Vidas Cruzadas © ¡ A LA VENTA!

By Themma

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Completa, versión borrador. Un hombre que lo tiene todo, pero que en realidad, no tiene nada... Él: acaudalad... More

│Nota de la autora│
- Vidas Cruzadas -
-Capítulo 1-
-Capítulo 2-
-Capítulo 3-
-Capítulo 4-
-Capítulo 5-
-Capítulo 7-
-Capítulo 8-
-Capítulo 9-
-Capítulo 10-
-Capítulo 11-
-Capítulo 12-
-Capítulo 13-
-Capítulo 14-
-Capítulo 15-
-Capítulo 16-
-Capítulo 17-
-Capítulo 18-
-Capítulo 19-
-Capítulo 20-
-Capítulo 21-
-Capítulo 22-
-Capítulo 23-
-Capítulo 24-
*PLAYLIST*

-Capítulo 6-

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By Themma

*OFUSCADO*

Isabella vio al auto salir rápidamente con gesto molesto. Con qué no huía, ¿eh? El móvil última generación y la tableta que él le dejó cuidadosamente puesta sobre su cama, no la ilusionaban después de lo que acababa de ocurrir. Se sentía muy confundida, sentía que había miles de respuestas probables para la conducta de Sebastián que probablemente no le gustarían y tenía miedo que por ese beso, las cosas cambiaran entre ellos.

Se llevaban muy bien, él le abrió las puertas de su casa y cambió su vida. Lo mejor era que se olvidara de ese hombre, se dedicara a sus estudios y su próspero negocio. Al final tenía más de lo que jamás pensó y ahora contaba con un buen futuro por delante si era inteligente y sabría aprovechar las oportunidades.

Era consciente de que lo que sentía nunca lo volvería a experimentar por nadie, pero tampoco le interesaba, los chicos nunca le atrajeron, hasta que lo conoció, y creía que así seguiría siendo. A pesar de saber que era lo mejor que podía hacer, se durmió con una pequeña lágrima rodándole la mejilla intentando despedirse de algo que jamás sería.

En efecto, Sebastián no salió de viaje en esta ocasión, pero lo que hizo fue más drástico. Por la mañana, cuando Isabella salía para la universidad, se dio cuenta de que no había llegado a dormir y así comenzó a suceder con mayor frecuencia cada vez. El carácter de Sebastián parecía el de siempre, pero ella sabía que algo había cambiado entre ellos. Cada vez salía más por la noche, ya las cenas juntos desaparecieron. Ella intentaba distraerse con sus clases y cada vez pasaba más tiempo en casa de sus hermanos.

Ciro sabía que algo sucedió el día de su cumpleaños. Los escuchó, sin remedio, discutir cuando llegaron y era evidente para todos los que ahí laboraban como se separaban cada vez más.

Diciembre, el tiempo no se detenía e Isabella salió de vacaciones. Raúl y Carmen la invitaban a las posadas y salía todo el tiempo con ellos, incluso, comenzaron a invitarla a pasar la noche en su casa con mayor frecuencia y ella aceptaba pues se sentía muy sola a pesar de que Ciro la procuraba todo el tiempo.

—Isabella, ya casi no sales a jugar con Miel y Luna. —La joven lo miró sin poder contestarle. No podía decirle que al observarlas lo único que veía era el distanciamiento de Sebastián–. Tranquila, ellas de todas formas están muy bien, aunque creo que te echan de menos como todos los de esta casa. —Isabella sonrió con tristeza. Le había tomado mucho cariño todo ese tiempo; al igual que a Raúl y Carmen.

–Lo sé, Ciro, lo siento, yo también los extraño, es solo que mi tiempo aquí se está acabando. —El mayordomo elevó su barbilla preocupado por la reciente declaración.

—¿Por qué dices eso? ¿Te quieres ir? ¿A dónde?

—No me quiero ir, pero es lo mejor, créeme, ya he causado suficientes molestias, Sebastián reparó mis alas y me dio tiempo de curarme, ahora creo que ya puedo volar sola. —El hombre la guio hasta el comedor para sentarse y poder conversar. Sebastián armaría tremendo escandalo cuando supiera sus intenciones, ese muchacho obstinado la adoraba y aunque era un cabezotas que no quería reconocerlo ni dar su brazo a torcer, Isabella era la mujer ideal para él.

