Dama de la noche [Los traidor...

By SilvinLewis

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Segunda parte del libro «Príncipe de sangre». « Oh, damisela. Tú que fuiste abandonada, tachada como un fenóm... More

Prefacio
Primera parte: A pedazos
I. Anhelo
II. Humanización
III. El otro traidor
IV. Sangre heredera
VI. Secreto del Nilo
VII. Secuelas de guerra
VIII. Unión
IX. Desde el fondo del mar
X. El curso de la guerra
Segunda parte: La caída de un reino
XI. Aliados
XII. Colmillos y garras
XIII. La sirena que lo dejó todo
XIV. El otro heredero
XV. Desahogo
XVI. Fuego celestial
XVII. Aquella que sacrificó todo
XVIII. Aquel al que no se amó
XIX. Aquellos que se amaron
XX. Dama de la noche
XXI. Cuando la guerra explota
XXII. Tácticas de guerra
XXIII. Almas perdidas
XXIV. Un nuevo amanecer
XXV. Espera
Epílogo: Libertad
Agradecimientos
NOTICIA IMPORTANTE
:::Ficha de personaje VIII:::
:::Ficha de personaje IX:::
:::Ficha de personaje X:::
:::CELEBREMOS LOS MIL VOTOS!!:::
::: Pensamientos de la autora sobre algunos personajes:::
FANART ESPECIAL
🏳️‍🌈 HAPPY PRIDE DAY 🏳️‍🌈
:::FANART:::
:::Pensamientos de la autora 2:::
:::FANART:::

V. El pacto

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By SilvinLewis

Carne de mi carne,

sangre de mi sangre,

latido con latido,

el pacto final que nos unirá...

por toda la eternidad


Ver a la Reina alterada, era siempre algo que me causaba gracia. Puesto que me gustaba verla molesta por decirle las cosas en cara, atreverme lo que otros por temor, no le han dicho.

Sí, estaba tentando a mi suerte, y en cualquier momento ella iba a irritarse tanto que iba a terminar matándome. ¿Pero qué importaba ahora? Si ella no estaba alterada por mi culpa, sino, por aquella noticia que también me dejó paralizado a mí.

Y es que ver aquella escena que Frank le mostraba hacía temblar a cualquiera: cadáveres en forma de lobo y otros humanos. Adultos y niños, todos cercenados sobre charcos de sangre.

Tal y como describió el mismo Frank en el libro.

Esto es sin duda obra de la Dama —confirmó Frank del otro lado con una mirada fría. Y sin duda era cierto, esta escena era tan parecida a la masacre del Norte también. Aquella que yo había presenciado—. Esto se está saliendo de control, Marie. Caillic comenzó a atacar, y ya nadie podrá detenerla. Las otras manadas y Clanes del lugar comenzarán a notarlo pronto. Debemos reubicarlos.

La Reina no dijo nada, sus manos temblaban y hacían que ondeara la pantalla que ella había creado con su magia.

—¿Sobrevivientes? —preguntó la Reina a lo cual Frank se negó. Marie asintió, tragó en seco e hizo desaparecer la pantalla. La imagen aún estaba grabada en mi cabeza, razón por la que me estaba frustrando yo también.

Si Caillic había comenzado a atacar, no era nada bueno. Eso quería decir que ya Margot tenía el control absoluto en el cuerpo de Opal.

—Esto es malo, muy malo —murmuró ella—. Podrían darse cuenta... nuestro secreto...

—¿Qué quieres decir? —pregunté bastante confundido, pero la Reina decidió ignorarme.

A decir verdad, el comportamiento de ella era bastante extraño. No comprendía qué tenía que ver nuestro secreto, la forma en que nos ocultabamos con eso.

Digo, luego de la batalla de la reserva, en donde muchos murieron, nadie, ningún humano, se enteró de lo sucedido. La Reina y sus hechiceros se encargaron de modificar los recuerdos de aquellos humanos que conocían a los caídos en batalla, con tal de que no fuesen a recordarlos y preguntar por ellos.

Era bastante triste, a decir verdad, que evitaran que te recordaran después de tu muerte.

—Por eso hice la ley de híbridos —murmuró la Reina—. Mantenernos ocultos...

—Siempre me he preguntado algo —Traté de llamar su atención, puesto que lo último murmurado por ella había llamado la mía. La Reina giró para mirarme con una ceja levantada—. ¿Por qué es tanto su odio hacia los híbridos? Digo ¿Qué daño hacen?

—Son malos. Es todo —respondió ella, pero podía notar cierta incomodidad en su voz—. Los humanos son seres muy inferiores, sin poder alguno. Cuando un inmortal procrea con un humano, la criatura carece de muchos poderes de su parte inmortal. Así que ¿qué beneficio hay en tener en un ejército a un soldado débil? Además, si un humano procrea con una vampiresa, por poner un ejemplo, a la vampiresa no le pasa nada. Pero la criatura le pide más que sangre a su madre. Y su madre al no poder darle más que su sangre, la criatura sale perjudicada.

» Sin embargo, que una humana tenga en su vientre al hijo de un vampiro, es muy malo para ella. La criatura beberá su sangre hasta secarla, porque su madre no puede darle la sangre que le pide. Entonces, ¿Te imaginas que ella se sienta mal y vaya a un doctor y se de cuenta de lo que la criatura le hace? ¿Te imaginas en donde se den cuenta los humanos sobre lo que es la criatura? ¿Te imaginas si llega a salir a la luz nuestros secretos?

Me encogí de hombros.

—¿Por qué habríamos de temer a unos simples humanos? —La boca de la Reina era una fina línea.

Me ocultaba algo.

—Olvídalo —Me dijo—. Las leyes de los híbridos se hicieron para que ustedes no se multiplicaran como una plaga. Ni siquiera nosotros podemos tener hijos con humanos.

» Salen defectuosos.

