DOMAR A LA BESTIA (EL CLUB DE...

By lucylanda

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Hurs Waldorf, la bestia, como muchos lo llaman no es mas que un peleador salvaje y regenteador de un casino p... More

Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Aviso.
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Epílogo

Capítulo 2

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By lucylanda

Hurs miró a la chica frente a sí y por alguna razón no pudo evitar pensar en la jovencita que había atropellado.

   No sabía el porqué llegó a su mente el recuerdo de aquella mañana pero de alguna manera al verla se sintió transportado.

   Sintió que el estómago se le revolvió de solo recordarlo y desconocía la razón por la que ver a esa chica lo había puesto así pero se sentía frío y enfermo de tenerla frente a sí.

—Lo lamento —dijo ella con tono apenas audible.

—Mi hija no ve —dijo una mujer a su lado—. Siento que haya chocado. Yo venía distraída y bueno.

—No se preocupe —dijo él sin poder articular una larga frase.

—Su bebida —dijo la mujer acongojada.

   Hurs miró el piso donde la lata con su bebida se había roto y el líquido se derramaba.

—No se preocupe —dijo sin más—. Es solo una bebida.

—Pero hemos sido las culpables —respondió.

—No se preocupe —respondió de nuevo sin apartar la vista de la chica.

   Se despidió con una inclinación pero la voz de la chica lo detuvo.

—Usted es el amigo del hombre el casino —dijo mientras él se giraba de nuevo a verla—. El amigo del hombre que se ha hecho de la casa.

   La mujer mayor lo observó detenidamente antes de llevarse la mano a la boca en un gesto de verdadero susto.

  Hurs la miró con atención tratando de entender de qué hablaba y solo entonces recordó que ya la había visto antes solo que no prestó tanta atención.

   La chica ciega era otra hija de Albert Kannavage y al darse cuenta de que lo había reconocido se preguntó qué tan cierto era eso de que no veía.

—¿Cómo me has reconocido? —dijo acercándose de nuevo mientras su madre la tomaba de la muñeca y la jalaba hacia atrás—. ¿Cómo sabes que soy yo? Creo que finges no ver para hacerte notar.

—¿Cómo se atreve? —dijo su madre alzando la voz—. Usted como su amigo no tienen compasión.

—Su voz —dijo la chica—. Su olor. No hay nadie que tenga exactamente el mismo olor y la misma voz.

  La observó unos momentos antes de darse la vuelta y dejarlas ahí.

  Caminó hasta su auto donde las vio ingresar a la farmacia y sin saber por qué volvió dentro.

  La chica estaba sola frente a un enfriador. Él se mantuvo a una distancia prudente mientras le miraba y su madre estaba a unos pasos cerca de ella, en otro anaquel.

   La mujer se alejó de ella un poco más sin que su hija se moviera de ahí.

  Hurs se acercó un poco.

—Podemos comprar los tuyos —dijo creyendo que su madre seguía ahí—. Mis medicamentos pueden esperar.

   Él no respondió solo se quedó observando y después miró a su madre que estaba sobre los otros anaqueles hablando con uno de los empleados.

   Sacó su cartera y tal como una vez había hecho con alguien más sacó todo el dinero que llevaba y lo enrolló para dejarlo en la mano de la chica.

  Vio a su madre verlos y prácticamente correr hasta ellos mientras la chica sostenía los billetes.

—Consérvalos —musitó en su oído antes de darse la vuelta y salir de la farmacia de nuevo.

   Subió a su auto y miró desde dentro como las dos mujeres hablaban antes de que la madre de la chica le mirara desde dentro del lugar.

   Arrancó el auto y no miró atrás de nuevo sino que condujo a su casa con un dolor en el pecho que no podía describir y que le aprisionaba e incluso le impedía respirar.

   Fue a su departamento y una vez llegó lo primero que hizo fue observar el lugar, el mismo que le impedía moverse con tranquilidad incluso ahí. El lugar donde sus miedos le acechaban y le dejaban claro que él era el culpable de todo.

