Mi plan D © #Wattys2015

By AndreaSmithh

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*Esta historia está incompleta debido a su publicación en formato físico con la editorial Plataforma Neo* Ken... More

Mi plan D ©
Capítulo 2. Corregido con la editorial
Capítulo 3. Corregido por la editorial
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Presentación en Cantabria, Barcelona + otros lugares
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ME VOY A MÉXICO

Capítulo 1. Corregido con la editorial

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By AndreaSmithh


Hay días que pueden ser descritos con una sola frase: «Ojalá no me hubiese despertado hoy». De hecho, a veces te sientes así durante semanas. Y da igual que seas un adulto, un adolescente o un niño. Todos hemos pasado por esos periodos inaguantables y eternos.

Hoy parecía uno de esos días. Suspiré profundamente cuando vi todos mis apuntes esparcidos por el suelo del pasillo.

Después de que el profesor de historia decidiera alargar la última clase del último día de la semana durante quince minutos más no tuve reflejos suficientes para frenar la marea de folios y libretas que cayeron desde mi taquilla. Solo deseaba volver a casa tras la larga jornada y hundirme en un bol de palomitas frente al televisor. Además, tendría que volver andando, porque estaba segura de que Mason no me habría esperado.

Y no solo eso. Me había tocado madrugar más de lo normal para poder asistir a la última reunión semanal del club de periodismo escolar. Puede sonar muy bien, pero lo único que hacíamos era escribir artículos absurdos para la revista mensual del instituto. Ni siquiera eran artículos interesantes, a menos que quieras saber cómo pueden afectar los cigarrillos a tu rendimiento escolar o, peor, cuál será el tema del baile de fin de curso según las encuestas de los pasillos.

Desgraciadamente, ese último me tocó a mí.

A veces ni siquiera entendía cómo me dejé enredar para participar en la revista del instituto. Supongo que fue cosa de Mason. Él estaba convencido de que necesitaba un hobby y, como siempre me veía escribiendo en mi cuaderno, decidió que la revista podía ser para mí. Claro que una cosa es escribir listas para organizarte, imprescindibles para sobrevivir el día a día, y otra, artículos aburridos.

Sin dejar de quejarme en voz baja me puse de cuclillas y empecé a amontonar los folios y los cuadernos lo mejor que pude. Llevaba el pelo suelto y cayó hacia adelante, formando una cortina marrón entre mis cosas y yo. Lo aparté con un movimiento rápido mientras Jane Tyler soltaba una risita burlona en mi dirección, susurrando algo al oído de su amiga, que también me miraba y reía.

Idiotas.

No me gustaba la gente como Jane Tyler y su séquito de amigas, si es que se podían llamar así. Eran cotillas, malas y ruines. En una ocasión, consiguieron hacer llorar a una chica que se había presentado a las pruebas del equipo de animadoras, y todo porque tenía un poco de sobrepeso. Esa gente es odiosa, aunque también insultantemente guapos, y no podía evitar estar celosa por ello.

Recogí los papeles a toda prisa y los puse de nuevo dentro de mi taquilla. Algo en mi estómago se retorció con tristeza.

Odiaba dejar mi taquilla desordenada, pero iba muy mal de tiempo y no me quedaba otra. Tomé mi cuaderno de listas en el último momento y lo guardé en mi mochila.

Mason nunca ha entendido el tema de las listas y la importancia que tienen para mí. Para él es muy fácil todo. Sus padres son una pareja cariñosa y tranquila. Solo entrar en su casa ya se nota el ambiente relajado. Para mí, es todo lo contrario.

En mis listas apunto todo y de todo: qué comer cada día de la semana, qué ropa llevar a clase, cuándo hacer los deberes, qué programas ver y cuáles no... Incluso escribo los nombres de los chicos que me gustan o me han gustado en algún momento. En orden, por supuesto.

Escribí esta última lista hace poco, durante una de esas aburridas clases de historia, en un ataque de valentía y ficción, prometiéndome a mí misma que algún día la cumpliría...

O al menos lo intentaría. Había pensado en cuatro tipos diferentes de chicos con los que podría salir, desde el imposible hasta el prohibido, alguien con quien jamás me entendería, solo como recordatorio para mantenerme alejada de él.

Estaba mirando mi teléfono en busca de algún mensaje de Mason cuando un chico se detuvo frente a mí. Levanté la mirada y me encontré con unos preciosos y perfectos ojos azul cielo. Derek Anderson. Mi plan A.

—Perdona, ¿podrías apartarte? Necesito abrir mi taquilla.

