| sweet lies bitter truths |...

By kenyaesscobar

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"Digamos que tengo buena memoria, pero en cuanto a lo de ser un acosador; si lo sería, no es usted mi tipo de... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8

Capítulo 5

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By kenyaesscobar

Alexis debía suponer que Henry Brockman la llevaría a un lugar como ese, era evidente que quería impresionarla, pero también que le estaba dando larga a la propuesta, la cena de la semana pasada en la que le traería la idea del diseñador gráfico, no fue más que una especie de bosquejo sin ninguna importancia, pues no le concretó nada, solo esperaba que la de hoy sí fuese más específica y que sobretodo se decidiera si iba o no a ofrecerle su ayuda, pero que no le hiciese perder el tiempo, porque estaba loco si creía que se acostaría con él sin conseguir nada a cambio, podía ser un hombre muy atractivo y elegante, pero no estaría con él por su linda cara.

—Estás realmente hermosa, Alexis. —le dijo el hombre admirándola con vehemencia.

—Gracias, señor Brockman, es usted muy amable. —mostrándole una sonrisa.

—De verdad eres un ejemplo de elegancia, no tienes nada que envidiarle a ninguna actriz de Hollywood. Me siento halagado al poder estar contigo esta noche y ser el hombre más envidiado de este lugar ¿es uno de tus diseños? —preguntó observando el vestido negro, cuello redondo, sin mangas, recto que se adhería al cuerpo, con un largo hasta las rodillas al estilo de Jackie Onassis.

—Sí señor, la mayoría de las veces uso mis propios diseños. —reveló.

—Son de gran calidad. Sabes, aquí tengo lo que propone el diseñador gráfico para empezar con unas vallas publicitarias y viéndote a ti, no creo que sea necesario contratar a ninguna modelo, tú misma podrías hacerlo, tienes una mirada que despertará emociones. —hablaba cuando ella intervino.

—La verdad me gustaría trabajar con alguna modelo reconocida, creo que vendería un poco más y debido a la trayectoria de la modelo el público se acercaría más a mis diseños.

—Bueno, tú eliges, pero yo como presidente de Elite, te recomiendo que tú también poses para el lente del fotógrafo, revisa los patrones y verás, por cierto hay dos o tres folletos en el que encontraras dos modelos, bien podrías contratar una modelo y la otra podrías ser tú, para que te vayas identificando un poco más con el público, la mejor manera de ganarse a la gente Alexis, es uno mismo dándose a conocer, tú mejor que nadie sabe cómo llevar tus diseños.

—Déjeme pensarlo señor Brockman, revisaré los folletos y apenas tenga la idea lo llamaré, muchas gracias por los consejos. —respondió con una sonrisa.

—Es un verdadero placer para mí el ayudarte. —expuso con voz lenta mientras observaba con intemperancia el níveo y largo cuello de la joven.

—La cena ha estado exquisita, gracias por ofrecerme su ayuda. Sabe, en estos momentos estoy en un proyecto de diseños de interiores, creo que podré abonarle al menos un porcentaje del equivalente a la publicidad completa de la colección, me gustaría que me hiciese llegar el presupuesto.

—Te he dicho que no te preocupes. —tomaba la botella de vino y le servía un poco más. —Ya después hablaremos de eso, lo importante es hacer la publicidad del año de Fontana Boutique, aun no quiero ofrecerte nada, porque quiero que sea una sorpresa, pero estoy negociando con una reconocida marca de accesorios para que acompañen tus diseños.

—Es usted muy amable señor Brockman, la verdad nunca tendré como pagar su ayuda. —elevó la copa con el vino y él hizo lo mismo, mientras sonreían para después saborear la bebida.

—No exageres Alexis, el poder ayudarte es un gran placer para mí, porque confío en que si sigues mis consejos y mi ayuda, podrás alcanzar lo que tanto anhelas.

—Eso espero. —susurró con la mirada fija en la mirada gris del hombre.

