Tuqburni | RESUBIENDO

By Cayrouge

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Encontrados por un mundo cruel, separados por un secreto, y reunidos por una promesa. La rivalidad visceral e... More

• TUQBURNI REGRESA A WATTPAD •
NOTA DE LA AUTORA/DESAMBIGUACIÓN
• Introducción •
• Vol. I - Bidhara •
• I - El Demonio •
• II - Canción de Cuna •
• III - Mundo perfecto •
• IV - La furia del demonio •
• V - Luz en la Oscuridad •
• VI - Tiempos felices •
• VII - Esclavo •
• VIII - Cambio de Estación •
• IX. Los Jardines Señoriales •
• X - Doncel •
• XI - Promesas •
• XII - Desertores •
• XIV - Los Hasti •
• XV - Nueva claridad •
• XVI - Justicia Divina •
• XVII - Decepción •
• XVIII - Libertad •
• XIX - Criminales •
• XX. Reencuentro •

• XIII - El Zuharí •

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By Cayrouge

El puño de Ashun emergió de la nada, cuando ya me daba por muerto. Pasó frente a mis ojos en la forma de un borrón y fue a aterrizar contra la quijada del esclavo que me aprisionaba, obligándolo a soltarme. El cuerpo pesado del hombre cayó a un lado y yo me desplomé contra la carreta con piernas débiles.

Después, mi hermano atenazó mi brazo, me puso en pie de un tirón y luego jaló de mí para obligarme a correr otra vez.

—¡¡De prisa, maldición!! —vociferó con una furia poco propia de él.

Corrimos cada uno con su talego al hombro. Ashun sujetaba el suyo con la mano libre para no tirarlo, mientras que a mí no podría importarme menos perderlo y afianzaba en cambio los aretes de Eloi en mi puño sellado.

Una voz gruesa tronó a nuestras espaldas:

—¡¡Alguien atrape a esos mocosos!!

—¡Ashun...! —jadeé. Ya habíamos alertado a todos.

—¡Silencio, Yuren! ¡Corre!

Nos metimos pronto entre el gentío de las calles y empezamos a torcer por un callejón y luego otro sin dejar de correr, intentando perdernos de vista.

Entramos en una especie de mercado y nos metimos entre los puestos, pisando y tirando a nuestro paso todo tipo de mercancías y productos, recibiendo lluvias de insultos y blasfemias por parte de los vendedores.

Seguí a Ashun sin ver a donde nos llevaba; mi vista estaba en mis propios pies, atento a cada paso para no tropezar con algo y caer, mientras que apenas podía resistir el impulso de mirar por sobre mi hombro para ver qué tan cerca estaban nuestros perseguidores o si todavía nos seguían. El corazón me latía en algún lugar de la garganta y el tobillo lesionado resentía el peso de mi cuerpo en cada zancada, amenazando con fallarme.

Al doblar por una esquina, acabamos metidos en un callejón silencioso y desierto en donde nos detuvimos a descansar al abrigo de una muralla que proyectaba una densa sombra. Me incliné jadeante sobre mis rodillas. El pecho me dolía por el modo en que el corazón me martilleaba entre las costillas y el tobillo me hormigueaba y pulsaba de un modo atroz. Aún era demasiado pronto para considerarnos a salvo, pero de momento necesitaba llenar mis pulmones de aire. Mas no tuve demasiado tiempo para componerme, pues Ashun atenazó mi muñeca y tiró de ella para hacerme avanzar otra vez. Por el camino tropecé dos veces a causa del dolor de mi tobillo, y Ashun volvía a obligarme a andar, jalando de mi brazo cada vez con más fuerza. Tenía una expresión colérica en el rostro.

—¡Suéltame...! —protesté entonces, librándome de él de un tirón.

Mi hermano se precipitó dos zancadas y después regresó sobre sus pasos para volver a asirme de un zarpazo.

—¡Ashun...! —gruñí en un nuevo intento de librarme, torciendo el brazo dentro de su agarre, pero sólo conseguí hacerme daño—. ¡Basta! ¡Me duele!

Ashun se volvió hacia mí con los ojos ardiendo de furia:

—¡No tenemos tiempo de descansar! ¡Tenemos que...!

Cortó su frase a la mitad en el momento en que escuchamos voces provenientes desde el final del callejón, acompañadas de un alboroto lejano:

Se metieron por allí, estoy seguro. Esos bastardos...

Ashun me empujó detrás de su espalda y empezó a retroceder mientras buscaba con desesperación alrededor un sitio en dónde escondernos.

—Están aquí... —masculló.

Escuché de pronto un sonido a mis espaldas; como el de un cuerpo al aterrizar sobre los pies al final de una larga caída.

—Eh —terció de pronto una voz ajena a ambos y una mano se posó sobre mi hombro—. Ustedes.

Ashun y yo viramos casi al mismo tiempo y nos encontramos, a nuestras espaldas, con un curioso joven.

No parecía mucho mayor que Ashun, aunque era un tanto más bajo y más delgado. Tenía un par de ojos verdes de aspecto felino y acentuaban su rostro, fino y moreno, algunos rizos sueltos de un largo cabello castaño atado a su nuca en una coleta.

—Vengan. Por aquí —nos indicó, señalando una oscura grieta entre dos edificios. Estaba seguro de que yo podría entrar. No obstante, Ashun...

Pero debíamos intentarlo. El callejón era demasiado largo para llegar al final antes de que nos avistasen y entonces tendríamos que seguir escapando, quien sabe por cuánto tiempo más, antes de toparnos con otro obstáculo. Eso, si no nos cansábamos primero. Por lo cual, sin tiempo a pensarlo demasiado, tomamos la opción que el muchacho nos ofrecía y entramos en la grieta.

Para mí fue fácil, mientras que Ashun tuvo que entrar de costado y luchar para introducirse junto conmigo hasta el rincón más oscuro, donde el cobijo de las sombras nos resguardó de la vista.

—Quédense allí hasta que yo les diga que pueden salir —dijo el muchacho. Algo en su tono de voz calmado y en su expresión serena me transmitieron confianza.

