Papá por sorpresa// Christoph...

Oleh Guiliana16

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Para muchos tener un hijo es una bendición en especial para ___ pero a su ex Christopher Vélez le fue una tot... Lebih Banyak

Capítulo 1
¡Adiós Legarda!
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo

Capítulo 6

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Oleh Guiliana16

_______ echó un vistazo al reloj y comprendió que tenía que decidirse. Ya eran casi las siete, y Christopher solía dejar el trabajo a las seis. Aunque no estaba muy segura acerca de lo que él tenía pensado, desde Roseville Chase hasta Lane Cove no había mucha distancia, y quería estar preparada para él. Y también para recibir a Juliette Hardwick esa tarde.

Vestía siempre de negro cuando trabajaba, porque era un color clásico que, al mismo tiempo, no llamaba la atención. Era muy importante que las chicas que se probaban los trajes se sintieran deslumbrantes, más elegantes que ninguna otra. Además, su ropa negra era un fondo perfecto para que destacaran los trajes de novia, mientras ella se movía de un lado para otro, frente al espejo, poniendo alfileres aquí y allá y haciendo retoques.

Por otra parte, para dar de mamar a Charlotte, lo más práctico era una túnica abotonada por delante, pero, finalmente, la vanidad la hizo decidirse por un conjunto de seda, con escote y un cinturón dorado, que era, la verdad, lo que más sexy le quedaba, con el tejido ajustándose a sus curvas, con suave delicadeza, acentuando su feminidad.

Durante el embarazo había llevado ropa amplia las más de las veces y ahora que, más o menos, había vuelto a tener su figura de siempre, la tentación de sentirse de nuevo mujer vencía al sentido común. Además, en el hospital, Christopher la había visto hecha un desastre, y no vendría mal recordarle el aspecto que podía lucir, a modo de bienvenida, y como recompensa si de verdad resultaba tan buen padre como decía para Charlotte.

En aquel punto, no estaba segura de hasta dónde debería llegar con la recompensa. A Mariana no le faltaba razón. Mostrar su aprecio por el esfuerzo podía consolidar una actitud más positiva y, de todas formas, valía la pena intentarlo. Si Christopher se daba cuenta de que ella hacía por él ese pequeño esfuerzo, bien pudiera ser que él hiciese más de uno por Charlotte.

Ya tomada la decisión, _______ sacó del armario la percha con el traje. Su cintura no había vuelto del todo a sus medidas habituales, pero, como tenía más grandes los pechos, la figura seguía siendo armónica. Luego se puso unas chinelas doradas y fue en busca del par de pendientes, negros y dorados, que le iban a su corte de pelo, que a mediodía se había lavado y secado, marcando cuidadosamente las mechas delanteras, más largas, que se curvaban ahora con suavidad sobre ambas mejillas. Era un peinado sofisticado, que se adaptaba admirablemente a la forma de su cabeza, más corto por atrás para acentuar la curva del cráneo y el cuello. Un flequillo muy juvenil suavizaba la severidad del corte, y servía para acentuar sus grandes ojos cafés.

De acuerdo con la política de Mariana, que era presentarse siempre de forma impecable, ________ se había tomado su tiempo para maquillarse, aplicándose sombra en los párpados en dos tonos de gris. Sus largas y espesas pestañas resaltaban todavía más con el rimel. Equilibró el oscuro carmín de los labios con un colorete muy discreto, realzando un poco sus pómulos Mariana solía insistir en que las manos también eran importantes, así que se cubrió las bien cuidadas uñas con esmalte rojo.

Ahora que llevaba el pelo corto, le gustaba llevar pendientes. Tenía el cuello largo y le sentaban bien los pendientes que colgaban.

Una vez se puso los pendientes que buscaba, se miró al espejo, y su estado de ánimo sufrió una decidida mejoría. No estaba mal. Nada mal. Se sonrió a sí misma y pensó que Christopher iba a notar una considerable diferencia respecto al día anterior.

