Yo, Erróneo

Por nessie_veliz

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[Primer acto de la serie: Ubulili]. Desesperado por su situación económica, por la responsabilidad de cuidar... Más

PORTADA.
Presentación.
Epígrafe.
PARTE I: Amor.
Capítulo 1: Jugo De Naranja
Capítulo 2: Cof Cof Cof.
Capítulo 3: Ubulili.
Capítulo 4: Wamukelekile.
Capítulo 5: Antagonista.
Capítulo 6: Tienda De Videojuegos.
Capítulo 7: Tres, Tal Vez Cuatro.
Capítulo 8: Tickets De Colores.
Capítulo 9: Debut.
Capítulo 10: Cajas De Mandarinas.
Capítulo 11: "Rodrigo/Arkells".
Capítulo 12: Ebrio Por Un Polvo.
Capítulo 13: Eugenia No Está.
Capítulo 14: "Tadeo".
Capítulo 15: Rollitos Sin Sudor.
Capítulo 16: Costal De Papas.
PARTE II: Rencor.
Capítulo 17: Todo De Mí Quiere Todo De Ti.
Capítulo 18: "Batto".
Capítulo 19: Pagar Por Consuelo.
Capítulo 20: "Ismael".
Capítulo 21: Ebrus A Una Alcohólica.
Capítulo 22: El Batman De Robin.
Capítulo 23: El Gusto Es Suyo.
Capítulo 24: "Güido".
Capítulo 25: Homoerótico De Fe Y Razón.
EXTRA: Un Niño Está Escuchando.
Capítulo 26: Sexo En La Luna.
Capítulo 27: Manzana Para El Susto.
Capítulo 28: Corbata Gris.
Capítulo 29: Visitando Taitao.
Capítulo 30: Follar Por Decepción.
Capítulo 31: Éramos Tres.
PARTE III: Dolor.
Capítulo 32: La Nieve No Cae Gratis.
Capítulo 33: Flores En La Mesa.
Capítulo 34: Cada Camino Lleva A Su Fin.
Capítulo 36: Culpable.
Capítulo 37: Centro Penitenciario.
Capítulo 38: Vis A Vis.
Capítulo 39: El Ungido.
Capítulo 40: Homicidio Voluntario.
Capítulo 41: Sentencia de Conformidad.
Capítulo 42: Hasta Vernos Otra Vez.
Capítulo 43: Espectáculo Final.
Capítulo 44: Konke Kimi Konke.
Capítulo 45: Al Lago De Gahona.
Capítulo 46: Que Se Muere, Que Se Muere (Capítulo Final).
Epílogo: "Shibumi".
Personajes.
Soundtrack.
Agradecimientos.

Capítulo 35: Cuatro De Julio.

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Por nessie_veliz

Regresé para buscar a mi hermana al día siguiente, con punzadas en el hombro y en la cabeza por todo el caos. Me sentí débil físicamente, y ni hablar de lo emocional. No tenía cara para ver a mi hermana después de todo. ¿Cómo iba a decirle el día de su cumpleaños que su madre estaba muerta? Sabía y entendía que todo había sido mi culpa, y aunque no quería culparme, era la verdad. Si hubiese evitado a toda costa relacionarme con el Juco, jamás hubiese tenido que pasar por eso, y tal vez mi madre estaría en casa cuando yo regresara. Pero nada de eso era real, solo mis errores y sus consecuencias.

Llevé la mochila con las cosas dentro, no quería despegarme de ella porque no quería que nadie supiera lo que contenía. No quería que llamaran a la policía e ir preso por haberme vengado de esa manera. No quería dejar sola a mi hermanita. Ella no tenía la culpa de mis errores, nadie la tenía más que yo.

Entré a la casa de la señora Leticia, con los ojos hinchados y el rostro pálido. Jaló hacia atrás una silla de su comedor para que yo tomase asiento. Fue un rato a la cocina y regresó con una jarrilla y dos tazas de china. Las puso en la mesa, una de su lado y la otra del mío.
     — ¿Quieres café? —asentí sin hablar.

Inclinó la jarrilla hacia la taza de mi lado y luego sirvió en la suya. Fue por una cuchara y por el frasco donde tenía el azúcar y me dio ambas cosas para endulzar mi café. Ni ese café era tan amargo como lo que yo estaba viviendo. Lamentablemente no podía endulzar mi vida con dos cucharadas de alegría, porque todo era tristeza y decepción.
     — ¿Adónde fuiste anoche? —preguntó, con un tono de autoridad. No sabía si se preocupaba por mí o me estaba regañando.
     —Salí a ver si encontraba al que lo hizo...
     — ¿Sabes quién fue? —continuó interrogando.
     —Le dicen "El Juco"... Le decían —musité, agachando la mirada.

