𝐁𝐀𝐌𝐁𝐈 | Tom Riddle

By -petitecoquette

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ೄྀ࿐ ᴮᴬᴹᴮᴵ ˊˎ- ↳ (riddle) +18 ❝EN DONDE BAMBI ES EL 𝐂𝐈𝐄𝐑𝐕𝐎, Y TOM ES EL 𝐂�... More

━━━━━━━introduction
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━━━━━━━epilogue
author's note

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By -petitecoquette


𝙘𝙝𝙖𝙥𝙩𝙚𝙧 𝙛𝙞𝙛𝙩𝙚𝙚𝙣 // 𝘥𝘦𝘧𝘺 𝘵𝘩𝘦 𝘥𝘦𝘷𝘪𝘭







Ese mismo día de terror, Tom me tomó del cuello y me amenazó de todas las maneras más escalofriantes que podía pensar: desde cortarme en pedacitos hasta masacrar a toda mi familia ante mis ojos. Me hizo desear un mundo en el que yo no existiera, en el que nada  de lo sucedido en los últimos días fuera real.

     Justo cuando estaba a una puerta de mi libertad, él me volvió a hundir. Justin había salido de su habitación luego de tanto alboroto. Lo vi en calzones, pelo hecho jirones, un tatuaje extraño en su brazo izquierdo, y ojos entrecerrados del sueño y la confusión. Quiso involucrarse, pero yo le pedí que no lo hiciera. Tuvo la fortuna de tener una pronta recuperación con su golpiza, pero yo me negaba a verlo escupiendo sangre en mi nombre. Sin embargo, Tom no necesito de una excusa para acercarse a él. Ya tenía de vuelta la varita que yo le había quitado, y con esa misma, apuntó a su manzana de Adán.

    Cuando Tom se enojaba, el ambiente entero parecía alterarse junto a él. El aire se volvía más pesado y el clima parecía tronar con la misma intensidad de su ira. Aún cuando no planeaba tener el control de todo a su alrededor, naturalmente lo tenía. Su magnetismo era nato, y pocos hombres lo poseían. Muchos clamaban ser los más poderosos, y aunque estuvieran durmiendo entre lingotes de oro, ninguno tenía la llaneza de Tom cuando se proponía algo.

Justin no retrocedió al ver a su hermano. Por alguna extraña razón, permaneció firme en su lugar, como si tuviera dos estacas en los pies clavadas en la madera. Sabía que el mayor no venía a zancadas con buenas intenciones, pero lo dejó desquitarse. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de él, creí que le daría un puñetazo en la cara, o que algún hechizo macabro de su varita terminaría por mandarlo de vuelta al hospital. No obstante, se colocó nariz a nariz con su hermano, respirando como toro hacia su matador.

A continuación, le susurró algo entre dientes que sólo Justin pudo escuchar. Él no le respondió, pues tuvo suficiente con sostenerle la mirada todo el rato. Y cuando creí que ya se había saciado con las amenazas, Tom se giró para llamarme. Me vi obligada a caminar hasta él, temblando como una cría ridícula. A continuación, me tendió su varita. Me quedé pasmada.

—Serás la bruja testigo. —Fue su explicación. Yo sostuve la varita color hueso y traté de ponerme en sintonía con sus palabras. Sólo nació el repentino deseo de hacerle daño con mi nueva arma entre mis dedos, pero la advertencia que Tom tenía en sus ojos me hizo retractarme. Para entonces, yo ya sabía que no necesitaba una varita para vencerme.

     Justin le dijo que todo era innecesario, pero decirle aquello a Tom no era distinto a pedirle a un perro rabioso que no mordiera. Entendí —a duras penas— que los hermanos iban a someterse al Juramento Inquebrantable, y que yo sería quien constataría sus promesas. 

     Jamás había hecho algo como eso. Por lo general, daba mi palabra al juntar mi meñique con el de otro. Quizás por eso era que siempre terminaba defraudada... ¿Quién le haría honor a un ritual tan infantil? Sólo yo, eso seguro.

     Seguí las instrucciones de Tom, y en unos segundos se estableció la conexión entre ambos hermanos, agarrados del antebrazo del otro, con espirales de magia rodeándolos en color plateado.

—Tú, Justin Blanchard, ¿juras por tu vida no volver a mencionar frente a nadie a Isadora Talbot, Anastasia Dolucci, y cualquier otra mujer que haya estado involucrada conmigo?

     Justin tenía el mentón alzado. No sabía qué lo estaba llevando a actuar tan altivo. Quizás era el hecho de que no tenía más interés en ayudarme, o ayudar a la siguiente presa luego de mí. Tom había visto en mi cerebro su asistencia, así que me era lógico que decidiera no socorrer a nadie más en su vida.

—Lo juro —dijo solemne.

Tom tenía los ojos de un verde reptil. Si me daban a adivinar, podía asegurar que era mitad serpiente. La más venenosa de toda su especie.

—Más te vale, o te pudrirás como todas ellas —decretó.

Su ultimátum no hizo que Justin siquiera parpadeará, pero a mí me dejó con puñaladas en el corazón. Alcé su varita hacia su cara, a pesar de que las manos me vibraban ante la tremebunda escena frente a mis narices. Tom arqueó una ceja al verme.

—Déjalo en paz —amenacé. Quise sonar severa como una bruja respetable, pero terminé escuchándome como una bebé haciéndose encima.

En dos movimientos fugaces, Tom recuperó su varita de mi mano y me empujó contra la pared, tomándome del cuello con su ahora mano libre.

