a ver si así aprendes y empiezas a crecer.

Mateo le contesta girando los ojos y abre la boca para seguir discutiendo. No hace nada malo, son carteles coloridos con buenos mensajes, algunos inspirados en frases motivadoras, pero no debe hacerlo, de nada sirve, pues al final tenemos que borrarlos si no queremos romper la tregua. No debemos dejar huellas, un cartel fluorescente con la firma de la hermandad no es ser discreto.

Los policías nos ignoran y nos dejan meternos con otras pandillas siempre y cuando no atentemos contra el bienestar de la comunidad. Nosotros les ayudamos a atrapar a los malos, le robamos a los ladrones, a veces para recuperar mercancía y otras veces para donarlo. Por eso no debemos meternos en problemas.

Siguen discutiendo. Omar pierde la paciencia con mucha facilidad cuando no está Kealsey, ella es el antídoto que logra que él hunda los hombros y relaje el entrecejo. Mateo es todo lo contrario, no lo mataría ser un poco más responsable con estos temas, podría ir a un recoveco de la ciudad, pero no, tuvo que ir a hacer arte a la puta plaza principal.

Me desconecto, no pienso escuchar más. En ocasiones se comportan como hermanos peleando por un caramelo, y la verdad es que esta vez no tengo ánimos de hacer de mediador. Omar lo dice porque está molesto, pero de todas formas acabaremos limpiando el desastre, porque debemos estar ahí cuando otro de nosotros nos necesite. Es nuestra ley. Además, Mateo siempre está ahí para todos, podrá comportarse como un adolescente a veces, pero su lealtad es intachable.

Cuando entramos a la casa lo primero que hago es buscarla, sé por las chicas que estarían aquí, luego ella me lo confirmó al despedirse, pero Omar está ahí en medio, así que no puedo ver más allá de su nuca y el tentáculo de tinta que sale de su ropa y roza su oído.

—Yo me encargo —dice y suspira, al tiempo que se acerca a Kealsey.

Solo hay dos chicas en la sala. Frunzo el ceño.

Keals se queja cuando Omar la carga, él sonríe cuando ella se acurruca en su pecho como un gatito mimoso y le rodea el cuello con los brazos. Típico. Me dan comezón, y no precisamente por las evidentes muestras de cariño, es porque intentan disfrazarlas. Luego veo a Omar merodeándola como un animal cada vez que ella coquetea con un chico, y a Keals tomando chupitos de más cuando una chica se sienta con él. Y al final regresamos aquí, Omar encantado de cargar a Keals y ella acurrucándose en su pecho.

Deberían solo hablarlo, arreglar las cosas y follar.

—Kealsey, ¿dónde está Giselle? —pregunto.

—Shh, ¿no ves que está dormida? —Omar me mira con mala cara.

La bella durmiente parpadea y gira la cabeza hacia todas partes buscándola.

—No sé, estaba aquí. —Bosteza—. Tal vez se fue.

Me tenso.

—¿Se fue? ¿Cómo es posible? ¿Por qué dejaste que se fuera si es muy tarde y estos rumbos son peligrosos?

—Oye, no soy niñera, no me di cuenta —suelta, todavía adormilada y luchando con sus párpados que intentan cerrarse.

Dice otra cosa, pero no alcanzo a escucharla porque Omar se la lleva, desaparecen por el pasillo. Le doy un vistazo a Regina, está perdida en sueños, descarto la posibilidad de preguntarle dónde está Giselle.

—Venga, no te pongas de malas, suficiente tenemos con Omar y su genio de perros —dice Mateo. Camina hacia la cocina, detrás de él va Angel.

Cuando Omar regresa trae una sonrisa de oreja a oreja que desaparece por la mirada curiosa de los otros dos. Su postura vuelve y la indiferencia —que nadie se cree— invade su rostro.

Mateo sonríe bobaliconamente y Ángel intenta esconder la risa detrás de un vaso de agua. Aquí vamos.

—Lo que tú necesitas es sexo, tal vez así se te quite la frustración —dice Mateo, quien al parecer quiere que le arranquen la cabeza.

—Lo que yo necesito es que cierres la puta boca y no vuelvas a meternos en problemas.