Doña Leticia se quedó mirándome a la cara y a la misma vez era como si no me viera a mí. No movía ni un ápice sus ojos y su boca estaba medio abierta. De repente soltó un suspiro y se agarró la frente, agachando la cabeza y comenzando a sollozar.
     —Ese malnacido... —murmuró.

Lo conocía, eso me quedaba muy claro, pero de dónde o por qué, era la pregunta. Nadie que quisiera tener la conciencia tranquila y paz en su vida querría conocer a ese hijo de puta. Al final, terminábamos arrepintiéndonos. Aunque no me llenaba de orgullo, me agradecí a mí mismo por quitarlo del camino de las personas del municipio de Catlán, por no decir que de todo el estado de Fang.
     — ¿Lo conoce?
     — ¿Te acuerdas de cuando le conté a tu madre que había perdido a mi hijo? —asentí, haciendo memoria de ese día—. Pues... Él lo mató. Fue el Juco.

Cerré los ojos con lentitud, soltando aire por la nariz, me mantuve de ese modo por unos segundos, intentando asimilarlo. Mi mamá no fue su única víctima, pero sí fue la última.
     —Él está muerto, doña Leticia —solté, abriendo los ojos de nuevo.
     — ¡¿A eso fuiste anoche, Robin?! —alzó la voz, con la cara preocupada.

Ya no me guardaría más secretos. Ya no quería callarme porque callarme significaba más desgracias para mi vida. Ya no más silencio. Lo que había hecho con el Juco no me remordía nada, no me dolía, no me lastimaba. No sé cuándo me convertí en eso, pero estaba tan tranquilo sabiendo que estaba muerto.

Le expliqué mis razones y le conté todo como había sucedido, desde que empecé a consumir su mercancía, hasta el momento que encontré a mi madre sin vida. No hubo nada que me guardara, lo conté todo porque quería que la señora Leticia supiera que eso que hice no había sido en vano. Que había razones de sobra para quitarnos a ese maldito de encima. Ella aprovechó ese desayuno para contarme por qué el Juco había matado a su hijo hacía casi tres años, poco antes de que nos mudáramos a Fang. Dijo que, al igual que yo, su hijo estuvo en drogas y él era el que se las vendía. Llegó al punto donde se volvió adicción y no pudo parar de pedirle más y más. Hasta que Julio se cobró todas, soltándole un disparo en la frente.
     —No sé de dónde sacaste valor para hacer eso, Robin —susurró la señora, como si alguien nos pudiese escuchar—, pero yo voy a hacer lo posible para que no se sepa que fuiste tú, nadie tuvo los pantalones para hacerlo.

Decidí contarle cómo fue que entré a la casa de Julio, y así también le pedí que me ayudase a esconder la mochila donde estaba el arma con la que Carlos mató a sus hombres, el fierro que le había quitado a Carlos y también el que intercambié con la mía, además de las cajas de tetraciclina y aquel cuadro que robé por curiosidad. Leticia me llevó a su cuarto, diciéndome que metiera la mochila bajo su cama y que cuando me fuera, no me olvidase de llevármela. No lo iba a hacer, tenía muy presente que todo eso, además de peligroso, era importante.

Mientras tanto teníamos que organizar todo para esa noche. Aunque no tuviese los ánimos y la valentía para hacerlo, tenía que hacerlo, porque era mi responsabilidad como hijo de Millaray, organizar su funeral como una forma de agradecimiento por todo lo que hizo por mí.

Nos quedamos callados por un rato, sentados en la orilla de su cama, viendo al infinito, metidos en nuestros propios pensamientos. Yo pensando en cómo hubiese podido impedir todo eso, y ella quizá meditaba lo que iba a cocinar para el velorio.
     —No sé cómo decírselo a mi hermana... —rompí el silencio, dándole el último trago a mi café.
     —Tienes que ser honesto, le va a doler más si se lo escondes. Ella ya está grande, Robin —dijo.

