La cabaña del placer

By AnabellaAdler24

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La cabaña del placer relata la experiencia erótica de Inés, quien no tiene tiempo para el amor. Luego de una... More

La cabaña del placer

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El exceso de trabajo me ha impedido conectar con el amor. Hace más de dos años que ni siquiera consigo tener una cita. Mayormente no me preocupa, pues las responsabilidades que cargo sobre mis hombros no me permite detenerme a pensar en lo paupérrima que es mi vida social.

Hoy algo cambió. Mis compañeras de trabajo comenzaron a platicar en la hora de colación acerca de sus aventuras amorosas. Mi ensalada se vio envuelta en miles de historias sobre romances tormentosos y efímeros. Si bien ninguna ha podido formalizar con alguno de los hombres protagonistas de sus encuentros, por lo menos tienen relatos que contar. Rose sorprendió a todos con su dramático episodio vivido en el autobús de las ocho. Esto había sucedido hace pocas semanas atrás. Según su relato, un joven de unos 26 años estuvo mirándola durante todo el trayecto. Ella, una mujer madura de 45, no dudó en seguirle el flirteo, pensando que solo se trataría de eso, pero los encuentros sexuales entre ambos duraron un mes, hasta que el joven comenzó una relación seria con una mujer de su edad. El drama acaeció cuando ella se dio cuenta de que se había enamorado del muchacho, y este, con quien seguía encontrándose en el autobús, no manifestada interés en ella. Clarise, por su parte, nos contó cómo se ligó al jefe del departamento de marketing. El aniversario de la empresa fue hace 6 meses aproximadamente. Esta es la única instancia en la que todos los trabajadores de la compañía se encuentran y comparten. Jean, el jefe de marketing, siempre ha estado enamorado de Clarise, pero ella lleva más de 6 años de noviazgo con un hombre que conoció en la universidad. Siempre le había sido fiel, hasta que este tuvo que viajar por intercambio. Estaba realizando un magíster en gestión empresarial. La pasantía en el extranjero era de un año y mi compañera de trabajo no podía soportar la espera para disfrutar de los placeres del amor. Jean estuvo toda esa noche conversando con ella, llenándola de atenciones y halagos. Finalmente, se marcharon a un hotel, lugar en el que mi amiga pudo sortear con éxito una noche de aventura.

A Mary y sus infidelidades constantes no le han permitido sobrevivir en ninguna historia de amor. Isabella, la santurrona del grupo solo se dedicó a escuchar. Llegado mi turno no tuve ninguna historia real que contar, así que compartí con mis compañeras la idea vaga de una de mis fantasías: estar con un hombre que cobre por sus servicios.

Mary, quien hasta entonces me había oído fascinada, mencionó que en el departamento de recursos humanos había escuchado una vez que Christine, a modo de aventura prematrimonial, había contratado los servicios profesionales y amatorios de una empresa dedicada al rubro de la seducción. El lugar recibe el nombre de La Cabaña.

Estuve pensando varios días en aquel lugar, sentía que era el momento de cumplir mis sueños, por más banales que pudieran resultar. Comencé a buscar en internet mayor información. Encontré el sitio. El servicio podía llevarse a cabo en el domicilio del cliente o en las dependencias de la empresa. Obviamente no iba a involucrar la intimidad de mi hogar en esta fantasía.

El día sábado fue el escogido para llevar a cabo mi plan. Conduje por casi 45 minutos, estaba ansiosa, nerviosa y de cierta manera me sentía culpable. Cuando llegué al lugar me recibió una mujer alta, morena, muy distinguida y afable. Me indicó que me sentara e inmediatamente me mostró el catálogo de La Cabaña. Comencé a dar vuelta las páginas sin mayor sobresalto hasta que apareció él: un fornido y joven muchacho que parecía sacado de una película. Lo escogí. Pagué por él 200 mil pesos. Caminé hacia las cabañas buscando la número 8. Toqué el timbre y salió el joven apuesto. Me recibió con una sonrisa cautivadora. Con voz ronca y juvenil me dijo que ingresara. Con su mano derecha hizo un gesto invitándome a sentar.

— ¿Qué deseas beber?—preguntó.

— ¿Tienes daikiri? —dije algo nerviosa.

—Tengo lo que tú quieras.—respondió con suavidad.

—Un daikiri entonces —pronuncié con la voz quejumbrosa.

Se dirigió a una especie de bar y me preparó el trago. Regresó con él y se sentó frente a mí.

—¿Cuál es tu nombre?—preguntó con voz profunda y serena.

—Inés.

—Es un nombre inocente.

—¿Tú... cómo te llamas?—dije, algo ansiosa.

—Cris.

Se acercó a mí y acarició mi rostro, mientras cogía el vaso de daikiri a medio tomar y lo dejaba sobre una mesa que yacía a mi costado. Sentí su respiración rozando mi rostro. Tenía un olor fresco y dulce. Su aroma recorrió mis recuerdos, aquellos lejanos momentos en que había sido feliz. Sentía el corazón vivo y mi piel floreciendo gracias a la evocación de un pasado que hoy se hacía latente.