—Ya, eso no lo discuto, quizá yo necesito controlar mi desesperada necesidad de decorar esta ciudad aburrida, pero tú necesitas sexo, una buena dosis de sexo duro y sudoroso.

Los músculos de la mandíbula de Omar se contraen.

—No estoy interesado.

—¿Qué? —Angel se da cuenta de que habló en voz alta, vuelve a meterse al caparazón cuando recibe una mirada furiosa de Omar.

—Sí, ¿qué? ¿De qué mierda estás hablando? ¿Cómo que no estás interesado si te la pasabas follando día y noche hace unos meses? Y antes de eso también. ¿Hace cuánto no sales con alguien? ¿Hace dos años? ¿Tres? Hasta Will que es un meticuloso y reservado de mierda trae chicas.

—Vaya, gracias por lo que me toca —digo

—Es la verdad, amigo, eres un cabrón que no ve más que los defectos de tus citas, es un mecanismo de defensa, ya lo sabemos, pero sigues siendo un cabrón. —Abro la boca para mandarlo al infierno, pero señala a Omar y vuelve a hablar—. Estás lleno de frustración sexual contenida, podrías encender las luces del bar, te puedes colocar ahí, te ponemos a Keals en frente y ¡pum¡ ¡Pirotecnia! ¡Luz gratis por dos años!

Angel no lo aguanta más, estalla en carcajadas, creo que hasta Omar se relaja un poco. No le gusta hablar del tema, pero últimamente lo veo más desesperado que antes, como un gato que salta y encrespa los pelos por cualquier cosa. Entonces se restriega en las piernas de Keals cuando esta le acaricia el lomo. Estoy seguro de que los dos me matarían si supieran lo que pienso.

—Algunos podemos pensar y guardar la polla en su lugar.

—El lugar de tu polla es Kealsey.

Angel y yo contenemos el aliento, Mateo solo quiere molestarlo, le está tomando el pelo, pero la tensión en la espalda de Omar me indica que no se está divirtiendo.

—No vuelvas a meter a Kealsey en esto. —Gruñe.

Mateo se ríe con lo que creo es alegría.

—Estás loco por Keals —canturrea—. ¿Cuántas veces al día te la imaginas desnuda, en tu cama, a punto de meterle la polla?

Se pasó de la raya.

Un remolino va a toda velocidad hacia Mateo, Omar se abalanza y lo agarra de la camisa con violencia, sus respiraciones se vuelven pesadas. Ángel y yo nos miramos, asentimos y damos un paso por si tenemos que intervenir.

—Te dije que no hables así de ella —dice entre dientes—. Si me la imagino no es de tu puta incumbencia.

Mateo vuelve a reír despreocupadamente, como si no tuviera una bestia furiosa respirándole en la cara, a punto de perder la paciencia.

—Lo has admitido, amigo, piensas en Keals. —Chasquea la lengua y el semblante divertido se vuelve serio—. Solo háblalo con ella, ¿cuántos años más vas a esperar para decirle lo que sientes?

Omar se queda quiero un buen rato, luego lo suelta y se va dando zancadas largas.

Me tallo el cuello y, sin más remedio, voy a mi habitación.

Me urge hundirme en la almohada y descansar. Lo primero que haré el lunes por la mañana será buscarla y darle unos azotes a ese redondeado culo, no puede decirme que nos veremos en la casa y luego irse sin despedirse.

Enciendo las luces, dispuesto a ir al armario para sacar mi pijama, pero me quedo quieto. Me impacta ver el cuerpo tendido en el centro de mi cama y un delicioso tirón me recorre entero, desde la cabeza a los pies. Piernas desnudas que se pierden en un short corto, los bordes deshilachados de la tela de mezclilla son tentadores. Se ve más pequeño, tal vez por la posición. Está acostada de espaldas, con una de las piernas dobladas, dándome una vista de la curva de su trasero. El cabello rojo esparcido por todo el costado de la cama.

Joder.

Aquí está.

Me recargo en el marco de la puerta con los brazos cruzados y la estudio. Qué hermosa y sexy es, a pesar de estar dormida, en mi cama. ¿Qué habrá hecho en mi ausencia? ¿Solo llegó y se acostó o la eligió porque es mía? La imagino esperándome, tal y como me lo prometió, impregnando su perfume en mis almohadas para torturarme.