—Creo que es hora de llevarte a tu casa. —le hizo saber, anhelando el poder estar a solas con ella cuanto antes.

—Sí señor, ya es tarde y mañana tengo que ir con algunos trabajadores al apartamento donde estamos rediseñando. —le hizo saber.

El caballero se puso de pie y le ayudó a ella a hacerlo, salieron del cubículo privado y se encaminaron al vestíbulo, donde le entregarían los abrigos. El de la pelinegra era un abrigo de cachemir blanco que le llegaba hasta las rodillas, con dos hileras de botones negros, dejando el vestido escondido tras la prenda.

—Permítame ayudarla. —le pidió el hombre para colocarle el abrigo, ella no vio ningún inconveniente, por el contrario se vio complacida, que uno de los empresarios más importantes de Estados unidos, se mostrase prendado de ella.

Mientras Henry le colocaba el abrigo su mirada se topó con un hombre que bajaba las escaleras, logrando que en su estómago millones de mariposas hicieran fiesta, venía acompañado de otro hombre castaño y una chica rubia que al parecer eran pareja porque venían tomados de la mano.

Su vista se ancló en los ojos de fuego, pero la mirada que le dedicó era más fría que el iceberg que hundió al Titanic, hasta sintió cierto miedo porque se sentía bajo la mirada de Sauron, ella elevó la comisura derecha en un gesto por saludarlo, pero Joseph la ignoró totalmente.

¿Éste que se ha creído? entonces es así, no te conozco, no te saludo... pendejo de mierda. —se decía mentalmente cuando en realidad quería gritárselo.

—Muchas gracias, señor Brockman. —le dijo, mientras ella misma se abotonaba el abrigo y se encaminaron a la salida donde ya los esperaba la limusina, el hombre la invitó a subir, antes de hacerlo desvió la mirada a la puerta y los vio salir, sintiéndose amenazada por la mirada de Joseph y ella le dedicó una de desprecio para después subir.

Henry subió a su lado y le pidió al chofer que los llevara hasta el departamento de la joven, durante el trayecto ella tuvo que retirar la mano del hombre que se posaba en su rodilla de manera sutil, además de hacerse la estúpida y hacerle creer que no entendía sus conversaciones con doble sentido, insinuándole ligeramente que se moría por cogérsela esa noche, pero estaba muy alejado de la tangente si creía que ella le cedería al menos un beso.

Por la mañana, el cereal con fresas y leche descremada aún esperaban que Alexis los comiera, mientras ella solo los revolvía con la cuchara, perdida en sus pensamientos y emociones que la estaban poco a poco consumiendo sin darse cuenta.

—Alexis, llevas diez minutos con el desayuno y no has probado bocado. —se dejó escuchar la voz de Sophia sentada en la silla del frente.

—¿Ah? —preguntó, regresando de donde quiera que la tuviesen sus cavilaciones al comedor de su departamento.

—Desayuna mujer, mira nada más, estás más delgada, está bien que te alimentes sanamente, que te mates tres horas diaria en el gimnasio, entre spinning, tae bo, zumba, boxeo y miles de cosas más, te mantiene a los hombres atrás como moscas tras la miel, pero que dejes de comer, eso si no lo voy a permitir. —le dijo con tono de regaño.

—Sophia, no estoy dejando de comer. —dijo llevándose una cucharada a la boca, masticó y tragó. —Solo que no tengo mucho apetito y estoy algo distraída.

—Sí, de eso me he dado cuenta ¿es el proyecto de Henry? ¿anda de tacaño el viejo? pues mamita mándalo a volar y a buscar otro. —le dijo chasqueando los dedos.

—No, de hecho Henry anoche me entregó una excelente propuesta, unas vallas publicitarias, solo me toca buscar la modelo, él se encargará del fotógrafo y la escenografía, eso sí de acuerdo a mi gusto.

—Es que lo tienes babeando por ti, la verdad no está nada mal, un hombre realmente elegante, apuesto, inteligente... —la diseñadora la interrumpió.