—No. Él te dejará en paz a ti —siseó malévolamente. Observó a Justin y lo apuntó con su varita—. Imperio.

     A pesar de que Tom ejercía una tortuosa presión en mi tráquea, vi como Justin cerraba los ojos ante la maldición. Se quedó helado en su lugar, como si alguien le hubiera echado una fragancia de flores y él estuviera tratando de distinguir las orquídeas de los narcisos. Así se mantuvo por diez segundos, hasta que volvió en sí, ojos abiertos como platos, alternando su vista entre su hermano y yo. Finalmente, se escabulló en su habitación, cerrando con un portazo. Sólo así, Tom aflojó su mano en mi cuello, y di una gran bocanada exagerada para llenar mis vías respiratorias del oxígeno que me faltaba. Me dijo algo al oído, pero mis ganas por recuperar el aliento me inhibieron los otros sentidos. Se dio un cuarto de vuelta, caminando rápidamente hasta la puerta. Como
si no hubiera ninguna restricción en ella, tomó la manija y la abrió. Me dedicó una última mirada de advertencia, y luego desapareció. Probablemente iría al atelier, a hacer de mi hogar un espacio de trabajo que no me entusiasmaba.

Conté sesenta segundos. Temía que volviera y me viera hacer algo muy estúpido, pero no lo hizo. A veces me preguntaba por qué simplemente no se reaparecía de un lugar a otro en lugar de caminar, pero recordaba a Justin diciéndome, apenas se había mudado, que en su apartamento nadie podía materializarse. Al principio me pareció una locura, pero me explicó que en ciudades como Nueva York, uno no podía darse el lujo de tener las puertas abiertas a cualquiera. Si dejaba que cualquier mago se apareciera en su hogar, algún día acabaría asaltado mientras dormía. En especial ahora, que la tasa de crimen excedía entre el mundo mágico.

Cuando me sentí segura de que Tom no volvería, me pegué a la puerta de Justin como una ventosa. De no haber sido por el cansancio, quizás me habría vuelto un mar de lágrimas una vez más.

     —Lo siento mucho —lloriqueé contra la superficie, tan aferrada a ella que parecía una estrella de mar—. Lo vio en mi cabeza, vio que me ayudaste. Se metió esta mañana y luego intenté escapar. Maldita sea, me asusté mucho.

No sabía por qué le daba explicaciones. Nació de mis entrañas la necesidad de justificar lo que hacía, incluso cuando Justin no hacía lo mismo conmigo. Lo podía imaginar tirado en su cama, en posición fetal, meciéndose a sí mismo para calmar los demonios de su cabeza. Pero no. Me abrió la puerta, y yo terminé cayendo hacia adelante, donde su pecho —ahora vestido— me dio un cálido aterrizaje. Me envolvió en sus pálidos brazos con con toda su fuerza, de nuevo sintiendo que el aire me faltaba, pero su presión contra mi cuerpo no era violenta como la de Tom, sino que era cariñosa.

     —No, yo lo siento —murmuró, su boca contra mi frente—. Debí ayudarte más.

     ¿Cómo hacía para estar cerca de mí? Literalmente su hermano le ordenó que se alejara de mí. Me separé un poco con el ceño fruncido y lo miré confundida.

     —L-la maldición —farfullé desconcertada. Justin sonrió—. ¿Cómo lo haces?

     —Dijo que te deje en paz, no que me aleje de ti —rió—. ¿Te estoy molestando?

     —No. —Me uní a su sonrisa. Amaba los espacios vacíos de la magia.

     Las palabras podían tergiversarse o cobrar doble sentido. Cuando uno tenía que dar órdenes, había que ser sumamente cuidadoso con lo que decía, porque cualquier mago podía leer entrelíneas y mandar los decretos al excusado. De seguro Tom no habría cometido ese error de no ser porque estaba enojado y apurado.

     —Muy bien. Ahora cuéntame. —Desestimó cualquiera de mis pensamientos, tomándome de los brazos y sentándome con él en el piso—. ¿Por qué no pudiste escapar?

     No podía creer lo que mis oídos escuchaban. Justin quería hablar conmigo. Se cruzó de piernas como un pretzel, frente a mí, como hacíamos en la escuela durante los recesos. Traté de no mencionar nada de lo que se me cruzó por la cabeza y me limité a responder su pregunta.

     —A la madrugada intenté hacerlo. Vi que la sala tenía un campo de fuerza, así que más tarde, cuando lo hice enojar y se quiso defender, tomé su varita y desintegré la protección. —Justin estaba boquiabierto. Tal vez estaba sorprendido de todo lo que había hecho, orgulloso de los avances de una tímida bruja como yo—. Pero cuando llegué a la puerta principal, no pude abrirla. Ningún hechizo me sirvió.

     Al terminar mi parloteo, se quedó pensativo. 

     —Bien, me encargaré de ver eso —habló luego. Tenía sus orbes negros clavados en el piso—. Él y yo podemos salir de aquí a nuestro gusto y placer, así que la puerta no debe ser el problema. Debes ser tú. Debió ponerte un hechizo que bloqueara tu llegada al exterior. Voy a remediarlo.

     Tenía sentido. Mis intentos por huir siempre se veían fallidos por alguna de sus artimañas. De seguro yo estaba maldita. Sólo Justin podría sacarme del apuro.

     —¿Me vas a ayudar? —pregunté esperanzada.

     —Sí. —No dudó en responder. Me dio la mano y besó el dorso con ternura—. Debo conseguir los medios, pero haré hasta lo imposible para sacarte de aquí.

