Vidas Cruzadas © ¡ A LA VENTA!

By Themma

29.6M 1M 151K

Completa, versión borrador. Un hombre que lo tiene todo, pero que en realidad, no tiene nada... Él: acaudalad... More

│Nota de la autora│
- Vidas Cruzadas -
-Capítulo 1-
-Capítulo 2-
-Capítulo 3-
-Capítulo 4-
-Capítulo 5-
-Capítulo 6-
-Capítulo 7-
-Capítulo 8-
-Capítulo 9-
-Capítulo 10-
-Capítulo 12-
-Capítulo 13-
-Capítulo 14-
-Capítulo 15-
-Capítulo 16-
-Capítulo 17-
-Capítulo 18-
-Capítulo 19-
-Capítulo 20-
-Capítulo 21-
-Capítulo 22-
-Capítulo 23-
-Capítulo 24-
*PLAYLIST*

-Capítulo 11-

672K 34.8K 5.4K
By Themma


*Destruido*


Cuando llegó a aquella casa, Isabella todavía no estaba, al pensarla sintió ganas de gritar de impotencia. Su vida, sus sueños se habían ido en tan solo unas horas. ¿Cómo era que todo eso había ocurrido bajos sus narices? ¿Cómo era que el ser que más había amado nunca lo había apuñalado de esa forma? ¿Cómo era que sentí que cada minuto con esa verdad, su interior se quemaba y endurecía tanto que ya no se reconocía?

Carmen y Raúl lo recibieron, preocupados.
—¿Qué pasa, Sebastián? ¿Isa está bien? 

Ella fue la primera que habló.

—¿Dónde están los niños? —preguntó observando su alrededor, tenso, con un gesto tan oscuro que de inmediato ambos se alertaron.

—En la escuela, llegan en tres horas, Isabella a las dos o tres, no sé, depende de sus actividades allá —contestó Raúl observándolo bastante intrigado, estaba demacrado, desaliñado y su mirada estaba llena de dolor y rencor. ¿Qué podría tenerlo de esa manera?

–Hablemos adentro —pidió, un segundo después entró a la casa sin esperarlos. Al llegar la sala les tendió el sobre que tenía en la mano, se encontraba arrugado de tantas veces que lo había estrujado y revisado–. Léanlo, por favor. 

El matrimonio se sentó y sacaron su contenido. Después de varios minutos sus rostros se tornaron pálidos.

—Sebastián, ¡¿de dónde diablos salió esto?! —exigió saber muy molesto Raúl poniéndose de pie para igualarlo en condiciones.

–He pasado casi toda la mañana intentando demostrar que no es real, que es una jodida mentira, pero... —no pudo continuar, se le estaba quemando el alma.

—Es... imposible, hijo, no puedo creerlo —expresó Carmen desencajada.

—Saben bien cuánto la amo, pero todo indica que... es cierto —declaró derrotado, dejándose caer muy cansado y desmejorado sobre el mullido sillón.

—Pero ella también te ama, Sebastián, lo sé —murmuró la mujer con la voz quebrada. Raúl continuaba en guardia, negándolo. No lo podía creer.

—Necesito creer que no es verdad, que es una maldita pesadilla, amo a esa mujer, la amo demasiado y juro que daría mi alma porque fuera mentira,

—No me es suficiente, lo lamento, quiero pruebas, pruebas más contundentes —expresó Raúl, imperturbable. Sebastián lo miró dolido, comprendiéndolo.

—¿Más pruebas? —El hombre asintió.

—Su madre, quiero hablar con ella, ahora, que confirme todo esto. Isabella ha demostrado ser un ser humano extraordinario, y no quiero pensar que esto sea fraguado por tu mundo —Lo señaló con ira. La defendería, creía en ella. Sebastián había pensado lo mismo, aún sentía que podía ser un embuste, asintió con decisión, podía existir una esperanza.

—Ahí está la dirección de esa... mujer —musitó serio.

—Bien, en cuento a lo demás, no lo creo, ella se ve integra.

—¿Estás tratando de decir que no la conozco? —Raúl no mostraba ningún gesto.

—Estoy tratando de decir que no quiero y no puedo creer algo tan bajo, me resisto. Date cuenta, es asqueroso, ni en sus peores momentos se vendió de esa manera, ¿por qué ahora lo haría?