—Y casado Sophia, recuerda que está casado, solo que le gusta quitarse el anillo. —su amiga rió. —Dime algo ¿aún se me ve cara de pueblerina estúpida? —inquirió señalándose el rostro y la pelirroja ahogó una risa.

—No mi vida, para nada, eres una diva, hermosa, elegante. —acotó sonriendo.

—Bueno, no sé qué pretende Henry, anoche durante todo el trayecto no hizo más proponerme "sutilmente" el acompañarme, que podríamos conversar mejor aquí, no quería creerme cuando le dije que no podía, que tú estabas aquí.

—Es que sabes cuáles son sus intenciones, mi vida. —dijo la chica riendo y elevando ambas cejas.

—Cuando me vio casi le da el infarto. —contó y no pudo retener la carcajada. —Si es que no hubo manera de sacármelo de encima, quería comprobar si era cierto que estabas. —acotó la chica acompañando a su amiga con la carcajada. —Son tan tontos, una los puede manejar a su antojo y Henry cree que me acostaré con él sin que antes me haga la publicidad completa. —en medio de la risa su mirada se percató de la hora en el reloj de la pared, por lo que se puso de pie como un resorte. —¡Mierda! Es tardísimo Sophia. —exclamó tomando la taza con el cereal y llevándolo a la cocina dejándolo sobre la barra.

—Loca, no es tarde, son las siete y media ¿no tienes que estar allá a las nueve? —inquirió.

—Sí, pero sabes lo que tardo arreglándome y no podré estar a las nueve en punto.

—¿Y qué? Si llegas diez o veinte minutos más tarde, no es una empresa donde te van a chequear el horario. Esa puntualidad que se te pegó de Richard, bendita puntualidad inglesa. —dijo la pelirroja.

—Es que tengo que dar el ejemplo, no puedo dejar a los trabajadores esperando y hoy llevan los espejos. —se encaminó y se paró delante de Sophia. —¿En serio estoy muy flaca? —preguntó levantándose la franelilla del pijama y mostrándole el torso.

—No, estás bellísima. —la giró para que diera media vuelta. —Mira nada más que culo más hermoso tienes, si fuese hombre no te perdonaría. Menos mal que no me hiciste caso y te dejaste tus tetas naturales, porque si no hubieses parecido una puta, así te ves perfecta.

—Gracias, si fueses hombre te juro que me hubiese enamorado de ti, pero lastimosamente no lo eres. —dijo con un puchero de bebé en el rostro.

—No y tampoco quiero serlo, me gustan mucho los... —elevó ambos brazos y con el dedo índice de cada mano marcó una distancia prudente entre estos. —Así bien grandes, jugoso y calientes. —hablaba con voz morbosa y siguió con el ademan con las manos cuando Alexis intervino.

—¡Bueno! ya deja tus vulgaridades. —rió.

—¡Ah sí! porque me vas a decir que no te gustan, zorrona. —canturreó, dándole una nalgada a su amiga y riendo de muy buena gana.

—¡Ya me voy a bañar! prepárate tú también, te dejo en la boutique y de ahí me voy a Upper East Side, para empezar con la redecoración del gimnasio.

Ambas chicas se fueron a sus habitaciones y después de una hora y veinte minutos, la pelinegra estaba lista, con un jeans desgastado, una franelilla marrón tipo halter, una chaqueta de cuero negra y unas botas sin tacón, peinada con una trenza de medio lado.

—Te has llevado una vida, Lexi. —alegó Sophia, que llevaba más de veinte minutos esperándola.

—Es que no sabía que ponerme ¿me veo bien? —preguntó extendiendo los brazos.

—Te ves hermosa —sonrió. —¿Y a qué se debe ese interés desmedido por tu apariencia el día de hoy? —indagó al notar a su amiga extraña.

—Es igual que todo los días. —acotó colocándose las gafas de sol Roberto Cavalli.