Y me dio la espalda, algo que me sorprendió.

Había algo que ella ocultaba, algo que la incomodaba sobre ese tema. Sobre los híbridos, sobre el temer a los humanos...

Y yo iba a descubrirlo.

La Reina suspiró, se giró nuevamente y me lanzó una mirada ceñida, de esas que lanzaba una madre a su hijo cuando éste no quiere hacer caso. Le devolví la mirada sin miedo, sabiendo que ahora llegaba el momento en donde ella volvía a tratar de culparme de todo.

—¡Ponte a entrenar, de inmediato! —Fue lo único que ordenó. Gruñí, pero obedecí, más por mí que por ella.

Me sentía cerca de mi meta, aunque en verdad no sabía a dónde era que tenía que llegar.

¿Recuerdos de mí recién nacido? O, lo que más pasaba por mi cabeza, ¿recuerdos de Duncan, de tal vez cómo podía dominar a Margot?

¿Acaso yo podía entrar a la mente de quién yo era la reencarnación?

Quise pregúntaselo a Marie, pero se veía demasiado alterada como para responder. Así que solamente decidí sentarme nuevamente en el suelo y cerrar los ojos.

Esta vez estaba dispuesto a hacer lo que fuese, a ni siquiera descansar hasta obtener lo que fuera que debía obtener.

Pero ¿cómo lograr un resultado cuando no sabías que buscar?

Traté de mantener mi cabeza despejada, pero era realmente difícil. Concentrarme esta vez iba a ser complicado, debido a que no dejaba de llegar a mi cabeza distintas imágenes de las masacres.

No dejaba de ver los cuerpos que, aunque no conocía, habían muerto de manera injusta en una guerra que no les correspondía. La sangre me atraía, pero a la vez me causaba más repulsión que nunca.

¿Qué sentido tenía un vampiro que repelía la sangre? Ninguno. Yo no repelía la sangre, la amaba, era lo que necesitaba para vivir.

Lo que repelía era aquella que se derramaba por la incompetencia de un líder.

La incompetencia y el orgullo de la Reina de dejar viva a Caillic para restregarle en su cara todo su poder. Y sobre todo su confianza en su poder para creer que podía acabar con una rebelión.

Fruncí el ceño, regañándome a mí mismo, y obligándome a concentrarme.

Mente en blanco.

Siente como los sonidos se esfuman, como el ambiente se vuelve ligero.

Respira, aunque no sea necesario para ti...

Y adéntrate en tu cabeza.


Como siempre, estaba en un lugar oscuro. Mi cabeza era un lugar negro y vacío, en el cual yo creaba lo que quería. Podía viajar al recuerdo que deseara y podía agregar un pensamiento si quería.

Solo que no sabía que recuerdo debía buscar.

La última vez que había estado ahí, tuve un recuerdo de cuando tenía dos años, así que debía ir más atrás.

Aunque... ¿Qué pasaba si intentaba...?

—Duncan —dije en voz alta, pues me daba cuenta que si lo hacía de esa forma, las puertas aparecían más fácilmente.

Pero nada pasó.

—Deseo ver los recuerdos de Duncan —Volví a decir, esta vez como una orden. Nada volvió a pasar.

No estaba dispuesto a rendirme, y esperaba que mi concentración durara lo suficiente como para mantenerme ahí hasta que encontrara la forma de tomar los recuerdos del vampiro.

—Tu mente es algo simple, Alex —Aquella voz que había escuchado varias veces en mis sueños, que creí que no volvería a escuchar más que en un recuerdo, sonó a mi espalda. Me giré sorprendido para notar que, efectivamente, era Duncan. Se suponía que no volvería a verlo desde la noche antes de mi cumpleaños. Seguía igual: Cabello rojo oscuro peinado de manera pulcra, traje azul, ojos verdes furiosos. Estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas.

—¿Qué haces aquí? —pregunté sentándome en el suelo frente a él, de repente me sentía agotado y temía perder la concentración.

—Yo me pregunto lo mismo. Tú fuiste el que me llamaste —contestó.

Error, yo había intentado buscar sus recuerdos... pero creo que esto está mejor.

—Así que supongo que funcionó —Duncan levantó una ceja y se limpió un inexistente polvo en el traje.

—¿Qué funcionó?

—Por fin pude entrar completamente en mi mente. Este era el propósito ¿no? —El vampiro hizo una mueca de desprecio y miró el lugar.

—A ver si puedes cambiar algo, está muy oscuro aquí.

—Da igual, es mi cabeza. No pensé que podríamos comunicarnos de esta forma.

—Eres mi reencarnación, Alex. Mi alma está dentro de ti, crecí contigo, te ayudé a tomar decisiones, siempre me comuniqué por medio de sueños —Se levantó y comenzó a andar de un lado a otro con las manos en las espalda—. Sin embargo, intensifiqué los sueños cuando sentí el llamado de Margot. Cuando supe, de alguna manera, que ella estaría más cerca.

—¿Por qué me escogiste a mí? —pregunté en un gruñido—. Margot reencarnó una vez ¿Por qué no reencarnaste también?

—No era mi hora. Incluso en el más allá, yo estaba enlazado con ella, y sabía que no era mi hora de volver a nacer. En cambio, cuando lo supe, y tenía que escoger ¡vi fuego en tu interior, Alexander! Por eso te escogí, tú y yo somos muy diferentes, me daba la oportunidad de ser alguien más—Ladeó la cabeza—. Técnicamente.

—Entonces sirve para algo, dime: ¿Cómo puedes controlar a Margot? ¿Cómo puedes entrar a su mente tan fácilmente? —Duncan soltó una risita, lo cual lo único que logró fue irritarte más.

—No es fácil, nada de este entrenamiento va a ayudarte —contestó.

—¿Qué?

