La Hermana de Ron Weasley (Dr...

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Quinto libro, ambientado en Harry Potter y la Orden del Fénix. "Dos miradas que no pueden evitar chocarse, do... Higit pa

**Luna Lovegood**
**La Mujer de Color Rosa**
**La Profesora Umbridge**
**La Suma Inquisidora de Hogwarts**
**Primera Reunión**
**Decreto de Enseñanza nº 24**
**E.D**
**A los Weasley Vamos a Coronar**
**Hospital San Mungo**
**Hospital San Mungo (2)**
**Oclumancia**
**Entrevista con Rita Skeeter**
**El Quisquilloso**
**Pillados**
**James Potter**
**Orientación Académica**
**Los TIMOS**
**El Arma de Dumbledore**
**Los Centauros**
**El Departamento de Misterios**
**La Muerte**
**Fénix VS Serpiente**
**El Héroe, el Desertor y la Llama**

**El Castigo de Umbridge**

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Aquella noche, la cena en el Gran Comedor no fue una experiencia agradable.

La noticia del enfrentamiento entre Harry y yo contra la profesora Umbridge se había extendido a una velocidad increíble, contrariamente a lo que solía suceder en Hogwarts.

Mientras comía sentada entre Harry y Hermione, oía cuchicheos a nuestro alrededor.

Lo más curioso era que a ninguno de los que susurraban parecía importarle que Harry o yo nos enteráramos de lo que estaban diciendo de nosotros.

Más bien al contrario, era como si estuvieran deseando que Harry se enojara y se pusiera a gritar otra vez para poder escuchar la historia directamente.

-"Dicen que vieron cómo asesinaban a Cedric Diggory..." "Aseguran que se batieron en duelo con Quien-tú-sabes..." "Anda ya..." "¿Nos toman por idiotas?" "Yo no me creo nada..."- eran algunos de los comentarios que más se escuchaban.

-Lo que no entiendo es por qué todos creyeron la historia hace dos meses cuando se la contó Dumbledore...- dijo Harry, dejando el cuchillo en la mesa con fuerza con sus nudillos blancos.

-Verás, no estoy tan segura de que la creyeran. ¡Vamos, larguémonos de aquí!- exclamó Hermione.

Ella dejó también sus cubiertos sobre la mesa.

Ron, apenado, echó un último vistazo a la tarta de calabaza que no se había terminado y nos siguió.

Los demás alumnos no nos quitaron el ojo de encima hasta que salimos del comedor.

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-¿Qué quieres decir con eso de que no estás segura de que creyeran a Dumbledore?- le pregunté a Hermione cuando llegaamos al rellano del primer piso.

-Mira, no entendéis cómo se vivió eso aquí. Aparecisteis en medio del jardín con el cadáver de Cedric en brazos... Ninguno de nosotros había visto lo que había ocurrido en el laberinto... No teníamos más pruebas que la palabra de Dumbledore de que Quien-tú-sabes había regresado, había matado a Cedric y había peleado con vosotros.- intentó explicar Hermione.

-¡Es la verdad!- refutó Harry.

-Ya lo sé, Harry, así que, por favor, deja de echarnos la bronca. Lo que pasa es que la gente se marchó a casa de vacaciones antes de que pudiera asimilar la verdad y ha estado dos meses leyendo que tú estás chiflado, Diddy está mentalmente desequilibrada y que Dumbledore chochea.- dijo Ron cansado.

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La lluvia golpeaba los cristales de las ventanas mientras nosotros avanzábamos por los desiertos pasillos hacia la torre de Gryffindor.

Tenía la impresión de que mi primer día había durado una semana, pero todavía debía hacer una montaña de deberes antes de acostarme.

Empezaba a notar un dolor débil y pulsante sobre mi cabeza.

Cuando entramos en el pasillo de la Señora Gorda, miré por una de las mojadas ventanas y contemplé los oscuros jardines.

Seguía sin haber luz en la cabaña de Hagrid.

-¡Mimbulus mimbletonia!- exclamó Hermione antes de que la Señora Gorda tuviera ocasión de pedirnos la contraseña.

El retrato se abrió, dejó ver la abertura que había detrás, y los cuatro nos metimos por ella.

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Después de una clase doble de Encantamientos tuvimos también dos horas de Transformaciones.

El profesor Flitwick y la profesora McGonagall dedicaron el primer cuarto de hora de sus clases a sermonearnos a los alumnos sobre la importancia de los TIMOS.

-Lo que debéis recordar es que estos exámenes pueden influir en vuestras vidas en los años venideros.- dijo el profesor Flitwick con su voz de pito.

Estaba de pie encima de un gran montón de libros apilados.

-Si todavía no os habéis planteado seriamente qué carrera queréis hacer, éste es el momento. Mientras tanto ¡me temo que tendremos que trabajar más que nunca para asegurarnos de que todos vosotros rendís a la altura de vuestra capacidad en el examen!- luego estuvimos más de una hora repasando encantamientos convocadores que, según el profesor Flitwick, era probable que aparecieran en el TIMO.

