My moon and stars | BTS OT7 |

By Nyacseo

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Lo más importante para un norteño es el honor, y si para mantener su honor YoonGi debía abandonar las frías m... More

FAKE INTRO
1. Honor
2. Journey
3. Duty
4. Prince
5. Covenant
6. Wooing
7. Pride
8. Chances
9. Fullmoon
10. Moonchild
11. Moonlight
12. Secrets
13. Harem
15. Danger
16. Feel
17. Stars
18. Love
19. Seesaw
20. Heartbeat
21. Bond
22. Fire
23. Ice
24. Promise
25. Time
26. Home
27. Together
28. Future
29. Serendipity
30. Today, forever
Agradecimientos
INSPIRACIÓN - LOCALIZACIONES
INSPIRACIÓN - VESTUARIOS

14. Omega

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By Nyacseo

XIV

Omega

Cuando JiMin se quedó dormido la noche anterior, NamJoon estaba confortablemente hecho un ovillo entre sus brazos, su cabeza apoyada en su pecho, sus piernas entrelazadas, sus respiraciones acompasadas.

Cuando JiMin se despertó, no había ni rastro de NamJoon, la habitación estaba vacía, las sábanas frías, y por un momento todo lo sucedido la noche anterior le pareció un sueño.


Después de que JiMin regresara a su habitación en las estancias privadas del harén, NamJoon había ido a su encuentro y habían estado hablando durante horas bajo las sábanas, mirando al techo, viendo cómo el brillo del lago del jardín reflejaba hermosos patrones en el interior de la habitación de JiMin. No habían hecho el amor como JiMin había querido en un primer momento, pero aquellos momentos con el omega habían sido preciosos, y JiMin sabía que no olvidaría esa noche, ni cuando estuviera lejos de él, al otro lado del mar, de regreso a una vida vacía y monótona, repleta de obligaciones que ni quería ni le interesaban.


Con un suspiro, JiMin se quedó tendido en su cama, viendo desde allí cómo el sol despuntaba en el horizonte a través de su ventana, acariciando distraídamente con los dedos los surcos de sus abdominales marcados, tentado de quedarse todo el día en la cama durmiendo y sin hacer nada, esperando que el tiempo pasase pronto, que la incertidumbre terminara, y el destino de los cinco alfas que formaban el harén quedara decidido de una vez.

En realidad, JiMin no debía haber dormido más que un par de horas. Aún era de noche durante el último momento que recordaba, y si el colchón había perdido el calor desde ese momento, significaba que NamJoon no se había quedado a dormir con él, y que tan pronto como sintió que JiMin se quedaba dormido, lo había dejado solo, y había regresado a su propia alcoba.


Aquello rompía más su corazón de lo que a JiMin le hubiera gustado admitir, pero no había nada que pudiera hacer para remediarlo.

Y lo peor era no saber en quien buscar consuelo.


A aquellas alturas estaban todos tan divididos, tan inmersos en sus propios asuntos que JiMin ya no sabía a quién acudir.

Por lo general, habría ido corriendo a los brazos de TaeHyung o a los de SeokJin, pero TaeHyung parecía pegado como una lapa a HoSeok, los dos guardando secretitos y tramando cosas extrañas; y SeokJin estaba demasiado gruñón, regodeándose en su propia desdicha como para prestarle atención a nadie más.


JiMin había estado a punto de volver a quedarse dormido antes de que el sol consiguiera alzarse por completo en el firmamento, pero antes de conseguirlo, la puerta de su habitación fue abierta de forma brusca y sonora, sobresaltándolo por el ruido y el olor del que se hizo presente, reviviendo el aroma a vainilla que se había ido desvaneciendo levemente durante su ausencia.


— ¿Qué haces todavía en la cama? — canturreó NamJoon, dando una vuelta sobre sí mismo con gracia y alegría, hasta llegar a la ventana y abrir las cortinas de par en par y que la luz bañara por completo la habitación — ¡Vamos! ¡Es hora de levantarse! ¡Hace un día precioso y hay que aprovecharlo!


JiMin gruñó, cansado y molesto por la luz incidiendo directamente sobre sus ojos. Aún así, no tuvo voluntad de taparse los ojos.

Si realmente NamJoon no había dormido aquella noche, no lo parecía. Se veía fresco y enérgico, incluso alegre, como no lo había visto en varias semanas.

Su cabello estaba trenzado de forma apretada, bastante simple, pero elegante, con algunos mechones cayendo sobre su frente y su rostro. No llevaba maquillaje ni portaba demasiados abalorios. De hecho, sus ropas ni siquiera eran las que acostumbraba a usar en el interior de palacio ni en los días más relajados.

NamJoon llevaba unos pantalones sueltos y bombachos, atados firmemente a su cadera son un apretado cinturón de gasa roja. Su camisa, en cambio, era ajustada, marcando deliciosamente su cintura estrecha, su vientre suave y su pecho delgado. Sus delicados hombros quedaban descubiertos, al igual que su amplia espalda, dejando a la vista una gran extensión de piel bronceada, plagada de lunares y pecas que JiMin se estaba volviendo loco por besar.

NamJoon estaba hermoso y refulgía de alegría, y aunque JiMin estuviera cansado por una noche de escaso sueño, no podía evitar apreciarlo con la sonrisa de un idiota enamorado.


— ¡Vamos, JiMin!! ¡Levántate! — insistió NamJoon, tirando sobre la cama lo que a JiMin le pareció un peto de cuero.


Medio incorporándose, apoyado en un codo, JiMin tomo la prenda entre sus manos, confirmando que, efectivamente era el tipo de armadura de cuero que los soldados de la guardia de palacio solían llevar.

Intrigado, JiMin alzó una ceja, mirando al omega, esperando por respuestas.


— Les he dado el día libre a MoonByul y a JinHo por lo malo que fuiste con ellos ayer — dijo NamJoon, alborozado — Pero hoy estaba planeando ir a pasear a la ciudad... — añadió el omega, forzando un puchero terriblemente fingido y terriblemente adorable — Y necesito que alguien me acompañe.

— No.


JiMin lo interrumpió de inmediato, cortante, tirando el chaleco al suelo y volviendo a dejarse caer en la cama sin ningún remordimiento.


— ¡No tienes opción!


NamJoon no aceptaba un no por respuesta, JiMin lo sabía, y debía habérselo esperado cuando el omega saltó sobre la cama, haciéndola chirriar, y se sentó sobre sus caderas, ubicándose de forma que el miembro dormido de JiMin quedó perfectamente alineado entre sus nalgas, haciéndolo abrir un ojo con interés.


— No es no — repitió JiMin aun así, haciéndose el duro — Odio mezclarme entre la plebe, lo sabes bien. ¿Y encima pretendes hacerme pasar por tu guardia personal? Deja de soñar, Joon.

— No. Tienes. Opción. — le dijo NamJoon una vez más, recalcando cada palabra con un premeditadamente obsceno movimiento de cadera — ¿Te has olvidado de que lo que hiciste anoche se merece un castigo? — inquirió, inclinándose sobre su pecho para hablar muy cerca de su rostro, su voz grave y sugerente, consiguiendo con muy, muy poco esfuerzo, que el miembro de JiMin comenzara a despertar.

— NamJoon...


JiMin suspiró, alzando las manos para posarlas en las caderas de NamJoon. Las puntas de sus dedos hicieron contacto con la piel desnuda de su cintura.

Por la Diosa... ¿NamJoon pensaba salir al exterior vestido así? JiMin estaba más que acostumbrado a la escasez de ropa del sur, incluso la disfrutaba el mismo, pero aquellos pantalones eran un pecado, la tela era tan sumamente fina que podía sentir a la perfección la calidez de sus esbeltas nalgas frotándose a través de ella contra su miembro al más mínimo movimiento.

Tan pronto como JiMin intentó deslizar sus manos para agarrar aquel delicioso trasero, NamJoon atrapó sus muñecas y las inmovilizó por encima de su cabeza, afianzándolas contra el colchón, haciendo gruñir a JiMin por el desafío, por la impertinencia del omega, por la forma en que lo estaba provocando.


