Por culpa de un instante (Com...

بواسطة BiancaMond

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Un malentendido lleva a Brenda a enemistarse con el chico más popular del curso. Pero Lucas no es tan malo co... المزيد

Sinopsis
1. Pulga
2. Lucas Urriaga
3. Un infierno para ti
4. El que ejecuta el bajo
5. Trato hecho
6. Durazno
7. El Bar Polzoni
8. Por fin un amigo
9. La melodía del amor
10. Esta no es una cita
11. Hubiese preferido alacranes
12. Nada es lo que parece
13. ¿Quién pierde este juego?
14. Memorias de una dulce venganza
15. Sólo resta confesar
16. Por culpa de un instante
17. Esta tampoco es una cita
18. Una aterradora verdad
19. El amor es ciego
20. Veintiuno de julio
21. Mi lugar favorito
22. Ni el héroe ni el villano
23. No podemos
24. Debo sacarla de mi cabeza
25. Sabía que esto pasaría
26. Cálmate, Pulga
27. Yo... ¿De novia?
28. Estaba jugando conmigo
29. Puedo ser un perfecto idiota
30. A veces, la verdad duele
31. Un dúo inesperado
32. Un "te quiero" en sueños
33. No puedo perder
34. No me importa perderme si es con él
35. Me hubiese quedado en la cabaña
36. Una oportunidad
37. Se acabó la farsa
38. Ya acéptalo, Brenda
39. Tu novio falso
40. Los latidos de tu corazón
41. El lugar que se ha ganado
42. No es el momento
43. Esta sí es una cita
44. Una llamada "de rutina"
45. ¡Ya sólo vete!
46. Son los celos...
47. ¿Esto es un maldito juego para ti?
48. Deberías saberlo
49. ¿Dejà vú?
50. Vegvisir
51. La confianza es la base de una relación
52. Lo que le prometí
53. Dejé que me lastimaran
54. Lo arruiné
55. La pareja perfecta
Novedades y agradecimientos
Ese último momento

Epílogo

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بواسطة BiancaMond

Cuando termino de vestirme y peinarme, ya es cerca de la media noche. Me despido de mamá y cruzo la puerta de salida a toda prisa. El concierto ya debe de haber terminado, pero de todos modos mis amigos seguirán en el bar al menos tres horas más.

Se me hizo tarde porque estuve trabajando en un expediente que me asignaron el jueves. A comienzos de febrero empecé a trabajar en el estudio jurídico Urriaga-Burgos y mi suegro no es una persona fácil de complacer, así que me esfuerzo al máximo para no defraudarlo.

Este es el último fin de semana de vacaciones. Por lo que el lunes, cuando empiece la universidad, tendré menos tiempo para ocuparme de los trabajos en el estudio, y no quiero atrasarme.

Llego al bar y me encuentro a Bruno cerca de la entrada.

—Hola, pulgosa. ¡Lástima que te perdiste el concierto! —me coloca una mano en el hombro, mostrando una sonrisa irónica—. A Lucas le aventaron un sostén a la cabeza.

Me cruzo de brazos y contraataco.

—¿Sabías que Stacy se escribe mucho con Malcom últimamente? Creo que le pedirá que venga a vivir aquí, para que puedan ser novios.

Sí, esa fue una mentira un poco cruel, lo sé.

Mi hermana y Bruno llevan casi dos meses separados, después de que ella terminó con él, unos días antes de navidad. Lucas me ha dicho que Bruno no ha vuelto a estar con otra chica, a pesar de que muchas se le insinúan cada fin de semana. Por lo que asumo que todavía siente cosas por ella.

—Eso no te lo voy a creer —asegura, aunque percibo algo de duda en su voz.

Seguimos discutiendo hasta llegar a la mesa del grupo. Nuestros amigos están allí. Vanesa conversa con Stacy, Lucas bebe cerveza con Tadeo, y Francis tiene a una chica en su regazo.

Mi novio se pone de pie al verme y me recibe con un beso. Me ubico a su lado y me recuesto contra él.

—Amor, le estaba diciendo a Tadeo que debería darle una oportunidad a Patricio —me comenta él, refiriéndose al chico que sirve tragos—. Pero no le gusta porque no es lo suficientemente alto.

Dirijo a mi amigo una mirada acusadora.

—Lo siento, no puedo salir con alguien que no llene mis expectativas —se defiende éste.

—El problema es que nadie lo hace —replico.

Bueno, nadie excepto Julio. ¿Alguna vez se olvidará de él?

—¿Te gustan los pelirrojos? —le pregunta Bruno—. Tal vez puedas esperar a que Francis se decida a salir del clóset.