Ashun y yo nos quedamos quietos en el instante en que el muchacho desapareció de nuestra vista y fue al encuentro de nuestros perseguidores. Entonces, desde nuestro escondite, oímos el más curioso de los intercambios:

¡La paz sea con ustedes, mis distinguidos señores! —saludó alegremente—. ¿Les gustaría conocer su fortuna para el día de hoy?

Al diablo con eso. Buscamos a dos desertores de nuestro barco. Entraron escapando por uno de estos callejones, ¿viste a donde se fueron?

Desde luego que los vi. Dos malandrines, sin duda alguna. Muy rudos y descorteses; me empujaron fuera del camino en cuanto los saludé. Un pequeño de ojos negros y un grandullón de cabeza rapada.

Me tensé en mi sitio con un escalofrío y Ashun y yo nos dedicamos un gesto urgido. El muy maldito nos iba a traicionar a cambio de alguna retribución, de seguro. Noté que Ashun se llevaba la mano al cinturón, allí donde colgaba la daga de Eloi, y yo empecé a temblar de nervios.

¡Son ellos! —dijo un hombre cuya voz reconocí como la del esclavo que vigilaba la carreta y que me había atrapado antes—. ¡¿Por dónde se fueron?!

Cerré los ojos, maldiciéndolo todo. Por un tropiezo; por un mal cálculo; por una eventualidad y por confiar en un extraño... todo estaba a punto de derrumbarse.

Mis extremidades se sentían tan débiles y mi tobillo estaba tan adolorido que no creí posible seguir corriendo si resultaba ser el caso de ser traicionados, y estaba por completo seguro de que Ashun no había blandido jamás un arma en su vida. No podría jamás contra soldados yroseos. En cuanto hizo por salir de la grieta con los dedos alrededor de la empuñadura del arma yo tomé su mano en la mía y la aferré con firmeza para llamar su atención. Mi hermano volteó a verme y le indiqué con un meneo de cabeza que permaneciésemos ocultos tan solo un poco más.

Se desvanecieron —dijo entonces el muchacho. Ashun me quitó la mirada para dirigirla al final de la grieta, intentando ver algo; pero nuestro campo visual era muy reducido—. Partieron zumbando como abejas hasta perderse al final del callejón. Llevaban bastante prisa —añadió—. Ahora, ¿qué tal una lectura? ¡Jamás erro una interpretación! ¿Qué les parece si...?

¡A un lado, maldito vago! —escuché gruñir al mismo esclavo de antes.

Al sonido de un golpe le siguió una nube de papeles coloridos que volaron por el aire por fuera de la grieta en la pared.

Dos esclavos pasaron corriendo junto a nuestro escondite sin notarnos y sus pasos, como el galope de caballos, se alejaron hasta el final de la callejuela en donde desaparecieron dejando todo en silencio otra vez.

Ashun soltó la empuñadura de la daga y exhaló el aire por la nariz, cerrando los ojos con alivio. Por mi parte, pude soltar el aliento que contenía.

Ya es seguro, malandrines. Salgan de allí —nos indicó el muchacho.

Ashun fue el primero en salir, moviéndose con dificultad entre las paredes, y yo le seguí andando con más soltura. Afuera, el joven que nos había ayudado recogía del piso un montón de extraños rectángulos de papel con símbolos desconocidos, apilándolos en su mano.

—Conque desertores, ¿eh? —preguntó al erguirse y luego dio un pequeño silbido—. ¿Probando suerte en Hadiveh?

No tuve tiempo de responder, pues, en el instante en que salí del escondite, una bofetada contra la sien casi me mete de vuelta entre las murallas. Conseguí asirme de uno de los bordes de la grieta, sujetándome incrédulo la mejilla, y contemplé absorto a mi hermano. Ashun jamás me había golpeado de ese modo antes. Jamás. Las lágrimas se me agolparon en las esquinas de los ojos.

El muchacho que nos había ayudado se quedó de piedra en su sitio, mudo y con los ojos muy abiertos.

—¡¿Qué demonios pasa por tu cabeza?! ¡¿Sabes lo cerca que estuviste de echarlo todo a perder?! —me reprendió mi hermano mayor, con gritos mudos—. ¡¿Qué crees que hacías?!

Guardé silencio, sin ánimos de explicarme. Asumí mi culpa por lo que había estado a punto de pasar y aceptaba la reprimenda por ello. Pese a mis intentos por esconderlo, Ashun se percató de que sostenía algo en una de las manos y me la estrujó en la suya sin darme tiempo a guardarlo.

—¡¿Qué puede haber sido tan importante para casi provocar que te atrapasen?! —exclamó al momento de abrirme los dedos por la fuerza y arrebatarme lo que sostenía en ellos.

Cuando consiguió hacerse con mi pequeño tesoro y lo observó en su palma, su rostro furibundo se apagó y se volvió cenizo como una hoguera bajo una baldada de agua. Sus dedos se aflojaron en torno a mi muñeca y ambos brazos, el suyo y el mío, cayeron flojos a nuestros costados. Ashun suspiró con gravedad y depositó con suavidad en mi mano lo que me había quitado y que devolví con rapidez a mi bolsillo:

—Los guardaste... Se suponía que tú...

—No pude —susurré.

Ashun volvió a mirarme. Sus ojos volvían a ser los de mi dulce hermano mayor; mas lucía tembloroso y pálido. Era posible que se hubiese asustado incluso más que yo... La palma de su mano encontró mi nuca y atrajo mi cabeza hasta su pecho, en donde me acarició el pelo. Su otra mano me rodeó los hombros y me apretujó más contra él. Sentí su arrepentimiento por haberme golpeado a través de sus caricias y no pude enfadarme con él.

Al momento de separarnos, el muchacho que nos había ayudado a escondernos seguía de pie junto a nosotros con una expresión de la más pura y abrumadora confusión en el rostro.

Ashun habló por los dos, sin soltar mis hombros.

—Ojalá pudiésemos pagarte de alguna forma.

Todavía nos quedaban rubíes, pero gracias a Ramzi ahora sabíamos cuan valiosos eran y que no debíamos disponer de ellos con tanta facilidad. Sin embargo, me sentó un poco mal no poder pagarle al muchacho por ayudarnos y consideré darle la moneda de plata que me habían obsequiado. No era mucho, pero era algo. Mas, cuando metí la mano en mi talego, el muchacho sonrió y negó con las palmas en alto:

—No. No hace falta que me den nada.