No es que deseara animarlo demasiado, sino más bien hacerle una especie de insinuante promesa si era capaz de asumir la convivencia con Charlotte. No iba a tener a la madre sin la hija: ambas iban en el mismo lote. Y sobre Charlotte no cabían concesiones.

Se acercó a la cama, que era de matrimonio. Sobre ella descansaba el moisés, rodeado de almohadones para mayor seguridad. Al acercarse a comprobar lo tranquilamente que dormía la niña, aspiró su fresco y dulce olor. Había sido delicioso bañarla aquella tarde y verla chapotear, mirándola con los ojos bien abiertos, como si pidiera explicaciones sobre aquella novedad, sin dejar por ello de disfrutar. Todo era nuevo para ella en el mundo, y ________ esperaba que nada viniera a estropearle el irlo descubriendo durante mucho, mucho tiempo.

Salió silenciosamente del dormitorio, y, cuando pasaba frente a la puerta de la cocina, oyó llamar a la puerta. El corazón le dio un vuelco. Tenía que ser Christopher. El destino había decidido que sus caminos volvieran a cruzarse. Se rehízo y, rogando para no verse decepcionada, dio los últimos pasos para abrirle la puerta al padre de su hija.

Con una pequeña sonrisa esperanzada, dirigida a todo cuanto hubiera de bueno en Christopher, _________ abrió la puerta. Al otro lado la esperaba una sonrisa muy parecida, pero apenas reparó en ella, porque su corazón se contrajo ante la pura vitalidad masculina que la impactó.

Christopher llevaba pantalones vaqueros y una camiseta de color crema y azul marino. Se había ido a cortar el pelo y su rostro aparecía tan limpio y atractivamente perfilado que _________ no pudo evitar quedárselo mirando, absorbiendo todas sus bellas facciones: la ancha frente que las firmes y arqueadas cejas subrayaban, los ojos miel que brillaban como miles de estrellas en el cielo, la sorprendente escultura de su nariz y los pómulos, así como la burlona sensualidad que la plenitud de los labios daban a su boca.

A ________ le llegaba el olor de la loción para el afeitado que se había aplicado, con su ligero toque de especias, y se sintió impulsada a probarla, disparatadamente inclinada a deslizarle la lengua sobre el ligero hoyuelo que tenía justo encima de la firme y fuerte línea del mentón.

-________- Christopher curvó la boca en una sonrisa turbadora mientras elevaba las manos en un gesto apreciativo del aspecto de la mujer que tenía delante-. Estás fantástica. Me siento como si me hubiera atropellado un camión -se echó a reír-; estás tan hermosa, que me siento aturdido.

________ también rió. Él le había causado el mismo efecto.

-Si hasta tu pelo... -sacudió maravillado la cabeza.

-¿Te gustaba más largo?

-No... así está distinto, pero te pega mucho -añadió con viveza.

-Sé que te gustaba largo, pero me estorbaba durante las pruebas; se me venía hacia delante, cuando me inclinaba... -se dio cuenta de que le estaba explicando algo sin importancia, por puro nerviosismo.

-No importa -su mirada decía que _______ le encantaba de cualquier forma -y el estómago de ella sufrió una sacudida.

-Tú también estás estupendo, Christopher.

Él tomó aliento con fuerza.

-¿Puedo entrar, _______?

-¡Oh! -exclamó ella, soltando de pronto todo el aliento que, sin saberlo, había estado conteniendo. Se sentía tan desasosegada como una quinceañera en su primera cita: deseosa de que todo saliera a la perfección, y asustada de estropearlo, de llegar demasiado lejos, de quedarse corta. Aquello era absurdo. Pero si ya habían tenido una hija. Y, sin embargo, el recuerdo de pasadas intimidades solo, servía para agravar las cosas. Se estaba jugando tanto...

-No voy a saltar sobre ti, ______. Sé que necesitas tiempo -dijo él suavemente.

Ello comprendía. El alivio y la alegría se extendieron por el interior de _______ y finalmente se reflejaron en una sonrisa brillante.

-Cómo me alegro de que hayas venido, Christopher -________ hablaba deprisa; se echó a un lado para dejarlo pasar-. Siento lo de anoche: haberte echado así, tan, tan...