Solo asentí, antes de pedir permiso para levantarme y pasar al cuarto donde estaba mi hermana durmiendo todavía. Quería saber cómo estaba, qué pensaba o qué sentía. Si tenía idea de todo lo que pasó. Si escuchó los disparos que soltó Julio. Quería hablar con ella de una vez, porque la angustia me estaba carcomiendo y ya no quería seguir con eso guardado. Al final de cuentas, ella estaría presente en el velorio y tenía que despedirse de nuestra madre porque entonces, solo seríamos ella y yo.

La desperté, moviéndole el brazo con un poco de fuerza. La vi tan inocente abriendo sus ojos, que me dieron tantas ganas de abrazarla y decirle: "¡feliz cumpleaños!", pero no tenía nada de feliz, y hacerlo solo nos destruiría más por dentro. Preferí que hiciéramos de cuenta que su cumpleaños todavía no llegaba, porque el cuatro de julio se transformó en tristeza; en luto.
     — ¿Por qué le hizo eso? —preguntó con la voz dormitada y los ojos llorosos.

Me tomó por sorpresa y tan vulnerable que no supe qué responder, pero con aquella pregunta supe que ella sí sabía lo que estaba pasando y no podía mentirle echándole un cuento de hadas para transformar la muerte de mi madre como algo normal y que pasaría pronto, porque sabía que sería una situación larga de digerir.
     —Hay personas muy malas, Jeimy. Tenemos que cuidarnos entre todos —fue lo único que pude decir con un nudo enorme en la garganta.
     —Quiero verla... —una lágrima salió de su ojo izquierdo.
     —En la noche la vendrán a dejar aquí para que podamos despedirnos —lloré también.

Me partió el corazón verla así porque, aunque parecía más tranquila que yo y cualquiera podría pensar que no entendía nada, a ella le afectaba mucho. Ella era muy inteligente y sabía que, aunque no se lo dijera directamente, había que resignarse. La madurez con la que lo estaba tomando me sorprendió bastante, ni siquiera yo podía verlo de la manera que ella lo miraba, diciendo que estaba orgullosa de mi mamá porque le salvó la vida, aunque eso significó perder la suya.
     —Sí, Jeimy. Eso es lo que hace una madre y tenemos que agradecerle siempre por lo que ella hizo y seguirá haciendo desde el cielo —asintió con la cabeza sin decir una palabra.

Me abalancé hacia ella para abrazarla y terminar llorando juntos, no quería que ella se desconsolase, que se pusiese mal porque ya no sabría qué más hacer. Ya estaba muy mal y no se puede estar peor cuando se va una persona que amas. Dejé el abrazo y le pedí que me ayudara a llenar de flores el garaje de doña Leticia, que ya habían llegado en un pickup. Quería que ella lo viese como una despedida y que siguiese orgullosa de nuestra madre.

Había cosas que hacer. No podía dejarle toda la responsabilidad a la señora Leticia, ella solo nos estaba echando la mano y no quería abusar de ella. Aunque estuviese muy cansado, fatigado; abrumado por la situación, tenía que estar presente en todos los arreglos del velorio. Quería que mi hermanita y yo despidiéramos a la mujer de nuestra vida como ella lo merecía.

Cuando abrí el portón del garaje para recibir los arreglos, me encontré con una sorpresa que me formó un nudo en la garganta. Una patrulla de la policía estaba estacionada justo frente a la casa. No pude evitar pensar que se habían enterado de la muerte de Julio y que venían por mí. Tenía miedo, mucho miedo de ir a la cárcel, pero tenía más miedo de huir, de quitarme la responsabilidad de una muerte. No iba a poder, y seguramente me perseguiría el resto de mi vida si no lo enfrentaba con valor.
     — ¿Es usted el joven Robin Araya?

Me quedé estático al confirmar que me buscaban a mí. Me encontré en ese vaivén de si admitir que ese Robin era yo, o si de negarlo completamente, aunque evidentemente no iba a funcionar para nada porque si sabían dónde encontrarme, también sabían cómo era físicamente. Con muchos nervios por lo que podía pasar, asentí con un movimiento de cabeza, sin pronunciar ni una sola palabra hasta saber por qué me buscaban.
     —Tiene que acompañarnos —el oficial tenía algunos papeles en sus manos, los cuales miré fugazmente y me llené de dudas.

Al decir esto, otro oficial descendió de la patrulla y se acercó a nosotros, llevaba un par de esposas en las manos y me fue imposible no agitarme. Mi corazón volvió a correr por todo mi cuerpo, en cualquier momento saldría y me dejaría sin vida.
     — ¿Para qué? No he hecho nada… —pronuncié por primera vez desde que los recibí.