—Oh, no. Estoy muy seguro de que me gustan las mujeres. A diferencia de ti —Francis se apresura en contradecirlo, para no espantar a la chica con la que está—. Lucas, ¿hace cuánto que no vemos a Bruno con alguien? Ya se le debe de haber olvidado para qué sirve lo que tiene entre las piernas.

Lucas ríe a carcajadas, pero Stacy hace una mueca de que no se cree nada ese cuento.

Detengo a Patricio y le pido un daiquiri de durazno, mientras los chicos continúan molestándose mutuamente.

Un momento después, me levanto de donde estoy y me siento al lado de mi hermana, para unirme a la conversación que está teniendo con Vane. Comentan acerca de una banda de rock local y, específicamente, sobre su vocalista Oliver Sorja. Sé sobre ellos porque a Lucas le encanta su estilo, y porque sus videos musicales se están volviendo muy populares en internet.

—¿Por qué Musageta no puede ser tan genial como ellos? —se lamenta Vanesa, haciéndonos reír.

—Porque en Musageta hay gente como Bruno y Francis, que sólo piensan en chicas —se queja Stacy—. Ojalá yo pudiera ser tan linda como Cindy Preston, para conseguir un novio como Oliver.

Ah, y este chico sale con una supermodelo, también. Lo había olvidado.

—Tú eres más linda que cualquiera —la halago y ella me sonríe.

Aprovecha para contarme sobre la competencia de danza a la que se presentará al año siguiente. Está muy emocionada, por más de que aún le quedan muchas prácticas para poder sentirse a la altura. Stacy es genial en eso que le gusta.

—¿Creen que nosotros podamos llegar a ser tan conocidos como ellos, alguna vez? —nos pregunta Vane al cabo de unos minutos. Evidentemente se quedó pensando en el tema de la banda de rock.

—Yo creo que sí —admite mi hermana—. Después de todo, tienen mucho talento.

Miramos a los chicos sentados frente a nosotras. Siguen hablando trivialidades, tomando cerveza y haciéndose bromas pesadas. La chica que acompañaba a Francis ya se ha ido.

Me fijo ahora en Tadeo. Mi amigo se ha adaptado tan bien a mi grupo, gracias a la ayuda de Lucas. Y tanto Bruno como Francis lo tratan como si fuera uno más. Siento tanta ternura que me provoca abrazarlo, por lo que me pongo de pie y me muevo hasta donde está. Me siento a su lado y, sin decirle nada, rodeo su torso entre mis brazos y me recuesto por su pecho.

—Te quiero, mi lindo malvavisco —le susurro. Él se sorprende y se echa a reír.

—Yo también, Brenda. Pero creo que estás borracha —bromea—. Lucas, tu novia se ha pasado de tragos.

—Creo que ya es el quinto que le trae Patricio —comenta Lucas—. Desde que trabaja con mi padre, descarga su estrés en alcohol. Y no la culpo, yo hubiera hecho lo mismo.

Todos ríen a mi costa, así que me incorporo para mostrarles que no es verdad.

—Este daiquiri que estoy tomando es recién el segundo —aclaro, formando la perfecta figura de un cuatro con mis piernas—. Además, no es solamente mi suegro el que me estresa en el trabajo. Sino Samantha, porque tengo que verla todos los días.

—¡Ay! ¡Samantha! —exclama el pelirrojo, fingiendo una mirada soñadora, mientras levanta su vaso al aire—. No me hagas acordar de ella. ¡La sueño todas las noches!

Las chicas, Tadeo y yo nos echamos a reír. Lucas le pone mala cara y Bruno simula arcadas.

Es que Francis dice haberse enamorado perdidamente de ella el día en que la conoció, cuando Musageta tocó en la fiesta de colación.

—Brenda, por favor —me pide, rogándome con la mirada—. ¡Dame su número! Lucas y Bruno siguen negándomelo.

—¿Qué te hace pensar que lo tengo? —respondo entre risas.

—No jodas —lo regaña Bruno—. Ya es suficiente con tener que soportar a Brenda como novia de Lucas. Si llegaras a salir con Samantha, sólo faltaría que Vanesa se enamore de Malcom. ¡Y juro que dejaré la maldita banda!

En esta ocasión tengo que estar de acuerdo con Bruno. No me gustaría tener que ver aquí a Samantha cada fin de semana. Aunque tengo que admitir que durante el tiempo que llevo trabajando oficialmente en el estudio jurídico, no he vuelto a tener ningún altercado con ella. Desde que sabe que soy novia de Lucas, se ha dedicado a ignorarme. No sé si se siente derrotada, o se debe a que no quiere perder su amistad con él. Lo cierto que es las dos evitamos hablarnos, si no es estrictamente necesario. No somos amigas, como Lucas había esperado, pero estamos aprendiendo a convivir de esa manera.