—¿Crees que no pensé en ello? Pero al final, no podemos saber si es todo verdad, no hay manera de tener la certeza, solo su palabra...

—Si no te es suficiente, no entiendo para qué le propusiste matrimonio —Sebastián hervía de rabia, de desespero.

—Siento que esto me está carcomiendo de adentro hacia afuera, pero pegaremos todas las piezas y ruego con vehemencia que sea una mentira, no podría con algo semejante, simplemente no —Carmen se acercó a él, asustada por lo que estaba pasando.

—Comprobemos lo de esa mujer, y... de lo otro, ¿cómo estás tan seguro? —Una lágrima resbalo por su mejilla, se sentía ansioso, enojado, asombrosamente preocupado.

—Corroboramos lo de esos... chicos, fui con un experto de mi confianza en temas de diseño, no son fotomontajes —Su voz salía ahogada, demasiado herida. Raúl apretó las manos, respirando de forma irregular. Era como si de pronto todo lo que tenía a su alrededor se desquebrajara. Unos minutos después, sin perder el tiempo, los tres se pusieron en marcha, en el trayecto no dieron ni media palabra.

Llegaron a aquel lugar, era una zona vieja, pero no deplorable. Las torres de apartamentos se extendieron frente a ellos, despintados, como si el tiempo hubiese dejado en ellos las huellas de su paso y nadie le hubiera importado, con gente que iba y venía. Sebastián, serio y mortalmente molesto, aprovechó que alguien salía y entró junto con sus acompañantes. En el tercer piso encontró el número que buscaba, sin dudarlo, tocó.

Al abrirse la puerta, quedó mudo. Una mujer que indudablemente era su madre, apareció frente a ellos, su belleza lo impresionó, sin embargo, lucía acabada, amargada y vieja. Esta, al verlos, frunció el ceño, para un segundo después cambiarlo por una sonrisa llena de ironía. Su cabellera era tan larga como la de Isabella, pero con canas y notoriamente descuidada, su rostro lleno de arrugas, demasiado delgada, pero vestida de forma provocativa.

–¿Se puede saber qué hace aquí el noviecito de mi pequeña Isa? –La comitiva no se esperó ese recibimiento–. ¿Qué, no soy digna de ti para ser tu suegra? –sus dientes, descuidados, los mostró aún más. La mujer rodó los ojos fingiendo hastío.

–¿Cómo sabe quién soy? –quiso saber, la sangre corría desquiciada por su cuerpo, hiriendo todo a su paso. Apretó la quijada, mostrándose frío. Carme y Raúl, un paso atrás, lo observaban todo, desconcertados. La mujer resopló.

–Mi hija siempre habla de usted.

–¿Su hija?, ¿la ha visto? –intervino Raúl sintiendo que su pecho dolía, pesaba, mientras Carmen aferraba su mano con fuerza, sudorosa. La madre de sus hijos adoptivos los miró un segundo, asintió como si le diera lo mismo.

–¿Desde cuándo? –la cuestionó Sebastián.

–Ay, parece un policía, desde siempre, es mi hija... –el hombre sin poder evitarlo, palideció.

–Es imposible –zanjó Raúl, lleno de ira–. Usted los abandonó y los dejó a su suerte, han pasado por cosas abominables gracias a su desfachatez.

–Me está insultando, señor, soy su madre, no una dechado de virtudes. Qué se creen viniendo a mi puerta a cuestionarme.

–Ella dijo que no la ha visto en años... –musitó Carmen, asombrada. La mujer rio negando.

–La idea era que no se enteraran, pero si están aquí es porque ya lo saben, así que... Gracias a mi niña vivo aquí, gracias a usted, en realidad –parecía coquetearle. Sebastián se acercó a ella, amenazante, sintiendo una enorme repulsión que jamás creyó experimentar.

–No es verdad –La mujer giró los ojos.

–Crean lo que quieran, me da igual. Ella decidió liarse con usted porque nos convenía, asegurábamos así nuestro futuro.

–¿Si es así, porque lo admite? –la interrogó suspicaz.

–Porque yo no me meteré en líos, sé que es poderoso, no quiero problemas. Con lo que sacaba de sus... trabajitos y el dinero que nos ha dado, para mí es suficiente, no soy tan ambiciosa como ella –Sin poder evitarlo, Sebastián al tomó con fuerza del brazo.

–Es una jodida mentira –La mujer se zafó, molesta.