—La Reina cree que mi habilidad de controlar a Margot es algo mental, no lo es. Es algo más complicado que eso, o tal vez más fácil, como quieras verlo.

—¿Qué quieres decir? —pregunté. Duncan levantó su mano frente a él mirando hacia la nada.

—Margot y yo estamos unidos por algo más que amor, Alexander. Ella y yo hicimos un pacto.

—¿Un pacto de sangre? —Duncan me miró, había algo en sus ojos que no supe identificar.

—No cualquier pacto de sangre, Alexander. Un pacto de sangre muy antiguo, que literalmente une las almas, no metafóricamente como los que ustedes hacen —Bajó la mano y volvió a sentarse frente a mí—. Fue idea de ella, ya que temía hacer más daño y pidió que yo la controlara.

—¿Tiene un nombre ese pacto?

—Uniti suflete. Lo encontramos en la biblioteca de Francisco en Rumania, luego de que Margot asesinara a su manada.

—¿Como se hace? —Duncan me dio una sonrisa torcida.

—Ese es tu trabajo, no te daré todas las respuestas.

—¿Por qué eres tan egoísta? ¡Estoy tratando de salvar a mi novia de la loca de la tuya! Estoy tratando de detener una guerra.

—No solo tú lo estás tratando —Me contestó—. Además ¿Acaso me importa? Si mueres, mi alma volverá a ser libre. Si no, ella te encontrará —Aquello hizo extrañarme completamente.

—¿Me encontrará? ¿Margot o Caillic? —Duncan soltó una risa.

—Margot. Ella sabe que nosotros somos los únicos en detenerlas, por eso nos quiere de su lado. Lo más posible es que busque la forma de que yo me apodere de tu mente, para así, entre los dos, tomar venganza de todos.

—¿Y tú te le unirías? —Duncan volvió a reír, y cuando me miró, sus ojos eran rojos.

—Oh, Alex. Se te olvida que yo también fui humillado —Levantó los brazos y se recogió las mangas dejando ver sus muñecas, había un tipo de brazaletes de hierro aprisionándolas—. ¿Ves esto? Es el símbolo de que estoy atado a ti, en tu cabeza. No tengo otro papel que el de darte información, Alexander, y seguirte en tus propias decisiones. Pero te digo algo, si Margot logra liberarme y que pueda controlar tu mente y cuerpo... —Ladeó la cabeza— no dudaré en seguirla en su venganza. Le darás la espalda a tu propia familia —Apreté los dientes. Estaba harto de todo esto, pero aún tenía que hacerle preguntas a Duncan.

—¿Por qué confías en ella? Apuesto a que escuchaste cuando me apuñaló en la masacre del norte ¿no? Ella dijo claramente «¿Cuántas puñaladas en la espalda eres capaz de aguantar, Duncan?» —El Príncipe volvió a reír, sus ojos volviendo a la normalidad.

—Es normal que ella estuviera cegada por su deseo de venganza. En ese momento no era yo, eras tú. Y ella obviamente no estaba contenta. Además, yo la traicioné: le conté nuestra historia a nuestros enemigos, en ese momento estabas luchando contra ella.

—¡Corrí apenas supe que era Opal! La busqué, porque anhelaba recuperarla. Pero me terminé encontrando con tu novia que está totalmente mal de la cabeza.

—Alex ¿Qué sacrificios estás dispuesto a hacer por amor?

—Lo que ustedes tienen no es amor, es una relación enfermiza. Ella te domina por completo y tú solamente la sigues como su perrito faldero —La sonrisa de Duncan se borró y entonces apareció la mía.

Lo estaba haciendo entrar en razón.

—Deberías volver —dijo. Y enseguida supe que lo había hecho dudar.

No podía dejarlo ahí, si podía darme la forma de hacer aquel pacto, sería todo más fácil.

—Según la historia que escribió el marido de Caillic, tú definitivamente eras un desastre. Nada más ibas a donde Margot te guiaba —Le dije, con tal de permanecer ahí. Duncan me dio una sonrisa triste, sus ojos desviándose de la vergüenza.

—Lo sé. Cuando se es una bestia, a veces tener poco carácter es inusual. Yo dependo mucho de Margot, lo sigo haciendo. Sobre la historia, él me invocó y yo le conté todo, con detalles. Por eso la historia es muy detallada y real —Suspiré.

—Yo sí decía que se sentía demasiado personal. Te haré una pregunta, ¿Por qué Margot tiene el control en el cuerpo de Opal?

—Desconozco la magia que Caillic usó, pero es algo muy infernal. No es posible que un alma tome la mente y cuerpo de su reencarnación... —Volvió a mostrarme los brazaletes de metal—. De alguna forma ella rompió esto, liberando a Margot en su totalidad —Volvió a mirarme y sonrió, sus colmillos brillaron—. Tu trabajo es averiguarlo —dijo, y simplemente desapareció.

Sabía que mi trabajo en mi cabeza había terminado, así que simplemente cerré los ojos y traté de relajarme.

Salir de mi cabeza también era algo difícil.

Al volver a la conciencia, comenzaba a escuchar los sonidos a mi alrededor. Volvía a tener el control de mis sentidos y movimientos.

A diferencia de la primera vez que volví después de haber estado sumergido en mi mente, esta vez no sangré ni me dio el dolor de cabeza, pero aún así sentía un pequeño tic tac, como si tuviese un reloj en ella.

Abrí los ojos para ver la iluminación del lugar, y me costó un poco acordarme en donde estaba. Recordar todo lo que Duncan me había dicho.

Habíamos estado haciendo todo mal. Habíamos estado perdiendo el tiempo todos estos meses.

La solución no estaba en mi cabeza, sino en un libro. Un hechizo, un pacto. Algo que unía las almas de Duncan y Margot.

Por eso si Margot reencarnaba, Duncan también debía hacerlo.