— Te prohíbo que me toques, JiMin — ordenó NamJoon, una sonrisa maliciosa en sus labios, mientras movía lascivamente sus caderas, frotándose contra la entrepierna del alfa, arrancando pequeños suspiros de sus labios — Vas a portarte bien, y vas a acompañarme hoy a la ciudad ¿humm? — añadió, aflojando su agarre en las muñecas de JiMin para cerciorarse de ser obedecido, y así utilizar el pecho del alfa como apoyo para continuar balanceándose sobre él con mayor fervor — Atrévete a contradecirme una vez más y me aseguraré de hacer de tus últimos días en Nakwon una pesadilla ¿Me has oído?

— S-si — contestó JiMin a regañadientes, a medio camino entre un gruñido y un gemido.


Tan pronto como aceptó las condiciones de NamJoon, JiMin comenzó a mover sus caderas, buscando una mayor fricción, luchando por liberarse pronto de ese calor que había comenzado a formarse en su vientre, pero encontrándose embistiendo al aire, cuando NamJoon se levantó, dejándolo sólo y abandonado sobre la cama una vez más, sofocado y frustrado, con el miembro duro como un mástil, sin nada con lo que poder aliviarse.


— ¡NamJoon! — gruñó JiMin, aferrándose a las sabanas, abandonado.

— Tengo que ir a ver a YoonGi — dijo NamJoon alegremente, arreglándose las ropas — No puedo ir a encontrarme con él apestando a sexo y a JiMin... ¡Ah! — exclamó, con fingida sorpresa — ¿No te he dicho que voy a invitar a YoonGi a venir con nosotros? ¡Ups!


JiMin apretó la mandíbula, resignado, enterrando la mano en su ropa interior para satisfacerse a sí mismo, ya que su omega parecía no tener ninguna intención de terminar lo que desvergonzadamente había empezado. Pero NamJoon ni siquiera le permitió hacer eso, pellizcándole dolorosamente un pezón para detenerlo, haciéndole soltar un gañido de dolor.


— Si te tocas, empeorarás tu castigo — le avisó, maliciosamente cruel, pareciéndose aterradoramente a su madre por un momento — Tu verás lo que haces...

— ¿Quieres que te acompañe de paseo por la ciudad duro como una roca mientras tú vas de la manita con tu príncipe?

— Ese es tu problema, no el mío — canturreó NamJoon, saliendo de la habitación, riendo.

— ¡¿Cuándo te has vuelto un sádico, NamJoon?! — gritó JiMin, aún sabiendo que NamJoon ya había cerrado la puerta, escuchándolo reír desde el otro lado, dándole alegremente los buenos días a los demás alfas, sorprendidos de verlo en el harén tan pronto en la mañana.


JiMin suspiró pesadamente, por enésima vez en aquella mañana, dejándose caer sobre el colchón, despechado, frustrado y resignado, con una erección entre las piernas que no podía atender, y que en poco tiempo se volvería irritantemente dolorosa, un problema con el que tendría que lidiar durante todo el día, haciendo algo que odiaba.

Una perfecta forma de empezar el día.

Gracias, NamJoon.


•••


WooSeok ya había ido varias veces a decirle que fuera a desayunar, pero YoonGi no solo no se había movido para reunirse a comer con sus hombres en la antesala, si no que, a la tercera vez, había gruñido al joven alfa y le había gritado que lo dejara en paz de una vez.


YoonGi no había sido capaz de volver a dormir después de que HoSeok se fuera, demasiado aturdido, con demasiados pensamientos en la cabeza como para ser capaz de desconectar.


Hasta esa noche, no se había parado a pensar en ello en absoluto, simplemente, había dado por sentado que NamJoon era virgen, y que YoonGi iba a ser su primer alfa, cuando llevaran a cabo su unión, después de la boda.

Había sido demasiado ingenuo e inocente de su parte pensar eso, cuando la realidad era que NamJoon había tenido cinco alfas para él solo desde el principio, y que YoonGi sólo era uno más en la larga fila de pretendientes que tenía a su disposición.

YoonGi había pensado que era especial, pero la verdad, no era más que un idiota que había caído en la trampa y se había creído todas y cada una de las mentiras que le habían contado.


Sin embargo, no creía que HoSeok le hubiera estado mintiendo.

Sentía que HoSeok era el único que había estado diciéndole la verdad, una verdad que dolía, una verdad que había hecho trizas toda su confianza, la confianza en el Sur, la confianza en NamJoon, la confianza en sí mismo...

YoonGi ya no sabía en qué creer, pero había prometido que se daría una oportunidad para pensar en las diferentes posibilidades que le había propuesto HoSeok, y lo haría. Lo haría aunque se sintiera absolutamente traicionado. Lo haría aunque no pudiera volver a mirar a NamJoon a los ojos.

 

Lo cierto era que se sentía con todo el derecho en montar un escándalo, de presentarse ante la Reina y ante NamJoon, gritando y acusándolos de engañarlo y manipularlo a su antojo.

YoonGi tenía todo el derecho a sentirse ofendido en aquella situación, pero, ¿Qué pasaría con HoSeok y TaeHyung y el resto de los alfas del harén si YoonGi montaba un numerito? Ellos parecían ser tan víctimas de aquella situación como él, y YoonGi no quería empeorar la situación para nadie.


Si lo pensaba fríamente, si la situación fuera a la inversa, si estuvieran en el Norte, si YoonGi fuera el que tuviera un harén de omegas para complacerlo, no habría ningún problema. Todo el mundo lo vería con buenos ojos, y NamJoon no tendría nada que reclamarle, porque él era el alfa, y él tenía derecho.

Era su mentalidad, la forma en la que había sido educado, la manera en la que la sociedad había impuesto que los alfas tenían mayor libertad y más derechos que los omegas la que hablaba por él, la que hacía que su corazón se constriñera ante la idea de que NamJoon no era completamente suyo.

Pero la realidad era que NamJoon tenía mayores necesidades que él. La realidad era que la biología de NamJoon lo conducía a un estado febril y doloroso cada tres meses, durante el cual corría peligro su vida si no era apropiadamente atendido, un desgarrador frenesí en el que solo podía ser saciado con la presencia de un alfa a su lado, dentro de él.

La realidad era que NamJoon no tenía control sobre su celo.

La realidad era que NamJoon tenía todo el derecho de tener un alfa, cinco, o veinte si así lo deseaba para ayudarlo durante los veinticuatro celos que había tenido que soportar durante su vida. No tenía un motivo real por el que debiera pasar por todo ese sufrimiento en soledad, esperando a que YoonGi llegara.

Esa era la realidad.


¿Quien había decidido que los omegas no tenían ese derecho?

¿Quien había impuesto que los omegas no podían decidir por sí mismos?


Si YoonGi ponía el grito en el cielo por lo que había descubierto sobre su prometido, lo único que haría sería poner en evidencia su ignorancia, su intolerancia, demostrando que no era más que un estúpido alfa más que se creía superior a los omega, sólo porque sus biologías eran diferentes.

Eso, eso era lo que en realidad no tenía sentido.

Y si en algún momento había pensado reinar en el Sur, tenía que asumirlo, aunque ya no estuviera seguro de nada.


Unos golpecitos en su puerta interrumpieron sus pensamientos, haciéndole enfurecer.


— ¡Vete al infierno, WooSeok! — vociferó, sus dientes apretados, manteniéndose de espaldas a la puerta para poder contenerse, controlarse para no ir y estrangular al joven alfa con sus propias manos — ¡Te he dicho que me dejes en paz!


Lo único que recibió como respuesta fue una ligera risa, haciéndole girarse, mostrando sus colmillos en un gesto amenazante que prometía el infierno en la tierra para aquel que osara molestarle.

Pero no era WooSeok el que había llamado a su puerta.

Era NamJoon quien se asomaba con timidez por una rendija, a medio camino entre divertido y asustado por la violencia con la que YoonGi había reaccionado.


— Pensé que tardaría un poco más en verte enfadado — murmuró NamJoon, escondiéndose tras la puerta entreabierta, como si esta pudiera protegerlo — Hasta el alfa más controlado puede perder el temperamento ¿eh?


