Vidas Cruzadas © ¡ A LA VENTA!

By Themma

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Completa, versión borrador. Un hombre que lo tiene todo, pero que en realidad, no tiene nada... Él: acaudalad... More

│Nota de la autora│
- Vidas Cruzadas -
-Capítulo 1-
-Capítulo 2-
-Capítulo 3-
-Capítulo 4-
-Capítulo 5-
-Capítulo 6-
-Capítulo 7-
-Capítulo 8-
-Capítulo 9-
-Capítulo 10-
-Capítulo 11-
-Capítulo 12-
-Capítulo 13-
-Capítulo 14-
-Capítulo 15-
-Capítulo 16-
-Capítulo 17-
-Capítulo 18-
-Capítulo 19-
-Capítulo 20-
-Capítulo 21-
-Capítulo 22-
-Capítulo 23-
*PLAYLIST*

-Capítulo 24-

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By Themma

*Sorpresa*

Por la mañana él se levantó antes, preparó café y el desayuno. Todavía no terminaba cuando sintió como unas pequeñas manos lo rodeaban por la cintura.

—¿Cocinas? —le preguntó divertida viendo cómo preparaba unos panqueques sin dificultad.

–Claro que cocino, ¿qué creías? —contestó haciéndole un hueco entre sus brazos para que se posicionara a un lado y darle un beso. Ella lo observó atenta y aún adormilada.

–No sé... —se encogió de hombros–, creí que no sabías.

—Pues te equivocaste, no es que sea un chef, pero me defiendo.

—Sí, ya veo... —admitió gratamente asombrada.

—Anda, sírvete café que esto ya va a estar listo —sugirió. La joven tomó una taza y se sirvió adorando el aroma que el líquido despedía. Rodeó la barra que separaba la cocina del pequeño comedor, Sebastián ya había puesto manteles y todo lo necesario. Al ver lo que sucedía en el exterior se quedó ahí, clavada.

—Está nevando... —murmuró anonadada, dejó la taza sobre la mesa y se dirigió en seguida hasta los enormes ventanales y observó todo con los ojos muy abiertos. Nunca había visto la nieve y no podía creer lo hermosa que se veía la ciudad cubierta por esa capa blanca. Sebastián acarició su cintura pegándola a su ancho pecho viéndola atento–. Es... hermoso... —consiguió decir sin mirarlo.

–Lo sé... —susurró al oído refiriéndose a sus enormes ojos clavados en el exterior. Ella se ruborizó y lo miró cohibida.

–Me refiero a la nieve, Sebastián.

—Y yo a ti —admitió besándola tiernamente. En cuanto se separó de su boca, ella enseguida volvió a distraerse con el exterior, así era Isabella, inquieta, como una niña curiosa cuando algo llamaba su atención–. ¿Qué te parece si desayunamos y salimos a que la veas, Bella? —La joven asintió como una pequeña que esperaba ver una sorpresa.

Al terminar, hizo algunas llamadas necesarias mientras checaba correos en su tableta. Cuando ella salió de la recámara ya no pudo concentrarse más. Llevaba le cabello suelto, un suéter de cuello alto y manga larga que bajaba por su cintura como una segunda piel, unos vaqueros y botas arriba del pantalón cuidadosamente combinadas.

—¿Qué pasa? —Le preguntó al ver que la observaba sin moverse, frunciendo el ceño. Él se acercó de inmediato y pegó a su cuerpo.

–Pasa que... no tienes ni idea de lo hermosa que te ves, mi Bella... —Ese rubor que sólo él provocaba la volvió a invadir—. ¿Sabes una cosa? Te veo y solo puedo pensar que es increíble cómo nuestras vidas se cruzaron... no me alcanzará la existencia para agradecerle que nos haya hecho coincidir.

—Te amo, Sebastián. —Lo aferró de la camiseta y lo besó mientras enroscaba sus brazos alrededor de su cuello. Un segundo después él la separó recordando lo que le había prometido.

En cuanto la joven sintió el primer copo de nieve sobre su rostro giró con los brazos abiertos dando vueltas riendo. Sebastián no pudo más que observarla completamente extasiado. Qué manera de disfrutar la vida, reflexionó atolondrado.