Por eso las pesadillas antes de entrar a la preparatoria. Por eso se calmaban cuando estaba cerca a Opal. Por eso me sentía tan bien con ella y ahora la anhelaba tanto como si una parte de mí se hubiese ido.

Porque las almas de los traidores se estaban comunicando.

La Reina se posicionó frente a mí y me levanté para poder hablarle.

—Hemos estado haciendo todo mal —Fue lo único que dije. Ella nada más me miró, sus ojos dorados escrutándome.

—¿De qué hablas? ¿Qué viste?

—A Duncan —respondí—. Pude hablar con Duncan como la noche anterior a mi cumpleaños dieciocho. Él me dijo que esto no ayudaba en nada para controlar a Opal... —La puerta de la habitación se abrió y justamente, a tiempo y con un dejo de tristeza en el rostro, pasó Frank.

El hombre enseguida compuso una mirada dura cuando se dió cuenta que yo también estaba en el salón. Lo miré.

—Necesito acceso a la biblioteca de Rumania —Le dije a la Reina, pero con mi mirada fija en el hechicero.

—¿Que? —preguntaron ambos al tiempo.

—Por medio de la mente no voy a poder controlar a Opal —repetí mirando a la Reina—. Duncan me dijo que él y Margot hicieron un pacto de sangre muy poderoso, algo que unía de sus almas literalmente y por eso podía controlarla, que aparecía en un libro de hechizos de la biblioteca de Rumania —Miré a Frank y le brindé una sonrisa irónica—. Justamente después de masacrar a la manada.

—No puede ser... —dijo la Reina comenzando a andar de un lado a otro.

—Pues sí lo es. Así que hay que buscar el libro que poseía ese hechizo —Escuché una risa proveniente de Frank y volví a mirarlo con molestia.

—No va a poder ser —dijo la Reina apretando los labios y desviando la mirada—. Lo siento, Alexander. Este entrenamiento sirvió para que te comunicaras con Duncan, pero si ya no va a servir para más... no hay otra solución.

—No lo digas... —Le advertí.

—Hay que matar a tu chica —sentenció Frank. Si la cordura no me hubiera abrazado, me le hubiese lanzado sin importar que podría pasarme.

—¿Qué hay del maldito libro? —exigí. La Reina soltó un suspiro de exasperación.

—No existe. La biblioteca de Rumania fue incendiada durante la época de los traidores.

» Todo se hubo perdido.

Sentí como si mi corazón saltara hacia un agujero. No, no podría ser que no hubiese una solución que no fuese la muerte.

No, no podría ser que simplemente hubiese solo un libro que explicara eso.

—Debe haber más libros —murmuré—. No todos los libros se quemaron ¿no?

—¿Sabes cuántas bibliotecas tenemos, Alexander? Más de cien.

—Entonces pídele a tus hechiceros que busquen algún libro que tenga ese hechizo... ¿Quién pudo haberlo escrito?

—¿Cómo se llamaba? —preguntó esta vez Frank lanzándome una mirada lastimera. Gruñí en mi interior, lo que menos deseaba era la lástima de aquel hechicero, pero si al menos de esa forma querría ayudar...

—Uniti suflete —contesté. Frank soltó una maldición.

—Ese hechizo lo creó Arkyn.

—¿Quién es Arkyn? —pregunté. La única respuesta que recibí fue que la Reina me pasara el libro que contaba la historia de los traidores. No comprendía, puesto que ya había leído ese libro y no figuraba nunca ese nombre. Revisé la parte trasera, al final en donde se firmaba la nota de autor y ahí capté todo.

«Arkyn Pettersen.»

El marido de Caillic.

—Genial —murmuré—. El enemigo tiene el hechizo, pero no saben para qué es.

—Eso nos lleva de nuevo al principio —dijo la Reina saliendo del salón, Frank y yo la seguimos—. Debemos encontrar a Caillic y su grupo para poder obtener a Arkyn y obligarlo a decirnos el hechizo.

—O podríamos buscarlo solo a él —opiné, a lo cual ambos hechiceros se me quedaron mirando—. Creo que sería más fácil buscar un subordinado de Caillic que a la propia hechicera. ¿No se les había ocurrido antes?

—Por supuesto que sí —respondió la Reina con el ceño fruncido—. Solo que me he enfocado en buscarla a ella porque es más peligrosa —Nos dirigimos hacia el salón de las cámaras. La Reina hizo un movimiento con la mano sobre los controles que había debajo de la pantalla y comenzó a murmurar cosas. Las imágenes cambiaban a distintos ambientes.

—¿Qué está haciendo? —pregunté.

—Reiniciando el sistema —contestó Frank, lo miré completamente extrañado a lo cual él me sonrió con burla—. La Reina lo tenía puesto en las coordenadas de Caillic, pero ahora sin su castillo presente, tuvo que reiniciarlo para hacer una búsqueda. Ahora por ti, está volviendo a hacerlo para buscar a Arkyn.

—Nunca entendí cómo funcionaba eso —comenté señalando con mi cabeza la máquina.

—Es una mezcla entre tecnología y magia —Me respondió Frank—. El poder de nuestro rastreador es mínimo cuando es uno solo, pero Marie nunca limita su poder —Una sonrisa de admiración se instaló en el hechicero—. Supo cómo emplear su magia para rastrear el mundo en general.

—Si pudo rastrear el mundo ¿Por qué no se fijó cuando Caillic estaba haciendo de las suyas? —Frank apretó los dientes y se negó a responder. Yo solamente sonreí y despegué mi vista de los hechiceros.

Pocas veces había entrado a esta sala, y nunca me había puesto a observarla. Era más que cámaras, parecía el lugar en donde la Reina creaba sus hechizos. Había artefactos, grisgris y muñecos vudú por todo el lugar, dagas de plata, otras con piedras incrustadas y, sin duda, debía de haber algunos benditos.