-No pasa nada. Debiste de sentirte muy agobiada, con el bebé, conmigo, en fin, que se te vino el mundo encima.

-Sí, algo así fue. Yo no sabía qué pensar.

-Ya lo arreglaremos, _______ -le dijo, mirándola directamente, ofreciéndole en serio su intención de llegar a ponerse de acuerdo con ella.

Por su parte, ________ sintió que el corazón se le henchía de esperanza, y el amor que una vez compartieran volvía a brotar. Quería echarse en sus brazos, abrazarlo, besarlo, hacer el amor con él con salvaje abandono; volver a disfrutar sin inhibiciones de la alegría de estar juntos, de saber que él era su hombre y ella su mujer. Sin embargo, se obligó a ser sensata. Entraron y cerró la puerta.

-Eso me gustaría, Chris -le dijo con abrumadora sinceridad.

El aire entre ellos se había cargado repentinamente de esperanzas, sueños y deseos. Christopher le tomó las manos con suavidad, y preguntó:

-Bueno, ¿qué tal está la cría?

«La cría».

Aquello disipó de la mente de _______ la cálida neblina que la invadía, pero esta vez no se ofendió. Christopher tenía buena intención y estaba poniendo de su parte.

-Estupendamente -dijo sonriendo-. Le encanta el baño; tendrías que haberla visto, Christopher. Estaba tan...

_______ se calló de pronto, al darse cuenta de que estaba parloteando como la típica madre que no sabe hablar de otra cosa más que de las más nimias actividades de su bebé. Esa era una de las cosas que Christopher había criticado de ser padres.

-Continúa -le dijo Christopher.

________ tragó saliva. Se le había quedado la mente en blanco y no se le ocurría nada que decir.

-Vas a pensar que estoy atontada -dijo, con un suspiro.

-________, quiero compartirlo todo contigo: no me rechaces -la tierna angustia que había en su voz y en su mirada le llegó a ________ al corazón.

-Pero tú dijiste...

-Olvídalo, por favor.

________ sacudió la cabeza, incapaz de esconder bajo la alfombra la discusión que los había separado, y pretender que nada había sucedido.

-No te quiero aburrir, Christopher .

-No lo harás -respondió dando un paso hacia ella y buscando con las manos sus hombros para persuadirla-. Contemplar tu rostro lleno de alegría y tu mirada iluminada no me podría aburrir jamás. Deseo saber lo que hay detrás de ese sentimiento, y que me salpique a mí también, sentir esa alegría - Christopher suspiró con fuerza antes de añadir-: por favor, no te escondas de mí.

El pecho de ________ estaba tenso como la piel de un tambor, mientras que su corazón interpretaba en él toda una escala de percusiones. El deseo reflejado en los ojos de él la confundía, pero, al fin, consiguió dominarse y recordar qué había dado pie a que Christopher se expresara tan apasionadamente.

-¿Quieres decir que deseas que te cuente lo del baño de Charlotte?

-Sí. Cualquier cosa. Todo -respondió con vehemencia.

________ dejó escapar una risa nerviosa mientras su confusión aumentaba. Todavía dudaba.

-Pero si en realidad no es nada.

Christopher le levantó la barbilla suavemente con un dedo, hasta hacer que sus miradas coincidieran.

-________, me hacías pasar ratos estupendos contándome lo que habías hecho. Déjame disfrutar de nuevo escuchándote.

________ intentó relajarse, responder, pero se encontraba en un estado de ánimo distinto, y la anécdota habría sonado falsa y forzada.

-Perdóname, Christopher, pero ya no me apetece.

-Entonces te traeré una bebida -dijo, y se dirigió a la cocina, sin dejar de hablar, intentando que _______ volviera a sentirse a gusto con él, como solía-. Solías tomar jerez. ¿Puedes tomar una copita, o preparo dos tazas de té? ¿Qué prefieres?

-Un poquito de jerez no me hará daño. Hay una botella en el armario, al lado del frigorífico.

-Muy bien, marchando.