Había un brillo en sus ojos que me hicieron creerle. Quizás era la más ingenua por hacerlo, o la más lista. No tenía muchas opciones tampoco. Se me habían acabado los trucos bajo la manga, y confiar en Justin era mi único destello de esperanza en esos momentos. Era eso, o reventar. Yo sólo quería marcharme. No quería volver a casa, quería correr hasta donde el Sol se escondía y perderme entre la gente. No quería pertenecer a ningún lado, más que a mí misma. Necesitaba estar lejos de todo lo que me hacía daño. No sólo Tom, sino mi vida, la de Antonia Kaplan antes de su secuestro. Porque la bruja que era antes podía no estar encarcelada, pero no tenía más libertad que ahora. Vivía en una burbuja. Ya no más.

Justin era mi hada madrina. Solía hacerle esa broma cada vez que me consentía. Esta vez no era nada de eso, era mi salvador. Bueno, en realidad, era eso o mi peor pesadilla. Sólo había que ver para creer.

     Sus hoyuelos se marcaban en su expresión. Aún sostenía mi mano como el príncipe azul que imaginaba cuando dormía. Yo imité su gesto, y le mostré mis dientes en la sonrisa más genuina que pude esbozar.

Pero las señales de cruzaron unas con otras. Los cables de nuestro sistema se interconectaron en distintas fases. O eso creí, en el momento en que su rostro se acercó al mío, ojos cerrados y labios fruncidos hacia adelante. Le puse mi palma sobre su boca, y le corté su momento de novela romántica. Entonces abrió los ojos, y supe por su cara que hubiera preferido que la tierra se lo tragara. ¿Acababa de rechazarlo?

—Te va a matar si se entera —expliqué. Él corrió mi mano de sus labios—. ¿Qué estás haciendo?

Por un segundo, pensé que se abalanzaría sobre mí y me haría tragar mis palabras, pero no lo hizo. Se quedó quieto, avergonzado, aunque no dejando ocultar esa soberbia de antes, mezclada con su orgullo herido.

—Desafiando todas sus órdenes —respondió.

No. No estaba tratando de probar su punto conmigo. No quería rebelarse a expensas de mí. No era su estilo. Quiso besarme, porque algo en su organismo se lo había pedido. Justin era un chico impulsivo, siempre lo fue. Pero hacer algo tan errado como besarme, era otro nivel que no conocía de sus límites.

—¿De qué estás hablando, Justin?

Suspiró. Algo me decía que estaba por mandar a la mierda todo.

—No es la primera vez que estoy bajo el maleficio o atado a un juramento —habló entonces. Sus ojos de carbón estaban aguados—. He prometido, entre un centenar de cosas, que si te dejaba escapar, moriría.

—¿Qué? —pregunté de inmediato, atónita—. ¿Por qué hiciste eso?

—No tenía opción. Era eso, o Tom mataría a Isadora. —Siguió explayando su punto—. Sé que la he perdido, apenas me reconoce cuando la visito, pero la amo. No podía dejar que nada le pasara.

Todas las piezas encajaron unas con otras. Todo cobró sentido: sus explicaciones a la mitad, su información a medias, sus ganas de asistirme, pero casi nunca haciéndolo. Ahora lo entendía. Tom se lo había prohibido, y bajo amenazas que no podría asimilar nunca. 

—Por eso nunca me ayudaste —dije sorprendida—. Por eso siempre estuviste dándome pistas, para que yo escapara sola.

—Exacto. Lo siento mucho. De verdad quise ayudarte más, en serio que sí. Pero cuanto más me acercaba a ti, peor era para Isadora. Pero ya no más. Porque si esto sigue su curso, las perderé a las dos. —Sus labios parecían los de un bebé haciendo pucheros. Quise decirle que lo perdonaba, aunque lo único que salía de mi boca eran suspiros de sorpresa—. Prefiero perder la vida, antes que arruinar la de ustedes.

El corazón me dio un vuelco. Mi interior entero ardía en fuegos artificiales y bengalas de colores. No por el hecho de que podía finalmente librarme de Tom, sino porque ahora sabía que alguien había estado de mi parte todo este tiempo, haciendo hasta lo imposible para que yo pudiera seguir viviendo. Pasar por encima de la maldición imperial era tan doloroso e imposible como resistir la maldición torturadora, y Justin se las apañó para hacerlo.

Este era el mejor amigo que recordaba. El de "en las buenas y en las malas". Aunque ahora, decir que nos encontrábamos "en las malas", era lo mismo que decirle gato a un tigre.

—Si me ayudas ahora, Tom matará a Isadora —señalé. Tampoco quería meterlo a un abismo por mi culpa.

Justin negó con la cabeza.

—No si actuamos primero.

Parpadeé un par de veces. ¿Atacar? ¿Ser los jugadores ofensivos?

—¿Cómo haremos eso? —inquirí.

—Primero lo primero. —Se puso de pie de un salto. Me dio la mano y me obligó a pararme frente a él. Hice una mueca, aún con el pie herido. Justin lo notó y me quitó la cojera de un simple hechizo—. Voy a enseñarte a cerrar tu mente. Porque una vez que tengamos todo planeado, él podrá leerlo todo en tu cabeza.

