Profesor Grullón (Editando)

By LyluRys

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Bienvenidos al salón de clases del profesor Grullón. Él te recibirá con su habitual mal humor, actitud arroga... More

Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Epílogo
♪PLAYLIST♪
Book Trailer
Agradecimientos

Capítulo Extra

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By LyluRys

Sebastián

Las vistas en Casa Avilés son inspiradoras, coloridas y te quitan el aliento, pero no más que la mujer que está de pie en la orilla del lago mirando las tranquilas aguas.

Mi Evenin.

Observo como ella disfruta de los cálidos rayos del sol de la tarde, y al inhalar mi próximo aliento, una felicidad que nunca había sentido y que solo la he logrado con ella, recorre mi pecho hasta llegar al corazón. Cuando exhalo, me siento vivo. Y eso significa que solo vivo y respiro por ella.

Recuerdo cuando la vi por primera vez en mi salón de clases, ajena a todo lo que la rodeaba, a las miradas de interés que le daban los chicos y a las de curiosidad y cierta envidia que le daban algunas chicas. Yo también la miré, y ya no pude dejar de hacerlo porque supe en esos segundos que Evenin era única. Lo que nunca imaginé fue que ese día ella había sentido lo mismo por mí, pero ambos lo ocultamos al mundo, y sobre todo, a nosotros mismos. Pero el tiempo es incontrolable, y cuando ambos lo admitimos ya no hubo vuelta atrás y dimos rienda suelta a nuestra pasión contenida por largos meses. Fue mejor de lo que imaginaba porque fantaseaba con ella en mi cama, anhelaba tocar y perderme en la suavidad de su piel y besar sin prisas cada curva y los dulces secretos escondidos de su delicado cuerpo.

Sí, también fui un bastardo egocéntrico, engreído y enojado. Acepto todos esos adjetivos con e mayúscula. Mi pasado afectaba mi presente y no sabía cómo salir de ese lóbrego abismo, y lo peor de todo fue que metí a Evenin en ese autodestructivo espiral. Después de que ella se fuera de mi vida, de creer que la había perdido para siempre, yo quedé destrozado por culpa de mi propia desconfianza. Pero soy persistente por naturaleza, moví mis fichas, hice cálculos y sus posibles resultados. Hice todo lo que pude y mucho más para que ella me perdonara. Y su corazón noble lo hizo. Nunca en mis veintiocho años me he sentido más aliviado, más vivo y afortunado que cuando ella me dijo, «Te perdono, Sebastián, pero iremos reconstruyendo la confianza paso por paso». Esas palabras fueron mi luz al final del sombrío túnel de mi existencia, y me aferré a cada verbo y a cada letra con mi vida. En estos veintinueve meses que hemos pasado juntos, he hecho precisamente eso que le prometí, dar el máximo y entregarme por completo a diseñar el mejor plano de mi vida, incluyéndola a ella, a la mujer más hermosa de esta tierra, un hogar y una familia. Cada día trabajo en ese proyecto porque la confianza se ha reforzado entre ambos y ya no hay secretos ni dudas. Solo amor, respeto y franqueza. Su mano se mueve y reposa en la reducida curvatura de su abdomen. Y respiro felicidad, de nuevo.

Mi hijo.

4 meses. 200 gramos. 15 centímetros.

Cromosoma XY. Una parte Evenin. Una parte de mí.

Ella me dio la noticia cuando tenía tres semanas de embarazo y el cielo sabe que ese día algo más cambió dentro de mí, añadiendo más felicidad a la que ya tenía, más fuerza y más empeño en seguir construyendo la vida que merecemos los tres. Y lloré también, por ese obsequio que nos hará padres por primera vez, el que cuidaremos y amaremos hasta nuestro último aliento.

Ajusto mis lentes sobre el puente de mi nariz y camino hacia ella. Hoy fue un día ajetreado en la oficina; reuniones, firmas de contratos, más diseños y noticias esperadas, pero también fue un día muy productivo, y ahora solo espero pasar una tarde agradable y una noche ardiente con mi amada prometida. La boda es este fin de semana y sé que vino al lago a tomarse un respiro de los preparativos. Estoy deseoso de verla el sábado vestida de blanco, caminando hacia mí, y mucho más por llamarla mi esposa. La señora Avilés.

Evenin me percibe y escucho su suave exhalación. Me acerco a ella y la abrazo, mis manos sobre su abdomen. Murmuro sobre su cuello: —¿Cómo se comportó hoy Andrés Enrique Grullón Roa Avilés?

