Papá por sorpresa// Christoph...

By Guiliana16

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Para muchos tener un hijo es una bendición en especial para ___ pero a su ex Christopher Vélez le fue una tot... More

Capítulo 1
¡Adiós Legarda!
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo

Capítulo 9

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By Guiliana16

El problema era grave, y ella no podía seguir haciendo como si no existiera. No iba a mejor, sino a peor, cada vez peor. Desde esa primera noche en que Charlotte durmió de un tirón, no tenía bien los pechos. Y esa mañana habían sido una tortura las dos tomas.

La semana pasada había estado usando el sacaleches para drenar el exceso de líquido. Dolía, pero había continuado haciéndolo hasta el día anterior. Tal vez la causa fuera su inexperiencia. Pero, cualquiera que fuese la razón, tenía ahora un bulto colorado y duro en cada pecho, hacia la axila, febril y extremadamente doloroso. No le hacía falta ponerse el termómetro para comprender que tenía fiebre. Y, para colmo, Charlotte no se quedaba tranquila después de mamar, como si no tomara ya lo suficiente.

Sentía dolor incluso con levantar el moisés. __________ se dio cuenta de que no podría acercarse sola hasta la consulta del médico. Se le iba la cabeza a causa de la fiebre. Y podía ser peligroso si se caía. Por eso tomó la decisión más prudente, y llamó a Mariana, que estaba al lado, y que le haría ese favor sin dudarlo.

-Soy ___________ -dijo, y, sin más preámbulo-: No me siento bien. Necesito tu ayuda.

-En seguida voy.

Con un suspiro de alivio, ___________ colgó el teléfono.

Mariana tenía la capacidad de cortar su efusividad cuando hacía falta actuar. Bajo la reina de las relaciones públicas, había un cerebro eficacísimo. Se presentó al cabo de unos instantes, irrumpiendo en el apartamento cargada de determinación ___________ se dio la vuelta, mareada, desde la encimera en la cual se había apoyado para usar el teléfono. Mariana le echó una mirada, y luego la tomó del brazo y la condujo hasta el sillón más próximo. Le puso una mano en la frente y comenzó a interrogarla:

-¿Gripe? ¿El estómago? ¿Qué te ocurre?

__________ se puso a explicarle con voz entrecortada lo que le ocurría.

-Mastitis -diagnosticó Mariana-. Tienes una infección en los pechos. Incluso puede ser que haya abscesos. A mi hermana le sucedió lo mismo. Puede suceder al destetar a un niño.

-Pero si yo no pienso destetar a Charlotte -se quejó ____________.

-Ya, pero ella se duerme. Es lo mismo. Si se pasa la noche sin mamar, tú acumulas leche. Tendrás que tomar antibióticos para combatir la infección, y tal vez tengan que darte además pastillas para dejar de producir leche. Hay que ir al médico ahora mismo.

Las lágrimas se agolpaban en los ojos de _____________.

-¿Me estás diciendo que ya no podré dar de mamar a Charlotte?

-Eso depende de cómo sea de grave la infección. Pero los niños salen perfectamente adelante con los biberones, ____________. Ahora no es momento de pensar en lo que le conviene más a Charlotte, sino en lo que te hace falta a ti.

____________ se sentía demasiado débil como para oponer resistencia a la actividad que Mariana ya había comenzado a desplegar. Mariana llamó a su secretaria, que se presentó de inmediato con el bolso de Mariana y las llaves del coche. Mariana le dejó su teléfono móvil, con instrucciones para que atendiese las llamadas de trabajo. Así, la secretaria se quedaría en el apartamento de ____________, al cuidado de la niña, y, si surgía algún problema, Mariana estaría localizable en el teléfono del automóvil o en la consulta del médico.

En cuestión de minutos, ____________ y su amiga estaban camino.

-¿Está Christopher al corriente? -preguntó Mariana.

-No.

-¿No le contaste que tenías problemas?

-No quería preocuparlo.