YoonGi escondió sus colmillos, un gruñido involuntario retumbando en su pecho y su garganta.

No quería hacer sentir a NamJoon amenazado, pero su presencia en su habitación cuando su mente estaba hecha un caos no era algo que YoonGi apreciara en esos momentos.


— Lo siento — murmuró a regañadientes, levantándose y acudiendo a recibir a NamJoon, manteniendo una distancia prudencial — Buenos días.

— Buenos días — sonrió NamJoon, dejando de escudarse tras la puerta, pero sin hacer ningún intento por acercarse.


Tal y como había supuesto, no era fácil tenerlo delante tras haber descubierto su secreto. No podía más que imaginarse las manos de HoSeok, TaeHyung, JiMin, SeokJin y el último alfa al que aún no conocía, recorriendo el cuerpo desnudo de NamJoon, algo que él no podría hacer hasta el momento de su unión, y sentía celos y envidia y rabia.


NamJoon dejó la puerta abierta, bien escarmentado por lo que había sucedido entre ellos la última vez que se quedaron a solas, o bien preocupado por lo que YoonGi pudiera hacer en su estado de ánimo, pero si de algo estaba seguro, a pesar de todo, era que YoonGi no iba a hacerle daño, sin importar lo que NamJoon pudiera hacer; y que NamJoon no estaba realmente asustado de él.


— Siento si te he molestado — murmuró NamJoon, jugueteando con el final de la trenza que lucía aquella mañana en su cabello — Sé que es un poco repentino, pero, con los preparativos de la Ceremonia de la Luna no he tenido mucho tiempo libre, y ahora se nos vienen encima los de la boda, y vamos a estar los dos ocupados... Así que he pensado que podríamos aprovechar y pasar el día juntos — NamJoon dijo todo casi sin respirar, balbuceando nerviosamente, y haciendo una pausa para tomar una larga bocanada de aire antes de continuar — Me gustaría enseñarte la ciudad. Estoy seguro de que no has tenido oportunidad de salir del palacio, seguro que estás aburrido de estar encerrado aquí dentro.


YoonGi se tomó un instante para observarlo.

NamJoon vestía con ropas sencillas y discretas, un pantalón (era la primera vez que YoonGi lo veía usando pantalones) largo, y una capa con capucha que probablemente cubriría su rostro para pasar desapercibido en la ciudad.


— Si no te apetece venir, lo comprendo — añadió NamJoon azorado, pasándose tras la oreja un mechón que se había soltado de su apretada trenza, malinterpretando el prolongado silencio de YoonGi y su especialmente mal humor — Puedo aprovechar a hacer algunas compras y traerte algunas delicias típicas de nuestro pueblo y...


Por un momento, YoonGi dejó de escucharlo, alzando una ceja mientras su cerebro funcionaba a toda velocidad.

¿NamJoon pensaba ir a la ciudad sin importar si YoonGi iba con él o no?

No era que le molestara. NamJoon tenía derecho a hacer lo que quisiera en su día libre. Pero el pensamiento de lo que había sucedido durante la Ceremonia de la Luna Llena cruzó su mente. YoonGi había sido testigo de cómo habían estado a punto de envenenar a NamJoon frente a todo su pueblo sin que nadie más que él se diera cuenta.

Ese día, más que nunca, YoonGi desconfiaba de cada alfa, beta y omega de Nakwon, del Sur y de los Nueve Reinos de Han.

Justamente NamJoon había tenido que elegir ese día para hacer planes, pero por nada del mundo, por muy poco que a Yoongi le apeteciera, dejaría a NamJoon solo y desprotegido en la ciudad sin una vigilancia y una protección apropiada.


— No, en absoluto... — dijo YoonGi, calmado y compuesto, aunque su interior fuera un caos — Me encantaría ir contigo. Sólo deja que me asee un poco y coma algo y estaré listo en seguida.

— Fantástico — NamJoon sonrió, y YoonGi se sintió débil en las rodillas, viendo cómo sus hoyuelos aparecían en sus mejillas — Te estaremos esperando en el patio de atrás. Seremos un grupo pequeño, un par de guardias de incógnito y poco más. No me gusta llamar la atención cuando salgo de palacio — NamJoon tomó suavemente su mano, dando unos saltitos de emoción — ¡Te va a encantar, ya lo verás!


NamJoon se inclinó para darle un tierno y breve beso en la mejilla, justo antes de darse la vuelta, apunto de azotarle el rostro con su larga trenza, para salir corriendo de allí a terminar con los preparativos de su pequeña e improvisada excursión.


Con los labios fruncidos, negándose a sonrojarse e ignorando el calor que sentía en el punto exacto donde los labios de NamJoon habían hecho contacto con su piel, YoonGi salió a la antesala, donde WooSeok y DongHee habían dejado de devorar sus desayunos para ver cómo NamJoon se marchaba volando y fijaban sus miradas en YoonGi, con las cejas levantadas y las mejillas llenas de comida.


— ¿Qué estáis mirando? — les dijo con brusquedad, dirigiéndose después únicamente a DongHee — Ya lo has oído, nos vamos a la ciudad.


DongHee se puso en pie sin mediar palabra, cogiendo una última tostada para comérsela mientras comenzaba a prepararse.


— ¿Yo no voy? — preguntó WooSeok con pena, mirando a YoonGi con sus ojos de cachorro.

— ¿Has averiguado algo de lo que te pedí? — inquirió YoonGi, de forma algo más suave, posando su mano sobre el hombro del joven alfa, dándole un pequeño y reconfortante apretón.


YoonGi le había pedido a WooSeok que se mezclara entre los sirvientes de palacio, que hiciera amigos para así poder enterarse de todos los rumores.

Al principio, YoonGi lo hizo para poder enterarse de quienes eran esos maleducados alfas que los habían recibido y que la Reina HyunJoo había insistido en que no les prestara atención. Ahora, YoonGi sabía quiénes eran, y no había necesitado la intercesión de WooSeok para enterarse.


— No, nada... — murmuró WooSeok apenado — No paso desapercibido en el palacio con este pelo — WooSeok tiró un poco de los mechones negros de su flequillo hacia abajo. Aunque en el palacio parecía haber sirvientes de diferentes nacionalidades, era cierto que no había demasiados norteños entre ellos — Los sirvientes no me dejan ni acercarme. Cada vez que me ven, dejan de cuchichear y huyen en desbandada...

— Entonces, con más razón necesito que te quedes hoy —YoonGi se sentó a su lado, alineando sus miradas, tratando de que WooSeok lo escuchara con atención — Olvídate de averiguar quiénes son los alfas. Lo que quiero que hagas hoy es que investigues dónde están sus habitaciones y que te aprendas el camino de memoria hasta que seas capaz de indicarme cada giro sin fallar. ¿Entendido?

— ¡A sus órdenes, alteza!


•••


El ala del palacio dedicada a las residencias del servicio no era comparable a las zonas del palacio a las que YoonGi se había acostumbrado.

Amplios y larguísimos corredores de mármol y alabastro, decorados con cortinajes de color escarlata y dorado, techos labrados con columnas esculpidas y detalles en pan de oro, siempre vacíos, únicamente habitados por frescas corrientes de aire y ecos de sonidos lejanos.

Sin embargo, al contrario que el palacio, el ala de servicio era un hervidero de vida. Conversaciones y risas por doquier; alfas, betas y omegas corriendo de un lado a otro, atareados como hormiguitas trabajando para llenar sus despensas para el invierno.

No era tan opulento como lo que YoonGi había visto en las otras zonas del palacio, pero le gustaba mucho más, le recordaba más al castillo de Orumyon, con aquellas paredes de piedra, estrechas y algo oscuras, pero siempre cálidas por las personas que lo recorrían.


YoonGi, con DongHee pisándole los talones, caminando con prisa por aquellos estrechos pasillos, no eran más que un estorbo para los trabajadores y tenían que hacer un esfuerzo por apartarse de su camino para no molestar más de lo que ya lo hacían.