Caminaron hasta un pequeño parque mientras la joven se distraía con cualquier cosa, más tarde Sebastián compró chocolate caliente y juntos se recargaron en una cerca de un mirador espectacular, no muy lejos de donde habían estado caminando y se deleitaron con la vista.

Los días pasaron, sólo se separaban cuando tenía que ir a las oficinas de Londres a arreglar alguna cuestión de vital importancia, intentaba pasar el mayor tiempo posible a su lado y dedicarle desde el apartamento algunas horas al conglomerado. Ella aprovechaba esos tiempos para ir a comprar los regalos navideños o ir con sus amigas a las que tuvo que contarles su hazaña. Y como era de esperarse, estaban ansiosas por conocerlo y así fue. Cuando él se desocupaba la alcanzaba en algún lugar o la esperaba alegre en su hogar.

En las noches se entregaban uno al otro una y otra vez disfrutando de tenerse nuevamente, sin restricciones. Él notaba como, desde que le narró todo aquella noche, estaba más ligera, más tranquila, más ella y aunque escuchar su historia fue doloroso y hubiera dado todo lo que tenía para que no hubiera pasado ni por la mitad de toda aquella monstruosidad, se daba cuenta de que eso la liberaba y la convirtió en esa mujer por la que daría la vida sin dudarlo.

Ambos fueron a recibir al aeropuerto a toda la familia el día de su llegada. Al verlos juntos, gritos de júbilo y sorpresa se escucharon.

—¡Es maravilloso verlos de nuevo juntos, muchachos! —Festejó Carmen sentada en la camioneta que Sebastián usó para pasar por ellos.

—Lo sé... —avaló radiante Isabella, al tiempo que Sebastián besaba su mano mientras manejaba.

Cuando llegaron al piso de la joven, todos se acomodaron rápidamente, descansaron y más tarde Sebastián los invitó a cenar.

Por supuesto quisieron saber los pormenores así que les contaron animados todo lo ocurrido. Su amor era contagioso. Y los padres de Isabella se sentían muy complacidos y tranquilos de verlos de nuevo juntos. Esos chicos se lo merecían y sabrían valorar la felicidad que estaban logrando.

—Bueno, como ya les dijimos Bella y yo estamos de nuevo juntos y quiero que sepan que pensamos casarnos lo antes posible. Sin embargo, ustedes saben mejor que nadie todo lo que hemos pasado y... por lo mismo ya no puedo, ni quiero vivir lejos de ella. Así que... desde hace unos días vivimos juntos y pienso quedarme aquí, en Londres, hasta que termine sus estudios —anunció Sebastián, con formalidad. Dana fue la primera en saltar de la mesa y abrazarlos, emocionada, mientras marco sonreía orgulloso.

—¡Eso es grandioso! Maravillosa noticia y saben, los dos, que cuentan con todo nuestro apoyo —expresó Raúl muy satisfecho por lo que acababa de escuchar mientras el resto de la familia los abrazaba y felicitaba sin cesar. La satisfacción que se sintió en ese momento para cada uno de los presentes fue esa que se hurtó y que por derecho se les regresaba. Eran una familia.

El viaje a Europa fue un sueño para todos. Pero lo mejor fue cuando, frente a la torre Eiffel, Sebastián se hincó, con toda la familia de testigo, tomándola por sorpresa al igual que a los demás.

–Isabella —habló con seriedad–, no hay mujer que respete más, admire más y ame más que tú. Eres mi vida y quiero jurarte, aquí, frente a tu familia, y con tu sueño de testigo, que voy a hacer todo para que seas muy feliz. Jamás te faltaré y viviré solo para adorarte. Mi Bella, ¿quieres casarte conmigo? —La joven lloró desbordada de felicidad. Lo abrazó enseguida y asintió sin poder articular una sola palabra escondida en su cuello.

—Sí, sí quiero, siempre querré —admitió bajito, perdida en su aroma, en su hombre.

Seis meses después se casaron en la casa de Milán donde se volvieron a encontrar. La boda fue íntima y muy hermosa. Como era verano todos pudieron asistir, incluyendo Paco, ese gran amigo que nunca lo abandonó y que era, en gran parte, responsable de su felicidad.

Isabella concluyó su carrera un tiempo después. Y fue hasta entonces que regresaron a México llenos de expectativas y envueltos en esa bruma que brindaba el amor real, la conquista de los sueños.