También había retratos familiares, como si la Reina los tuviese ahí para recordar que no era un monstruo del todo. Los observé, notando que el más nuevo era de la Reina con Frank, Sammy y una chica notablemente mayor.

Conocía a Sammy, solía verlo ir de un lado a otro durante mi primer mes en la cabaña de la Reina, hasta que fue asignado como líder del territorio de mi Clan. Sammy era hijo de Frank, pero a la otra muchacha nunca la había visto. Y aparecía en otro retrato solamente con la Reina y otro hombre que no era Frank.

—¿Cuántas veces te casaste? —pregunté aún sabiendo que ella estaba tan ocupada que no iba a responderme.

—Dos —respondió, sin embargo. Me giré a verla y me di cuenta que estaba sentada en el suelo cosiendo a mano un muñeco vudú. Era la primera vez que la veía hacerlo, puesto que las otras veces la había visto hacerlos aparecer en sus manos.

Frank le pasaba las cosas que ella pedía: hierbas, aserrín, polvos.

—¿Y quién es la guapa chica de las fotos? —pregunté.

—Mi primera hija —respondió ella.

—Tal vez deberías dejar de molestar, vampiro —comentó Frank, había tanta molestia en su voz que encontré el momento perfecto para joderle.

Le di una sonrisa ladeada.

—¿Qué pasa? ¿Celoso por tocar el tema de la cría que no es tuya?

—No se habla de Marie aquí —comentó la Reina, podía notar la rigidez en sus hombros al querer cambiar el tema.

Tal y como hacía unas horas con el de los híbridos. ¿Acaso todo tenía que ver? O simplemente estaba atando cabos a la loca porque estaba necesitado de una respuesta a toda esta locura.

¿Por qué la Reina se mostraba tan alterada con el tema de su hija mayor?

Al menos, me había dado un nombre.

Sin importar lo que me pudiesen decir, salí de la habitación y me dirigí a la biblioteca.

¿Por qué no lo había pensado antes? ¿Por qué nunca se me dio por investigar sobre la Reina? Tal vez ella poseía más respuestas de las que se esperaba.

Tomé el libro que hablaba sobre su historia y fui a salir de la biblioteca cuando Frank se interpuso en mi camino.

—Nunca entiendes cuando no debes meter tus narices ¿Verdad? —Me gruñó, rodé los ojos con molestia.

—¿Acaso no puedo investigar sobre eso?

—¿Quieres saber porque mi molestia y la alteración de la Reina por la mención de Marie II? Bueno, te la diré —Enarqué una ceja y hojee el libro.

—¿Como puedo estar seguro que es la verdad? Y sobre todo, ¿por qué tanto temor a que yo lea el libro de la Reina? —Frank soltó un resoplido de exasperación, y se masajeó las sienes.

—La Reina comete errores también —murmuró en un susurro sabiendo que yo podía escuchar sin problemas desde mi posición—. Su primer esposo fue un humano, y Marie II es una híbrida.

—Entiendo que quiera ocultarlo —Le dije con una sonrisa ladeada—, si se llega a saber, muchos se habrían de molestar por las leyes que creó. Lo que no comprendo es ¿Si Marie II es una híbrida, porqué los detesta tanto? Tanto para crear la ley.

—La ley fue creada con el propósito de que ustedes no se expandieran como plaga, eso es cierto —respondió Frank—. Ella nunca sintió odio por ellos, solamente que sabía la realidad de que, sin esa ley, comenzarían a expandirse hasta estar fuera de su control.

—¿En donde está ella, entonces? —Frank se restregó el rostro con exasperación. Mis preguntas lo estaban irritando. La verdad, me sorprendía que quisiera colaborar y responderlas, tal vez temía que yo fuese a descubrir algo más profundo si me ponía en serio a investigar, y por eso respondía de buena gana... o tal vez estaba de buen humor.

—Marie II nos traicionó, era una fiel seguidora de Caillic —dijo Frank con una voz fría—. Marie II era la consejera de su madre, y todo lo que ella hacía llegaba a los oídos de Caillic, por eso Caillic siempre estuvo fuera del radar de la Reina. Por eso Caillic pudo escapar cuando Marie comenzó a buscarla. Todo lo que Caillic ordenaba, llegaba a los oídos de la Reina desde la boca de su hija.

» ¿El plan de expansión? Fue idea de Marie II, pero en realidad fue de Caillic, con tal de que la Reina se concentrara en algo más y no le prestara atención a ella. Marie se vino a dar cuenta de su traición fue cuando ella escapó al comenzar la caza de Angela.

Wow, eso sí que era fuerte.

No me sorprendería el odio más grande que debía sentir ahora la Reina al ser arrebatado alguien que amaba.

Sin embargo...

—Bien, ya soluciono la duda que tenía con respecto a los híbridos... sin embargo, aún no comprendo el miedo que vi en sus ojos cuando tú mostraste la masacre de Escocia —Hubo una pregunta en la mirada de Frank—. Ella no paraba de decir nuestro secreto.

—No estoy autorizado a dar respuesta de eso —contestó—. La Reina quería que te dijera esto, con tal de que no volvieras un desastre nuevamente este lugar con tus investigaciones. No estoy autorizado a responder nada.

—Hay más de lo que ocultan... —Frank me lanzó una sonrisa macabra.

—Más de lo que te imaginas, Alexander. Y hay cosas en las que simplemente no debes meter las narices, ya estamos en muchos problemas por tu culpa —terminó de decir y tan solo se dio la vuelta para salir de la biblioteca. Apreté los dientes y le seguí, aún con el libro de la Reina en mis manos...

¿Cuantos secretos han de ocultarme los hechiceros?

A pesar que, tal y como el de Frank, el de la Reina era muy fácil de leer, no daba mucha información útil, más de la que ya tenía en claro.