Ella suspira una risa contenta. —Como un buen chico. Ya se desvanecieron las náuseas matutinas y me siento con energías. De hecho, hoy sentí algo distinto, como pequeñas burbujas. —Mi hermosa exalumna gira y alza su rostro sonriente hacia mí—. ¡Nuestro bebé ya comenzó a moverse! —exclama radiante.

Exhalo mi aliento mientras mi sonrisa se ensancha. —Esa noticia supera todas las demás que recibí hoy —acaricio su escaso abdomen—. Quiero sentir a nuestro pequeño moverse dentro de ti y en mis brazos. ¿Cómo lo imaginas? —Mi voz es curiosa y beso su hombro.

—Pienso mucho en eso, Sebastián —sonríe —. Y siempre aparece esta imagen en mi cabeza de un bebé con cabellos oscuros y hermosos ojos azules como los tuyos —ella acaricia mi mejilla y se gira en mis brazos. La pego más a mi cuerpo—. Querías que fuera una niña, pero el universo conspiró y nos obsequió a un niño.

—Y estoy complacido, eufórico, de hecho —la beso con suavidad y Evenin suspira. Termino el beso y le digo—: Estos sentimientos que tengo por el bebé son nuevos, intensos y me fortalecen para seguir dando lo mejor de mi para ustedes. A diario pienso en cómo será nuestro hijo, cómo será su carácter, y al final es siempre el mismo desenlace.

—¿Y cuál sería ese resultado, profesor? —ella quita mis espejuelos para luego ponérselos haciéndola lucir atractiva, juguetona y sensual.

Río por lo bajo, encantado siempre de que Evenin me llame profesor aunque ya no lo sea y me dedique cien por ciento a mis diseños y a mi trabajo de arquitecto.

La respiro y pego mi frente a la suya. Respondo: —Lo veo siempre feliz, seguro de sí mismo. Un gran hombre. Y sin conocerlo todavía, solo sabiendo que ya existe, lo amo.

Los lindos ojos ahumados de mi novia se humedecen. —Eso es amor antes de la primera vista. —susurra con emoción.

—Lo es —coincido—. Mi deseo por ti fue a primera vista, pero mientras pasaban los meses, esos sesenta minutos en mi clase de Álgebra se convirtieron en otra cosa porque cada día fui conociéndote y enamorándome más de ti. Amo a nuestro hijo porque es una parte tuya. Y de ti, adorada Evenin, amo todo.

Ella me observa y absorbo todo lo que sus ojos transmiten, calidez, admiración, adoración, ternura e inmenso amor.

—Te amo ahora mucho más, Sebastián. Serás un padre maravilloso —me sonríe, y siempre se ve hermosa.

—Y tú serás una madre ejemplar, especial, espléndida, ecuánime...

—¿Solo con adjetivos de letra "e"? —cuestiona riendo y río con ella.

—Con todos los buenos adjetivos que den como resultado la gran madre que serás para Andrés Enrique, y no olvidemos que embarazada ya te ves muy sexy también —murmuro sobre sus labios. Evenin niega sonriendo y añado solemne—: Seremos buenos padres.

—Los mejores —concuerda con convicción—. Y también serás un gran esposo, uno muy guapo. —Ella me besa y yo la beso.

Caminamos juntos por los alrededores del lago y hablamos sobre el trabajo en su salón de belleza y spa profesional, y me gusta escuchar su voz entusiasmada con sus nuevos proyectos. Un desfile de modas que está patrocinando y una escuela de peluquería que quiere abrir para estudiantes de bajos recursos. Evenin tendrá mi apoyo siempre en todo. Al igual que lo tuvo su padre, Alfonso, cuando dejó de tomar, se rehabilitó y trabaja como jefe de construcción para una de mis empresas. Es bueno verlo siempre pendiente a Evenin y a su futuro nieto.

Ambos reímos al ver a un patito correr para alcanzar a su madre y nadar en el lago. Entonces noto que Isabel se acerca a nosotros. Esta buena mujer es como una madre para mí. Me aconseja, me sermonea y me cuida como si también fuera su hijo. Tengo un regalo especial para ella, un viaje a París, todo pagado para que disfrute junto a su hija y nieta. Espero dárselo antes de llevarme a Evenin a Dubái para nuestra luna de miel. Su sonrisa es siempre amable y sé muy bien cuál es la causa su gesto preocupado porque lo esperaba de un momento a otro, pero no hoy. Y me tenso.

—Sebastián, Evenin, lamento interrumpir este íntimo momento. —Su voz suena aprensiva también—, pero me temo que el día que todos anticipamos ha llegado.