—Encontraste a la caperuza —dice Mateo detrás de mí. Me había olvidado de ellos.

—No le digas así. —Gruño.

Él se ríe, pero permanece en el mismo lugar, así que me doy la vuelta para enfrentarlo y le lanzo una mirada mortal. Alza las manos en señal de derrota y se va. Entonces me le quedo mirando a Angel, quien ignora mis gestos molestos, los imita.

—Esta chica esconde algo, Will —dice una vez más. Ya me tiene cansado.

—Todos escondemos algo, ¿no?

—Sabes de lo que hablo, no me da buena espina, hay algo que no es normal en ella. Es una chica con clase, elegante y se le ve astuta, no es como nosotros, no pertenece a este mundo. Te descubrió asaltando una camioneta, la amenazaste con una navaja y desinflaste sus neumáticos. Ella ya había escuchado de nosotros, creía que éramos delincuentes. Dime, ¿qué demonios hace aquí?

—Tal vez le gusta la adrenalina. —Encojo los hombros.

Él chasquea la lengua.

—No todos son como tú, Will. ¿Qué tal que es una de las chicas de la otra pandilla? ¿Qué tal que la mandaron? ¿Qué tal que trabaja para algún periódico o para la policía?

—¡Por favor! Es una estudiante de Bridgeton que hace colectas para un orfanato y que no se habría cruzado en mi camino si no hubiéramos estado ese día en el estacionamiento. Estás delirando, Angel, tienes que superar lo que pasó.

Mis palabras lo noquean, es un tema delicado para él. No me gusta traerlo a la luz, pero se está pasando con Giselle y todo porque no puede confiar en las personas.

—Te lo advertí, espero que tengas razón.

Se larga dando pasos largos y se encierra en su alcoba dando un portazo.

Yo hago lo mismo, cierro la puerta, solo que con cuidado. Empiezo a desvestirme, cuidando mis movimientos para no hacer ruido y sin quitarle los ojos de encima. Distingo un lunar en su pantorrilla, hago una nota mental para verlo de cerca cuando ella deje de resistirse.

Solo me pongo un pantalón de franela. En una noche normal dormiría en bóxers, pero ella está dormida, bebió en el bar.

Me aproximo a la cama y la veo desde arriba.

Ya no trae el labial de hace unas horas, de un color cereza. Ahora solo está ahí el bonito color frambuesa de sus labios. Están entreabiertos. Se ven delicados, deliciosos. Y a mí se me hace agua la boca al recordar sus besos. No solo es bonita y chispeante, lo hace de puta madre. Ella dijo que no sucedería de nuevo, pero sus ojos, esos malditos bosques hipnóticos, dicen otra cosa. Sigue aquí, a pesar de todo, y me gusta pensar que es porque se siente atraída de la misma forma que yo.

Exhala suave. Está tranquila.

Me siento junto a ella y quito un mechón de su rostro. Las trenzas empiezan a deshacerse, no creo que sea posible controlar ese cabello.

Me quedo un buen rato así, mirándola. Estoy tan perdido en el escrutinio, pensando en lo que dijo Angel, que no me doy cuenta de que una sombra se apodera de su rostro hasta que suelta un quejido.

Sus cejas se fruncen, sus párpados se aprietan. La respiración lenta se descontrola y una fina capa de sudor llega a su frente.

Primero pienso que es un malestar, luego que es una pesadilla y me debato entre despertarla o dejar que pase. Luego, las lindas facciones se llenan de terror y el grito más espeluznante que he escuchado sale de su boca. Giselle se revuelve y grita con desesperación, con una voz que desconozco y parece haber sido sacada del fondo de la tierra, son súplicas, no hay nada más que miedo crudo en su timbre.

—¡Giselle! —la llamo, pero no contesta.

Me levanto y me pongo de rodillas en el colchón. Da manotazos, intenta escapar de lo que sea que la está atormentando. Mi garganta se cierra al ver sus mejillas mojadas, está llorando.

Vuelvo a decir su nombre. Ella vuelve a gritar.

La puerta se abre, rebota en la pared.

—¿Qué pasa? —pregunta Omar, intentando lucir tranquilo.

Kealsey está atrás de él, y otros rostros que no alcanzó a ver.