Le sonreí en respuesta, agradecido. La suerte había sido demasiado generosa para con nosotros durante nuestro viaje y me pregunté por cuánto tiempo más nos duraría. Entre tanto, estábamos a salvo; pero no por mucho. Debíamos encontrar un lugar donde escondernos mientras nos buscaban.

—¿Podrías indicarnos por donde ir para poder evitar a la gente que nos sigue hasta que nuestro barco zarpe? —pregunté al muchacho.

Este frunció los labios y llevó sus gatunos ojos oliváceos de un lado a otro. En lo que pensaba, continuaba jugando en su mano con sus extrañas tarjetas rectangulares, ordenándolas y entremezclándolas.

—Si vuelven por donde vinieron y tuercen a mano siniestra por la calle que sube encontrarán, unos dos bloques más arriba, un callejón muy angosto y muy largo que conduce hacia un bazar pequeño al abrigo de los edificios.

»No hay allí sino artesanos y orfebres pobres vendiendo joyas y trastos, pero también encontrarán un par de recintos de comida y bebidas. Pocos afuerinos conocen ese bazar, así que bastaría con que entrasen a uno de los recintos y esperasen hasta el anochecer. Los puedo llevar, si quieren —ofreció, apoyado contra la pared, aún sin despegar la vista de sus cartas; las cuales había terminado de ordenar y ahora solo revolvía.

—¿Quién eres tú? —preguntó de pronto mi hermano, con acritud.

Le dirigí un gesto ceñudo y me percaté de que, en vez de lucir agradecido o conmovido por la amabilidad del muchacho, tenía una expresión suspicaz.

—Si no quieren, da igual. Es cosa suya —dijo el muchacho, encogiendo los hombros, sin dar mucha importancia al tono desafiante de Ashun.

El chillido de acero cortando cuero me alarmó en cuanto mi hermano desenvainó la daga de Eloi y la erigió en dirección del muchacho.

—Olvida eso y responde. ¿De dónde has salido?

Por un momento, no reconocí a Ashun. Nunca le había visto actuar tan hostil y desconfiado con nadie, y nunca vi tal expresión en su rostro.

—Ashun, basta —pedí, situándole las manos sobre el pecho en cuanto se precipitó hacia el muchacho—. Vámonos ya.

Pero él continuó inquiriendo:

—¿Te ha enviado alguien? ¿Por qué nos ayudarías, si no?

El muchacho frente a nosotros ni siquiera se turbó por la visión del arma. En cambio, sonrió por una de las comisuras y dio un parpadeo lento:

—Guarda eso, amigo. Te vas a cortar.

Aquello solo enardeció más a Ashun.

—No sabes quienes somos ni por qué huíamos; bien podríamos ser ladrones. O asesinos.

El término elegido por mi hermano hizo que algo se me estrujase dentro y me colgué del brazo de Ashun en el intento de llamar su atención para frenarle de decir otra cosa que nos inculpase.

Pero el joven frente a nosotros continuaba impávido. Nos observó de uno en uno un momento... y al final exhaló un largo respiro.

—Sé lo que son. Vi cuando el barco de Yrose atracó a puerto. También los vi cuando escaparon.

—Entonces nos estuviste siguiendo desde ahí.

—Sí —admitió el muchacho sin siquiera inmutarse.

—¿Por qué? —Demandó saber Ashun.

Ya no sabía qué pensar. Si era como mi hermano sospechaba y el muchacho no era de fiar, ¿por qué no lo estaba negando?

Aquel se tomó otra pausa antes de hablar.

—Porque sé muy bien de qué escapan.

Nos quedamos fríos; con toda certeza preguntándonos lo mismo. ¿Qué era con exactitud lo que sabía? ¿Sabía quiénes éramos?... ¿Cómo?

—Explícate —murmuró Ashun, retador.

Nuestro misterioso salvador no se dejó intimidar por mi hermano.

—Hambruna, injusticia, esclavitud, enfermedad y muerte... Los pobres convertidos en esclavos y vendidos al extranjero, lejos de su tierra; la explotación despiadada de mano de obra infantil; los campos militares donde se entrena a soldados bajo condiciones cruentas y se obliga a las mujeres a parir, solo para luego arrancar a los bebés de los brazos de sus madres y así criarles huérfanos y darles herramientas apenas empiezan a hablar, mientras que quienes se sientan en la cima de su sociedad viven sordos y ciegos ante el sufrimiento del pueblo a costillas del cual se enriquecen. Entre otras vilezas.

Mi hermano y yo nos arrojamos una mirada por el rabillo del ojo.

—¿Cómo sabes todo esto? —pregunté—. ¿También vienes de Yrose?

—No. Pero sé lo que se oculta tras sus murallas. No me agrada lo que esos cerdos inmundos a los que llaman «altos señores» les hacen a los pobres y desvalidos. Por eso los ayudé.

Arrojé un gesto suplicante a Ashun, que pareció ablandarlo.

—¿Cómo sé que podemos confiar en ti? —preguntó mi hermano, con algo más de deferencia.

—No lo sabes. No lo hagan si no quieren, pero de momento soy todo lo que tienen. Dos chiquillos como ustedes no representan una gran pérdida. En una semana, nadie a bordo se acordará de ustedes. Serán libres. Pero no estarán a salvo hasta que ese barco zarpe. Pueden aceptar mi oferta o no; yo no gano ni pierdo nada. Si nos separamos aquí, olvidaré que cruzamos caminos.

Ashun se mordió los labios con fuerza. Supuse que era lo normal desconfiar de la palabra de un extraño, en especial en vista de nuestra situación, pero aquel muchacho tenía razón en algo. De momento, era todo lo que teníamos.

Sabía que mi hermano solo buscaba protegerme, pero también deseaba que confiara en mí y que me permitiera llevar parte de la carga, empezando por tomar decisiones a la par que él. Así que me tomé la libertad de hacer la elección que a Ashun parecía estarle costando más de la cuenta:

—Mi nombre es Yadiz —le dije al muchacho, usando como precaución el nombre que Eloi me había dado al partir de Kajhun para protegerme. Le extendí una mano con una sonrisa amigable—. Y él es mi hermano, Ashun.