La respiración se atoró en mi garganta y me dejó incapacitada.

La falta de oxígeno no es nada buena para el cerebro y puede que esa fuese la justificación de mi penoso comportamiento, porque no me moví.

Derek Anderson estaba delante de mí. Me había hablado.

Nos separaba una distancia de apenas un metro, y eso me permitía respirar su colonia. Masculina, por supuesto.

—Oye, ¿hablas mi idioma?

Parpadeé llevando mis pensamientos de regreso al presente.

Derek me miraba con preocupación. Empezó a gesticular con sus brazos y supe que había pasado demasiado tiempo admirando su belleza.

—Mi taquilla. Allí. Detrás de ti.

Articuló cada palabra señalando detrás de mí. Realmente pensaba que yo era una estudiante extranjera. La situación era muy vergonzosa.

—Yo... Perdón. No estaba... Adiós.

Mi lengua se trababa con cada palabra que decía y rápidamente me aparté de él, avanzaba tan rápido como mis piernas me permitieron. Jane Tyler y su amiga volvieron a reír cuando pasé por su lado como una flecha. Ambas habían sido espectadoras de mi penosa actuación.

Esa era la razón por la que Derek Anderson era mi plan A. Me gustaba empezar las cosas con fuerza y solo para hablar con él era necesario reunir todo el valor que, esperaba, residía en mi interior. Derek era el chico perfecto; guapo y deportista. Tampoco le iba mal con las notas y según había oído había sido aceptado en varias universidades.

Sin embargo, yo era tan invisible para él que ni siquiera había percibido mi presencia... ¡Y nuestras taquillas estaban al lado!

Ofuscada, empujé las puertas de cristal y salí al aparcamiento.

El enfado desapareció en cuanto vi un coche azul aparcado en la fila delantera: al final Mason me había esperado.

—Solamente digo que, si te paras a pensarlo, no es una idea tan loca, ¿verdad? De hecho sería genial. ¿Por qué no crees que es genial?

Subí el volumen de la música tratando de callar, en vano, la voz de Mason. Él apartó sus ojos de la carretera para lanzarme una mirada desesperada y luego apagó la radio. Perfecto.

Juguemos a la guerra de silencio.

—Venga, Kenzie... Ninguno de los dos tenemos pareja. Ir al baile juntos es como... ¡La mejor idea que he tenido!

Contuve la sonrisa. No quería caer en su juego, pero esa era una de las características de Mason: siempre acababa por conseguir lo que quería. Se notaba que era hijo único.

—Tú nunca tienes buenas ideas —repliqué, jugueteando con mis dedos.

—Mentira. Es que tú no las sabes apreciar.

Apreté los labios y fijé la mirada en la carretera. Si le ignoraba durante unos minutos más, llegaríamos a mi casa y sería libre.

Lo peor era que, en realidad, tenía razón. Sin novio a la vista, ni en el presente ni en el futuro, ir al baile con mi mejor amigo parecía una idea brillante. Para Mason, desde luego, lo era: si iba conmigo no habría problema para combinar nuestros trajes, ya que ambos teníamos gustos parecidos. Y lo que era aún mejor, él podría bailar con otras chicas sin preocuparse de ofender a su pareja porque... bueno, solo soy su amiga.

He ahí el motivo por el que no quería ir con él.

Estaba enamorada de Mason desde los seis años, cuando el profesor nos sentó juntos el primer día de clase, al empezar la escuela primaria. Enseguida empezamos a hablar.

A ambos nos gustaban los mismos dibujos y nos encantaban los sándwiches de jamón con queso en lonchas. A medida que fuimos creciendo, crecían también nuestras afinidades, nos volvimos adictos a las sitcoms y acabamos participando en el periódico del instituto.

Lo observé disimuladamente mientras doblaba la esquina hacia mi calle. Era difícil no enamorarse de alguien como Mason Carter. Tal vez no tenía la altura ideal para un chico; era más bien bajo, aunque incluso así me sacaba unos buenos centímetros de diferencia. Aunque sus ojos eran simplemente castaños y su cabello color arena necesitaba un buen corte, no era feo en absoluto. De hecho, era muy guapo, con sus rasgos finos y su cara redonda. Tenía ese tipo de belleza que los chicos odian pero que a mí me encanta. ¿Cómo decirlo de otra manera? Mason Carter era muy mono.

—No tolero que me sigas mirando de esa forma si continúas rechazando mi oferta.

Me sobresalté en el asiento y aparté rápidamente la mirada de él, lo que le hizo reír. Cuando nos acercábamos a mi casa, redujo la velocidad del coche y aparcó frente al camino de entrada. Se volvió hacia mí antes de que pudiese desabrochar el cinturón.

