Para romper una maldición

By BocaDeSerpiente

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Harry y Draco se dedican a resolver asuntos mágicos y a las Artes Oscuras, en general, y a veces pasan por si... More

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By BocaDeSerpiente

—...tienes que dejar de hacer eso —Observó Harry, en voz baja—, se darán cuenta.

Draco bajó la botella de agua, después de darle un largo trago que la dejó por la mitad, y el envase se recargó solo bajo su mirada. Él arqueó las cejas y le dirigió un vistazo despectivo, que iba acompañado de un bufido.

—Oh, sí, los camellos notarán que hago magia —Soltó, mordaz y ceñudo—, olvidé que pueden hablar con los muggles.

Harry lo reprendió con un gesto silencioso, que hizo al otro rodar los ojos. No era una sorpresa; Draco no aprendió a lidiar con los ambientes calurosos hasta seis meses luego de haber instalado el Inferno en una ciudad que no tenía época de lluvias desde hace años (de ahí el nombre de la tienda), pero no toleraba el sol más de unos minutos, y cuando algo semejante ocurría, él se hacía incluso más irritable que de costumbre.

Ni los amuletos para refrescarse, ni los encantamientos en la ropa y el klaft*, podían hacer algo por su mal humor. Tenía la piel permanentemente enrojecida, a pesar de que se exponía lo mínimo, y de repente, soltaba exhalaciones por la boca, como si tuviese que regular su temperatura de algún modo. Harry, a comparación, no sentía una gran diferencia con un día caliente en el barrio mágico en que vivían, y su novio se enfadaba más porque no compartiese su sufrimiento.

—¡...los conseguí, mira, los conseguí!

Por la manera en que lo observó, estaba claro que la única razón de que no le lanzase una maldición punzante a Marco, era que estaban en un atestado bazar, y aunque algunos egipcios acostumbraban ver más magia, sin notarlo, que la mayoría de los muggles del mundo, era mejor no tentar a la suerte cuando se trataba de extranjeros, menos en el tipo de viaje que ellos llevaban a cabo.

El muchacho lucía más joven dentro de la holgada ropa egipcia que tomaron prestada al llegar, desentonaba por los rasgos demasiado finos, y a la vez, parecía hecho para estar en lugares así. Que pudiese atravesar la multitud sin chocar a nadie, ni dejar caer lo que llevaba, era de por sí, muestra suficiente de lo hábil que era para moverse por los sitios más extraños.

Draco apretó la mandíbula y se abstuvo de amenazarlo cuando le sujetó los brazos, levantando apenas las mangas ligeras para ajustarle un par de brazaletes gruesos, que aparentaban ser de oro, con unas runas que emitieron un muy débil resplandor al contacto con su piel. Un momento más tarde, parpadeaba, como extrañado, y miraba alrededor, y luego a Marco, con discreta inseguridad. Él sonreía, orgulloso de sí mismo.

—Funcionan, ¿verdad?

—Sí, algo así. Sólo un poco —Se negó a cederle la razón, pero tampoco hacía falta. Marco parecía complacido con ayudar.

Se bebió otro largo sorbo del envase que se recargaba solo y caminó por delante de ellos, sin importarle dejarlos atrás o ver por encima del hombro para asegurarse de que lo seguirían. Las personas le abrían paso por la mirada de aristocrático disgusto que les daba, una que, a su pesar, le recordaba al Lucius Malfoy que habitaba en sus memorias.

—Está agradecido —Mencionó Harry, dándole un leve codazo al chico, que no despegó los ojos de Draco mientras se alejaba y se encogió de hombros en respuesta—, en el fondo, lo está.

Muy en el fondo —Marco se rio, sacudió la cabeza, y cruzó a trote los metros que el hombre se había adelantado, abriéndose camino entre los egipcios para alcanzarlo.

A la salida del bazar, lo escuchó quejarse un poco menos, sólo lo necesario para dar a entender que seguía irritado por la situación en general. Harry podría haber abrazado a Marco en señal de agradecimiento, incluso si estaba ahí sin invitación y por insistencia suya, porque fue el de la idea y el que corrió de ida y vuelta por el bazar para comprarle los brazaletes mágicos de regulación de temperatura.