Omiso al disgusto del último, el muchacho estrechó mi mano en la suya y torció una sonrisa que entornó sus ojos.

—Yo soy Zami. Un placer.


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Después de convencer a Ashun de seguir a Zami, nuestro guía nos llevó por el mismo camino que nos había indicado ir. Y lo que en principio me habían parecido direcciones fáciles de seguir, descubrí más tarde que no lo eran en absoluto. Hubiese sido muy fácil que Ashun y yo nos perdiéramos, pues las calles de Ildiz parecían no tener sentido alguno. Torcían por los lugares más insospechados, las callejuelas se entretejían de un modo caótico y hacía falta meterse por recovecos y grietas en las paredes para llegar a un lugar por completo distinto. Era un laberinto imposible y me alegré de haber encontrado a Zami, quien parecía manejarse sin problemas por todo el lugar.

Todavía me dolía el tobillo, pero era más soportable y no cojeaba tanto. Aun así, lo resentí en cuanto me adelanté para caminar junto a nuestro guía:

—¿También eres un extranjero?

—Así es. Pero yo vengo de mucho más lejos que ustedes.

—¿De qué nación?

—Ninguna de Nimia. Vengo de una isla al otro lado del mar levante.

No era difícil adivinar que venía de lejos gracias a que vestía de un modo por completo diferente de cualquier región que hubiese visto hasta ahora. Mientras que los Hadiveos usaban ropajes similares a la gente de Yrose, con camisas y pantalones de lino, chinelas o babuchas y chalecos de cuero de animal en colores crudos, Zami vestía de modo colorido y llamativo. Llevaba sirwales anchos, un chaleco de color verde sin mangas cubriéndole el torso y encima una especie de albornoz ancho, de tela muy ligera, a rayas púrpura, blancas y azafrán. Reparé también en que llevaba aretes en forma de argolla en cada oreja y brazaletes en las muñecas, aunque dudaba que significasen para él lo mismo que para nosotros, los yroseos. Para él no parecían ser más que adornos.

Ashun anduvo callado durante todo el camino. Se limitaba a mirar por los alrededores en alerta, poco atento a la conversación.

—¿Y qué estás haciendo aquí, tan lejos de tu isla?

El muchacho delineó una sonrisa sin mirarme. Creí percibir cierto atisbo nostálgico en su modo de torcer las comisuras:

—Vine aquí buscando a alguien.

Deduje por su tono que, aunque sentía una gran curiosidad, no era prudente seguir preguntando. Supuse entonces que la única razón para permanecer en este sitio lejano era que, quienquiera que fuera esa persona a la que había venido a buscar... aún no había podido hallarla.

Llegamos al fin al bazar del que nos había hablado. Era silencioso, fresco y había poca gente. Los mercaderes no gritaban sus mercancías; en cambio se sentaban cada uno a la sombra de los toldos que cubrían sus puestos, los que constaban de alfombras y mantas donde disponían sus bienes, y desde allí sonreían con amabilidad a quienes se acercasen. Gracias a eso me sentí confiado y, pese a nuestra situación de fugitivos, no pude evitar detenerme en cada uno a admirar las piezas de joyería y artesanía. No eran oro ni plata, parecían hechas de cobre, y las piedras que las ornaban no eran más que gemas de vidrio que imitaban piedras preciosas. Pero no dejaban de ser bonitas. Cada una era única y con un diseño enrevesado y bello. Pensé en que podríamos comprar algo para Laila; pues ella nunca había tenido una joya. El resto eran alcarrazas de arcilla, odres, cinturones y calzados de cuero, sartenes y ollas de cobre y plomo, vasijas y trastos para diferentes utilidades.

Cada tanto sentía los leves empujones que me propinaba mi hermano en el afán de hacerme avanzar.

—No estamos aquí de paseo. Te recuerdo que nos están buscando —me susurró al oído, haciéndome soltar un suspiro agobiado.

—Deja que el chico distraiga un poco la vista. Aquí están a salvo —nos aseguró nuestro guía con una mirada fugaz por sobre su hombro.

Había vuelto a caminar al frente y andaba con soltura, balanceando el largo cabello rizado a las espaldas y haciendo tintinear sus joyas en cada paso.

Llegamos después de casi media hora caminando a un recinto pequeño, de cuyo interior emergía un aroma delicioso y que tenía por fuera nada más que tres mesas bajas de madera, a cada lado de las cuales se disponían cojines sobre esterillas. Pensé en lo incómodo que sería sentarse allí, dado el reducido espacio bajo las mesas para las piernas, hasta que Zami se arrodilló sobre uno de los cojines y nos invitó a hacer lo mismo.

—Acérquense. Deben estar hambrientos luego de tanta carrera.

Observé afligido a Ashun. Me moría de hambre, pero no teníamos nada de dinero con qué costear comida. Este me devolvió una mirada igual de pesarosa. Aun así obedecimos y nos arrodillamos frente a Zami.

—Quizás solo algo de agua —dijo Ashun, haciendo que mi estómago protestase con un ruido furioso.

Zami recodó los brazos en la mesa y apoyó el mentón sobre sus dedos entrelazados con una sonrisa divertida.

—No tienen nada de dinero, ¿verdad?

Guardamos silencio. En los barcos, dado que la comida se proveía a bordo, el salario se pagaba al final del viaje. Y con la prisa con la que habíamos salido de casa, entre los harapos que usábamos para vestir y los rubíes cuyo exorbitante valor aún no conocíamos, habíamos olvidado por completo hacernos con algunos dinares de cobre para poder costear incluso una comida. Teníamos que conseguir pronto alguien dispuesto a comprarnos las gemas.

Zami hizo una seña a alguien dentro del recinto.

—¡Sal de ahí, querida! ¿No piensas saludar a tu amigo?

Mi hermano y yo viramos hacia la entrada, esperando ver a la propietaria. Y entonces, bajo la cortina, se asomó una mujer. Escuché a Ashun tragar saliva de modo ruidoso al mismo tiempo que yo. Era joven. Y era preciosa...

