Reemplazo

By Rory-Rory

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Cuando fue rechazado por Inglaterra se sintió morir. La nación inglesa le había dejado en claro que jamás lo... More

Parte 1
Parte 2
Parte 3
Epílogo

Parte 4

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By Rory-Rory

Las lágrimas en su rostro se extinguieron junto con sus lamentos al caer rendido al sueño. Aferrado fuertemente a su camiseta, lo sostuvo entre sus brazos y lo llevó a su habitación. Lo acomodó con delicadeza en medio de las mullidas sábanas y se sentó a su lado acariciando su rostro, acomodando su cabello y secando lágrimas en sus mejillas.

Un gesto de preocupación invadió su rostro.

No le gustaba cuando Arthur usaba sus hechizos con él.

Si, América lo sabía. Probablemente lo supo desde que comenzaron a salir por el modo en el que Arthur insistía en hacerlo dormir entonando suaves melodías.

Primero pensó que era debido al profundo cansancio que acarreaba en aquellas épocas tan oscuras, pero luego se percató del aire místico que emita su voz, en las suaves caricias en su cabello que lo relajaban ni bien lo tocaba y en el brillo de sus ojos verdes tan profundo y hechizante que por más que se esforzara no podía mantenerse despierto más de un minuto.

Definitivamente algo mágico.

Jamás se lo dijo o hizo algún comentario al respecto y si bien al principio era algo incrédulo, poco a poco empezó a atar cabos. No fue muy difícil de todos modos debido a que, de cierta manera, había crecido "rodeado" de magia.

Pero no dejaba de preocuparlo el modo en que Arthur se debilitaba cada vez que lo hacía.

Justo como ahora.
Pero al mismo tiempo completamente diferente.

Usualmente cuando despertaba se encontraba con el rostro sonriente pero cansado de su novio, acariciándole el cabello y besando su rostro con infinito amor para luego dormir entre sus brazos.

Pero hoy lo que vio fue un rostro lleno de lágrimas y dolor, que se aferraba a él con desesperación.

Apretó los puños con fuerza y se soltó del agarre de Arthur con suavidad. Se paró dejando una sutil caricia en el rostro dormido de su amado junto con un beso en su frente y salió de la habitación.

De inmediato se encontró con Alan fuera de ella dando vueltas preocupado. Al notar su presencia el joven se acercó susurrando miles de "lo siento" que confundían a la nación americana. Lo tomó por los hombros deteniendo sus murmullos y le pidió calmadamente que se explicará.

Alan tomó aire y habló.

No lo interrumpió ni mucho menos hizo preguntas, simplemente escuchó el relato de los sucesos del chico, que muy preocupado por Arthur, se había regresado de medio camino hacia la universidad para corroborar que todo estuviera bien. Pero solo había logrado ver cómo un colérico Inglaterra se retiraba en su auto.

Poco a poco la confusión y el enojo se instauraron en el pecho de América haciéndole difícil respirar.

Agradeció a Alan por su preocupación, y el joven se retiró dejándolo solo con sus pensamientos fuera de la habitación donde Arthur dormía.

Sacó su celular de su bolsillo y lo desbloqueó ubicando rápidamente el calendario.

Dos semanas.
En dos semanas se llevaría a cabo una reunión en la sede central de las Naciones Unidas.

Inglaterra estaría allí.
Y estaba ansioso por verlo.
Pero no con ese sentimiento de anhelo que le dejaba un sabor agridulce en la boca.
Sino con amargura en los labios y oscuridad en su corazón.

Antes de abrir los ojos sintió un dolor horrible en el pecho que le robó el aire de sus pulmones por al menos diez segundos provocándole una tos que le taladraba la garganta. Sintió un sabor metálico en su boca y en un intento de detenerlo llevo ambas manos a sus labios, sellándolos con fuerza.

Con desesperación buscó su pañuelo en su bolsillo derecho y tosió con fuerza expulsando el líquido carmesí con dolor.

Observó en el pañuelo por unos segundos.

Su condición empeoraba tan rápido que ya no podía ni siquiera hacer un simple hechizo de sueño sin que su cuerpo se afectará de modo exagerado. Suspiró resignado y ocultó el pañuelo en su bolsillo.

Aún no le había dicho a América, no tenía el valor de decírselo.

No quería que él estuviera a su lado por lastima, lo quería a su lado por decisión propia, porque América lo amaba y lo necesitaba.
Porque eso significaba para Arthur ser el único en el corazón de América.

Lástima que no sería por mucho tiempo.

El sonido de la puerta le alertó alzando la mirada de inmediato, América entraba a la habitación con una bandeja con té, scones y mermelada que colocó con cuidado frente a él. Una rosa sobre la bandeja llamó su atención y una sonrisa delicada se formó en su rostro sin poder evitarlo.

Lo amaba demasiado.

Luego de comer, con un hambre que no sabía que tenía, América le insistió que durmiera un poco más. Ya era de noche y estaba seguro de que si se dormía ahora abriría los ojos al día siguiente así que insistió en tomar un baño primero para luego acostarse apropiadamente. América le preparó el baño y lo llevó en sus brazos a la tina alegando que se veía demasiado cansado como para caminar.

No se quejó, adoraba cuando el americano se preocupaba por él.

Una vez listo regresó a la habitación que ambos compartían. América ya se encontraba allí sentado en una de las butacas mirando hacia la noche. Solo llevaba unos pantalones ligeros que usaba usualmente para dormir. Al verlo ingresar de inmediato se puso de pie y acercándose tomó la toalla de su cuello secándole el cabello. Se dejó hacer, disfrutando de las atenciones de América como si fueran las últimas que recibiría.

De cierta manera lo eran.

Pero no quería pensarlo.
Solo quería concentrarse en las manos que acariciaban su cabello dejando caer la toalla al suelo, quería concentrarse en cómo se deslizaban por su rostro acuñándolo con amor y delicadeza elevando su faz unos centímetros para después unir sus labios en un beso.

Dulce, cálido, apasionado.