No sé qué carajos está pasando. Giselle abre los ojos. Todo pasa demasiado rápido.

Pupilas dilatadas, cara sudorosa, labios completamente blancos. Es como si hubiera visto al mismísimo demonio. Salta en la cama y se arrastra hasta llegar al respaldo sin dejar de llorar y de suplicar que no le haga daño.

Kealsey me enfrenta.

—¿Qué mierda le hiciste?

—Yo no le hice nada, es una puta pesadilla. Lárguense ahora.

Me aproximo a la cama, ella sigue asustada, mira hacia todas partes, busca cómo escapar.

—Shh, tranquila. Soy yo, Giselle, tranquila, estás bien.

Tiembla. Pestañea. Intenta recuperar el aire y enfocar la vista.

Se da cuenta de Kealsey y los demás.

—Que se larguen —digo entre dientes.

Segundos después cierran la puerta.

Giselle se limpia las lágrimas y, con una rapidez sorprendente, se pone de pie y me esquiva.

—Tengo que irme.

—Por supuesto que no —digo y la detengo agarrando su muñeca.

Se detiene, pero no voltea.

—Por favor, quiero irme, no me gusta que me vean así.

—No dejaré que te vean.

—No debí quedarme.

—Me alegra que estés aquí —susurro—. Ven conmigo.

Le doy un jaloncito para atraerla a mi cuerpo, no pone resistencia, se esconde en mi pecho, sus brazos me rodean y sus manos trepan para aferrarse a mis escápulas.

Llora, mi piel se empapa.

—Debería irme —murmura con la voz entrecortada por el llanto.

—No dejaré que te vayas, muñeca, no hasta mañana que te sientas mejor.

Lo que digo abre las compuertas, se deshace en mi abrazo.

Oh, preciosa, ¿qué te pasó?

Hundo los dedos en su cabello e imparto un masaje en su cuero cabelludo. Me siento mal por pensar en su olor, en que el contacto hace que mi piel se incendie. Mi otra mano se cuela dentro de su blusa para acariciar la piel de su espalda, los músculos se van relajando uno a uno bajo mi tacto.

—Te traeré algo para que te relajes, ¿de acuerdo? —Ella asiente—. Ponte cómoda, también te traeré ropa para dormir.

Se separa tan lento que me da la impresión de que no quiere romper el abrazo, pero no sé si es mi imaginación. Arrastra los pies y vuelve a la cama. Una vez ahí se hace bolita abrazando sus piernas y refugiando la barbilla en sus rodillas. Sus grandes ojos verdes, brillantes por naturaleza, centellean todavía más. Tiene miedo, parece un cervatillo asustado.

Nadie tiene tanto miedo por una pesadilla.

No sé si dejarla, pero salgo de igual forma para traerle algo que sé que la calmará, o al menos espero que lo haga. Cuando estoy afuera, me topo con seis pares de ojos inquisidores y preocupados.

—¿Qué pasó? —pregunta Keals en voz baja, señalando la puerta con la barbilla.

Niego con la cabeza.

—No lo sé, no he hablado con ella, creo que está avergonzada. —Tallo mi nuca, algo incómodo por el escrutinio de todos, esto es lo malo de vivir con tanta gente, es como un pueblo chico, todos se enteran de lo que le pasa al otro—. ¿Me prestarías ropa para dormir?

—Sí, sí, claro. —Keals da un saltito y va por las cosas.

Respiro hondo y me dirijo a la cocina, sabiendo bien que ellos serán testigos y me molestarán durante una semana por lo que voy a hacer. No me interesa, lo que me importa ahora es Giselle.

Saco los utensilios, leche, azúcar y chocolate.

—¿Qué vas a hacer? —cuestiona Mateo.

Ow, qué lindo, le va a preparar comidita a su caperuza —suelta Tyler.

Todos ríen, incluso Angel y Omar. Traidores.

—No es comida, es chocolate —contesto.

—Es lo más tierno que has hecho. —Mateo hace un puchero y se limpia una lágrima imaginaria. Se soba la panza—. ¿Por qué no nos haces a nosotros también? Queremos lechita con chocolate.

