Salvaje - Nomin

By bxbynana

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Jeno y Jaemin se aman desde muy pequeƱos, el destino los separa y cada uno sigue su camino. Hasta que se reen... More

AclaraciĆ³n
Sinopsis.-
CapĆ­tulo 1.-
CapĆ­tulo 2.-
Capitulo 4.-
Capitulo 5.-
CapĆ­tulo 6.-
Capitulo 7.-
Capitulo 8.-
Capitulo 9.-
Capitulo 10.-
Capitulo 11.-
CapĆ­tulo 12.-
CapĆ­tulo 13.-
CapĆ­tulo 14.-
CapĆ­tulo 15.-
CapĆ­tulo 16.-
CapĆ­tulo 17.-
CapĆ­tulo 18.-
CapĆ­tulo 19.-
CapĆ­tulo 20.-
Notita:)

CapĆ­tulo 3.-

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By bxbynana

Jeno y Dokyun volvían de la charla con Bae, completamente en silencio. La charla no había sido buena. Y Jeno temía que si la cosa seguía así de tensa, habría más enfrentamientos y tiros que nunca.

—Tendré que tomar otras medidas con respecto a Bae—habló Dokyun al fin.

—Tranquilo, señor—lo calmó—Todo va a estar bien. Solo tenemos que aprender a manejar un poco más la situación.

—No puedes prohibirle a Mark ver a Haechan...

—No tenía pensado hacer eso. Ellos dos son libres de hacer lo que quieran. Y si necesitan apoyo...no estarán solos. Pero me preocupa lo que Bae pueda llegar a hacer.

—Bae lo va a entender tarde o temprano, hijo.

—Eso espero—susurró el pelinegro.

Cabalgaron hasta detenerse frente a la casa grande. Dokyun se bajó con cuidado y se giró a verlo.

—Quiero que hoy cenes con nosotros—le dijo. Jeno frunció el ceño. Seguro que se estaba refiriendo a él y al par de chicos.

—¿Le parece, señor?—inquirió.

—Sí...quizás te lleves una gran sorpresa.

—Está bien—asintió.

Dokyun entró a la casa. Jeno soltó un lento suspiro y miró hacia el cielo. La noche estaba completamente despejada. Aquel manto de estrellas era un espectáculo. ¿Cuántas veces se había tirado a intentar contarlas? Miles...¿Lo había conseguido? Nunca. Infinito el universo sobre su cabeza, lo llenaba de una cierta alegría. A veces él mismo se sentía infinito. Jamás llegaba a conocerse del todo. Siempre le aparecía una faceta nueva, un sentimiento nuevo, un miedo nuevo, una pasión, una necesidad.

No pudo evitar pensar en la nota que había encontrado casualmente en el pequeño valle. Sonrió levemente y cerró los ojos para recordarlo. Jamás había conocido otro niño con una sonrisa tan bonita como la de él. Jamás le había gustado tomar de la mano tanto a un niño como con su enano.

Y de repente aquel día en el que se marchó entró a su cabeza. Aquel sentimiento que lo había invadido jamás volvió a sentirlo. Se había sentido totalmente desolado, angustiado, perdido. Era como si ese día le hubiesen arrancado un pedazo de corazón, así sin más. Y recordó sus lágrimas, recordó el dolor en su linda mirada...él no quería irse. Entonces, ¿Por qué no volvió? Un año después de su partida, lo había estado esperando...pero jamás llegó. Tampoco le escribió como lo había prometido, tampoco lo llamó. Quizás el castaño si se olvidó de él.
Sonrió con amargura, era completamente ilógico que todavía pensara en él...lo más ilógico era que todo el día había estado así. Jamás se le había ocurrido preguntarle a Dokyun que había sido de la vida de Na Jaemin.
Lo poco que sabía era gracias a su madre, y tampoco era demasiado. En los últimos años él ni se le había asomado por la cabeza, pero al parecer hoy estaba completamente incrustado en su mente.