Las manos de América bajaban por su cuello, se deslizaban por sus hombros, sus brazos, atrapando su cintura y pegándolo a su cuerpo lo más posible. Sin poder resistirlo se aferró a cuello, acariciando y jugando con su cabello rubio. Sintió el nudo de su bata siendo desatado y la suave tela cayendo libremente al suelo.

Brazos fuertes sostuvieron su cintura elevándolo. Aferró con fuerza sus piernas al torso del americano que lo depositó en la cama para pasear sus labios sobre todo su cuerpo.

—Te amo Arthur Kirkland—le susurró sosteniendo su mirada. Azul intenso brillando contra el verde de sus ojos. Y lo vio. No había pizca de inseguridad ni de duda. Estaba seguro, firme y decidido.

Su corazón dio un vuelco en su pecho y se entregó al deseo del amor que los envolvía.

Amor, pasión, deseo, caricias, besos y gemidos todos mezclados en suaves palabras susurradas en su oído, una y otra vez como una melodía incesante que se hacía escuchar entre la noche.

Una promesa, un anhelo y cántico que le llenaba el alma.

Te amo, te amo, te amo... Le repetía América una y otra vez.

Y en lo único que podía pensar Arthur era en que lo amaba también, con todas sus fuerzas, con toda su alma, con cada parte de su ser.

Y en lo injusto que era la vida al darle solo un mes más a su lado.

Alegre y distraído.
Risueño y molestoso.
Ególatra.
No tan listo.
Más bien rozaba la estupidez.

Ese era el papel designado para el representante de Estados Unidos de Norteamérica.

Muy pocos conocían en realidad al chico detrás de toda aquella máscara que se obligaba a usar por voluntad propia, una máscara que le permitía moverse libremente ocultando sus verdaderas intenciones y deseos.

Y si bien era un poco de todo lo mencionado, sería justo decir que también era calculador, analítico, frío y no tendría compasión de aquellos que se metieran con sus intereses.

Mucho menos si se atrevían a poner un dedo sobre alguien quien a amaba.

No importaba si el agresor era un civil, militar, político o empresario, eso jamás lo habría detenido para "librarse" de aquellos que osaban siquiera tocar un cabello de la persona que amaba.

Y eso aplicaba a las naciones.

Y si bien Inglaterra había sido alguna vez aquel ser que más amaba y por el cual dio todo sin medir las consecuencias, ahora se encontraba del otro lado y no recibiría ningún trato especial.

Para Estados Unidos de Norteamérica todo estaba claro, para él era todo o nada.
Y era obvio que Inglaterra ahora era nada.

—¡Qué mierda crees que hacías en mi casa Inglaterra! —le gritó soltando con violencia la muñeca de Inglaterra que, por la fuerza del americano, impactó con el escritorio más cercano.

La reunión había acabado solo hace diez minutos y rápidamente había atrapado al inglés antes de que pudiera irse. Sin siquiera mirarlo a los ojos, lo sacó a rastras del salón esbozando una sonrisa, mintiendo sobre que tenía que acompañarlo a almorzar ante la mirada de indiferencia de todas las naciones.

Es un secreto a voces que Inglaterra y Estados Unidos no están en buenos términos desde hace años y que solo se esfuerzan en guardar las apariencias.

Todos lo sabían, pero nadie decía nada.

Así que nadie dijo nada cuando ambos salieron. Aunque pudo sentir la mirada preocupada de Francia y Canadá sobre él, pero no les dio importancia. Porque por ahora se dejaría consumir por la ira que rebosaba en su cuerpo como si fuera un fuego que empezaba a encenderse y que amenazaba con arrasar todo a su paso.

—¡Qué demonios te sucede América! —le respondió colérico Inglaterra.

—¡No te hagas el idiota! ¡Sé que fuiste a mi casa y viste a Arthur! ¡Con qué derecho vas y te entrometes en mi vida!

—¡Con el derecho que me da haberte criado zopenco!

—Que yo recuerde ese derecho se terminó cuando firmaste la independencia. ¿O acaso ya lo olvidaste?

—Maldito

—Mejor aún—soltó altanero América—ese derecho lo pisoteaste tú mismo aquella vez en Londres así que no me vengas con tu discurso sobre ser un hermano preocupado o lo que sea que crees que eres para mí.

—Me importa una mierda lo que pienses de mí. Fui porque los rumores son cada vez más escandalosos y no quiero verme involucrado de ningún modo.

—De los rumores me encargo yo, no necesito que te entrometas.

—Bien, pues entonces has algo más que solo esconder a tu noviecito, que de seguro fue llorando a tus brazos a quejarse ¿no es así? No pensé que fuera un cobarde. Y yo que pensaba que parecerse a mí lo hacía más interesante, pero es solo un simple humano patético que-

Un golpe impactó directo en la boca del estómago de Inglaterra cortándole la respiración por unos sólidos cinco segundos y luego otro lo tumbó al suelo sin clemencia. Luego América lo tomó de las solapas de su saco y lo elevó del suelo sin ninguna delicadeza. No le importó la sangre en su rostro o el modo en el que Inglaterra parecía sorprendido por el repentino arranque de violencia. Lo único que importaba era dejar en claro su punto.

—Tu, maldito Inglaterra, te vas a alejar de él, no te acercaras a ni a dos kilómetros de distancia de Arthur y nos vas a dejar en paz—soltó América con una voz sería y oscura—. Él no me mencionó nada de ti o de lo que sea que hayan hablado por más que le insistí en que lo hiciera, lo ha estado llevando todo por sí solo y no puedo soportar verlo así. Así que me vas a decir ahora mismo qué diablos le dijiste.

—¡No es de tu incumbencia! —soltó enojado Inglaterra sacándose del agarre de América y propinándole un golpe en el rostro que hizo que el americano retrocederá dos pasos—lo que él y yo hallamos discutido no tienes derecho a escucharlo.

—Tengo todo el derecho, Inglaterra—dijo América limpiando la sangre de la comisura de sus labios—. Arthur es la persona que amo, por él haría lo que sea aún si eso significa estar en tu contra.