La verdad era que las burlas de Ze resultaron más certeras de lo que le hubiese gustado reconocer. Nada más ser dejados por el traslador intercontinental en Giza y encontrar un sitio donde pasar un par de noches, se encontraron con un grupo de muchachos que no tendrían más de la primera parte de la década de los veinte, que arrastraban jaulas del tamaño de perros medianos, pero que para cualquier mago con cierto nivel de conocimientos, habrían sido una advertencia de peligro cuando el característico sonido de unas crías de quimeras y androesfinges brotó desde los agujeros que tenían para la entrada del aire. Marco era quien los dirigía y les indicaba a dónde enviarlas, y apenas los localizó, sus ojos se iluminaron.

Aquello fue el día anterior. Todavía no podían quitárselo de encima, más que cuando Draco pedía algo que él iba a buscarle, o en el cuarto de la pensión donde se quedaban. Decidieron que, si iba a insistir en seguirlos, bien podían continuar con los planes de meterse a los túneles mágicos y buscar las reliquias, y que él viese si iba tras ellos o no. Harry estaba seguro de conocer cuál sería su reacción, una vez que llegasen.

Giza, para la comunidad mágica, era conocida por tres cosas: la comida barata, el insufrible calor que inutilizaba la mayor parte de los encantamientos de temperatura, y las expediciones bajo tierra. La ciudad completa estaba construida sobre un complejo entramado de túneles de tierra, de los que los muggles excavadores no tenían la más mínima idea, porque la magia que los mantenía resguardados y sólo le daba paso a magos y brujas, era demasiado antigua y fuerte para cambiarla o engañarla. Allí, si sabías con quién hablar y cómo hacerlo, y buscabas algo específico, teniendo con qué pagarlo, se abría la posibilidad de descender a determinada hora.

Los días anteriores, en la planificación del viaje, Draco pasó más tiempo trasteando el almacén de la tienda, en busca de algo que fuese lo bastante valioso para comprar una entrada para ellos hacia los túneles, a los Inpu*, los cuidadores, que empacando o dándole instrucciones a Dobby y Ze sobre qué hacer en su ausencia y el cuidado de Saaghi, que no soportaría el cambio de ambiente a su edad. El elfo sólo aparecería si lo llamaban. Con Marco cerca, pensó con cierto humor, era probable que Draco no tuviese necesidad de hacerlo.

Las diversas entradas a los túneles, aunque de conocimiento general que superaban el número de diez, eran secretas y estaban en constante cambio, de alguna manera imposible de explicar para quien no fuese un Inpu. Se reunieron, a las afueras de la ciudad, con una chica con aspecto de ser una adolescente que no superaba los quince, envuelta en ropas holgadas, y con la máscara negra de un chacal, que sólo dejaba advertir las líneas de sus ojos amarillos por entre los agujeros.

Podían llamarla Anubis, dijo, o Inpu. No daba nombres, ni les preguntaba los suyos. Ese era el procedimiento.

El pago fue recibido la tarde de su llegada, cuando se acercaron a la bruja dueña de la pensión donde se quedaban y pidieron una reunión con los Inpu. A la hora de la cena, un hombre con la misma máscara de chacal se acercó para tomar el oro y los objetos que llevaban consigo, y a cambio, tocó sus cabezas con una varita retorcida y dorada. Era el pase mágico; lo sabían porque no sería la primera vez que bajaban.

La Inpu que los guiaba, de alguna manera que sólo los de su oficio compartían, reconocía a quienes llevaban el pase mágico y los acompañaba abajo.

Cuando se detuvieron en una extensión de arena, en medio de lo que habrían sido unas ruinas de un lugar descomunal, la Inpu se concentró en un complicado encantamiento en egipcio antiguo, que hacía sin varita, en una pared destrozada. Mientras la observaban, a Harry se le ocurrió que era extraño que Marco también tuviese acceso libre. Por lo que conocía de los túneles, no tenían relación a las criaturas mágicas.

