Mara (I)

By Larena_Aquifolia

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Hace dos años acabaron con casi toda nuestra civilización. Hace dos años nos obligaron a huir a un universo... More

Nota de la autora
Mara
Prefacio
Capítulo 1 (parte 1)
Capítulo 1 (parte 2).
Capítulo 2.
Capítulo 3 (parte 1).
Capítulo 3 (parte 2).
Capítulo 4.
Capítulo 5 (parte 1).
Capítulo 5 (parte 2).
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14 (parte 1).
Capítulo 14 (parte 2).
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Aviso importante
Capítulo 33.
Capítulo 34 (parte 1).
Capítulo 34 (parte 2).
Capítulo 36.
Epílogo
¿Y ahora qué?

Capítulo 35.

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By Larena_Aquifolia


Tera contaba con demasiados frentes abiertos y sentía que ninguno de ellos se solucionaría pronto. Desde la huida de Valia, varias revueltas habían tenido lugar dentro del Cubo, y la sección de exploradores se había visto obligada a reducir y encarcelar a todos los implicados. No es que se sintiese especialmente orgullosa de ello, pero la supervivencia de la raza humana exigía una comunidad estable, y dejar que ésta se disgregase suponía un suicidio. Necesitaban luchar contra un mal común; debían comprender que dentro del Cubo no había enemigo alguno. El enemigo estaba mas allá del umbral de las puertas dimensionales: los soldados asesinos eran su único objetivo.

Se masajeó las sienes por enésima vez consecutiva. Era un gesto casi inconsciente que repetía una y otra vez cuando se sentía nerviosa o tensa. Había aprendido a ocultarlo cuando estaba delante de más personas porque estaba convencida de que denotaba inseguridad, pero cuando se encontraba sola y no tenía que mantener las apariencias, era un acto que no reprimía.

Sobre su escritorio sólo reposaba encendido el ordenador que llevaba a todas partes; eso y el informe de Valia Alaine que le había proporcionado el actual director de la sección de medicina.

Se había leído el documento de la informática varias veces para tratar de encontrar algo que tal vez le revelase su paradero y el de su hija, pero no había encontrado nada en él. Nada que supiese cómo interpretar, al menos. Tal vez hubiesen huido a su planeta, aunque esa era una hipótesis sin sentido. ¿Por qué se habrían quedado en el Cubo pudiendo haber abandonado en cualquier momento? No, algo se le escapaba.

Por otro lado, los análisis genéticos se estaban llevando a cabo con toda la rapidez posible, pero aún no había recibido noticias que apuntasen a la existencia de más individuos como Valia, y Tera no lo entendía. Si bien al principio había estado convencida de haber descubierto algo que les ayudaría a salir de aquella prisión en la que vivían, lo cierto era que, si no conseguían identificar a más individuos como Valia y Mara, todas las posibles esperanzas caerían en saco roto. Las Alaine no regresarían jamás al Cubo, y la humanidad habría perdido la última llave que les permitiría empezar de nuevo en otro lugar.

Finalmente estaba el problema de los pelotones EX:A-2, EX:B-18 y Frederick Howand. Éste último había salido a la superficie terrestre hacía días, su pulsera seguía dando señal y había mandado un mensaje de que había llegado a Tierra correctamente. Tera no esperaba que el hombre encontrase a las fugadas, pero sí esperaba mantenerlo ocupado fuera del Cubo y con suerte algún soldado acabaría con él.

Y sin embargo, Howand había vuelto para amargarle su existencia una vez más.

Apenas unos minutos atrás había recibido un mensaje de Khala a través de su intercomunicador. Su asistente le había informado de la llegada de Howand en muy malas condiciones, pero aseguraba haber cumplido su objetivo: había matado a las Alaine. Si mentía o no, nunca lo sabría. La pulsera de la mujer había dejado de funcionar antes de que se provocase el incidente en la sala de los exploradores.

Tera había pedido que llevasen al explorador a su despacho para que le contase todos los detalles, pero éste parecía no poder tenerse en pie y permanecía ingresado en la sección de medicina. El muy necio habría tocado algo en el suelo terrestre y se habría contaminado. Con un poco de suerte moriría antes de volver a dar guerra.