–Qué bueno que ya te sientas fuerte, jovencita, eso es una buena noticia, pero eres necesaria aquí, lo sabes —Isabella rio sin alegría comprendiendo sus palabras y recordando cómo se había alejado tan fehacientemente de la casa y la razón de su actitud.

–Ciro, Sebastián ya hizo todo por mí, más de lo que siquiera pude haber soñado, y créeme lo que tú, y todos han hecho, jamás se borrara de mi corazón. Sin embargo, ya casi pasó un año, pienso que lo mejor es irme.

—¿A dónde? —intentó indagar algo preocupado si era sincero.

—No lo sé aún, aunque créeme, sé sobrevivir.

—Aquí lo tienes todo.

—Pero no me pertenece, además ya soy mayor, debo aprender a estar sola y salir adelante por mis propios medios.

—¿Y qué le dirás a Sebastián? A él no le va a gustar nada esta idea, te ha dicho una y otra vez que no piensa dejarte ir, se va aponer furioso, lo conoces ya lo suficiente —sabía que eso era cierto, aun así, tendría que entender que era lo mejor para todos, tenía que dejarla ir.

—No tiene por qué, sé que al final lo entenderá —aunque sabía que no sería tan fácil.

—Jovencita —así solía nombrarla en muestra de cariño–, sabes perfectamente que lo que está haciendo es huir de ti —Bella se ruborizó sin poder evitarlo al escucharlo hablar sin rodeos. Ese hombre era discreto, nunca entrometido, por eso la tomó por sorpresa.

–No digas eso. Me parece que estás confundiéndolo todo —el teléfono sonó y casi enseguida Mary, una de las mujeres del aseo, se asomó.

–Isa, te habla la señora Carmen.

—Gracias, Mary —tomó el aparato y salió huyendo del comedor.

De madrugaba, observando por la gran ventana, en la sala de su apartamento que se encontraba ubicado en el último piso de una de las zonas más exclusivas de la ciudad de México, con una copa de wiski en la mano, pensaba en aquellos labios... La sensación al recordarlos pegados a los suyos no tenía comparación con nada, fue simplemente lo más hermoso y ardiente que jamás hubiera experimentado y el abandono de ella, fue lo más revelador y ahora inquietante, que había vivido.

En las últimas semanas hizo todo para verla lo menos posible. Intentaba regresar a su vida anterior, a la vida que se había fabricado para ser el único dueño de sus decisiones y así sentir que recuperaba el control, aunque eso implicara ser el hombre más solo del mundo.

Llevaba noches saliendo con sus amigos, iba de evento en evento, reunión en reunión. Volvía a ser poco a poco en su trabajo, aquel tipo tirano y dominador en el que se convirtió hasta hacía un año. Las mujeres le llovían, sabiéndolo soltero, atractivo y siendo un excelente partido prácticamente se le arrastraban a sus pies. Salía de vez en cuando con alguna, pero era inevitable no compararla con la mujer que tenía viviendo en su techo, de pronto las encontraba sumamente insípidas, vánales, superficiales y lo que más le impactaba era que eran las mujeres con las que siempre se rodeó, ni siquiera eran hermosas y si lo eran, usaban su físico para venderse al mejor postor, como Maritza...

Inmóvil ahí, viendo toda la ciudad dormir, recordaba todo como si hubiera pasado un siglo de aquello.

Gustavo, su mejor amigo, heredó la empresa de tabaco más productiva del país, Maritza al saberlo, desplegó todas sus armas para conquistarlo con sus muy buenos atributos, luchó y luchó hasta que logró que lo traicionaran. Unas semanas antes de casarse supo todo gracias a la conciencia de Gustavo que estaba muriendo de culpabilidad y le dijo lo que ocurría, incluso, que estaba profundamente enamorado de su prometida. Fue una gran decepción para él. Sebastián pensaba que amaba a esa mujer y lo estaba dejando por su mejor amigo, con el que compartió prácticamente todo.