     Las siguientes dos horas transcurrieron con nosotros dos en la cocina, comiendo todo lo que estuviera a nuestro alcance mientras Justin me explicaba lenta y minuciosamente cómo bloquear mi cabeza de intrusos. Según él, debía imaginar mi mente como una habitación. Podía ser lujosa y colorida, o simplemente blanca y vacía. No tenía importancia su interior, siempre y cuando imaginara en ella una puerta. Aquella era la representación de mi privacidad. Debía ser consciente de que yo tenía la llave para invitar o expulsar a quien quisiera. Mi cerebro era mi hogar, y yo debía protegerlo de los ladrones. Para eso, por fuera de ahí, habían barreras. Justin me dijo que cuando alguien buscaba leerme el pensamiento, yo sentiría esas barreras caer como Dominó. Físicamente, se sentirían como pinchazos de alfileres en el cerebro, así que, cuando viera mi fortaleza atacada y ametrallada en sus barreras, debía defender la entrada de mi privacidad. Para eso, me pidió imaginar un domo. Podía hacerlo del material que quisiera, siempre y cuando fuera lo bastante resistente para bloquear los derrumbes de mis barreras, y el de mi puerta. Yo tenía una imaginación alucinante, así que no me fue trabajo duro tener que inventar todos los escenarios.

     Ya cómoda con la teoría, pasamos juntos a la práctica de lo aprendido. Justin se sentó en el otro extremo de la cocina, me apuntó con su varita y, a pesar de que no pronunció ni una palabra, supe que había usado el hechizo indicado para leerme la mente. Enseguida me puse en estado alerta. Todos los centinelas de mi organismo se vieron con la guardia arriba. Pero enseguida, las fuerzas de Justin penetraron las primeras filas de mis barreras. Inmediatamente me dispuse a dibujar mi domo de acero macizo, y corté sus intentos por avanzar en mi terreno mental. Volvió a intentarlo luego con más fuerza, pero lo expulsé nuevamente, y esta vez con más facilidad. A ese paso, podría decirse que la alumna estaba superando al maestro.

     —Olvidé lo buena que eras en las artes mentales —comentó exhausto—. Debes tener una parte de tu cerebro más desarrollada que el resto, un ojo interno que pocos poseen. Por eso puedes tener visiones, o desbloquear recuerdos de otros. Siempre fuiste muy perceptiva.

     Lo único en lo que era buena, claro. En Ilvermorny, me destacaba por mi talento natural en Adivinación. Siempre podía ver más allá del resto. Se me daba especialmente bien la lectura de hojas de té, así también como la quiromancia. Incluso hubo épocas durante mi pubertad en donde una que otra profecía se escapaba de mi boca. Realmente era una pesadilla, pues cuando eso pasaba, mi cuerpo se sentía poseído por otra persona. La abuela Hera decía que ese don lo heredé de ella, salteando olímpicamente a mi madre.

     —Desde el colegio que no tenía nada de eso, hasta que esto pasó. He soñado contigo y Tom... —titubeé unos momentos, no muy segura de lo que estaba por confesar—. Y Ana. Creo que esos sueños son reales. Siento que sólo proyecté un recuerdo de ustedes en mi cabeza.

     Justin enmudeció unos segundos. Aproveché entonces para repasar mis visiones de Ana y Tom de pequeños, los más vívidos desde que tenía uso de razón.

     —No sería la primera vez que lo haces —convino, luego de un rato de silencio.

—No, no lo es.

     Cuando estábamos en último año, me la pasaba soñando sobre una chica que no conocía. No sabía quién era, o de donde la tenía. Era castaña, usaba una túnica negra y azul, y unos lentes muy ridículos. En mis sueños, la chica era agredida por sus compañeros, y siempre terminaba corriendo hasta un lavabo, llorando desconsoladamente. ¿Su nombre? Una incógnita. Lo único que sabía, era que esa niña era real, y yo estaba imaginando su vida en mi propio palacio mental. Justin decía que había perdido la cabeza, pero en el fondo, los dos sabíamos que mi poder para prever lo que otros no, nunca se equivocaba.

     —¿Cómo es que sabes de todo esto? —cuestioné de pronto—. Jamás nos enseñaron en la escuela esta clase de cosas.

     Justin torció una mueca.

—Y deberían —dijo disgustado—. Con Tom en mi vida, necesitaba aprender a guardar mis secretos.

     Que incómodo, pensé. Tener a alguien con la capacidad de meterse en tu cabeza las veinticuatro horas del día debía ser tedioso. Ser transparente era asqueroso, o en caso de Justin, peligroso. No tenía la mejor relación con su hermano, así que volverse un libro abierto, no era opción.

      Y viceversa.

—¿Puedes leer su mente? —inquirí. Me acosté sobre la mesa panza abajo, mis codos apoyados y mis manos sosteniendo mi cara.

     Justin me miró como una niña de tres años. Bueno, le di motivos. Estaba actuando como una, usando el lugar para comer como un sofá. Pero en lugar de sermonearme, negó con la cabeza mientras reía.

—No —contestó sonriente—. Sólo se guardar bajo llave la mía.

     Qué injusto.

—¿Podemos aprender a leer la suya?

—Puedes hacerlo con un hechizo, como yo intenté hacerlo contigo hace un momento, pero Tom siempre tiene la guardia arriba. —Rascó su cabeza, incómodo, como si ya hubiera intentado entrar en su retorcida mente más veces de la que le gustaría admitir—. Su talento es natural, se llama Oclumancia, lo que estuvimos practicando hasta recién. Él puede repelernos sin esforzarse. Se suele dar el talento de generación en generación.

     Tom era el mago más afortunado. Cada vez me cabían menos dudas de eso. Fue bendecido con carisma, con belleza, con inteligencia, y magia más poderosa que el de un mago promedio. A veces me hacía dudar de que Justin y él fueran familia. Qué va, por supuesto que no lo eran.

     Carraspeé, anunciando el cambio de tema.