Además, YoonGi no hacía más que ajustarse sus ropas una y otra vez, intentando encontrar la forma correcta de la posición de las costuras para que no lo molestasen. No podía negar que sus ropas nuevas eran suaves y cómodas, permitiéndole una gran amplitud de movimientos a la par que eran perfectas para las altas temperaturas del desierto, pero, desgraciadamente, YoonGi aún no había encontrado la forma correcta de colocárselas y todavía estaba combatiendo con ello.

Consciente de que el día no le deparaba demasiado lujo y deseando que las excursiones de NamJoon a la ciudad no tuvieran la misma pompa que YoonGi vio el día de la luna llena, YoonGi había intentado ponerse lo más parecido que tenía a sus ropas de viaje, añadiendo elementos de combate. Pantalones de montar y una camisa ligera que se remango hasta los codos, previendo un día de intenso calor. Se puso sus botas altas, grebas y protectores para sus muñecas y antebrazos, además de una armadura ligera de cuero resistente que solamente cubría uno de sus hombros y sus pectorales. A la cintura llevaba un fajín reforzado y ajustado que protegía su zona lumbar de posibles esfuerzos, y una sobrefalda que pendía de una de sus caderas hasta media pierna con el emblema de su familia bordado en plata, una estrella de siete puntas, la estrella del Norte, el único detalle que portaba.

En sí, el vestuario era lo más sencillo y discreto que había podido reunir, y a excepción del bordado y de la espada larga a su cintura, era casi invisible, y cuando se puso la capa corta y se caló la capucha sobre su cabello desordenado, se sintió más un criminal que un príncipe de incógnito.


Cuando consiguieron llegar al patio trasero, ya había allí una pequeña comitiva esperándolos. NamJoon estaba entre ellos, por supuesto, sonriendo como un niño, alegre e ilusionado, sus hoyuelos mostrándose con descaro, haciéndolo ver imposiblemente joven y feliz.

Estaba hablándole animadamente a JiMin, al cual reconoció con dificultad y gracias únicamente a su cabello rubio ondulado sobre su frente, pues todo en él resultaba desconocido, sobre todo por la cantidad de ropa que llevaba puesta. Las pocas veces que había visto al alfa rubio con anterioridad, siempre se había caracterizado por su escasa vestimenta, siempre luciendo desvergonzadamente su pecho desnudo y su ombligo decorado con una gema. Aquel día, JiMin llevaba pantalones ajustados, botas altas, una casaca larga hasta las rodillas y por encima de ella, un chaleco de cuero reforzado, el uniforme de la guardia de palacio.


Junto a ellos había varios soldados, EunHyuk y SiWon entre ellos, y un grupo de mozos de las cuadras, preparando sus caballos. Dongbaeng estaba allí, y YoonGi se alegró de tener en quien confiar en todo aquel grupo, haciéndole sentir especialmente patético ante la idea de que su único aliado fuera un caballo.


En cuanto se percató de su presencia acercándose, NamJoon se volteó a mirarlo, sonriendo aún más ampliamente y haciendo que el corazón de YoonGi se constriñera en una sensación de dolor y traición, a la vez que una tormenta de mariposas se agitaba furiosamente en su interior, por lo hermosa y sincera que era aquella sonrisa.


YoonGi evitó mirar a ninguno de los dos a la cara, su mandíbula apretada mientras se oponía a que su cuerpo diera ninguna muestra de sus sentimientos a través de su olor. Pero tan pronto como estuvo a su alcance, NamJoon tomó su mano, y YoonGi sintió como su cuerpo se tensaba, recordándole que NamJoon y él parecían haber superado la barrera del contacto tras la noche de la ceremonia, en la que ambos se habían aferrado al cuerpo del otro como si les fuera la vida en ello.


Con curiosidad, YoonGi levantó la mirada para estudiar la reacción de JiMin, encontrándose de inmediato con los ojos claros y brillantes del otro alfa directamente sobre los suyos. La mirada de JiMin era penetrante, y su olor especiado, quizá demasiado dulzón para un alfa, era especialmente desafiante. Su mandíbula estaba ligeramente desencajada y apretada, dándole una expresión que ponían en evidencia sus celos y su desagrado hacia YoonGi, pero al comprobar que YoonGi le mantenía la mirada y respondía inconscientemente a su desafío, JiMin le dedicó una ligera sonrisa ladeada, terriblemente sensual y atrayente que lo dejó estúpidamente confundido.


— ¡Eh! ¡Ya basta! — exclamó NamJoon, dándole un ligero empujón a JiMin en el hombro, haciendo que ambos alfas rompieran el contacto visual y se centraran en él, que portaba un puchero evidente en sus labios, reclamando la atención de ambos de forma honesta, sin ninguna vergüenza — No me estáis escuchando — se quejó, haciendo que YoonGi se percatara de que había estado hablando y ninguno de los dos había estado prestándole ninguna atención, demasiado centrados en imponerse el uno al otro en un duelo de miradas silenciosas.

— Lo siento — murmuró YoonGi, dando un paso atrás para imponer distancia entre ellos y rotar sus hombros y su cuello para destensar sus músculos, aprovechando para librarse del agarre de NamJoon sobre su mano, luchando por hacer el momento lo menos incomodo posible.


NamJoon sin embargo, suspiró, dándole una mirada de arriba a abajo justo antes de acercarse y posar sus antebrazos sobre sus hombros, bajándole la capucha y enlazando sus manos tras su cuello, mirándolo como si estuviera en un sueño.


— Va a ser imposible pasar desapercibidos en la ciudad contigo vestido así, pero... Estás realmente apuesto — murmuró NamJoon con una sonrisa, jugueteando con los cabellos más cortos de su nunca entre los dedos, provocando que la piel de YoonGi se pusiera de gallina — Me encantaría... ¿Podrías considerar la idea de añadir el rojo a tu vestuario después de la boda? — preguntó NamJoon en un susurro, casi temeroso de hacer aquella sugerencia — El rojo se vería maravilloso en ti. Y me encantaría ver nuestros estandartes juntos. El sol del Sur y la estrella del Norte...


YoonGi sintió que le faltaba el aire por un momento, un nudo formándose en su garganta mientras que desviaba su mirada nerviosamente, tratando de centrarse en cualquier parte menos en aquellos ojos azules, aterradoramente hermosos y sinceros.


— Yo llevaría algo negro también... Si tú quisieras... Si me dejaras...


La voz de NamJoon sonó demasiado cerca, dolorosamente sensual y seductora, haciendo que las rodillas de YoonGi temblarán por un momento, sintiendo cómo se libraba una batalla campal en el interior de su cuerpo por un momento: su cerebro gritando traición, clamando venganza, que no se dejará engatusar por aquella belleza irreal y sus encantadoras palabras ahora que sabía la verdad; y mientras tanto, su corazón latía desesperado por mandar su orgullo y su superioridad alfa muy lejos y hundirse en esos brazos y ese cuerpo sin importar las consecuencias, aceptándolo todo. Todo.


— ¿Pensáis que podremos irnos hoy o tendremos que dejarlo para mañana, Príncipes? — inquirió JiMin, con clara intención de interrumpir el momento, su voz juguetona y su sonrisa ladina, sus brazos en jarra sobre su cintura.

— ¡Nos vamos ya! ¡Preparaos!— exclamó NamJoon, alejándose de YoonGi sin pensárselo un instante, dejándolo a él dolorosamente vacío y confuso, más si cabía.


Un hombre espigado, de aproximadamente la misma altura de YoonGi, con su pelo platinado muy corto en las sienes, casi al ras, se acercó a YoonGi, presentándose como el General de la guardia, LeeTeuk.


— Un placer conocerlo por fin, alteza — dijo LeeTeuk, hablándole con una frialdad y un rencor que YoonGi no comprendió — Me enorgullece informarle que he puesto a vuestra disposición a mis mejores hombres para protegeros a vos y a nuestro Príncipe... el Comandante JongWoon, el Capitán SiWon y el Capitán EunHyuk.