—No seas tonto, eso solo es para personas especiales. —Tyler hace una mala imitación de un dibujo animado enamorado—. Su caperuza es muy especial, estuvo babeando toda la noche en mi zapato porque no podía dejar de mirarla como un hambriento.

—Ya dejen a Will en paz, idiotas insensibles. —Gruñe Regina, apareciendo en la escena. Todas las cabezas giran para mirarla—.Si Giselle gritó de esa manera es porque seguramente le pasó algo feo alguna vez, se le llama terror nocturno, a ver si se informan. Si el jodido chocolate va a ayudar, ¿qué más da quién lo haga?

—Gracias, cariño. —Le sonrío a Regina por encima del hombro.

—Estamos jugando, nena, no te enojes —murmura Mateo.

—Eso no es gracioso, ¿qué tal que ella escucha sus bromas de mierda? No pueden tomarse nada en serio. Deberían aprender... —Enfoca a Omar—. Tal vez por eso Kealsey no te acepta de nuevo, porque ríes en lugar de llevarle puto chocolate cuando sabes que tiene fobia a las abejas.

—Calma, Regy —dice Tyler, cauteloso.

Regina aprieta la mandíbula y lo mira con rabia. Se viene algo feo. Esta no fue una buena noche para ella, se está desahogando.

—Lo tuyo es peor, Juliet nunca se fijará en ti porque ella sí tiene cerebro y prefiere a Will, quien, en lugar de hacer bromas para ocultar sus verdaderos sentimientos, va y prepara un jodido chocolate.

Tyler entrecierra los ojos y dando pasos cortos se acerca a ella lo suficiente como para mirarle bien el rostro, pero manteniendo su distancia.

—¿Bromas para ocultar...? ¿Qué carajos?

Regy ríe sin humor.

—Por lo regular haces eso, excepto conmigo, si te digo que me ves el culo te sientes tan atrapado y, en lugar de escapar con uno de tus comentarios divertidos, lo niegas como un cobarde.

La cocina se queda en silencio, Regina se va justo cuando Kealsey regresa, esta vez cargando las prendas bien dobladas y unas pantuflas de gorilas.

La leche está hirviendo, así que arrojo trozos de chocolate.

—¿Por qué dijo eso? —cuestiona Angel a lo que Tyler se encoje de hombros.

—¿Qué tiene que ver mi hermana en sus problemas de pareja? —pregunta Omar.

—No somos pareja. —Tyler se talla los párpados con frustración—. Le dije que estaba interesado en Juliet para que me dejara tranquilo.

Todos giramos los ojos.

—Un día te vas a ahogar con tus mentiras, solo dile la verdad, que no la ves de esa manera, que la ves como a una amiga —digo.

—Mejor me voy —responde y escapa, como siempre.

Esa es la señal que estaban esperando, todo el mundo desaloja el área, excepto Kealsey. Omar tarda más, sospecho que para encontrársela en el pasillo.

—Es muy amable de tu parte prepararle chocolate, estoy segura de que le caerá de maravilla, buena idea.

—No es mi idea, en realidad, es de mi madre.

Sonrío al recordarla, Kealsey me imita.

—Dejaré la ropa en el sillón, si necesitan algo pueden pedírmelo, aprovecharé que estoy despierta y que el alcohol me abandonó para terminar el libro que estoy leyendo, está buenísimo.

—Que tengas buenas noches, Keals, y gracias.

Como me lo sospechaba, Omar la estaba esperando, cuando paso hacia mi habitación con la taza y la pijama, él está coqueteándole en el pasillo, intentando entrar a su alcoba, ninguno de los dos se percata de mi presencia.

Giselle está en la misma posición, no se ha movido, sus párpados se abren más y sus comisuras tiemblan. Se ve indefensa, eso me llega hasta lo más hondo, remueve recuerdos.

—Te traje chocolate caliente y un pijama de Kealsey. —Ella le da un vistazo a la taza, sus comisuras vuelven a temblar, es increíble la capacidad que tiene para controlar sus gestos y emociones. Coloco la taza en la mesita de noche y la ropa para dormir sobre el colchón—. Voy a dejar esto aquí y saldré unos minutos para que puedas cambiarte.

Le doy su espacio, espero afuera. Un par de minutos después la puerta se abre y una cabeza se asoma.