Las lágrimas volvieron a llenar los ojos de _____________ y empezaron a correr por sus mejillas. El fin de semana pasado, Christopher había estado maravilloso, aunque no le hacía gracia verla emplear el sacaleches. Era palpable el rechazo que aquello le producía; aunque se limitara a fruncir el ceño, para _____________ era evidente que sentía que aquello no debería suceder. Así que le había puesto la excusa de que estaba sobrecargada de trabajo para no recibirlo las dos últimas noches, porque no quería que Christopher presenciase su malestar.

No cabía duda de que él le echaría a Charlotte la culpa, y todo empezaría a torcerse. Tal vez fuese cobardía por parte de ella el evitar problemas que pudieran quitarle a Christopher las ganas de seguir adelante con la paternidad, pero había dejado de parecerle buena idea el poner a prueba su resolución. Seguramente, haber hecho el amor con él había sido un gran error. Pero lo deseaba tanto...

-Dame el número de teléfono de Christopher -ordenó Mariana.

-¿Para qué?

-Tú no puedes arreglártelas sola con esto, ____________.

-A otras madres solteras no les quedar más remedio -replicó.

-¿Qué sentido tiene ocultárselo? O puedes contar con Christopher , o no puedes. Es mejor descubrirlo ahora, ____________.

Lógica aplastante.

Pero el temor de perder a Christopher persistía.

-Solo son las once. Estará ocupado con su trabajo, y puede que esto no sea tan grave como crees, Mariana.

Aquel optimismo desesperado recibió un bufido irónico.

-Tienes una fiebre de cuidado. Si Christopher no va a hacerse cargo de Charlotte cuando tú estés mala, no merece la pena quedarse con él -declaró Mariana, que no tenía el juicio nublado por el deseo-. Seguramente, a Charlotte va a haber que darle un biberón dentro de un rato, así que hará falta comprar todo lo necesario. Este es el momento en el que todos deben sumarse a la causa. Dame su teléfono.

A ____________ le daba vueltas la cabeza. Había demasiadas cosas que hacer, y ella se sentía demasiado débil y atontada para hacerlas. Además, lo que Mariana acababa de decirle era la pura verdad: si Christopher no era capaz de apañárselas en esa situación, era un malísimo presagio para una vida compartida. Mientras ____________ le daba el número, Mariana lo iba marcando en el teléfono del coche.

-J Christopher: soy Mariana. Escúchame sin hablar. No hay tiempo para conversaciones. Estoy llegando a la consulta del médico con ____________, que está mala. Tiene fiebre y le duelen los pechos. Tal vez tengan que ingresarla.

-¡Ingresarme! -exclamó ____________, que veía más negro el futuro por momentos.

Mariana no le hizo caso y siguió diciéndole a Christopher:

-¿Estás dispuesto a ayudar con la niña?

-Dime lo que hay que hacer, y lo haré -fue la rápida y decidida respuesta.

-Ve a una farmacia y compra cuanto necesites para alimentar a un recién nacido: leches en polvo, biberones, tetinas, solución esterilizante. Pregúntale al farmacéutico, él sabrá lo que necesitas. Puede que no haga falta, pero es mejor estar preparado. Siempre puedes cambiar lo que compres por otras cosas. La próxima toma es a las dos en punto, pero puede que Charlotte la pida antes.

-Voy ahora mismo a la farmacia.

-Aguarda. Si ____________ se queda en el hospital, ¿puedes encargarte tú de la niña?

-Sí, no hay problema. Me la traeré a casa. Y a ____________ también, si el médico se limita a recetarle algo. Yo cuidaré de las dos.

-¿Estás seguro de que te las podrás arreglar?

-Son mi familia. Gracias por avisarme, Christopher.

-He dejado a mi secretaria al cuidado de la niña en el apartamento; la llamaré cuando sepa algo.

-Iré al apartamento tan pronto tenga las cosas para Charlotte.

-De acuerdo. Entonces, hasta luego.

Charlotte. Christopher la había llamado Charlotte. ___________ se dijo que era una buena señal. Y la forma que había tenido de decir «mi familia»... ___________ no sabía por qué lloraba: Christopher tenía la mejor de las intenciones, pero era como si ella llevase dentro una fuente inagotable de lágrimas.

-El chico se está portando francamente bien, ___________ -le dijo Mariana mientras estacionaba su BMW en el aparcamiento del centro médico-. Tiene corazón. Como directora de una agencia de bodas, he conocido a infinidad de novios, y te aseguro que Christopher destaca de entre ellos en bastantes aspectos.