YoonGi los examinó. A dos de ellos ya los conocía, su opinión sobre SiWon no había cambiado, mas la impresión que se había llevado de EunHyuk había sido más positiva que la de su compañero. A JongWoon lo reconoció como uno de los alfas de la guardia que EunHyuk había traído para detener a la beta que había intentado envenenar a NamJoon en la fiesta.

La evaluación en conjunto, sin embargo, era desfavorable: no se fiaba en absoluto de ninguno de ellos, ni siquiera del mismísimo General LeeTeuk.


— ¿Y él? — preguntó YoonGi, haciéndose un poco el tonto, señalando a JiMin por encima de su hombro.

—JiMin... — el General LeeTeuk suspiró, irritado.

— El soldado JiMin viene por petición mía — aclaró rápidamente NamJoon con una sonrisa conciliadora, mientras JiMin sonreía ampliamente, pasándose la lengua por sus prominentes colmillos en un gesto presumido y pagado de sí mismo.


Por supuesto que JiMin estaba allí por petición de NamJoon. ¿Qué otro motivo tendría si no?

¿Soldado? JiMin tenía de soldado lo mismo que YoonGi de odalisca. El hábito no hace al monje, y por mucho que JiMin portara un shamshir corto a su cintura, YoonGi dudaba mucho que supiera usarla.


— Entonces no habrá ningún problema porque mi guardia personal nos acompañe también, ¿no? — preguntó YoonGi haciendo que DongHee se cuadrara y hiciera su presencia más evidente debido a su fuerte envergadura.


La boca del comandante su frunció, para nada contento.

DongHee era tan grande como los tres de sus hombres juntos, los oficiales del Sur, altos y esbeltos resultaban patéticos en comparación, al lado del soldado extranjero, fornido y robusto, y todos ellos lo sabían.


Entre dientes, LeeTeuk ordenó que trajeran otro caballo para DongHee, y mientras esperaban, YoonGi se acercó a acariciar la frente de Dongbaeng y darle un terrón de azúcar que había traído en el bolsillo con la esperanza de verlo.


— ¿Montas a caballo, NamJoon? — preguntó YoonGi a su prometido, intentando mantener una conversación a pesar de su incomodidad.

— Por lo general sí, pero no me permiten hacerlo fuera de los muros de palacio — explicó el omega con una sonrisa resignada, nada que ver con la hermosa y alegre sonrisa que había mostrado momentos atrás — Aunque vayamos de incógnito, al General y a mi madre no les parece buena idea que monte mi propio caballo porque piensan que puede ser peligroso... — añadió con indignación y amargura — ¿Me llevarás a la grupa de...?


Antes de terminar la oración, JiMin, ya montado a lomos de su caballo, rodeó a NamJoon por la cintura y tiró de él, levantándolo del suelo, no sin esfuerzo, para subirlo a la grupa de su propio caballo, sin preguntarle siquiera por su opinión.

YoonGi taladró a JiMin con la mirada, un rugido territorial retumbando en su pecho al intentar contenerlo. Estaba seguro de que NamJoon había estado a punto de pedirle a YoonGi que lo llevara con él, pero JiMin se lo había impedido, y tanto NamJoon como YoonGi se conformaron con la disposición sin mencionar nada, aunque la decepción pudo verse en el rostro de NamJoon por un instante, antes de rodear la cintura de JiMin con los brazos y posar la mejilla entre los omoplatos del otro alfa con una sonrisa satisfecha.


— Iré contigo en el camino de regreso, YoonGi — prometió NamJoon, viéndose de lo más a gusto abrazado a JiMin.


YoonGi hirvió de celos, sabiendo que no podía decir nada. YoonGi se conocía, y sabía que no habría mirado aquella escena con los mismos ojos de seguir en la felicidad de la ignorancia. Pero ahora sabía que NamJoon tenía un harén, un harén con el que compartía sentimientos románticos, y que JiMin formaba parte de él. Y los celos, los terribles celos se hicieron tan fuertes que YoonGi a duras penas era capaz de contenerlos.


Tan pronto como DongHee montó a lomos del caballo que trajeron para él, un grandioso corcel castaño, abrieron las puertas para ellos y salieron al trote, con el Comandante JongWoon a la cabeza, y DongHee a la retaguardia.


Por lo visto, NamJoon había elegido precisamente ese día porque los miércoles, igual que el día que YoonGi había llegado a la ciudad, había mercado, y las calles principales se llenaban de puestos de verdura y fruta fresca, comida recién hecha, marroquinería y todo tipo de artesanías.

JongWoon los condujo dando un rodeo, para evitar llamar la atención del lugar del que procedían y para no adentrarse de lleno en las zonas más concurridas de la ciudad.

Cuando llegaron a lo que parecía ser el centro, los soldados descabalgaron, dándoles las riendas de los caballos a un par de jóvenes sin presentar, sus ojos castaños vivaces cuando recibieron el dinero del Comandante para que cuidaran de sus monturas y los esperasen al otro lado de la ciudad al final del día.


YoonGi giró la cabeza cuando JiMin se bajó de su caballo y levantó los brazos para ayudar a bajar a NamJoon. Estaba bastante seguro de que NamJoon no necesitaba ayuda para apearse del caballo, siendo considerablemente más alto que JiMin y que el mismo YoonGi, pero era más sencillo culpar a otros y sentir indignación por el gesto innecesario de JiMin, que admitir lo mucho que habría deseado estar en el lugar del otro alfa, el cual le correspondía por legítimo derecho.


Con sus capuchas ocultando sus rostros, deberían pasar lo suficientemente desapercibidos, pero pronto, YoonGi se dio cuenta de que muchas miradas se fijaban en él y en DongHee con curiosidad. En un mar de vestimentas de color blanco y crema, dos hombres vestidos de negro llamaban la atención como una llama para las polillas.

A esas alturas, toda la ciudad debía saber que el Príncipe del Norte, junto a su corte, estaban en Nakwon, esperando a que se estipulara la fecha de la boda, tan pronto como el Príncipe omega comenzara a dar muestras del inicio de su próximo celo.

El color negro, el color del Norte, sólo era una forma de decir «miradnos, somos extranjeros», y aunque muchos no hubieran tenido la oportunidad de ver el rostro del príncipe norteño, su futuro Rey Ronsorte, todos ellos serían capaces de saber, a juzgar por sus vestiduras, que debían estar relacionados.

NamJoon era mucho más fácil de obviar, pero su presencia regia y su olor divino y característico, pronto lo delatarían, lo cual sólo significaba que debía apresurarse en disfrutar de su pequeña escapada, antes de que todo el mundo se diera cuenta de quién era en realidad.


Tan pronto como el pequeño grupo estuvo preparado para continuar, NamJoon cogió a YoonGi y a JiMin de las manos y echó a andar emocionado, olvidándose por completo de los cuatro guardianes que los seguían muy de cerca, dispuesto a divertirse tanto como pudiera.


En seguida, YoonGi vio una faceta de NamJoon que no había visto hasta aquel momento. No sabía si se debía a la presencia de JiMin o si se trataba simplemente de la sensación de sentirse liberado de las imposiciones y etiquetas de palacio, pero YoonGi debía reconocer que aquel NamJoon era adorable, y que le encantaría verlo así de relajado más seguido.

Hasta el momento, NamJoon había sido risueño, tranquilo, educado, siempre compuesto, pero de una forma suave, ligeramente frágil que YoonGi había atesorado, haciéndole sentir la necesidad de protegerlo.

Sin embargo, el NamJoon que estaba contemplando en aquellos momentos era la otra cara de la moneda, vivaz y enérgico, rozando un punto casi infantil por el que YoonGi debería sentir rechazo, pero en realidad, encontró realmente encantador. NamJoon se detenía en cada puesto, contemplando la mercancía, exclamando emocionado cada vez que hallaba algo que le gustaba.


Aún después de casi dos horas, tan sólo habían avanzado un par de cientos de metros en una calle que se extendía varios kilómetros, tomándose un tiempo precioso para hablar con el tendero, haciéndole preguntas sobre el producto, escuchando sus historias, interesándose por lo que aquellas personas, sus súbditos, los habitantes de su reino, tenían que decir.