Habían regresado hacía poco más de un mes. Nada podía ir mejor. Se estaban adaptando a la nueva dinámica sin mucho problema. Ella, con las semanas, decidió que quería seguir aprendiendo y buscar un grado más alto de estudios, así que entraría a una maestría y Sebastián la invitó a laborar en asuntos financieros de la empresa si lo deseaba. La joven aceptó sonriente, deseaba saber más, conocer más y quizá, más adelante, entrar a algún lugar dónde pudiera colaborar ya con bases sólidas y conocimientos reales.

Las cosas entre los dos no podían ir mejor. Los sentimientos se intensificaban con cada día, con cada segundo, se sentían completos, realizados y felices. Y aunque a veces no concordaban en cosas pues sus maneras de pensar no siempre eran las mismas, lograron encontrar el equilibrio y así adecuarse sin problemas.

Sebastián era complaciente hasta lo inimaginable y ella buscaba controlar sus impulsos y orgullo cuando sentía que le ganaban, ya que, aunque él parecía incluso disfrutar esos arrebatos, a Bella no le hacía sentir bien ser en ocasiones tan impulsiva, sin embargo, nada sucedía, él la trataba con adoración y ella no tenía ni tiempo ni ganas para nada más que para su esposo.

Una mañana Sebastián salió de casa, preocupado. Bella llevaba un par de días un poco extraña y en esa ocasión, ni siquiera se levantó para acompañarlo a desayunar como solían hacer. Aún no entraba a la maestría y había decidido darse ese tiempo de descanso mientras retomaba todo nuevamente, cosa que él agradecía. Su mujer era imparable, cosa que a veces generaba ciertas fricciones ya que le agobiaba que se sobre exigiera y mucho más que se malpasara y pese a que su esposa era consciente y cuidadosa con su salud, el entusiasmo le ganaba con frecuencia por lo que literalmente debía arrastrarla a la cama o sentarse a su lado hasta verla ingerir lo necesarios.

Un tanto ansioso notó ese mañana que ni siquiera se había dado cuenta cuando él se acercó a para despedirse, parecía sencillamente demasiado exhausta, perdida de manera singular en la inconsciencia total. Eso era algo atípico, ya llevaban viviendo juntos un año, la conocía muy bien y Bella no era de las que podía pasar mucho tiempo en la cama y tampoco de sueño pesado, al contrario. Lo cierto era que no le gustaba ser aprensivo respecto a ella, pero el tema de la anemia era algo que lo tenía en constante alerta, no podía evitarlo.

Desde que vivían juntos ella no había recaído, se cuidaba mucho y ambos recurrían periódicamente a que analizaran su sangre. Las precauciones no eran extremas, pero sí constantes. Sin embargo, fácilmente se preocupaba si algo en su semblante o actitud cambiaba de pronto, ni hablar de ojeras o desgano, eso solo generaba que la apresara en la cama hasta que desaparecieran por completo logrando así quejas y berrinches que pronto se diluían ya que Bella entendía que tenía razón y terminaba haciendo lo que debía. No obstante, en esa ocasión tenía la doliente certeza de que algo sucedía, y no como cuando solía preocuparse, sino de una forma real, algo no iba bien, podía sentirlo.

Un sudor frío recorrió su columna mientras iba hacia el conglomerado, hubiera querido quedarse en casa con ella, pero tenía una junta importante con los accionistas y no podría faltar, no obstante, ese mismo día le diría a Paco que fuera a verlos y le echara un vistazo. Necesitaba saber que todo estaba bien, que su Bella estaba bien.

Abrió los ojos presa de unas ganas enormes de devolver el estómago. Las náuseas eran fuertes así que corrió hasta el baño y sacó todo lo que necesitaba aferrada al inodoro. Cuando se sintió vacía, se lavó la boca con esfuerzo, una asombrosa debilidad la embargaba y se echó agua en rostro sin fijarse en la imagen del espejo, lo único que deseaba era volver a dormir. Se arrastró hasta la cama y se dejó caer sobre el colchón con los párpados muy pesados. ¿Qué le pasaba? Se sentía muy cansada, logró pensar por un segundo, pues sin ver el reloj volvió a quedar profunda.