-Gracias, Mariana -atinó a decir ___________. Ojalá hubiera recurrido a ella antes de llegar al lamentable estado en que se encontraba.

-Ahora, vayamos a ver al doctor.

____________ pensó que ya nada estaba en sus manos. El destino había vuelto a hacer que su vida diese un giro que ella no podía haber previsto, y sobre cuyo resultado no tenía ningún control. Dependía de Christopher hacer que las cosas salieran bien.

Si tenía coraje suficiente.

La pequeña Charlie gritaba a todo pulmón, y no escuchaba una sola palabra de lo que Christopher decía. Aunque él caminara arriba y abajo por el salón con ella en brazos, pasándole suavemente la mano por la espalda, no obtenía mejor resultado. La cría no admitía razones ni consuelo. Cuando estaba ya desesperado por tener noticias de ____________ y nuevas instrucciones, sonó el teléfono.

-Ya contesto yo -le dijo a la secretaria de Mariana, pasándole enseguida al bebé-. Llévesela al dormitorio, y cierre la puerta. No quiero que _____________ la oiga llorar y se preocupe. ¡Rápido! -tan pronto como la puerta se cerró, descolgó el teléfono-. Soy Christopher. ¿Cómo está ___________? -preguntó ansioso.

-Ha pasado lo peor que podía pasar. Tiene abscesos. El doctor le acaba de inyectar antibióticos y la ha enviado al hospital Royal North Shore. Estamos ya en camino, y esta tarde la verá el cirujano.

-¿El cirujano? -repitió Christopher alarmado.

-No es gran cosa. Incisión y drenaje. Bajo anestesia general.

-Eso podría sentarle bastante mal -dijo preocupado, con el estómago encogido ante lo que ella tenía que pasar.

-Ya está bastante mal. Probablemente la tengan en el hospital un par de días. ¿Tienes todo lo que necesitas para Charlotte?

En ese momento fue cuando comprendió sobresaltado que iba a tener que arreglárselas él solo con la niña. No una o dos horas, sino ¡un par de días! ¡Con sus noches! Sin poder recurrir a _____________ en caso de emergencia. Ahora toda la responsabilidad era suya. Se esforzó en reprimir una incipiente sensación de pánico. ¿No era él el que repetía que ningún crío iba a poder con él?

-Lo tengo todo listo y preparado -respondió con firmeza, infundiendo confianza-. Dile a ____________ que no se preocupe, que Charlotte no podría tener un padre más competente. Yo me ocuparé de todo en este frente.

Así era como ____________ la llamaba: Charlotte. Y ahora que iba a tener que hacer de padre y madre, lo mejor sería llamarla también así, para duplicar sus armas.

-Bien -dijo Mariana al oírlo-. Me pasaré esta tarde a última hora por tu casa para quedarme con la niña, y así tú podrás ir al hospital a ver a ____________, y tranquilizarla. ¿Te parece?

El alivio se expandió por su interior. No estaba totalmente solo. Si hacía falta, Mariana lo ayudaría. Y también estaban Richard y Hellen, y un montón de amigos a los que podía recurrir. El pánico retrocedió un tanto.

-Eso sería estupendo, Mariana. Dile a __________que la quiero, y gracias otra vez -dijo, con sincera gratitud por su amistad y consideración.

Christopher colgó el auricular y respiró hondo repetidas veces para deshacer el nudo que se le había formado en el estómago y oxigenarse el cerebro. Iba a necesitar la cabeza fría y una constitución de hierro. La vida y el bienestar de la niña estaban en sus manos.

De repente, pensó que recurrir a sus amistades para ocuparse de la niña podría ser tomado en este caso por ____________ como una evasión de responsabilidad. De hecho, lo era.

Charlotte era su hija, y él le había dicho a ____________ que nada de niñeras, que no iba a dejar que nadie se encargase de su hija. Esa sí que era la prueba definitiva. Ya podía manejar bien la situación o ___________ lo echaría para siempre de sus vidas. Y con toda razón. Si no podía actuar como un padre responsable durante una crisis, no se merecería nada más.