—No. —hizo una pausa mientras estudiaba con la mirada a la pelinegra. —Te has pasado preguntando toda la mañana "¿Sophia me veo bien? ¿Sophia estoy gorda o muy flaca?" —hablaba repitiendo las preguntas de Alexis. —¿No será que dónde estás redecorando hay algún tipo interesante? —inquirió levantando la ceja izquierda con sarcasmo. Alexis abrió la boca para dar una respuesta coherente, pero al no encontrarla la cerró inmediatamente.

—¡Sí lo hay! —adivinó y soltó una carcajada, ya que la actitud de la diseñadora lo gritó.

—Está bien —suspiró fastidiada. —Sí lo hay ¡Sí lo hay! —exclamó sintiéndose molesta con ella misma por confesarlo. —Pero es un imbécil con ínfulas de actor de cine, que digo actor de cine, se cree ¡Dios! ahora vámonos que es tarde. —espetó tomando su bolso y encaminándose al ascensor dentro de su piso.

—Entonces... está buenísimo el tipo. —comentó y Alexis asintió inmediatamente.

—Sí lo está, ya lo vi desnudo y que te digo, me descontroló como a una estúpida adolescente. —le confesó sin poder disimular la sonrisa tonta.

—Ah, pero ya te lo has llevado a la cama. —dijo soltando un suspiro de alivio. —¿Y qué tal? ¿Se mueve bien o es un maniquí? —preguntó divertida.

—No, ni pienso hacerlo, no quiero que siga apoderándose de mis emociones.

—Entonces no te pongas tan guapa para ir a verlo. —le pidió guiñándole un ojo con picardía. —Lexi, llegará el momento en que te enamores, te lo he dicho.

—No voy a enamorarme Sophia, no voy a entregarme por completo a ningún desgraciado que a la primera vuelta me ponga los cuernos o que termine agrediéndome cuando no cumpla sus órdenes ¡Primero muerta! —hablaba mientras las puertas del ascensor se abrían y se encaminaban hacia el Nissan 370z Roadster blanco en el estacionamiento.

Alexis dejó a Sophia en la boutique y se dirigió hacia el departamento de Joseph Morgan, fue recibida por una mujer de unos cuarenta años, que se encontraba en compañía de dos más, ella pasó con los tres hombres que se encargarían de hacer el trabajo pesado, como mover las maquinas, remover las alfombras y adherir los espejos.

Sintió una mezcla de tranquilidad-decepción, quería y no quería verlo, sin embargo la esperanza hundía la espinita aumentando esas ganas de un posible encuentro el día de hoy.

Una de las mujeres se acercó a ella, que se encontraba admirando el paisaje y le ofreció un menú variado para que eligiera el almuerzo de ella y de los hombres.

—No señora, la verdad no hace falta, yo me llevó a los chicos a almorzar por aquí cerca, ya que esto no está incluido en el contrato. —respondió Alexis.

—Señorita, es que son órdenes del señor Joseph, nos pidió que le proporcionáramos todo lo que necesitase, está incluido el almuerzo y cualquier aperitivo que desee.

—Sí, entiendo, pero la alimentación no está incluida y él lo sabe.

—Señorita sí, usted le informó y está estipulado en el contrato, pero a él no le importa, por favor. —la mujer prácticamente le rogaba, sabía que tal vez ese hombre como jefe debía ser un tirano y se condolió con la pobre mujer.

—Está bien, déjeme preguntarle a los chicos que quieren comer y le aviso.

—Gracias señorita. —le dijo con una amable sonrisa a la cual Alexis correspondió y se encaminó de nuevo al gimnasio, percatándose de como limpiaban las otras dos mujeres y era necesario para que un hogar de hombres estuviese tan organizado.

Pasó todo el día en el apartamento y el fiscal no se apareció en ningún momento, se animó a si misma al pensar que todavía se encontraba en el despacho de abogados.