Remató la clase poniéndonos como deberes un montón de encantamientos.

Lo mismo ocurrió, o peor, en la clase de Transformaciones.

-Pensad que no aprobaréis los TIMOS sin unas buenas dosis de aplicación, práctica y estudio. No veo ningún motivo por el que algún alumno de esta clase no apruebe el TIMO de Transformaciones, siempre que os apliquéis en vuestros estudios. Sí, tú también, Longbottom. No tengo queja de tu trabajo, lo único que tienes que corregir es esa falta de confianza en ti mismo. Por lo tanto... hoy vamos a empezar con los hechizos desvanecedores. Aunque son más fáciles que los hechizos comparecedores, que no suelen abordarse hasta el año de los ÉXTASIS, se consideran uno de los aspectos más difíciles de la magia, cuyo dominio tendréis que demostrar en vuestros TIMOS.- nos dijo McGonagall con seriedad.

La profesora McGonagall tenía razón, pues encontré de lo más difíciles los hechizos desvanecedores.

Tras una clase de dos horas, ni Harry ni Ron habían conseguido hacer desaparecer los caracoles con los que estaban practicando, aunque Ron, optimista, comentó que el suyo parecía haber palidecido un poco.

El mío desapareció en el último intento que hice.

Hermione, por su parte, consiguió hacer desaparecer su caracol al tercer intento y la profesora McGonagall le dio diez puntos extra a Gryffindor.

La profesora McGonagall no puso deberes a los que habíamos logrado desvanecer el caracol, a los demás les ordenó que practicaran el hechizo para el día siguiente, ya que por la tarde tendrían que volver a probarlo con sus caracoles.

Harry, yo y Ron, presos del pánico por la cantidad de trabajo que empezaba a acumulársenos, nos pasamos la hora de la comida en la biblioteca documentándonos cada uno sobre una materia diferente para luego ponerlas todas en común.

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El día se había puesto frío y ventoso y mientras descendíamos por el empinado jardín hacia la cabaña de Hagrid, situada al borde del Bosque Prohibido, noté que algunas gotas de lluvia me caían en la cara.

La profesora Grubbly-Plank esperaba de pie a los alumnos a unos diez metros de la puerta de la cabaña de Hagrid, detrás de una larga mesa de caballete cubierta de ramitas.

Cuando Harry y yo llegamos a donde estaba la profesora, oímos una fuerte risotada a nuestras espaldas.

Nos dimos la vuelta y vimos a Draco Malfoy que iba con aire resuelto hacia nosotros, rodeado como siempre de su cuadrilla de amigotes de Slytherin.

Por lo visto acababa de decir algo divertidísimo porque Crabbe, Goyle, Pansy Parkinson y los demás seguían riéndose con ganas cuando rodearon la mesa de caballete.

A juzgar por cómo nos miraban a Harry y a mí, pude imaginar sin grandes dificultades el motivo del chiste.

-¿Ya estáis todos? Entonces manos a la obra. ¿Quién puede decirme cómo se llaman estas cosas?- gritó la profesora Grubbly-Plank cuando los Slytherin hubieron llegado hacia nosotros.

Señaló el montón de ramitas que tenía delante y Hermione levantó una mano.

Malfoy, que estaba detrás, sacó los dientes e hizo una imitación de Hermione dando saltitos, ansiosa por contestar a la pregunta.

*Menudo ingenio que tiene el rubio...*

Pansy Parkinson soltó una carcajada que casi de inmediato se convirtió en un grito, pues las ramitas que había encima de la mesa brincaron y resultaron ser algo así como diminutos duendecillos hechos de madera, con huesudos brazos y piernas de color marrón, dos delgados dedos en los extremos de cada mano y una curiosa cara plana, que parecía de corteza de árbol, en la que relucían un par de ojos de color marrón oscuro.

-¡Oooooh!- exclamaron Parvati y Lavender, lo cual me molestó mucho.

*¡Como si Hagrid nunca nos hubiera enseñado criaturas impresionantes! Había que admitir que los gusarajos no eran nada del otro mundo, pero las salamandras y los hipogrifos habían sido muy interesantes y los escregutos de cola explosiva quizá hasta demasiado interesantes.*

-¡Haced el favor de bajar la voz, señoritas! A ver, ¿alguien sabe cómo se llaman estas criaturas? ¿Señorita Granger?- gruñó la sustituta de Hagrid.

-Bowtruckles. Son guardianes de árboles, generalmente viven en los que sirven para hacer varitas.- respondió Hermione.

-Cinco puntos para Gryffindor. Efectivamente, son bowtruckles, y como muy bien dice la señorita Granger, generalmente viven en árboles cuya madera se emplea para la fabricación de varitas. ¿Alguien sabría decirme de qué se alimentan?- preguntó la profesora.

-De cochinillas. Pero también de huevos de hada si los encuentran.- contestó de inmediato Hermione.