Con ánimo resuelto, salió del salón para dirigirse al dormitorio. Charlotte lloraba aún. La tomó de los brazos de la secretaria y se la colocó apoyada en un hombro, con lo que su orejita estaba muy cerca de su boca. Luego, poniendo una voz suave, dijo:

-Escúchame, niña.

Los llantos se detuvieron momentáneamente en un hipido, y Christopher la palmeó con suave aprobación en la espalda mientras le explicaba:

-Tenemos que llegar a un arreglo. Recuérdalo: estamos juntos en esto, tú y yo. Hicimos el daño, y ahora mamá está fuera de juego. Es más: tenemos que salir de esto con buena nota.

Un claro eructo explotó cerca del cuello de Christopher.

-Eso está bien -la animó-. No te pongas ahora a llorar otra vez, que solo servirá para que tragues más aire. Puede que después de haber estado tomando el pecho de mamá, un biberón no sea lo que más te...

Un berrido agudo le comunicó a Christopher alto y claro que esa información no era bien recibida. Se le erizó el vello de la nuca. El terror lo invadió, trató por todos los medios de rectificar su error, y fracasó miserablemente.

Las palmaditas no calmaban a Charlotte. Mecerla tampoco servía de nada. No prestaba la más mínima atención a sus aseveraciones de que todo iría bien si confiaba en él. Pataleaba y movía los puñitos cenados, tenía el rostro permanentemente contraído para berrear, y su cuerpo se revolvía ante cualquier intento de apaciguarla.

Con un nuevo impulso de determinación, Christopher hizo por despejar su mente ante la invasión de aquel ruido paralizante. No había más que una salida para esa situación. Sus amigos le habían dicho que un vehículo en marcha actuaba como un tranquilizante para un niño. Tenía que llevar a Charlotte al Range Rover, y salir a la carretera. Si no se calmaba, era imposible que llegara a tomarse un biberón.

Y todavía le faltaba dar con la fórmula que le agraciase a Charlotte, y que no contaba con tener la suerte de acertar a la primera. El farmacéutico le había aconsejado que se llevara tres leches diferentes, para tener alternativas que ofrecerle a la niña. Y también había que probar con diferentes tetinas. Preparar y administrar biberones era un asunto complicado en el que necesitaba toda la cooperación de Charlotte si quería buenos resultados.

Puso a la enrabietada criatura en el moisés, y la sujetó bien fuerte con la manta. Aunque Charlotte hizo lo posible por destaparse, afortunadamente Christopher no se demoró en salir. La eficiente secretaria de Mariana le preparó la maleta de ____________ mientras él llevaba todas las cosas de la niña al coche.

-Buena suerte -le dijo a Christopher, muy sentidamente.

Christopher la saludó con la mano desde la ventanilla al arrancar. Pensaba que iba a necesitar toda la buena suerte de que pudiera disponer, pero también pensaba que admitirlo así hubiera sido una señal de debilidad. Y era el momento de mostrar una fuerza inalterable.

Tenía que demostrar a ____________ que era una sólida roca en la que se podía apoyar. Y Charlotte también.

Mientras ponía rumbo a su casa tuvo que esforzarse por ignorar el llanto de la niña en el asiento de atrás. A Charlotte le llevó un buen tramo del camino serenarse. Pero Christopher acabó bendiciendo en su interior a los amigos que le habían contado el truco del coche en movimiento.

Aprovechando aquel momento de paz, Christopher empezó a planear el siguiente paso crucial. Ya tenía advertido a sus dos aprendices que iba a llevar a casa a su familia, y que le hacía falta su ayuda. Así que llamó a su casa desde el coche y habló con el mayor de ellos, Erick, que fue quien atendió el teléfono.

-Llegaré en cuestión de minutos -le informó Christopher -. ____________ ha tenido que ir al hospital, así que estoy solo con la cría. Necesito que me ayudéis a sacar del coche todas las cosas de la niña y las metáis en casa tan pronto como se pueda, así que estad atentos a mi llegada.

-Lo estaremos, Christopher. ¿Alguna otra cosa? - Christopher pensó deprisa-. Sí. Buscad los cacharros más grandes que haya en la cocina, llenadlos de agua caliente y ponedlos a hervir al fuego. Es la manera más rápida de esterilizar las tetinas y los biberones.