—¡Lo sé, idiota! —soltó Inglaterra con los puños cerrados esquivándole la mirada—. Lo entiendo, aunque no me creas.

Se quedaron en silencio un momento. Y volvió a enfocar su vista en Inglaterra, detallando cada expresión en su rostro. Con forme pasaban los años había aprendido a ver a través de su fría indiferencia y su natural cinismo, pero también aprendió que en algunas ocasiones sus ojos verdes se apagaban mirando al cielo, como si sus pensamientos se perdieran entre las nubes buscando algo. O a alguien. Y muchas veces se preguntó si pensaba en él, si por un momento se arrepentía de aquella tarde lluviosa en Londres, pero, en su corazón algo le decía que no tenía que ver con él.

—Yo...—escuchó a Inglaterra decir indeciso— fui con la intención de conocerlo y saber si lo que decían era cierto, discutimos y en medio de ello me reclamó por haberte causado tanto dolor.

Inglaterra suspiró y se sentó en uno de los sillones, América imitó su acción quedando frente a frente.

—Seré sincero. No sabía que te había hecho tanto daño— su tono de voz era de cierta manera extraño, uno que nunca antes América había escuchado, uno lleno de arrepentimiento—. Pero también quiero que entiendas que tuve mis motivos para rechazarte. Aún los tengo y no es algo que pueda olvidar.

América emitió una pequeña sonrisa melancólica. Sabía lo que significaba eso.

Nunca corresponderé a tus sentimientos.

Era tan claro. Pero al menos ya no dolía tanto.

—Eso no es todo ¿verdad? —afirmó América.

—Arthur se siente inseguro de tus sentimientos hacia él, al verme allí pensó que tal vez había cambiado de opinión y ahora correspondería a tus sentimientos. Le deje en claro que eso no sucedería, pero aun así supongo que mi presencia lo alteró—soltó Inglaterra poniéndose de pie alertando al americano. — eso todo lo que necesitas saber por ahora.

—Arthur no terminaría de ese modo solo por eso—América lo tomó del brazo deteniendo su partida. Inglaterra no volteaba a mirarlo— ¿qué más paso?

—Por ahora no necesitas saberlo—dijo intentando soltarse.

—¡Tengo que saberlo! —aseguró más su agarre para no dejarlo ir.

—¡No!

—¡¿Por qué?! ¡Arthur estaba tan destrozado! ¡Dímelo Inglaterra!

—¡No!

—¡Maldición Inglaterra dímelo! ¡Si alguna vez fui importante para ti dime la verdad! ¡¿Porque Arthur estaba tan triste?!

—¡No!

—¡¿Porque no puedes ser honesto conmigo?!

—¡PORQUE NO QUIERO QUE ME ODIES MÁS!

Se soltó de su agarre de un golpe certero y volteo a verlo con ojos llenos de miedo dejando a América perplejo.

—No... entiendo...

—Supongo que no tiene caso, este es mi castigo. Sabía que vendría...—empezó a murmurar bajo, pero América podía oírlo claramente.

—Pero ¿qué dices Inglaterra?

—¿crees en la magia? —le dijo resignado.

—¿Es relevante? —respondió América. Inglaterra lo ignoró y continuo.

—Cuando te fuiste, caí en depresión, tomé de más y...

—¿Qué hiciste? — sabía que Inglaterra tenía esa tendencia de recurrir a la magia cuando no encontraba solución a sus problemas por métodos convencionales, más aún si estaba ebrio, pero lo que no sabía era hasta qué punto podría llegar o cuan peligrosa era la magia en realidad.

—Encontré un viejo libro en el sótano, uno que hablaba sobre soulmates. Uno que decía como invocar seres amados que estaban ligados a ti de un modo único—Inglaterra jugaba con sus manos indeciso–. En aquel momento, segado por el alcohol y la tristeza creí que esa era la solución para que vuelvas a mí... ¡Dios! Estaba tan seguro que no lo pensé mucho y lo hice.

Levantó su mirada y el verde de los ojos del inglés se enfocaron en sus orbes azules.

—Alfred F. Jones

—¿Quién? —el nombre despertó en América la curiosidad. Por algún motivo le parecía familiar.

—Alfred F. Jones es el nombre de la persona que conocí años después de lanzar el conjuro. Me bastó mirarlo para saber que era producto de aquel hechizo y que había cometido un gran error. El peor de todos.

—No comprendo—soltó confundido— ¿qué tiene todo esto-

—Los soulmates son almas que nacieron para estar juntas—le interrumpió Inglaterra—. No importa el tiempo o la forma que se tomé, de algún modo siempre se encontrarán. Sus almas están destinadas y, cuando sus vidas terminan, sus almas se unen en la eternidad para que en algún momento puedan renacer y encontrarse de nuevo. Si por algún motivo una de ellas es arrebatada de la otra, vivirán solas por la eternidad en agonía en medio de la oscuridad, pérdidas y sin rumbo, condenadas al olvido eterno.

Inglaterra se detuvo dando un suspiro, y quedo en silencio por unos segundos. Parecía indeciso sobre lo que diría y eso sólo generaba más curiosidad a América que lo miraba expectante intentado comprender todo lo que decía.

—Cuando hice ese hechizo forcé a un alma a manifestarse en un tiempo que no le correspondía y la enlace con la mía. Obviamente el parecido contigo era tan abrumador que primero rechacé todo contacto. La independencia aún era una herida fresca para mí y no quería involucrarme, pero fue inevitable. Yo...me enamoré de él. Me enamoré de sus atenciones, de su cuidado, del modo en que se interesaba por todo aquello que me gustaba, me enamoré de su personalidad, de su elegancia —Inglaterra emitió una sonrisa pequeña, casi sarcástica y América no sabía cómo reaccionar ante todo esto— supongo que coincidirás conmigo en que los rostros pueden ser los mismos e incluso rasgos de sus personalidades, pero jamás serán nosotros. Él no eras tú y se destacó a su manera. Tenía todo mi afecto y mi amor, pero él se enteró del hechizo y pensó que lo había "creado" para reemplazarte. Él pensó que yo...

