Vidas Cruzadas © ¡ A LA VENTA!

By Themma

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Completa, versión borrador. Un hombre que lo tiene todo, pero que en realidad, no tiene nada... Él: acaudalad... More

│Nota de la autora│
- Vidas Cruzadas -
-Capítulo 1-
-Capítulo 2-
-Capítulo 3-
-Capítulo 4-
-Capítulo 5-
-Capítulo 6-
-Capítulo 7-
-Capítulo 8-
-Capítulo 9-
-Capítulo 10-
-Capítulo 11-
-Capítulo 13-
-Capítulo 14-
-Capítulo 15-
-Capítulo 16-
-Capítulo 17-
-Capítulo 18-
-Capítulo 19-
-Capítulo 20-
-Capítulo 21-
-Capítulo 22-
-Capítulo 23-
-Capítulo 24-
*PLAYLIST*

-Capítulo 12-

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By Themma

Since Your Love (ft. Brandon Hampton)

*Orgullo y dignidad*


Marco sabía que le mentían, Isabella jamás se hubiera ido de intercambio de última hora sin avisarles, además, no eran fechas. Por otro lado sus padres estaban muy extraños desde el día anterior. ¡Y una mierda, tenía un mal presentimiento!

Prendió su ordenador y al estar buscando un artículo que le encargaron de tarea vio las fotos de su hermana, de inmediato comenzó a leer todo sin poder detenerse. Cada renglón le provocaba un serio dolor de cabeza, la rabia se iba acumulando. ¡Imposible, todo era una mentira, ella no era capaz de algo así!

Él la vio sufrir por ellos, estar desesperada por darles algo de comer, pero jamás se prestó a cosas semejantes. Navegó más por el artículo y al ver a su madre con ella abrazándose supo que en definitiva todo era una gran calumnia. Una de enormes proporciones. Se sintió furioso, impotente. ¿Dónde estaba su hermana? ¿Qué diablos había pasado? Bajó corriendo las escaleras y buscó a Carmen, desesperado. Estaba leyendo en un sillón.

-Carmen -dijo. Su madre adoptiva lo miró tiernamente.

-¿Qué pasa, mi niño?

-¿Dónde este mi hermana? -La encaró sin rodeos.

-Arriba, con Raúl haciendo la tarea supongo... -contestó y volvió a su libro consumida por la pena. No había dormido nada debido al llanto y Raúl no hablaba en lo absoluto, era evidente el dolor que todo lo ocurrido le generaba.

-No, Dana no, Isabella. ¿Dónde está?

Lo observó rendida, cerró el libro y se quitó los lentes.

-Marco, ya te lo dijimos -le recordó fingiendo tranquilidad.

-De acuerdo, pero... me puedes explicar si todo esto tiene que ver con lo que se está diciendo sobre ella -la desafió enarcando la ceja con los brazos cruzados.

-No sé de qué hablas, mi cielo -musitó desolada.

-Sí lo sabes y ya no soy un niño, Carmen, quiero la verdad -exigió sin perder la calma.

-Marco, por favor, sé que no eres ningún niño.

-Te lo suplico, necesito saber si ella se fue a España por eso. -La mujer se levantó y lo tomó por los ambos brazos con la cabeza gacha, no tenía sentido mentir.

-Sí, hijo.

-Muy bien -asintió el adolescente pensando rápidamente en sus opciones. Estaba seguro de que algo no estaba bien, algo no embonaba pero debía saber bien lo que pasó-. Una cosa más -deseó saber-. Sebastián, ¿cómo lo tomó? -Su madre no pudo fingir más.

-Está muy mal, hijo, no habrá boda -volvió a asentir.

-Gracias -y salió rápidamente de ahí. Carmen lo siguió con los ojos, no comprendía su actitud, parecía... indiferente. O a lo mejor estaba herido por lo que acaba de descubrir, de cualquier forma trataría de estar al pendiente de sus estados de ánimo.

*

A medianoche, después de haber tenido cualquier cantidad de pesadillas, Isabella despertó famélica, enseguida se arrepintió de no haber ido más temprano por algo de comer. Intentó pensar en otra cosa, por ejemplo; ¿qué iba a hacer?

Después de cavilar unos minutos decidió que iría a algunas empresas a pedir trabajo, pero se acordó de lo que le dijo el director sobre lo publicado en los periódicos y redes sociales y comprendió que en ningún lugar, como en los que ella planeaba buscar empleo, le darían una oportunidad por lo menos en un tiempo.

Las lágrimas regresaron a sus ojos. Extrañaba a sus hermanos, a Carmen y Raúl, pero sobre todo a él, al hombre por el que perdió por completo la cabeza, el hombre con el que en unas semanas uniría su vida, por el que ya sentía que nada tenía sentido si no estaba cerca.