Se bajó del caballo y se quitó el sombrero. Se secó el sudor de la frente y se observó a si mismo. Estaba hecho un desastre. Tendría que ir a arreglarse si su jefe quería que cenara con él esta noche. Y tendría que fijarse en ropa adecuada para la ocasión. Lo único que él solía ultilizar eran camisas que terminan sucias, pantalones desgastados buenos para cabalgar y sus,  siempre, cómodas botas. Tal vez iba a ir así vestido a cenar...no iba a hacerse mucho problema.

Entró a la cocina sobresaltando un poco a su madre. Esta se giró a verlo rápidamente con la mano sobre el pecho.

—Me asustaste—le dijo exaltada.

—Lo siento—sonrió él—No fue mi intención.

Ella respiró con más tranquilidad y se acercó a él.

—¿Cómo les fue con Bae?—quiso saber.

Jeno dejó el sombrero sobre la mesa y se sentó en una de las sillas.

—No muy bien—se lamentó—Está demasiado furioso con Mark. Y Haechan no ayuda mucho escapándose a cada rato.

—Pobre niño, Jeno—dijo ella—Hay que entenderlo. A nadie le gustaría estar preso en su propia casa. Creo que Bae necesita unas buenas clases de actualidad.

—Yo también lo creo, ma—dijo divertido—¿Cómo está Mark?

—Bien—sonrió ella—Gracias a dios solo fue un simple raspón...ahora está durmiendo.

—Ese chiquillo un día va a darnos un gran susto—aseguró y se rascó la nuca.

Pero entonces percibió algo...la cadenita no estaba allí. Apresurado se puso de pie y se alejó la camisa de botones del pecho para cerciorarse. Y si, no estaba. Maldijo por lo bajo.

—¿Qué pasó?—preguntó Irene.

—Tengo...tengo que ir a guardar los caballos—dijo lo primero que se le vino a la mente. No podía decirle a su madre que había perdido de nuevo la cadenita.

—¿No vas a cenar?—inquirió. Él caminó hacia la puerta y la miró.

—El Señor Na me invitó a cenar con él...así que voy a guardar los caballos y vengo a ducharme—le dijo. Jeno abrió la puerta.

—Hijo, espera...—de nuevo no pareció escucharla—¡El hijo del Señor Na está aquí, en el campo!—gritó para ver si él regresaba. Pero no, no volvió.

Había algo que no quería que Jeno se enterara de que él estaba de nuevo allí.

Era la segunda vez que quiso decírselo, pero siempre pasaba algo...Se encogió de hombros y volvió a prestarle atención a la cena. Tal vez era mejor que se encontraran ellos mismos.

Jeno caminaba a paso rápido sin saber bien a donde. No sabía bien en dónde comenzar a buscar su cadenita. Hoy había estado en todos lados. ¿Y si se le había caído en el pequeño valle? ¿Y si se le había caído en la casa de Bae? Mierda, si la encontraba iba a pegarla a su cuello para que no se le cayera nunca más. Entonces se dirigió hacia las caballerizas...tal vez tenía suerte y la encontraba allí. Dios quiera que si.

Jaemin entró con cuidado. Aquel suave olor a alfalfa y animal le entró rápidamente por la nariz. Escuchó los sonidos de los caballos y miró a los que estaban allí guardados. Sonrió abiertamente...hacía tanto que no se subía a uno. Comenzó a caminar. Se maldijo a si mismo por haber salido con zapatos de vestir importados, y maldijo a Chenle por casi obligarlo a hacerlo. Según él, un hombre atractivo tenía que estar guapo y con zapatos hasta para ir al baño. Suspiró y siguió caminando. Bajo sus pies la textura del suelo cambió, y miró por qué. Comenzaba a caminar sobre paja. Sonrió y volvió a mirar a su alrededor. ¿Cuántas cosas había vivido en ese lugar? Miles.