-Muy bien, anótate cinco puntos más. Bien, siempre que necesitéis hojas o madera de un árbol habitado por un bowtruckle, es recomendable tener a mano un puñado de cochinillas para distraerlo o apaciguarlo. Quizá no parezcan peligrosos, pero si los molestáis intentarán sacaros los ojos con los dedos, que, como podéis ver, son muy afilados. Por lo tanto, no conviene que se acerquen a nuestros globos oculares. De modo que si queréis aproximaros un poco... Coged un puñado de cochinillas y un bowtruckle, hay uno para cada cuatro, y así podréis examinarlos mejor. Antes de que termine la clase quiero que cada uno de vosotros me entregue un dibujo con todas las partes del cuerpo señaladas.- Los alumnos nos acercamos a la mesa de caballete.

Harry y yo la rodeamos deliberadamente por detrás para colocarnos al lado de la profesora Grubbly-Plank.

-¿Dónde está Hagrid?- le pregunté mientras los demás empezaban a elegir sus bowtruckles.

-Eso no es asunto vuestro.- contestó la profesora tajante, y recordé que cuando en otra ocasión Hagrid no se había presentado para dar su clase, ella había adoptado la misma actitud.

Cuando aspiré el aire a mi alrededor, pude notar ese aroma a manzanas verdes acercándose hacia mí.

*¿Qué quiere ese ahora?*

Draco Malfoy, con una amplia sonrisa de suficiencia en el anguloso rostro, se acercó a Harry y a mí y cogió el bowtruckle más grande que encontró.

-A lo mejor ese bruto zopenco ha tenido un accidente.- sugirió en voz baja para que sólo pudiéramos oírlo Harry y yo.

-El que va a tener un accidente eres tú como no te calles.- repliqué sin levantar la voz.

-Quizá se haya metido en un lío con alguien más grande que él, no sé si me entendéis...- dijo de nuevo en voz baja.

Malfoy se alejó, mirando hacia atrás y sonriendo, y de pronto me sentí muy angustiada.

¿Sabía algo Malfoy?

Al fin y al cabo su padre era un mortífago, ¿y si tenía alguna información sobre el paradero de Hagrid que todavía no había llegado a oídos de la Orden?

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-Si le hubiera ocurrido algo a Hagrid, Dumbledore lo sabría. Si nos mostramos preocupados sólo estaremos poniéndoselo en bandeja a Malfoy, entonces comprenderá que nosotros no sabemos exactamente lo que está pasando. No tenemos que hacerle caso. Toma Harry, sujeta un momento al bowtruckle para que pueda dibujar su cara...- nos dijo Hermione cuando les hubimos contado a Ron y a ella la conversación con Malfoy.

-Sí, mi padre habló con el Ministro hace un par de días y según parece el Ministerio está decidido a tomar enérgicas medidas contra la escasa calidad de la educación en este colegio. De modo que, aunque ese tarado gigantesco vuelva a presentarse por aquí, seguramente lo pondrán de patitas en la calle en el acto.- dijo la arrastrada voz del prefecto de Slytherin.

-¡AY!- Harry había sujetado tan fuerte al bowtruckle que éste casi se había partido, pero como represalia le había hecho un fuerte arañazo en la mano con los afilados dedos, dejándole dos largos y profundos cortes.

Harry lo soltó.

Crabbe y Goyle, que ya estaban riéndose a carcajadas ante la idea de que despidieran a Hagrid, se rieron con más entusiasmo todavía cuando el bowtruckle salió corriendo a toda velocidad hacia el bosque y vieron cómo aquel pequeño individuo se perdía enseguida entre las raíces de los árboles.

Cuando la campana repicó por el jardín Harry enrolló su dibujo del bowtruckle, manchado de sangre, y fue hacia Herbología con la mano envuelta en el pañuelo de Hermione.

La despectiva risa de Malfoy todavía me resonaba en los oídos.

*¿Cómo puede ser tan hermosa una cosa tan malvada como una risa despectiva?*

-Como vuelva a llamar tarado a Hagrid una sola vez...- gruñí.

-Diddy, no te vayas a pelear con Malfoy, no olvides que ahora es prefecto, podría hacerte la vida imposible si quisiera...- comentó Ron.

-Uf, no me imagino cómo debe de ser eso de que te hagan la vida imposible.- repliqué con sarcasmo.

Ron rió pero Hermione frunció el entrecejo.

Luego seguimos recorriendo juntos los huertos mientras el cielo se mostraba incapaz de decidir si quería que lloviera o no.

-Es que estoy deseando que Hagrid vuelva, nada más. ¡Y no se te ocurra decir que esa Grubbly-Plank es mejor profesora que él!- añadió Harry amenazadoramente mirando a Hermione.

-No pensaba decirlo.- repuso Hermione con serenidad.

-Porque no le llega ni a la suela de los zapatos.- agregó Harry con firmeza.

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La puerta del invernadero más cercano se abrió y por ella desfilaron unos cuantos alumnos de cuarto curso, entre los que estaba Ginny.