Sebastián llamó varias veces en el transcurso de la mañana. Ciro estaba preocupado al igual que él. La señora Isabella poseía una energía poco común y jamás duraba tanto tiempo así, en cama. Algo no iba bien, eso seguro. Aun así, usó un tono neutro para informarle que aún no se levantaba.

Ya no lograba concentrarse, iría a casa decidió al colgar el teléfono de su oficina. Eso no era normal, ella no era así. Sintió pánico de tan sólo pensar que le pudiera suceder algo. Ya le había hablado a Paco, al explicarle la situación, él mismo se ofreció a ir a mediodía.

Isabella se hallaba vestida cuando lo escuchó llegar. Ducharse implicó incluso un esfuerzo, no logró ingerir nada pues no se le apetecía a pesar de que Ciro le dejó una bandeja sobre la mesa del desayunador en su habitación. Se sentía muy fatigada, con el estómago revuelto y un tanto mareada. Llevaba un par de días sin sentirse del todo bien, pero creyó que se debía al esfuerzo que implicó terminar un trabajo que debía entregar para ser admitida en la maestría y que provocó incluso un par de discusiones con Sebastián. Suspirando salió de su recámara, lo mejor era ir al médico, le asustaba que algo se estuviera alternado sin saberlo. Llegó hasta la puerta y abrió justo cuando él iba a hacerlo. Sonrió con debilidad saludándolo lo más efusiva que pudo pues no se despidió por la mañana y tampoco lo acompañó a desayunar como solía. Su marido al verla sintió un calambre recorrer su cuerpo, Bella comenzaba a tener unas ojeras pronunciadas, no lo podía entender, hacía apenas dos días estaba bien, o eso suponían.

—¿Cómo te sientes, mi amor? —Le preguntó preocupado mientras la besaba una y otra vez en la boca. Su mujer no alcanzó a contestar porque de pronto apareció Paco. Se separó de su marido rápidamente y lo saludó con alegría.

–¡Qué milagro, Paco! Te quedas a comer, ¿no? —logró decir. De repente, sin esperarlo, comenzó a sentir que un sudor espeso se apoderaba de sus pies, sus piernas, para ir subiendo por su columna hasta llegar a su cuello y cabeza, lo que provocó que fuera perdiendo las fuerzas. Respiró intentando hacer a un lado la horrible sensación, recargó una mano en el pecho de Sebastián y sin más; vio negro.

—¿Bella? ¡Mierda! –bramó su marido al sujetarla sin dificultad. El miedo lo atenazó de inmediato. Paco la observó negando preocupado mientras veía como su amigo la llevaba hasta su habitación como alma que llevaba el demonio.

Al depositarla sobre la mullida superficie se sentó a su lado acercando su rostro con ansiedad.

—Mírala, está ojerosa... —Ciro apareció de pronto con alcohol, Sebastián lo tomó y angustiado se lo pasó por la nariz para que reaccionara. Estaba muy pálida.

—Ahora que despierte la examino. Todo está bien, cuando llegaron la revisamos. Cálmate –le pidió Paco entornando los ojos intentando pensar rápido.

—Le dije que no se desvelara, que no se exigiera... Pero es que es muy terca –murmuró acariciando su rostro e intentando que despertara.

—Isabella puede hacer una vida normal, Sebastián. Ya te lo dije. Por favor relájate, verás que no es nada malo. Está muy bien monitoreada –El hombre asintió presa del miedo mientras su amigo sacaba de su maletín el medidor de presión. Bella comenzó a moverse. Reaccionaba.

Cuando abrió los ojos estaba en su recámara, Sebastián a su lado acariciando su cabello. Paco tomaba su presión.

—Ya regresaste... —dijo el médico sonriendo.

—¿Qué pasó? —Y miró desconcertada a su esposo, confundida, pero no le ayudó en nada su semblante, parecía demasiado preocupado, alterado incluso.

—Isa, ¿cómo te has sentido últimamente? —Le preguntó Paco enarcando una ceja con suficiencia.

–No muy bien... —confesó sin querer ver a su marido al que le había ocultado su malestar, él y todos eran demasiado aprensivos con su salud. Se cuidaba, hacía todo lo que le pedían pero se daba cuenta que al mínimo cambio Sebastián la mantenía observada y verificaba que todo fuera bien. Eso a veces la agobiaba.