La pared se agrietó y partió por la mitad, dejando, en su lugar, un agujero oscuro que descendía. Lo único visible eran unas escaleras de piedra. La Inpu fue primero y Harry la siguió; detrás de los cuatro, el hueco se cerró por sí solo, y era probable que la pared volviese a la normalidad.

Las escaleras se alargaban unos metros y luego los dejaba en un túnel ancho y bajo, conectado a cientos más, que tenían entradas improvisadas de umbrales redondos y poco sutiles. Podían moverse por donde quisiera, la Inpu estaba ahí sólo para llevarlos de vuelta a la salida, y en general, ni siquiera contestaba preguntas, más que para dar escuetas indicaciones de dónde podían buscar lo que necesitaban.

El complejo de túneles contaba con un sistema de regulación de temperatura, que se activaba con el acceso de extranjeros, y hacía que el espacio formase un ambiente más soportable para ellos. Acababan de transcurrir unos segundos cuando Draco soltó un suspiro de puro alivio y se quitó el klaft, y con un giro de muñeca, hizo aparecer el bastón, que se alargó solo y con el que golpeó el suelo. Su ropa también volvió a la normalidad, al estilo que llevaba en casa.

Detrás de él, dando vistazos curiosos alrededor, Marco se ajustaba unos guantes, diferentes a los que llevaba al tratar con criaturas, con aire distraído. Harry rodó los ojos, y aunque no negaría que era agradable deshacerse del infernal sol, no se molestó en hacer más que arrojar un hechizo de búsqueda por las reliquias que necesitaban.

Comenzaron a caminar en silencio. La Inpu se mantuvo unos pasos atrás, a una distancia respetable, en la que podía cederles privacidad pero también oír cuando era requerida.

Utilizaban un lumos especial, que no se veía afectado por las radiaciones mágicas propias de los túneles, para iluminar el trayecto. Escaleras que descendían más, otras que subían a entrepisos aún más estrechos, corredores y pasadizos que se entremezclaban, altares vacíos, exhibiciones intocables de los antepasados egipcios. Giza era rara. El subsuelo mágico de Giza, todavía más.

Harry mantenía el brazo levantado, la palma girada hacia arriba, donde veía reflejado el encantamiento de búsqueda, que mostraba su posición y un radar de algunos metros, con los puntos titilantes de posibles objetivos. Cuando estaba seguro de haber dado con el sitio exacto, avisaba.

Dos pasos a la derecha desde donde estás —Hablaba a Draco desde su cabeza, para no perturbar la calma de los túneles. En viajes anteriores, un Inpu retirado les contó lo que pasaba a quienes molestaban el suelo egipcio y los lugares donde dormían brujos antiguos, y era mejor evitarse problemas.

Al dirigirse hacia allí, Draco golpeaba el piso con el extremo inferior del bastón para tener una mejor idea de lo que buscaba. El objeto, por lo general, atrapado en la roca del túnel, emitía una señal, y luego tocaba la pared para que se abriese y mostrase lo que resguardaba.

Dieron con amuletos valiosos, pero no necesarios para su causa, joyas milenarias, y una jarra porta-maldiciones, que hizo que Draco y Marco se entretuviesen unos minutos, hablando, en murmullos, sobre las posibilidades que un objeto así generaba para cualquiera que fuese a causar un desastre. Cuando la Inpu les pidió silencio, parecieron recordar dónde estaban metidos, y se apresuraron a regresarlo a su sitio. Lo que no se fuese a sacar, debía quedar oculto, a donde pertenecía; era norma de los Inpu.

En algún punto de la caminata, Marco abrió una de las paredes y cogió unos objetos diminutos, unos escarabajos negros, adornados por una piedra preciosa cada uno, que metió en su bolso.

—Dicen que se comían la carne de los faraones —Explicaba a Draco, más que a él, en voz muy baja, el aura infantil desaparecida por unos momentos—, pero no es más que una leyenda; sirve para llevar peligrosos venenos y pica igual que cualquier insecto, y si modificas el antídoto que le das a su víctima con agua, perderá el control sobre su magia por el resto de su vida. Son increíbles. ¿Quieres uno, mon amour? —Y luego volvía a ser el muchacho que conocían, el que le ofrecía una sonrisa fascinada y esperaba un gesto de aprobación.