Inglaterra miraba sus manos con desesperación, y ocultó su rostro entre ellas. América no sabía cómo reaccionar a toda esta información, así que solo se quedó en silencio escuchando al inglés.

—Él pensó que lo había moldeado para ser como yo deseara, pensó que todo era una mentira, que su existencia era producto de la magia y que lo había creado conforme a mis gustos. Incluso dudó sobre el amor que sentía por mi alegando que solo era producto del hechizo.

—¿Y eso es posible? —soltó con genuina curiosidad.

—No. Por supuesto que no—soltó tajante—. El amor no es algo que se pueda imponer con un hechizo. No importa qué tan fuerte sea la magia. Así como tampoco la personalidad de alguien puede ser alterada al punto de ser moldeada a gusto de alguien. Pero Alfred no me dejo explicarle, estaba tan destrozado, desesperado que-

Se detuvo abruptamente.
Su respiración se agitó y de inmediato sacó de su cuello una cadena de plata de la cual colgaban dos anillos y la sostuvo con fuerza.

—Él se suicidó antes de que pudiera regalarle este anillo, él no quiso escucharme por más que insistí, no me creyó cuando le dije que lo amaba. Se veía a sí mismo como una copia tuya así que tomó el arma y se disparó.

Era demasiado, demasiado para procesar en ese momento. Y América no estaba seguro de sí quería saber más sobre la irresponsabilidad de Inglaterra o sobre cuánto había amado a Alfred, ya no quería escuchar más. Porque si escuchaba más, algo dentro de él le decía que no podría perdonar a Inglaterra jamás.

—Yo pensé que el hechizo no tenía mayor complicación. Pero luego me di cuenta de que había cometido un error irreparable. Separé a dos almas que estaban destinadas y las condené la soledad.

—¿Condenadas?

—El alma de Alfred nació en un tiempo que no le correspondía, y la separé de su verdadera alma gemela, Arthur Kirkland. Y yo, los condené a una eternidad en soledad.

—¿Qué significa eso Inglaterra? —preguntó enojado.

—Significa que sus almas jamás podrán reencontrarse. Que Alfred vaga en el olvido esperando a su alma gemela que jamás llegará a él. Y que cuando Arthur deje este mundo lo mismo sucederá con él. Ellos no podrán renacer. Por eso Arthur reaccionó como lo hizo. Porque yo le arrebate a aquella persona para la cual en realidad había nacido. Pero sobre todo...—soltó Inglaterra poniéndose de pie. En su rostro estaba marcada la resignación, como si supiera que lo que diría acabaría con lo poco que quedaba entre ellos.

América quiso detenerlo, pero las palabras se atoraban en su garganta.
No era necesario que supiera más. No quería saber más.

No quiero odiarte.

Pero Inglaterra no se detendría. No ahora que por fin tenía el valor de decir todo aquello que guardó por años.

—Significa que condené a Alfred a una muerte prematura, todos estos acontecimientos lo llevaron al suicidio a los 25 años.

No, no.
Arthur tiene la misma edad y últimamente su salud...
No, no.

—Detente Inglaterra.

—Si un soulmate termina su vida abruptamente la vida del otro

—No Inglaterra. Basta—soltó suplicante

—América—soltó Inglaterra suavemente acercándose a él para tomar su rostro entre sus manos. Con delicadeza, como hace tanto que no sentía de su parte, acarició sus mejillas y elevó su rostro para mirarlo directamente— América, mi pequeño y amado América. Lo lamento. De verdad lo siento y entiendo si me odias, no suplicaré tu perdón porque no lo merezco. Soy consciente de mis errores y soy consciente del daño que te cause y que te causaré, pero tienes que afrontarlo.

—No...—susurró con lágrimas en los ojos.

—Si un soulmate termina con su vida abruptamente, la vida del otro es recortada del mismo modo. Es decir que si Alfred murió a los 25 años Arthur lo hará muy cercano a ese número para que su alma no esté en soledad en este mundo.

—¡Pero no está solo! ¡Yo estoy a su lado y lo amo más de lo que Alfred hubiera podio hacerlo! —gritó sosteniendo con fuerza las muñecas de Inglaterra.

—Lo sé, créeme que sé que lo haces—soltó con voz entrecortada dejando caer las lágrimas que se esforzaba por contener— yo también amaba a Alfred como a nadie, él era lo más valioso de mi vida, pero mi amor no fue lo suficiente para mantenerlo en este mundo. Nosotros no contamos como almas porque somos prácticamente eternos. Aparecimos un día y seguimos aquí. Algunos se han desvanecido, eso es cierto, pero no tenemos más que a nuestro pueblo como un lazo profundo, o supone que así sea, pero tanto tiempo entre los humanos, tanto tiempo en soledad, nos llevan a querer formar lazos como ellos. Pero es solo un deseo, ya que la realidad es que no tenemos almas que renacerán, no somos humanos completamente. Por eso están ellos, que son idénticos a nosotros, versiones humanas que si tienen un alma.

Inglaterra tomó aire, respiro un par de veces y América comparó su ritmo. Hace mucho que no había estado tan cerca de Inglaterra como para respirar su perfume, sentir la calidez de sus manos o su aliento en cada respiración.
Y si bien antes, muchos años atrás, había deseado tanto esta cercanía, ahora era como un dulce veneno, que se llevaba poco a poco la vida hermosa que había tenido por tres años.

— América, no puedes retenerlo en este mundo. Arthur no sabe el porqué, pero estoy seguro que debe intuir que su vida está llegando a su fin. Así como también estoy seguro de que no te dirá nada al respecto. Él y yo, somos parecidos, así que puedo entender sus motivos a la perfección. Solo...permanece a su lado, ámalo tanto como te sea posible.

Se alejó de él dirigiéndose a la puerta mientras secaba sus lágrimas con las mangas de su saco. Inglaterra, tan pulcro y elegante, se mostró ante él más humano que nunca, admitiendo sus errores y abriendo sus heridas.
Y por algún motivo, no podía sentir más que lástima porque no volverían a ser como antes jamás.