Al día siguiente decidió irse un poco más cómoda, por lo que se fue con ropa deportiva, la misma que usaba para ir al gimnasio, no ganaría nada con arreglarse, si no causaría ningún efecto en nadie y al igual que el día anterior, fue recibida y atendida por las señoras de limpieza.

Ya estaba casi listo el espacio y le encantaba como estaba quedando, le daba instrucciones a los jóvenes y estos obedecían, ella misma se encargaría de colocar los instrumentos musicales en la parte superior de los espejos donde dejó un espacio de medio metro recubierto por madera, otros los dejaría en algunas esquinas, todo al mejor ambiente Brasileño. Subió la escalera de metros, mientras los trabajadores le pasaban los instrumentos y ella los colocaba en el lugar apropiado.

Joseph entraba al lugar con las manos en los bolsillos, cuando se encontró con un espectáculo que lo desconcertó completamente, al ver a Alexis Fontana sobre una escalera, con monos de licra, las piernas, trasero y la trenza ébano que llegaba a la cintura lo dejaron sin aliento, despertando reacciones a su cuerpo que poco podría esconder si seguía admirándola, en ese instante fue consiente que los hombres que la ayudaban y que estaban arremolinados bajo la escalera, se encontraban igual o peor que él, pues las miradas de ellos iban más allá, eran lascivas.

Sin poder evitarlo, nuevamente sintió esa sensación de angustia-ira que lo invadió unas noches atrás, cuando la vio en el restaurante con el hombre que más odiaba. Dio largas zancadas para acortar la distancia lo más rápido posible, irrumpiendo en el lugar y los hombres desviaron las miradas rápidamente, tratando de disimular.

—Señorita Fontana, bajé de ahí inmediatamente. —le exigió cómo si ella fuese de su propiedad.

La diseñadora volvió medio cuerpo y antes de verlo había empezado a temblar, por lo que se aferró a la escalera para no caer, fue suficiente con escuchar su voz para sentir que se desarmaba, sin embargo, no pudo evitar molestarse ante el tono utilizado por él.

—¿Disculpe? —preguntó con sarcasmo.

—Que se baje le he dicho, dejé eso así. —le pidió moderando un poco la exigencia, ante las miradas atónitas de los trabajadores.

—No tengo por qué hacerlo, es mejor que me deje trabajar y regresé cuando yo le diga, ahora por favor le pido retirarse, que solo está interrumpiendo mi trabajo y desconcertando a mis trabajadores. —le dijo sin bajar un solo escalón.

—No soy yo quien los está desconcertando, señorita. —le hizo saber al tiempo que estiraba las manos y sin permiso la tomó por la cintura para bajarla, ella dejó libre un grito ante el susto y en un acto reflejo de seguridad llevó sus manos a las del fiscal, que la tomaban de la cintura.

Cuando la bajó, adhirió su trasero al cuerpo de él y lo rozó hasta que la puso de pie en el suelo, pero aún estaban tan cerca que podía sentirlo, sentir en la parte superior de sus nalgas el miembro del joven.

Todo pasó muy rápido y no sabía a ciencia cierta si lo hizo intencionalmente o no, solo era consciente de las miles de emociones que la azotaban sin piedad y seguía aferrada a las manos de él que cerraban su cintura. Acarició con su trasero el pecho, abdomen y masculinidad de Joseph y sentía que se iba a morir, a estallar, aún lo sentía pegado a ella y una pulsación de una inevitable erección la hizo salir del trance de placer en el que se encontraba, siendo consciente que habían personas a su alrededor, por lo que se soltó abruptamente.

—¡Está usted loco señor Morgan! —exclamó volviéndose, pero sin la fuerza de voluntad para mirarlo a la cara.

—Loca está usted, señorita. Acaso no es consciente que lo que hace es peligroso y la verdad yo no quiero al FBI aquí investigando su muerte, ni mucho menos que me manche de sangre el lugar. —dijo dándose media vuelta y encaminándose.

Ella lo siguió en un acto reflejo, sintiéndose molesta y excitada, ese hombre primero la descontrolaba y después la dejaba a la deriva.