-Muy bien.

-Por ahora, eso es todo.

Emplear a sus aprendices para aquella ocasión no era evadir su responsabilidad, se dijo Christopher. Él seguía siendo quien estaba al cargo, y, además, no había manera de saber cuándo se despertaría Charlotte para pedir alimento. Había que ser rápido para complacerla. Si era posible.

Erick y Joel rondaban los veinte años, pero Christopher sabía que eran dignos de confianza, y meticulosos a la hora de seguir sus instrucciones. Compartían con él una innata predisposición a hacer bien las cosas, lo cual era un requisito importante para dedicarse a la restauración. Cualquiera que trabajase con él había de tener a orgullo hacer bien el trabajo.

Christopher se alegraba de que toda su batería de cocina fuese de acero inoxidable. Así no corrían riesgos. Ya le había dicho el farmacéutico que no usase cacharros de aluminio para la esterilización. Por supuesto, una vez que hubiera superado con éxito las primeras tomas, Christopher emplearía la solución esterilizante y las otras cosas que había comprado, pero eso llevaba seis horas. Había que salir primero de aquel trance, y después ya se establecería una rutina. Y tenía que seguir pensando de manera positiva.

El desembarco se desarrolló con tanta eficacia como Christopher esperaba.

-La llevaremos al comedor -dijo Christopher mientras los chicos se apresuraban ya con las cosas de la niña: bañera, cambiador, pañales, los paquetes de la farmacia. Mientras Christopher transportaba la canastilla con la niña, Spike se colocó automáticamente al otro lado, para vigilar al cachorro.

El comedor comunicaba con la cocina. Allí solían almorzar por lo general los chicos. Tenía una sólida mesa de roble, rodeada de media docena de sillas. La televisión y un cómodo sillón reclinable de Christopher completaban el mobiliario allí presente. Había espacio de sobra para desplegar la mesita, con los pañales y toda la parafernalia que la acompañaba.

Christopher soltó el moisés cerca de la televisión, apartada de donde iban a moverse ellos.

-Vigílala, Spike. Si algo va mal, me avisas.

El perro se sentó, y estiró el cuello por encima del moisés para examinarla mejor. Era una lástima que aquel nuevo cachorro estuviese tan tapado, porque olía como si necesitara un buen lametazo.

Christopher desempaquetó todo lo que acababa de comprar y lo fue colocando sobre el mostrador que comunicaba con la cocina. Los chicos llevaron las demás cosas: las bolsas de pañales, la ropa y demás utensilios, y la maleta de ____________.

-Esto es todo, Christopher -le aseguró Erick. Tenía diecisiete años y una sonrisa siempre en la cara. Era un chaval pelinegro muy servicial.

-Perfecto. Vosotros, chicos, id esterilizando los biberones y las tetinas mientras yo instalo el cambiador.

-¿Por qué hay nueve biberones? -preguntó Joel, un muchacho de diecinueve años, alto , que tenía verdadera pasión por enterarse de la causa de todo. Como señal de rebelión contra los estereotipos llevaba el largo cabello castaño recogido en una coleta, y, además, un pendiente-. No me parece que él bebe se los vaya a poder beber todos -añadió, preocupado.

-Cálculo de probabilidades, Erick. Tenemos tres fórmulas diferentes para probar, y tres diferentes tetinas, que dejan pasar más o menos leche. Quiero que cada combinación esté preparada y lista: tres biberones de cada fórmula, cada uno con una tetina diferente. Así podremos averiguar cuál prefiere el bebé, sin hacerla esperar mucho entre cada uno.

-Si hervimos las tetinas en tres cacharros diferentes, no nos equivocaremos con los tamaños -sugirió Joel.

-Buena idea -dijo Christopher, con calidez. No había nada como contar con gente con iniciativa propia para que las cosas salieran adelante-. Encárgate tú de ello, Joel. Cinco minutos para las tetinas y diez para los biberones. Yo voy a traer algunas toallas. Esta cría puede ser una campeona en el lanzamiento de leche si se pone a vomitar.