Porque ya era demasiado tarde.
Porque su imprudencia se estaba llevando a su amado Arthur lejos de él a un lugar que jamás podrá alcanzar.

—Se que esto te sonará ofensivo, pero no todos tiene la oportunidad de saber que un ser amado morirá pronto y es una oportunidad única de poder entregarle todo de ti antes de que llegue el momento. Puedes odiarme por esto, pero yo...hubiera deseado tanto una oportunidad así, solo para demostrarle cuánto lo amaba en realidad y que me creyera, para escucharlo decir que me amaba a pesar de todo.

—Inglaterra...— soltó América desde el sofá, con la mirada gacha— te odio.

—Lo sé —. Respondió resignado Inglaterra dejándolo solo.

Camino unas calles sin rumbo y se sentó en la banca más cercana.

Te odio.

La voz de América se repetía en su mente una y otra vez volviéndose una tortura eterna.
Una más a su larga lista de errores con los que tendría que vivir, pero de lejos uno de los que más dolor le causa.
Pero no más que la muerte de Alfred.

Sacó los anillos de debajo de su camisa y los contemplo por largo tiempo repasando el nombre en uno de ellos e imaginando la expresión del rostro de Alfred si lo hubiera recibido.

Te amo Inglaterra.

Le había dicho con su rostro lleno de lágrimas.
Y luego un disparo, la sangre, el dolor, el cuerpo inerte cayendo frente a sus ojos.

Ya no más.

Tomó el celular del bolsillo de su traje y envió un mensaje a Howard con su ubicación. Solo quería volver al hotel, tomar sus cosas e irse. Olvidarse de todo con algunos tragos, unos cigarrillos y dormir.

El sonido de mensaje entrante en su celular le llamó la atención. Leyó el mensaje y releyó un par de veces más.

Bloqueo el aparato y lo guardó en el bolsillo de su saco, esperando su vehículo.
Al parecer no podría huir tan rápido como esperaba.

Cuarenta minutos después estaba en su habitación, dos tazas de té y Arthur Kirkland frente a él, sin tener idea del porqué de su presencia.

—Pensé que no querrías verme nunca más—soltó Inglaterra.

—Yo también—le respondió Arthur tomando la taza de té con delicadeza— pero hay cosas más importantes.

—Y eso sería...—preguntó la nación.

—América.

—Diré esto solo una vez—dijo Inglaterra—no tengo ninguna intención de corresponder a sus sentimientos, menos aun cuando dichos sentimientos ya no existen. América ha dejado claro el hecho que no me ama, que te ama a ti como a nadie y estoy seguro que por el golpe que tengo en mi rostro y el golpe que verás en el suyo dejan este tema bastante claro. Entre nosotros no habrá nada. Él me odia, me lo dejo bastante claro y yo no lo amo.

—Si lo sé, pero no vine a hablar de eso—soltó Arthur estoico. Pero poco a poco su rostro dejaba entrever la preocupación que cargaba. Para luego, con un suspiro mostrarse francamente delante de él.

Sonrío interiormente ante esto.
Esta era una clara diferencia entre ellos. Inglaterra jamás se mostraría así de débil frente a alguien que consideraba un rival, sus expresiones no sedarían tan fácil frente al peligro. Pero Arthur, era de cierta manera más transparente, más cálido y amable.
Arthur era lo que América necesitaba y jamás encontraría en él.

—Moriré pronto, puedo sentirlo. Tal vez no más de un par de meses, pero estoy seguro de que eso ya lo sabías.

No tenía caso mentirle así que Inglaterra asintió.

—Supongo que el abuso de la magia me está pasando factura, aunque mi cuerpo siempre fue débil me sorprende que haya resistido tanto.

Pero, por el contrario, no tenía el valor de decirle los verdaderos motivos de su condición, así que guardó silencio escuchando atentamente a Arthur.

—Y me di cuenta de que el tiempo es muy corto para guardar rencores, y que cuando me valla, América estará muy solo de nuevo. Me preocupa lo que pueda hacer así que te lo ruego, no lo dejes solo. Solo tú puedes acompañarlo, entiéndelo. Él y tú-

—"Él y yo" es algo que no existirá, creo que fue claro cuando me dijo que me odia.

—Lo sé, pero no creo que lo sienta de verdad. Es más, estoy seguro que aún te ama. Fuiste su primer amor Inglaterra eso no se olvida.

—¿Adónde quieres llegar con todo esto?

—Cuando me valla, se libre de amarlo como quieras.

—¡¿Qué?!—soltó enojado la nación. ¿Se estaba burlando de él? — ¡¿cómo te atreves?! ¡Crees que necesito de tu compasión-

—¡te equivocas Inglaterra yo—gritó el humano y empezó a toser sosteniendo su abdomen con una mano y con la otra tapando su boca.

Inglaterra de inmediato se acercó a él sujetándolo para que no cayera. Cuando Arthur se detuvo aún con la respiración agitada pudo notar la sangre en la comisura de sus labios.

La culpa lo consumía aún más

—Escúchame Inglaterra...—susurró agitado Arthur, tomando su mano con fuerza—tú y América están unidos por un lazo más fuerte de lo que piensas. Y por más que quieras esa conexión no se romperá. Tú lo amaste como a un hermano, como un amigo y tal vez en algún momento como algo más y ese amor no se va a desvanecer de ti. No importa a quién amaras antes, América siempre será especial. No te confundas, no te pido que seas su amante. No te obligaría a eso. Solo te pido que estés allí para él, que estés allí cuando no pueda aguantar sus lágrimas, cuando se sienta frustrado o en soledad. Cuando esté feliz, cuando quiera compartir momentos alegres. Mantente a su lado, cuídalo, asegúrate de que sea verdaderamente feliz. Eso te pido.

—Yo...—comenzó Inglaterra—no puedo prometerte que esté allí para él cuando se perfectamente que él no desea mi presencia, pero puedo prometerte que haré todo lo posible para que pueda sobrellevar lo que viene. No estaré allí directamente, pero ten por seguro que no dejaré que te olvide jamás, tú eres su fuerza. Tú... Eres lo que él necesitaba. Sé que cometí un error, pero ambos conocimos a alguien especial a quien amamos con todo nuestro ser que jamás será reemplazado.