El cuerpo de mi prometida también reacciona ante esa infortunada noticia porque también sabe a lo que se refiere Isabel. Mi padre ha regresado. Aprieto mis puños.

—¿Ricardo...vino solo? —le pregunta Evenin.

—No —contesta Isabel—. Lydia está con él.

Evenin exhala con brusquedad y mira hacia el lago. Ambos tenemos un pasado, y aunque ya no hablamos sobre ello, siempre queda ese pinchazo de nostalgia deseando que las cosas hubiesen sido diferentes.

Ella me mira. —Eso es muy extraño —comenta y asiento en acuerdo—. Si tu padre se quedó sin dinero, porque es obvio que por eso vino, no entiendo cómo mi madre sigue con él.

—Esperanza supongo porque amor lo dudo —digo con sarcasmo—. Ella cree que yo le daré dinero a mi padre, pero al ver que se irán con las manos vacías, lo abandonará.

—Es verdad —asiente.

Suelto una seca carcajada. —No debería extrañarme esto porque lo he estado vigilando, pero sí, me sorprende el grado de desfachatez que tienen esos dos de presentarse en mi casa para arruinar nuestra paz familiar. —Trato de mantener a raya mi mal carácter, pero cuando se trata de mi padre no es fácil. Todo ha estado marchando bien sin ellos en nuestras vidas y así debe seguir.

Evenin pone su mano sobre mi pecho, y la tomo, la beso. —¿Qué haremos? —me susurra.

—Enfrentarlos con hechos y pruebas. Dejarles bien claro los puntos sobre las íes para que nunca vuelvan.

—Tienen todas las de perder y aún así están aquí. Esto es...tan increíble. ¿Por qué tuvieron que regresar precisamente a dos días de nuestra boda?

La voz de Evenin tiembla de frustración por esta situación, y aprieto mi mandíbula porque el culpable es mi padre.

—Tranquila, Evenin —la acerco a mí y beso su cabeza—. Lo hacen para fastidiarnos, eso es todo, porque a disculparse y arrepentidos seguro que no vienen.

Mi ama de llaves chasquea con disgusto. —También me sorprendió verlos aunque era de esperarse y les dije en el tono más amable posible que se fueran. Ángelo llamó a la policía porque no se han movido de la entrada. Ricardo está exigiendo sus derechos y discutiendo sobre por qué cambiaste todas las cerraduras y no puede entrar —explica y me enojo más—. Conoces a tu padre y él a ti, Sebastián. Si no se le complace, formará un escándalo, y no me extrañaría que también lo hiciera en la boda.

—Que lo intente. Reforzaremos la seguridad —sentencio con sequedad y firmeza—. Habla con Ángelo al respecto que yo me encargo de Ricardo.

—No vayas a hacer nada de lo cual te arrepientas después, hijo —exhorta preocupada.

—Trataré, pero no prometo nada, Isabel.

—Sé qué harás lo correcto —ella suspira—. Iré a la casa a preparar té para todos. Evenin, ¿vienes?

Ella niega con su cabeza. —Quiero ver a mi madre —afirma con convicción.

—Niña, no es bueno pasar tensiones en tu estado —Isabel la aconseja en tono maternal. Siempre la cuida.

—Lo sé, pero esta es mi única oportunidad para decirle algunas palabras porque estoy segura de que no volveré a verla.

Ella asiente comprendiendo. —Pero no te exaltes, cariño. Y Sebastián —la miro—, antes de cualquier acción, piensa en tu familia primero.

—Siempre lo hago, Isabel, y siempre lo haré —Esa es una firme promesa.

Isabel se va y exhalo el aire en mi pecho. A mi lado, Evenin aprieta mi mano. —Vamos a enfrentar nuestro pasado y a cerrar esa brecha para que nunca vuelva a abrirse y afecte nuestro futuro.

—Estoy contigo, mi amor. Ya es tiempo de eliminar ese vínculo de resentimiento y seguir adelante.

Con esas certeras palabras, caminamos de la mano hacia la entrada de Casa Avilés y entonces los vemos. Mi padre está caminando de lado a lado, y su esposa Lydia está nerviosa mordiendo sus uñas. Cuando nos ven, dejan de moverse.

—Al fin aparece —Ricardo masculla malhumorado.

Noto que Evenin solo mira a su madre, pero Lydia rehúye su mirada, comprobando una vez más que ese instinto maternal que me confesó que ya no tenía, es cierto. Asiento en una orden silenciosa hacia Ángelo, y él abre la verja, pero no los dejo entrar y me quedo quieto y mirándolos con gesto interrogante.

Ricardo murmura un saludo: —Hijo.