Después supo que fue porque él rechazó casarse por bienes mancomunados. De todas formas superar eso supuso un esfuerzo titánico y fue así como poco a poco se convirtió en un hombre inflexible, desconfiado, mujeriego y arrogante. No confiaba en nadie.

Pero todo eso cambió de repente, sin siquiera darse cuenta, ya hacía casi un año que la vio por primera vez. Sus hermanos y sobre todo ella, llegaron como buen temporal en plena sequía y en muy poco tiempo hacía por ellos todo lo que nunca hubiera pensado que era capaz de hacer. Su corazón se ablandó de nuevo y comenzó a sentir cosas que nunca creyó sentir por nadie. Esos niños le entregaron todo sin dudar y ella... ella se convirtió en el ser más especial que alguna vez le hubiera tocado el alma, desde la primera vez que observó sus ojos, supo que jamás los podría borrar de su memoria. Era dulce, tierna, inteligente, tenaz, orgullosa y demasiado bella para tenerla cerca sin querer hacerla suya. Al pensar en eso el deseo lo cruzó como una flecha implacable de inmediato. Resopló lleno de frustración.

Su vaso ya estaba vacío, así que se sirvió de nuevo, abrió los ventanales del balcón y salió. El frio azotó contra su cuerpo medio desnudo como si fueran cuchillos, pero no le importó, necesitaba bajar ese calor, dejar de pensar en ella. Entre ellos no debía de existir nada, no lo podía permitir. Le llevaba diez años, la había cobijado en su casa, le prometió seguridad, estabilidad, no se perdonaría que llegara a sufrir de nuevo por su causa, además, el mundo en que se movía era muy cruel y en seguida su vida estaría expuesta ante todos, sacarían a relucir lo más doloroso de su pasado con tal de vender noticia o ejemplares sensacionalistas, ella no sobreviviría a algo así. Nunca, por muy desesperado que estuviera por sentir su piel bajo su palma, permitiría que le sucediera nada. Él la debía proteger y lo haría hasta de sí mismo si era necesario. Y era justamente lo que hacía. Aunque a veces, como en ese momento, sentía que mandaría todo al carajo y la buscaría de una maldita vez.

—Está helando aquí afuera, guapo. ¿Por qué no entras? —ronroneó una monumental mujer desde el interior del departamento. Sebastián se sintió hastiado, tener sexo con ella, o con cualquier otra, no lograba apagar el deseo que lo quemaba cada día más y más, necesitaba a Bella, la necesitaba como un adicto a las drogas y abstenerse realmente resultaba por demás doloroso–. Sebastián, tengo frío, podrías entrar de una vez —le pidió ya molesta al ver que ni siquiera le había devuelto la mirada cuando le habló.

—Si tienes frío, vete a la cama y a mi déjame en paz —graznó sin elevar la voz harto de escucharla. Cualquiera se hubiera ofendido, pero la mujer se acercó y lo rodeó sensualmente por la cintura.

–¿Y por qué no me acompañas?

Dios, hablaba chino ¿O qué? Se zafó de su abrazo al tiempo que volteaba y la sujetaba firmemente por las muñecas para que no intentara de nuevo tocarlo.

–Dije que fueras tú. Eso quiere decir que no—te—quiero—acompañar, ¿comprendes? —deletreó algo exasperado. La rubia lo miraba como si no hubiese dicho eso.

—Claro que entiendo, cariño —murmuró intentando zafarse de él juguetonamente. Sebastián no supe qué hacer. Parecía que con nada se la quietaría de encima y era su culpa por estar metiéndose con esa clase de mujeres que solo sabían actuar de aquella forma. En serio eran asombrosas, se daban ínfulas de divas y clase superior y por dentro no eran más que unas arribistas cualquiera buscando que algún imbécil se enamorara de ellas y les entregara todas las comodidades a las que estaban acostumbradas y una vez logrado, se dedicaban a acostarse con cuanto hombre se les antojara. Pero él no volvería a pasar por eso jamás, no volvería a permitir que alguien lo usara de esa forma. Y la fémina que tenía en frente era justamente una de esas, por lo que no le tenía el más mínimo respeto.