Tenía la piel oscura, los ojos almendrados y profundos, enmarcados por dos sendos abanicos de pestañas negras, y llevaba el cabello moreno torcido en una trenza que colgaba hasta sus rodillas. Le cubría el voluptuoso busto nada más que una pieza de vestir diminuta y llevaba una falda abierta a los costados, que dejaba entrever sus muslos llenos y tersos. Tenía un pendiente de cuentas en el ombligo.

Zami parecía conocerla muy bien.

—¡Benu, corazón mío! La paz sobre ti esta mañana, no tan bella como tú. ¿Te importaría traernos un par de tus deliciosos pasteles de maíz?

La muchacha trasladó su peso a una de sus piernas, haciendo que sus caderas se pronunciasen por una de las aberturas de su falda.

—Adulador mentiroso; no me has pagado ninguno este mes. En la última lectura me dijiste que tendía a confiar en personas deshonestas y tenías razón —le reprochó ella, con una ceja poblada en alto.

—Pero si siempre te pago cada dinar a final de mes. Vamos, luz de mis ojos, no me hagas quedar mal con mis invitados.

Desde los adentros del recinto vino entonces una voz ajada. No hubiese adivinado que se trataba de una mujer de no ser porque la muchacha levantó la cortina, revelando del otro lado a una anciana ataviada de un vestido modesto y con un velo negro en la cabeza. Se hallaba sentada a un taburete con un gato rallado en las piernas; el cual acariciaba con una mano nudosa.

—¿Quién es, Benu?, ¿alguien te está dando problemas?

Examiné a la anciana con curiosidad. Aún luego de que Benu movió la cortina, la mujer no se molestó en mirarnos para cerciorarse con sus propios ojos. En cambio, su mirada se mantuvo fija en una sola dirección.

—Nada de eso; madre. Solo es Zami —respondió aquella.

Recién entonces, la anciana volteó el rostro hacia nosotros. Y pude ver que las pupilas de sus ojos estaban nubladas. Era ciega.

—¡La paz sea contigo, querida Madre Teete! —saludó Zami desde su lugar, arrancándole a la mujer una sonrisa.

Supuse que eran personas cercanas, pues Zami no la llamó «Sett», que es como Laila me dijo una vez que uno debía dirigirse a las mujeres mayores.

—Eres tú, mi muchacho —dijo esta de modo afectuoso, corroborando mi suposición—. Pero... ¿quién te acompaña el día de hoy?

—Tan solo unos amigos. Han venido desde muy lejos.

Sonreí a Zami cuando este me dirigió la mirada tras aludirnos de esa forma. La familiaridad con que nos trataba me hacía sentir cómodo y seguro a su alrededor. Como si fuera un amigo de mucho tiempo.

—La paz contigo, Sett —saludé a la anciana y esta respondió con una sonrisa de labios delgados y rugosos, y una cabeceada gentil.

Esperaba que Ashun saludase también, pero mi hermano permaneció en silencio y yo lo miré de refilón, contrariado por su poca cortesía. Este ni siquiera me devolvió la mirada. Continuaba pareciéndome un extraño...

—Anda, regala a los muchachos unos pasteles, Benu, querida. Han de estar hambrientos —dijo la mujer. El gato se estiró sobre sus piernas y se bajó al piso—. Aquel que entrega la generosidad de su alma, la recibe multiplicada.

La muchacha soltó un suspiro, rodando los ojos. Una sonrisa curvó sus labios llenos y sacudió la cabeza antes de meterse bajo la cortina.

—No queremos deudas —dijo Ashun a Zami cuando la chica se hubo ido.

Sus palabras arrancaron mi atención de ella y mi estómago volvió a quejarse con él en mi lugar. Pagaríamos la maldita deuda tarde o temprano, pero yo sentía que iba a desmayarme.

—Déjenmelo a mí —respondió Zami al tiempo en que la muchacha volvía con un pichel de latón que puso en medio de la mesa junto con tres jarros, los cuales Zami llenó con agua fresca, dedicándole una sonrisa pícara antes de que ella desapareciera otra vez bajo la cortina—. No se preocupen. Benu es amiga mía y nunca he dejado de pagarle lo que le debo.

—¿A qué se refería cuando dijo algo de una lectura? —Recordé que había dicho algo similar a los esclavos que nos perseguían, poco antes.

Zami se llevó la mano al bolsillo del chaleco y nos presentó la pila de tarjetas de colores que le había visto recoger en la callejuela. Sacó una de la pila y la giró entre sus dedos. Por una de las caras tenía un dibujo abstracto conformado de espinos negros, que emulaban la silueta de un elefante, y por la otra un círculo de estrellas y una luna sobre un cielo de color esmeralda. Todas las tarjetas tenían el mismo diseño por una de las caras, mientras que por el frente distintos dibujos. Lanzó la carta al aire y la recibió de vuelta en la pila en perfecta lineación con las otras.

—Soy lo que en mi tierra se conoce como un «zuharí». Alguien que ve lo oculto —declaró orgulloso—. Yo lo hago por medio de la lectura de cartas y la radiestesia. Pero hay quienes leen la palma de las manos, las estrellas, el agua y el fuego. Vengo de una larga generación de adivinos y quiromantes.

—Son patrañas, no le crean nada —terció Benu. Volvía con una bandeja de cobre que nos puso en frente—. Aquí tienen, cariño. —Me acarició la cabeza al erguirse, disparándome una ola de calor al rostro—. Buen provecho.

Zami se guardó las cartas y siguió a Benu con una mirada de ojos entornados, a lo que esta respondió con una sonrisa de dientes blancos y un guiño juguetón. Un lunar le adornaba la mejilla, como una gota de henna.

Contuve una risa contra la palma de la mano y mi mirada voló a la bandeja que humeaba frente a nosotros. Su contenido era el de seis extraños paquetes triangulares envueltos en hojas de maíz. Zami se hizo con uno y separó las hojas de la cúspide, revelando una especie de panecillo pálido y moteado que se llevó a la boca.

—¿Qué esperan? Coman antes de que se enfríen.

Mientras que Ashun observó la comida con recelo, yo no perdí un segundo en hacerme con el primer pastelillo y lo desenvolví para darle la primera mordida. Su textura dentro de la boca se parecía más a la de un puré compacto que a un panecillo, pero estaba delicioso. Su sabor era un punto ideal entre el dulzor natural del maíz con el salado y el picor de diversas especias, y me devoré el primero en poco tiempo. Tomé un segundo pastelillo que me comí con el mismo apetito y apuré detrás la jarra con agua. Ashun no tuvo más remedio que imitarme y comer; aunque lo hizo con más mesura. En cuanto acabé los míos, Zami me cedió uno de los suyos. Y pronto, la bandeja estuvo vacía.

