Inédito

By Moon_Letters

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La gente suele creer que todo pasa por una buena razón. Pero para Nathan y Brooklyn, es muy difícil creer que... More

Capítulo 1
Capítulo 2 (1/2)
Capítulo 2 (2/2)

Capítulo 3 (1/2)

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By Moon_Letters


Nathan Harris

Le tomó al menos diecisiete segundos contestar el teléfono. Lo supe porque mi corazón había latido el mismo número de veces. Llegué a preocuparme realmente por mi salud, ya que el escuchar cómo descolgaba el teléfono hizo que mis manos se enfriaran y se me secara la boca. Mi voz desapareció en el momento que volví a escucharla.

—Si esto es sobre la cena, no cambiaré de parecer. Quiero una pizza grande de jamón y no de peperonni, o realmente me voy a enfadar—alegó—. Y quiero postre, helado de chocolate. ¿De acuerdo?

No cabía duda alguna, se trataba de ella. Era su voz, el mismo canto que había logrado guiarme fuera de las sombras en el hospital hace dos semanas. Por alguna razón, durante los últimos días no había sido capaz de sacarla de mi cabeza. Era constante y había comenzado a irritarme, pero no podía pararlo. Chasqueé la lengua, indeciso, y a pesar de que mi boca ya estaba abierta nada logró salir de ella. Como en pocas ocasiones, no sabía que decir.

— ¿Jean?, ¿Hola?

Aún nada. Meneé la cabeza y me aclaré la garganta, reconociendo que estaba nervioso. Lo sabía con certeza porque una de mis manos había comenzado a temblar de manera casi imperceptible. Era un tic nervioso que había desarrollado con el tiempo. Así que, después de otros seis segundos, logré encontrar mi voz y decir:

— Suena bien, aunque no me emociona el chocolate. Siempre he sido amante de la vainilla.

Esta vez, el silencio se apoderó del otro lado de la línea. Esperé, hasta que pude escuchar un jadeo, corto y lleno de pánico. Casi de inmediato, reconocí el error que acababa de cometer.

— No te espantes, ¡todo está bien! —esperé una señal de que me hubiera escuchado, pero el silencio era casi sepulcral—. Jeannette Brown estuvo en Harris e Hijos hace un minuto. Vino a una entrevista de trabajo y dejó el móvil sobre el escritorio. Estaba buscando la manera de devolverlo, lo juro.

Contuve el aliento mientras esperaba a que ella mostrara alguna señal de entendimiento. No quería problemas, y no podía imaginar los que tendría si de pronto el cuerpo entero de la policía creía que yo le había robado el móvil, o peor, que le había hecho daño a aquella encantadora mujer. Afortunadamente para mí, Brooklyn terminó por soltar un suspiro cargado de alivio.

— Sí, claro. La entrevista. Recuerdo que dijo algo sobre eso—dejó escapar una risita, burlándose de su reacción anterior—. Un minuto, ¿dijiste Harris e Hijos? ¿La firma de abogados?

— La misma. Fundada hace veintisiete años, ubicada en St. James y dueña de una excelente reputación, sin mencionar que cuenta con los abogados más talentosos de la ciudad...

¿Nathan?

Una sonrisa se dibujó en mi rostro de forma instantánea. ¡Así que me recordaba! Después de ser testigo de cómo se comía a mi hermano con los ojos, no creí que hubiese un espacio para mí en su memoria. ¿Recordaba también mi aspecto? ¿Recordaba que le había salvado la vida?

— También me da gusto saludarte.

— ¿Gusto? ¡Acabas de darme un susto de muerte!—reclamó, aunque no sonaba molesta en lo absoluto—. Pudiste decirme que se trataba de ti, ¿dónde está mi hermana?

— ¡¿Tu...qué?! —casi me atraganté con mi propia saliva.