–Está bien... —suspiró Sebastián mostrando resignación, la cara de la joven se iluminó al pensar que compartirían nuevamente sus cuerpos–. Como tú no te quieres ir de aquí, me voy yo —y la soltó enseguida, dejándola estática. Entró, tomó sus cosas hastiado–. ¡Te quedas en tu casa! Sólo fíjate en cerrar cuando te vayas, no quiero que entren a robar —pidió burlón mientras se vestía. Tomó las llaves de su auto y lo último que escuchó al cerrar la puerta del apartamento fue un grito agudo.

—¡Eres un imbécil! —Se carcajeó divertido. Le importaba una mierda.

Ya casi amanecía cuando llegó a la casa, ahí todo parecía en calma a diferencia de su apartamento donde seguramente a esas alturas estaría completamente destrozado. Le daba igual, lo remodelaría o compararía otro.

Bajó del auto con tranquilidad y subió las de la entrada. Todo estaba oscuro, no se veía movimiento, seguramente la gente de servicio estaría por comenzar su día. Todavía tenía tiempo antes de que salieran y moría de ganas de verla.

Desde que se empezó a alejar de ella, y pasaba días sin poder tenerla cerca, llegaba desesperado a la casa por la noche y para tranquilizarse, subía con mucho sigilo, abría la puerta de su habitación y la observaba dormir un momento por varios minutos. Su ansiedad disminuía, pero su deseo subía, así que cerraba con el mismo cuidado y desaparecía.

Ese noche más que otras, necesitaba verla. Subió sin hacer ruido, al llegar a la planta alta caminó hacia la derecha lentamente para topar a unos cuantos pasos con su cuarto, sujetó el pomo de la puerta y lo giró delicadamente, la abrió despacio, asomó su rostro con cuidado y... ¡Ella no estaba!, su cama estaba tendida. Entró embravecido.

Prendió la luz y fue directo al baño, pero ahí tampoco había nadie, abrió su armario y todas sus cosas se hallaban ahí. Su cabeza caminó al mil por hora ¿Dónde estaría? ¿Habría salido con alguien y todavía no llegaba? Sacudió la cabeza sacándose esa idea, ella no llegaría al amanecer. Pero... ¿Dónde estaba, entonces? ¿Le habría sucedido algo y no le pudieron avisar? Agarró su móvil, no tenía ninguna llamada perdida.

Caminó hasta la cama y se sentó sobre ella, tomó un suéter que se encontraba descuidadamente puesto sobre el edredón y se lo llevó a la nariz, su olor lo embriagó completamente y surgió un pensamiento que ya no puedo detener "Te amo" Ya no le importaba negarlo, esa era la verdad, esa mujer lo era todo para él y en el afán de ignorarlo y luchar contra el sentimiento sólo logró incrementarlo. De pronto escuchó pasos, soltó lo que traía entre las manos, anduvo discretamente hasta la puerta pero no pudo evitar ser visto.

–¿Qué haces aquí? —Era Ciro. No supo qué responder, pero recordó que tenía algo más importante que preguntarle.

—¿Dónde diablos esta Isabella? —El hombre volcó los ojos y lo estudió sonriendo y negando a la vez. Iba desfajado, su ropa estaba arrugada, no se había bañado. ¿Acaso ya venían los reproches?

—Se quedó a dormir con la señora Carmen, últimamente lo hace con frecuencia —le informó secamente. Sebastián se sintió desconcertado, él no sabía nada, nadie le había dicho.

–¡¿Y se puede saber por qué yo no estaba enterado?! Ese tu trabajo, Ciro —Al mayordomo le importó poco su arranque de furia, lo conocía de sobra y con dos palabras acertadas, lo dejaría mudo–. Porque no estás ya nunca aquí y como bien dices, es mi trabajo y lo hago estupendo —entró a la habitación dejándolo en la puerta con la rabieta bien instalada, a veces era demasiado caprichoso. ¿Qué esperaba que hiciera esa joven? Sebastián debía aceptar sus sentimientos o haría varias tonterías.