Ya no pudo dormir el resto de la noche. Al amanecer se puso de pie, sacó una muda limpia y se dirigió al baño. El lugar tenía moho por todos lados y olía a orines, pero no tenía más remedio. Se duchó como pudo, se vistió y salió rápidamente. De regreso en la habitación acomodó todo y cerró tomando la llave. Casi al salir de la casa se percató de un espejo colgado en el corredor, se detuvo un segundo y se observó. La imagen que reflejaba se parecía mucho a la de hacía más de una año. Sonrió con tristeza notándose pálida y ojerosa. Saldría adelante, por supuesto que lo lograría.

Lo primero que hizo al salir fue buscar algo que comer, pronto encontró una pequeña abarrotera y compró algo de fruta, pan y un yogurt. Los comió todos rápidamente y comenzó a caminar. Debía encontrar trabajo rápido, de lo que fuera mientras las cosas se enfriaban, porque el dinero que tenía no era mucho y solo le alcanzaría para un par de semanas. Buscó y buscó hasta sentirse agotada, no encontró nada.

Los siguientes 4 días fueron iguales, pero el quinto por fin encontró algo. No era muy alentador. Consistía en acomodar y limpiar en un súper de medianas proporciones. La paga no era buena, pero si se administraba sobreviviría una temporada y después buscaría un mejor empleo y en algo de su carrera. Sería sólo un mes mientras los medios cambiaban de tema, porque con terror encontró en más de un periódico su rostro acompañado de millones de mentiras y fotografías escandalosas. No se arriesgaría a una humillación, no más.

Era asombroso, pero con el paso de las horas, de los días, ya no sentía coraje, ya no sentía nada. Solo sabía que debía esperar, que lucharía y si no lograba demostrar jamás que todo eso era una gran mentira, se fabricaría una vida en la que algún día, no muy lejano, lograría acercarse de nuevo a sus hermanos; ese era sus objetivo, su único motivo y por Dios que lo lograría

El día que comenzó a trabajar, por la mañana, incluso antes de levantarse, comenzaron las primeras náuseas, sin embargo, ella no sospechó nada. Parecía una autómata, no se permitía pensar y se sentía entumida de tanto dolor y soledad. Comenzó a perder peso de forma escandalosa, el trabajo era muy pesado y el horario agotador. Debía estar ahí antes de las siete de la mañana y salía poco después de las ocho de la noche. Extenuante.

La vida consiguió transcurrir, no había día que no se durmiera llorando, aun así, se prometió que pronto olvidaría. Cuando podía, le mandaba correos electrónicos a Marco fingiendo que todo estaba bien. Él creía que ella se había ido a España de intercambio debido a los chismes que inventaron por lo que prefirió no sacarlo de esa idea. Después de todo, alcanzaba a comprender a Carmen y a Raúl, además, ellos seguían seguros y tranquilos, así que no haría nada para afectarlos. Siempre habían sido su prioridad, desde que los vio por primera vez después de que su madre apareciera con ellos cargándolos como si fuesen parte del mandado, con ambos hizo lo mismo, se los depositó en sus brazos y se fue a beber. Para Isabella, ese par de niños lo era todo. Eso jamás cambiaría.

Una noche, pensando, después de haber llorado lo cotidiano, una pregunta asaltó su cabeza. Abrió los ojos de par en par soltando un gemido. Prendió la luz de la recámara y buscó un calendario en su cartera. La última fecha de su periodo fue un mes y medio atrás. Se tapó la boca con la mano dejándose caer sobre la cama. Llevaba más de dos semanas de retraso, y de repente, comenzó a atar cabos: las náuseas por las mañanas, el dolor de pechos, el cansancio.

¡No!

Se quedó lívida por unos minutos contando una y otra vez. No tenía duda, llevaba más de quince días sin la menstruación.

Todos los sentimientos se mezclaron logrando generar algo semejante a un huracán que lo devastaba todo a su paso.

¿Qué iba a hacer? ¿Cómo iba a conseguir otro trabajo estando embarazada? ¿Cómo lo iba a mantener? ¿Se iba a parecer a Sebastián? ¿Cómo lo tomaría si ella se lo dijera? Enseguida desechó esa idea, él la creía una cualquiera así que se hubiera reído en su cara. Se recostó colocando una mano sobre su vientre, muerta de miedo y con un nudo en la garganta que no le permitía respirar bien.

-No te preocupes, bebé, todo va a estar bien, ya lo verás -le dijo sin creérselo. Por lo pronto no iba a decir nada en el trabajo, lo más seguro era que la lanzaran de ahí. En un día libre intentaría buscar algo mejor, después de todo no era la primera mujer embarazada que necesitaba un empleo. No decayó su ánimo, no tanto por lo menos, ahora con mayor razón necesitaba ser fuerte y no entregarse a la depresión y dolor.