Y esa es la máxima cercanía a la cual llegaremos. Al menos, eso es lo que creo hasta el lunes, cuando mis planes cambian.

Lucas me pasa a buscar para ir a la universidad. Estoy emocionada por saber cómo será mi curso. Con algo de suerte, me tratarán mejor de lo que me han tratado el año pasado.

Me despido de mi novio en la entrada del campus. Su facultad queda en el fondo, ya que está empezando la carrera de ingeniería en sonido, siguiendo los pasos de Eric. Veo que unas chicas le lanzan miradas interesadas al pasar, así que le doy un beso antes de separarnos.

—Espero que te portes bien —le advierto con una sonrisa, para disimular mis celos.

—Sabes que no tengo ojos para nadie más —me hace un guiño, antes de retirarse.

Me dirijo a mi nueva clase. Aún es temprano, pero el curso ya está casi lleno. Mucha gente se inscribió a la carrera de leyes.

Todo el mundo está concentrado en sus propios asuntos. Algunos revisan sus celulares, los que ya se conocen charlan entre ellos y, los que no, comienzan a hacer las presentaciones correspondientes.

Busco con la vista un lugar en donde sentarme, y es allí cuando me resulta inevitable percatarme de su presencia. Ella está ubicada en una silla en el fondo. No me ha visto, tiene la mirada perdida en la ventana, y a su lado hay un asiento vacío.

En ese momento, una voz desconocida llama mi atención al costado, logrando que deje de mirar hacia ella.

—Hola, mi nombre es Lía.

La chica que me ha hablado es bajita, de cabello castaño y frágiles facciones.

—Hola, soy Brenda —me presento, mostrándole una sonrisa.

Los chicos que están en el grupo con Lía comienzan a presentarse uno a uno. Se ven todos muy amables y me reciben con ganas. Me quedo conversando con ellos durante varios minutos. El grupo se va haciendo cada vez más grande, a medida que otros llegan y quienes estaban a un lado se incorporan a nosotros.

No tardo en integrarme y comprender que este es el grupo con el que debería quedarme si quiero sentirme a gusto en los años que vienen. Y me agradan, me siento bien entre ellos.

El profesor ingresa por la puerta y comienza a acomodar sus carpetas en el escritorio principal, como dando a entender que la clase está por comenzar.

—Brenda, puedes sentarte con nosotros —Pedro, uno de los chicos del grupo me hace una seña para que me siente a su lado. Pero no me muevo.

Me he vuelto a fijar al fondo del salón. Ella sigue sentada allí y no la he visto hablar con nadie desde que llegué.

Pedro comprende mi duda y me pasa un brazo sobre los hombros.

—Es Samantha Burgos, ¿la conoces? —me pregunta, mirándome con extrañeza—. Su padre es dueño de uno de los mejores estudios jurídicos del país.

Asiento, con la vista aún puesta en ella, que ahora tiene la cabeza agachada sobre su celular y parece sentirse incomoda.

—¿Podemos invitarla a sentarse con nosotros? —le pregunto.

Él niega con la cabeza, como espantado por mis palabras.

—No creo que sea una buena idea. Ella y Lía no se llevan nada bien. Al parecer fueron amigas hace algunos años y luego pelearon. Escuché que es bastante problemática, será mejor no juntarnos con ella y, con suerte, logramos que se mude de universidad.

Eso es cruel.

No digo nada y Pedro me aprieta el hombro para apurarme. La mayoría se ha ubicado ya en sus respectivos sitios y él se dirige al suyo. Llevo mi vista hacia allí. El lugar que ha reservado para mí sigue libre. El lugar al lado de Samantha, al cual nadie irá a sentarse, también.

¿Qué debería hacer?

Aferro mis cuadernos contra mi pecho y exhalo un suspiro, mientras comienzo a moverme.

Pedro me observa con extrañeza, al verme alejarme hacia el fondo del salón. Al igual que Lía y otros chicos más, pero los ignoro.

Me detengo delante de Samantha, quien ahora levanta la vista hacia mí, asombrada.

—¿Me puedo sentar? —le pregunto, con una tímida sonrisa.

Ella asiente lentamente, algo dudosa y avergonzada. Mientras tanto, Lía se ha acercado a paso decidido, a donde estamos.

—Brenda, te estamos esperando —insiste, como advirtiéndome—. ¿Vienes?

—Te lo agradezco —le contesto, al mismo segundo en que me siento al lado de Samantha y acomodo mis útiles sobre el pupitre—. Pero me quedaré con ella.

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