—¡Eso son pretextos! Tengo el móvil o me pueden dejar recado con mi asistente. Tú lo sabes perfectamente —lo acusó.

—Te aconsejo que te vayas haciendo a la idea de su ausencia, pronto tus sigilosas merodeadas a esta recámara tendrán que dejar de ser. —El aludido lo miró atónito ¿Ciro sabía lo que hacía en las noches cuando dormía en la casa?–. Sí, sé que lo haces de unas semanas para acá.

—Te estás pasando de la raya, Ciro —le advirtió haciendo un esfuerzo increíble por controlarse.

–No, sabes que no, el que se está jalando esta cuerda de más eres tú. Y como continúes así ella va a desparecer de tu vida tan rápido como llegó, luego no digas que no te lo dije —palideció al escucharlo.

—¿De qué hablas, por qué dices eso? —Ciro continuó acomodando una ropa limpia que una de las chicas olvidó en el cuarto de lavado–. Por favor, dime a que te refieres —rogó más dócil.

—Isabella se quiere ir de aquí —soltó encarándolo, no esperaba que la noticia lo afectara tanto, parecía haber enfermado de repente y su mirada se había vuelto turbia. A ese muchacho le había dado y bien duro.

—¿Te lo dijo ella? —Ciro asintió. Sebastián sintió la boca seca y un agujero en el estómago. Ella no se podía ir, no podía dejarlo, la necesitaba, la... amaba. Mierda.

—Siente que ya hiciste demasiado por ella, que este ya no es su lugar, que debe buscar su propia vida.

—Pero esta es su casa, se lo he dicho muchas veces. Además a dónde se va ir —cuestionó confuso.

—No sé, eso no me lo ha dicho, me dijo que no me preocupara, que podría sola —Sebastián se sentía impotente. No se iría, no lo permitiría, su vida ya no tendría sentido sin ella, sería una agonía que no estaba dispuesto a soportar.

—Bella no se irá de aquí.

–No la puedes retener a la fuerza.

—Ya te dije que ella no se irá —su jefe se dirigió a la puerta dejándolo asombrado. Sebastián ya había aceptado sus sentimientos y ahora sí comenzaría a hacer algo al respecto. Sonrió sacudiendo la cabeza. No entendía para qué tanta complicación—. ¡Ah! Y no ando espiando a nadie. ¡Está claro! —bufó asomando el rostro por la puerta. El mayordomo abrió los ojos a punto de la carcajada pero logró contenerse. Lo dicho, ese hombre ya había perdido algo más que la cabeza.

Navidad sería en unos días y ya había comprado todos los regalos, el único que le faltaba era el de él, pero pronto le encontraría algo especial ya tenía algunas ideas en mente. De pronto, al abrir la cochera, vio su auto estacionado. Las palmas de las manos le comenzaron a sudar, llevaba desde su cumpleaños, hacía un mes, que prácticamente no lo veía y si lo hacía era porque él iba de salida cuando ella iba llegando y apenas la saludaba.

Apagó el motor y subió la escalera nerviosa, lo más seguro era que no lo viera siquiera, pero el saberlo ahí, siempre la perturbaba. Entró a la casa con su pequeña maleta colgando del hombro y no vio a nadie. Más tranquila se dirigió a la segunda planta y comenzó a subir las escaleras.

—Isabella —se detuvo en seco quedando paralizada sin voltear, reconocería esa voz incluso muerta, Sebastián—. Necesito hablar contigo —ordenó serio desde abajo de los escalones. Ella giró lo más tranquila que pudo y lo enfrentó serena. Dios, qué guapo era, aunque parecía muy molesto. Así que descendió lentamente, dejó su mochila en el suelo y caminó hasta quedar a un metro de él.

—Hola... —su delicada voz casi lo doblega, sin embargo, ignoró el gesto.

—¿Me puedes explicar esto? —Le dijo furioso tendiéndole unos sobres blancos para que los tomara.

—No sé qué es —contestó desconcertada. Estaba enojado. ¿Por qué?