Sentí la presencia de la señora Leticia asomándose a la escena por detrás de mí. Volteé la mirada y me di cuenta de que atrás de ella también se iba asomando mi hermana. Ya no tuve tiempo de ordenarle que ingresara al fondo de la casa para evitar que presenciara todo ese embrollo, no pude evitarlo porque al tiempo el oficial pronunció las razones por las que estaban allí.
     —Tenemos que detenerlo como el principal sospechoso de la muerte de Millaray Allendes. Hay algunas preguntas que tenemos que hacerle.

Y fue ahí donde no entendí nada. ¿Cómo iba a ser yo el culpable de la muerte de mi propia madre? Era una completa estupidez y no dudé en hacérsela saber. Grité como un loco, enojado por la ironía. Les dije que no era posible que yo le hiciera eso a mi madre, y entonces me dijeron que lo mejor era que permaneciera en completo silencio. La señora Leticia no aportó nada contra eso, pero sí que pudo tomar a la Jeimy y cargarla para llevarla adentro porque se puso mal.
     —Robin… —susurró primero, después su voz se hizo gritos y llanto—. ¡Él no fue! ¡Fue otro señor! ¡Dejen a mi hermano! —al oír eso, los oficiales se vieron a los ojos entre sí antes de proseguir.

Su voz se perdió en el interior de la vivienda, mientras a mí me colocaban las esposas antes de subirme a la patrulla. No pude contener mis lágrimas; mi llanto. Estaba en los asientos traseros, acompañado del oficial que me esposó, me apenó mucho mostrarme tan vulnerable, mis sollozos eran sonoros y seguramente molestos.

En un momento del viaje, el oficial probablemente sintió empatía, y trató de calmarme con palabras sinceras. Se puso en mis zapatos. Y es que, si me hubiesen dicho que iban por mí por la muerte del Juco, me hubiese ido sin problemas, quizá con miedo, pero no habría puesto resistencia, y mucho menos hubiese llorado tan afectado.
     —Respire con tranquilidad. Esto no es definitivo, solamente necesitamos su declaración porque según tenemos entendido, usted fue quien encontró el cuerpo de la señora Millaray y luego de eso se dio a la fuga, por lo que evidentemente es sospechoso.
     —Pero, ¿cómo cree que iba a hacerle eso a la mujer que me crio durante estos catorce años? La amo, y me duele todo lo que está pasando —volví a sollozar antes de añadir—: Hoy es su velorio, no pueden quitarme la oportunidad de despedirme de ella…

Suspiré resignado a todo. Pondría de mi parte para que todo sucediera de la mejor manera posible, pero no podía hacer como si eso no me afectaba. Estaba dejando a mi hermana sola otra vez, cuando más me necesitaba. En su cumpleaños.
     —Nada está dicho, todo depende de su colaboración.

Las preguntas comenzaron y yo iba contestando todas con completa sinceridad. Seguía afectado, pero aun lleno de lágrimas aporté todo lo que pude. Mi mayor impulso fue que me dejaran ir ese mismo día para poder estar presente en el velorio.

Logré que poco a poco me fueran descartando como el culpable, pero inevitablemente flaqueé cuando me preguntaron si sabía quién había cometido el asesinato. Cuando me cuestionaron si sabía alguna razón por la que pudieran hacer tal cosa. Si estábamos metidos en cosas malas. Todo eso fue difícil de pasar, pero me armé de valor y admití que sí, que había una deuda que nos pisaba los talones, pero también añadí que ese mismo día la iba a pagar y que dejé una parte del dinero en casa.

Después de mi declaración, la persona que me interrogó, me mostró la única prueba que tenían para hallar al responsable, y esa era la nota que acompañaba a las flores. También me mostró un sobre con los seis mil ebrus que Ismael me había prestado. Afortunadamente junto a ellos estaba el comprobante del retiro monetario del cajero. Tenía el número de cuenta de Ismael y obviamente su nombre, por lo que dijeron que se lo entregarían al dueño y no a mí. Yo estuve de acuerdo, siempre y cuando me dejaran ir, que era lo que me urgía.
     —Vamos a llevarlo de vuelta a su casa, quisiéramos charlar un poco con la menor que usted menciona que estuvo presente cuando sucedió todo.

Al principio me dio miedo permitirle eso, no quería involucrar mucho a mi hermana porque quería que estuviese lo mejor posible dentro de lo que cabía, pero en cuanto me afirmó que todo el proceso sería en la sala de la señora Leticia y que sería acompañado de una psicóloga, accedí. Al final de cuentas, quien más sabía de cómo ocurrió todo, era ella, por mucho que doliera decir eso último.