–Escúcheme muy bien, el que usted sea un idiota que se dejó llevar, no me convierte en la culpable. La niña es hermosa, ella lo sabe bien y usted pagó el precio, como muchos más. Además, lo que digo puede corroborarlo con sus estados de cuenta, mi hija me ha transferido dinero desde hace meses, ahora mismo tengo una fuerte suma. Y ni se lo ocurra alegar robo o una estupidez de esas, usted se lo dio de buena gana, es su dinero y ella sabía lo que hacía.

–Es suficiente, ya no quiero escuchar más –rogó Carmen llorando, retrocediendo llena de asombro, de dolor. Sebastián sentía que un agujero se instalaba en su pecho, permeándolo de una vacío que jamás había experimentado.

–Por supuesto que lo corroboraré –la amenazó–, y si descubro que está mintiendo, señora, créame, ni el hecho de que sea su madre la salvará de mí –la mujer se encogió de hombros.

–Haga lo que quiera.

–¿Y sus demás hijos?, ¿no le importan? –Su atención se posó en Raúl.

–La verdad es que no, han sido ingratos, de ellos no sé nada desde hace años, solo lo que mi hija me cuenta.

–Vámonos, vámonos ya –pidió Carmen sintiendo que ya no podía más. Los hombres asintieron, no sin antes Sebastián mirarla con odio.

–Ya lo sabe, si mintió, no se librará de mí.

–Amenace lo que quiera, es más fácil creer las mentiras que la verdad, su debilidad lo llevó a este punto, asúmalo de una vez –y cerró la puerta. En al auto, entró a la cuenta de Isabella, esa que le creó hacía mucho tiempo en la que no había dejado de depositar nunca, al ver los movimientos, y notar que estaba vacía, las náuseas lo embargaron. De inmediato le marcó a Abigail para que averiguara el propietario de la cuenta a la que se le transfería. Minutos después, casi llegando a la casa donde vivía la razón de su dolor, supo que era de Asunción Fuentes. Carmen ya no pudo esconder lo que sentía y dejó salir el llanto mientras Raúl la abrazaba, azorado, profundamente decepcionado. Sebastián se sentía congelado, muerto por dentro.

––Debemos hablar con ella, que nos explique, por favor... dejemos que por lo menos se defienda –pidió la mujer al llegar a su casa, Isabella ya estaba ahí. Sebastián asintió, pero aunque le doliese como si le estuvieran rasgando la piel con navajas, no podía eludir lo que ya era evidente.

—Carmen, esto es delicado. Tiene que ver con nuestros hijos, con su seguridad. Nos engañó, nos ha mentido todo el tiempo. Confiamos en ella, le abrimos nuestra casa, no puedo exponerlos —expresó tristemente, de los tres ella era como una especie de sol para él, siempre sonriente, siempre dispuesta... ¿Cómo se habría reído de ellos? ¿Por qué no pudo dejar de lado su pasado y realmente empezar una nueva vida?

Cuando descendieron del auto, Isabella apareció en su campo de visión, sin pensarlo dos veces, corrió hacia él, se sentía un tanto agotada, la jornada fue algo pesada y el día anterior él no le dio tregua, recordó ruborizada.

–¡Qué bien que estás aquí! ¿Comeremos juntos? Tengo que contarte que... —pero al ver que no la veía, que incluso la esquivaba, se detuvo en seco. Observó a los padres de sus hermanos, algo sucedía. Todos parecían consternados. Frunció el ceño desconcertada, preocupada—. ¿Qué pasa? —preguntó extrañada.

–Vamos adentro, deseamos hablar contigo –sin esperarla los tres avanzaron. Los siguió abrazándose a sí misma. ¿Sería algo de sus hermanos? Al llegar al sótano, Sebastián dejó un sobre en la mesa, molesto, parecía ausente, dolorosamente lejano, frío también. No le gustaba en lo absoluto su actitud.

–Ábrelo –le pidió Raúl evaluándola de manera extraña, Carmen se limpiaba los ojos una y otra vez y Sebastián estaba lejos del grupo, con las manos en los bolsos de su pantalón, con la cabeza gacha. Obedeció, temblorosa. Sacó su contenido con cuidado.

Varios papeles, pero tras ellos, unas fotos las sacó intrigada, al verlas se puso pálida, unas espantosas nauseas se apoderaron de su esófago, y sus piernas parecían querer ceder.