Dos meses después de aquella noche Isabella lucía mucho peor. Su peso iba en picada y aunque hacía lo imposible para comer más de lo normal, no era suficiente, todo lo devolvía. Sentía que el bebé la estaba consumiendo cada día que pasaba. Intentó buscar otro trabajo, no tuvo suerte. Para colmo sus compañeras del mini súper comenzaban a sospechar que algo no iba bien con ella y aunque ya les había tomado aprecio por la convivencia no podía arriesgarse a decirles. Era como estar atada de pies y manos, sin poder dar con la salida adecuada a todo ese maldito infierno en el que se sentía sumergida y que empeoraba drásticamente.

No pasaba día que no evocara pasado y continuaba llorando por las noches después de haberle narrado anécdotas sobre su padre a su hijo, no lo conocería, eso era un hecho, aun así, no deseaba odiarlo. Sebastián no era malo, y pese a haberla lastimado como nadie y realmente jamás querer volver a verlo, no podía culparlo, lo que inventaron fue fulminante, aterradoramente bien hecho.

Esa vida que buscaba crecer dentro de su ser, era el único motivo por el que despertaba y luchaba cada día, por esa criatura que habitaba en su interior y que era, en ese instante, su único motivo.

*

Sebastián cada día se sentía más vacío, ya casi habían pasado tres meses y no lograba arrancar a esa mujer de su alma. Se había alejado por completo de Carmen y Raúl. Ahora vivía en un nuevo apartamento. Mandó a Luna y Miel a un sitio donde las cuidaban, y pagaba mensualmente por ello, él no podía hacerse cargo de ellas, menos verlas. Intentó, inútilmente, borrar cualquier recuerdo de ella. Pero por las noches, con más frecuencia de la que soportaba, se levantaba angustiado, sudoroso, con los latidos disparados, sintiendo una opresión en el pecho y lo primero que se le venía a la mente eran sus ojos.

¿Dónde estaría? ¿Con quién? Pensaba todavía lleno de rabia y rencor. Sus días eran largos y planos. Nada le interesaba, trabajaba como nunca y viajaba todo el tiempo. Pero ni así lograba dejar de amarla y ya comenzaba a pensar que eso nunca sucedería. Ella iba a ser, a pesar de todo, el gran amor de su vida.

*

Ya terminaba noviembre. La Navidad llegaría pronto. De su cumpleaños ni siquiera pudo acordarse. El embarazo prácticamente no se le notaba, a pesar de que ya tenía seis meses. Nada de su ropa le quedaba, por mucho esfuerzo que hacía su peso había disminuido de manera escandalosa, sus ojeras ya eran demasiado profundas, estaba pálida, no paraba de expulsar lo que ingería, no lograba retener la mayoría de los alimentos. Ya había ido a consultas con un médico que encontró en Internet, no contaba con nadie para pedir referencias, este la examinó y le comentó que era normal, trabajaba demasiado, debía descansar, cuidarse un poco más, pero que todo marchaba bien. Lo cierto era que estaba convencida de lo contrario, lastimosamente no tenía dinero para que alguien más la revisara, pues las consultas en otros sitios eran carísimas, y en las instituciones gubernamentales se negaban a atenderla pues no estaba dada de alta en su trabajo. Por otro lado, no tenía fuerzas para conseguir otro empleo en el que ganara más y así pudiera costear algo mejor, ya de por si las vitaminas le costaba adquirirlas.

Vestida con su bata de trabajo, limpiaba unas latas en los estantes, esa mañana en especial se sentía extraña, incómoda y rogaba poder permanecer en cama por horas, o días si era posible, sin embargo, no podía perder su sustento. Estiró su brazo para tomar un producto, y sin más, un dolor agudo, similar a un cuchillo encajándose en la zona lumbar, la atravesó sin miramientos, de forma inmediata se fue haciendo más intenso y comenzó a sentir que le faltaba el aire. Se bajó como pudo, inhalando y exhalando sin cesar, asustada, aferrándose el vientre que lo sentía duro.

Una de sus compañeras se acercó, contrayendo el rostro.

-Isabella, estás sangrando -abrió los ojos de par en par, sintió pánico, bajó la vista con la boca seca, un charco de sangre estaba bajo sus pies. Un dolor mucho más fuerte que los demás la hizo soltar un grito aterrador. No lo soportó mucho más y ahí, en pleno pasillo, perdió el conocimiento.