En su interior Christopher se felicitaba por su tono práctico y calmado. Estar preparado para lo peor evitaría el pánico, aunque confiaba en que lo peor no superase sus capacidades. Una vez que hubo comprobado por segunda vez que en la mesita de los pañales tenía todo cuanto podía necesitar, se reunió en la cocina con los muchachos.

Charlotte continuaba durmiendo y los ayudantes habían comenzado a preparar los distintos tipos de leche. Pronto estuvo lista la hilera de biberones, con cada grupo de tres colocado en un cazo de agua tibia para mantenerlos a la temperatura adecuada.

Christopher felicitó a sus muchachos por haber hecho un buen trabajo. Entonces un grito que iba en aumento fue la señal de que había llegado el momento. Spike dio un ladrido en señal de aviso. De nuevo comenzaba la acción.

Christopher reprimió una sensación de temor al pensar que toda la preparación del mundo no serviría para nada si Charlotte sentía que todos los hábitos de su pequeña vida habían quedado alterados. Los perros podían sentir el miedo, y por lo que él sabía los bebés también podían.

«Soy una roca», se dijo Christopher con firmeza y para demostrar que no se alteraba por nada ordenó que comprobasen si los biberones estaban a la temperatura adecuada mientras él cambiaba a la niña.

-¿Cómo lo hacemos? -preguntó Erick.

-Os echáis unas gotas en el antebrazo. La leche no debe estar más fría ni más caliente que vuestra piel.

Sacó a Charlotte de la canastilla justo cuando la niña empezaba a congestionarse para soltar un nuevo grito y la sensación de ser tomada en brazos transformó el grito en un sonido gutural e hizo a la niña abrir los ojos.

-Todo va bien -le aseguró Christopher mientras la depositaba en el cambiador-. Papá se va a encargar de todo.

Charlotte posó en él sus ojos mientras le cambiaba el pañal mojado. Spike supervisaba la operación levantado sobre las patas traseras y apoyando las delanteras en la mesa para alcanzar a ver bien. Pero su peso hizo moverse un poco la ligera tabla un instante; pronto el perro reequilibró su peso.

-Con cuidado, Spike -le dijo Christopher, controlando con desesperación una oleada de temor. No quería que la confianza de Charlotte en él se viera minada antes de haberle ofrecido el primer biberón.

Por suerte, Spike era un motivo de distracción y la niña clavó en él la mirada. Por su parte, Spike olfateaba el aceite para niños, los polvos de talco y el pañal limpio que le estaban poniendo al bebé. Todo le resultaba muy curioso.

-Ya está -dijo Christopher triunfante mientras le metía las piernecitas en el pijama-. Ni tu madre lo podría hacer mejor.

Entonces los grandes ojos redondos de la niña se giraron para enfocarlo y Christopher percibió un cambio hostil en la situación, probablemente el germen de una lucha de voluntades. Algo se había alterado en el mundo de Charlotte, y no estaba dispuesta a dejarse engañar.

Christopher le advirtió mientras le abrochaba los automáticos:

-Lo que viene ahora te va a parecer un poco raro. No hay nada en el mundo que pueda sustituir a mamá, pero en la vida hay cosas que tienes que aceptar, te gusten o no. Tú eliges entre las opciones que te he preparado. Procura comprender que todo esto es por tu bien.

La grave mirada que la niña devolvió a su padre ante aquella elocuente apelación estaba llena de suspicacia. Christopher estaba nervioso ante la prueba, pero le había dicho la mismísima verdad. ¿Qué otra cosa podía hacer?

La vida tenía a veces giros imprevistos. Había que adaptarse y continuar adelante. Él no había planeado ser padre, pero allí estaba, haciendo el papel de padre y madre a la vez.

Christopher tomó asiento, sosteniendo a Charlotte con un brazo, y le puso una toalla bajo la barbilla para recoger las gotas que cayesen mientras cubría sus piernas con otra toalla mayor para prevenir otros posibles resultados.

-La temperatura es correcta, Christopher -le avisó Erick.

-Muy bien. Vamos con el primer preparado. Tetina estrecha.

Joel le alargó el biberón. Ambos muchachos se quedaron a la espera de la reacción de la niña. Después de haber olido el pañal sucio que había sido desechado, Spike se unió a los demás. Todos los ojos estaban pendientes de la tetina que entraba en la boca de Charlotte.