—Entonces ustedes no son hermanos de verdad, ¿cierto?

     Los dos no tenían un pelo de semejantes. Eran de todo, menos análogos. Lo único que compartían, era su amor por las chicas de rojo, con el cabello como el amanecer. Y yo, una de esas desgraciadas.

—Cierto —dijo lento, pero su respuesta no daba seguridad—. Era algo que decíamos de pequeños. Imagínate los dos, solos, menores, maltratados en un orfanato muggle que nos tildó de niños poseídos por los hijos del diablo. Él y yo éramos diferentes, y nos teníamos uno al otro desde que teníamos uso de razón. Compartíamos un talento que nadie más tenía a nuestro alrededor: magia. Éramos dos magos perdidos, y una hermandad forjamos para hacer nuestras vidas más llevaderas.

     Tenía sentido. A veces se me olvidaba que Justin era oriundo de las tierras británicas, y que su verdadera familia lo había abandonado desde su nacimiento. Tuvo el mismo infortunio que Tom, sólo que era unos años menor que él.

—¿Lo sigues considerando tu hermano? —me atreví a preguntar.

De nuevo, silencio. Quedó con la cabeza gacha, eligiendo con cuidado sus próximas palabras.

—Soy un huérfano, Bambi. Soy el primero en entender que la familia es la que se elige, no en la que se nace —explicó. Sus orbes de obsidiana aguados como vidrios empañados—. Realmente consideré a Tom mi hermano años atrás. Pero cuando me adoptaron, cuando cerré la boca y nada mencioné de Tom a los Blanchard, rompí la hermandad.

Cruel. Darle la espalda a alguien de esa manera era lo más cruel que había escuchado salir de su boca desde que lo conocía. Gracias a Ana, gracias al resentimiento que ganó, a los celos por una niña llevándose el afecto de su hermano, Justin lo apuñaló por la espalda. Los Blanchard estaban más que encantados con él, y de seguro no les habría importado acoger a Tom entre su amor y riquezas. Pero no. Él tenía a Ana, y Justin quiso algo para él mismo. Tom había encontrado a su familia en esa niña pelirroja, entonces Justin debió encontrar la suya. Era muy pequeño para entender que, en realidad, condenó la vida de su hermano. Su ex hermano.

No quise meterme mucho en el tema, pero la curiosidad me venció.

—¿Tom también lo ve así? —pregunté tímidamente.

—No —replicó serio—. Soy lo único que le queda. Cada vez que Anastasia muere, siempre quedo yo. No tiene familia alguna. Jamás fue adoptado. Le gusta creer que soy su hermano, porque sino se daría cuenta de que está solo, y que siempre lo estará.

     "Cada vez que Anastasia muere". Mi estómago sintió un maremoto al escuchar esas palabras que, sorprendentemente, salieron tan naturales de su boca. En especial porque trataba de Anastasia a todas las víctimas de Tom, y no por lo que eran realmente: mujeres sometidas a su manipulación y tortura. Brujas que tenían una vida, una familia y amigos. Ninguna de ellas era Ana. Y yo tampoco sería ella.

     —¿Cómo hago para leer su mente? —Retomé el hilo. No quería estancarlo en su propias penurias, ni mucho menos perder el tiempo.

Justin se tomó todo el contenido de su botella de agua. Se limpió las comisuras con su camisa, ojos aguados tratando de volver a su estado desierto.

     —Un legeremente nato sólo debería concentrarse en derribar las barreras mentales de su oponente, y no tendría problema en colarse en su cabeza. Con una varita, en cambio, bastaría con pronunciar "legeremens".

La idea de poder comunicarme telepáticamente con una persona me habría parecido lo más guay del mundo. No obstante, tratándose de Tom, me ponía nerviosa. Las imágenes que podría llegar a encontrar en su cerebro de psicópata me darían pesadillas por la noche. Pero aún así, quería aprender. Cuanta más ventaja ganara en su juego, mejor sería.

Recapitulé todo lo aprendido. Me quedé quieta y callada, observando a Justin fijamente. Me pregunté si sería capaz de meterme en su mente, aún cuando no tenía una varita en mis manos. Él mismo lo había dicho: se me daba bien la magia que involucrara la manipulación mental. Y sin un sujeto de prueba, nunca iba a poder explotar mis virtudes. Además, ¿qué mejor manera de constatar dónde yacía su lealtad, que viéndolo en su cabeza?

Entorné los ojos hacia donde él estaba parado, brazos cruzados sobre su pecho y atención desviada en la sartén cocinando unos huevos revueltos. Me valí de su despiste y me concentré al cien por ciento en mi misión. Usé mi imaginación para visualizar la privacidad de Justin como una casucha, con una puerta de madera vieja. Las barreras que me separaban de ella eran, a su vez, también del mismo material. Había al menos una docena de ellas, y cada una más gruesa y resistente que la otra. Entonces, mi cabeza dibujó un proyectil. Había pensado primero en un hacha, pero necesitaba algo que fuera lo suficientemente explosivo como para derribar las defensas y la puerta a sus cavilaciones. Así que, sin más, disparé a su terreno mental. Justin se llevó las manos a la cabeza inmediatamente, y soltó un quejido sonoro que hizo eco en toda la cocina. Sus barreras cayeron en canon, una tras otra, a la par de su cuerpo, que poco a poco se iba retorciendo en el suelo. La entrada a su privacidad quedó libre. La puerta no presentó resistencia a mi tacto, así que entré como si yo fuera la dueña del hogar detrás de ella.