Abría los ojos, perdida en la bruma que regala la seminconsciencia, algo la absorbía, el dolor regresaba de forma abrupta. Dos mujeres con batas blancas, gritándole, pidiéndole algo y un hombre limpiándose el rostro contraído por la preocupación. Un sitio que no reconocía, su cuerpo tenso, manos sobre su estómago apretándolo con fuerza. Sudor, ardor, pánico. Se perdía en las espeluznantes sensaciones pues su cabeza no podía más y luego retornaban debido a que su cuerpo le exigía estar presente en algo que no lograba comprender. Sangre, agujas, más dolor, demasiado para soportarlo, un último grito que le desgarró la garganta y de pronto, todo negro, frío, muy frío.

Al despertar no supo dónde se encontraba, miró a todos lados y al entender que se hallaba en un hospital colocó preocupada sus manos sobre su vientre, no sintió nada. Los recuerdos la asaltaron. Se tocó una y otra vez, no estaba el pequeño bulto con el que estaba familiarizada. Con la piel erizada y sin fuerzas, volteó desesperada, buscando ayuda. ¿Qué había pasado? Su corazón, débil, buscaba revelarse dando vuelcos violentos debido a lo que su memoria evocaba. Una enfermara se encontraba atendiendo a otro enfermo a dos camas de ella, la llamó desesperada, con un hilo de voz pues no lograba que su voz saliera.

-Señorita, señorita -la mujer la observó indiferente-. ¿Y mi hijo? ¿Dónde está mi hijo? -preguntó llorando. La enfermera rodó los ojos, hastiada.

-Nació muerto, apenas si medía diez centímetros, no sé qué esperabas... Abren las piernas y luego no toman los cuidados necesarios -se alejó para seguir con sus deberes. Negó sin detenerse, abriendo los ojos de par en par. Sintiendo que más dolor ya no era posible, que otra decepción la aniquilaría.

-¡No! ¡No es cierto! -gritó llena de rabia y dolor agonizante. La mujer solo la miró de reojo y continuó sin prestarle mayor atención, quería salir de ahí, ir a averiguar si lo que esa mujer le decía era cierto, pero su cuerpo no escuchaba sus órdenes, no lograba hacerse cargo de él-. Por favor, por favor... dígame que no es cierto -alcanzó a rogar, casi enseguida perdió la lucidez.

Cuando volvió a abrir los párpados todo el lugar estaba en penumbras. A lo lejos, en otra de las camas, una enfermera la observó despertar, se acercó sonriendo con dulzura.

-¿Cómo te sientes, muchacha? -Isabella la miró aún desorientada. La joven aprovechó y le tomó el pulso con suavidad-. No muy bien, ¿verdad? -De golpe recordó todo y sujetó la mano de la mujer, suplicante.

-Mi hijo, ¿qué paso con mi hijo? -rogó saber sintiendo que enloquecería, que ya nada tenía sentido. Que caía en un pozo sin poder evitarlo y que por mucho que gritara sabía que nadie la escucharía. La enfermera colocó una mano cariñosa sobre su rostro mortalmente enfermo.

-¿No te han dicho, muchacha? Era una niña y... falleció antes de nacer. Lo siento mucho.

-¿Una... niña? -susurró perdiendo la razón, su mente, sin poder soportar una estocada más, se desconectó del cuerpo de forma abrupta.

-Sí, has estado aquí casi una semana, estuviste muy grave, el parto fue... Dios, muy fuerte, pero te juro que ya no había nada qué hacer. Tu amiga del trabajo que te trajo, ha venido a preguntar por ti a diario -le informó acongojada notando el dolor en las facciones de esa chica con tan precaria salud. Isabella ya no la veía, las lágrimas se le salían sin voluntad. La enfermera al darse cuenta de que no había más qué decir la dejó envuelta en su tristeza.

Al verse de nuevo vencida, sola, comenzó a sentir que un odio y rencor desmedido crecían rápido dentro de ella. Definitivamente su vida no tenía sentido. Ya ni siquiera había un motivo por el cual luchar, su bebé, su niña estaba... muerta. No la pudo proteger, no logró mantenerla con vida al igual que todo el sueño en que vivía. Sus esfuerzos fueron inútiles, nunca la conocería, jamás la llamaría "mamá", nunca iba a poder saber qué clase de persona sería... porque falleció. Su bebé la dejó como todos, como siempre. Alguna culpa estaba pagando porque la vida no podía ser tan injusta.

Cuarenta y ocho horas después salía del hospital con una pequeña cajita donde se hallaban las cenizas de su hija, gracias a que sus compañeras del trabajo pagaron por la incineración. Aferrada a ella, avanzó por las calles. No se sentía mejor, la debilidad le impedía caminar sin sentir que corría un maratón cada dos pasos. Aun así, logró llegar al cuarto que mantenía alquilado. Al ingresar, la señora de mala cara le obstaculizó el paso importándole un carajo su semblante mortecino, las ojeras y que parecía estar a punto de perder el sentido y lo que llevaba entre sus brazos, que aunque pequeño, para ella era lo único en lo que podía pensar.