La madera de la caja soltaba su olor, regándolo por todo el espacio, pero las flores también hacían su trabajo, dándole a eso el ambiente de lo que realmente era. Había personas sentadas alrededor que yo no conocía, pero que según doña Leticia, eran amistades de mi mamá.

Estaba sentado al lado de la Jeimy, tomándole la mano, mirando el ataúd con los ojos desbordados de lágrimas. Ya las autoridades habían hablado con ella, obteniendo la información que necesitaban. Me dolió mucho verla tan afectada, obligada a volver el tiempo atrás y recordar cada cosa. Me partió el corazón cada vez que ella les repetía una y otra vez que yo no había hecho nada, que yo ese día me encontraba trabajando y que ella estaba sola con mamá viendo televisión cuando el señor ingresó a la casa con las flores en mano. Ella dijo que pudo ver al tipo, que iba sin playera y tenía dibujos en todo el cuerpo y una pistola. Todo desde el gabinete de la cocina donde Millaray la escondió cuando se dio cuenta de que estaban intentando entrar a la casa a la fuerza, y todo por mi culpa.

En mi mente le pedía perdón por cada cosa que hice mal, por mis errores, por todo mi yo, erróneo, equivocado, confundido y desviado. Ya nada me la podría devolver, pero al menos la tranquilidad de su perdón me dejaría dormir cuando no hubiese quién me deseara las buenas noches.

El portón del garaje estaba abierto de par en par, podía ver a las personas de la cuadra pasar y mirar hacia adentro, murmurando cosas que solo ellos sabían. En ese momento no les presté tanta atención.

Mi hermano Tadeo dejó a su hija con una amiga, no quiso llevarla a esa situación tan triste. Fue el primero que me mostró su apoyo cuando llegó. Me dijo que, si lo necesitábamos, podíamos ir a vivir con él. Yo acepté sin dudar, porque seguir viviendo bajo el mismo techo donde murió mi madre, iba a ser más doloroso, impidiéndonos seguir adelante.

Escuché el motor de un carro acercándose y luego se apagó. Al rato entró Ismael, vestido formal como siempre, pero de luto como ameritaba la situación. Me dijo que ya la policía se había comunicado con él y con el banco para arreglar el asunto del dinero. También me dijo que de todas maneras lo había conservado en efectivo para devolvérmelo y que sirviera para los gastos del velorio, al igual que lo que rescaté que estaba destinado a lo del viaje al lago que definitivamente ya no se haría.

Caminó hacia mí, saludando de lejos al resto de personas que él no conocía. Se acercó a mi hermana y le dejó un beso en la frente que ella recibió muy bien, aun sin conocerlo. Después se dirigió a mí, con los ojos contagiados de lágrimas también. Me tomó el brazo y me levantó de la silla para abrazarme fuerte estando de pie. No pude evitar llorar una vez más. Tenerlo ahí me hacía sentir bien dentro de lo que cabía, porque me quedaba claro que, en los peores momentos de mi vida podía contar con él.
     —Yo lo siento tanto, tanto, tanto, Robin —susurró en mi oído sin soltar el abrazo—. Sé lo que estás pasando y creéme que aquí voy a estar para ti —soltó el abrazo y se permitió tomar solo mis manos—. Cuentas conmigo para todo lo que necesites tú o tu hermana —asentí con la cabeza—, pero por favor no se dejen caer, se necesitan el uno al otro.

Tenía toda la razón. En ese momento se nos permitía llorar y descargar la tristeza, pero después de ahí solo nos quedaba seguir el camino y continuar nuestra vida, demostrándole a Millaray que podíamos hacerlo, porque aprendimos de la mejor.

El alcalde Güido se acercó, después de que varias personas se preguntaran lo que hacía él allí. Cuando lo llamé para darle la noticia, él estaba en una reunión y tuvo que salir para llegar a Fang y estar presente. Lloraba amargamente, al igual que nosotros, porque lo que él llegó a sentir por mi mamá, no lo pude discutir, aun cuando él también cometió errores conmigo, pero ese cariño fue muy fuerte, muy real y lo noté en la alegría de mi madre. Su cariño hacia ella fue tan sincero, que el viejo cumplió con cada una de las palabras que dijo cuando prometió que nunca más volvería al Ubulili, dedicándose completamente a mi mamá. Me abrazó y lloramos juntos. Me dijo que lo sentía y yo le dije lo mismo. Ambos estábamos perdiendo a una persona muy importante, y teníamos que estar unidos como bien nos habían dicho tantas personas.
     —Cómo quisiera que todos estos arreglos fueran globos y piñatas, para celebrar el cumpleaños de la niña en lugar de esto —dijo.