—Los mejores pasteles de maíz de toda Ildiz —dijo Zami, dándose un par de palmadas gustosas sobre el estómago—. He estado en muchas ciudades de Hadiveh, pero en ninguna se comparan a los que prepara Benu.

—¿Has viajado mucho? —quise saber, reclinando el mentón en las palmas de las manos.

—He estado yendo y viniendo por toda el área entre Sivih, Hadiveh y Çoscum. Estuve en Yrose también, pero no me quedé demasiado tiempo. —añadió y volví a percibir en su mirada un dejo triste—. Digamos... que las cosas se manejan allí de un modo muy diferente al resto del continente.

Asentí, dándole la razón. Ahora sabía que no era un lugar que pudiese visitarse si uno no era de una posición social elevada. Ashun escuchaba en silencio nuestra conversación con aire suspicaz.

—¿Qué pasa? —le susurré al percatarme de lo tenso que estaba.

Aquel me arrojó un vistazo por el rabillo del ojo y, tras echar una mirada por los alrededores, se inclinó sobre la mesa, indicándole a Zami cerrar distancia con él, como si fuera a confiarle un secreto. Me incliné por acto reflejo en torno a ellos para poder escuchar también.

—No tenemos nada de dinero ahora mismo; pero tenemos otra cosa por la cual es posible que podamos obtener una buena suma.

Zami nos observó de uno en uno y se inclinó todavía más a nosotros, echando una mirada por los alrededores:

—¿No será hachís? —masculló.

Ashun entornó los ojos. Él no conocía el significado de ello, pero yo sí.

—No, no —negué con la cabeza, suscitando una rauda mirada confusa de parte de Ashun en mi dirección—. No es nada como eso.

—Es una pena —dijo Zami, rodando los ojos con un suspiro—. ¿De qué se trata entonces?

Ashun y yo intercambiamos una mirada inquisitiva. Dejé a mi hermano mayor hablar. Antes de hacerlo, este sacó uno de los rubíes de la bolsa en su talego y lo puso sobre la bandeja, al alcance de Zami. Aquel lo tomó entre los dedos y lo examinó ceñudo unos instantes:

—Un rubí de sangre —lo reconoció enseguida y lo puso de vuelta en la bandeja—. En efecto, podrían obtener una suma más que generosa por él.

Ashun se apresuró a reclamarlo de vuelta en el instante en que dos hombres pasaron cerca del recinto, hablando en un idioma que no reconocí, sin ponernos mucha atención. Luego de que se fueron, preguntó a Zami:

—¿Conoces a alguien dispuesto a pagar lo que valen?

—De momento no, pero Ildiz es grande. Con seguridad puedo hallar a alguien —dijo Zami y se reclinó con los brazos a los lados de su cuerpo, sobre las palmas de sus manos—. Y yo que pensaba que eran unos pobretones.

—Si puedes hacer eso por nosotros y ser nuestro corredor, estamos dispuestos a pagarte bien por las molestias.

Zami torció una larga sonrisa de dientes blancos que contrastaron sobre su tez morena, complacido por la oferta:

—Viendo que mis deudas empiezan a acumularse... acabas de conseguirte un trato.


◦•◦•◦•◦✧✦✧◦•◦•◦•◦


Tras terminar de comer, Ashun y yo seguimos a Zami por la ciudad para ir a su refugio, donde nos dijo que podíamos quedarnos; al menos hasta resolver qué hacer a partir de allí y en lo que él buscaba a un buen tasador y posible comprador para las gemas.

Por el camino, pudimos conocer otra parte de la ciudad. No sabía si eran idénticas en todo Hadiveh, como sucedía en Yrose; pero en cuanto a Ildiz, todas las casas eran de piedra, muy altas y muy angostas; como si solo pudieran permitirse una habitación por planta; y terminaban en techumbres apenas inclinadas, lo cual me indicó que no llovía demasiado en el año. Dada la altitud de las construcciones y lo angosto de las calles y callejuelas, el sol difícilmente alcanzaba los suelos y una gran porción de esa parte de la ciudad se sumía en las sombras; por lo que tenía un aura oscura, fría y húmeda. Me pregunté cómo lucirían allí los barrios de la clase alta. Si estarían delimitados o si su acceso era restringido como en Yrose.

Pero mis mayores dudas eran sobre otra cosa muy diferente.

—¿Cómo es esa isla de la que vienes? —pregunté a Zami, adelantándome otra vez a Ashun para caminar a su lado, sin poder acallar más mi curiosidad.

—Está rodeada de las aguas más azules que hayas visto en tu vida y de las arenas más finas. Tiene pequeñas villas por toda la costa —relató nuestro guía, extendiendo los brazos como si pintase un gran lienzo imaginario para mí. Gracias a ello, no me costó visualizar lo que me contaba—. Hace muchas eras atrás, los primeros habitantes llegaron a sus costas luego de escapar de un barco que transportaba esclavos.

»La forma en que se mueven sus corrientes, arremolinándose alrededor de la isla, provoca que cualquier balsa o bote que no disponga de velas ni de mecanismos de dirección sean atraídos hacia sus costas. Por esa razón, en la antigüedad, atrajo a muchos prisioneros que lograban huir de sus barcos en botes salvavidas. Se convirtió así en un asilo para esclavos fugitivos de muchas naciones distintas. Por esto, la cultura y las costumbres allí son muy diversas, y se hablan muchas lenguas diferentes.

»La isla es rica en recursos, por lo que quienes naufragaron allí pudieron subsistir y empezar una nueva vida como hombres y mujeres sin dueño. Por eso le pusieron a la isla el nombre de «Ahzudy».

—¿Qué significa Ahzudy? —pregunté, fascinado con la historia.

Zami me observó del modo en que un sabio observa a un niño:

—Significa «libertad».

Dibujé una sonrisa y miré por sobre el hombro para ver a Ashun. Este mantenía en el rostro una mirada dura e inescrutable que me borró la alegría.