-Está chupando -dijo Joel, nervioso.

-Sí, pero, ¿saca algo? -preguntó Erick.

Las pequeñas mandíbulas trabajaron por espacio de un minuto antes de darse por vencidas. Luego escupió la tetina con manifiesta frustración. Empezó a llorar. A Christopher se le volvió a formar un nudo en el estómago. Miró el nivel del biberón. Apenas había descendido.

-Vamos con la intermedia -ordenó, deseoso de mantener la serenidad, a pesar de sus sospechas sobre la disposición de su hija a adaptarse a las circunstancias adversas.

Mientras Joel se hacía cargo del biberón descartado, Erick llevó el siguiente. Spike dio un gañido y la niña detuvo su llanto para mirar al perro. Christopher le puso el biberón en la boca y Charlotte comenzó a chuparlo. Aunque no por mucho tiempo. Abrió la boca y la leche se le derramó por las comisuras. Tenía una mueca de repugnancia en la carita.

-Ya te lo dije, pequeña. Ninguno de éstos va a saber igual que la leche de tu madre.

Christopher se escuchó la voz quebrada y por vez primera descubrió en qué forma un niño puede reducir a un manojo de nervios a un adulto. Le pasó el biberón desdeñado a Erick.

-Ha rechazado el primer preparado. Probemos el segundo. Tetina intermedia.

Antes de ofrecerle el siguiente biberón, Christopher limpió bien los restos del preparado anterior, ya que no quería que la niña lo confundiera con el otro. De una u otra forma, tenía que alimentarla.

Charlotte se aplicó con apetito a la siguiente tetina y durante los siguientes cinco minutos pareció que iba a ser la ganadora. Pero entonces su estómago se revolvió y el preparado fue devuelto. Manchó las toallas, y Erick se las llevó a la lavadora. Mientras Joel las reponía, Christopher se esforzó en calmar a la niña, tomándola en brazos y palmeándola suavemente. La niña volvió a vomitar sobre su espalda.

«Menuda pesadilla», se dijo Christopher, luchando por mantener los nervios bajo control. Spike examinó el vómito y decidió no lamerlo. Erick lo limpió.

Como había vaciado el estómago, Charlotte empezó a llorar pidiendo más alimento.

-Tercer preparado, tetina intermedia -pidió Christopher, con un toque de desesperación en la voz. Volvió a colocar a la niña sobre su brazo y la advirtió acerca de lo serio de la situación-. Este es el último, Charlotte. Ya has rechazado los demás. Piénsatelo bien.

-A lo mejor deberíamos volver a probar con la tetina estrecha, Christopher -dijo Joel, ansioso-. Así se irá haciendo al sabor, antes de que le pase al estómago.

Christopher asintió, con la mente todavía nublada ante la posibilidad de un nuevo desastre:

-Bien pensado. Puede que la solución sea que le pase menos cantidad.

Todos contuvieron el aliento mientras Charlotte empezaba a chupar de la tetina, con más cautela esa vez.

-Este está rico, rico -le dijo a la niña Christopher, que, en aquel punto, había decidido hacer uso de la propaganda.

Lentamente desapareció del rostro de Charlotte la sospecha de que la estaban intentando envenenar. Sus succiones incrementaron el ritmo, y el contenido del biberón comenzó a descender.

-Lo tenemos -exclamó Joel.

-Muy bien -asintió Christopher, cuyos nervios se empezaron a relajar-. Esta es. Perfecto. Nos deshacemos de los dos primeros preparados, y colocamos las tetinas estrechas en los otros dos biberones de esta leche. Guardadlos en el frigorífico para después.

Christopher esperaba que Charlotte estuviese almacenando a su vez aquel sabor y aquella tetina en las células de su memoria, para reconocerlo en futuras tomas. En teoría, el procedimiento científico era impecable, pero los seres humanos eran contradictorios e impredecibles. Y no le había quedado más remedio que reconocer que tenía en brazos un ser humano en miniatura con mente y estómago, propios, que dependía por completo de él para ser alimentado. Era toda una experiencia.

-¿Usamos ya el esterilizador para los biberones que sobran, Christopher? -preguntó Erick.