—Lo sé. Amo a América como a nadie y no me imaginaría con otra persona que no fuera él. Sé que lo que me espera es oscuridad y soledad, pero quiero creer que viviré sumergido entre los hermosos recuerdos que creamos juntos. Así que— se puso de pie con más tranquilidad y lo miró directamente a los ojos antes de continuar—gracias por permitirme conocerlo.

Las palabras se atoraron en la garganta de Inglaterra. Nunca pensó escuchar un gracias de la boca de aquella persona a la que había condenado con su egoísmo. Pensó que quizás lo decía solo para no hacerlo sentir mal pero la expresión de su rostro y su mirada fija en él le gritaban que era cierto, que en verdad le agradecía.

Se despidieron sin decirse más.
Inglaterra era consciente de que esta sería probablemente la última vez que lo vería con vida.
Así como también le dio la impresión de que sabía porque su vida estaba acabando cuando le susurró "te perdono por todo no se sientas culpable"

Y se quedó con la duda grabada en su piel para siempre.

Arthur revisaba su ropa frente al espejo y peinaba su cabello por veinteava vez.

Se sentía nervioso y ansioso a la vez.

Y si bien era consciente de que su vida estaba llegando a su fin, también era consciente de que debía de aprovechar todos esos pequeños momentos.

Viviría cada día, cada hora, cada minuto y segundo sin arrepentirse de nada, demostraría sus sentimientos abiertamente y le diría hasta que su voz se marchite cuanto lo ama.

Escuchó la puerta de la habitación de hotel y la típica voz de la nación entrando por ella.
Corrió a su encuentro besando con anhelo los labios de un sorprendido América que de inmediato correspondió a aquel beso.

Sus manos temblaban y el agarre en su cintura era fuerte. El sabor salado de las lágrimas se mezclaba entre los besos.

Ya lo sabe.

Pasó por la mente de Arthur y sostuvo entre sus manos en rostro lloroso de su amado América.

—Te amo—soltó firmemente—y siempre lo haré. Así que no pienses en cuando se acabará, solo piensa en nuestro amor y será eterno.

América le asintió, con sus hermosos ojos azules que le recordaban al cielo de verano y una sonrisa sincera que quiso grabar en su memoria con la esperanza de verla entre sus recuerdos.

Sintió como el americano lo tomaba entre sus brazos con fuerza, mientras sacaba el celular ordenando que prepararan el jet privado.

—Volvamos a casa amor— le dijo sacándolo de la habitación entre pequeñas risas y quejas de su parte diciéndole que podía caminar perfectamente. Pero América lo cargó por los pasillos, por el ascensor y por el hall de ingreso del hotel sin importarle las miradas de los demás mientras dejaba besos en su rostro.

Si. Así quería pasar sus últimos días, con América entre sus brazos.

El día en que sus ojos se cerraron era un jueves.

Habían pasado tres semanas desde que habían regresado a casa y jamás dejo su lado ni por un segundo.

Las reuniones y la política habían quedado de lado luego de haberlo solicitado a su jefe que muy extrañamente no había puesto mayor impedimento.

Tal vez era su rostro, o el modo en que le suplicó que le permitiera pasar los últimos días con la persona que más amaba, pero su jefe no había puesto ninguna excusa casi como si supiera que iba a pedírselo. Como sea que fuera estaba infinitamente agradecido, recordaría poner más esfuerzo a sus labores cuando regrese a la oficina gubernamental.

"Tienes que cumplir con tus deberes América. Es tu responsabilidad como nación, además si haces feliz a tu jefe podrá darte vacaciones más seguido y no tendremos que separarnos mucho. Sabes que te extraño cuando estas de viaje."

Arthur le decía eso cada vez que América protestaba cuando tenía que viajar.

Arthur, que lo esperaba con una sonrisa.

Arthur, que pintaba por las tardes paisajes al aire libre regalándole las más hermosas sonrisas.

Arthur, que cuidaba el jardín con tanto amor y le llevaba la rosa más hermosa de su jardín todos los días.

Arthur, que secaba sus lágrimas cuando estaba triste.

Arthur, que lo besaba con amor inmensurable.

Arthur.

Arthur.

Arthur, que ya no estaba más a su lado.

Dejó las rosas sobre su tumba. Debajo de aquel frondoso árbol en su colina favorita donde solían tirarse a ver las estrellas tomados de las manos.

Fue un jueves, llovía y lo tenía entre sus brazos mientras el cantaba esa hermosa melodía que siempre lo arrullaba.

Era tan palpable que su vida de extinguiría esa tarde que hasta América pudo sentir cuando sus latidos se hicieron cada vez más lentos, cuando su calor de disipaba y luego...

"Te amo tanto América, no lo hubiera deseado de otro modo. Tú eres a quien yo debía de conocer, estoy seguro de eso. Te amo, se feliz por mí por favor. Te amo América."

Cerró sus hermosos ojos verdes y una última sonrisa formó en su rostro y eso marcó el fin de su corta vida.

Gritó, lloró y abrazó su cuerpo por horas.

En el entierro estuvieron todos los habitantes de su hogar, aquellos que les servían con amor y cuidaban de ellos. Alan se acercó a él cuando culminó la ceremonia y entre algunos sobre que llevaba le entregó uno con la hermosa caligrafía de Arthur en ella y su nombre en él.

Lo miró confundido y Alan solo se limitó a decirle que Arthur le pidió que se lo entregara cuando terminara todo, así como el resto de las cartas eran para los empleados y otras personas que Arthur le había especificado.

— Dile a América—le dijo Alan—"Ábrelo solo cuando tu corazón sonría con mi recuerdo y las lágrimas de dolor al fin se hallan extinguido"

América sostuvo su sobre sin comentar nada al respecto.

Todos se fueron y él se quedó, sentado al lado de la tumba de Arthur con el sobre en las manos que no podía abrir.