—¿Qué—qué es esto? —cuestionó asustada al verse medio desnuda con un hombre que no conocía, en una cama que no recordaba. Vio la siguiente y la siguiente. En ellas aparecía recibiendo dinero del mismo hombre y así sucesivamente con diferentes acompañantes, las últimas fotos reconoció a la mujer que salía con ella, muy amorosa–. Mamá—susurró con lágrimas resbalando por sus mejillas. Alzó la mirada con pánico, consternada y muy indignada—. ¡¿Qué es todo esto?! —Se dirigió a Sebastián aterrorizada, con un nudo enorme en la garganta, con la rabia bullendo por sus venas–. Por favor dime, ¿qué es esto? —Él no se movió ante su agarre, solo miró con un dolor que la atravesó.

–Tú explícanos, Isabella —le pidió con la voz ronca, contenida. La chica negó con vehemencia, asustada al comprender lo que ocurría, al notar su semblante mortecino, dolido, colmado de decepción.

—Por favor... dime que no lo crees. Sebastián, por favor, tú mismo me dijiste que podían inventar cosas... Sabes que no sería capaz... ¡No soy yo! —Le gritó desesperada. Raúl se acercó, afligido, mirándola de una forma que le erizaba la piel.

–No entiendo por qué llegaste a esto, Isabella, ahora mismo quisiera no saber nada, daría todo lo que tengo para que tú no hubieses sido capaz de esto. ¿Por qué nuestra familia y amor no fue suficiente? —No podía estarle ocurriendo algo así, simplemente no. Lo intentó tomar del brazo, negando casi histérica.

–No entiendo, Raúl, yo en mi vida he visto a esos hombres, por favor créanme. Sabes que no miento, me conoces, he sido sincera, yo lo quiero... —y miró a Sebastián angustiada, desesperada–. Tú sabes que solo he estado contigo, por favor —imploró llorando al notar el desprecio en esos ojos que adoraba, por los que era capaz de todo. No podía estar ocurriendo aquello, ella no había visto a su madre desde el día que los abandonó y en su vida estuvo ni cerca de esos hombres. ¿Qué era todo eso?

Al ver que nadie reaccionaba, intentó abrazar a Sebastián esperanzada, pero este la hizo a lado, limpiándose una lágrima, deseando alejarse de todo aquello de una maldita vez.

–Solo... no me toques, no vuelvas a tocarme, Isabella. Te creí, te creí siempre. Creí en cada una de tus palabras, ¿por qué me destruyes de esta manera? Te di todo, todo lo que soy. ¿Qué planeabas? ¿Casarte conmigo y sacarme hasta el último centavo? ¡¿Eso querías?! —le gritó de pronto saliendo de su letargo, explotando sin poder evitarlo, y es tenerla frente a él, con su rostro húmedo por el llanto, logrando que evocara los millones de sentimientos que siempre le había despertado, lo hizo sentir ganas de matar a alguien.

—¡No! Tú sabes que no, tu dinero jamás me ha importado. Yo... te amo —le recordó llorando desesperada, notando como él iba abriendo un abismo inmenso entre los dos, uno tan grande que de inmediato se dio cuenta de que no podría brincarlo.

—Nunca vuelvas a repetir eso, ¡jamás! —le ordenó con odio, tanto que retrocedió trastabillando, no lo reconocía. Eso era una pesadilla, no podía estar pasando.

—¿Cuándo fue la última vez que la viste? —Le preguntó Carmen, llorando. No se atrevió a acercarse, no con la forma en la que la miraba.

–Hace más de diez años, ella nos dejó... Ustedes lo saben, no he mentido, les juro que no la he vuelto a ver, no entiendo esas fotos, no son verdaderas, esto es una locura —y buscaba le creyeran.

—Eres una... —bramó Sebastián con furia y apretando los dientes. Isabella sintió como iba cayendo a un abismo del que no podría salir, no con facilidad. Pero de eso a que soportara sus insultos, jamás, no cuando no tenía nada de qué avergonzarse.

–¡No lo digas, no te atrevas a insultarme! —vociferó a punto de desmoronarse, aun así, apretando lo puños a los costados, molesta.