Llegó a gustarle tanto a una dependienta que incluso ésta llegó a ofrecerle hacer de casamentera para su hija, una alfa que navegaba un barco de pesca en Puerto Cuervo, una oferta que tan pronto como YoonGi y JiMin la escucharon, agarraron a NamJoon cada uno de un brazo y lo arrastraron hasta el siguiente puesto mientras NamJoon se despedía de la mujer riendo y agitando sus manos, disculpándose por tener que rechazar su oferta.


Pronto, EunHyuk quedó relegado a porteador, viéndose obligado a cargar con los paquetes de todo aquello que el joven príncipe compraba.

NamJoon se había hecho con un par de kilos de naranjas, una caja de dátiles garrapiñados bañados en chocolate, una pulsera de cuero trenzada a mano, una colección de vasos de cristal teñido, y una muñeca de trapo que le regaló a un niño que la había estado mirando con ojos brillantes durante un buen rato mientras su padre compraba en el puesto de al lado.


Comieron de pie mientras continuaban con su recorrido, NamJoon había comprado baozi enormes para todos, rellenos de carne especiada y verduras salteadas, algo realmente delicioso y con lo que YoonGi se sintió lleno tan solo habiéndose comido una pieza.


Pasado el mediodía, NamJoon decidió que necesitaba descansar un rato y propuso hacer un alto en una tetería cercana.

En el lugar parecían conocerlo, pues sin mediar palabra, el dueño rápidamente abrió una cortina, descubriendo para ellos un pequeño patio privado, fresco, a la sombra, con una mesita redonda, rodeada por cojines mullidos y cómodos, donde JiMin y NamJoon entraron con confianza. Los soldados se quedaron en la puerta, por lo tanto, YoonGi consideró correcto que DongHee permaneciera con ellos, dándoles privacidad.


— ¡Por fin! — exclamó JiMin, arrancándose la capucha y tirando su capa a un lado, haciendo lo mismo con su armadura y abriendo las solapas de la casaca, descubriendo su pecho sin vergüenza alguna — Esta cosa me está provocando un sarpullido. Mis pezones están irritados...


JiMin continuó quejándose, agitando la tela de su casaca para airear su cuerpo y secar su sudor, mientras NamJoon reía ligeramente, quitándose la capa y doblándola delicadamente para dejarla a un lado mientras se relajaban en ese pequeño reservado.


— No hagas caso a JiMin, es como un niño pequeño — bromeó NamJoon, sentándose al lado del alfa rubio, indicándole a YoonGi para que se sentara frente a él, donde pudieran hablar mirándose el uno al otro — No le gusta venir a la ciudad.

— No me gusta la plebe — corrigió JiMin, haciendo un gesto desdeñoso, portándose como el mocoso elitista y malcriado que HoSeok le había asegurado que era — No me gusta sudar. No me gusta el olor.


YoonGi se tragó una réplica mordaz, sin tener que contenerse demasiado pues un joven beta se arrodilló junto a ellos, su presencia gentil y dulce, su voz melodiosamente agradable.


— ¿Qué van a tomar hoy, majestades? — preguntó el muchacho, su sonrisa amable alternándose entre YoonGi y NamJoon.


YoonGi titubeó, sorprendiéndose de que en aquel lugar parecían saber quiénes eran, como si fuera un secreto que llevasen guardando mucho tiempo y que no pensaban revelar jamás.


— Yo... No sé que se toma aquí — murmuró YoonGi, sintiéndose sonrojar por su ignorancia cuando todos rieron, haciéndole sentir más fuera de lugar si cabía.

— Yo tomaré té negro con menta y jengibre — pidió JiMin, mirando a YoonGi de reojo con burla.

— Para mí trae té con leche y canela — NamJoon le dedicó una sonrisa, tan dulce que YoonGi pensó que había hecho algo especialmente entrañable para merecerla — Para YoonGi probemos un té de lavanda... Si no te gusta, te lo cambio por el mío, o te pedimos otra cosa.


Sin saber qué decir, YoonGi asintió con la cabeza, aceptando el trato. Para ser sincero, se sentía más con humor para un trago, algo fuerte y con mucho alcohol, desde la noche anterior, pero no tuvo el valor para pedirlo.

Además de los tés, NamJoon aprovechó para pedir una bandeja de pastas y una pieza de hojaldre de manzana para compartir.


YoonGi sólo se bajó la capucha, viendo cómo NamJoon y JiMin charlaban y coqueteaban descaradamente delante de sus narices, como si él no estuviera allí, aumentando su irritación e incomodidad.


Por suerte, el muchacho tardó sólo unos minutos en regresar con una bandeja, portando los dulces y tres juegos de pequeñas teteras con su respectiva tacita, cada una con un diseño diferente, un trabajo de fina artesanía, delicado y especial.

Tan pronto como el camarero se marchó, YoonGi se inclinó para oler el contenido de su tetera, cuyo aroma era dulce y floral, algún tipo de planta que le recordó mucho al Norte, como una de esas flores que pueden florecer incluso en el frío. Le resultó agradable y le recordó a su hogar.


— ¿Quieres probar el mío? — le ofreció NamJoon, ofreciéndole la taza con su infusión, antes de verter la leche en su interior.


YoonGi accedió sin pensárselo demasiado, olisqueándola ligeramente antes de llevarse la taza a los labios y saborearla, sintiéndola familiar, picante y aromática, tan intensa que le hizo arrugar la nariz y fruncir el ceño, a medio camino del disgusto y la comprensión.


— ¿Qué es esto? — preguntó, confuso — ¿De verdad puedes bebértelo?


De inmediato, NamJoon y JiMin rompieron a reír, incrédulos al ver su reacción.


— ¿En serio? — rió JiMin con mofa.

— ¡Es canela, YoonGi! — explicó NamJoon, tapándose el rostro con las manos mientras reía con sorpresa e incredulidad, como si aquello debiera decirle algo.

— ¿Y qué es eso? — quiso saber YoonGi, ahora que los veía reír con tantas ganas, sintiendo que era de él de quien se reían.

— ¿No lo sabes? — NamJoon alzó las cejas, dejando de reír, pero con la sonrisa aún plasmada en sus labios — ¿No sabes cuál es tu propio aroma?


Los pensamientos de YoonGi se detuvieron, abrumado, intentado encontrarle un sentido a aquella pregunta.


— ¿C-como? — inquirió, confuso.

— Es canela — repitió NamJoon, tomando su mano por encima de la mesa, tal como había hecho la primera vez que hablaron en privado. Esta vez, YoonGi no quiso apartarse, aceptando el contacto, aceptando que realmente lo deseaba — Es tú aroma.


YoonGi parpadeó varias veces, con confusión.


— ¿En serio no conoces tu propio aroma? — quiso saber JiMin, una sonrisa presuntuosa en sus labios.

— Nunca nadie ha sabido ponerle nombre a mi olor — explicó YoonGi, sintiéndose un poco aturdido ante las implicaciones de que NamJoon hubiera elegido precisamente ese sabor, aún sabiendo que era el aroma de YoonGi, aunque él no lo supiera hasta ese momento — En el Norte no existe nada con un olor semejante. No sé lo que es. No he conocido a nadie que supiera decirmelo hasta ahora...

— Es mi favorito — dijo de repente NamJoon, una mirada soñadora en sus ojos — Usamos la canela como especia: tés, dulces, algunas comidas... Todos mis platos favoritos llevan canela.


YoonGi enrojeció, incapaz de seguir manteniendo la mirada a NamJoon.

Desde su presentación, nadie había sabido con qué asociar su aroma. Su padre le recordaba día tras día lo anormal que era, demasiado dulce para un alfa, demasiado intenso como para ser soportable, abrumador cuando se concentraba en una habitación cuando hacía mucho calor.

Desde su presentación había tenido que asumir que su aroma natural era poco apetecible y no muy atractivoatractivo en el Norte, pero ahí estaba NamJoon, diciéndole que era su favorito, y YoonGi no sabía cómo lidiar con ello.


NamJoon, percibiendo su vergüenza e incomodidad apretó su mano y se apresuró a soltarlo, desviando su mirada para cambiar de tema mientras le añadía leche y azúcar a su té con sabor a canela.