-¡Hola!- nos saludó con alegría al pasar a nuestro lado.

Unos segundos más tarde salió Luna Lovegood, un tanto rezagada del resto de la clase, con la nariz manchada de tierra y el cabello recogido en un moño en lo alto de la cabeza.

Al vernos a mí y a Harry, los saltones ojos de Luna se desorbitaron aún más por la emoción y fue derechita hacia nosotros.

-Yo sí creo que El-que-no-debe-ser-nombrado ha regresado y que vosotros peleasteis con él y lograsteis escapar.- nos dijo Luna respirando hondo.

Sonreí levemente, agradeciendo el apoyo que la chica me brindaba.

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-Quiero que sepáis que no os apoyan sólo los bichos raros. Yo os creo sin reservas. Mi familia siempre ha respaldado incondicionalmente a Dumbledore y yo también.- nos dijo Ernie Macmillian.

-Muchas gracias, Ernie.- contesté, sorprendida pero también agradecida.

Al menos las palabras de Ernie le habían borrado la sonrisa de la cara a Lavender Brown y cuando me di la vuelta para hablar con Ron, Harry y Hermione vi la expresión de Seamus, que era una mezcla de desconcierto y desafío.

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La profesora Sprout empezó la clase sermoneandonos sobre la importancia de los TIMOS, lo cual no sorprendió a nadie.

Estaba deseando que los profesores dejaran de referirse a los exámenes, empezaba a notar una desagradable sensación en el estómago cada vez que recordaba la cantidad de deberes que tenía que hacer, una sensación que empeoró notablemente cuando, al finalizar la clase, la profesora Sprout nos mandó otra redacción.

Así pues, cansados y apestando a estiércol de dragón, el tipo de fertilizante preferido de la profesora Sprout, los de Gryffindor regresamos al castillo.

Nadie hablaba mucho ya que había sido un largo día.

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A las cinco menos cinco, Harry y yo nos despedimos de Ron y Hermoine y fuimos hacia el despacho de la profesora Umbridge en el tercer piso.

Harry llamó a la puerta y ella contestó con un meloso "Pasad, pasad".

Entré con cautela, mirando a mi alrededor.

Había visto aquel despacho en la época en que lo habían utilizado cada uno de los tres anteriores profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Cuando Gilderoy Lockhart estaba instalado allí, las paredes se hallaban cubiertas de retratos suyos.

Cuando lo ocupaba Lupin, se podía encontrar en aquella habitación cualquier fascinante criatura tenebrosa en una jaula o en una cubeta.

Y en tiempos del falso Moody, el despacho estaba abarrotado de diversos instrumentos y artefactos para la detección de fechorías y ocultaciones.

En ese momento, sin embargo, estaba completamente irreconocible.

Todas las superficies estaban cubiertas con fundas o tapetes de encaje.

Había varios jarrones llenos de flores secas sobre su correspondiente tapete y en una de las paredes colgaba una colección de platos decorativos, en cada uno de los cuales había un gatito de color muy chillón con un lazo diferente en el cuello.

*¡¿QUÉ DEMONIOS HA PASADO AQUÍ? ¿CÓMO ALGUIEN PUEDE TENER TAN MAL GUSTO?!*

-Buenas tardes, señor Potter, señorita Weasley.- nos saludó la mujer.

Di un respingo y miré nuevamente a mi alrededor.

Al principio no la había visto porque llevaba una chillona túnica floreada cuyo estampado se parecía mucho al del mantel de la mesa que la profesora tenía detrás.

-Buenas tardes profesora Umbridge.- repuso con frialdad Harry.

-¿Todos esos gatos son suyos?- pregunté observando las fotografías de los más de treinta gatos que decoraban la oficina.

-Sí.- dijo orgullosamente Umbridge, la pobre profesora se debía pensar que estaba elogiando a sus gatos.

*Por eso está tan amargada, porque nadie la quiere, aunque también es comprensible que nadie la quiera.*

-Siéntense, por favor.- dijo la profesora señalando una mesita cubierta con un mantel de encaje a la que había acercado dos sillas.

Sobre la mesa habían dos trozos de pergamino en blanco que parecían esperarnos.

-Esto... profesora Umbridge... Esto... antes de empezar quería pedirle... un favor.- empezó Harry.

-¿Ah, sí?- Los saltones ojos de la bruja se entrecerraron.

-Sí, mire... Es que estamos en el equipo de Quidditch de Gryffindor. Y el viernes a las cinco en punto teníamos que asistir a las pruebas de selección del nuevo guardián y nos gustaría saber si... si podría librarnos del castigo esa tarde y hacerlo... cualquier otra tarde...- dijo Harry mirando a Umbridge.

Antes de terminar la frase ya habíamos comprendido ambos que no iba a servir de nada.