Su corazón lloraba lágrimas de sangre con su recuerdo.

Aún no podía.

—Tengo algo para usted—soltó Alan al verlo oculto entre algunos árboles a varios metros de la colina.

—¿Cómo esta? —preguntó preocupado sin despegar su mirada de América, ignorando su comentario anterior.

—Destrozado, no encuentro otra palabra para describirlo—le respondió—¿porque no va a verlo? tal vez podría ayudarlo.

—Lo último que necesita es verme, Alan— y el nombrado emitió una pequeña sonrisa.

—Arthur me dijo que usted diría eso.

—Aparentemente Arthur me conocía más a mí que yo a él—le dijo el rubio—. Gracias por avisarme, hablare con su jefe y le comentaré esto. No será difícil que le dé un mes más.

—Usted lo persuadió antes de que América hablara con él ¿no es así? señor Inglaterra.

—Arthur me hizo prometer que lo cuidaría, se lo debo— le respondió la nación seriamente.

—Como usted diga—dijo Alan.

—Serás un buen asistente personal— soltó de repente Inglaterra—América te necesitará. Va a necesitar mucha ayuda para ponerse al corriente.

—Tengo que agradecerle a Howard, me enseñó muchas cosas en este tiempo y pude avanzar parte del trabajo de América.

—Era parte de la condición para que su jefe lo dejara ir. Aunque debo de admitir que estar sin Howard ha sido complicado.

—Es extraño— dijo Alan mirando a Inglaterra admirando la preocupación en su rostro usualmente serio, algo que nunca pensó ver en él— al principio no me caía nada bien, señor Inglaterra, pero ahora veo que era cierto lo que Arthur me decía. Usted cuida a América desde las sombras, usted es buena persona.

—No te confíes "humano" —soltó Inglaterra— lo hago por mi propio beneficio.

—Lo sé. Eso dicen todas las naciones.

Se quedaron en silencio unos instantes hasta que Alan se volteó y le entregó el sobre con su nombre en él.

—"Entrégaselo cuando venga al velorio y dile que lo lea cuando este en casa" eso dijo.

—Gracias—le respondió Inglaterra.

—¿se quedará? Puedo prepararle una habitación.

—No es necesario, ya tengo reservación en un hotel en la ciudad. Además, aun no es apropiado que me vea—le pareció ver un semblante de tristeza. Debía ser complicado para él solo poder ver sufrir a América de lejos.

"Inglaterra atesora a América más allá de nuestra comprensión Alan, sé que ahora no puedes verlo, pero poco a poco comprenderás. No le confiaría a nadie más a América si no es a Inglaterra. Por favor ayúdalo en todo."

La nación se retiró en silencio con la carta entre las manos y le pareció ver el fantasma de una lágrima caer por sus mejillas.

"Las naciones son tan humanas como nosotros. Pero no quieren demostrarlo porque para ellos es debilidad."

Cuánta razón tenía Arthur.

Una semana después y luego de horas de vuelo Inglaterra por fin reposaba en su casa.

Preparó el té y se dirigió a su jardín con la carta en sus manos.

La miró por lo que pareció horas sin decidirse a leer su contenido ¿que podría querer Arthur de él? ¿Acaso por fin le reclamaría todo lo que hizo?

Miedo.

Tenía miedo de lo que aquellas palabras pudieran hacerle a su mente, miedo de lo último que pensaría Arthur de él.

Si no leía esa carta estaba seguro que la incertidumbre no lo dejaría vivir.

Al demonio.

Rasgó el sobre sin ninguna delicadeza y cayó una delicada cadena de plata y en ella una joya azul cielo. Buscó en el sobre la carta y la abrió rápidamente.

Querido Inglaterra:

Leyó la primera línea con nerviosismo.

Mi vida en este mundo ha concluido, y estoy seguro de que me he marchado completamente feliz de haber pasado mis últimos momentos al lado de la persona que amo. No quiero que te sientas culpable por nada de esto. He estado pensando por un largo tiempo y creo que no existen las coincidencias o los accidentes. Creo que todo sucede por un motivo.

Yo nací en este mundo para aliviar el corazón de América y ahora es tu deber velar por su seguridad. Se que entiendes que ese es nuestro llamado, nacimos para estar a su lado y cuidar su corazón. Es alguien demasiado frágil, demasiado voluble pero cuando ama a alguien, lo hace con todo su ser. No te estoy pidiendo que correspondas a los sentimientos que él te declaró, creo que eso quedo claro en nuestra última conversación, solo cuida de él por favor. Se que lo harás a pesar de que no te diga nada.

Por otro lado, durante estos últimos días he teniendo sueños extraños.

Este collar es resultado de ellos.

Alguien se presentaba en mis sueños, nunca pude ver su rostro. Siempre que lo veía estábamos en un campo y él cuidaba de un caballo blanco y me daba la espalda, vestía ropa antigua.

Sostuvo con fuerza las hojas.

No era posible.

Él me dijo que se arrepiente de lo que paso, que fue un error todo lo que sucedió y que ahora entiende que sus sentimientos son suyos que lo que sintió no era falso y que lo único que ve cuando está en medio de la oscuridad es tu rostro sonriéndole.

Que no importa que suceda sus sentimientos son para ti.

El collar es para que puedas recordar aquello que le decías que amabas de él.

La ultima vez que soñé con él fue cuando me lo entregó y desperté con la joya en mis manos. Debo de admitir que ahora me siento más tranquilo al saber que por lo menos en medio de la oscuridad podre ver los recuerdos de mi vida, él me aseguro que seria así.

Es una persona amable y muy educada, que sonríe a pesar de la soledad, entiendo porque lo amaste tanto.

Converse con él mucho tiempo y coincidimos en que desearíamos volver a nacer y encontramos con ustedes nuevamente para poder amarlos una vez más, pero somos conscientes de que eso no pasará, pero aun así no nos arrepentimos del tiempo que pasamos con ustedes.

Gracias por todo.

Gracias Inglaterra por permitirme conocer a América.

Espero nos veamos algún día.

Sinceramente,
Arthur Kirkland.

—Alfred...