—¿Qué sientes?

—Demasiado cansancio, no tengo muchas fuerzas y... hoy... —dudó unos segundos.

—¿Qué, Bella? ¿Hoy qué, mi amor? —deseó saber ya fuera de sí. La amaba hasta la locura y no soportaba verla mal, se le escurrió en el recibidor y apenas si pudo evitar que callera por completo al piso, estaba tan pálida, tan ojerosa que aún no se recuperaba del susto.

—Devolví el estómago, no he podido comer nada. No me siento bien, Paco —admitió sin remedio.

—Isabella, ¿cuándo fue tu último periodo? —Soltó de pronto el mejor amigo de su esposo. Ante la pregunta se puso lívida y se sentó en la cama rápidamente.

—¿Por? —No, eso no.

–¿Crees que? —Miró de inmediato a Sebastián llena de temor, al ver el terrible miedo en sus ojos la acercó a él, rodeándole los hombros protectoramente. Paco esperaba una respuesta.

–Bella, ¿cuándo fue? —Su marido tenía una máscara impenetrable. Negó ansiosa, muy nerviosa. Los recuerdos la agolparon y la ansiedad de aquellos días regresó sin poder detenerla.

–No lo recuerdo... No sé, pero no... no puede ser, Sebastián, yo no... —buscó sus ojos, asustada, recordando el malestar estomacal que los dos tuvieron hacía unas semanas por comer algo que les cayó de peso. Las pastillas... comprendió de inmediato.

Solía él también protegerse, pero en una ocasión todo había sido tan rápido y vehemente que no se acordaron, cosa extraña porque su marido era obseso en todo lo referente a ese tema, lo habían conversado y hasta que Isabella no se sintiera lista no buscarían un hijo, dolía mucho aún visitar los restos de su ángel como para enfrentar de nuevo una situación similar. Sebastián, desencajado, la abrazó enseguida sin poder seguir viendo su angustia.

—Isa, me parece que puede ser un embarazo, pero por favor no te asustes, todo lo vamos a controlar —intentaba tranquilizarla, pero ella comenzó a temblar aferrada al cuerpo de su marido.

—Paco... encima de esa mesa —señaló Sebastián, sin querer soltarla, el móvil de su mujer–. ¿Podrías pasármelo? —Lo agarró enseguida y se lo tendió. Sebastián lo desbloqueó y buscó con habilidad donde sabía anotaba sus periodos en una aplicación. De inmediato la observó culpable, con el miedo circulando como veneno por todo su torrente.

–Mi amor, llevas casi una semana de retraso... —y observó como las lágrimas comenzaron a humedecer su rostro pálido. Acunó su barbilla intentando sonar sereno, pero le costaba pues sentía un profundo temor–. Bella, no te pongas así, mi vida. Todo va a estar bien... —intentaba hacerla sentir segura de algo que ni él mismo creía.

–Isa, Sebastián, necesito que mañana vayan al hospital, es importante hacerte unos análisis. —Ambos asistieron nerviosos–. Por favor no se preocupen, les prometo que todo va a estar bien, yo me voy a encargar de eso, tu enfermedad está muy bien controlada, no puede existir ningún riesgo. Relájense, sea lo que sea estarás bien, Isabella —unos segundos después salió dejándolos solos pues notó que necesitaba su espacio.

—Sebastián, tengo miedo —confesó con hilo de voz. Él la separó de sí para que lo viera a los ojos, el temor en esos estanques que tanto amaba se le clavó en el corazón.

–Bella, ya escuchaste a Paco, todo va a estar bien, tú vas a estar bien y si estás embarazada el bebé también, ¿Okay? Por favor, hermosa, no te angusties, no voy a permitir que esta vez suceda nada malo te lo juro —Ella asintió llorosa. ¡Carajo!, no soportaba verla así, no otra vez—. ¡Ey! Estamos juntos en esto, mientras así sea, todo va a salir bien, mi vida, haremos todo para que así sea... —la acurrucó entre sus brazos con aplomo, se veía tan frágil, tan vulnerable–. Si estás embarazada es una gran noticia, Bella. Sé que te da miedo, mi amor. Pero un bebé tuyo y mío sería algo maravilloso. Esta vez todo va salir bien, ya verás —la joven de nuevo asintió contra su pecho.