Ciertamente estaba nerviosa, hace tiempo que no estaba con alguien y ya había olvidado lo lindo que se siente cuando convergen en el amor dos corazones que se quieren. Aunque, en este caso, lejos estaba de ese sentimiento mi momento actual.

Creo que notó mi nerviosismo, pues me abrazó, acercándose más y posando sus labios sobre mi oído.

—Quiero lamer cada parte de ti.—pronunció con un tono sensual.

Mis ojos se abrieron en un asombro silencioso. Entonces él se levantó, dirigiéndose al borde de la cama. Se sacó la polera dejando al descubierto un torso perfecto. Sus pectorales fornidos hicieron un invierno en mi corazón. Sentía la necesidad de su cuerpo sobre mí. Me paré del asiento y me acerqué. Lo miré por completo deseando que su piel se fundiera con la mía. Posé mis manos sobre su abdomen, él se acercó, las tomó y las puso sobre su miembro. Me ruboricé. Comenzó a besar mi cuello, mis gemidos comenzaron a dar vida a una melodía casi olvidada en el concierto del amor.

Mientras me recorría, me asía contra su cuerpo firmemente, tanto que me cortaba la respiración, aun así, pese a que me ahogaba entre sus besos, quería más.

Con extrema rapidez y haciendo gala de una fuerza varonil cautivadora, me tomó entre sus brazos y me llevó contra la pared. Quedé colgada a él, mis piernas se aferraron a su cintura con desespero. No quería separarme de su cuerpo.

Mis pechos quedaron casi a la altura de su rostro, los recorrió con gula exquisita, como si en ellos encontrase la ambrosía que calmase su apetito voraz. Con sus labios apretaba mis pezones, provocando un intenso y ardiente placer.

Me lanzó suavemente contra la cama. Agitada sin poder siquiera hablar, él sabía exactamente lo que yo quería. Se descubrió por completo. Detrás de esas toscas telas azules escondía el manjar que toda mujer quisiera probar. Se dirigió a la cama, llegó hasta mí y me besó. Se sentó sobre el colchón que fue testigo de mis placeres.

—Quítate las bragas —dijo con ternura.

Solo atiné a tragar saliva. Obedecí.

—Siéntate sobre mí —me ordenó.

Me senté sobre él, sintiendo cómo su humanidad entraba en mi vida. Lo hizo lentamente, procurando que sintiera cada centímetro de su piel. El desespero fue total. Cada segundo era la cúspide de la felicidad.

Mientras galopaba vi el amanecer ante mis ojos, la luz de la vida comenzaba a estallar frente a mí. Sus manos apretaban mis caderas, obligándome a incursionar en su exacerbada virilidad. Nuestros cuerpos sintonizaban un lindo acorde que en el cielo desdibujaba mis gritos de deleite infinito.

Su lengua, húmeda e insaciable, sacudía mis pezones una y otra vez, extrayendo de ellos un dulce manjar. Aquellos se endurecían con cada lamedura, suplicando un poco más, necesitando sentir cómo su boca los succionaba en un intento loco de poseerlos por completo. En un movimiento rápido y apasionado tomó mis caderas y se abalanzó sobre mí, cambiando el ritmo de su amor. Con su cuerpo sobre el mío sentí el peso de la locura, abriendo mis ojos ante la desesperación de sus manos recorriendo cada parte de mí. Abrió mis piernas suavemente y se posó en mi interior, con rapidez y agresividad, como si mi mundo fuera suyo. Golpeaba mis paredes una y otra vez, penetrando en ellas mientras yo me asía fuertemente de sus muslos. El desespero me llevó a rasguñar su espalda y su trasero. Él gemía bravamente, mirándome desafiante. Era una batalla de placer. Luego de unos minutos puso mis piernas sobre sus hombros, tomó mis manos, impidiendo cualquier movimiento que con ellas yo quisiera hacer. Se acomodó levantándose un poco, sin parar de escudriñar en mi alma. Era insaciable, indestructible. Él era un experto en el amor.

De pronto se detuvo abruptamente, lamió mis pezones y viajó hasta mi vientre. Besó todo lo que allí habitaba. Su lengua se adentró en lo más profundo de mis secretos. Yo no podía más que gritar, apretando y sujetando su cabeza en un intento desesperado porque no se marchara. Fue delicioso, dejando en mi pulpa las huellas húmedas de su amor.

Me llevó al cielo, lo toqué con mis manos y con cada recoveco de mis deseos. Al finalizar me besó locamente, sabiendo que esa sería la última vez. Le respondí con la misma intensidad. Permanecimos callados largo rato. Momentos en los que me abrazó y acarició como si fuera el más fiel de los amantes.

Al marchar, me besó en los labios, sentí el dulzor de su boca apagando lo poco que quedaba de mí. Camino a casa todo parecía florecer y, en mi alma, el recuerdo eterno de La cabaña del placer.

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