-No me has pagado esta semana -le reclamó.

-Estuve en el hospital, lo lamento -se disculpó Isabella recargando su peso en una pared. Sudaba y sentía que en cualquier momento se le doblarían las piernas.

-Eso a mí no me importa, quiero mi dinero o saco todas tus cosas a la calle -la amenazó. Isabella asintió sin energía y entró como pudo hasta su recámara. Buscó sus ahorros y sacó el dinero. Salió tambaleándose del cuarto entregándoselo ya casi inconsciente.

*

-Carmen, Raúl necesito hablar con ustedes y con Sebastián -exigió Marco en el umbral de la habitación de sus padres adoptivos.

-¿Qué pasa, hijo? -quisieron saber.

-No puedo decírselos hasta que estén los tres y es urgente -los apremió.

-Marco, ¿qué sucede? -preguntó Raúl intrigado, el muchacho se veía muy resuelto y negó decidido.

-No les puedo decir nada, y si en algo me estiman díganle a Sebastián que venga, ahora -Carmen se acercó a él, al ver sus ojos supo que algo muy importante se traía entre manos.

-Es acerca de tu hermana, ¿verdad? -Las dudas sobre su culpabilidad no la dejaban vivir tranquila, esa joven se portó con ellos como una verdadera hija, incluso antes de irse dejó una nota de agradecimiento que le rompió el alma. Desde que se fue, aquel día, ya nada volvió a ser como solía, Raúl, sobre todo, muchas veces iba a aquel parque donde a veces se iba a charlar con ella, en otras ocasiones, lo encontró sentado sobre la cama que ella ocupaba con una foto donde salían todos, perdido en sus pensamientos. Estaba todavía sumamente afectado y es que siempre la había admirado mucho, sus caracteres eran afines, su manera de ver las cosas, también, se lo dijo en más de una ocasión.

-No, y estamos perdiendo el tiempo, por favor hagan lo que les pido -suplicó serio.

-Tú sabes que a Sebastián prácticamente ya no lo vemos. ¿Qué quieres exactamente que le diga? -deseó saber su padre extrañado e intrigado.

-Lo que quieran, invéntenle algo, pero que esté aquí a las ocho. Por favor, es muy importante para mí, se los ruego, ayúdenme -su carita estaba cargada de desespero, de urgencia.

-¿Por qué a esa hora? -Indagó Raúl tomando el teléfono.

-Porque a esa hora tendré todo listo. No me hagan más preguntas, ustedes también bajen al sótano a esa hora. ¿Está bien? -Pidió el muchacho tembloroso pero con absoluta determinación, un segundo después salió corriendo de la habitación sin esperar más.

Sebastián hacía mucho tiempo que no los veía, su llamada le extrañó mucho y más aún el pretexto que le inventaron para que acudiera ahí a esa hora. Sin embargo, a ellos no podía negarles nada. Fueron grandes amigos de sus padres, sus hijos murieron en un accidente hacía varios años y cuando también sus padres fallecieron ellos lo procuraron y lo acompañaron en todo. Así que no le quedó más remedio que ir.

Lo cierto era que tenía miedo, los recuerdo lo asaltarían. No la lograba olvidar, seguía despertando, casi a diario, sudando sintiendo que ella no se encontraba bien, que algo le ocurría. Hacía casi seis meses que no sabía nada de Isabella y tal parecía que nunca dejaría de sentir eso que lo hundía cada hora más y más.

¿Qué habría sido de ella? ¿Seguiría dedicándose a lo mismo? Su vida sin esa joven al lado era plana, sin sentido. Estaba seguro, para ese momento, que de volverla a ver, le perdonaría todo con tal de que no lo dejara y pudiera sentir nuevamente. Más de una vez se encontró a unas cuadras del apartamento de su madre, con la idea fija de buscarla pues le informaron que ahí ahora vivía, sin embargo, con lágrimas en los ojos decidía que no era lo mejor, que no debía. Era dolorosamente consciente de que por esa mujer incluso podría llegar a pasar encima de su orgullo y dignidad, tan solo por un beso más, por una caricia más, por una mirada más...

Nada tenía sentido, la única verdad era que lo engañó. Después de aquel día buscó a esos hombres personalmente, importándole poco lo que pensaran, y cínicamente lo aceptaron todo sin tapujos, dejándolo mucho peor, para recomponerse de eso, permaneció aislado casi una semana, la vida se le estaba yendo y no lograba sujetarla de nuevo, desear entrar en ella. Su asistente le contrató, por orden suya, una agencia de investigación, se negaba a creerlo todo, no podía, reafirmarlo fue ya tan humillante que no tuvo más remedio que aceptarlo y vivir con ese dolor que lo carcomía con cada paso.