Sus recuerdos pasaban por mis ojos como cien películas a la vez. Apenas podía captar fragmentos de su vida, con diálogos sueltos y rostros descoloridos. No sabía si era su defensa contra intrusos, o si su cabeza realmente estaba tan alborotada de vivencias. En cualquier caso, me dispuse a organizarla en la medida que pude. Respiré hondo, y me imaginé que su mente era una gran biblioteca, y todas sus memorias estaban guardadas en un libro. Ninguno tenía título, pero al menos englobaban una pequeña porción de sus recuerdos.

     Antes de que Justin me escupiera fuera de su propiedad privada, caminé por los pasillos de su biblioteca y tomé el primer libro que llamó mi atención. Su portada tenía un dibujo: una calavera, de cuya boca salía una lengua con forma de serpiente. Lo abrí. Una bruma negra envolvió, y me materializó en una habitación lujosa. A mi alrededor, al menos diez magos estaban vestidos de negro. Todos ellos tenían la manga de sus sacos levantada, con el símbolo de la tapa plasmada en la piel. ¡El mismo que Justin tenía esta mañana!

     Se escuchó un crujido y luego la puerta se abrió de golpe. Tom la había empujado con un puntapié y desfiló por ese salón con la gracia de un rey. Acorraló a Justin contra una pared, mofándose de él con los otros hombres de negro, y tomándolo de la muñeca a la fuerza, Tom dibujó el símbolo de calavera con una navaja. Justin soltó unos cuantos alaridos al sentir las incisiones, pero no lo apartó. La sangre se le escurría, pero a nadie pareció importarle. Sólo cuando Tom terminó el dibujo, el símbolo de cicatrizó automáticamente, y el carmín se tiñó de negro. Ya no era una herida, era un tatuaje.

     Espantada con las prácticas sanguinarias entre hermanos, salí de ese recuerdo y dejé el libro en su lugar. A continuación, tomé otro de una estantería diferente. Éste tenía ilustrado un antifaz en la tapa, y mi instinto fisgón me obligó a sumergirme en las páginas.

     El siguiente escenario parecía más agradable. Mostraba una tienda de antigüedades y artilugios de colección. El lugar y sus productos brillaban por el lustre y buen cuidado. Si mi padre hubiera estado allí, habría felicitado al dueño por el compromiso y buen servicio. Pero quien estaba allí no era mi progenitor. Justin había entrado a la tienda. La campanilla había sonado con su bienvenida, y una muchacha no más grande que yo se acercó a atenderlo. Ella le sonrió coqueta, y le indicó el precio de todo aquello por lo que él preguntaba. Por un momento creí que Justin iba a pedirle una cita, pero simplemente le pidió que le trajera una bola de cristal. La chica le sonrió y le indicó que esperara que fuera a por ella. Desapareció detrás del mostrador y dejó a su cliente a solas.

     Todo empeoró entonces. Casi automáticamente, Justin saltó por encima del mostrador y metió la mano en todas las vitrinas de allí. Cogió cada objeto que captó su atención y se lo guardó en sus bolsillos, incluyendo un giratiempos y una habichuela mágica. No fue hasta que escuchó los pasos de la jovencita que decidió volver a su lugar, manos en los bolsillos y boca silbando en inocencia. Pagó por la bola de cristal, y le dedicó a la chica una última sonrisa cautivadora: la de un ladrón.

     Cerré el libro y lo tiré al piso con rabia. Mi mejor amigo era un delincuente. Era de la misma raza que Tom; de los que ocultaban su malicia detrás del encanto.

     Estaba por salir de su cabeza y aventarle un plato, pero resistí. Había otro libro que pedía por mi atención. También sin título, y con una figura dibujada en ella. Un corazón.

     Su contenido me traía intrigada. La bruma me transportó a un lugar vagamente conocido, blanco, un tanto tétrico, con personas de bata, y otras en camisón de hospital. El mismo lugar que había visitado un día atrás: el instituto psiquiátrico donde Isadora residía. Me di cuenta por su cabellera rojiza bailando detrás de ella, de la mano de Justin. Ambos caminaban como dos perfectos criminales entre los pasillos, con una tercera figura delante de ellos. Yo los seguí, curiosa, hasta que doblaron al final de un pasillo. Se escabulleron por un pabellón prácticamente deshabitado y doblaron nuevamente hasta una habitación desnuda. Sus paredes eran de áspero ladrillo, y filamentos de musgo se entreveían en las uniones. La tercera figura fue empujada por Isadora y Justin hasta el interior del espacio abandonado. Cuando el mago pegó la espalda contra la superficie, sobresaltado y asustadizo, pude reconocerlo. Wallace. Sus dientes amarillos, la escualidez de su cuerpo y su piel moca eran inconfundibles. Estaba prácticamente arrodillado frente a ellos, ambas manos juntas pidiendo por su vida.

No estaba segura de si quería ver el recuerdo. Había tenido suficiente con el anterior. Tenía el presentimiento de que éste no terminaría muy bien, en especial luego de ver la sanguinaria sonrisa de Isadora en su rostro de porcelana. Pero me quedé. No podía huir de lo que no me gustaba. Aquello era el comportamiento de una niña caprichosa que debía soltar. Era una mujer fuerte, con el estómago suficiente para tolerar lo que sea.