—Ahora mismo lo que quisiera es jamás haberte conocido, nunca haberte creído —le confesó cerca de su rostro. Provocándole una nueva oleada de dolor–. No vuelvas a cruzarte por mi camino, te lo diré solo una jodida vez, como enemigo puedo ser tu peor pesadilla, estás advertida —Isabella lo odio en ese momento como nunca a nadie, se quitó el anillo de la mano y rabiosa se lo aventó al pecho

–Te equivocas, Sebastián, la que no quiere volver a verte soy yo, algún día sabrás que todo esto es una gran mentira y grábatelo muy bien... No te lo perdonaré. ¿Entendiste? Nunca. No eres mejor que ellos, juraste protegerme, que nada de esto ocurriría, que no lo permitirías, pero con qué rapidez te hacen cambias de opinión —intentaba hacerlo entrar en razón, que le creyera.

—¿Y qué pensaste?... ¿Este imbécil jamás se dará cuenta de mis tretas? Mal, muy mal, no me conoces. Así que espera sentada, jamás te buscaré, para mí estás muerta, Isabella —caminó rumbo a la puerta, si no salía de ahí la acabaría besando pese a lo que ahora sabía. De pronto giro–. ¡Ah! Y quédate con ese anillo, tómalo como una recompensa de tu gran actuación, aunque créeme que yo te habría podido dar mucho más por tus servicios —y salió sin más de la casa.

No podía creer lo que sucedía; Sebastián la acababa de dejar, ya no la quería incluso estaba segura de que la odiaba. Un sudor frío se apoderó de su delgado cuerpo. Giró, cautelosa, hacia Raúl y Carmen. Ambos estaban de pie, claramente decepcionados.

–Isabella, recoge tus cosas y por favor... márchate. Te suplico que no intentes ponerte en contacto con tus hermanos, ellos no tienen la culpa de todo esto —Raúl ni siquiera la veía a los ojos, su postura encorvada demostraba lo mucho que le estaba doliendo lo ocurrido.

—No... no, por favor. Se los ruego, no me hagan esto. ¿A dónde voy a ir? —lloraba desesperada, temblando.

–Sé que tienes a dónde dirigirte. No lo hagas más complicado. Solo debo informarte que... si sabemos que te contactas con ellos te denunciaremos. Ellos merecen una vida diferente. Tus hermanos no se merecen que les hayas engañado también —expresó Carmen muy dolida, aún en shock.

—No les he mentido, lo juro, por favor créanme, por favor —les suplicó dejándose caer sobre la alfombra, vencida, desbordada por el llanto, por percatarse de que su vida se desmoronaba y no podía hacer nada.

–Lo lamento, Isabella, por favor coopera, no quiero que tus hermanos te vean, te suplico que te des prisa —y salieron sin decir más, pero pudo escuchar como Carmen rompía en llanto en las escaleras.

Isabella lloró sin poder detenerse. No entendía nada, ¿quién podría haberle hecho algo así? Su vida en diez minutos terminó. Lo único real en ese instante era que lo había perdido todo, absolutamente todo. Sin detenerse, subió corriendo a su recámara, estaba llena de furia y frustración, ya no podía pensar con claridad, lo único que veía era a él despreciándola, odiándola, mirándola de aquella manera que lograba hacerle daño incluso físico. Tomó sólo algunas cosas que se compró, dejando el resto ahí, no quería que la acusaran también de ladrona. Tras meterlo todo en una pequeña maleta, echó un vistazo a su alrededor. Hasta ahí había durado el sueño, comprendió herida con el llano empeñándole la visión.

Observó una de las fotos en las que parecía feliz. Todo fue una burla, no entendía por qué la felicidad que creía propia desapareció de esa manera. Cerró la puerta tras ella y descendió despacio por las escaleras. No había nadie cuando salió, así que dejó solo una nota de agradecimiento a los que hasta ese momento consideró como sus padres.

Vagó horas sin rumbo, se sentía entumida de dolor, su cabeza intentaba buscar una explicación a todo aquello, no la encontraba. Cuando anocheció se dio cuenta de que necesitaba un lugar dónde quedarse. De pronto recordó que no tenía ni un centavo. Su cartera apenas tenía un billete de mediana denominación y el dinero que juntó lo donó repartido anónimamente a varias instituciones que cuidaban niños en situación de calle esa misma mañana. No tenía prácticamente amigas a quienes acudir sin provocarles un problema en su casa y olvidó su móvil en el recibidor, no contaba tampoco con tarjetas de crédito, así que no tuvo más remedio que caminar buscando un lugar dónde pasar la noche.