________ se sentó en la silla que había al otro lado de la encimera, dejando a Christopher que encontrara las cosas por sí mismo. También ella necesitaba tiempo para decidir cómo continuar. Y no era fácil pensar, cuando lo que le apetecía era sencillamente quedarse mirando a Christopher , que, moviéndose con soltura por la cocina, preparando las bebidas, era una alegría para la vista. Parecía que se encontrase en su casa. La única nota que hacía nueva la situación era el bebé, quien convertía esa tarde en una especie de examen.

-¿Qué tal así? -preguntó Christopher al servirle el jerez. Había acertado con las copas, y a ella le había servido con mucha prudencia.

-Estupendo. Gracias.

-De nada. Y ahora dime qué te apetece para cenar. Yo cocino.

________ dio un sorbito al jerez mientras buscaba la mejor manera posible de decirle que tenían limitado el tiempo.

-Quédate ahí sentada, descansando, que yo me encargo de todo.

-No vamos a poder disponer de mucho tiempo, Christopher . A las nueve en punto recibo a una clienta en el salón de pruebas de la casa de Mariana para hacerle ajustes a su vestido de novia, y antes tengo que darle su toma a Charlotte. Es mejor que no te molestes.

-Ni hablar. No voy a dejar que adquieras malas costumbres -dijo él, moviendo la cabeza, mientras miraba el reloj con el ceño fruncido-. Son las ocho menos cuarto. A las ocho y media puedo tener preparada una cena decente. ¿A qué hora le das la toma a la cría?

-A las ocho.

-¿Y cuánto se tarda?

-Unos veinte minutos.

-Entonces tenemos tiempo suficiente para cenar, antes de que te vayas a trabajar. Ya recogeré yo después -el rostro de Christopher se iluminó de repente-. Puedes dejar a la cría conmigo, y así no tienes que estar pendiente de ella mientras trabajas.

Christopher estaba intrigado. ¿Cómo podía saber ________ que lo que la niña iba a hacer era algo más que mojar el pañal? Él no podía apreciar ningún signo revelador. El bebé lo miraba con total placidez, con los ojos bien abiertos, como si recordase la reciente conversación entre los adultos y lo estudiara antes de darle el visto bueno como sustituto.

-Soy tu padre, pequeñita -le advirtió él-. Será mejor que te vayas acostumbrando.

La carita adoptó de repente una expresión belicosa. Los bracitos dejaron de agitarse y se extendieron con los puños cerrados.

-¿Quieres pelea, eh?

No obtuvo respuesta. En su lugar, contempló cómo se arrugaba el pequeño rostro, con expresión reconcentrada, y se iba poniendo colorado. Transcurrieron varios segundos. Christopher comprendió al fin que la pequeñaja estaba haciendo fuerza. Y entonces se acabó el esfuerzo, sobrevino el alivio y la relajación, la carita expresó una paz gozosa. Era todo tan evidente que Christopher tuvo que reírse.

-Te has quedado a gusto, ¿eh?

Recordó la descripción que _________ le hiciera de la gama de gestos y expresiones de la niña al ser bañada, y movió la cabeza divertido. ¿Quién iba a creer que la personalidad se desarrollaba tan pronto? Se dio cuenta de que verla crecer podría resultar fascinante. A lo mejor los padres a los que se les caía la baba no estaban tan equivocados, después de todo. Por otra parte, entregar el poder doméstico a un bebé era patentemente absurdo.

Christopher tomó el moisés y lo llevó al dormitorio. No había razón para tomar a la niña en brazos de momento: solo serviría para que se manchara ella y que lo manchara a él. Dejó el moisés en la cama y miró lo que ________ tenía sobre el cambiador. Le pareció que también le vendrían bien una toalla y una esponja, y las tomó del baño. Cambiar pañales acarreaba riesgos insospechados: esa misma mañana, el crío de Richard se había comportado como un surtidor, empapándole la cara antes de que pudiera taparlo con una toallita.