—Son los estados de cuenta de la tarjeta donde te deposito cada mes dinero y lleva mucho tiempo intacto, ya es una pequeña fortuna. ¿Me puedes decir qué diablos estás haciendo para sacar dinero? —El tono en el que dijo lo último la encendió de repente, percibió doble intención en la pregunta y de inmediato la rabia se apoderó de su pequeño ser. Sintió que una aguja ponzoñosa atravesaba su corazón y lo envenenaba en segundos. Sin más se giró, tomó su mochila indignada y avanzó.

–Trabajando —le contestó por arriba del hombro. Sebastián la detuvo agarrando una de sus muñecas con firmeza.

–¿Y qué clase de trabajo es ese? —La desafió apretando los dientes. No era posible que ya fuera independiente por completo.

—¿Qué es lo que estás pensando, Sebastián? —Le gritó intentando zafarse de él ahora un tanto asustada y demasiado humillada.

–No lo sé, tú dime. Ya sé que te quieres ir de aquí y ahora veo que ganas mucho dinero con lo que haces como para que no hayas gastado ni un centavo de lo que te doy y además tengas suficiente para proclamarte independiente —La joven sintió escocer lágrimas en los ojos. Él no podía estar diciéndole eso, él no. Confiaba en Sebastián como en nadie, pero era demasiado orgullosa y si decidió pensar lo peor no lo sacaría de ahí, no cabía duda que su pasado la marcaría para siempre en sus acciones.

–Presto mis servicios y pagan muy bien por ellos. ¿Qué te parece? –Sabía que lo que decía se podía malinterpretar pero le importó un carajo, si él se portaba de esa manera, ¿por qué ella no?

Sebastián se quedó helado al notar el rumbo de la discusión. ¿Qué mierdas quería decir con eso?, ella no podía ser así, había un error, lo decía para herirlo.

—¿Qué diablos estas diciendo, Isabella? Estás mintiendo... —vociferó claramente fuera de sí.

—¿Ah sí? Lo que oíste —lo volvió a desafiar enarcando una ceja y zafándose de él–. ¿No era eso lo que querías escuchar? Pues ahí está. ¿Qué no recuerdas de dónde vengo, Sebastián? ¡De la calle!, grábatelo muy bien en la cabeza.

Sebastián sintió que iba a devolver el estómago, nada estaba saliendo como lo planeó, le estaba mintiendo, la conocía y Bella no caería tan bajo, no podía estar tan equivocado. La decepción y rabia recorrieron todo su cuerpo como lava salida de un volcán y quemándolo todo a su paso.

–Pero ¿cómo pudiste, Isabella? No te hacía falta nada —le reclamó consternado. La joven no le respondió, no quería hacerlo. Qué pensara lo que se le diera la gana. Dolida y humillada bajó corriendo las escaleras, prendió su auto y se fue contenida.

Cuando ya no pudo ver la casa y se aseguró de que no la seguía, estacionó el vehículo, lo apagó y comenzó a llorar desesperada. ¿Cómo podía pensar algo así? ¿Cómo podía creer que si nunca lo hizo, ahora que lo tenía todo lo podría hacer? Su móvil comenzó a sonar y tuvo la esperanza de que fuera él, pero al ver el número y darse cuenta de que era de la casa de sus hermanos, decidió no contestar. Se sentía muy herida, demasiado triste.

Ciro estaba seguro de que Isabella no hacía eso, ¡por Dios!, si se la pasaba en la computadora, en la escuela y en la casa de sus hermanos, Carmen y él siempre estaban en comunicación. ¿Pero por qué le dijo eso a Sebastián? ¡Diablos! Las cosas en vez de mejorar empeoraban con esos caracteres tan complicados que ambos tenían. Lo cierto es que Sebastián lo preocupaba, parecía que iba a perder la conciencia cuando fue a encerrarse al estudio. Sin pensarlo mucho le habló a su mejor amigo, era el único capaz de sacarlo de situaciones como esa.

Condujo como pudo hasta la casa de sus hermanos. Cuando Raúl abrió la puerta y vio en las condiciones que venía la tomó por los hombros y la condujo hasta un parque cercano.