Soltó una carcajada, justo como la que recordaba de aquel día en el hospital. Estaba tan sorprendido que apenas pude disfrutarla. ¿Aquella chica compartía su misma sangre? Casi parecía que el destino estuviese burlándose de mí. Además del hecho de que ambas habían dejado impresión en mi persona (de formas muy distintas, claro) no podía recordar algún parecido entre ellas, ¡ni siquiera compartían el mismo apellido! Sin su declaración, no había manera de que pudiera adivinarlo.

— Jeannette es mi hermana—repitió, aunque aún lo hacía más fácil de creer—. Y se supone que nos veamos en casa dentro de unas horas. Apuesto a que querrá su teléfono, si es que nota que lo ha extraviado. ¿Dónde puedo recogerlo?

Fruncí los labios, levantando la vista al cielo y reconociendo que iba a llover. No debía faltar mucho para que el agua invadiera las calles.

— ¿Qué tal si yo lo llevo? —quiso protestar, yo se lo impedí—. Lloverá, y puedo llevarlo en el auto para evitar que llegues a casa con la ropa mojada. ¿Dónde estás?

— Yo...—su respuesta fue interrumpida por el eco de las voces a su alrededor. Pude escuchar levemente el sonido de sus pies al moverse y los murmullos. ¿Qué estaba haciendo?—. Estoy en la escuela ahora.

Sentí mis pupilas dilatarse. Debía haber un error, ¿había dicho escuela? ¡tenía que ser una broma!...

¿O no? ¿Era posible que la misma chica de los ojos soñadores y brillante sonrisa que me había hipnotizado en la sala de emergencias fuese una estudiante? ¡Una niña, joder!; jamás me hubiera pasado por la cabeza que aquel aire jovial se debiera a que en realidad aún no había alcanzado la madurez. De pronto me sentí enfermo y temí averiguar su edad. Me parecía que algunos de mis pensamientos hacia ella eran ilegales.

— ¿Escuela? —me aferré a la esperanza de que me hubiese equivocado, pero ella no me corrigió—. Eso...eso suena deprimente. ¿Qué escuela, exactamente?

— No se supone que deba decírtelo—de alguna manera, podía jurar que sentí su sonrisa—. No es seguro.

— ¿Seguro?

— Podías hacerme daño...—ahora se estaba burlando de mí.

— Claro, claro. Recuérdame la próxima vez que eres tú la que debe ser golpeada por el auto, ¿de acuerdo?

— Es un trato—ambos reímos—. Voy a la Academia Westminster

— Oh, entonces olvida lo anterior. Eso sí que es deprimente.

Rió de nuevo y yo hice lo mismo, porque había algo en su risa que me invitaba a acompañarla. La verdad es que no conocía muy bien el lugar del que hablaba, pues yo había asistido a Escuela de la Ciudad de Westminster hace varios años y jamás me había relacionado con alguien de allí. Mi padre creyó que formarnos en una escuela para varones iba a garantizar nuestro completo enfoque en los estudios, y funcionó.

Bueno, con Trey al menos.

— Puedo estar allí en un rato. ¿A qué hora te vas?

— Tres treinta.

— Bien—miré mi reloj. Faltaban apenas quince minutos, y por mi forma de conducir no debía tardar más que eso—.Te esperaré afuera.

— Nathan, no creo...

— Te veré ahora—y sin esperar otra palabra de su parte, corté la comunicación.

El viento golpeó mi rostro con fuerza y me ayudó a asimilar lo que acababa de ocurrir. Había salido en busca rubia desconocida, pero en su lugar había encontrado a la estudiante morena que se había robado mi cordura durante al menos cinco días después del accidente. No podía creer todo aquello, pero la verdad es que no podía quejarme. Una gran parte de mí permanecía sedienta de curiosidad hacia ella, y estaba a punto de saciarla.