Con todo al alcance de la mano, Christopher se sintió perfectamente capacitado para la operación, para la cual empezó por poner a la niña en el cambiador, manteniéndola en posición horizontal, en prevención de posibles fugas. Completada con éxito la misión, Christopher procedió a soltar los cierres del pijamita, mientras sonreía triunfante, liberando luego los piececitos, y retirando la prenda de la zona de operaciones.

-Tienes que reconocérselo a tu papasíto. Es un tipo capaz de planificar. Y eso es lo que debe uno hacer en esta vida para evitar contratiempos.

Como respuesta obtuvo una sonora pedorreta, acompañada de un hilillo de baba.

-Qué falta de respeto -la reprendió él-. Has de corregirte. Se supone que yo represento en tu vida a la autoridad. No querrás empezar con mal pie.

El olor empezó a ascender al desabrochar Christopher las lengüetas de plástico del pañal. Era una peste increíble; peor que el olor de los huevos podridos. La garganta de Christopher se contrajo mientras luchaba contra las arcadas. Valientemente, retiró la parte anterior del pañal. La fuente de aquel olor se manifestó entonces en todo su pringoso horror amarillo verdoso.

-¡Puag! No me extraña que te quisieras deshacer de esto.

Un gorjeo de la niña pareció venir a darle la razón. A toda prisa, pero con cuidado, Christopher retiró la celulosa y la enterró en un montón de pañuelos de papel, y luego comenzó a limpiarle el culito a la niña, que estaba pringado por completo. Christopher se dijo que aquellos pañuelos eran un gran invento, pero se alegraba de haber tenido la precaución de hacerse con la esponja y la toalla, para poder limpiar adecuadamente hasta el último resto de esa porquería.

El asalto a sus nervios olfativos había disminuido al acostumbrarse al hedor. O tal vez éste se hubiera disipado. De una u otra forma, pasado un tiempo, no resultaba tan repugnante. No era que fuera una tarea demasiado grata, pero tampoco lo era usar un decapante, por ejemplo, y era algo inherente a su trabajo con los muebles.

Por otra parte, ahora empezaba a entender mejor la manía casi obsesiva que los padres tenían con que los niños dejaran de usar pañales. Tras aquello había una buena razón. La obsesión estaba bastante justificada. Comprendía lo importante que se volvía ese paso para quienes tenían que afrontar esta situación a diario, y decidió mostrarse más comprensivo en adelante con las discusiones sobre entrenamiento de esfínteres.

-Ya estás -le dijo a la niña, cuando logró la pulcritud absoluta.

Deslizó bajo el nacarado culito un pañal limpio, y lo colocó con precisión de veterano. Una rociadita de aceite para niños, un golpecito de polvos de talco, y todo fue suavidad y delicadeza. Al separar con cuidado las piernecitas para colocar la parte de delante del pañal, Christopher se vio de pronto sacudido por la irrefutable evidencia de que estaba contemplando directamente territorio desconocido.

El crío de Richard estaba dotado con un equipo identificable: un chico era un chico. Aquí, en cambio, había... una niña. Christopher pestañeó. Había algo raro, y le llevó un par de segundos darse cuenta de que nunca había visto cómo eran las niñas antes de la pubertad. No tenía hermanas ni primas. Desde los siete años, había ido interno a un colegio de niños, y nunca había tenido ocasión de contemplar así la anatomía de una niña.

No era que se transformase mucho con el paso del tiempo, se dijo, pero, evidentemente algo lo disfrazaba. Aquello, en cambio, estaba tan... despejado. Le produjo una sensación muy curiosa: una extremada ternura, mezclada con una inflexible resolución de protegerla.

Una niña. Una hija...

Christopher sacudió desconcertado la cabeza. ¿Con que aquello era lo que singularizaba la relación padre-hija? Qué vulnerable parecía una niña. Necesitaba un padre que la protegiera de los chicos malos. Las madres eran algo estupendo, mejor dicho, irreemplazable, se dijo al recordar la maravillosa imagen de ________ dándole de mamar, que seguía fresca en su memoria. Pero estaba claro que los padres también jugaban un papel importante en el cuidado de los niños pequeños.