—Ehh... Es que los pantaloncillos de Kealsey no me quedan. —Un ligero rubor llega a sus orejas.

—Puedo darte uno de los míos, ¿eso te parece bien?

Giselle me responde abriendo por completo para que pase. Me encamino al armario y rebusco en los cajones, encuentro otros pantalones de franela con cuadros pequeños negros y grises. Me giro para ofrecérselos y me atraganto.

—Gracias —susurra al tiempo que acepta mi préstamo.

—Voy a girarme para que tengas privacidad.

Una vez que me doy la vuelta, apoyo la frente en la madera del armario. Cierro los párpados e intento borrar la imagen de su culo siendo apretado por los shorts de Keals. ¡Le quedaron chicos! Qué infierno. Respiro hondo porque mi cuerpo empieza a reaccionar, no es el mejor momento para esto, ¡maldición!

—Listo.

Me aclaro la garganta para alejar la incomodidad. No la miro por si se da cuenta de mi desliz, no quiero morirme de la vergüenza. Me siento al otro lado de la cama, si le doy espacio podrá calmarse y no notará que empiezo a ponerme duro. Tomo la taza y soplo para alejar el humo.

—Todas las noches mi madre me preparaba chocolate caliente porque era lo único que me calmaba y me ayudaba a dormir —explico.

Giselle gatea y se sienta junto a mí con las piernas estiradas. Uhhh, mis intentos acaban de irse al demonio. Su muslo está pegado al mío. Tengo que hacer un esfuerzo para concentrarme.

La temperatura se vuelve segura, le doy sorbitos antes de darle la taza. La recibe gustosa y le da pequeños sorbos en silencio.

Así pasamos un buen rato, ella disfrutando la bebida y yo analizando cómo mueve los dedos de los pies como una niña pequeña.

—Estaba muy rico —dice después de dar el último trago.

Se estira por delante de mi cuerpo para dejar la taza en la mesita y luego me sorprende sentándose a horcajadas sobre mí. ¡Cristo! ¡Va a matarme!

El aliento se me queda atorado en la garganta.

—Giselle... —suelto con la voz ahogada, como si de verdad estuviera sufriendo.

Duda.

No, no, quédate aquí.

Envuelvo su cintura para que sepa que me agrada lo que hace, permite que la atraiga a mi pecho, sus manos van directo a mi cuello. Me arrepiento al instante, pues la tela de su camiseta es fina y puedo sentir las puntas de sus tetas. Me abraza de una manera que me calienta las venas.

Todo con ella es así: pasional, seductor, desenfrenado, hasta salvaje. He tenido muchas aventuras, pero ninguna como esta. Siento que somos iguales, que nos entendemos de alguna manera.

Se acomoda en mis muslos, para encajar nuestras caderas y deshacerse de los espacios. A estas alturas ya debería de haber sentido lo atraído que me siento, pero no dice nada. Su rostro está frente al mío, debería inclinarme y besarla hasta sacar todo lo que le atormenta, pero eso sería aprovecharme de su situación.

—Tu corazón late muy rápido —susurra.

—Es que hay una sirena encima de mí.

Sonríe.

—¿Ahora soy una sirena?

—No, eres mi caperucita, pero te pareces a Ariel.

—¿La Sirenita? —Se le escapa una risita—. Confirmado: te gustan los cuentos infantiles, aunque lo niegues.

El corazón se me comprime.

Su naricilla acaricia mi mandíbula y me distrae.

—Las chicas se confunden por estas cosas, porque tomas fotografías, bailas, cocinas, haces los mejores panqueques del mundo, dibujas, eres un genio en negocios y consuelas a las chicas que lloran haciéndoles chocolate caliente —susurra.

No consuelo a todas las chicas que lloran.

—Se te olvidó decir que doy los orgasmo más alucinantes.

Pienso que va a decir algo gracioso, en cambio, sonríe.

—Es verdad, lo olvidé, un chico con múltiples talentos —dice.

—¿Te sientes bien?

—Sí, en este momento estoy muy bien.

—¿Te pasa mucho? —Ella alza una ceja, como si no entendiera mi pregunta—. Las pesadillas. Cuando era pequeño me despertaba en la noche aterrorizado, sudoroso, no podía respirar.