-Sí. Lavadlos antes.

Contentos por el éxito, los muchachos volvieron a su trabajo de cocina. Spike continuaba vigilante, intentando almacenar en su mente canina toda la nueva información sobre los cachorros de esa especie. Christopher empezaba a sentirse feliz de que Charlotte hubiera acabado por aceptar lo inevitable, al menos por esa vez. Tal vez se hubiera rendido por cansancio o por desesperanza, aunque Christopher prefería contemplarlo desde el lado positivo: su hija no se iba a morir de hambre ni de sed; al contrario, estaba a salvo a su lado. Tal y como él le había prometido que estaría.

-Tu madre estará orgullosa de ti, Charlotte. Has dado un gran paso. Y lo has hecho estupendamente.

Charlotte soltó la tetina porque tenía hipo.

¿Sería el inicio de nuevas protestas? Claro que, a lo mejor, había tragado aire. Christopher depositó el biberón en la mesa para poder darle en la espalda un suave masaje, que dio como resultado dos grandes eructos. Sin vomitar nada. No había señales de que nada fuese mal.

Christopher sonrió a los chicos, que habían dejado de faenar en la cocina para contemplar el desenlace de aquello:

-No hay de qué preocuparse.

Lo dijo casi mareado por el alivio mientras se cambiaba de brazo a Charlotte. Luego le dijo a la niña:

-¿Ves cómo tu padre te puede cambiar de lado? Igual que mamá. Y ahora, aquí viene otra vez el biberón rico, rico -se lo acercó a la boquita, y la niña volvió a absorber, lo que llenó a Christopher de orgullo paternal-. Estás hecha una campeona, Charlotte. Y aprendes muy deprisa.

Spike ladró para manifestar su acuerdo y rodeó trotando la silla para seguir contemplando la operación, desde el otro lado. Lo peor de la crisis estaba superado.

-Gracias por el trabajo de equipo, muchachos -dijo Christopher con calidez-. Sin vuestra ayuda, creo que las habría pasado muy mal.

-Ha sido una nueva experiencia -dijo Erick, sonriendo.

-Sí -asintió un Joel, también sonriente-. Operación Biberón. Esa es buena, ¿verdad, erick?

Y ambos rieron, satisfechos de haber podido ayudar.

Christopher miró a la pequeña. Todos habían aprendido algo ese día. Sentía una sensación de cercanía que no se parecía a nada de cuanto hubiera sentido con anterioridad. Aquella diminuta personita le era preciosa. Deseaba que fuera feliz. Con él. Con el mundo, con todo. Y, costara lo que costara, él se las arreglaría para que así fuera.

Spike se adelantó y apoyó en el regazo de Christopher la cabeza, reclamando también su lugar en la familia. Christopher le acarició el largo pelo revuelto. Si _____________ estuviera allí con ellos. Una sensación de carencia menguaba la euforia que debería haberle causado su éxito ejerciendo de padre.

_____________ debía de estarlo pasando fatal, y Christopher esperaba que en el hospital le dieran los calmantes necesarios, además de antibióticos. De lo contrario, aquella noche montaría una escena. Apenas se habían visto en los últimos tres días, por elección de ella, y empezaba a sospechar que ___________ ya se sentía mal, y se lo había estado ocultando. Aunque lo que no entendía era por qué se lo había ocultado. ¿Acaso no se daba cuenta de que él haría cualquier cosa por ella?

Había algo en la forma de pensar de ___________ que no iba bien. Había pedido ayuda a Mariana, en lugar de a él. Esa tarde averiguaría por qué no había acudido a él, cuando era lo que debería haber hecho de forma automática, instintiva. ¿O todavía no confiaba en él para cuidar de Charlotte?

Christopher sacudió la cabeza, perplejo, y posó en la niña la mirada. Había dejado de succionar, tenía cerrados los ojos, y en su dulce carita había una expresión de completa satisfacción. Aquello fue para Christopher un verdadero estímulo, que lo llenó de sentimientos favorables, relegando por el momento toda ansiedad y preocupación.

«Mi niña», se dijo. «Mía y de __________».

Al menos había podido descargar a __________ de una de sus preocupaciones.

La Operación Biberón había sido un éxito.

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