Así que subí nuevamente a la oficina de Trey para tomar sus llaves y correr al estacionamiento antes de que pudiera detenerme. Con pulmones defectuosos o sin ellos continuaba siendo más rápido que él o cualquiera de sus subordinados, por lo que no me fue difícil saltar al auto y salir del edificio como si huyera de la lluvia. Para cuando estuve frente a la academia, las primeras gotas aterrizaban sobre el parabrisas. Revisé mi reloj, faltaban apenas dos minutos. Me pasé las manos por el cabello y me recliné en el asiento con los ojos cerrados. El temblor había vuelto a apoderarse de mi mano y estaba comenzando a irritarme. El aire caliente que se encerraba dentro del auto no era de mucha ayuda.

Entonces noté que los estudiantes habían comenzado a salir y salté fuera del auto. Decenas de rostros jóvenes y desconocidos atravesaban las puertas; hablando entre ellos, riendo o corriendo para refugiarse de la lluvia. Mis ojos la buscaron casi por instinto, pero no podía hallarla. Llegué a considerar la idea de que mi mente sería incapaz de reconocerla (después de todo habían sido dos semanas, y   la última vez que nos habíamos visto estaba bajo efecto de las drogas y había recibido un fuerte golpe en la cabeza) pero descarté la idea tan pronto como vino. No podía confundirla, no era una posibilidad. Su rostro era algo memorable.

Y luego lo vi. Atravesando la puerta con el morral colgando de su hombro izquierdo. Vestía un pantalón negro y un saco, con un chaleco del mismo color, una blusa blanca y una corbata negra perfectamente colocada dentro de su chaleco. Había crecido al menos tres centímetros, lo que me hizo suponer que estaba utilizando zapatos de tacón. También estaba usando el mismo gorro rojo que había usado el día en que nos conocimos. Su aspecto era elegante y cómico a la vez; porque parecía tan joven que lucía como una niña que había tomado prestado el uniforme de trabajo de su madre. Caminaba al lado de una pelirroja de labios pálidos y la chica alta que reconocí del día del accidente.

No supe que hacer. Estaba a menos de cinco metros de ella, pero no quería moverme.

Por fortuna, no tuve que hacerlo. Su mirada se desvió hacia mi auto y luego hacia mí. Me pareció que sus labios se habían curvado en una sonrisa, pero no podía estar seguro. Se despidió de sus compañeras con un ligero movimiento de manos y caminó hacia mí. Cada uno de sus pasos retumbó en mis oídos.

— Nathan Harris—mi nombre dejó sus labios cuando finalmente estuvo frente a mí y me tendió la mano.

— Brooklyn Reynolds—la tomé, sintiéndola fría—. Permíteme decirte que te ves...

— ¿Terrible?

— Iba a decir diferente, pero eso también funciona—la broma hubiera molestado a cualquiera, pero ella decidió soltar una carcajada. Noté como apretó su mano en un intento de reprimir el deseo de propinar un golpe en mi brazo—. Luces como toda una empresaria.

— Sí, ¿no es triste?—meneó la cabeza con notable desagrado—. ¿Cómo está tu cabeza?, ¿tus costillas?

— Mejor. ¿Cómo está tu muñeca?

— De maravillas—alzó la mano y movió los dedos. La falta de una venda me hizo sentir mucho mejor—. Gracias de nuevo.

— No hay de qué—metí una mano en mi bolsillo y recordé la razón por la que había conducido hasta aquí.

Ella pareció recordarla también, porque desvió la mirada hacia mi chaqueta y estiró la palma hacia mí. Saqué el IPhone color fresa y se lo entregué, sin haberlo revisado antes con la esperanza de hallar algo acerca de Jeannette que pudiera ayudarme a conquistarla. Me sorprendí al notar que ya no me importaba en realidad.

— Gracias por traerlo hasta aquí. Te debo otra.

— Déjalo así, fue un placer—una gota fría aterrizó sobre mi nariz, y unas cuantas comenzaron a mojar el pavimento.