Algo cruza por sus ojos, una chispa, un relámpago tal vez. Y su postura cambia por completo. Se vuelve suave entre mis brazos.

—¿En serio? ¿Y ya no te pasa? —Un tinte de esperanza se apodera de su pregunta.

—No, fui al psicólogo y me ayudó a superarlo, no me ha pasado desde hace años, creo que la última vez fue cuando tenía trece.

—¿Y qué era?

No es muy explícita, no hace falta que me explique.

—La muerte, soñaba que moría, que no podía respirar porque estaba enterrado, nadie me escuchaba.

Sus dedos toquetean mi barbilla. No sabe, no tiene idea de lo que me produce.

—Ningún niño debería sufrir. —Sus ojos se cristalizan, de pronto es como si estuviéramos hablando de otra cosa, de algo que no logro comprender—. Los niños son los seres más puros, nada ni nadie debería arruinarlos.

—¿Y a ti? ¿Qué es?

Ella también entiende a qué me refiero, ni siquiera estoy seguro de que vaya a decírmelo porque evidentemente es algo que no ha superado.

Pestañea.

Piensa.

Vuelve a pestañear.

Piensa demasiado.

—Me persiguen —dice con la voz entrecortada—. Siempre me persigue.

—Prometo que si vienes a dormir a la casa te prepararé chocolate caliente todas las noches.

Una lenta sonrisa se dibuja en su cara.

—Eres un encanto, la chica de la que te enamores será muy afortunada.

Una vez más siento ese vacío extenderse delante de mí, no por los motivos que antes me hubieran atormentado. Hace unas semanas me habría preguntado si lo decía en serio o porque ella quería ser esa chica y hablaba en tercera persona. Por algún motivo ya no me siento tenso al hablar de esto con ella, al principio era una tortura porque sentía que caminaba sobre alfileres. No es como las demás, es cariñosa y se enrosca a mi alrededor como una enredadera, pero no creo que esté buscando algo más. Algo dentro de mí me dice que puedo confiar, que puedo dejarme llevar con la seguridad de que no la lastimaré. 

—No quiero enamorarme.

—Ya lo sé, tienes miedo y eso está bien. —La aprieto con fuerza—. Solo digo que las personas que pueden amar deberían aprovechar ese poder.

Yo puedo amar, pero no quiero hacerlo porque duele tanto que acaba con todo y luego no te acuerdas de cómo seguir. Amar a alguien es como entrar a la guerra sin arma.

—¿Y tú no quieres ese poder?

—Yo ya tengo uno.

Una vez más sus ojos se convierten en cristal, en dos esmeraldas, pero pestañea y todo vuelve a su lugar.

—Muchas gracias por ese chocolate, me trajo buenos recuerdos. —Cambia de tema.

—A mí también.

—Tal vez mañana te regale un beso —susurra frente a mis labios.

Seductora, incluso cuando no quiere serlo.

—Me encantaría, pero no lo hago por eso.

—¿Estás rechazando mis besos?

Abre la boca con asombro e intenta lucir ofendida dramatizando sus gestos y abanicándose, va a bajarse de mi regazo, así que la aprieto otra vez. Sonríe de lado y vuelve a abrazarme.

Sí.

Así. Quédate aquí.

—Nunca rechazaría tus besos. Me muero por comerte la boca, no dejo de pensar en eso, pero no quiero aprovecharme.

—¿Entonces por qué lo haces? —pregunta.

Porque acabo de darme cuenta de que voy a cuidarte, porque hace mucho tiempo no pude cuidarla y murió, porque le debo algo a la vida que dejó vivo a la persona que deseaba morir y se llevó a la que deseaba vivir, porque, aunque eres todo lo contrario a ella, haces que la recuerde por tu absurda temeridad. Porque tenerte cerca es lo mejor que me ha pasado desde que ella se fue. 

Angel tiene razón, Giselle tiene secretos, pero no del tipo que me hará correr lejos.

—Porque eso es lo que hacen los amigos.

La sonrisa que esboza me regresa el aire.

* * *

Una estrellita por el chocolate tan polémico de Row :B

Giselle se abrió un poquito aquí, pero no creo que vaya a abrirse mucho más por ahora, está hablando con él, y eso ya es un gran avance para alguien tan hermética. 


Los adoro, mis caperuz@s



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