-¡Ah, no! No, no, no. Los he castigado por divulgar mentiras repugnantes y asquerosas con las que sólo pretenden obtener notoriedad y los castigos no pueden ajustarse a la comodidad de los culpables. No, mañana vendrán aquí a las cinco en punto, y pasado mañana, y también el viernes, y cumplirán sus castigos como está planeado. De hecho, me alegro de que se pierdan algo que desean mucho. Eso reforzará la lección que intento enseñarles.- dijo Umbridge con una sonrisa de oreja a oreja.

*Esa mujer... ¡LA ODIO!*

Noté que la sangre me subía a la cabeza y oí unos golpes sordos en los oídos.

La profesora Umbridge nos miraba con la cabeza un poco ladeada y seguía sonriendo abiertamente, como si supiera con exactitud lo que estábamos pensando y quisiera comprobar si Harry se ponía a gritar otra vez.

El chico hizo un gran esfuerzo, miró hacia otro lado, dejó su mochila junto a la silla y se sentó junto a mí.

-Bueno, veo que ya estamos aprendiendo a controlar nuestro genio, ¿verdad? Y ahora quiero que copien un poco. No, con sus plumas no. Copiarán con una pluma especial que tengo yo. Tomen. Quiero que escriba "No debo decir mentiras" y usted "No debo ser impertinente."- nos indicó con voz melosa Umbridge dándonos a Harry y a mí unas plumas extremadamente filosas.

-¿Cuántas veces?- preguntó Harry fingiendo educación lo mejor que pudo.

-Ah, no sé, las veces que haga falta para que se les grabe el mensaje. Ya pueden empezar.- dijo la mujer con dulzura.

*Bueno, solo son unas líneas, ni que fuera un gran castigo... ¿y la tinta?*

-No nos ha dado tinta.- observé.

-Ya, es que no la necesitéis.- contestó la profesora y algo parecido a la risa se insinuó en su voz.

Puse la plumilla en el pergamino, escribí "No debo ser impertinente" y solté un grito de dolor.

Las palabras habían aparecido en el pergamino escritas con una reluciente tinta roja y al mismo tiempo habían aparecido en el dorso de mi mano derecha.

Quedaron grabadas en mi piel como trazadas por un bisturí.

Sin embargo, mientras contemplaba aquel reluciente corte, la piel cicatrizó y quedó un poco más roja que antes pero completamente lisa.

Me di la vuelta y miré a la profesora Umbridge.

Por los gestos de Harry, deducí que estaba sometido al mismo castigo que yo.

-¿Sí?- Ella nos observaba con la boca de sapo estirada forzando una sonrisa.

-Nada.- respondimos con un hilo de voz.

Volví a mirar el pergamino, puse la plumilla encima una vez más y escribí "No debo ser impertinente."

Inmediatamente noté otra vez aquél fuerte dolor en el dorso de la mano, una vez más las palabras se habían grabado en mi piel y una vez más desaparecieron pasados unos segundos.

Seguí escribiendo.

Una y otra vez, trazaba las palabras en el pergamino y pronto comprendí que no era tinta, sino mi propia sangre.

Y una y otra vez las palabras aparecían grabadas en el dorso de mi mano, cicatrizaban y aparecían de nuevo cuando volvía a escribir con la pluma en el pergamino.

*Esto es malo, no soy de sangre abundante precisamente...*

A través de la ventana del despacho vi que había oscurecido pero ni Harry ni yo preguntamos cuándo podíamos parar.

Ni siquiera miré qué hora era.

Sabía que ella nos observaba atenta a cualquier señal de debilidad y no pensaba mostrar ninguna, aunque tuviera que pasar toda la noche allí sentada, cortándome la mano con aquella pluma...

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-Vengan aquí.- nos ordenó la profesora Umbridge al cabo de lo que me parecieron horas.

Harry y yo nos levantamos.

Me dolía la mano y cuando me la miré vi que el corte había quedado más gravado que el de Harry.

-Las manos.- pidió la profesora Umbridge.

Se la tendí y ella la cogió entre las suyas.

Contuve un estremecimiento cuando la profesora me la tocó con sus gruesos y regordetes dedos, en los que llevaba varios feos y viejos anillos.

*Esto es tortura... Merlín, que mareo.*

-¡Ay, ay, ay! Veo que todavía no le he impresionado mucho, señor Potter. La mano de la señorita Weasley está mejor. Bueno, tendremos que intentarlo de nuevo mañana, ¿no? Ya pueden marcharse.- nos dijo el monstruo rosa mientras soltaba nuestras manos.

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Harry y yo marchamos del despacho sin decir palabra.

El colegio estaba casi desierto, debía de ser más de medianoche.

No habíamos tenido tiempo de practicar los hechizos desvanecedores, ni habíamos anotado un solo sueño en el diario de sueños, ni habíamos terminado el dibujo del bowtruckle ni habíamos escrito las redacciones.

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A la mañana siguiente nos saltamos el desayuno para escribir un par de sueños inventados para la clase de Adivinación, la primera que teníamos aquel día y me sorprendió que Ron, muy despeinado, se quedara con nosotros en la sala común.