Le abrieron la puerta y segundos después una de las muchachas le informó que lo esperaban abajo.

-Buenas noches -saludó serio, sintiendo aún su aroma pulular por ahí. No entendió nada, había un proyector y Marco acomodaba carpetas. ¿Qué hacía ahí Paco? Este los estaba ayudando a conectarlo todo. Y otros dos muchachos de la edad de Marco movían de forma ágil cosas en sus ordenadores que parecían ser de última generación.

-Hola, hijo -dijo la madre de los chicos yendo a su encuentro.

-¿Qué es todo esto, Carmen? -Le preguntó desconcertado mientras la abrazaba y daba un beso. La mujer se encogió de hombros sin saber qué contestarle, ella tampoco lo entendía.

-Hola, Sebastián -masculló Marco muy serio.

-Hola -no comprendía nada. De pronto las luces se apagaron y sin darle tiempo de saludar al resto, Marco les pidió que tomaran asiento de forma ruda. Todos obedecieron.

-Adelante -le indicó a uno de los jóvenes. Paco se puso de pie al lado de su amigo y esperó igual que el resto de las personas a que todo comenzara.

De pronto apareció una de las fotos en las que Isabella lucía en una cama junto a uno de los hombre a los que vio, con los que salía en las fotos. Sebastián se puso furioso, de inmediato se levantó, Paco lo detuvo con una mano, serio.

-Solo espera -de repente la imagen se empezó a distorsionar, a desdibujarse como si se desintegrara y el rostro de Isabella se comenzó a perder. Sebastián lo observaba atento, ni siquiera podía pestañear. Sin más, apareció la cara de una mujer desconocida con un cuerpo y facciones muy similares a las de... Isabella, pero era evidente que no era ella.

-¡¿Qué es esto Marco?! -gritó colérico, humillado. Lo que ese chico hacía era como agarrar su corazón y acabarlo de destrozar entre sus manos. No recibió respuesta y otra foto apareció. Ahora era otra mucho más clara y conforme los chicos hacían su labor, la imagen fue perdiendo poder y su rostro volvió a cambiar por el de la misma joven que la anterior. Dos más deshechas del mismo modo y él ya no pudo más-. ¡¿Es un una puta broma?! ¡¿Qué significa todo esto?! -vociferó convertido en un monstruo corriendo para tomar a Marco de la camisa-. ¿Qué es todo esto? ¡¿De dónde mierdas lo sacaste?! -Le exigió saber, fuera de sí.

Paco lo intentó zafar mientras Marco lo observaba directamente a los ojos sin defenderse, con la mirada más fría y penetrante que nunca hubiese visto.

-Es la puta verdad, ¿comprendes? Es la maldita verdad -soltó apretando los puños y los dientes. Sebastián se puso pálido y lo soltó.

-¿Qué dices, Marco? -preguntó ofuscado su padre, incrédulo, sintiendo un profundo dolor.

-Lo que escucharon, es la verdad. Mi hermana no hizo nada de todo lo que ustedes la culparon -los señaló con desprecio-. Ella nunca... jamás hubiera hecho algo así. ¡¿Comprenden?! -bramó con lágrimas en los ojos-. Ella confiaba en ustedes, pero se equivocó -les reclamó-. ¡Y tú! -señaló a Sebastián mientras este parecía estar a punto de desmayarse-. Tú fuiste el peor, ¿cómo pudiste dudar? Isabella te amaba, Sebastián, te amaba y... les creíste, la dejaste -le recriminó disfrutando como su ex cuñado lo veía completamente turbado, con el rostro pálido y terriblemente ojeroso, azorado, de por sí estaba más delgado y no lucía tan lozano como antes.

-Y hay más... -dijo Paco serenamente. Sebastián lo miró descompuesto, con la cabeza dándole vueltas.

-¿Tú-tú sabias? ¿Sabías todo esto?

-No, no hasta hace unos días... -le explicó compadeciéndose de su mejor amigo. Marco prendió la luz y les tendió una carpeta a los tres.

-Lean, lean muy bien -les exigió. Todos las abrieron sin perder el tiempo. Sebastián se tuvo que recargar en una de las paredes para no caer mientras sus ojos iban y venían en aquel texto.

-No puede ser, no puede ser, Marco. ¿Cómo conseguiste todo esto? ¿De dónde lo sacaste? -Le rogó saber mientras aflojaba el nudo de su corbata. Mierda, no, no, eso no podía ser, no podía estarle ocurriendo eso, no a él, no así, no con ella.