Él pareció considerarlo. Harry decidió no preguntar para qué su novio necesitaría uno de esos, cuando lo vio asentir y recibir uno de los escarabajos.

—A mi cargo —Marco le indicó a la Inpu, que se limitó a asentir.

El sistema de pago de los Inpu era tan estricto, que sólo podían llevar un objeto valioso de cierta categoría, una determinada cantidad de reliquias pequeñas, o diferentes tesoros, si ellos consideraban que el pago era suficiente para cubrir el intercambio. Se trataba de una cuestión subjetiva y estaba atada a lo que pudiesen o no pensar de lo que los extranjeros les ofrecían, así que muchas veces preguntaban antes de tomar algo. Que le avisase que lo tomase de su cuenta, significaba que la de Draco y él seguía intacta, y podían llevarse una pieza importante sin preocuparse.

Continuaron desplazándose por los túneles. Tras lo que pareció una eternidad, se detuvieron en un punto de gran concentración de magia negra, y Draco frunció el ceño cuando la pared no se abrió a su contacto. Tres miradas con diferentes grados de interés se fijaron en la Inpu, que avanzó para posicionarse junto a esta y la hizo ceder.

La reliquia que estaba en el pequeño hueco era un amuleto con una réplica tallada en dorado y negro del Ojo de Horus. Draco no pudo tocarlo. Cuando hizo ademán de estirar la mano, el aura de la Maldición se desplegó a su alrededor, al mismo tiempo que una idéntica envolvía el objeto, y se repelieron de golpe.

—Está maldito y tiene una energía terrible —Musitó, observándolo con avidez, y echó un vistazo a Harry por encima del hombro después—. Es perfecto.

De nuevo, él no estaba seguro de que 'perfecto' fuese la palabra apropiada para describirlo. Se percató de que Marco le prestaba uno de sus guantes, para reemplazar los que llevaba y que, de algún modo, no parecían estar a la altura, y Draco volvía a acercarse.

Fue un cetro negro y de rayas doradas, ensortijadas, salido de la nada, el que lo frenó en esa ocasión. La Inpu estaba a un lado, sosteniéndolo, y sacudió la cabeza, despacio.

—Les pagamos un intercambio alto —Le recordó, en un susurro contenido. Ella negó, de nuevo—, ¿no es suficiente?

—Supondría un peligro que lo saque —Explicó; tenía una voz suave, un poco rasposa, como si apenas la utilizase—, por su condición.

Condición. La comprensión en los ojos de Draco pronto se convirtió en rabia, luego la cansada resignación se abrió paso cuando se sacó el guante con un brusco movimiento.

—Es esto lo que necesitamos, es por lo que les pagamos.

—Si usted corre un riesgo aquí abajo, será...

—No seas ridícula —Le siseó. La Inpu bajó el cetro y calló.

—Yo lo puedo llevar por ti —Ofreció Marco, aproximándose, vacilante, a la pieza. Fue detenido cuando él le puso un brazo por delante.

—¿Qué te dije sobre estar lejos de reliquias así de peligrosas, mocoso?

Harry rodó los ojos e intentó no reírse de su batalla de miradas; en general, no era que a Marco le importase que le recordase que era, al menos, diez o doce años menor que él, pero en esa ocasión, hizo un quejumbroso puchero que no conseguía disminuir la impresión de su juventud.

—Yo lo llevo —Sentenció, arrebatándole a su pareja el bolso encantado, que mantenía la magia oscura atrapada dentro hasta que pudiese ser liberada en un sitio más seguro. Draco emitió un quejido al que no le prestó atención.

Le dio la vuelta al bolso, deslizó las manos dentro, dejando afuera lo que sería el lado interior, y así, como si se tratase del agarradero para un horno, se acercó para sostener el Ojo de Horus.

Habría jurado que se movió. El aura oscura que lo rodeaba, le dio una absurda sensación de familiaridad, de haber vivido algo semejante no hacia tanto tiempo. Podía percibir la magia que brotaba desde la pieza cuando sintió que sus brazos se paralizaban.