—¿Has empezado a verte con un chico y no me lo has contado? —preguntó repentinamente, para mi sorpresa—. ¿Por eso no quieres venir conmigo?

Era una pregunta descabellada por múltiples razones.

Para empezar, mi historial amoroso es de corto a nulo. Apenas he besado a un chico en toda mi vida, y fue en un campamento de verano. Por no hablar del hecho de que los únicos chicos que me interesan jamás sabrán cómo me siento.

Antes de dejar que eso suceda, me fugo del país.

—¿Verme con un chico? —Repetí, mientras me concentraba en elegir bien mis palabras—. ¿Es así como lo llamas ahora?

Esbocé una mueca divertida, pero él se limitó a achicar sus ojos. No iba a ganármelo a base de bromas.

—¿Es Derek Anderson? —insistió a la desesperada.

—Por favor, Mase, no digas estupideces —le interrumpí moviendo los ojos hacia arriba mientras conseguía desabrochar definitivamente el cinturón de seguridad—. Derek Anderson es... ¡Derek Anderson!

—¿Y...?

Mason alzó las cejas y puso cara de bobo. Estaba claro que los chicos no entendían para nada el dilema que supone todo el asunto de las citas. O, como mínimo, el hecho de que yo apenas era capaz de pronunciar dos sílabas seguidas sin trabarme delante de él.

—Y resulta que él es míster popularidad. Deportista, guapo, inteligente... ¡Todo el mundo quiere salir con Derek Anderson! Chicas, profesoras, gais, heteros...

Un gesto de asco desdibujó su rostro cuando lo comprendió.

Mordió su lengua con desagrado y arrugó la nariz. A pesar de todo, estaba guapísimo así...

—Yo no saldría con él —dijo finalmente mientras movía la cabeza de una lado a otro—. Y soy hetero.

Como si quisiera subrayar su afirmación se pegó un puñetazo en el pecho al estilo rey de la selva.

—La cuestión es que podría tener a cualquiera. ¿Qué te hace pensar que podríamos «estar viéndonos»?

Sus ojos oscuros se clavaron en los míos durante largos segundos; me inspeccionaba con expresión seria. Noté mis mejillas cada vez más acaloradas ante la intensidad de su mirada.

Cuando empezó a hablar, sentí cómo subía la temperatura dentro del coche.

—Eres preciosa Kenzie, deberías empezar a valorarte más.

Durante lo que parecieron largos y tediosos segundos ambos permanecimos en silencio, incapaces de apartar la mirada el uno del otro. Por este tipo de cosas me encantaba a Mason, en todos los sentidos.

Mason fue el primero en romper el contacto visual. Subió el volumen de la música y se removió en su asiento. Luego volvió a hablar.

—Entonces, ¿vendrás conmigo al baile?

No lo pude evitar y me eché a reír. Mason tenía una habilidad especial para hacer desaparecer la incomodidad, otra de las múltiples razones que lo hacían tan especial. Negué con la cabeza, abrí la puerta del copiloto y saqué un pie fuera del coche.

—¡Es una pregunta seria! —gritó inclinando su cuerpo hacia el asiento del copiloto—. Si dices que sí prometo no volver a reírme cuando te vea escribiendo alguna de tus listas.

Negué con la cabeza sin dejar de reír. Mason siempre se metía conmigo por tener todo mi día organizado de acuerdo con mis listas y horarios. Para él, y para la mayoría de las personas que conocía, aquello era inconcebible.

Sin darse por vencido, se estiró un poco más y exclamó:

—¡Al menos prométeme que lo pensarás!

Ajustándome las correas de la mochila al hombro, le lancé una última mirada. Sabía que no me dejaría en paz hasta que le dijera algo.

—Está bien, lo pensaré. Y ahora... ¡Vete a casa, Mase!

Sonrió y sus ojos se arrugaron con felicidad. Traté de ignorar como pude cómo se encogió mi corazón. Me volví sobre mis talones y empecé a caminar hacia la puerta de casa.

Justo antes de girar el pomo, escuché cómo Mason encendía el motor del coche y me gritaba:

—¡Mackenzie Sullivan, no te arrepentirás si me escoges!

¡Seremos el Harry y Ginny de la fiesta!

Incapaz de retener una última carcajada, me volví a tiempo para ver cómo me lanzaba un beso y volvía hacia su casa.

Mason siempre sabía decir las palabras exactas para hacerme reír. Y esa era otra de las razones por las que le amaba.


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