— ¿Qué te está pareciendo mi ciudad? — preguntó curioso, sus mejillas teñidas de un sonrojo del mismo tono del té — ¿La encuentras muy diferente de Orumyon?


YoonGi miró a JiMin de reojo, viendo cómo su sonrisa ladina se extendía, incluso cuando tenía su taza de té pegada a los labios, estudiando con atención todos y cada uno de los intercambios que había entre NamJoon y él.

No podía evitar preguntarse si JiMin no tendría celos a ver cómo las manos de YoonGi y NamJoon habían permanecido unidas durante varios minutos como si fuese algo de lo más natural. Desde luego, si YoonGi estuviera en su lugar, lo estaría, y mucho, pero JiMin parecía de lo más tranquilo, como si la tensión que había entre ellos lo divirtiera y entretuviera.

Su mente era incapaz de asimilar y asumir todo lo que había estado viviendo desde la noche anterior, pero en lugar de centrarse en las actitudes contradictorias de JiMin, YoonGi decidió prestarle atención a NamJoon, aclarándose la garganta para alejar las nubes negras de tormenta que nublaban sus pensamientos, y le impedían centrarse en el momento.


— Todo es diferente... — contestó YoonGi, intentando que la melancolía y la nostalgia no fuese demasiado evidente — Podría pasarme el día comparándolas y no terminaría — inevitablemente, su mirada viajó por la habitación; la arquitectura, la decoración, la comida sobre la mesa, e incluso la forma en la que estaban sentados, recostados en cojines directamente sobre el suelo, nada era ni tan siquiera en algo parecido a lo que había conocido — Desde que llegué a Nakwon tengo la sensación de que tengo que aprender a vivir de nuevo.


De repente, se sintió demasiado vulnerable, como si aquello que acababa de decir hubiese sido algo demasiado personal, demasiado sincero, algo que en su hogar tendría que haberse guardado para sí mismo, o de lo contrario podría ser motivo de burlas por parte de sus hermanos, o incluso un castigo de su padre.

Sin embargo, allí, en aquella terraza privada, en compañía de NamJoon y JiMin, solo hubo un silencio apacible, una mirada apenada de NamJoon, y una sonrisa comprensiva de JiMin. Y por algún motivo, aquellas reacciones, en lugar de avergonzarlo, le hicieron sentir acogido, en calma.


— Te entiendo — comentó JiMin, hablando por primera vez después de un rato en el que parecía haber intentado que no se percataran de su presencia. Dejó la taza sobre la mesa, mirando el líquido que contenía y las pequeñas hojitas de té que flotaban en la superficie. Por primera vez, YoonGi veía en JiMin un joven relajado, inseguro, real, en lugar de una fachada de alfa engreído y fanfarrón. Este JiMin le gustaba infinitamente más — También me sentí perdido cuando llegué. Y eso que Bahía Serena no es tan diferente de las ciudades costeras del Reino del Sur, pero... Venir aquí fue como viajar a un mundo diferente.

— ¿Por qué es la primera vez que escucho esto? — inquirió NamJoon, incrédulo y herido, mirando a JiMin como si no pudiera comprender que hubiesen ocultado esa información de él durante tanto tiempo.

— Bueno, Joon, no soy el único que alguna vez se ha sentido así — JiMin rió sin humor, haciendo muestra de ese cinismo que siempre llevaba consigo, esa faceta que YoonGi había asociado con él desde el principio — Cualquier alfa que pertenezca a otro de los Nueve Reinos que venga aquí por primera vez podrá decirte lo mismo. Es normal para nosotros sentirnos un poco fuera de lugar. Es difícil acostumbrarse a esto. Simplemente hemos sido educados de manera diferente.


YoonGi alzó su taza en honor a JiMin y bebió, sorprendiéndose al encontrar un extraño sabor herbal en lugar del potente alcohol que esperaba saborear. Por un momento había olvidado donde se encontraba. Por un momento se había sentido en casa, al encontrar una pequeña muestra de comprensión, de hermandad con JiMin, y no pudo más que hacer una mueca de disgusto al darse cuenta de la realidad, del sabor amargo y desagradable del té en su boca, y de la extraña conexión que había sentido con alguien a quien, por instinto, debía odiar.


— ¿Os referís a la libertad de los omegas con respecto a los otros Reinos? — preguntó NamJoon, con las cejas alzadas con sorpresa, intentando comprender a qué se referían YoonGi y JiMin, por qué se sentían tan ajenos a su tierra, cuando, en principio, todas deberían ser iguales.

— ¿Cómo? — murmuró YoonGi con un bufido y una risa burlona — Los omegas son libres en todos y cada uno de los Nueve Reinos de Han.

— No, no lo son... Están oprimidos — argumentó el omega. Su voz neutral, como si lo que acababa de decir fuese un hecho sabido por todos, algo que no debería ponerse en duda, una afirmación que simplemente ponía en evidencia la realidad, pero que, para YoonGi, se sintió como un reproche, un golpe bajo en su orgullo alfa — Es natural, está en nuestro instinto. Los alfas dominan, los omegas se someten, y los betas mantienen el equilibrio. No podemos reprochar nada a lo que la madre naturaleza ha hecho por nosotros, pero tenemos que admitir que hemos evolucionado. No somos sólo instinto, somos seres racionales y es el momento de que el resto de los Nueve Reinos empiece comprender que los omegas no son propiedad de los alfas y que tenemos derecho a la igualdad.

— Creo que deberías ir más despacio, Joon — rió JiMin, interrumpiendo el discurso de NamJoon posando una mano en su antebrazo — El Príncipe Norteño parece que está a punto de vomitar.


NamJoon parpadeó, confundido por lo que JiMin le acababa de decir, pero cuando miró de nuevo a YoonGi, su mirada sagaz se suavizó, reconociendo el malestar en la expresión turbulenta de YoonGi, su palidez adquiriendo un tono verdoso por las nauseas.


— ¡Oh! ¡Lo siento mucho! — se apresuró a decir, tomando la muñeca de YoonGi con manos suaves y cálidas — No pretendía ser maleducado. Siento si ha parecido que te estaba insultando.

— No... está bien... — murmuró YoonGi entre dientes, con bastante dificultad.

— ¿Tal vez debería empezar por el principio? — NamJoon los miró a ambos, curioso y emocionado, deseando continuar con el debate que se había originado sin realmente pretenderlo — Después de todo, el nuestro es el único de los Nueve Reinos fundado por omegas. No es de extrañar que nuestra ideología sea completamente diferente, sobre todo cuando estamos geográficamente aislados del resto de los Reinos por medio del desierto y el océano. Hemos podido forjar una sociedad basada en la igualdad durante siglos hasta que se comenzaron a negociar los tratados de unificación de los Nueve Reinos. ¿Alguna vez habéis escuchado la leyenda de cómo se fundó Nakwon?


JiMin negó con la cabeza, apoyando el codo sobre la mesa para sostener su barbilla y mirar a NamJoon embelesado, escuchándolo hablar como si fuese lo más maravilloso que había presenciado. YoonGi, sin embargo, se sentía enfermo, molesto, incómodo, y no sabía si era porque el té no le estaba haciendo bien, o por la sensación desagradable que removía sus entrañas cuando alguien sacaba los trapos sucios y la inmundicia que se escondía bajo una capa de ignorancia que nadie nunca quería desvelar.

NamJoon, sin embargo, interpretó su silencio como una señal para continuar, su propia emoción haciéndole inconsciente de la disconformidad de su prometido.


— Al principio, los pueblos del Sur eran tribus nómadas. Aún hoy quedan algunas de ellas, pero la mayoría se unificaron en Nakwon años después, o se asentaron en ciudades en la costa donde la tierra es más fértil y pueden sobrevivir gracias a la pesca y el comercio con otros Reinos — NamJoon hizo una pequeña pausa antes de volver a centrarse en el inicio — La vida no es fácil en el desierto, pero los nómadas sabían cómo sobrevivir a las inclemencias del tiempo y a la crueldad de las arenas, y siempre quedaba un consuelo para ellos. Su oasis, su paraíso, un gran lago en mitad del desierto que surgía gracias a ríos bajo la superficie de la tierra y que les daba un refugio cuando estaban cansados y sedientos.