Justin y su verdadero amor estaban de la mano. Intercambiaron palabras por encima de las súplicas de Wallace. Isadora asintió a unas instrucciones de Justin, y tomó la varita que él le estaba tendiendo impaciente. Se aferró a ella con alegría. Quizás era la primera vez que sostenía una luego de tanto tiempo encerrada como una lunática en un manicomio. Y, a continuación, elevó la varita al bromista de la clase, el tipo de las sustancias raras. El marginado que había tomado el mal camino de las adicciones. Pero no importaba quién era realmente. Era una persona de carne y hueso, e Isadora sólo lo veía como un chicharrón. En sus ojos crispaba la duda y la determinación al simultáneo. Justin besó su mano para calmarla y asintió con su cabeza para alentarla. Ella le dedicó una media sonrisa, y pronunció las dos palabras que harían aparecer un rayo verde contra el cuerpo de Wallace, golpeándolo contra el piso, inerte.

Fue la primera vez que vi la maldición asesina arremeter contra un cuerpo. Y de todas las personas en el mundo, jamás creí que Isadora Talbot fuera a ejecutarlo. Mucho menos con la aprobación de Justin.

      Salí de su cabeza. Me fui tan bruscamente que ambos nos desplomamos en el suelo, abatidos por el desgaste mental. Respirábamos con dificultad, pero el aire ahora tenía un aroma distinto. Quizás porque era el mismo que inhalaba junto a un cómplice de asesinato.  Me daban arcadas de sólo repasar la imagen. Merlin, si pudiera echarme a mi misma un obliviate, lo habría hecho en ese mismo instante.

—¿Cómo hiciste eso? —preguntó Justin, tosiendo y sujetándose la cabeza. Tenía los ojos entrecerrados, como si alguien le hubiera dado un sartenazo.

     No se lo veía venir. No se esperaba que yo pudiera contra él. Literalmente, había superado las fuerzas de Tom. Él no podía meterse en la cabeza de su hermano con la facilidad que yo lo hacía. Pero no podía alardear de eso, porque lo que vi en su cabeza no tenía nada de bonito. Apenas estaba cayendo en la cuenta.

     —No puede ser —musité.

     Me estaba reincorporando del piso, aterrada, viendo en repetición el homicidio de su cabeza como un disco rayado. Justin también se puso de pie, ojos de pánico clavados en mí. Apenas le pude sostener la mirada.

—Dime que lo que vi no es real —pedí. Pero yo sabía que lo había sido. Cada sucio detalle había ocurrido.

—Escúchame. —Alzó las manos inocentemente y se acercó a mí lento.

     Instintivamente, retrocedí hasta pegarme contra la pared más cercana. Hice caer unos cuantos utensilios en el camino pero no me importó. Necesitaba espacio, lejanía de una persona que cada vez reconocía menos. Era cierto el dicho. "Nunca terminas de conocer a alguien". Y si me hubieran dejado seguir con la frase, hubiera añadido: "porque nadie se conoce a sí mismo del todo". El Justin de antes jamás no le habría hecho daño ni a una mosca. ¿Pero esta versión? Me ponía los pelos de punta.

—¿Qué mierda fue eso, Justin? —farfullé, trabándome con mis propias palabras, no muy segura de qué decir—. ¿Qué hiciste?

     Justin avanzó un paso, pero se retractó cuando vio el terror en mi rostro.

—Salvarme. Salvarte. Eran sus putas pociones las que Tom pone en tu comida, y yo necesitaba que mis secretos se esfumaran con él —explicó desesperado. Podía notar que intentaba no infundirme más miedo—. Eso, y una víctima que no levantara sospechas.

—¿Víctima? —repetí. Si buscaba calmarme, no lo estaba logrando muy bien que digamos—. ¿De qué estás hablando?

     Los dos estábamos alterados. Yo ya no confiaba ni en mi propia sombra. Sabía que Justin estaba esforzándose mucho en decir las palabras adecuadas, pero no le salían. Una vena azul se entreveía en su frente cuando se concentraba mucho.

—Me aseguré de tener el control, Bambi —dijo rendido—. Guardé una parte del alma de Isadora en mí.

     En otras circunstancias, me hubiera reído.

—¿Y eso qué se supone que significa? —espeté.

     Estaba harta de tapujos. Quería la verdad, por mas cruda y dolorosa que fuera. Y Justin lo sabía.

—Significa que, para matarla como lo prometió, primero deberá matarme a mí. Y si de algo estoy seguro, es que Tom nunca me asesinaría.

     Merlin.

     Entonces de eso se trataba, de jugar a ver cuál de ellos era el más listo. Y parecía que en el camino, no había reglas. Yo no defendía a Justin por lo que hizo —o por lo que obligó a hacer a Isadora— pero siendo honesta, ¿de qué equipo podía estar, si no era el suyo? Al menos él no planeaba matarme.

     Maldito Tom Riddle y sus amenazas. Yo creía distinto que Justin. Para mí, el sí era capaz de matarlo.

—Confías mucho en un criminal —observé—. ¿Por qué no puedes llevar una parte de mi alma?

     Siguiendo su lógica, todo sería más fácil si yo también hiciera lo mismo que Isadora. Aunque, ¿estaba dispuesta a pagar el mismo precio?

—Porque no puedo albergar más de una —se lamentó—. Así no funcionan los horrocruxes.

—¿Los qué?

—Envases —rectificó—. Son objetos o personas donde el mago deposita una fracción de su alma. Es magia oscura, y los medios para alcanzar la partición no te gustarán.

     Me daba una idea.

—Asesinato. —Asintió apenado—. Por eso mataron a Wallace.

—En efecto. Isadora tuvo que hacerlo, y tenerme cerca para completar la ceremonia —siguió explayando—. Sólo así, su alma se trasladó a mi organismo. Soy su horrocrux.

     Bueno, al menos lo habían hecho por una buena causa. O al menos para sobrevivir. En su situación, quizás yo hubiera hecho lo mismo.