Se sentó a su lado en una banca que se encontraba bajo un gran árbol ya sin hojas y esperó a pacientemente que hablara. Esa joven era tan importante para él y Carmen como lo eran Marco y Dana, sabían algunas de las situaciones por las que tuvo que pasar para proteger a sus hermanos y eso hacía que además de quererla la respetaran y admiraran profundamente.

Pasaba el tiempo e Isabella no hablaba, solo dejaba salir las lágrimas de sus enormes ojos, estaba pálida y muy triste. Algo realmente fuerte debió suceder para que estuviera así.

—Isa, ¿me vas a decir que pasó? —La alentó con tono dulce. La chica asintió al tiempo que lo veía—. Te escucho.

—Tuve una discusión muy fuerte con Sebastián —¿Por qué no le sorprendía que la razón por la que se encontrara así fuera él? Desde hacía tiempo, casi desde el primer momento, notó la atracción entre los dos y como intentaban, torpemente, ignorarla una y otra vez, eso era una lástima porque se complementaban perfectamente y ambos merecían ser felices.

—¿Qué sucedió? ¿Qué tan fuerte fue, Isa?

—Ya no podré regresar nunca a esa casa —Raúl no lo podía creer, eso era imposible. Sebastián les dejó muy claro a Carmen y Raúl cuando, hacía unos meses, sugirieron que también podría irse a vivir Isabella con ellos, que ella se encontraba muy bien allí y que él se hacía cargo de la joven.

—Sebastián jamás estaría de acuerdo con algo así —expresó claramente confundido e intrigado.

—Ahora sí, Raúl —admitió con voz queda. El hombre estaba perdido, acunó la barbilla de la joven e hizo que lo mirara.

—¿Qué ocurrió exactamente, Isabella? —Las lágrimas volvieron a salir sin esfuerzo de sus ojos. Le dolía profundamente que dudara de ella, que la creyera capaz de algo así.

–Él piensa que... yo... me prostituyo —El padre de sus hermanos abrió los ojos desorientado.

—¿Qué dices? ¿Por qué?

—Porque hace un tiempo me dio una tarjeta donde cada mes le depositaba una cantidad, pero yo sólo usé un poco de ese dinero al principio. Después ya no.

—Entonces, ¿de dónde sacabas dinero todo este tiempo? —La joven agachó la mirada avergonzada–. Hago trabajos a mis compañeros y ellos me pagan muy bien. A veces no duermo haciéndolos, pero eso no se lo podía decir a nadie, por lo que pasó hace unos meses, todos harían que lo dejara.

—¿Lo del hospital? —asintió con la atención en el suelo.

—¿Y cómo fue que él pensó... eso de ti? —Por fin levantó sus enormes ojos, estaba cargada de frustración y dolor, además, ya no tenía color en el rostro, lucía enferma.

–Porque fue lo más fácil, Raúl. Porque él sabe de dónde vengo y eso hace que pueda llegar a pensar que soy capaz de ese tipo de cosas.

—No, Isabella, no creo que sea así. Sebastián se preocupa por ustedes, por qué no le dijiste simplemente la verdad.

—Es que... cuando me preguntó, lo hacía ya acusándome, así que le dije que trabajaba y dudó, le dije que prestaba mis servicios y me pagaban muy bien, lo cual es totalmente cierto. Pero él entendió lo que prefirió y creyó lo que quiso. Ahora piensa lo que piensa de mí y yo no voy a negarlo, Raúl —El hombre la escuchaba sin decir una palabra—. Yo quería pagarle cada centavo que gastó en mí, era lo justo, soy mayor de edad. Por eso trabajo en eso y no toco ese dinero... ¿Cuándo terminaré de pagarle si lo gasto?

—¿Cuánto tiempo llevas haciendo eso, Isa? —quiso saber aún asombrado.

—Desde antes de enfermar. No se me dificulta y los chicos con dinero que estudian ahí no escatiman en gastos con tal de no hacer nada y sacar la mejor nota, así que... —admitió encogiéndose de hombros entristecida.

—Isabella, no puedo creer que hagas todos esos trabajos, nunca lo hubiera imaginado —Ella percibió el orgullo y admiración que se escondía detrás de ese comentario–. Pero habría sido más fácil si nos lo contabas, nosotros te hubiéramos podido ayudar.