YoonGi visualizó en su mente el gran lago de agua dulce en torno al que parecía extenderse la ciudad, y luego, el cráter de agua oscura de las montañas, en el que NamJoon había bailado en la noche de luna llena. Intentó imaginárselos siglos y siglos atrás, antes de que Nakwon existiera, un oasis natural y virgen, hermoso y único.


— Todo comenzó con un alfa cruel, líder de una de esas tribus nómadas que sobrevivían en el desierto con fuerza de voluntad. El alfa estaba obsesionado con conservar el liderazgo de la tribu una vez él no estuviera, dejándole el mando a su descendiente, pero el alfa no era fértil. No conseguía dejar en cinta a su omega, pero no era capaz de creer que él pudiera ser el problema, si no que culpaba a su omega por no ser capaz de tener hijos. De modo que tomó a más de un omega de la tribu para sí mismo. Ninguno de ellos quedaba embarazado, y él, enloquecido, comenzó a desafiar a otros alfas de la tribu para arrebatarles a sus omegas. Un día, no quedaron alfas, los había matado a todos para quedarse con sus omegas, y el alfa líder se había quedado sólo con una tribu de omegas y mujeres betas, un puñado de niños sin presentar, y, por supuesto, ninguna descendencia.

» La mayor de esos niños empezó a dar muestra de presentar como omega, y de inmediato, el líder mostró interés en ella. No pasaría mucho tiempo hasta que rompiera con su primer celo y entonces él podría poseerla, pero ella tenía un plan. Le convenció para que llevara a la tribu hasta el oasis, donde podrían estar a salvo, dado que el alfa estaría demasiado ocupado atendiendo el celo de la joven omega. El alfa accedió y tan pronto como acamparon en el oasis, ella lo envenenó, haciendo que muriera durante su sueño.

» Los omegas y betas que habían quedado, crearon un asentamiento permanente en torno al lago, la joven omega como su nuevo líder. Cada vez que una tribu llegaba al oasis a hacer una parada de descanso y encontraba la tribu formada únicamente por omegas, les ofrecían la posibilidad de unirse, pero la joven omega había llegado a un consenso con su pequeña tribu, y habían decidido hacer de aquel su hogar, donde nunca les faltaría agua y cobijo.

» Con el tiempo, la historia de la tribu omega comenzó a extenderse entre las demás tribus y éstas, cada vez que llegaban al oasis, les dejaban regalos que pudieran servirles de ayuda: materiales para crear viviendas más resistentes, semillas para cosechar en las arenas fértiles de la falda de la montaña y en torno al lago, ropa, y alimentos que traían de las costas.

» Los niños crecieron y presentaron, volvieron a tener alfas de nuevo en la tribu. Y con la ayuda de otras tribus se hicieron fuertes y prósperos una vez más.

» Al ver su éxito, otras tribus atravesaban todo el desierto, tratando de ser ellos quienes se unieran a la tribu omega, y no al revés. Y la joven omega, anciana ya, la única condición que ponía era vivir en paz respetando a los omegas, pues jamás permitiría que un alfa volviera a hacer sufrir a un omega en aquel lugar.

» Cuando ella murió, su hijo, otro omega, tomó el liderazgo de la tribu, y otro omega después de él... Y así fue cómo nació Nakwon, una generación omega tras otra, liderando nuestro Reino con paz y armonía.


NamJoon sonrió con orgullo y satisfacción al terminar la historia de los orígenes de su pueblo. YoonGi había estado escuchando en silencio pero había habido partes del relato que le habían hecho retorcerse incómodo en el sitio.

Un alfa asesinando a otros alfas en pos de arrebatarles a sus omegas... Un omega asesinando a un alfa intentando conseguir un futuro mejor para ella y los suyos... La historia era cruel e injusta. La vida era cruel para los omegas en todos los sentidos, la diferencia era que en aquel lugar, los omegas habían tomado decisiones difíciles para vivir en equidad; mientras que, de donde YoonGi venía, ellos sólo se habían conformado con lo que les había tocado y no habían luchado por ello.


En lugar de abrir su mente, de comprender lo que NamJoon estaba contando, de no dejarse llevar por los prejuicios, YoonGi sólo sintió una rabia ácida subirle por la garganta en forma de bilis.

No estaba enfadado con los omegas. No se sentía insultado al ponerse en duda la superioridad de los alfas. No era algo tan superficial. Era personal.

Era NamJoon, hablando de los derechos de los omegas.

Era JiMin, sentado allí con ellos, como si aquel fuera su lugar.

Era HoSeok, colándose en su habitación en mitad de la noche para darle un golpe de realidad.

Era YoonGi, sintiéndose herido, traicionado, viendo cómo NamJoon se pavoneaba con los alfas de su harén delante de YoonGi, poniendo en evidencia lo idiota y patético que lo consideraba.

Era la rabia la que quería hacer que NamJoon se sintiera igual que se sentía él, queriendo avergonzarlo, queriendo herirlo para intentar, de algún modo, sentirse mejor.

Pero YoonGi debía aprender que nunca encontraría consuelo en el odio, que el odio sólo traía más dolor.


— Te muestras muy orgulloso considerando que tus antepasados fundaron este pueblo con un acto de traición y cobardía — escupió YoonGi, sintiendo cómo era la rabia y el despecho los que hablaban por él.

— ¿Cobardía? — repitió NamJoon, su expresión alegre tornándose herida, con sus cejas arqueadas por la sorpresa — No defiendo el asesinato como medio, pero lo que hizo aquella omega me parece un acto de valentía. No tenía muchas opciones y sólo intentaba protegerse a sí misma y a su familia de un alfa abusivo y cruel. Podría haberse acobardado y conformarse con lo que un alfa decidiera por ella, y sin embargo, decidió actuar por sí misma. Ningún alfa tiene derecho poseer tantos omegas...


Dentro de él, en su parte lógica y racional, YoonGi sabía lo que NamJoon quería decir: Nadie tiene derecho a poseer a otros en contra de su voluntad. Sin embargo, YoonGi sólo pudo pensar en NamJoon. NamJoon rodeado por cinco alfas a su disposición, mirando a YoonGi por encima de sus hombros, riéndose de él por pensar que podía ser único y especial.


Furioso, YoonGi golpeó la mesa con el puño, haciendo que su taza de té se vertiera sobre las pastas, arruinando los dulces de inmediato, haciendo que la pequeña torre se convirtiera en una masa informe y destruida de harina, azúcar y almendras.

Si un omega puede poseer a cinco alfas y encontrarse con el derecho de reclamar un prometido, entonces un alfa podía poseer a los omegas que quisiera.

Lo pensó, pero no llegó a decir, encontrando fuerza de voluntad para contenerse, pensando en la promesa que le había hecho a HoSeok. Una promesa que no debía valer nada, una promesa que carecía de sentido porque YoonGi era el ofendido, el que había sido manipulado y herido. Pero ante todo, YoonGi era un alfa de honor, y faltar a su palabra, era faltar a su honor, y no podía permitírselo.


En su lugar, se puso de pie, negándose mirarlos a ninguno de los dos, y salió en tromba del pequeño patio, donde se sentía encerrado y agobiado de repente, abriéndose paso entre los guardias y saliendo de la concurrida tetería como si supiera a donde iba.

Pero ni lo sabía ni le importaba.


En seguida, sintió los pasos y el olor penetrante de DongHee pisándole los talones, y, furioso, YoonGi se detuvo, empujando a DongHee lejos de él y señalándole el lugar de donde había venido.


— ¡Regresa! — le rugió a su guardián, sus ojos refulgiendo de ira — ¡Quédate a su lado y no le quites el ojo de encima! ¡Yo estaré bien!


Sin esperar a que DongHee respondiera a su orden, YoonGi se dio la vuelta y siguió caminando, alejándose de él, alejándose de todos.

Necesitaba espacio.

Necesitaba respirar.

🌕🌔🌓🌑

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