Yo también quería lo mismo, nadie se imaginaba cuánto deseaba eso, pero recordar que estábamos velando a mi madre el día del cumpleaños de mi hermana, era más doloroso para mí que me sentía culpable. Tal vez lo era, o tal vez no, porque mi error no tenía nada que ver con mi familia y aun así Julio la involucró para destruirme. Y lo logró.

Güido se acercó a mi hermana y la cargó en sus brazos para abrazarla fuerte. Los dos lloraron desconsolados, aunque la Jeimy hacía más ruido que el otro, pero ambos estaban sufriendo y me lastimaba verlos así porque al final de cuentas eran mi familia, aunque Millaray y el alcalde nunca pasaron de ser novios.

Vi llegar a Rodrigo vestido completamente de negro y con rostro de nostalgia. Era un gran amigo, y no esperaba menos de él que acompañarme en esos momentos tan difíciles de mi vida. Tenerlo entre mis brazos me daba un poco de fuerza. Su apoyo era incondicional y ahí me di cuenta de lo mucho que él valía a pesar de todo lo que pensé cuando lo conocí. Estaba conmigo en los peores momentos y también estuvo en los mejores y de eso no había duda.
     —Lo siento mucho, Robin —dijo en mi hombro—. No quiero que pienses que tengo algo contra ti por lo que pasó, hiciste lo que creíste que debías hacer y no te juzgo por eso —susurró—. Aquí estoy para ti, ¿oíste?

Asentí sin decir nada. Ya con él me había desahogado la noche anterior. Él sabía todo lo que había pasado y cómo había pasado, y en ese mismo momento que le conté todo junto a Arturito, me dio su apoyo y sus consejos para lo que se venía.

Rodrigo se sentó a mi lado para seguir hablando y apoyándome porque, aunque ya habíamos hablado, todavía había muchas cosas que decir y él no se las iba a guardar si creía que me podían ayudar a sentirme mejor, o, aunque sea, menos peor.
     — ¿Puedo ir al cuarto, Robin? —preguntó mi hermana Jeimy, acercándose a nosotros mientras Güido salía a fumar a la calle.
     —Voy contigo... —contesté, tomándole la mano.

Ella pronto respondió con un «no», negando con la cabeza. Entendí que quería estar sola porque para ella tampoco era fácil. Aunque fuera más inteligente que yo, le dolía y eso nadie podía quitárselo. Tenía nueve años, en ese momento cumplidos, y le tendría que haber quedado más tiempo para vivir al lado de mamá.
     —Es que quiero hablar con Dios a solas. Quiero que me la cuide mucho —sollozó.

No tuve otra opción más que dejarla ir al cuarto a hablar con Dios. Seguramente pediría por su alma, por su perdón y le contaría todo lo buena que fue Millaray en cada momento. Ella merecía el cielo para mí. Con el simple hecho de haber criado a un niño que no era su hijo, pero que lo convirtió en eso, ella para mí ya era un ángel. Mi ángel.

Rodrigo y yo seguimos hablando, entre susurros para evitar que las demás personas escuchasen cosas que no les incumbía. Nuestra conversación se interrumpió cuando con mis ojos hinchados y húmedos, vi entrar por el portón al Batto, vestido de negro, con un ramo de flores y con semblante serio, pero a la vez contagiado por el ambiente triste que se sentía por todo el lugar. Lo vi caminar hacia donde nosotros nos encontrábamos sentados, pero estaba tan sorprendido que no supe cómo reaccionar hasta que Rodrigo se dio cuenta y me ayudó a ponerme de pie, jalándome del brazo. Lo vi a los ojos y no pude contenerme. Corrí a sus brazos buscando consuelo, buscando amor. Estaba tan agradecido porque estuviera ahí, porque a pesar de todo lo que vivimos los últimos días, él se acercó a mí a mostrarme su apoyo.