Confiaba ciegamente en él, pero los recuerdos dolían. Así, contra la seguridad que le brindaba el hombre que más amaba en el mundo logró desconectar su mente y sin sentirlo, quedó dormida entre sus brazos.

En cuanto supo que el sueño la venció, acarició su pálido rostro, la recostó con mucho cuidado y salió dejándola descansar sintiendo una opresión en el pecho. Llegó hasta la cocina aún sin poder creer lo que podría estar sucediendo. Ahí estaba Ciro hablando con una de las chicas del aseo. Al verlo le pidió que los dejara solos al igual que la cocinera.

–Sebastián, ¿cómo está? —asintió mientras se sentaba.

–Mañana debemos ir a que la examinen, puede ser que esté embarazada —se pasó las manos por el rostro intentando tranquilizarse, de nuevo era su culpa, carajo. Ciro le acercó una taza y se la llenó de café. El hombre sorbió pensativo.

–Va estar bien, tu mujer es fuerte, las circunstancias son muy diferentes... además ahora no está sola —era evidente que Sebastián tenía temor y se sentía responsable.

—Si hubieras visto su cara. Maldición; temblaba... no quiero que sufra otra vez, simplemente no soporto verla así, sabes bien que es mi vida.

—Debes ser fuerte para ella y si lo está, pronto serás papá... Sé valiente, lo lograrán esta vez —la idea lo emocionada más que nada, ¡cómo no!, añoraba un bebé hecho de lo que sentían, sin embargo, no quería verla así de temerosa por lo mismo le había dejado a ella la decisión de ese momento.

Cuando terminó de comer permaneció ahí, hablando por móvil con Nicolás para solucionar pendientes y que le cancelara todos sus compromisos de la tarde.

—Sebastián... —al escucharla dejó su celular y se acercó a ella. Su rostro continuaba pálido y eran visibles bajo sus bellos ojos las tenues ojeras, la aprensión se apodero de él de inmediato, pero lo disimuló con una tierna sonrisa. Debía ser fuerte.

—¿Cómo te sientes, mi amor? —Dijo tomándole la mano para que se sentara frente a la mesa de la espaciosa cocina.

–Tengo hambre... —musitó intentando sonreír.

Rápidamente la cocinera le sirvió. Él permaneció a su lado sin decir una palabra mientras ella intentaba pasar bocado. Cuando por fin acabó salieron al jardín tomados de la mano.

Él jugueteó unos minutos con Miel y Luna mientras ella los contemplaba en silencio desde una silla. Todos los recuerdos se agolpaban en su cabeza sin poder evitarlo y no podía evitar pensar que se sentía igual que aquella vez, al principio. La tarde estaba siendo muy difícil para ambos. Su marido al verla tan taciturna se puso en cuclillas frente a ella y acarició su mejilla tiernamente, perdido como siempre en sus exóticos rasgos.

–Bella, mi amor, por favor. Sé que tienes miedo, sé que estás recordándolo todo, la partida de nuestro ángel, pero también sé que ahora estás bien, un hijo es algo hermoso y sabíamos que esto podía llegar a pasar cuando enfermaste, lo dijimos bromeando aquella noche. Vamos a luchar juntos, si es que te encuentras embarazada, para que todo salga muy bien. Vamos a hacer todo lo necesario. Ya no te preocupes, nada es igual que aquella vez —le hizo animoso.

—Sebastián, yo muero por un hijo tuyo, te amo y no he parado de ser la más feliz desde que volvimos a estar juntos. Pero... sé que mi salud no es... muy buena, sé lo que un embarazo logra en mi cuerpo y tengo miedo de pasar por otra decepción y decepcionarte a ti también —lágrimas escurrían de sus ojos sin poder detenerlas.

—Escúchame muy bien, Bella. Pase lo que pase tú jamás me vas a decepcionar. Por favor confía, mi amor, te lo suplico. No resisto verte así de nuevo, no cuando sé que todo será diferente —Ella intentó sonreír al comprender que de verdad le estaba afectando verla tan decaída. Lo abrazó y besó con ansiedad.