— Oh, vaya—Brooklyn se ajustó el gorro sobre la cabeza y apretó el morral contra su hombro—. Debo correr. No estoy de humor para un ducha.

— ¿Vas lejos?

— No en realidad. A unos diez minutos de aquí.

— Entonces permíteme llevarte.

Abrió y cerró la boca un par de veces, mirándome a mí y al auto como si tratara de decidir cuál de nosotros acabaría con su vida. Busqué las llaves en mi pantalón y comencé a jugar con ellas para evitar que mi mano temblara. La facilidad con la que lograba ponerme nervioso casi me espantaba.

— No te molestes, puedo tomar el autobús...

— Con la lluvia te tomará trabajo encontrar uno vacío.

— Entonces caminaré. Soy rápida.

— Oye, no te salvé la vida hace unas semanas para que hoy te dé neumonía—de acuerdo, estaba exagerando. Pero las gotas de lluvia comenzaban a pinchar mis hombros y realmente quería escapar a un lugar seco. Y quería que ella viniera conmigo—. Sube al auto, ¿sí?

Dudó, pero luego una gota de lluvia aterrizó sobre su frente y cualquier otra excusa para rechazarme se quedó dentro de su boca. Saltó al lado de la puerta y la mantuve abierta hasta que se acomodó dentro.

— Lindo—se colocó el cinturón de seguridad—. ¿Puedes conducirlo sin matarnos a ambos?

— Lo voy a intentar—le guiñé el ojo. Su risa se vio ahogada por el rugido del motor.

Minutos después, la lluvia comenzó a golpear el parabrisas con fuerza. Las calles comenzaron a vaciarse, mientras la gente que no había sacado el paraguas de sus casas corría a refugiarse dentro de los edificios. Brooklyn me indicó la dirección y el camino que debía tomar, se ajustó la chaqueta y se frotó las manos. Podría jurar que había rubor en su nariz, así que encendí la calefacción.

— Guau, eso se siente bien—colocó las manos frente a la rendija y suspiró—. Creo que me conseguiré uno de estos, o pronto terminaré como una estatua de hielo.

— ¿Quieres algo de beber? A lo mejor necesitas algo caliente.

— ¿Me estás invitando a un café?—su sonrisa se había torcido, una de sus cejas estaba levantada hacia mí. Yo era incapaz de reconocer si estaba molesta o entretenida.

Tosí, haciendo lo posible por mantener la vista al frente y rezando para que ningún semáforo me diera el tiempo de responder esa pregunta. No sabía lo que estaba haciendo, o si realmente quería pasar más tiempo con a su lado. Tenía la sensación de que, cuando se trataba de ella, no tenía planes u opciones. Solo me dejaba arrastrar.

— ¡Rayos!—de pronto se llevó ambas manos a la cabeza y apretó los párpados con fuerza—.Detén el auto, ahora.

— ¿Qué pasa?

— Es lunes.

— Dime algo que no sepa.

— Tengo un compromiso, lo olvidé. No voy a casa esta tarde—se frotó las sienes y soltó un suspiro—. Lamento haberte traído hasta aquí.

— ¿Dónde debes estar?

— No importa, voy tarde. Solo déjame aquí.

La luz roja de un semáforo nos detuvo y me dio a oportunidad de volverme hacia ella y mirarla a los ojos. El rubor en sus mejillas y su nariz había disminuido notablemente y estaba pálida, lo cual hacía que sus ojos avellana brillaran más que...

Un segundo, ¿avellana? Algo andaba mal. ¿Qué no eran celestes?

— Gracias de todas formas—antes de que pudiera abrir la puerta, sostuve su brazo y la mantuve dentro.

— Espera—entrecerré los ojos y lo confirmé: el color no era el mismo. Pero no era el momento de interrogarla sobre sus ojos cambiantes—. Dime a dónde te llevo.

— Basta, no. Ya has hecho bastante.