Con un suspiro cerró la pantalla del portátil y se levantó de su asiento, para a continuación bordear la mesa y salir del despacho. Antes de dirigirse hacia la sección de medicina, Tera se giró para comprobar que su puerta había quedado cerrada y que el sistema pedía presentar la pulsera identificadora para poder acceder a la estancia. Sabía que eran manías de vieja, pero años de experiencia le habían hecho adquirir ciertos hábitos que no pensaba abandonar.

La directora de la sección de exploradores avanzó por los pasillos con rapidez. Le ponía nerviosa ver cómo las luces se iban encendiendo a su paso y se iban apagando a medida que dejaba atrás sus sensores. ¿Era realmente necesaria la presencia de la domótica y la automatización de todas y cada una de las cosas? La energía nunca fue un problema dentro del Cubo gracias a las fuertes rachas de viento que azotaban la superficie de aquel planeta. Los aerogeneradores convertían la energía cinética proveniente del viento en energía eléctrica, y aunque contaban con enormes baterías de litio, óxido de grafeno y azufre, lo cierto era que apenas tenían que hacer uso de ellas. Era absurdo restringir el uso de la energía en ciertas actividades, cuando energía era lo único que les sobraba ahí dentro.

Tras varios minutos de caminata y tras saludar amablemente a tres o cuatro personas que se cruzaron en su camino, Tera hizo un último giro a la derecha para enfilar el pasillo donde se encontraba la habitación de Frederick Howand. Pudo apreciar la silueta de Khala parada junto a la puerta, erguida e inmóvil como una estatua.

—Señora Windwood —comenzó diciendo. Por el tono de voz ya podía intuir que fuera lo que fuese a decir no era bueno—. Howand no mejora.

—¿Qué tiene? Habrá comido o bebido algo del exterior creyéndose más listo que nadie.

—No parece que haya sufrido contaminación, señora, pero sus constantes vitales no son nada normales. Es más, hay algo que debería preocuparla. —Khala hizo una pequeña pausa que Tera tomó como una muy mala señal—. Está perdiendo la memoria por momentos.

La mujer frunció el ceño. Con un gesto de cabeza le indicó a Khala que la siguiese y, tras dar dos golpes a la puerta por puro protocolo, entró en la estancia sin esperar respuesta alguna.

Howand se encontraba tendido en la cama, pero por el aspecto que tenía la sábana sobre su cuerpo, no parecía estar descansando con tranquilidad.

—Tiene un aspecto lamentable, Howand.

—Tera, qué sorpresa.

El explorador ni siquiera hizo el amago de erguirse para dirigirle la palabra, pero sus hundidos ojos observaron a ambas mujeres con una expresión que Tera no supo descifrar. Tenía la piel mortecina, parecía temblar bajo la sábana y el sudor perlaba su frente, cuello y brazos.

—Me ha comentado Khala que ha acabado con las Alaine.

—Supongo que sí.

—¿Supone que sí? —Tera arqueó las cejas a la par que hacía un gesto a Khala para que se acercase—. ¿Tiene alguna prueba para confirmar lo que dice?

Sin desviar la mirada del explorador, la mujer tendió la mano en dirección a su secretaria para pedirle la ficha médica del paciente.

La cara de Frederick se distorsionó a causa del dolor. El hombre apretó la mandíbula con fuerza mientras sendas manos agarraban los pliegues de la sábana.

—Puedes... salir a la Tierra para comprobarlo por ti misma. Ya sabes qué puerta es.

—Permítame que rechace su oferta —contestó con un estudiado tono de voz.

Los ojos de Tera se posaron sobre el electrocardiograma del paciente. Las pulsaciones de éste parecían ser más altas de lo habitual desde su llegada al Cubo, hecho que corroboraba la teoría de un posible envenenamiento. Sin embargo, unas líneas más abajo se podían leer los resultados de los análisis de sangre y de orina, ambos dentro de los límites esperados. Algo no cuadraba en todo aquello y Howand no parecía estar por la labor de ayudarles a resolver el misterio. Khala afirmaba que estaba perdiendo la memoria, pero bien podía tratarse un truco del explorador para evitar ser interrogado.

—Le voy a ser sincera, Howand. —Tera se acercó hasta la cama y se sentó en el borde de ésta para poder mirar al explorador con una sonrisa cínica dibujada en su cara. Entre sus manos aún sostenía la tablet con el informe del paciente —. No me cae bien. De hecho, nunca me ha caído nada bien.

—Me alegro de que por fin te estés sincerando conmigo.