Cerré el libro y lo dejé en mi escritorio antes de salir de la habitación. Sentía la sed quemar en mi garganta y anhelaba tanto una caza que desgraciadamente no podía hacer ahí. Así que debía conformarme con la sangre en bolsa que las muñecas traían para mí.

Me dirigí a la sala de las cámaras, y antes de entrar pude escuchar algo.

—Necesito ingredientes de Feraud, pero también te necesito aquí. Necesito apoyo mágico, Frank.

—Pero sabes que Feraud me conoce a mí, si mandas a algunas de tus sirvientas podría darle un infarto.

—Yo voy —interrumpí, tanto la conversación como en el lugar. Los dos hechiceros me quedaron mirando.

—Parece que espiar se ha vuelto tu pasatiempo favorito —comentó Frank con la molestia bien marcada en su voz. Lo ignoré.

—He ido con Frank a buscar sus productos, Feraud ya me conoce —La Reina me miró con atención, como pensando si era tan importante como para mandarme a mí.

—¿Por qué de repente el interés? —Dejé salir mis colmillos demostrándole porque estaba desesperado por salir.

—Hace rato que no tengo una buena caza, y juro que voy a desesperarme si no voy —La Reina resopló y me entregó una bolsita de tela morada.

—Ahí hay parte de mi magia —Me indicó—, guárdala bien para que en la caza no la botes, y entrégasela a Feraud y recibe lo que él te dará —Hizo un ademán con su mano—, caza en la reserva del pantano.

Y con eso, ya tenía mi salida.

Por la caza tendría que tomar el camino largo hasta la ciudad: por el camino y no cruzando el pantano. Pero no me importaba, porque anhelaba tanto seguir mis instintos más que beber sangre de una bolsa o una copa.

Guardé la bolsita en mi bolsillo y me adentré en la reserva. Aspiré el olor de los animales, y aquello logró que cada fibra de mi ser temblara.

Podía sentir a la bestia despertando dentro de mí, a mi ser vibrar de la emoción, a mis sentidos agudizarse ante el anhelo de la caza. Mis ojos se volvieron rojos, mis colmillos aparecieron, y sin pensarlo dos veces, eché a correr.

Podía por fin sentir la arena hundiéndose a medida que corría, el viento en mi cara trayendo los mejores olores que podían sentirse.

La sangre, tan caliente y roja, tan vital para mí y para mantenerme en la cordura.

Encontré rápidamente a mi presa: un oso, algo grande pero sin duda la presa perfecta para mí, aquella que definitivamente saciaría, más que mi sed, mis ansias de matar.

Me le lancé enseguida, y aunque el animal luchó, definitivamente yo era más fuerte.

Recibí zarpazos, una mordida, y sin embargo pude engancharme sobre él y enterrar mis colmillos en su cuello.

La sangre explotó en mi boca, tan dulce que sentí que me extasiaba por completo de ella. Bebí, como si nunca antes lo hubiese hecho, sin importarme nada. Sin importar el sucio pelo del animal en mi boca, cuando su sangre ya estaba corriendo a mi estómago.

Estaba pegado como una plaga, y no me detuve hasta que estuve completamente saciado.

—¡Joder! —exclamé sentándome al lado del animal, apoyado en su enorme cuerpo como si fuese un cojín. Miré hacia el cielo, cuando se acababa de beber, todo se veía más nítido, más hermoso.

Cómo ansiaba la caza, era una parte de mí.

Me levanté, y no inspeccioné si el oso estaba vivo o no. Supuse que lo estaba, no creía que podía beber tanto, pero de todos modos no importó. Ahora debía correr hacia la ciudad.

La ventaja de haber ido el primer día con Frank a donde Feraud, era que el hombre ya me conocía y era más fácil que me entregara la bolsita con las hierbas que la Reina necesitaba para sus hechizos. Detuve mi trotar en cuanto me adentré a la ciudad y comencé a caminar con paciencia mientras hacía rebotar la bolsita de tela que yo tenía en mis manos, la duda me carcomía ¿Cómo podría la Reina meter un poco de su magia en ese pequeño paquete? ¿Y sobre todo, como Feraud lo usaba?

¿Será que nosotros también podríamos usarlo? Apreté los dientes tratando de contener las ganas de abrir la bolsita.

Me di cuenta que ya estaba llegando al barrio francés cuando pude divisar el río Misisipi al fondo, pues además el puesto de Feraud estaba en un callejón mirando al río. Por la hora en las que nos encontrábamos, el lugar estaba completamente vacío, pero Frank y Marie Laveau me habían dicho que Feraud se quedaba toda la noche en su puesto, él sabía que en la noche era donde la línea entre el mundo de los vivos y los muertos era más delgada.

No me costó recordar la calle, así que simplemente me dirigí hasta donde pude notar la figura en el fondo. Comencé a acercarme hasta sentir el delicioso aroma que yo conocía en mis fosas nasales.

Un aroma que, en contraste con la piel humana, era tan malditamente deliciosa.

Sangre humana.

El idiota ese tal vez se pinchó el dedo con un alfiler e iba a costarme concentrarme, puesto que aunque hubiese saciado ya mi sed, nunca se le podía decir que no a la sangre humana.

A pesar de que estaba con las más grandes ansias de lanzarme al humano y beber su sangre, que ésta recorriera mi garganta y me hiciera ver el mundo más brillante, sabía que había cosas más importantes que simplemente saciar mi afán. Me acerqué, aún absorbiendo el aroma y dejando que prácticamente mi mente volara.

Por eso, fue tarde que me di cuenta, cuando ya estaba frente al humano, que no se movía. Feraud estaba sentado tras la mesita, y pude ver claramente el tajo que había en su cuello, en donde la sangre salía a borbotones, o al menos había hecho hasta que el corazón del humano dejó de latir.

Estaba muerto.

La única esperanza que la Reina tenía, por lo cual yo también, había desaparecido.