—Aquí estamos —anunció Zami al momento en que nos detuvimos frente a una de las construcciones.

A modo de puerta colgaba una estera de mimbre que se balanceaba dejando ver los adentros en penumbras de la vivienda. Me había esperado cualquier cosa cuando Zami habló de un escondrijo, pero no una casa completa. No con lo difícil que resultaba tener acceso a una en Yrose. Este se adelantó y nos indicó entrar detrás de él.

—Está oscuro aquí abajo, pero arriba entra luz por las ventanas.

Ashun se detuvo en la puerta sin animarse a entrar:

—¿Este sitio... es tuyo?

—Al menos hasta que aparezca el propietario —dijo Zami—. No se preocupen; esta es solo una de las muchas casas que hay abandonadas en Ildiz. Recientemente, mucha gente migró de la ciudad.

—¿Por qué? —quise saber y el rostro de Zami se endureció.

—Un grupo de bandidos ha estado aterrorizando a la nación. Se dice que se han asentado el último año en el desierto boreal y que están interceptando las rutas de comercio con Mahashtán. Hadiveh es grande; pero no es una nación muy rica. Y la economía sufrió por eso.

Absorbido por su relato fui a entrar en la casa; pero Ashun me jaló hacia atrás y se abrió paso primero que yo. Pude notar otra vez como su mano se movía cerca de la daga en su cinturón.

Quería reprocharle el hecho de que continuara comportándose así con Zami después de que nos hubiese ayudado, pero opté por reservarme mi opinión para cuando estuviésemos a solas.

En cuanto mis ojos se avezaron a la oscuridad reinante, me percaté de que todo cuanto había en la primera estancia era una mesa y un soporte de hierro junto a una hoguera apagada, del que colgaba una caldera para cocinar. El lugar estaba polvoriento y lleno de telarañas.

—El área de Ildiz tiene muchas minas de cobre y una gran parte de su economía solía sustentarse en ellas, pero debido a la interrupción de las rutas de comercio el trabajo comenzó a escasear —continuó Zami durante el camino al piso superior, por unas escaleras tan endebles de madera que crujían en cada paso y sufrí vértigos de solo mirar—. Como la tierra es árida, no es buena para la siembra y la ganadería también resulta problemática. La pesca tampoco es viable debido a lo rocoso de sus costas. De manera que casi todo el sustento de la ciudad descansa ahora en los pequeños zocos y bazares donde se vende la orfebrería y joyería de cobre... —Alargó una sonrisa llena de reserva—. Y... en la vida nocturna, claro. Es popular en toda Hadiveh.

Recordé con eso último la conversación de los pajes del barco.

Al final de las escaleras nos encontramos con lo que parecía ser una habitación, pero que no tenía más que una especie de estera que me imaginé que era donde dormía Zami, junto a un escaso equipaje. Un tapiz colorido, aunque viejo y deshilachado, cubría la mayor parte del piso de la habitación y una brisa fresca se filtraba por la ventana, de la que colgaban telas a modo de cortinas, lo bastante delgadas como para que se filtrase la luz y la instancia se colorease de sus tonos cálidos. Lucía mucho más acogedor que la planta baja y la idea de una ventana me emocionó; sobre todo después de comprobar que desde ella podían verse con claridad el cielo y el mar a lo lejos.

—¡Mira esto, Ashun! —dije al asomarme, pero mi hermano vino pronto a buscarme y me arrancó de la ventana de un tirón. Empezaba a desesperarme esa sobreprotección exagerada.

—No hagas eso. Alguien podría verte.

—Este es mi hogar temporal. Pueden quedarse hasta que decidan lo que harán —dijo Zami y se deshizo del ropón para dejarlo sobre su estera.

Me percaté de que, aunque era delgado, tenía una musculatura definida bajo las ropas. Y también me fijé... en que sus brazos estaban cubiertos de cicatrices. Miré a Ashun y este contemplaba a Zami con igual atención. No obstante, aunque continuaba luciendo tenso, no pareció tener objeciones.

Dejó caer su talego en un rincón y yo puse el mío junto al de él y me senté con la espalda contra la pared para descansar del largo camino por la ciudad.

Me pasé los dedos por el tobillo lastimado. Me había raspado la piel dejándome varios rasguños en carne viva que ardían, pero al menos estaba seguro de que no estaba fracturado, pues podía apoyarlo y el dolor remitía.

—Deberían esperar hasta que anochezca. Les haré saber cuándo el barco de Yrose se haya marchado y entonces serán libres de recorrer la ciudad a su antojo —nos recomendó Zami—. Entre tanto, yo saldré. Para esta noche ya debería haber encontrado a alguien interesado en librarlos de esa gema por un buen precio. Y podríamos visitarle mañana mismo.

—Ve. No te preocupes por nosotros —le dijo Ashun.

De manera inesperada, su tono volvía a parecerse al de su voz amable de siempre y escudriñé su rostro con detenimiento, preguntándome a qué se debía ese cambio tan repentino.

Zami nos dedicó un guiño y desapareció por las escaleras. Yo me asomé a la ventana y lo vi salir de la casa y emprender rumbo por las angostas calles del barrio hasta una esquina en la que su delgada silueta se perdió.

En cuanto me aseguré de que estaba lejos, me aparté de la ventana, listo para increpar a Ashun por su actitud, y lo hallé agachado junto a nuestras bolsas en el amago de recogerlas. Me lanzó la mía, la cual atajé con torpeza en el aire antes de que me golpeara, y después se hizo con la suya, echándosela a la espalda.

—Nos vamos.

—... ¡¿Huh?!

—Que nos vamos, Yuren. Antes de que ese lunático regrese.

Observé a mi hermano a través de los ojos en rendijas, sin entender nada. Y en cuanto empezó a moverse hacia las escaleras fui detrás de él y lo atajé.

—¡¿Qué dices?! ¡Pero...! ¡¿Qué estás haciendo?!

Obstinado, volví a arrojar mi bolsa al rincón de antes e intenté quitarle la suya a Ashun para hacer lo mismo, aún a sabiendas de que no tendría éxito. Todo lo que pude hacer fue colgarme de ella esperando que el tirante no se rasgara, pues supe enseguida que mi hermano no planeaba soltarla.