—La comunidad no necesita a personas como usted —prosiguió. Sus ojos, hartos y asqueados de contemplar los rasgos faciales de Howand, se desviaron de nuevo hacia el informe—. Lo único que hace es ralentizar nuestro avance hacia un futuro mejor. No posee ninguna cualidad digna de mencionar.

—¿Un futuro mejor? —Un sonido desagradable que Tera identificó como risa salió de la garganta del hombre—. Te aseguro que no existe un futuro mejor. Se te acaba el tiempo, Windwood.

—¿Está amenazándome? —Tera estudió con detenimiento el diagnóstico que aparecía escrito bajo el encefalograma del explorador.

La respuesta de Howand se hizo esperar. El explorador volvió a agarrar la sábana mientras profería un gruñido prolongado. Dos minutos más tarde, la sala se inundaba de jadeos e improperios provenientes del paciente.

—Pronto todo... todo esto habrá acabado.

—¿Cree que va a morir?

—Eres una es... estúpida, Windwood.

La cara de Tera quedó salpicada de pequeñas gotas de saliva provenientes de Frederick. Sintió unas ganas terribles de vomitar; quería quitarse las babas del hombre y salir de aquella habitación cuanto antes, dejándole solo con su sufrimiento. Respiró profundamente un par de veces y prosiguió con la lectura del informe. Estaba claro que algo andaba mal con el estudio neuronal del explorador, o al menos así lo indicaba el diagnóstico final.

—Yo también espero que muera pronto, Howand. —Sabía que no debía pronunciar aquellas palabras, pero la repulsión que sentía hacia ese hombre era demasiado grande como para poder contenerse durante más tiempo—. Y espero que lo haga entre espasmos de dolor, porque no se merece otra cosa.

Frederick seguía con aquella sonrisa deforme tatuada en sus labios. ¿Qué demonios ocurría con él?

—Siempre... tan amable, Windwood.

El explorador desvió su atención hacia una de las esquinas del cuarto. A pesar de la barba de varios días, pudo apreciar la yugular reptando cual serpiente tras la piel sudorosa de su cuello. Sus ojos captaron el pulso a través de ella, rápido como el de una alimaña. Tera persiguió con la mirada el camino de la vena hasta llegar a la oreja del paciente. Su cartílago era tan fino que podía ver pasar la luz a través de él. Veía los pequeños vasos sanguíneos recorrer la carne hasta perderse por el oscuro agujero de su oído. Veía la malformación justo detrás de su pabellón auditivo. Tres pequeños relieves de grasa que sobresalían de su piel, perfectamente alineados.

Y uno de ellos emitía una luz verde intermitente casi invisible al ojo humano.

Tera contuvo la respiración unos segundos. Con un movimiento rápido término de acercarse a Frederick, pero el hombre había vuelto a girar la cabeza y la luz que creía haber visto quedó oculta por la almohada.

—Gire la cabeza. —El explorador ignoró su orden—. Gírela.

Y sin esperar contestación alguna por su parte, cogió a Frederick de ambos carrillos con una sola mano y le obligó a mostrar su oreja izquierda de nuevo. Ahí estaba. Una luz verde y titilante, casi inescrutable.

Sin despegar los ojos de las protuberancias de la oreja de Howand, Tera soltó el agarre de su mano con lentitud. La marca de cada uno de sus dedos quedó grabada en la demacrada cara del explorador. Tal vez tendría que haber sentido pena, pero todo lo que era capaz de sentir era asco e ira.

No tenía ni la más remota idea de qué era eso, pero lo que sí podía afirmar con rotundidad era que no pertenecía a ninguna sección del Cubo.

—¿De dónde lo ha sacado?

Howand se encogió de hombros a la par que se llevaba su mano izquierda a la sien. La directora de la sección de exploradores contempló su cara de dolor; los dientes amarillos tras sus mortecinos labios, la mandíbula desencajada, gotas de sudor brotando por cada uno de sus dilatados poros.

—Khala. —La mujer se apresuró a situarse al lado de Tera—. ¿Han escaneado al señor Howand de pies a cabeza?

—Sí, señora.

—¿Y por qué no encuentro nada que mencione esto?

—No le sabría decir. Llamaré al responsable.

La mujer salió de la habitación llevándose consigo el repicar de su pierna artificial contra el suelo. Fue entonces cuando Frederick volvió a abrir la boca para hablar.