Mis colmillos salieron y mis ojos se volvieron rojos ante mi permanencia en el lugar. Estaba tentado, impulsado a lanzarme al suelo y beber la sangre que había caído del hombre, ya que no quedaba nada en su cuerpo.

El instinto depredador era más fuerte que yo, la bolsita cayó de mi mano y mis rodillas fallaron.

Si bebía la sangre de afuera no rompía ninguna regla ¿verdad? Estaba muerto después de todo.

¿Alex? —Escuché aquella voz. Una voz que tenía meses que no escuchaba en persona, y que mi mente estaba anhelando tanto escucharla que al parecer mi cabeza me jugaba una mala pasada y decidió reproducirla en mi peor momento.

Mis manos tocaron el suelo y se ensuciaron de sangre. Sangre oscura y humana. Una droga que necesitaba. Levanté una de mis manos y aspiré el olor.

Alex ¿Qué haces? —Gruñí, mi cabeza era una mierda como para que Opal apareciera en mi mente en este momento.

Momento en el cual luchaba contra mis instintos y la decencia de no ponerme a beber sangre humana del suelo, como un animal.

Eso no te conviene, la policía podría venir en camino —dijo la voz, Opal en mi cabeza se escuchaba tan clara que podía sentir que estaba tras mío.

—A la mierda la policía —murmuré, pegando la mano en mi nariz. Parecía un adicto, uno en plena recuperación que la abstinencia le estaba matando y que podría recaer en cualquier momento ante el simple aroma de la droga.

Sentí una mano en mi hombro y me quedé paralizado. Una parte de mí tembló con el temor de que fuese la Reina pillándome en el acto de estar a punto de beber sangre humana.

Pero no, no había olor agrio lejos de la sangre humana en mis manos.

Había un olor que conocía muy bien, un aroma que había deseado volver a sentir junto a la voz que había sonado en mi cabeza... solo que no había sido en ella.

Me giré, y vi un vestido negro, de los cuales salían unos pies descalzos. Pies del color de la oliva. Fui ascendiendo lentamente hasta encontrarme los brazos que tanto había apretado y me habían apretado. El cuerpo que había tocado desnudo, y que había amado con mi alma y mi cuerpo. Los labios que tanto había besado, que había mordido y saboreado hasta ya saberlos de memoria; el pelo oscuro por la barbilla, aquel en el que había enredado mis dedos cada vez que me sumergía en los labios. Era como si bebiera cada parte de ella mientras ascendía, como si quisiera darme cuenta que era real antes de toparme con la cruda realidad al llegar a sus ojos...

Amarillos.

Ojos amarillos de Margot, no de Opal.

Era Opal, era su voz, su pelo, su cuerpo, incluso su boca... pero no era ella en sí. Era una cáscara vacía en donde la Dama podría hacer y deshacer todo de ella.

Y me sonreía, como si le causara gracia verme arrastrándome como una cucaracha en mi propia inmundicia. Gruñí, de repente mi mente se había aclarado y me puse de pie para enfrentarla.

—No hay nada más divertido que ver a un vampiro sufriendo porque no lo dejan beber sangre humana —Ladeó la cabeza con una sonrisa afilada—. Mi querido Alex... ¿sabes? Si me sigues, podrías beber la sangre humana como si no hubiese un mañana.

Limpié la sangre en mis jeans, sin importar nada más. Me había quedado contemplando el rostro de Opal sin decir nada. Estaba frente a mí, tan cerca que podía tocarla. Recordé lo que me había dicho Duncan.

"Si tu no lo haces, ella vendrá por ti. Porque me necesita a su lado."

—¿Qué haces aquí? —Le pregunté como si no supiera nada, después de todo, sí me había sorprendido, no esperaba verla tan pronto.

—Estoy aquí por ti, mi amor —Me susurró ella, luego miró a los lados—. Pero deberíamos irnos, no creo que quieras responder a tantas preguntas cuando la policía llegue —Volví a mirar tras mío, al cuerpo inerte de Feraud, mis colmillos volvieron a salir y algo dentro de mí tiraba hacia la sangre. Pero me contuve, tomé la bolsita y la metí en mi bolsillo. Cuando volví a mirar a donde estaba Opal, ya ésta se había alejado.

Decidí seguirla, no había forma en que ella pudiese llevarme, además necesitaba estar con ella. Mi mente maquinaba la forma de poder llevarla a la cabaña de Laveau para tenerla ahí hasta obtener el pacto de sangre...

—Si me llevas con Laveau, sabes que me matarán ¿no? —Me dijo cuando llegué a su lado. Me mordí la lengua, mierda, no recordaba que ella podía leer mi mente.

—¿Tú mataste a Feraud? —pregunté, con tal de cambiar de tema, ella tenía razón, por ahora la muerte de ella era la solución más fácil. Aunque me doliera siquiera pensarlo.

Opal soltó una risita y levantó una mano, la cual estaba sucia con sangre seca.

—Caillic sabía que la Reina obtenía favores de un humano, y me ordenó su muerte —Esta no era ella, Opal odiaba la guerra y la matanza sin sentido. Margot parecía disfrutarlo—. Una muerte humana es tan solo un poco a lo que se tiene planeado.

—Vaya —murmuré con burla deteniendome y apoyándome en la pared de un callejón—, no pensé que te dejabas dar ordenes —Opal se detuvo, pude ver sus hombros tensionándose ante la molestia de mi burla. Se dio la vuelta y me miró, luego me sonrió.

—Sé lo que intentas hacer, Alexander —comentó acercándose a mí contoneando las caderas. Luchaba contra mi instinto de querer tocarla, de querer besarla y sumergirme en ella—. No caeré en tu juego, querido mío. Además, yo mato por simple placer, y claro, también quiero mantener a Caillic cerca de mí hasta que desate todo mi poder —Ella se me acercó y pasó su dedo por mi mejilla, un toque suave y delicado, como si fuese de la verdadera Opal—. Si estuvieras a mi lado, podríamos hacer mucho, mi amor...