-¿Por qué no lo hiciste anoche?- le preguntó Harry mientras Ron miraba a su alrededor, desesperado, en busca de inspiración.

-Bueno, ya está. He puesto que soñé que me compraba unos zapatos nuevos. No creo que pueda ver nada raro en eso, ¿verdad? ¿Cómo os fue el castigo con la profesora Umbridge, por cierto? ¿Qué os hizo?- nos dijo Ron mientras abandonábamos la sala después de haber escrito unos garabatos como sueños.

-Nos puso a copiar.- Harry vaciló un instante y luego contestó una verdad a medias.

*Yo tampoco quiero contarlo.*

-Ah, pues no está tan mal.- comentó Ron.

-No.- confirmó Harry.

-Oye, se me olvidaba, ¿os levantó el castigo del viernes?- nos dijo Ron.

-No.- Ron se solidarizó con nosotros soltando un gruñido.

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Volví a tener un mal día de nuevo, cosa a la que me estaba acostumbrando.

Fui una de las peores en Transformaciones porque no había practicado los hechizos desvanecedores, no tenía tiempo para hacerlo.

Tuve que saltarme la hora de la comida para terminar el dibujo del bowtruckle y, entre tanto, las profesoras McGonagall, Grubbly-Plank y Sinistra nos pusieron aún más deberes, que Harry y yo no íbamos a poder terminar aquella tarde por culpa de nuestro segundo castigo con la profesora Umbridge.

Para colmo, Angelina Johnson volvió a abordarnos a ambos a la hora de la cena y, al enterarse de que no podríamos ir el viernes a las pruebas para seleccionar al nuevo guardián, nos dijo que nuestra actitud la había decepcionado mucho y que esperaba que los jugadores que quisieran seguir en el equipo antepusieran los entrenamientos a sus otras obligaciones.

-¡Estamos castigados! ¿Acaso crees que preferimos estar encerrados en una habitación con ese sapo viejo a jugar al Quidditch?- le gritó Harry a Angelina mientras ésta se alejaba.

-Al menos sólo tenéis que copiar. La verdad es que no es un castigo espantoso...- nos consoló Hermione.

En realidad no sabía muy bien por qué no había contado ni a Ron ni a Hermione en qué consistía exactamente el castigo que nos había impuesto la profesora Umbridge.

Lo único que sabía era que no quería ver sus caras de horror, porque eso haría que todo pareciera aún peor y resultaría mucho más difícil afrontarlo.

Además, tenía la impresión de que ese asunto era algo entre nosotros y la profesora Umbridge, una prueba de fuerza entre nosotros, y no pensaba darle la satisfacción de descubrir que me había quejado.

-No puedo creer la cantidad de deberes que tenemos.- comentó Ron con abatimiento.

-¿Y por qué no los hiciste anoche? ¿Dónde estabas, por cierto?- le preguntó Hermione.

-Estaba... Me apetecía dar un paseo.- contestó Ron con evasivas.

Tuve entonces la clara sensación de que no era la única que ocultaba cosas.

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El segundo castigo fue igual de duro que el del día anterior.

Esa vez la piel del dorso de mi mano se irritó más deprisa y enseguida se me puso roja e inflamada.

Sin embargo no dejé escapar ni el más leve gemido de dolor, y desde que entramos en el despacho hasta que la profesora Umbridge nos mandó que se marchara, pasadas las doce, no dije más que "Buenas noches".

*Sea como sea, esto no es ni una quinta parte de lo que sufrí hace seis años, si pude superar aquello no hay razón para no poder superar esto...*

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El asunto de los deberes estaba llegando a un punto alarmante de modo que cuando volví a la sala común de Gryffindor, pese a estar agotada no fui a acostarme, sino que abrí mi libro de Pociones y empecé la redacción sobre el ópalo que tenía que entregar a Snape.

Sabía que había escrito una redacción muy floja pero no me quedaba más remedio que entregarla, ya que no quería decepcionar al pocionista.

A continuación escribí a toda velocidad las respuestas a las preguntas que nos había puesto la profesora McGonagall, redacté a la carrera algo sobre el manejo adecuado de los bowtruckles para la profesora Grubbly-Plank y subí a acostarme.

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El jueves sentí un cansancio global todo el día, pero ya estaba habituada a eso.

Ron también parecía adormilado aunque no entendía por qué.

El tercer castigo fue igual que los dos anteriores sólo que, tras media hora copiando, las palabras "No debo ser impertinente" dejaron de desaparecer del dorso de mi mano definitivamente y permanecieron grabadas allí, rezumando gotitas de sangre.

La pausa en el rasgueo de la afilada pluma hizo que la profesora Umbridge levantara la cabeza.

-¡Ah! Muy bien. Esto debería servirles de recordatorio, ¿no creen? Ya pueden marcharse.- nos dijo la mujer, muy contenta.

-¿Tenemos que volver mañana?- pregunté mientras cogía mi mochila con la mano izquierda para no usar la derecha, que tenía dolorida.