—¿Sabes? He soñado muchas veces en tener un hijo, desde que ella... murió —bajó la mirada–, esa ha sido mi ilusión, sin embargo... me daba miedo, creo que sólo así, como sucedió todo, me hubiera atrevido a volver a pasar por esto —confesó agobiada. Posó sus labios sobre su frente, más tranquilo al escucharla decir todo eso. Sabía que tenía razón, él tampoco hubiera pasado por algo similar si no se hubiesen dado así las cosas.

–Debes saber que yo también muero por un hijo nuestro, no puedo siquiera imaginar tener aquí en la casa otro par de ojos tan hermosos como los tuyos —admitió sonriendo.

El resto del día la distrajo con juegos de mesa que tanto le gustaban y haciendo cualquier cantidad de malabares para que el tiempo se le pasara rápido. Cuando llegó la noche ella incluso reía de todas sus ocurrencias, pero de nuevo se sentía muy cansada.

Pidieron que les llevaran de cenar a la recámara. Cuando terminaron, Isabella ya parecía estar dormida de pie. De pronto se levantó del pequeño comedor y corrió como pudo hasta el baño. Sebastián la siguió de prisa y alcanzó a sujetarla para que devolviera todo lo que acababa de cenar. Cuando acabó, la puso de pie delicadamente, la ayudó a lavarse el rostro, la boca y la desnudó con sumo cuidado, era inverosímil, pero Bella estaba a punto de caer desmayada en cualquier momento, unos minutos después la metió bajo las cobijas mientras ella se acurrucaba desfallecida. Él la acompañó unos minutos después pegándola a su cuerpo. A diferencia de ella que estaba completamente perdida, él prácticamente no durmió.

Por la mañana tuvo que despertarla, parecía completamente inconsciente, en cuanto lo logró sucedió lo mismo que después de cenar. La ayudó a llegar al baño y una vez que acabó la metió junto con él a la ducha.

—Bella, mi amor, ¿prefieres que vayamos después? —Le preguntó mientras la observaba lavarse el cabello con mucho esfuerzo. Era desconcertante verla así, ella siempre llena de vitalidad y de energía, sumergida en ese estado de debilidad y letargo. Su mujer negó metiéndose bajo el chorro. La opresión en el pecho lo abrumaba. Él sería todo lo que no pudo ser cuando quedó embarazada la primera vez; sería su sostén y no la dejaría caer en ningún momento así tuviera que permanecer en casa los nueve meses.

Sebastián, al igual que ella, no podía tampoco evitar los recuerdos, pensarla en un peor estado hacía ya más de dos años cuando estaba esperando a su ángel le hacía hervir la sangre, pero ahora se encontraba ahí e iba a hacer todo para suavizar las cosas, absolutamente todo.

Cuando por fin pudieron salir de casa, Isabella iba volviendo de su estado de estupor en el que permaneció la ultima hora. Pidió al chofer que los llevara y la mantuvo abrazada todo el camino. Al llegar Paco ya los esperaba, los análisis duraron unos segundos y cuanto salió se abrazó de su esposo, ansiosa, encontrando en sus brazos, su refugio favorito.

—¿A qué hora tienes los resultados? —Deseó saber Sebastián mientras sostenía a su mujer rodeándola por la cintura.

—En media hora, así que podrían ir a desayunar y aquí los espero —pero Isabella negó.

–Sí, Bella. Tienes que tener algo en el estómago —insistió Sebastián.

—Es que... no quiero hacer una escena... —explicó avergonzada. Él besó sus labios comprendiendo.

–Ha estado devolviendo todo desde ayer, solo lo que comió a media tarde es lo que le cayó bien —Paco los invitó a sentarse.

–Isa, si estamos en lo correcto vamos a hacer todo para que eso no suceda todo el tiempo como en el embarazo anterior —Sebastián se tensó al escucharlo–. Seguro existirán días malos, pero no serán todos, vas a estar muy bien cuidada y revisada. —Ella asintió–. Ahora vayan y distráiganse un poco —caminar un rato mientras esperaban. Hablaron de cosas que no tuvieran que ver con el tema y cuarenta minutos después regresaron.

—Ya los tengo, ¿me acompañan? —Lo siguieron de inmediato—. Era cierta nuestra sospecha, Isabella. Estás embarazada de cuatro semanas —la noticia ya no la tomó tan desprevenida, Sebastián apretó su mano en símbolo de apoyo—. Tus niveles de glóbulos y demás vitaminas están comenzando a bajar vertiginosamente, así que es por eso que te sientes así —su marido apretó la quijada enseguida.