El Imperio que destilaba no era ni la mitad de fuerte que el de la Maldición, y le hizo preguntarse qué clase de idiota caería por algo así. Junto a él, el cetro de la Inpu empujó la pieza para que cayese en el saco, y Harry se apresuró a cerrar las manos en torno a este y girarlo, de manera que el ojo quedaba atrapado dentro, sus extremidades afuera, y era sencillo cerrarlo y dar por terminada la tarea.

Al girarse, notó que era Marco quien sostenía el cetro, y justo se lo devolvió con un agradecimiento a la muchacha. Draco lo observaba con una expresión extraña.

—Dame eso —Exigió, tendiéndole la mano. Harry frunció el ceño y presionó el saco más hacia sí, buscando apoyo con la mirada en sus acompañantes.

—Ella dijo...

—Ya no hay peligro para mí. Dame eso, Harry —Después de un breve duelo de miradas, que culminó con un Harry bastante confundido, se lo entregó, y Draco se acomodó el bolso sobre el hombro y se aseguró de sellarlo con un encantamiento más, por si acaso—, no quiero que vuelvas a acercarte a esta cosa.

—¿Qué? ¿por qué?

Él alejó el bolso de su campo de visión y no contestó.

—Es la forma- la forma en que lo miraste —Marco habló lento, con un tono serio que rara vez le escuchaba. Tenía los ojos fijos en él, y de pronto, sin razón, Harry se sintió como si fuese el más joven entre los tres y estuviese siendo reprendido.

—No lo miré de ninguna forma —Replicó, aunque inseguro.

—Sí lo hiciste —Draco le frunció el ceño y tomó una respiración profunda. Luego hizo ademán de quitarse el bolso, pero se arrepintió—. Tal vez...tal vez deberíamos dejarlo aquí y buscar algo más.

Harry no creía que fuera para tanto.

—No me voy a acercar igual —Aclaró, con obviedad—, eres tú quien va a experimentar con esa cosa, ¿cómo lo harás, sin poder tocarlo?

—No necesito ni quiero tocarlo —Draco se encogió de hombros, y a pesar de que aún dudaba, cuando Harry le aseguró que estaría bien llevarlo y era la mejor opción, el tema se dio por zanjado.

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—Harry, ¿podemos hablar un momento?

El aludido arqueó las cejas cuando vio que Marco unía las manos detrás de la espalda y se balanceaba sobre los pies, con el aura inocente que significaba problemas para quien no lo conociese.

—¿Quieres hablar conmigo, aunque Draco esté a unos metros? —Bromeó, cabeceando en dirección a la banca donde su novio estaba sentado, de vuelta a la ropa holgada, con la expresión irritada, y escribiendo en un pergamino, mientras aguardaban al resto del grupo, con el que irían a comer.

El chico esbozó una lenta sonrisa y desvió la mirada, un instante, hacia el mismo sitio que él. Lucía divertido cuando sacudió la cabeza.

—Está bien, mon ami, me atrapaste. Estoy planeando deshacerme de ti ahora que tengo la oportunidad —Marco se inclinó hacia él, con todo el aire confidente y serio que era capaz de reunir—, ¿un Avada, un Imperio para que tú mismo te vayas, o hacerte desaparecer? ¿qué crees que llame menos la atención de Draco? —Aguardó un segundo por una respuesta que jamás llegó, y se echó a reír de la expresión confundida de Harry.

—Estás demente —Susurró, en tono quedo. Marco sonreía como si acabase de hacerle un cumplido fuera de las cortesías generales.

—Tú empezaste. Desconfiado —Le sacó la lengua, y cuando Harry todavía hacía un esfuerzo por comprender hacia dónde iba aquella conversación, el muchacho presumió de tener su estatura y le pasó un brazo por encima de los hombros. Antes de darse cuenta, era arrastrado unos metros más allá, y se limitaba a resoplar.

Estaba seguro de que tomar distancia era intencional, así que esperó un momento para girar la cabeza hacia él.

—¿Qué quieres?

—¿Crees que a Draco le guste una joya de la colección histórica de Cleopatra?