—Estás perdiendo... un... tiempo muy... valioso.

—Se está poniendo sentimental, Howand. Supongo que siente la muerte cerca. Le sugiero que se ahorre el esfuerzo de hablar, a no ser que tenga algo que me interese escuchar.

Frederick trató de incorporarse sobre la cama. La sábana cayó hasta su regazo y dejó a la vista un torso únicamente cubierto por una camiseta blanca de tirantes. Sus hombros se mantenían encogidos y echados hacia delante hasta provocar una desagradable chepa en la espalda; su barbilla pegada al pecho como si no pudiese sostener la cabeza erguida.

—¿Y tú... Tera?

La mujer parpadeó un par de veces, confundida al escuchar por primera vez en su vida su nombre de pila pronunciado por el explorador.

—No entiendo su pregunta.

—¿No sientes la muerte cerca? —Howand hizo una pausa eterna para coger aire y poder seguir hablando—. Te crees mejor... mejor que yo. Pero eres peor, TESYS... es... es peor.

—Insisto, Howand, ahórres...

—Todos han... han muerto por tu culpa. Vuestros tra... trajes asesinos.

Tera se enderezó de inmediato tras escuchar esas palabras. ¿Cómo sabía del funcionamiento de los trajes? ¿Desde cuándo lo sabía? ¿Cuánto sabía realmente Howand? La directora de la sección de exploradores se levantó con brusquedad de la cama, olvidándose de que la tablet descansaba en su regazo.

—Cuénteme qué es lo que sabe —ordenó.

Howand levantó la cabeza y la contempló con unos ojos casi fuera de sus órbitas.

—No me acuerdo —susurró, para a continuación proferir una carcajada demencial que acabó en un chillido aterrador.

El explorador comenzó a sufrir convulsiones repentinas. Los dedos de sus manos se crisparon y se aferraron a su camiseta hasta desgarrarla. Un poco más tarde, Howand se rascaba con fervor las sienes hasta provocarse sangre. La sábana acabó enredada entre unas piernas que no paraban de pegar patadas al aire. Desde su posición, Tera observó asqueada y asustada cómo el hombre abría la boca para aullar de dolor y cómo la saliva mezclada con sangre resbalaba por su barbilla. Por un momento se le pasó por la cabeza llamar a través de su pulsera a alguien de la sección de medicina, pero su acción se quedó congelada a mitad de camino. La mujer se mantuvo con la mano derecha a media altura, contemplando con terror cómo el explorador se agredía a sí mismo y chillaba frases incongruentes. Estaba colapsando.

Khala entró en el mismo instante en el que Howand profería su último grito. La argelina venía acompañada de un médico que apenas tardó tres segundos en acercarse a la cama del paciente para tratar de reanimarle, no sin antes haber pedido asistencia a través del intercomunicador.

Tera no podía despegar los ojos de la escena. Nunca había presenciado semejante comportamiento y, a pesar de creerse capaz de soportar cualquier cosa, lo cierto era que no estaba preparada para aquello.

Volvió a la realidad cuando algo crujió bajo sus pies. La tablet con el informe de Howand que minutos atrás se había caído al suelo se había rajado con el peso de su cuerpo sobre ella, y era imposible leer algo de lo que ponía.

—Señora Windwood. —Tera dirigió la mirada del dispositivo roto hasta Khala—. Ha muerto.

Aquellas palabras apenas hicieron efecto sobre la mujer. Con la sensación de no encontrarse en ese lugar, Tera cruzó la estancia con la mirada clavada en algún punto del suelo, atravesó el umbral de la que había sido la habitación de Howand y se dirigió a paso ligero hacia su despacho. Apenas fue consciente de cómo las luces iban iluminando su trayectoria, ni de cómo Khala la seguía a una prudente distancia, a la espera de nuevas órdenes. Todo lo que podía pensar era en una de las últimas frases que había dicho el hombre cuando apenas podía ya respirar.

Trajes asesinos.

Si Howand sabía de los trajes anti-fuga, posiblemente había salido en su última misión a la Tierra sin él, lo que a su vez suponía el poder haber estado en contacto con un soldado invasor sin haber muerto en el acto.

Y si un soldado invasor había logrado interactuar con Howand, no tenía la menor duda de que ya no estaban seguros dentro del Cubo.

Debían evacuar.

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