— Y pienso hacer un poco más, ¿de acuerdo? Los Harris no dejamos las cosas a medias. Así que quédate y ayúdame a cumplir con mi honorable tradición familiar antes que esto se convierta en un diluvio.

Me miró con el ceño fruncido, pero terminó por asentir. Sentí un atisbo de alivio, aunque las cosas no podrían haber terminado de otra manera. La lluvia golpeaba fuertemente el pavimento, y dudaba que deseara llegar a su destino luciendo como un gato mojado. Lo quisiera o no, estaba atrapada conmigo.

— Gira aquí, hacia Piccadilly.

— Entendido—seguí su indicación y decidí encender la radio. La primera canción de mi CD favorito comenzó a sonar.

— Guau, eso es nuevo. ¿Quiénes son?

— ¿Estás de broma? —a su falta de respuestas, hice un esfuerzo titánico por no apartar la mirada del camino—. ¿No reconoces esa voz?

— No.

— ¡Por favor!—no pude contener mi desesperación ante su falta de conocimiento sobre mi banda favorita. Ella lo encontró gracioso—. ¿Nunca has oído de Coldplay? ¿Qué clase de británica eres?

— Una americana—señaló, subiendo el volumen—. Y claro que los había escuchado, pero nunca les había prestado mucha atención. No son mi estilo.

— ¿Cuál es tu estilo?

— Algo un poco más fuerte, menos melancólico. Paramore, Radiohead, Panic at the Disco, Muse...

— ¡Oye! Creo que fui a un concierto de esos últimos...

— ¡QUÉ!—en contra de las leyes de la naturaleza, su voz se hizo dos octavas más aguda. Estoy seguro que los animales huyeron.

Me reí. —Es broma, americana.

—Muy gracioso—me fulminó con la mirada, sin dejar de sonreír.

Por supuesto, aquella no había sido ninguna broma. Pero decidí no decírselo porque realmente parecía importarle y no quería acabar con su buen humor. Los chicos que ella adoraba habían estado de gira hace un poco más de un año e Ivy realmente quería verlos, así que la acompañé aunque jamás había disfrutado de una de sus canciones. Apostaba que, para una fanática como ella, eso debía doler.

Mientras conducíamos por la calle más transitada de la ciudad, sostuvimos una pequeña charla que me ayudó a aprender un poco más sobre ella. Resulta que su segundo nombre era Ameliaa, amaba los gatos, y los largos viajes en auto la enfermaban. Le gustaban los parques y el aroma de la tierra después de una noche de tormenta y jamás aprendió a volar una cometa. También me percaté que tenía hoyuelos, perfectamente visibles cuando sonreía, y que uno de sus dientes inferiores estaba torcido. No recuerdo haber dicho mucho sobre mí, pero no importaba. Yo estaba empapado de curiosidad.

— Llegamos—me detuve frente al establecimiento celeste, identificado como «Caffé Nero». Por primera vez desde que dejamos la academia, me pregunté cuáles eran sus planes para una tarde de lunes—. ¿Una cita?

— Algo así—arrugó la nariz y se colocó el morral en el hombro—. Gracias, Nate. Realmente fuiste de ayuda.

Abrió la puerta, me lanzó un beso en señal de despedida, y corrió hacia el interior. La seguí sin pensarlo, corriendo para evitar el contacto con la lluvia. Un estremecimiento recorrió mi espina cuando me adentré, ya que la calefacción me recordaba lo helado que estaba afuera. El lugar estaba repleto de gente; algunos cubiertos con más de un abrigo y otros bebiendo café con las manos enguantadas. Había fila frente al mostrador y cinco personas con uniforme sonriendo como tontos. Las luces navideñas, aún colgadas en el techo junto con unas ramitas de muérdago, le daban al lugar un toque hogareño. Brooklyn se inclinó para saludar a una de las chicas que rondaba cerca de las mesas.

— Lamento llegar tarde.