-Marco me fue a ver hace varios meses y me rogó que lo ayudara, desesperado. Me dijo que me aseguraba que su hermana no era capaz de todo lo que la culpaban, que era imposible que hubiera visto a su madre -le confesó Paco, tomándolo por el hombro intentando darle fuerzas para enfrentarlo todo. Porque lo peor apenas estaba por venir.

Miró a Marco a los ojos, este también lo hacía y encontró absoluto desprecio en su interior.

-Mi hermana odiaba a mi madre, la odiaba porque la maltrataba, la golpeaba hasta dejarla inconsciente, incluso... trató de venderla varias veces -aceptó con lágrimas y envuelto en rabia. Al ver que todos lo observaban boquiabiertos siguió-. ¡Sí! Intentó venderla a tipos asquerosos, pero jamás se hubieran enterado si esto no ocurre. Ella siempre pensó que ignoraba esa verdad... pero lo sé todo y nuestra madre acaba de ratificármelo -dijo con odio. Sebastián ya no entendía nada, mucho menos Carmen y Raúl.

-Así es, yo lo acompañé -avaló el médico consternado al igual que todos, indignado también.

-¡Tus socios! "Gente fina y bien educada" -soltó con sarcasmo acercándose a Sebastián-. Esa jodida basura que es tu mundo, junto con tu estúpida secretaria, planearon todo, ¿entiendes? -bramó Marco, mientras lo veía desmoronarse sin remedio. Negando con la cabeza desquiciadamente.

-Basta, Marco -lo detuvo Paco al ver que el muchacho se salía de control. Ayudó Sebastián a llegar a un sillón pues este no lograba estar un minuto más de pie, respiraba con dificultad y sus ojos parecían desorbitados-. Sebastián, todo esto cierto, sabes que si no lo fuera no te diría nada, llevamos meses averiguando. Marco, sus amigos y gente que yo contraté encontraron todo esto. Sé que tú también lo intentaste, pero era parte de todo, lo fraguaron abominablemente bien... por eso no tenías modo dar con la verdad -le dijo tratando de tranquilizarlo poniéndole una mano en el hombro y tendiéndole agua.

-No-no puede ser -lloraba Carmen desconsolada-. No puede ser -Raúl se recargó en un muro, con los ojos bien abiertos, sin poder siquiera hablar-. La echamos, Raúl, te das cuenta, no la dejamos que nos explicara, te dije que debíamos hablar... Dios, esto es horrible, horrible.

-Hablamos... con su madre -declaró Sebastián, respirando con dificultad. Marco asintió sin mostrar ninguna emoción.

-Ya lo sé, le pagaron, y le pagaron muy bien para que les dijera cada maldita palabra que escucharon ese día. Pero eso ahora ya no importa, quiero que la encuentren, quiero que me digan dónde está -exigió el hermano de la afectada, con el rostro lleno de aplomo, con fiera determinación.

-No lo sabemos, se... supone que se iría con esa mujer -confesó Raúl avergonzado, pasmado, mirando el techo perdido en sus pensamientos, en su dolor, con un miedo muy similar a aquel que experimentó cuando perdió a sus hijos, muchos años atrás.

-Hace unas horas encontré entre sus cosas esto -y sacó unos papeles delgados del bolsillo al tiempo que los aventaba a un lado de Sebastián. Este los agarró con manos temblorosas y abrió los párpados desmesuradamente. Un cosquilleo doloroso entró por sus pies hasta colocarse en su cabeza a manera de punzada mortífera.

-Lo donó-murmuró asombrado.

-Sí, le depositó todo su dinero a esos lugares, sé que era esa cantidad porque días antes de irse me dijo lo que llevaba ahorrado, es exactamente la misma -declaró Marco angustiado. Raúl se acercó y tomó de sus manos laxas los papeles.

-Isabella -la nombró dolorosamente. Esa niña estaba completamente sola y sin... una maldito centavo.

-Mi hermana no está en España, y hace días que no sé nada de ella -Sebastián se levantó de inmediato como si le hubiesen activado un botón.

-¿Qué dices? ¿Has tenido comunicación con ella?-preguntó desesperado.

-Isa pensaba que yo le creía que estudiaba ahí, así que nunca le pregunté, tampoco la buscamos porque creí que ustedes lo sabían, pero hace más de una semana que no me ha escrito -les confesó preocupado notando con terror que nadie sabía el paradero de su hermana mayor pues pensaban que vivía con la loca que los parió-. ¡Por favor! Búsquenla, sé que no está bien. Yo creí... Dios, por favor tráiganla con nosotros de nuevo, quiero verla, se los suplico -rogó el chico al borde del llanto y con el gesto destruido por la preocupación, pero sin doblegarse pese a la marea de terror que lo consumía.