Encontró un parque medio iluminado y se sentó en una banca. Subió la maleta a su lado. Y se dejó ir. Evocó todo con dolor e intentó, después de un rato, pensar con más claridad, buscaba descifrar inútilmente los acontecimientos. Comenzó a amanecer, No se había percatado. Se levantó de la banca, entumida, no se movió prácticamente por horas, ni siquiera tenía noción del tiempo. Su mente comenzó a cavilar rápidamente, después de la desesperación y conmoción en la que se sumió las últimas horas, trató de pensar en qué debía hacer con su nueva situación. No tenía donde ir, no tenía dinero y estaba sola completamente. De pronto recordó que en la universidad ponían anuncios para compartir casas o rentaban cuartos de asistencia. Y con los ojos rojos de tanto llorar se dirigió hacia allá más esperanzada.

Sebastián decidió que esta vez no se iba dejar caer. Pero no pegó el ojo en toda la noche. Aún no podía creer lo que sucedió, la amaba, le costaba reconocerlo. No entendía por qué la traición, por qué la mentira, él le hubiera dado todo sin dudarlo.

¿Qué no se daba cuenta de lo que hubiera sido capaz por ella? ¿No notó que por una de sus caricias hubiera matado? Se sentía cansado, frustrado, decepcionado e impotente. Miró el departamento recordando la primera vez que la hizo suya, una lágrima se le escapó sin remedio. Nunca podría olvidar lo bello que fue ese día. Nunca más regresaría. Jamás la volvería a sentir temblar entre sus brazos cuando la besaba. Nunca se volvería a perder en su mirada. Y era mentira.

Furioso comenzó a aventarlo todo, gritaba mientras rompía cada adorno de aquel lugar que fue testigo muchas veces de su amor. Volaron las sillas, con un cuchillo rompió el colchón y destrozó todo hasta que, sin fuerzas, quedó de rodillas llorando en el piso en medio de toda la destrucción.

Llegó a la universidad sin sentir ya el cuerpo del cansancio y tristeza. En la puerta una mujer la miró incisiva, por no mencionar la forma en la que los estudiantes la veían; con lujuria, algunos y desprecio, otros.

–¿Eres Isabella Fuentes? —asintió exhausta–. Acompáñame a la dirección —su tono no daba lugar a replicas.

—¿Por qué? —preguntó alterada.

—Por favor, señorita —le mostró el camino, más miradas extrañas a su alrededor ¿Qué ocurría? Isabella la siguió sin chistar sintiéndose demasiado incómoda. Incluso chicos le guiñaban el ojo o simulaban un beso, mientras las mujeres la estudiaban con desdén y asco. Cuando llegó al cubículo la mujer la hizo pasar. Adentro estaba otro hombre que la evaluó con cara de pocos amigos.

–Señorita Fuentes, tenemos que pedirle que abandone las instalaciones, acaba de ser suspendida de forma indefinida —Lo estudió asombrada, sin dar crédito. ¡¿Qué?!

—¿Por qué?

—Estudiantes con su reputación manchan a esta institución. A lo que se dedica es su problema, pero hacerlo aquí, en el recinto, con los estudiantes, es motivo de expulsión. Así que haga el favor de ir por sus papeles y marcharse —le informó hiriente el que, por el letrero frente a su escritorio, era el director de su carrera. Ella no comprendía

–¿De qué habla? —exigió saber ya sin muchas ganas.

–¿De verdad desea que lo repita? Del tipo de... relación que mantenía con el alumnado vendiendo... su cuerpo. Como le digo, ese es su problema, pero no dentro de este lugar —expresó apenado–. Desde ayer los periódicos solo hablan de eso, al igual que las redes sociales y medios de comunicación, su rostro está en circulación por todo México. Así que... le pido que se retire. Lo siento mucho —Isabella sintió que iba a perder el conocimiento.

–Pero...

—Por favor abandone el campus, ahora —le ordenó indicándole serio la salida.

–Por favor, escúcheme, por favor, es un error —suplicó ya al borde de la locura.

—Lo lamento, si no sale ahora, tendremos que pedir que seguridad le ayude a hacerlo —La joven agarró sus cosas y salió lo más rápido que pudo de aquel sitio completamente humillada y desgarrada por dentro.

Corrió y corrió sin detenerse. Chiflidos y frases obscenas fueron las que recibió al salir huyendo de ahí. Cuando vio que estaba lo suficientemente lejos de esa pesadilla, dejó su maleta en la banqueta y se sentó a llorar descontrolada, aterrorizada.