*Cada día estoy más mareada, hace tres días que casi no como, no duermo y pierdo sangre por el estúpido castigo de esa bruja.*

-Sí, claro. Sí, creo que podemos grabar el mensaje un poco más con otro día de trabajo.- dijo la mujer.

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-¿Ron?- exclamé mientras me recargaba en la pared más cercana.

Harry y yo habíamos llegado al final de la escalera, habíamos girado a la derecha y casi habíamos tropezado con mi hermano, que estaba escondido detrás de una estatua de Lachlan el Desgarbado aferrado a su escoba.

Al vernos, Ron se sobresaltó e intentó esconder su nueva Barredora 11 detrás de la espalda.

-¿Qué haces aquí?- preguntó Harry.

-Pues... nada. ¿Y tú?- Harry lo miró frunciendo el entrecejo.

-¡Vamos, Ron, puedes contárnoslo! ¿De qué te escondes?- comenté pasando un brazo por encima de su cuello.

*Por favor, que no se hayan dado cuenta de que casi me caigo al suelo...*

-Ya que insistís... Me escondo de Fred y George. Acabo de verlos pasar con un grupo de alumnos de primero. Creo que están utilizándolos otra vez como conejillos de Indias. Como ahora ya no pueden hacerlo en la sala común, porque allí está Hermione...- Hablaba muy deprisa, atolondradamente.

-Pero... ¿qué haces con la escoba? No habrás estado volando, ¿verdad?- pregunté con una pequeña sonrisa.

-No... bueno... esto... ¡Está bien, te lo contaré! Pero no os riáis, ¿vale? Es que... quiero presentarme a las pruebas de guardián de Gryffindor ahora que tengo una escoba decente. Ya está. ¡Anda, reíros!- nos dijo Ron colorado.

-No me río. ¡Me parece una idea excelente! ¡Sería genial que entraras en el equipo!- lo animé.

-Nunca te he visto jugar de guardián. ¿Lo haces bien?- preguntó Harry.

-Digamos que no lo hago del todo mal. Charlie, Fred y George siempre me colocaban de guardián cuando se entrenaban durante las vacaciones.- dijo Ron rascándose la cabeza.

-¿Y has estado practicando esta noche?- pregunté yo.

-Todas las noches desde el martes... Pero yo solo. He intentado encantar unas quaffles para que volaran hacia mí pero no ha resultado fácil, y no sé si servirá de algo. Fred y George van a morirse de risa cuando vean que me presento a las pruebas. No han parado de tomarme el pelo desde que me nombraron prefecto.- mi hermano parecía angustiado.

-Ojalá pudiéramos asistir a las pruebas.- comentó Harry con amargura mientras reanudábamos juntos el camino hacia la sala común.

-Sí, yo también... ¡Harry! ¿Qué es eso que tienes en la mano?- Harry, que acababa de rascarse la nariz con la mano derecha, intentó esconderla, pero tuvo el mismo éxito que Ron con su Barredora.

*Harry, ¿qué has hecho?*

-Sólo es un corte... No es nada... es...- Pero Ron había agarrado a Harry por el antebrazo y se había acercado el dorso de su mano a los ojos.

Hubo una pausa durante la cual Ron miró fijamente las palabras grabadas en la piel.

Luego, pálido, repitió el mismo proceso conmigo.

No pude mirarle a la cara.

-¿No decíais que sólo os había mandado copiar?- preguntó Ron, muerto de furia.

Vacilamos, pero al fin y al cabo Ron acababa de ser sincero con nosotros, así que le contamos a mi hermano la verdad sobre las horas que habíamos pasado en el despacho de la profesora Umbridge.

-¡Vieja arpía! ¡Está enferma! ¡Decírselo a McGonagall, haced algo!- exclamó Ron con repugnancia delante del retrato de la Dama Gorda.

-No. No quiero darle la satisfacción de descubrir que me ha afectado.- dije rotundamente.

-¿Que te ha afectado? ¡No podéis dejar que se salga con la suya!- exclamó Ron.

-No sé hasta qué punto la profesora McGonagall tiene poder sobre ella.- dijo Harry.

-¡Pues a Dumbledore! ¡Decírselo a Dumbledore!- exclamó Ron.

-No.- esa fue nuestra contundente respuesta.

-¿Por qué no?- preguntó el pelirrojo.

-Él ya tiene bastantes preocupaciones.- contestó Harry, pero ambos sabíamos que ése no era el verdadero motivo.

No pensábamos ir a pedir ayuda a Dumbledore porque éste nos había estado ocultando cosas y no nos habló ni una vez desde julio.

-Mira, yo creo que deberíais...- empezó Ron pero entonces lo interrumpió la Señora Gorda, que había estado observándonos adormilada.

-¿Vais a decirme la contraseña o tendré que pasarme toda la noche despierta esperando a que terminéis vuestra conversación?- nos espetó.