—Puede ser, Raúl, sin embargo, cuando enfermé él me cuidó en exceso, hasta se cambió a aquella casa conmigo y no me dejó hacer nada de nada. Además, Paco dijo que yo no tenía que abusar, así que sabía que iba a emprender una campaña en contra de mi trabajo y no quería arriesgarme, tengo que aprender a valerme por mi misma... no puedo depender para siempre de él o alguien más —Quién lo iba pensar, esa joven además de ser valiente, fuerte y muy hermosa era inteligente y tenaz, esas eran cualidades muy difíciles de encontrar en una sola persona. El llanto ya había cesado, pero su carita continuaba entristecida y se veía cada vez más demacrada.

—Y dime, ¿qué deseas hacer, Isa? ¿Sabes que nuestra casa está abierta para ti? —colocó una mano sobre las de ella, cariñoso—. No tienes que regresar ahí si no quieres, tú siempre vas a contar con nosotros, aunque como te dije; él debería saber la verdad —Al sentir su apoyo el llanto volvió a atacarla y lo abrazó fuertemente, hasta esas personas se las debía a Sebastián. Cuando logró calmarse Raúl y ella continuaron hablando sobre temas menos dolorosos. Definitivamente merecía saber la verdad, aunque eso no lograría que olvidara lo que había pensado.

—Sebastián, te mintió, eso hasta un ciego lo ve, por favor —Paco no podía creer que estuviera bebiendo de esa manera, no era un hombre de ese tipo y no le gustaba nada que buscara en el alcohol la fuga para su frustración y molestia. Eso era demasiado inmaduro, demasiado infantil y un recurso que su amigo casi nunca utilizaba.

—Y ¿por qué lo haría? ¿Por qué me mentiría? Ella lo dijo y muy orgullosa por cierto —La última vez que se puso así, fue gracias a aquella oportunista que lo traicionó con Gustavo, el amigo de los dos desde la infancia, hacía más de cinco años.

Todavía no era tarde y llevaba poco tomando, así que estaba a tiempo de evitar que se perdiera. Le arrancó la botella de la mano, molesto.

–Eres un imbécil, Sebastián, si no lo hizo cuando ella y sus hermanos se estaban muriendo de hambre, ¿por qué ahora? ¡Piensa! —Le gritó intentando que entrara en razón de una maldita vez, esa joven lo estaba trastornando, tenía que aceptar lo que sentía por ella o las cosas empeorarían. Al ver que lograba captar su atención continuó–. Y te diré más, si su intención era tener dinero lo único que necesitaba era acostarse contigo porque hasta un idiota se da cuenta de que tu no le hubieras podido decir jamás que no y tú sí que le habrías dado mucho más que dinero. Por Dios. ¡Abre los putos ojos! —Sabía que tenía mucho sentido, que Paco estaba viendo más claro que él en ese momento. Estaba muy ofuscado, desesperado al enterarse que ella planeaba irse y cuando descubrió que no había tocado el dinero sintió que la perdía definitivamente y que no tardaría en dejarlo. Se volvió loco y bueno... lo demás ya era historia. Sin embargo, no podía dejar pasar tiempo, debía hablar con Isabella. Se levantó rápidamente de su escritorio, agarró las llaves de su auto y se las aventó a Paco.

–Llévame a verla, estoy un poco ebrio pero necesitamos hablar.

—¿A dónde? —preguntó Paco desconcertado, sintiendo que se había perdido de algo.

—A casa de Carmen, ahí va a estar —¿A dónde más podría ir?

—Está bien, pero iremos en mi auto y no más estupideces, Sebastián —Su amigo rio negando ante la advertencia. Ni una más, se juró.

***Este hombre está tan enamorado que solo crea líos donde no los hay. Veamos qué dice Bella al respecto. Lo cierto es que ella también no ayudó dejando que creyese lo que deseara. En fin... Dos personalidades fuertes. Muchas gracias por sus votos, por sus bellos comentarios, por seguir con la lectura, espero la estén disfrutando. Besos.

Copyright de Ana Coello© Prohibido su uso.  

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