Pero principalmente...su primer beso. Se mordió el labio inferior y siguió mirando. ¿Dónde estaría él?

¿Seguiría por aquellos campos? Se había olvidado completamente de preguntarle a Irene sobre su hijo. El pelinegro había sido muy importante para él cuando era un niño. Su primer amor. Su primer dolor...

Tropezó con algo y cayó al suelo. Gracias a dios su caída no fue brusca, ya que la paja lo amortiguó. Se sentó y se quitó los molestos zapatos. Y entonces escuchó que alguien entraba. Se quedó quieto y con sumo cuidado comenzó a arrastrarse hacia un rincón. No quería encontrarse con alguien desconocido estando solo. Quizás podrían pensar que era un ladrón o algo por el estilo. Llegó a un buen escondite y se quedó allí.

—¿Y ahora por dónde rayos voy a empezar a buscar?—escuchó que una voz masculina decía.

Apretó los labios y se propuso salir de allí antes de que lo viera.

Se inclinó y comenzó a moverse como si de un perro se tratara, mirando bien a su alrededor, fijándose si alguien le descubría.

Sintió una rara emoción, adrenalina. Él no podía estar ocultándose como si fuera un extraño en sus propias tierras.

Pero a decir verdad si lo era. Después de diez años era un completo extraño para aquel lugar.

Fijó la mirada al frente y divisó algo que brillaba en medio de la paja. Puso la cabeza de costado y frunció el ceño. Sin poder evitarlo comenzó a acercarse hacia aquella cosa. Su mirada estaba fija en ello, sin prestar ni la más mínima atención a nada de lo que estaba a su alrededor.

Entonces llegó al fin y lo observo bien. Era una pequeña cadenita que llevaba de colgante un caballo en su estado salvaje. Frunció más el ceño. El conocía esa cadenita, él...él la había comprado y se la había regalado a su salvaje.

Comenzó a estirar la mano para levantarla, pero entonces una mano más grande apareció frente a sus ojos y la tomó.

Al instante levantó la mirada y el aire se le quedó atrapado en los pulmones. Aquella mirada también enfrentó la suya. El pelinegro estaba agachado, en la misma posición que él. El corazón de Jaemin comenzó a latir con fuerza. No estaba muy seguro pero lo reconocía. Sí...era él. Su amor de pequeño. Lee Jeno estaba mirándolo como si fuera una especie de fantasma. Se había puesto algo pálido y al parecer ni respiraba.

Jaemin comenzó que incorporarse, él también lo hizo. Ambos se quedaron parados como estatuas, mirándose fijamente a los ojos.

—¿Jeno?—inquirió al fin el castaño. El pelinegro parpadeó atónito.

—Jaemin—murmuró sin poder creerlo.
Era como volver al pasado. Estar parado frente a él era como tener doce años de nuevo. Su corazón palpitó con fuerza. ¿Cómo podía ser posible? Lo había pensado todo el día y ahora estaba allí, mirándolo fijamente. Aquellos ojos profundos lo miraban con la misma sorpresa que él sentía. Recordó todo...una y cada una de las tardes que había pasado con él vinieron  a Jeno. Y sintió una presión en medio del pecho. Quiso darse vuelta y salir de allí. No entendía bien por qué. Sacudió un poco la cabeza. Estaba confundido. Tal vez todo era un simple sueño y en cualquier momento iba a despertarse y él no iba a estar. De alguna manera tenía que comprobar que aquello era real. Dio un paso hacia él.