— No te preocupes, está bien. Te espero atrás—la chica de tez morena le sonrió y desapareció tras una puerta al fondo.

Brooklyn dejó el morral en el suelo para quitarse la chaqueta. Yo me aproximé hacia ella.

— ¡Jesús!—pegó un salto. Yo sonreí—. ¿Qué no sabes cómo regresar a casa?

— Tú sigues aquí. Tal vez regrese cuando tú lo hagas.

— No creo que dispongas de tanto tiempo.

— ¿Cita larga?

— No es una cita—deslizó el chaleco sobre su cabeza y se quitó la corbata. Encontré eso sumamente atractivo—. Trabajo aquí.

Silbé. Eso no me lo esperaba. — ¿Trabajas aquí? Creo que eso es ilegal. ¿Qué edad tienes?

— La suficiente para que me empleen por un par de días a la semana. Las chicas necesitan dinero también—se recogió el cabello en una cola de caballo, metió su uniforme en el morral y comenzó a caminar hacia el lado opuesto.

Esa era mi señal, debía irme. Mi trabajo allí había concluido y no había nada que pudiera hacer. Debía regresar a casa antes que el aire frío afectara mis pulmones y fuera incapaz de hacerlo por mi cuenta. Y pude haberlo hecho; si no fuera porque la curiosidad estaba royendo mis huesos y me impedía dar un paso hacia la puerta a menos que ella me acompañara. Aunque esa no era una opción, la detuve.

— Bebamos algo—sugerí, sujetándola del brazo y atrayéndola hacia mí.

— ¿Qué?, no. Lo siento, ahora no puedo...

— Llegaste tarde, ellos ya se encargaron de todo. No creo que necesiten tu ayuda.

— Pero yo necesito el dinero.

— Yo te pagaré—no había tenido tiempo de analizar las palabras, así que entendí que era una locura por la forma abrupta en la que su mandíbula cayó. Negué con la cabeza—. ¡No quise decir...! , no así. Tómate un café conmigo, conversemos. Y al final del día, me encargaré de pagar las horas de arduo trabajo a las que renunciaste por el capricho de un muchacho sin nada mejor que hacer con su tiempo más que acosar estudiantes en traje, ¿de acuerdo?

Brooklyn carraspeó y bajó la mirada, por lo cual no pude distinguir si mi petición acababa de molestarla. No me moví durante unos segundos, simplemente observando sus zapatos al igual que ella. Los míos eran un asco, ¿era mucho pedir que los lustrara de vez en cuando? Mi padre estaría decepcionado.

— Bien—se colgó la mochila en el hombro y comenzó a caminar hacia el mostrador. No la seguí—. ¿Qué va a ser?—no tenía idea de lo que estaba diciendo—. El café, genio. ¿Qué tomarás?

Fui incapaz de ocultar mi satisfacción. Sentí como mis músculos se relajaban y me encogí de hombros.

—Lo que sea que te apetezca. Realmente no me gusta el café.

Ella alzó ambas cejas y soltó una carcajada. Dos parejas de mujeres la miraron, alarmadas por el escándalo, y yo me uní a ella. Cuando llegó al mostrador, me dirigió una mirada fugaz y luego mencionó un par de nombres que no reconocí. Pagó por las bebidas y se volvió hacia mí con dos enormes vasos de café humeante. Era la segunda vez que la veía, pero mientras regresaba a mi lado me dio la impresión de que no éramos realmente tan lejanos.

«Es una extraña. No sabes nada sobre ella...»

Y mientras me sentaba frente a ella, alcé el vaso como en un brindis, celebrando el inicio de la tarde.

«...pero para eso existe el café»


Piccadilly: Es una calle importante de Londres que se extiende desde Hyde Park Corner al Oeste hasta Piccadilly Circus al Este. En ella se encuentran algunas embajadas, restaurantes, comerciales y centros nocturnos de interés turístico. 

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