La tomé de la cintura y la pegué a mí, luego la abracé.

—De alguna forma lograré que dejes libre a Opal —Le susurré al oído, logré que ella soltara una risita.

—No si antes actúo yo —Me susurró mordiendo el lóbulo en mi oreja, logrando sacarme un pequeño temblor de placer. Mis manos recorrieron su cintura en una caricia, su piel era caliente bajo aquel vestido y estuve tan tentado en arrancarlo—. Ven conmigo, mi amor... ven a mi lado —volvió a susurrarme.

Su voz era suave y se deslizaba por mi oído hasta mi cabeza, logrando meterme en un ligero trance.

Quería hacer lo que ella quisiera, quería irme con ella... maldición, me estaba dominando. Su poder de persuasión se estaba fortaleciendo, pero yo definitivamente era más fuerte que eso.

Besé su cuello, y deslicé mis labios hasta su oreja.

—Quédate conmigo, Opal —susurré, a lo cual ella soltó una risita.

—Opal no está.

—Sí está, dentro tuyo —Apreté su cintura—, y haré todo lo posible porque vuelva.

Opal volvió a reír y se alejó de mí. Pude ver una cruda burla en sus ojos amarillos. Ladeó la cabeza lanzándome una mirada de lástima.

—Eres más fuerte que Duncan —Me dijo—, pero eres igual de ingenuo.

—En realidad no lo amabas ¿Verdad? —No supe si fue imaginación mía, pero creí ver un rastro de tristeza en sus ojos.

—Claro que lo hacía, y lo sigo haciendo —Su mano en mi pecho se hizo un puño—, pero ¿Cómo has de poder expresar todo tu amor a alguien cuando estás siendo perseguida? ¿Cuando fuiste asesinada y ahora solo vives para matar? —Ella bajó la mirada.

Bajo la capa de Opal, bajo la capa de Margot el espíritu vengativo, pude observar a la chica que Arkyn describía en su libro. La muchacha enamorada y temerosa. La chica que amaba, antes de ser desterrada por las injusticias de su propio pueblo.

Sentí lástima por ella.

—Alex —Me llamó levantando la mirada—, recuerda que en esta historia, Duncan y yo solamente fuimos víctimas. Peones que una bruja pudo usar a su antojo —Me acarició la mejilla—, pero podemos ser libres, mi amor.

Nada era más tentador que la libertad.

Pero sabía que esa libertad costaba, sobre todo porque sabía que no escaparía con Opal, sino con la Dama en el cuerpo de ella. Y Margot no querría escapar conmigo, que no me hablaba a mí sino a Duncan que, sin duda, estaría escuchando en alguna parte de mi conciencia.

Le devolví la caricia y ella cerró los ojos.

—No —Le respondí—, la libertad de esta forma no está bien. Margot, déjame darte la libertad de forma espiritual, déjame buscar la forma de liberarte.

—No hay libertad para mi espíritu que no sea la muerte del cuerpo, creo que Opal te lo dejó bien en claro —Ella volvió a mirarme y lanzarme una sonrisa, pero esta sonrisa era dulce, como las que me lanzaba Opal. No había ni una pizca de maldad en ella—. Pero me gusta mucho tu perseverancia, así que te daré una oportunidad —Se me acercó y me dió un suave beso en la mejilla.

Era un beso tan cálido que se contrastaba con el espíritu vengador... tal vez todavía quedaba una pizca de humanidad en ella.

—Aun no tienes el control total de ella ¿verdad? —inquirí, ella soltó una risita amarga.

—Oh, Alex. Alex. Alex. Opal aún lucha un poco, hay algo en mi cabeza, un bloqueo que evita que tome el control de forma perfecta, algo que ni siquiera Caillic puede quitar. Pero apenas lo tenga —Ella mordió el lóbulo de mi oreja—. Vendré por ti, cielo.

—Quiero volver a verte, ver a Opal —susurré.

—Nos vemos la otra semana, entonces. Creo que sabrás dónde —Y se alejó. Y la vi alejándose, nuevamente con sangre en sus manos. Y yo fui incapaz de tomarla en mis brazos, porque sabía que si la llevaba donde la Reina podrían matarla.

Era un inútil cuando de ella se trataba.

Suspiré, saliendo del trance y tomé mi teléfono para marcarle a Frank y darle la noticia de la muerte de su proveedor... la invocación de los dioses quedaría para otro momento.

—¡Esto es una gran mierda! —exclamó Frank pateando una piedra. Yo simplemente me recargué en el muro— ¡Tanto que pidió magia ¿Y no pudo con un asesino?!

—Parecía tener un cuchillo bastante afilado, digo, mira el tajo tan limpio de la garganta —comenté mirando hacia el cuerpo. Permanecía a mi distancia con tal de no volver a hacer la misma escena que había hecho hacía unas horas. Me había evitado decirle que había sido Opal.

Supe que debía hacerlo, porque no podría volver a verla si tenía guardias custodiando mi próximo encuentro con ella.

No podía evitar sentirme egoísta, pero había cosas que definitivamente yo mismo debía realizar, hablar y mantener a Opal cerca hasta que tenga el hechizo era una de ellas.

La Reina y Frank simplemente arruinarían todo.

Frank apretó los dientes, la policía aparecería sin dudas al amanecer, cuando alguien viera el cuerpo.

—Debemos registrar su casa, a ver si encontramos los productos que tenía —dijo el hechicero.

—¿Debemos? —pregunté con una ceja levantada. Frank rodó los ojos y comenzó a caminar para salir del callejón.

—Por supuesto, vienes niño, vas a ayudarme a allanar la casa de un muerto —Solté una risa, nunca hubiera elegido tan buenas palabras.

—Genial.

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