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El viernes amaneció sombrío y húmedo, como todos los días de la semana.

Cuando entré en el Gran Comedor miré automáticamente hacia la mesa de los profesores, sin ninguna esperanza de encontrar a Hagrid allí, y enseguida me concentré en otros problemas más acuciantes como la montaña de deberes que tenía que hacer y la perspectiva de otro castigo más con la profesora Umbridge.

Aquel día hubo dos cosas que me animaron un poco.

Una era la idea de que se acercaba el fin de semana, la otra era que, pese a lo desagradable que sin duda alguna sería mi último día de castigo, desde la ventana del despacho de la profesora Umbridge se veía el campo de Quidditch y con un poco de suerte podría observar las pruebas de Ron.

Los rayos de luz eran verdaderamente débiles pero agradecía cualquier cosa que pudiera iluminar un poco la oscuridad que me envolvía.

Nunca había pasado una primera semana de curso peor.

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Aquella tarde, a las cinco en punto, Harry y yo llamamos a la puerta del despacho de la profesora Umbridge deseando que fuera la última vez y recibimos la orden de entrar.

Las hojas de pergamino en blanco nos esperaban sobre la mesa cubierta con el tapete de encaje, así como las afiladas plumas negras que estaban a un lado.

-Ya sabéis lo que tenéis que hacer.- nos indicó la profesora Umbridge sonriendo con amabilidad.

Cogí la pluma y eché un vistazo por la ventana.

Si movía la silla un par de centímetros hacia la derecha con la excusa de acercarme más a la mesa, lo conseguiría.

A lo lejos veía al equipo de quidditch de Gryffindor volando por el campo, mientras una media docena de figuras negras esperaban de pie, junto a los tres altos postes de gol, aguardando seguramente su turno para hacer de guardianes.

Desde aquella distancia era imposible saber cuál de aquellas figuras era Ron.

"No debo ser impertinente", escribí.

A continuación, el corte se abrió en el dorso de mi mano derecha y empecé a sangrar de nuevo.

"No debo ser impertinente." El corte se hizo más profundo y me produjo dolor y escozor.

"No debo ser impertinente." La sangre empezó a resbalar por mi muñeca.

Me arriesgué a mirar una vez más por la ventana.

El que defendía los postes de gol en ese momento estaba haciéndolo muy mal.

Con la esperanza de que aquel guardián no fuera Ron volví a bajar la vista hacia el pergamino salpicado de sangre.

"No debo ser impertinente."

"No debo ser impertinente."

Levantaba la cabeza cada vez que creía que no corría peligro si lo hacía, cuando oía el rasgueo de la pluma de la profesora Umbridge o que un cajón de la mesa se abría.

La tercera persona que hizo la prueba era bastante buena, la cuarta era malísima, y la quinta esquivó una bludger con una habilidad excepcional pero luego falló en una parada fácil.

El cielo se estaba oscureciendo y dudaba que pudiera ver la actuación del sexto y del séptimo aspirantes.

"No debo ser impertinente."

"No debo ser impertinente."

En ese momento el pergamino estaba cubierto de relucientes gotas de la sangre que me caían de la mano, que me dolía muchísimo.

Cuando volví a levantar la cabeza ya era de noche y no se distinguía el campo de Quidditch.

-Vamos a ver si ya han captado el mensaje.- propuso la profesora Umbridge con voz suave media hora más tarde.

Se dirigió hacia nosotros extendiendo los cortos y ensortijados dedos para agarrarnos el brazo y entonces, cuando lo sujetó para examinar las palabras grabadas en mi piel, noté un intenso dolor en la muñeca mientras al mismo tiempo tuve otra vez aquellas arcadas que auguraban peligro.

Di un tirón para soltarme y me puse en pie de un brinco, mirando fijamente a la profesora Umbridge.

Ella nos miró también a los ojos, forzando aquella ancha y blanda sonrisa.

-Ya lo sé. Duele, ¿verdad? Bueno, creo que ya me han comprendido. Pueden marcharse.- nos dijo Umbridge con tono dulzón.

Cogí mi mochila y salí junto a Harry del despacho tan deprisa como pudimos.

-¡Mimbulus mimbletonia!- dije jadeando al llegar al retrato de la Señora Gorda, que se abrió una vez más.

Nos recibió un fuerte estruendo.

Ron fue corriendo hacia mí, sonriente y derramándose sobre la túnica la cerveza de mantequilla que tenía en la copa que llevaba.

-¡Lo he conseguido! ¡Me han elegido! ¡Soy guardián!- exclamó él, eufórico.

-¿Qué? ¡Oh, es fabuloso!- exclamó Harry mientras yo forzaba una sonrisa y echaba mi mano derecha hacia atrás, disimuladamente, para que no se dieran cuenta de que tenía la túnica manchada de sangre, de mi sangre.

No sabía cuánto tiempo podía aguantar llevando las cosas como las había estado llevando hasta ahora pero iba a resistir lo máximo que mi cuerpo me lo permitiera.

"L"

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