Lo preguntó deprisa, apenas entendible. Harry levantó las cejas al verlo detenerse y observarlo, curioso, a la espera de la respuesta.

—¿Es en serio?

—No —Marco se volvió a burlar de él y lo soltó. A partir de ahí, comenzó a caminar de reversa, de manera que mantenía los ojos en él y se movía, en perfecto equilibrio—, más bien, sí, pero no, ¿es que por qué te preguntaría algo así, Harry?

Él se encogió de hombros.

—¿Porque estás loco? —Ofreció, vacilante— ¿porque no tienes amigos y no hablas con los de tu edad, más que para darles órdenes?

Se sintió un poco culpable cuando su sonrisa se borró. El muchacho se aclaró la garganta y bajó la mirada un instante, al saltar una piedra en el camino, que de algún modo pudo notar a tiempo.

—Realmente eso no es lo importante —Siguió, más sereno—, lo de mis amigos, digo, sería peligroso para ellos. No, prefiero hablar de las joyas de Cleopatra —Aclaró, con un par de asentimientos, como si fuese una cuestión de lógica, y Harry lo aceptó.

—¿Qué hay con las joyas de Cleopatra, entonces?

—Quiero pedirte un favor.

—¿Eso qué tiene que ver con las joyas de Cleopatra? —Insistió, más confundido. Marco contenía otra sonrisa cuando negó.

—Que esta joya de la reina Cleo —Con un movimiento fluido, retiró de su bolso una pieza de plata, fina, con una gema púrpura, y la hizo girar en el aire. Desapareció al volver a tocar su palma, y cuando abrió los dedos, ya no estaba a la vista— debe llegar a su nuevo dueño. Sin que le deba una explicación, me gustaría.

Harry consideró preguntarle de dónde la sacó, porque no estaba entre las piezas que los Inpu ofrecían. Luego decidió que era mejor, por su bien psicológico, no saber ciertos detalles, y meneó la cabeza.

—¿Así que tienes otro regalo para él? Eres un terco, ¿sabes?

Él rodó los ojos, divertido.

—Es un cristal curativo, el mejor que he visto en mi vida —Explicó, con calma, lo que lo hacía más creíble que cuando actuaba como un niño hiperactivo—. He preguntado en todo el mundo por el y creo que es el único que puede servirle. ¿Sabías que Cleopatra estaba maldita? Una maldición horrible, afectaba a las mujeres de su familia, podría haber matado a sus hijos, si no lo hubiese llevado...

Le llevó un momento procesar lo que acababa de oír. Frunció el ceño y boqueó, y después dejó caer los hombros y se desordenó el cabello. Marco no parecía tener prisas por hacerlo entender.

—Si sólo es eso, dáselo tú mismo —Opinó. Pensó en decirle que era maravilloso que hubiese hallado algo así, o en preguntarle al respecto, mas prefirió no hacerlo.

—Él querrá saber cómo lo conseguí. Uno no toma joyas de reinas antiguas y mágicas sólo con pedirlas de "por favor", Harry —Y ya viste cómo se pone, estaba entre líneas. Draco lo maldeciría si se enteraba de que el 'mocoso' se acercaba a reliquias peligrosas, los dos lo sabían.

Harry suspiró y le tendió la mano.

—¿Es algo que debería saber o por lo que debería preocuparme? —Media fracción de segundo después, tenía la pieza en la palma. No pesaba, aparentaba fundirse con la piel al tacto, y enviaba una oleada de calma por su cuerpo.

—Mi idea era no deberte una explicación a ti tampoco —Ahora Marco lucía culpable. Él hizo un gesto vago para restarle importancia y se metió el colgante al bolsillo. Ya se lo daría luego, con el debido crédito al muchacho tonto y terco que la buscó.

—¿Sabes? Debería molestarme contigo por darle regalos a mi novio. Alguien normal se pondría muy, muy celoso.

Él volvía a sonreír.

—Yo no sería un peligro para ti, aunque lo intentara —De pronto, pareció que se daba cuenta de algo, y lo observaba con los ojos muy abiertos—, y tú lo sabes, ¿verdad?