Al llegar a la sala, él se encaminó hacia un estante, donde se encontraban varias esculturas, detrás de una de ella sacó el iPod.

—Lo ha olvidado. —le dijo entregándoselo.

—Gracias. —casi arrancándoselo de la mano. —¿Puedo hacerle una pregunta señor?

—Si quiere, pero no aseguro responderla. —le advirtió.

—¿Es así todo el tiempo? saluda solo cuando le da la gana, digo, porque yo amablemente hago el intento por saludarlo y usted me ignora totalmente. Sólo dígalo y no haré el ridículo. —exponiendo lo sucedió en el restaurante.

—Estaba ocupada y acompañada, no quería causar problemas. —le hizo saber mostrándose nuevamente enfadado. De la nada le explotaba el carácter.

—No veo nada de malo que me salude y mucho menos que pueda causarme problemas, Henry no se molestaría porque usted me salude.

—Él no, pero a mi si me molestaría saludar a su amante. —su tono de voz era helado e hiriente.

—Es un amigo. —intentaba hablar cuando Joseph intervino.

—Se acuesta con él, no son amigos, son amantes. —soltó sin más en la cara.

—Señor Morgan, usted no es quien para juzgarme, yo me acuesto con quien me da la gana, cuándo, cómo y dónde quiera, soy una mujer que sabe tomar sus propias decisiones, dueña de mi cuerpo y mis actos, tampoco tengo porque darle ningún tipo de información a usted de mi vida privada. —le dijo sintiéndose molesta y herida.

—Debería elegir mejor, cómo, dónde y con quién lo hace. —le respondió mirándola a los ojos y apretando los dientes para contener la rabia y así  no gritarle.

—¿Tiene algo en contra de Henry Brockman? —inquirió mirándolo a los ojos.

—Quiero que se vaya. —le pidió dándose media vuelta y dejándola a ella parada en el lugar, pero regresó sobre sus pasos y le quito el iPod. —Se lo haré llegar después.

—¡Regréseme mi iPod! —le exigió en un grito. —Es mío, no tiene derecho.

—Hay algo que no puede ver en él. Ahora ¡lárguese! deje el maldito trabajo así. —espetó enfurecido.

—¿Sabe qué? ¡Váyase a la mierda! —le grito. —¡Y quédese con el iPod! No es más que un imbécil con ínfulas de Dios, que se cree que todo lo puede. —hablaba cuando una voz masculina interrumpió.

—Buenas tardes.

Alexis volvió medio cuerpo, encontrándose con el hombre y la mujer que estaban en el restaurante con él, pero esta vez traían a un niño como de un año en los brazos.

—Daniel... Rachael. Pasen. —saludó Joseph con voz normal como si nada hubiese pasado, ella aprovechó y le jaló el iPod, dejándolo desconcertado y se encaminó rápidamente, subió a un ascensor que hasta ahora no había visto, dándose cuenta que era privado. —Un minuto por favor. —pidió el rubio a su primo que lo miraba confuso y con una sonrisa burlona.

Casi corrió para alcanzar a Alexis, pero cuando estaba por entrar se cerraron las puertas y ella dejo libre un suspiro, seguido de un grito para drenar la rabia.

Joseph golpeó la puerta dejándose llevar por el impulso, cerró los ojos y dejó libre un suspiro.

—Es la primera mujer que te manda a la mierda. —dijo Daniel riendo. —De esa es la que te vas a enamorar, si no es que ya lo estás.

—No le hagas caso Joseph, él lo dice porque como yo fui la única que lo mando a la mierda. —desvió la mirada a su esposo. —Amor, no todos los hombres son masoquistas. Dame a Theo, voy a darle de comer. —le pidió el hijo de ambos que estaba en los brazos del castaño.

Alexis presentía que la seguiría, por lo que apenas las puertas del ascensor se abrieron en el estacionamiento buscó rápidamente las llaves de su auto.