Fue muy duro, fue demasiado duro afrontar la muerte de mi madre estando solo. Y tenerlo en mis brazos cuando me abalancé sin pensarlo y sin importarme lo que los demás pensaran, solo me daba más fortaleza para enfrentar mi vida después de eso. Refundí mi cara entre su cuello y su hombro, mis sollozos se hicieron más ruidosos que antes y mis manos apretaban su ropa mientras nos abrazábamos.
     — ¡Gracias, Batto! Gracias, gracias... —susurré, apretando su cuerpo.
     —Te quiero tanto, Robin... —su voz se quebró, y sus brazos me apretaron aún más. Fue el abrazo más fuerte que había recibido nunca.
     —Yo también te quiero, Batto, te quiero tanto y perdóname amor... —mi voz se ahogaba entre su chaqueta, pero él podía oírla muy bien—. Estoy pagando todo lo que hice mal y me siento tan hecho mierda, Batto...

No mentía. Estaba destrozado y su abrazo fuerte me devolvió un poco de esperanza, de poder sentirme mejor cuando ya no estuviese ahí, en el velorio de mi madre, sino afuera, empezando de cero.
     —No digas eso...
     —Te necesito tanto, te necesito, amor, no me sueltes por favor... —lloraba y lloraba sin parar. Nunca me había aferrado tanto a alguien. Tal vez porque nunca tuve a alguien que me apoyase y me quisiese tanto como él. Tal vez porque nunca tuve a alguien a quien aferrarme...
     —Aquí estoy, amor... —contestó, dejándome un beso en la sien—. No te voy a dejar solo, eres lo mejor que me ha pasado y sé que me necesitas, y yo también te necesito, Robin —puso sus manos en mi cuello para verme de frente y seguir hablándome—, pero quiero que seas fuerte, amor —sus ojos me daban seguridad y tranquilidad—. Y yo voy a darte todo de mí para que puedas con todo esto, juntos vamos a poder. ¿Bueno? —me dejó otro beso en la frente y yo no dudé en volver a abrazarlo.

Lo necesitaba tanto en mis brazos. Quería su apoyo, sus besos, sus palabras. Todo, todo era importante y vital para mí, porque todo de mí, quería y necesitaba todo de él. Porque como una vez le dije en el mirador, él me daba seguridad, y esa noche del cuatro de julio, no era la excepción.

En medio del abrazo y de las palabras de apoyo, los oídos de todos los que estábamos presentes, fueron invadidos por un sonido; un sonido que ya había escuchado antes y que no me gustaba para nada. La primera vez que lo escuché fue cuando mi madre me llevó al hipódromo de Gahona a ver una carrera de caballos. La segunda vez que lo oí, fue al poco tiempo que llegamos a Fang, cuando vimos a una patrulla de la tira persiguiendo a un delincuente. La tercera vez que lo escuché, fue la noche anterior, cuando Julio me hirió el hombro...

El disparo se escuchó tan cerca, que mi reacción fue casi instantánea. Cuando apenas lo escuché, abrí los ojos de par en par, solté al chino para separar el abrazo y salí corriendo al cuarto de doña Leticia. Todo a mi alrededor corría a cámara lenta. Mis oídos no podían escuchar bien después del disparo, pero mis ojos sí que podían ver, y lo que vieron cuando entré, fue una vez más mi vida pasar. Mi corazón perdía otro pedazo de él, que se cayó estrellándose contra el suelo, partiéndose en millones de pedazos como un vaso de cristal. Ya no podía estar arriba, porque la vida me estaba tirando cada vez más al piso, restregándome mis errores en la cara, pero, sobre todo, en el alma.

Las sábanas de la cama se tiñeron de rojo, un rojo que casi se volvía negro. Mi hermana reposaba sobre el pozo de sangre que se formó a su alrededor. Un punto en su estómago resaltaba de su vestido negro, dejando ver su piel, y de ella su carne que sangraba.
     — ¡¡JEIMY!! —grité eufórico, lleno de lágrimas. Una vez más—. ¡Jeimy, Jeimy, Jeimy! —repetí—. Hermanita, no no...

Batto y Rodrigo corrieron atrás de mí, y en medio de todo el caos pude ver cómo Rodrigo se agachó a recoger mi mochila del medio del cuarto y salió del lugar escondiéndose de los ojos de las demás personas.

Me tiré para sostener el cuerpo de mi hermana. Cuando lo hice, el arma que había intercambiado con el hombre del Juco, cayó de su mano hacia el suelo, soltando otro disparo que se perdió debajo de la cama.
     — ¡Salgan de aquí! ¡SALGAN! —gritaba la señora Leticia, empujando a las personas hacia afuera—. ¡Llamen a una ambulancia! —escuché al fondo de la escena.