Dejo escapar de sus labios en un susurro que le robaba el aliento, volvió a llorar por él como cada vez que lo recordaba en la soledad de su habitación. Pero esta vez tomó aquel collar mirando fijamente la joya de color azul cielo. Era el hermoso color de sus ojos, esos ojos que tanto amaba y que lo miraban con infinito amor.

Tal vez aun había algo que podía hacer.

—Señor América, tiene una reunión en una hora.

—Alan ya te dije que no necesitas hablarme de "señor" te conozco desde que eras un niño prácticamente. Además, alguien más se puede encargar, no tengo que ir necesariamente.

América le hizo un puchero y Alan no pudo evitar reírse.

—Lo siento, es algo protocolar. Pero bueno, ya que insiste... —Alan tosió aclarando su garganta y levantó la mano apuntando directamente a su rostro—¡América tienes una reunión en una hora deja de jugar en tu celular y prepárate!

América pestañó un par de veces y una sonrisa gigante apareció en su rostro.

—¡Perfecto!

—Tuve un buen ejemplo, Arthur solía decírselo así ¿no? — dijo Alan distraído, pero de inmediato se arrepintió— lo siento... creo que no es apropiado, yo-

—No te disculpes—le interrumpió América antes de poder disculparse una vez más—han pasado ya quince años, no tiene por qué ser un tabú hablar de él.

América le sonrió y Alan se sintió aliviado.

Los primeros años fueron duros para la nación, pero poco a poco trataba de salir adelante. Alan monitoreó con cuidado todos sus movimientos, siguiendo al pie de la letra las instrucciones de Inglaterra. Era increíble como la nación inglesa sabía perfectamente que hacer ante cualquier situación.

Y conforme los años pasaban el recuerdo parecía dejar de ser triste y se convertía en algo más cálido.

—Además Arthur me hubiera sacado a patadas de la oficina, te falto eso—le dijo sonriente tomando las carpetas del escritorio y dirigiéndose a la puerta—¡vamos Alan o llegaremos tarde y Arthur estaría muy molesto con nosotros!

—¡Voy! —le respondió alegre saliendo por el pasillo—¿pasamos por unas hamburguesas después?

—¡Por supuesto!

América estaba sanando, que le sonriera mientras hablaban de él era la prueba.

Arthur, América volverá a ser feliz.

Arthur, han pasado quince años y me sigues haciendo falta. Probablemente me sienta así por siempre.

Las cosas han mejorado. No he tenido la necesidad de hacerme daño en mucho tiempo, debo de admitir que los primeros meses quería morir para estar a tu lado, pero sabía que no estarías feliz con eso. Cada vez que lo intentaba tu rostro lleno de lágrimas pasaba por mi mente como aquellas veces en las que me rescatabas de mi propia tristeza y de inmediato me arrepentía.

No estás aquí físicamente pero tu alma está conmigo.

Alan ha sido de mucho apoyo y se que tú y él se hicieron grandes amigos. Asumo que le confiaste mi seguridad por lo cual ha estado velando por mi en todo momento. Ahora es mi asistente personal y hace un gran trabajo. Creo que le pegaste algunas mañas ya que es bastante estricto y muy dedicado.

Tal vez un poco exagerado. Pero es un gran amigo.

Las cosas en la política también van bien, todo está tranquilo.

Si, se que eso no te interesa, pero tenía que decirlo, ya sabes, mi vida es la política. Por otro lado, sé que preguntarías específicamente, y creo que puedo decirte que la relación con Inglaterra es neutral.

No podía verlo durante los primeros años sin dejar de pensar en ti. Tenerlo cerca era un martirio porque no podía dejar de verte en él y saber que jamás estarás conmigo otra vez. Inglaterra no tenía la culpa de las jugarretas de mi mente, pero me aleje de él a pesar de que a veces se acercaba a mí a preguntarme como estaba.

Lo siento, pero no podía verlo a los ojos. Lo ignoraba sin compasión.

Y supongo que se cansó de eso y luego de unos años ya no se acercó más.

Me arrepiento, pero nuestra relación no es algo que se pueda arreglar, aun estoy enojado por todo lo que hizo, pero supongo que no querrías que lo odiara ¿no es verdad?

Si, estarías muy molesto. Pero ¡hey! Inglaterra me evita ahora y no ha asistido a las últimas reuniones. ¡En su lugar Escocia lo está reemplazando y siempre que quiero preguntarle por Inglaterra me mira como si quisiera matarme! De hecho, quiere matarme, me lo dijo.

"Ni se te ocurra acercarte a Inglaterra porque te arrancare los ojos para que sepas como se siente estar en la oscuridad"

No sé qué quiso decir exactamente o porque mis ojos, pero no te preocupes intentare saber que le ocurrió. Canadá debe de saber algo. Le preguntaré.

—Por cierto, hoy te traje rosas y chocolates. No es san Valentín, pero sé que te gustan.

Dejo los regalos al pie de la tumba y se sentó a su lado.

—Espero que estés soñando con nosotros porque yo siempre sueño contigo. No te preocupes ya lo entendí.

El viento sopló agitando el pasto a sus pies. Las primeras estrellas empezaban a brillar en el cielo y se sintió como cuando Arthur y él se tiraban juntos, justo en este mismo lugar, a ver las estrellas brillando a la distancia.

Casi podía sentir sus manos entrelazadas, el calor de su compañía y su voz señalando las constelaciones en el cielo.

Sonrió ante el recuerdo que llenaba su corazón de paz luego de años de agonía.

¿Lo ves? Ahora puedo sonreír con nuestros recuerdos.

Ya no de debes preocuparte, mi amado Arthur.

Seré feliz.


Fin.

¡Hola a todos! gracias por leer este fic. Se que algunos querrán matarme por este final, pero ¡vamos! no todo es miel sobre hojuelas. Pero tranquilos, no me maten aún. Tengo un epilogo en mente que cerrará algunos cabos (y probablemente les deje con curiosidad de otros) pero les advierto, el epilogo que viene será lo último que verán de este fic.

¡Gracias por todo!

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