Harry se encogió de hombros, de nuevo, en respuesta.

—Pues no lo soy —Sentenció, con una resignación teatral que le hizo reír. Marco también rio—. Y si te tranquiliza, fue Ze la que me mandó a buscarlo por todos lados.

—¿Te mandó a buscar...una joya curativa? —Elevó las cejas al verlo asentir— ¿para Draco?

—Más bien, me dijo que buscase un objeto mágico, curativo, que pudiese llevar encima siempre. A mí se me ocurrió que esto era mejor que las piedras comunes. Y que le gustaría más.

Tal vez tendría que hacerle algunas preguntas a Ze cuando estuviese de vuelta en la ciudad.

—Otra cosa, Harry...otro favor, digamos.

—Estás pidiendo demasiado —Le advirtió, más a modo de broma.

—Lo sé, es que me tienen muy mimado —Exhaló un suspiro dramático que lo hizo rodar los ojos, y luego se enserió, tan pronto como podía entusiasmarse otra vez—. No te vayas a acercar al Ojo de Horus. Es mejor que ni siquiera lo busques, que no sepas dónde está.

Aquello le recordó a los comentarios que le hicieron en los túneles, cuando intentó meterlo a la bolsa. Seguía sin creer que fuese para tanto.

—Harry —Insistió, sin alterarse—, no lo entiendes y debe sonar tonto, pero- pero yo cuándo una persona es atraída por cierto tipo de magia oscura. Lo veo todo el tiempo, a mí también me pasa siempre. Es algo que te digo, por tu bien —Alzó ambos brazos, con las palmas al aire y a la vista, en señal de rendición.

—No me voy a acercar igual —Repitió, con simpleza. Marco permaneció en silencio un momento, hasta que debió convencerse de que era sincero, porque asintió.

—Si tú lo dices.

—Por cierto —Harry aprovechó de cambiar de tema, dando un vistazo por encima del hombro. Draco estaba lo bastante lejos para no preocuparse por ser oído, y no sentía ningún hechizo de escucha o amplificación de sonido alrededor; él nunca los ponía, si no consideraba que estaba en peligro—, ¿cómo son las alianzas matrimoniales egipcias? ¿son lindas, se ven bien? Tú que sabes más...

Se interrumpió cuando el muchacho emitió un sonido ahogado. Los dos se callaron y se miraron. Marco estaba boquiabierto y tuvo que parpadear un par de veces, antes de soltar una brusca exhalación y balbucear algo, una sonrisa abriéndose paso en su cara.

—¿Se van a casar? —No lo dejó contestar. Un instante más tarde, Harry era abrazado con fuerza suficiente para ser alzado, y se quejó en vano cuando el chico lo hizo girar en el aire, riéndose—. ¡Merlín, se van a casar! ¿cómo pudiste no decirme? ¿Ze lo sabe? Ze lo sabe y a mí no me dijeron nada, ¿verdad? —Luego de dejarlo de vuelta en el suelo, atacado por un leve mareo, le dio un golpe sin fuerza como protesta—. ¿Cuándo es? ¿puedo ir? Dime que puedo ir, tengo que ir, quiero ir, déjame ir, Harry. ¿Qué voy a darles? ¿sabes cuánto tardo en elegir un regalo, con cuántas personas tengo que hablar? ¡Podría llegarme muy tarde, si lo encargo desde lejos! Nunca he ido a una boda, ni siquiera mágica, Merlín, Merlín, ¡Merlín!...

Marco no dejaba de murmurar, ahora daba vueltas frente a él y gesticulaba de forma exagerada. Estaba más concentrado en las planificaciones futuras, en pedir que lo dejase acompañarlo a organizar, en ofrecerse a ayudar y enumerar opciones de regalos y otros detalles de menor importancia, y no dejaba de reír de pronto. No le hubiese sorprendido que empezase a saltar de la nada.

—Draco no dijo que sí todavía —Aclaró, vacilante. El muchacho frenó en seco, lo observó, y después soltó un resoplido de risa.

—No seas tonto, esa broma ni tú te la crees, Harry...

—No, es en serio.