Vi a Ismael entre la multitud, ofreciendo su auto entre gritos como una mejor opción porque era mejor llevar a mi hermana de inmediato, antes que esperar que una ambulancia llegase. Mientras yo negaba y maldecía cargando el cuerpo de mi hermanita, Batto me cogió del brazo para sacarme del cuarto y correr al vehículo de Ismael para no perder más tiempo. Salimos de ahí con el paso apresurado, pero a la vez parecía que el tiempo corría lento y que cada paso era más largo que el anterior, mientras que las personas nos abrían camino para salir, mirando con gestos de preocupación, de miedo y de tristeza.

Ismael abrió la puerta de atrás para dejarme subir. Batto me ayudó a meterme sin tener que bajar a la Jeimy de mis brazos.
     —Voy contigo, Robin —dijo él, subiéndose también al coche sin esperar más tiempo.

Ismael arrancó inmediatamente, alejándonos de mi madre metida en un ataúd. No entendía, no asimilaba y no digería el hecho de que pasase de velar a mi madre, para llevar al centro de sanidad a mi hermana, a la otra persona que me quedaba después de ella, desangrándose por un disparo. Por mi culpa, por haber dejado la mochila en ese sitio y no haber revisado que todas las armas se hallasen descargadas. Inútilmente creí que era un buen lugar fuera de la vista y el alcance de cualquiera. No fue así, no funcionó porque ella la encontró, la revisó y la abrió, y pasó lo que pasó, y yo no podía saber cómo ocurrió, tampoco si lo había hecho ella con toda la intención de irse con mamá o si fue todo un accidente por su ignorancia ante el arma.
     — ¡¿POR QUÉ?! ¡Mierda, ¿por qué?! —grité dentro del auto, con su cuerpo acurrucado con el mío, trasmitiéndole de pecho a pecho cada latido veloz que mi corazón producía con la intensidad de la vicisitud.

El chinito colocó su mano en mi hombro herido tratando de calmarme, ni siquiera puse atención a las punzadas que me dio su tacto. Estaba muy alterado, yo me sentía... no, no me sentía. Estaba muerto en vida.
     — ¿Por qué todo a mí, Batto? —renegué, llorando desconsolado—. ¿Por qué me está pasando todo esto a mí? ¿Qué hice para merecer esto? ¿Por qué no me llevan a mí y dejan a las personas que amo en paz?

No podía controlarme, no podía dejar de pensar, dejar de lamentarme y de arrepentirme por todo lo que me llevó a eso. No sé si era el karma, pero me estaba pegando tan fuerte, que no sabía si iba a poder aguantarlo...

El médico preguntó si el cuerpo iba a ser velado. Era de noche cuando murió. Mi pequeña luciérnaga se estaba convirtiendo en una estrella para brillar todavía más. Entonces tenía dos razones para mirar al cielo y llorar, antes de pedir mil veces perdón.

La policía llegó al hospital y nuevamente me interrogó. Antes de hacerlo también interrogó a las personas en el velorio. Habló con Leticia y ella les dijo que el arma era suya, que la mantenía guardada en el cajón de la mesa auxiliar y que mi hermana la tomó. Las autoridades determinaron una irresponsabilidad de parte de Leticia por no mantener el arma descargada y asegurada, por lo que se le sancionó con una multa de quince mil ebrus con un plazo de doce meses para cancelarla. Me ofrecí a pagar la multa porque era mi responsabilidad y Leticia solo intentaba ayudarme.

La investigación cerró con el resultado de un posible suicidio, y al analizarlo no pude evitar ponerme peor, porque quizás el hecho de que le hicieran volver a vivir todo lo sucedido cuando la interrogaron la había puesto en una soga tambaleante, donde caminaba en equilibrio de un extremo a otro hasta que cayó.

Supe con el entierro de ambas, que tenía que salir de ahí, de ese mal que se extendió como una fiebre por delante, dejándome luto, tristeza y decepción. Tenía que buscar y hallar la manera de progresar, de entender y procesar. De sanar y salvarme a mí y a cualquiera que estuviera cerca.

Todo lo que necesitaba era un poco de morfina para anestesiar mi dolor y seguir adelante. No sabía cómo, pero debía hacerlo, porque el verdadero espectáculo aún esperaba a ser presentado, y me decía en cada aguja del reloj que no había vivido ni la tercera parte de lo que el destino tenía preparado para mí...

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