—¡Maldita sea! —exclamó al ver que no las tenía, que todo lo había dejado en el apartamento, pero no regresaría, no lo haría hasta que no revisará su iPod y saber que era lo que no podía ver. Salió del estacionamiento y se encaminó a la calle, bajó una cuadra y encontró un taxi disponible. —Señor a la quinta avenida entre la 50 y 60 por favor. —le pidió al taxista, para después empezar a revisar el iPod, tenía miles de canciones y todas las conocía, deslizaba rápidamente el dedo en la pantalla táctil en busca de algo que no le perteneciese pero no lo encontraba, en las fotografías tampoco, se fue a las carpetas de videos y revisaba uno por uno hasta que encontró uno que llevaba por nombre "Espero le sirva de ayuda". Se colocó los audífonos y le dio reproducir, en el aparecía Joseph con un pantalón de chándal blanco, el torso desnudo y descalzo, parado en una habitación inmensa con una cama exageradamente grande, la decoración en colores, negro, blanco y gris, la pared de fondo era de cristal y parecía ser la segunda planta del apartamento, dedujo que era su habitación. —Seguramente se va a desnudar y a masturbarse, es un enfermo exhibicionista. —susurró apenas lo vio aparecer.

"Alexis, sé que tal vez no es la mejor manera de aprender, pero me has dicho que te gusta la capoeira"

Le dio pause al video.

—Me está jodiendo... ¡Me quiero morir! —chilló entre risas. —Pero que pocas bolas tiene ¿por qué no lo hace en persona? —susurraba para que el taxista no la escuchase, olvidando por completo su molestia con él, sintiendo una extraña sensación de emoción en su pecho y en la boca de su estómago. Una vez más toco la pantalla para reproducir.

"Trataré de explicarte en este video, los pasos básicos y los más fáciles, sé que costará un poco, pero todo es cuestión de práctica, a medida que los haga te los iré nombrando para que aprendas a identificarlos, espero te sirva de ayuda."

La voz de él dio pasó a la música con la cuál se practicaba el deporte y empezó a moverse, le hizo saber qué era el paso Ginga y en qué consistía.

Alexis ya no podía definir lo que sentía, no tenía control sobre sus emociones, no podía tenerlos al ver semejante ejemplo de sensualidad, por lo que dejó caer la cabeza contra el asiento del frente del auto.

—¿Se siente bien señorita? —preguntó el hombre preocupado, al ver como la frente de la chica se estrelló contra el respaldo de su asiento.

—Sí señor, no se preocupe. —le dijo sin levantar la cabeza y su mirada se perdía en el chico haciendo acrobacias que la dejaban sin aliento, sentía su vientre vibrar y que a sus pulmones no les llegaba suficiente oxígeno, la voz ahogada de él cuando le explicaba hacía eco en sus oídos, se humedeció los labios con la lengua, para apaciguar un poco la hoguera que tenía desatada en el interior. Dejó libre un suspiro y pensó en eliminar ese video porque terminaría volviéndose loca.

Creo que la solución a todo esto es que no vuelva a verlo, eliminare de raíz todo contacto con ese hombre, no puedo permitir que me domine de esta manera. —se dijo mentalmente.

—Señorita, hemos llegado. —le informó el taxista.

—Sí señor, deme un minuto y le pago, voy por el dinero. —se bajó del auto y entró en la boutique ante las miradas sorprendida de Paul y Sophia, además de sonrisas de bienvenida de dos clientes, se acercó al mostrador. —Phia, préstame efectivo, por favor. —le pidió en un susurro.

—¿Es para pagar el taxi? —preguntó Paul con precaución y Alexis asintió en silencio. —Deja, yo lo pago, ya me lo abonarás en el sueldo. —bromeó con una sonrisa para después encaminarse hacia el carro amarillo que estaba estacionado en frente.

—Buenas tardes ¿Cómo está señora Miller? ¿Señora Hudson? —saludó a las mujeres, al tiempo que se encaminaba y dejaba el iPod encima del mostrador.