Ya que Harry no alteró su expresión ni dio muestras de que fuese un juego, tras un largo intercambio de miradas, Marco se llevó una mano a la barbilla y se rascó de forma distraída.

—¿Te dijo que no? Por Merlín, te dijo que no- espe- lo siento, espera —Tuvo que doblarse cuando la risa irrumpió en él, y aunque se cubrió la boca, las sacudidas de los hombros aún lo delataban cuando Harry frunció el ceño y le dio un golpe, débil, en la espalda—, ¡te dije- que- lo siento! Es que- —Y volvía a interrumpirse por la risa, sacudiendo la cabeza.

—Idiota.

Harry estaba por darse la vuelta para regresar cuando Marco lo sujetó del brazo y jaló, y en un torbellino de movimiento, quedó con el muchacho enganchado a su extremidad y pegado a uno de sus costados.

—¡Oh, vamos, es divertido! Ni siquiera para casarse contigo deja el orgullo —Lo decía como si fuese un hecho que le resultaba encantador, sonriente—. Tú tampoco cooperas, seguro no lo pediste bien. Para que lo sepas, las alianzas egipcias están entre las más caras del mercado mágico, pero los dos sabemos que si Draco quisiera algo caro, se lo compraría él mismo —Él tuvo que reconocer que tenía razón, lo que amplió su sonrisa—. Por otro lado, si es algo único, de tu parte...yo creo que eso lo haría feliz.

—¿Algo único?

—Una alianza mágica —Explicó, con cierta obviedad—, una que se forme de tu propia energía. Un objeto completa, totalmente, hecho de magia. Es lo que yo haría —Añadió, con un encogimiento de hombros.

Un objeto hecho de magia. No sabía por qué no lo había pensado.

—¿Cómo se hace eso?

Marco divagó entre instrucciones hasta que estuvieron de vuelta en el área donde dejaron a su novio. Luna y los niños llegaron antes, y los gemelos estaban tirando de las manos de un Draco cada vez más irritado, que le exigía a la bruja que controlase a sus hijos. Ella reía.

—...ya verás que es más sencillo de lo que suena. Te ayudaré cuando estemos en casa —Prometió, con un gesto vago, y después de un golpe débil y otro "no puedo creer que ni Ze me dijera", lo liberó, por segunda vez.

Harry no pudo decirle más, porque el muchacho echó a correr hacia el banco y se lanzó sobre la espalda de Draco, colgando los brazos en torno a su cuello y las piernas alrededor de la cadera, y riéndose bajo las amenazas de una maldición punzante.

—¿Cómo es que te vas a casar, mon amour? —Decía, ahogado por la risa, y chillando cuando Draco se sacudía para quitárselo de encima, en vano—. ¡No me avisaste, tenía que prepararme para la noticia! ¡me rompes el corazón, ma vie, me rompes el corazón! ¡no puedo con esta enorme traición, mon coeur!

—¡Ya cállate, mocoso!

—Comme mes amours sont cruels et combien ils vont me...!

Marco se interrumpió cuando cayó sobre el banco con un ruido sordo, la varita apuntándole la cara medio segundo después; aún sonreía al otro. Los niños comenzaron a dar vueltas alrededor, y antes de que Harry se hubiese terminado de acercar, Luna ya le había bajado la varita a Draco y le pedía, con suavidad, no lanzar maldiciones frente a los gemelos.

*Klaft: ¿conocen estos tocados que se ponen las personas que viven en el desierto, para taparse la cabeza del sol? Bueno, sí, Draco es lo bastante diva como para tener uno. Amen esa imagen mental tanto como yo cuando lo escribía. (?)

*Inpu: Anubis en egipcio antiguo.

*¡Para conocimiento general! La frase completa que Marco quería usar era: Comme mes amours sont cruels et combien ils vont me manquer! que se traduce a ¡Qué crueles son mis amores y cuánto los extrañaré! a menos que mi francés esté muuuucho más oxidado de lo que creía, claro. Es a propósito, por cierto, y tiene una buena razón, que por supuesto no les contaré porque vivo de sus intrigas y lo saben, jajaja.

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