-No te preocupes, pequeña Charlie -le dijo, mientras la cubría cuidadosamente con el pañal y aseguraba sus lengüetas-. Para acercarse, cualquier chico malo tendrá que pasar primero por mí, y te aseguro que le va a costar.

La niña hizo un sonido oclusivo con la boquita.

-Me estás mandando un besito, ¿eh? - Christopher sonrió mientras le estiraba el pijama hasta los pies y le abrochaba los corchetes-. Ya estás limpia y cómoda. ¿Otro besito? -luego le hizo cosquillas en la barriguita, e imitó la explosión de un sonoro beso.

La niña lo miraba fascinada, con los ojos abiertos de par en par. Christopher lo repitió una vez más, y finalmente obtuvo la réplica que deseaba.

-¡Esta es mi niña! -exclamó.

Y, de repente, prestó atención, con sobresalto, a la mimosa blandenguería de su voz, y se quedó consternado de lo pronto que había sucumbido a esa ñoñería. Era una experiencia esclarecedora. Ni en sus peores pesadillas se había imaginado cayendo en tamaña serie de bobadas.

Examinó a la niña con suma suspicacia. Ahí había un poder al que tenía que hacerle frente. Ningún crío lo iba a convertir en un tonto baboso. ¡No señor! Él era el dueño de su propio comportamiento.

-Vuelve a tu moisés, niña -ordenó, tomando en brazos la pequeña bomba de espoleta retardada y llevándola al pequeño habitáculo que le correspondía, en el que no podía sufrir daño ni causarlo a los demás.

-Un lugar para cada cosa y cada cosa en su sitio -recitó Christopher con firmeza, sin hacer caso del quejido de protesta que se elevó mientras él recogía las cosas del cambiador.

El quejido continuó mientras Christopher ordenaba el dormitorio y llevaba luego el moisés al salón. Todavía le esperaban los platos sucios en la cocina. La niña seguía pidiendo más atención. Christopher se dio cuenta del conflicto de intereses, y decidió dejar las cosas claras.

-Escúchame bien, niña -le dijo a Charlotte, alzando un dedo en severo ademán paternal-: tú y yo tenemos que llegar a un acuerdo.

Aquello le hizo efecto; dejó de quejarse y le prestó a Christopher toda su atención.

-Las relaciones humanas funcionan mejor si las personas se muestran consideradas unas con otras. No voy a dejar que cuando tu madre vuelva se encuentre los platos sucios en la pila. Tú ya has tenido tu parte de atención; ahora le toca a tu madre, así que deja de ser egoísta.

Otra pedorreta.

Christopher blandió su dedo:

-Basta ya de insolencias, señorita. Pondré un poco de música y la podremos escuchar juntos mientras trabajo. Eso es todo. Tu padre ha hablado.

Un satisfactorio silencio sucedió a aquella pequeña homilía. Christopher tarareó, satisfecho de sí mismo, mientras buscaba entre la colección de _________ un álbum recopilatorio de los Beatles, y lo ponía en el tocadiscos. Se dijo a sí mismo que el truco consistía en una educación adecuada e instrucciones correctas. Bajó el volumen del aparato, en consideración a los delicados tímpanos infantiles, y dio comienzo a la educación musical de la pequeña Charlie.

-¿Qué te parece, pequeña?-preguntó camino de la cocina.

No obtuvo respuesta. Charlotte estaba completamente embebida con la nueva experiencia y Christopher se felicitó: ya sabía cómo manejar a los bebés. Los críos podían arrebatarles las riendas a sus mayores en cuestión de poquísimo tiempo. Sí, parecían desvalidos, y eran muy monos, pero se volvían fieros tiranos si se les daba rienda suelta. Había que mantener las cosas en su debida proporción. Era necesario que hubiese respeto, disciplina y saber dónde estaban los límites.+

Y eso era bastante sencillo de hacer, a poco que uno captara de qué iba el juego del poder. Como decía el viejo refrán, la mano que mece la cuna es la mano que dirige el mundo. Y quien quiera que permitiese al niño dirigir las cosas desde la cuna, estaría metiéndose en graves problemas.

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