—Y, ¿qué hay que hacer? —preguntó ansioso.

—Vamos a tener que tener un seguimiento muy puntual y a lo mejor un poco exagerado, cada tres semanas hay que realizarte las mismas pruebas. Voy a darte unas cargas extra de vitamina y combinado con la alimentación debe de logra que te sientes un poco mejor...

—¿Un poco? —Lo interrumpió su amigo preocupado.

—Sí, un poco. Por la misma condición de Isabella su embarazo no es que sea de alto riesgo, pero sí de muchos cuidados y bastante molesto. Esto quiere decir que vas a estar más cansada que cualquiera en tu estado, tus nauseas serán en ocasiones más fuertes, pero confió en que conforme avance tu embarazo vayan despareciendo. Si no es así, no podemos permitir que pierdas pesos, así que vas tomar multi vitamínicos que te recetaré y así aseguraremos que tengas lo que necesitas. Obviamente debes estar tranquila, no viajes, conducir lo menos que puedas aunque no es prohibido pero no podemos arriesgarnos a un desmayo. Todo es en base a como tú te sientas. ¿De acuerdo?—

—Y... si hago todo eso, ¿va a nacer bien? —Se sentía abrumada, pero esperanzada también.

—Lo prometo, si hacen todo lo que les diga no hay de qué preocuparse, solo de venir cada tres semanas conmigo y a tu reconocimiento mensual con tu ginecólogo —poco a poco los futuros padres se fueron relajando, cuando Paco los volvió a dejar solos, ambos se miraron, sonrieron y se abrazaron nerviosos.

—¿Lo voy a lograr? —Se preguntó temerosa y excitada. Sebastián la tomó por la cintura y la sentó sobre su regazo.

—Te lo juro, no habrá nada más importante estos meses que hacer que eso suceda. ¿Está bien?

—Sebastián... quiero lograrlo —acarició su mejilla y la besó dejando su frente sobre la suya.

—Lo harás, mi amor. No imagino algo de lo que no seas capaz... pero ya escuchaste a Paco... tranquilidad, Bella, y tienes que saber que seré un tanto obseso de ahora en adelante, no voy a permitir que te suceda nada. —Lo dijo serio y con firmeza.

—Haré lo que me diga, lo prometo —declaró con inocencia. Él sonrió suavizando el gesto. Eso esperaba, aunque seguro vendrían momentos en los que tendría que sosegarla, no obstante, no le importaba, ahora él sería todo lo que no fue y ella no se tendría que preocupar de nada salvo estar bien.

—No puedo creer que voy a ser papá —declaró emocionado. El rostro de Isabella se iluminó y sus bellos ojos chispearon.

—Yo tampoco... —lo abrazó feliz.

—Pero quiero decirte algo antes de que comience esta nueva aventura —la interrumpió Sebastián buscando su mirada única. Ella frunció el ceño, confusa, ante su tono de voz—. Si por algo las cosas no salieran bien —el gesto de Isabella se ensombreció, pero él continuó, tenía que decírselo–, eso no cambiará en nada lo que siento, lo que quiero... Tú eres todo para mí, Bella, todo... y antes que nada está tu vida... —declaró. Su esposa agachó la vista, observando sus manos y asintió abatida. Sebastián acunó su barbilla con tristeza, no deseaba hablar de ello, pero era necesario—. Mi amor, si te lo digo esto es porque no quiero que creas que puedes decepcionarme, tu sola presencia me ilumina, me da vida... si lo logramos... seré muy feliz, pero si no también, simplemente porque te tengo a mi lado...

—Gracias por decirme esto —agradeció Isabella aturdida.

—Te amo.

—Te amo, Sebastián.


***Awww y llegamos al final. Esto se terminó, tal como debía ser. La felicidad después de tanto dolor creo que sabe aún más y ellos, tuvieron una dosis alta. Me encanta compartir lo que en mi cabeza hay y me fascina saber lo que produjo en la suya. Un beso enorme y espero el epílogo les guste. BESOS. Les recuerdo que el epílogo y el extra del libro está a la venta por Amazon. ¡Gracias!

Copyright de Ana Coello© Prohibido su uso.  

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