Era demasiada información para Sebastián en tan poco tiempo, en minutos su mundo volvía a estar al revés. La mujer que amaba como un desesperado no hizo nada, la juzgó, humilló, rechazó e insultó sin permitirle defenderse, la despreció de manera asquerosa. Y de pronto las palabras que le dijo se le clavaron en el corazón; "algún día sabrás que todo esto es una gran mentira y grábatelo muy bien... No te lo perdonaré. ¿Entendiste? Nunca"

Debía encontrarla, averiguar dónde estaba y cuando lo hiciera, le pediría perdón de rodillas, de la forma que ella quisiera. El miedo de saberla sin un centavo lo atenazó, de pronto todo encajó. Recordó todas sus pesadillas y supo de inmediato que no estaba bien, debía hallarla cuanto antes. Y a esos hijos de puta, los iba a destrozar sin contemplación, sin piedad, sin detenerse. La rabia quemaba, pero el dolor lo estaba matando tan lentamente que no tenía idea de cómo podría contenerse para no asesinarlos con sus propias manos.

Se levantó y caminó sin decir una palabra rumbo a la salida. Paco fue tras él. Se subió a su auto mientras su amigo ocupaba el asiento del copiloto

-¿Por qué no me dijiste nada sobre tus sospechas, Paco? -Le preguntó entumido por el dolor al tiempo que prendía el auto. No era momento para lamentarse, debía actuar, pasaban de las nueve de la noche, aun podía hacer algo, no podía perder el tiempo, algo dentro de él le decía que era apremiante encontrarla.

-Porque hasta hace unos días que esos genios lograron desmantelar esas fotos y recibí el informe que te di, dudaba -le confesó un tanto arrepentido. Su amigo no decía media palabra, algo tramaba. Sebastián continuó conduciendo con una idea clara-. ¿Qué les dijo exactamente la madre de... -pronunciar su nombre le provocó un nudo en la garganta, uno asombrosamente lacerante- Isabella? -terminó.

-La mujer es una barbaridad, es descarada y cínica. -Sebastián asintió recordado el día que la conoció-. Marco me pidió que lo acompañara a verla, no quería ir solo. La trató con mucho desprecio y le advirtió que si no decía la verdad él iba a ir con las autoridades y la iba a denunciar por trata de menores y de violencia, por supuesto la mujer comenzó a hablar, y le confesó que tu asistente la contactó y sobornó muy bien para que inventara todo. Tiene miedo, mucho miedo de lo que le puedas hacer.

-Hija de perra, hace bien, porque seré implacable, aún no comprendo cómo tuvo esos hijos y Abigail jamás va poder olvidar lo que hizo, nunca -bramó en voz alta lleno de rabia e impotencia, sobre todo ahogado en culpa.

-Ese chico es muy inteligente, jamás dudó. De verdad me impresionó mucho su aplomo, su tenacidad, su confianza en... Isabella -reconoció Paco con tristeza.

-Ella es igual, es... Dios, Paco -detuvo el auto un segundo recargando la frente sobre el volante-. La debo encontrar, debo explicarle todo. Mierda, la amo tanto, enloqueceré, no puedo creer lo que hice. La lastimé, ¿comprendes?, la herí, le dije cosas horribles. Y anduvo por ahí sin dinero, es inteligente, pero y ¿si se puso mal? ¿Si alguien le hizo daño? O ¿Si hubiera...? -No pudo terminar, de solo pensarlo sentía que el también moriría, un sollozo ahogado emergió sin desear contenerlo, se ahogaba en angustia-. Le juré que la protegería, que nada de esta mierda la alcanzaría. Le fallé. Jamás podré perdonarme esto, nunca lograré disculpar mi estupidez -le confesó con la voz quebrada. Las lágrimas contenidas al fin fluían sin poder contenerlas. Se sentía una basura.

-Sebastián vamos a encontrarla, me adelanté un poco, ya tengo gente en eso. Tranquilízate por favor.

-Voy a acabar con esos hijos de puta, se van a acordar de mí hasta cuando respiren su último aliento, te lo juro y esa arpía no sabe lo que le espera, ¿tienes copias del expediente que Marco nos mostró? -gruñó sintiéndose asqueado, desolado, vencido. Su amigo asintió.

-Bien, primero la encontraremos y cuando lo haga, porque por Dios que daré con ella, me ocuparé de lo demás.

-Estás en una posición difícil, son tus socios...

-Y no supieron con quien se metieron, eso te lo juro.

***¡Qué agallas y fuerza de Marco!, deben saber que es de mis personajes consentidos. Dios, nada de esto debió ocurrir, nada... Escribirlo me ha erizado la piel, me dolió mucho. Gracias por sus votos y comentarios.

Copyright de Ana Coello© Prohibido su uso.

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