   Lo había decorado más de tres veces en los años que llevaba ahí, siempre buscando algo sin saber exactamente qué. Tal vez fueran los remordimientos de conciencia, los que lo hacían buscar algo que no podía o no se atrevía a nombrar.

   A su mente llegó el recuerdo de la joven que había arrollado y el estridentoso golpeteo de su corazón le hizo saber que esa sería la punta de una flecha en su alma por el resto de su vida.

   Ni siquiera las coloridas paredes de su departamento le daban un poco de luz o color a su vida. Seguía siendo sombría y poco valiosa, pero por alguna razón la vida se empeñaba en hacerle ver que él no merecía ni siquiera la muerte y que dársela era premiarlo.

   El destino según su apreciación había decidido mantenerlo con vida durante mucho, hundido en la miseria pero tratando de sonreír para no amargar la vida de nadie.

  Miró la pared frente a él donde colgaba majestuoso el único recuerdo que le quedaba de su hermano.

   La pintura del pequeño cofre con el nombre de su hermano colgaba frente a él como todo lo que tenía.

   De Geoffrey no le quedaba nada, ni siquiera el dije. Es mismo que nunca se quitaba y que no recordaba cómo lo había perdido.

   Geoffrey se murió llevándose el suyo y Hurs se sentía cada día más mediocre porque no pudo ni siquiera cuidar la promesa que se habían hecho.

«—Levántate Hurs —dijo mientras yo jadeaba—. La abuela lo haría más rápido.

  Apoyé las manos en el piso respirando de forma precipitada antes de levantarme.

   Miré a mi hermano sonreír desde su lugar y me enfadé.

—Deja de ser tan llorón —dijo saltando desde su lugar—. Cierra la maldita boca cuando pelees. Si la tienes abierta todo el tiempo te golpearan y harán que te la arranques de un mordisco.

   Limpié la sangre de mi nariz antes de ponerme de nuevo frente a él.

—Eres lento peleando y nunca vas a ser mejor que yo —dijo mientras reía.

   Intenté golpearlo pero de nuevo me recibió con un golpe que me envió al suelo mientras mi boca comenzó a mamar sangre.

—¡Basta! —dije poniéndome de pie—. No voy a ser tan buen peleador como tú jamás.

—No sabes ni defenderte —dijo ofendido—. Vámonos que ya me enojé.

   Me dió la mano para guiarme hacia la casa, después de todo la cochera no era un lugar para practicar.

—¡Aquí estás! —dijo mi madre apareciendo—. Ha llegado esto para ti.

   Mi hermano abrió el sobre frente a nosotros y sonrió.

—He sido aceptado en la universidad —dijo levantando la vista.

   Mi madre dió un salto emocionada y se lanzó sobre él abrazándolo y llenándolo de besos.

—Es la tercera universidad que te elige —dijo emocionada—. Ya has decidido a cuál ir.

—Aún no —dijo divertido.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó al verme sangrante.

—Ha tenido una pelea —dijo él sonriendo—, pero ha perdido como siempre.

—Siempre es lo mismo Hurs —dijo mirándome—. Cuando vas a aprender de tu hermano. Eres un verdadero dolor de cabeza. Ve a tu cuarto que estás castigado.

   Obedecí sin más y subí a mi habitación».

   Suspiró cuando el recuerdo llegó.

  Recordó los motivos que lo llevaron a entrenar. Ver a su hermano campeón de boxeo durante tres años consecutivos le había alentado.

   Ver a sus padres sentirse orgulloso de él lo incentivó a pretender ser una copia fiel, pero fracasó.

  Hurs no amaba las finanzas como Geoffrey, a él le gustaban los animales y se decantó por ser veterinario.

«—Ya has pensado a qué universidad irás —dijo mi padre—. La facultad de economía es perfecta, tal vez logres ser tan bueno como tú hermano y me apoyes en la empresa.

—Agradezco la oferta papá —dije un tanto inseguro—, pero quiero estudiar algo diferente. Quiero ser veterinario.

   La mirada de los tres se posó sobre mí mientras escuchaba a Geoffrey reír bajito.