Algo muy grande estaba pasando, algo que jamás entendería ¿Quién querría hacerle tanto daño? ¿Quién, por qué? Después de unas horas en las que no encontraba sosiego continuó. Ya casi era mediodía y el sol comenzó a esconderse tras nubes bien cargadas, pronto llovería, tenía que encontrar donde quedarse, y pronto. No sabía dónde se encontraba, la colonia no se veía muy segura, pero eso no la intimidó. De repente, después de varias cuadras recorridas sin éxito, encontró en una casa que apenas se mantenía en pie de lo vieja y mal cuidada, un letrero mal escrito anunciaba cuartos. La cara se le iluminó por primera vez en horas y cruzó la calle a esa dirección. Tocó y apareció una mujer con muy mala aspecto y ceño de fruncido.

—¿Qué desea? —Le preguntó mascando un chicle y mostrándoselo al mismo tiempo.

—¿Tiene un cuarto libre? —quiso saber Isabella con determinación.

–Sí —contestó la mujer de malas– ¿Cuánto cuesta?

—Cien la semana, no incluye comidas, solo es el cuarto que comparte baño con el resto —masculló evaluándola con gesto de desprecio.

—Lo tomo —anunció un poco aliviada, traía quinientos en la cartera, además, no tenía tiempo de buscar otra cosa. Ya el día siguiente vería qué hacer, por ahora necesitaba dormir y pasar la noche en un lugar con techo.

La dueña de aquel andrajoso lugar la escudriñó de arriba abajo y enarcó las cejas en señal de no importarle en lo absoluto la procedencia de su nueva inquilina. La casa estaba aún peor por dentro, olía a humedad mezclada con años de suciedad. La pintura de las paredes se hallaba completamente pelada y todo estaba en condiciones deplorables. Llegó a una puerta que por lo menos se veía que cerraba y la abrió.

–Este es —declaró la casera esperando que Isabella saliera corriendo de ahí al verlo.

–Muy bien, gracias —sacó el dinero acordado y le pagó una semana. La mujer lo agarró y desapareció.

Una vez sola, entró y cerró tras ella con seguro, recargó su maleta en la pared observando la suciedad de ese sitio que sería su guarida provisional. La recámara era del tamaño de un alfiler, apenas si cabía una cama individual desvencijada con una pequeña mesita de noche a lado que no tenía ningún adorno. Lo que parecía ser una colcha tenía manchas por doquier y olía terrible. La quitó cerrando los ojos, el olor que despidió casi la hacen devolver el estómago.

—Qué rápido se te olvidó de dónde vienes —se regañó a sí misma. La sábana que estaba debajo, no se hallaba mejor y la almohada ni se diga, pero decidió que ya no importaba, qué más daba todo. Se tumbó boca arriba e intentó pensar en qué iba hacer. Su vida dio un giro de ciento ochenta grados en tan solo veinticuatro horas, el día anterior durmió como una princesa y ahora dormía en ese lugar que olía tan desagradable. No había comido nada desde el la mañana que todo ocurrió y sus tripas comenzaban a rugir, pero no podía levantarse del agotamiento. Sin percatarse cerró los ojos y a lo lejos escuchó un trueno, la lluvia no tardaría en caer, pensó agradeciendo haber encontrado ese lugar.



***Todo se salió de proporción por una intriga magistralmente planeada. :'(  Esta parte es muy triste... Gracias por sus votos, sus comentarios son gasolina para mi cabeza. Besos.

Copyright de Ana Coello© Prohibido su uso.  

Continue Reading

You'll Also Like

28K 1.4K 22
cuatro amigos que se conocen desde los 12 años, con habilidades poco usuales, con el tiempo estos se van al ejercito en donde ganan una reputación ya...
66.5K 16K 200
『SINOPSIS』 Mi nombre es Lin Luoqing. Hoy, transmigré en un libro, pero no tengo pánico en absoluto. Es porque conozco muy bien la dirección de este l...
355K 47.7K 51
*Fueron los libros los que me hacían sentir que quizá no estaba completamente sola, y tú me enseñaste que el amor solo es una debilidad.* Isis descub...
113K 5.1K 53
tus amigos llevaron a un amigo a tu casa desde ahi se conocen y pasar de los dias se van gustando