No solo eso, sino que volvió sobre sus pasos para hacerse de nuevo con la mía y se echó ambas al hombro.

—¡Espera! —chillé y me colgué de las dos—. ¡¿Qué hay del trato?!

—No hay trato —dijo Ashun, tirando de ellas y de mí—. Se lo dije para averiguar sus intenciones y librarnos de él. Le bastó con enterarse de que cargamos con algo de valor para conducirnos a un sitio abandonado y salir a toda prisa. ¿Qué crees que fue a hacer a la ciudad?

—Fue a buscar a alguien que compre los rubíes, tal y como dijo que lo haría —respondí con tozudez.

—Y también dijo que era un adivino y que vive en una isla maravillosa donde todos son felices y libres. No confíes en cualquier persona que te compre comida, Yuren, no seas un chiquillo.

Solté las bolsas, sintiendo que las mejillas me quemaban de rabia. Allí estaba otra vez. Ashun y Eloi no habían sabido hacer otra cosa en la vida que llamarme «chiquillo» y usar eso como su mejor argumento para no escucharme jamás. En principio me fastidiaba; luego acabé por aceptar que lo era... para que al fin acabase sacándome de quicio más que antes.

—Yo no me moveré de aquí —espeté, clavando los pies en mi sitio—. Zami nos salvó. Luego nos alimentó y nos dejó quedarnos en su refugio. Prometió que nos ayudaría y yo le creo.

—Cambiarás de idea respecto a eso más tarde cuando aparezca aquí con cinco sujetos más y nos despojen de lo único que tenemos, antes de cortarnos el cuello y arrojarnos al mar. Ese tal Zami, si en realidad es su nombre, no es más que un farsante. Quizá incluso forme parte de la banda criminal que ataca las rutas de comercio. De otro modo, ¿cómo estaría tan bien enterado de su actividad y de dónde se asientan?

—No tienes motivos para inculparlo.

—¡¿Viste las cicatrices en sus brazos?! Es un bandido.

—Tú también las tienes y no lo eres. ¡Puede ayudarnos, Ashun!

Aquel giró en redondo para encararme:

—¡¿De verdad te tragaste toda su historia sobre ese asilo de esclavos?!

Me quedé mudo y de piedra. ¿Era esa la razón por la que Ashun miraba de ese modo cuando Zami me contaba sobre Ahzudy?

—¿Y si fuera cierto? —me envaré—. ¡Solo imagínalo! ¡Un lugar en medio del mar donde solo vive gente libre! ¡Sin esclavos...! ¡Un lugar sin...!

—¡Un lugar que no existe! ¡No seas iluso!

Me callé, dolido por su tono, empezando a perder mi propio temple.

—¿Cómo sabes que no existe? ¡Pasaste tu vida viviendo debajo de la misma jodida piedra que yo! ¡No sabes nada de lo que hay allá afuera!

Ashun arrastró un carraspeo desde lo hondo de la garganta y dejó los talegos en el piso. Pensé que cedería; que le había convencido, pero lo que hizo en cambio fue hurgar en el suyo buscando algo.

—Déjame mostrarte algo.

Acto seguido, sacó de sus pertenencias un libro que reconocí y la boca me cayó abierta. Era el mismo libro que había visto tantas veces en la mesa junto a la cama de Eloi; aquel que en tres meses no había podido entender. Cuando Ashun me lo entregó y lo hojeé, pude corroborar que se trataba del mismo, pues tenía los mismos símbolos extraños.

—... ¿Por qué tienes esto? —Lo ceñí contra mi pecho sin querer devolvérselo cuando Ashun extendió la mano hacia mí y lo solicitó de vuelta.

—Eloi me lo dio antes de partir. Dámelo, necesito que veas una cosa, a ver si de ese modo te convences de lo que te digo.

Accedí sin más opción, entregándole el libro a regañadientes, y me arrodillé junto a él cuando Ashun lo abrió en una de las páginas.

—Aquí —me dijo, hundiendo el índice en un punto. Por más que intenté darle una forma, no eran para mí más que líneas y letras, y en el lugar exacto en que Ashun señalaba no había absolutamente nada.

—¿Puedes entender estos símbolos? —pregunté.

Ashun pareció tan perplejo como yo. Parpadeó un par de veces, incrédulo:

—¿Tú... no sabes lo que son?

Negué con la cabeza sin dejar de recorrer las líneas, a ver si podía darme una pista por mis propios medios. Pero no pude.

—Es un libro de cartografía geográfica. Mapas —me dijo.

—¿«Mapas»? —repetí. Desde luego que sabía lo que era un mapa, pero nunca antes había visto uno y eso no hizo que las líneas cobrasen sentido.

Ashun dejó escapar un largo resoplido y me lo explicó:

—¿Ves la silueta que forma este dibujo de aquí? —preguntó, delineando con el dedo una silueta de bordes irregulares, como si hubiese sido dibujado por un niño pequeño—. Es el continente de Nimia, donde vivimos. Aquí está Yrose, nuestra nación. Y aquí está Hadiveh, en donde estamos ahora. Esta es la ruta que siguió el barco.

Seguí con mirada ávida el dedo de Ashun. Empezaba a entenderlo poco a poco. Algunas de las letras me resultaron familiares, aunque lo único que pude leer fue la «Y» de Yrose, porque con esa letra se escribía mi nombre según Laila me lo había enseñado. Con eso terminé de creerle.

—Ahora mira esto —me indicó Ashun, señalando el mismo punto que me había indicado mirar con anterioridad, el sitio vacío en el mapa.

—No hay nada allí.

—Exacto.

Miré a mi hermano sin comprender. La paciencia de Ashun seguía siendo inagotable cuando se trataba de explicarme las cosas más simples. Volví a sentirme un idiota.

—No lo entiendo, Ashun, maldición... ¿quieres ser más claro?

—Zami dijo que la isla de Ahzudy se encontraba en medio del mar levante —me recordó él con las cejas en alto. Asentí. Aquellas habían sido sus exactas palabras—. Esto de aquí conforma el mar levante, por donde sale el sol. No hay ninguna isla en la carta —sentenció Ashun—. No hay nada allí porque Zami te mintió, Yuren. Su condenada isla no existe.


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