     O quizás no.

—Estoy harta de muertes —me quejé.

—También yo.

     A donde sea que mirara, siempre alguien terminaba herido. Jamás estuve tan cerca de la muerte hasta que Tom me raptó y me mantuvo cautiva en su nido. Un ave de presa, y yo si alimento favorito. De no ser por Justin, habría perdido la cabeza el primer día.

     ¿Podría perdonarle todo? ¿Podría hacer la vista gorda? ¿Se podía confiar en un delincuente?

     Me despegué de la pared y di unos pasos tímidos hasta él.

—Justin —lo llamé. Me miró como un niño a un superhéroe—. ¿Por qué robaste el giratiempos?

     Gruñó. Se dio media vuelta para esquivar mis acusaciones.

—No importa. Sólo fue una loca ocurrencia —dijo en un hilo de voz—. Nunca debí hacerlo.

—No es lo único que robaste —repuse—. Lo vi en tu cabeza.

     No era por el giratiempos en sí. Quería saber porqué estaba delinquiendo, cuando a él nada le faltaba, y podía comprar tranquilamente todo lo que había hurtado.

—No viene al caso —desestimó el tema.

     Una parte de mi no quiso abandonar esa conversación. Debía haber una explicación para su comportamiento. Me convencí a mí misma de que tocaríamos la charla otro día.

—¿Eso te lo hizo él? —Desvié la conversación y señalé su brazo arremangado y descubierto.

     Justin se tocó el tatuaje, repasando los bordes salidos con la yema de sus dedos. La tristeza en sus faroles me hizo pensar que estaba recordando el día en que su hermano se lo dibujó a la fuerza.

—Lo llama la Marca Tenebrosa —dijo—. Cuando quiere comunicarse conmigo, el tatuaje arde.

     En verdad era tenebrosa. Hacía juego con la fachada de mago oscuro que Tom portaba.

—¿Quién más lo tiene? —inquirí.

     Justin soltó un silbido.

—Te asustaría saber el número de seguidores que tiene detrás.

     En sus cabeza, el resto de los hombres de negro también portaban la Marca Tenebrosa. De seguro ese tal Abraxas Malfoy de su correspondencia también la llevaba. Todos parecían magos de élite. Un puñado de burgueses detrás de su líder, el más retorcido de todos los tiempos.

      ¿Qué sería del mundo si Tom tomaba las riendas?

—Estoy aterrada. —Pensé en voz alta.

     Justin suspiró. Me alcanzó y me pasó un brazo sobre mi hombro, tratando de reconfortarme. Los dos parecíamos un par de cachorros asustadizos, sólo que él contaba con la pizca de obstinación que a mí me faltaba.

Nos quedamos así por un rato, hasta que sus manos se ahuecaron en mis mejillas, obligándome a verlo a los ojos. Tragué saliva con dificultad con su cercanía, a pesar de que no intentaría nada. Los dos buscábamos confort detrás de nuestras retinas.

—Debes ganar su confianza, Bambi. Debes evitar que entre a tu cabeza, o sabrá que intentas ocultarle algo. Debes dejarte llevar por lo que él te dé, por lo que te diga y lo que te ordene. Luego yo pondré todo en marcha —me ordenó, lento y claro para que memorizaba sus palabras—. Conseguiré abrir esa puerta para ti, recuperaré tu varita y saldremos de aquí. Confía en mí, esto puede funcionar.

Sus promesas eran lo único que me mantenían en pie, respirando, esperanzada. Sus palabras me hacían creer que todo acabaría en un abrir y cerrar de ojos. Sólo el cielo podía saber lo que nos deparaba el futuro y nuestras decisiones. Y entre ellas, una me bailó por el subconsciente.

—¿Vas a matarlo? —me animé a preguntar.

     Justin titubeó.

—Lo estoy haciendo con mi traición —dijo. Aunque me pareció que buscaba convencerse más a sí mismo que a mí.

Silencio. Él se sumergió en su mar de desconcierto, mientras yo buscaba alcanzar la lucidez y pensar tan claro como me fuera posible. Justin no sería capaz de matar a Tom. Simplemente lo sabía. Así como también sabía que para seguir viviendo, debía eliminar a Tom. De lo contrario, nunca me libraría de él realmente. No era mi idea vivir en la fuga. Quería paz luego de tanta tormenta.

     Una minúscula llama de valentía se encendió en mi interior. Yo le eché leña y soplé fuerte para que el fuego creciera y se extendiera por todos mi organismo.

     —Yo lo mataré —sentencié. Justin negó con su cabeza, alarmado.

     —No puedes matarlo —advirtió.

     Torcí una mueca.

     —¿Por qué no?

     —Porque cuando vio morir al amor de su vida, se obsesionó por huir de la muerte —confesó en voz baja. Su tono denotaba fidelidad a sus palabras—. No puedes matarlo, porque Tom es inmortal. Y ya sabes lo que dicen. Lo que no te mata, te hace más fuerte.









 


N/A:

Hi! Como muchos saben, esta no es mi historia fav, así que mi deseo por terminarla es muy grande. No la voy a dejar a medias, pero el próximo capítulo será el último. No se preocupen, que no quedará vago o repentino. Como mucho tendrá el doble de palabras que el resto, pero será el final. De todos modos, esta historia nunca tuvo como fin volverse larga. Contará con un epílogo y muy probablemente con un final alternativo. Trataré de dejar contento a la mayoría, incluyéndome.

Anyway, espero que este capítulo fuera bastante esclarecedor.

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