—Así que hoy soy tu hijo. No antes, cuando necesitaba a un padre a mi lado y junto a su esposa, mi madre. Vaya novedad —hablo con ligero sarcasmo.

—No es ninguna novedad. Eres mi hijo, Sebastián, y...

Alzo mi mano. —Y ahórrate el discurso paternal porque sé a qué has venido.

Mi padre lanza una larga en mi dirección, su quijada apretada.

—Ya que pareces saberlo todo, entonces me darás el dinero —exige como si tuviera todo el derecho del mundo a recibirlo.

Río sin humor rascando mi mandíbula. —La palabra descaro ha alcanzado un nuevo nivel contigo. Por si se te olvidó, firmaste un acuerdo legal en donde estabas contento con los cuatro millones que te di y que luego desaparecerías de mi vida. Tengo otra copia guardada en mi estudio por si quieres repasar las cláusulas...

Él hace un gesto brusco con su mano. —Olvida eso, Sebastián. Soy tu padre y tengo derechos. Prácticamente ahora soy un maldito indigente y la estoy pasando muy mal. ¿Es que eso no te importa ni te ablanda el corazón?

De repente me lleno de ira. —¿Y a ti te importó algo o se te ablandó el frío corazón que tienes al ver sufrir a mi madre?

—¿Otra vez con lo mismo? —resopla—. Olvídalo ya. Los muertos ya no importan. —Sus manos se alzan en rendición y quiero golpearlo—. Mira, si Helena sufrió fue porque quiso y por ser tan débil —habla con desdén—. Sabes que soy inocente porque no fui yo el que le dio la maldita navaja cuando se cortó las venas...

Suelto la mano de Evenin y voy hacia él y lo tomo por su camiseta. —¡Cállate! —le grito, y después lo empujo tan fuerte que tropieza hacia atrás. —Nunca, en lo que te quede de vida, ¡vuelvas a hablar así de mi madre! —rujo.

Él ríe con descaro mientras se acomoda la camisa. —Ojalá me defendieras a mí con la misma devoción que le profesas a ella —espeta.

Niego tajante. —Nunca la mereciste. —Lo miro sin ninguna emoción—. Sigue tu camino y no vuelvas a aparecer por aquí.

—Me iré cuando me des dinero. Quiero empezar otro negocio aquí, ya que los que hice en Grecia no funcionaron y...

—No te daré ni un centavo más. —Los observo a ambos de arriba abajo—. Los dos lucen bronceados y saludables. Si quieren dinero, trabajen. —Vuelvo hacia Evenin.

Ella sigue mirando a su madre, pero ya no hay reproches ni dolor en sus ojos. Solo aceptación.

Evenin da un paso hacia ella y lo doy con ella también, protegiéndola. —Gracias, mamá —susurra, y Lydia la mira con extrañeza.

—¿Por? —le pregunta con voz hueca y ojos vacíos de afecto.

Ella le explica: —Por abrirme los ojos y darme el mejor ejemplo al enseñarme lo que yo nunca haré con mis propios hijos. —Su mano toca su vientre y vemos como ambos se sorprenden ante ese gesto.

—¿La embarazaste? —balbucea Ricardo y lo miro desafiante.

—¿Tienes algún problema con eso? —cuestiono fríamente.

Él resopla con hastío. —A decir verdad sí lo tengo porque ese bastardo será el heredero Avilés, y nadie merece ese dinero más que yo —termina con arrogancia.

Rio, porque lo que dice es tan absurdo que ya no me molesta. Ambos son un caso perdido y ya no hay nada más que hacer y decir. Al igual que Evenin, he comprendido que no vale la pena tener algún tipo de sentimiento bueno o malo hacia mi padre. La brecha se ha cerrado. Y me siento ligero.

Respiro aliviado, me acerco a mi prometida y tomo su mano. Su semblante es igual que el mío. —Vamos a casa, futura señora Avilés —susurro en complicidad.

—Muy encantada, señor Avilés. —Evenin me responde, y esa sonrisa que me regala ilumina y me calienta más que un día de verano.

Caminamos juntos hacia nuestro hogar, abrazando nuestro futuro y dejando atrás los gritos, las amenazas y la toxicidad de gente que nunca cambiará. El sábado y rodeados de personas especiales, nos uniremos en matrimonio para compartir una vida juntos. En unos meses nacerá nuestro primer hijo, y si la vida nos sigue bendiciendo, queremos dos hijos más.

Y con mi adorada Evenin siempre a mi lado, esa vida será prometedora, muy pasional y en esencia, perfecta.

____________
Profesor Grullón© Todos los Derechos Reservados.

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