Sophia al ver el reproductor de sonido lo agarró prestado para colocarlo en el amplificador y poner alguna música, pero era imposible que no viese el video que estaba pausado, la pelirroja tuvo que sostenerse la barbilla porque temió que se le cayera la quijada, al ver a semejante monumento haciendo acrobacias con una destreza impresionante.

—Este sí que no debe tener ningún problema para poner en práctica todas las posiciones del Kamasutra. —susurró la pelirroja con una risita, para después mirar a su amiga conversando con las damas. Alexis desvió la mirada hacia el mostrador, para pedirle unos cafés a Sophia cuando la vio con el iPod en las manos y esta mediante señas y gestos sugerentes preguntaba quién era él del vídeo. La pelinegra le frunció el ceño para que dejara de preguntar.

—Disculpen un segundo, les traeré un café. —se disculpó poniéndose de pie y haciéndole un ademán a Sophia para que la siguiera.

Entraron al salón de refrigerios, encendió la cafetera para preparar el café.

—¿Y este malabarista del circo Soleil? —preguntó divertida. —¡Está buenísimo!

—No es malabarismo, Sophia. Eso es capoeira y mediante el vídeo pretende enseñarme.

—¿Es éste verdad? —intervino con la pregunta sin dejar de lado la picardía. —Ya te has tardado en responder, no tengo dudas, pero qué estás esperando, si se le ve que quiere contigo, no te va a grabar un vídeo por nada.

—Yo fui quien le dijo que me interesaba la Capoeira y hemos discutido hoy... —suspiró. —Te juro Sophia que él se cree el dueño del mundo. No soporto su manera de pedir las cosas, en realidad las exige, me va a volver loca, porque está hablando y es amable, pero al segundo es un grosero, que te echa de su casa, necesito que vayas a buscar mis cosas, están en su departamento. Hablas con los trabajadores y le dices que le den el presupuesto a él. —le pidió. —Yo ya no voy a seguir trabajando en ese proyecto. —aseguró. —Me insulta, solo porque le nombre a Henry Brockman ¿Puedes creerlo? —preguntó mientras buscaba las tazas para el café.

—Lexi, esta celoso, es todo. —dijo Sophia con entusiasmo para darle ánimos a su amiga

—Tú si eres tonta, Sophia ¿Cómo va a sentir celos por mí? si apenas me conoce. —respopndió. —Yo creo que tuvo algún inconveniente con Henry, pero tampoco lo sé a ciencia cierta, porque Henry no lo conoce, nunca ha hecho un comentario o algo referente al hombre que casi me atropella, para él no es más que otro ciudadano.

—¿Es el mismo que casi te atropella? Eso no me lo habías dicho, pero ya no te hagas rollos en la cabeza, si te gusta ese hombre ve por él, me has dicho que tiene mucho dinero, bueno... niña ¿qué esperas? te das un gusto y de paso le pides que te financie la publicidad para la colección.

—¡No! ¡Estás loca! Yo a Joseph no le pediré ni la hora. —dijo sirviendo con manos temblorosas el café mientras Sophia le sostenía la bandeja.

—Bueno, como no quieres nada a cambio, nada te impide tirártelo. —guiñándole un ojo y dándose media vuelta, dejando a Alexis desconcertada. Tanto que parece que la diseñadora se mudó a la luna. —¡Hey! Tierra llamando a Lexi. —canturreó Sophia al percatarse que su amiga no la seguía y regresó, encontrándosela completamente distraída.

—Sí, ya voy. —respondió la pelinegra al ser sacada de sus cavilaciones.

—Espero y mañana por la noche no sigas tan aturdida, no quiero andar con zombie.

—No estoy aturdida, solo un poco confundida. —la miró. —Lleva el café que se enfría. —le pidió sonriendo al ver el gesto de Sophia, viendo como la pelirroja se alejaba con el par de tazas de café.


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