Jaemin estaba totalmente consternado por la presencia del pelinegro. Se sentía  un niño de nuevo, parado frente a aquel príncipe que había querido tanto. Su corazón latía rápido. Nada quedaba del Jeno que él tenía en la mente. Ahora era todo un hombre. Bonito hombre. La garganta se le secó. Más viendo la manera en la que lo estaba mirando. Aquellos ojos que tanto había amado lo miraban como si fuera un espejismo. Se notaba que estaba confundido. Jeno levantó una mano y sin dudarlo tocó su mejilla. Jaemin dejó de respirar al sentir aquella gran mano contra su piel, y pestañeo seguidamente. El aroma masculino entró por su nariz...llenándole el cuerpo de una extraña sensación. Jeno olía a hombre, a sol y campo. Aroma suave y delicioso. Se estremeció.

El pelinegro frunció el ceño y movió el pulgar contra su suave piel, acariciandolo. No se iba, el tacto era muy real. Su piel era sedosa y estaba algo fría, a comparación de su mano.
Jaemin  no pudo evitarlo y sonrió. Él tenía una mueca muy graciosa, parecía estar pensando demasiado. Su cuerpo tembló cuando él volvió a repetir el movimiento de su pulgar. ¿Cómo podía algo tan insignificante como una caricia hacerlo sentir tan...tonto? ¿Cuándo había sido la última vez que un hombre lo había acariciado de esa manera tan inocente? Como queriendo conocer, recordar. Entonces Jaemin también levantó la mano y tocó su rostro. Su palma cosquilleó ante la sensación de la piel masculina, algo rasposa. El pelinegro levantó ambas cejas en un chistoso gesto de asombro.

—Hola, Jeno—habló al fin.

Jeno estaba anonadado. Se sentía un completo idiota. El corazón le latía demasiado rápido para ser normal. Un nudo se le formó en la garganta.

—Hola...—logró decirle.

Jaemin sonrió aún más, mostrándole todos sus dientes. Él se sintió contagiado por esa hermosa sonrisa que pensó que había olvidado. Pero ahora que el más pequeño volvía a sonreírle de aquella manera...se dio cuenta de que era imposible de olvidar.

—¡Aquí están!—alguien exclamó.

Ambos giraron la cabeza para mirarla. Toda la magia se perdió. Se alejaron rápidamente, totalmente avergonzados.  Irene arqueó una ceja, y luego sonrió por lo bajo. Jeno la fulminó con la mirada.

—¿Qué se te ofrece madre?—le preguntó. Ella se aguantó la risa. Ambos estaban rojos como tomates. Como si ella los hubiese encontrado haciendo algo muy malo.

—Solo buscaba a Jaemin—le dijo y miró al castaño—Tu padre quiere verte...dice que tiene algo que mostrarte o algo así, además, Chenle preguntó por ti.

—Oh—musitó el castaño—Gracias Irene.

Miró a Jeno y le sonrió levemente. Él quiso decirle algo pero las palabras no salieron de su boca. Estaba tan sorprendido de que estuviera allí de nuevo. Jamás pensó que volvería a verlo.

—Es un gusto volver a verte, Jeno...

—Igualmente, joven.

Jaemin apretó los labios y caminó hacia la salida. Se giró a verlo una vez más y sin decir nada desapareció. El pelinegro se quedó quieto mirando por donde acababa de salir el menor.

—Creo que metí la pata—dijo Irene divertida.

Jeno seguía con la mirada fija en la salida.

—No puedo creer que esté aquí— murmuró.

—Intenté decírtelo un millón de veces—exageró—Pero siempre te ibas corriendo sin terminar de escucharme—él siguió con la mirada fija en aquel lugar. Todavía no lo entendía...¿Por qué estaba allí de nuevo después de tanto tiempo?—Ya, Jeno...quita esa cara de bobo.

—Ay, que graciosa eres, Irene—dijo con sarcasmo.

Caminó hasta su madre para empujarla levemente y que caminara hacia la casa. Tenía pensado llegar, arreglarse e ir a cenar como su jefe se lo había pedido. Tenía que averiguar por qué él había decidido volver...y quién demonios era el tal Chenle.

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Si encuentran un error, no duden en decirme.







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