—¿Es una broma? —dijo mi madre—. ¿Vas a ser un cuidador de perro?

—Mamá la veterinaria vas más allá de cuidar un perro —dije tratando de ser precavido—. No me gustan las finanzas, no comulgo con eso. Lo lamento.

—Es que estás decidido a llevarme a la tumba pronto —dijo mi padre—. Te has pasado la vida llevando la contraria. ¿Es demasiado pedir que por una vez en tu vida hagas lo correcto? Te has llenado de tatuajes sin consentimiento, has hecho de tu vida lo que has querido, pero esto es demasiado. No voy a financiar una carrera estúpida.

—Papá —dijo Geoffrey—. ¿Por qué no me dejan hablar con él? Estoy seguro de que podemos arreglarlo».

   Por supuesto sus padres habían confiado en él y como era de esperarse no llegaron a ningún acuerdo, tuvieron una pelea que enfureció tanto a Hurs que rompió la nariz de su hermano y por supuesto fue duramente castigado.

   Hurs pensaba que él no tenía la culpa de ser diferente pero en el fondo le hubiera gustado ser como su hermano.

  Suspiró cansado de los recuerdos.

«—Toma —dijo dándome su dije—. Dame el tuyo.

   Me quité el dije y se lo di.

—Mi primer hijo va a llamarse Hurs —dijo Geoffrey—. Si es niña como mamá pero si es niño se llamará como tú. Espero tu primer hijo se llame como yo.

—No me gusta tu nombre —dije sonriendo—. Y seguro a mi esposa tampoco le gustará. Es feo lo veas por dónde lo veas.

  Mi hermano sonrió y me dió un abrazo sellando la promesa».

   Tocó su cuello donde ya no tenía la cadena ni el dije. Lo había perdido y no recordaba dónde. Miró la pintura con la réplica exacta de su dije. Era todo lo que tenía de él.

   Se sirvió un trago y bebió de nuevo sin pensar en nada más que en su hermano y el cargo de conciencia.

   El sonido del timbre lo hizo salir de sus pensamientos por lo que se levantó y abrió.

   Parker le miraba desde el otro lado con una sonrisa divertida.

—Supongo que tienes tiempo —dijo entrando cuál rey a su palacio.

—Cuando digo que me gustas no lo hago en serio —respondió divertido—. Si vienes buscando sexo, me agarras en mal momento.

—Gracias pero no —dijo divertido—. Ya tuve sexo anoche y no quiero nada hoy.

—Que mal —dijo Hurs burlándose—. Creí que lo dirías más animado.

—El sexo es sexo y ya —dijo divertido—. Vengo a pedirte algo.

—Tú dirás —respondió sirviéndole un trago—. Voy a cobrar los favores con sexo.

—Cuando quieras, gata —contestó Parker.

   Ambos sonrieron de sus estupideces hasta que de nuevo su amigo habló.

—Voy a ir por mi hija —dijo con seriedad—. Llevo años yendo y viniendo para verla y cada vez es más riesgoso. Voy a traerla a casa, Melina irá conmigo pero…

—Quieres que te acompañe. —Terminó la oración por él.

—Sí —respondió su amigo—. Puede que sospechen y bueno necesito protegerla.

—¿Cuándo? —preguntó.

—En unos días —respondió—. Solo iremos y volveremos de inmediato. Max y Maddox pueden quedarse al frente del casino una o dos noches.

—Bien, solo avísame que debo llevar —dijo y Parker frunció el ceño.

   Comenzó a reír.

—No me mires así —dijo aún riendo—. Ya sabes debo verme como el tío serio y responsable, el tío todo lo permito, el tío gruñón, el intelectual, en fin.

—Podrías muy bien interpretar al tío me quedo callado siempre —dijo su amigo—. De hecho el tío mudo suena bastante fuerte entre las opciones, muy muy fuerte. No me gustaría que mi hija terminé hablando como tú y que el Satán me ampare y no termine contando malos chistes como tú.

—Mis chistes son buenos —respondió—. Eres tú el amargado...

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