La velocidad de la miel

By kroznik

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David Cooper es un neurocirujando para la famosa empresa de avances tecnológicos generles Infinity Unravells... More

La velocidad de la Miel

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By kroznik

"Todos creen que el primer cyborg fue Johnny Ray, un hombre que, en 1998, gracias a una operación que implantó electrodos en su cerebro, fue capaz de controlar rudimentariamente un ordenador con su mente." Así es como me gustaría comenzar mi historia, me gustaría que el primer cyborg no hubiese sido Johnny Ray, ni el neurólogo que lo implantó, quien además arriesgó su vida sometiéndose él mismo a un procedimiento idéntico dieciséis años después. Tendría mucho más mérito, no estaría sometido al mismo estrés y frustración con los que debo cargar hoy, de haber sido así. Un científico que solicitó un procedimiento para implantar electrodos en su propio cerebro, esa era la fórmula cyborg que esperábamos.

Lamentablemente, esta historia no trata de él, quizás si hubiésemos trabajado juntos, el mundo sería completamente distinto hoy en día. Un sujeto con esas características podría haber dado vida a una nueva generación cyborg global, podría haber significado el inicio de las prótesis de todo tipo y la actualización eventual de nuestras mentes a un ordenador.

—Señor Cooper, si pudiera ceñirse a los hechos, le recuerdo que todo lo que diga irá al expediente de su caso.

Mi historia comienza el 2006, cuando Infinity, que entonces era más conocida por su identidad virtual, comenzaba a incurrir en la exploración de nuevas tecnologías en varios campos de la ciencia. En un mismo edificio de 200 niveles, trabajábamos quince divisiones distintas, todas para Infinity. Por entonces mi amigo Gary Moore participaba del desarrollo de la primera computadora cuántica, francamente lo envidiaba, sólo por presionar el piso 21 en el ascensor, era el fervor de la popularidad. Su unidad abarcaba desde el piso 4 hasta el 37, cuanto más cercano al sexto piso, más popular se era. A fin de cuentas, ese era el proyecto estrella de Infinity Unravells, la rama de Infinity que agrupaba a las quince divisiones y cuyo nombre estaba escrito en letras gigantes sobre la fachada del edificio en la costa de Silicon Valley, visible incluso a simple vista desde Fremont.

Yo no era tan popular, trabajaba en los pisos 122, 123, 124 y 126. Desde el piso 115 hasta el 131 se encontraban los desarrollos de tecnología médica. En los cinco pisos superiores se encontraba nanotecnología alopática y en los siete inferiores estaba V-Limbs, la única sección de la unidad con nombre patentado, donde se desarrollaban prótesis inteligentes. De toda la división, creía que mi área era la más prometedora, la más importante, y aunque durante muchos años dejé de creerlo, hoy sé que no me equivocaba.

La mayoría de la gente con la que trabajaba eran neurocirujanos, como yo, o ingenieros. Teníamos un equipo de IT y un experto en computación por nivel, que se ocupaban de afinar el final de fase, en el piso 125 estaba el área de diseño, donde se elegían los materiales y se fabricaban todos los insumos médicos no convencionales, como los electrodos que usábamos en cirugía. Nuestra misión era simple, pero contundente, avanzar en los desarrollos de cirugía encefálica para el tratamiento de traumatismos y disfunciones cerebrales, en palabras simples: mejorar la medicina cerebral, especialmente la intervención quirúrgica. Para ello no sólo explorábamos el cerebro humano, también desarrollábamos todo tipo de dispositivos de soporte. El 2004, por ejemplo, lanzamos la vaina medular, usada hasta hoy en día, y que permite a un tercio de los pacientes con parálisis funcional menor, recuperar la movilidad de hasta un cien por ciento en sus extremidades atrofiadas. El 2005 lanzamos el menos popular Quiasmax, un sensor que se instalaba bajo la glándula pineal de pacientes con ceguera y les permitía recobrar funcionalidad espacial volviéndolos capaces de orientarse como si pudiesen ver, tal como en ciertos tipos de afasia visual.

Pero bien, debo estar aburriéndole con detalles de mi historia. Para resumir las cosas, quiero decir que estaba orgulloso de mi trabajo, aunque no tuviésemos tanto prestigio como otras divisiones, nuestros desarrollos eran verdaderamente importantes y estaban ayudando a muchas personas. Así fue hasta el 2006, ese año todo nuestro trabajo se fue por el desagüe. Lo recuerdo perfectamente, ese día esperaba a una paciente que tenía una rara patología de desfase en el procesamiento de sonidos e imágenes, algo biológicamente inocuo, pero que le causaba particular incomodidad. Sería la tercera y última sesión de afinamiento posterior al tratamiento de remielinización de las vías auditivas. La paciente no llegó, en su lugar apareció alguien completamente distinto: Harry Moulder, un paciente con leve hemiplejia atáxica. Harry Moulder, tome nota de ese nombre. Al verlo me emocioné, habíamos estado esperando un paciente atáxico por meses para probar un producto que nos lanzaría a la fama: los primeros implantes neuronales.

Estábamos buscando un paciente con esas características, atáxico, porque ese síndrome necesariamente implica una lesión o malformación en el cerebelo. Eso significaba que podíamos tratarlo sin riesgo de afectar las funciones cognitivas. En números, si algo salía mal y el paciente perdía movilidad, la demanda sería mucho menor que si perdía habilidades cognitivas. Si todo salía bien con ese paciente -y confiábamos en que así sería-, si los implantes en el cerebelo no eran rechazados por su organismo, nos permitirían hacer la siguiente prueba en el neocórtex cerebral: el verdadero cerebro.

Sally Quan, mi colega, que lo escoltaba desde la recepción, me miró con una sonrisa de oreja a oreja, levantando sus escasas cejas, el movimiento descoordinado y escalonado de las extremidades derechas no podía significar otra cosa: Ataxia. Y si estaba en el piso 123, no podía ser nada más que degeneración cerebelosa hereditaria, intratable por medios convencionales. Éramos un par de ratones, y el cofre que nos habían puesto delante estaba lleno de queso gruyere, sólo hacía falta operar. Claro que, como todo investigador sabe, no existe el paciente perfecto, lo recordé cuando me miró a los ojos, con esas esferas brillantes repletas de ingenuidad y me preguntó —¿Mamá?—. Miré a Sally con preocupación, si bien podríamos observar la recuperación a través de imágenes, probablemente sería imposible administrar pruebas conductuales con resultados confiables. Para eso necesitábamos que la comunicación interpersonal estuviese intacta. Ella me miró de vuelta sin mucha preocupación, y sólo indicó —Ínsula—. Al parecer el área responsable de la coherencia emocional con la información visual estaba dañada, además el paciente tenía un coeficiente intelectual muy por debajo del promedio.

En ese momento decidimos no hacernos más problemas, había que operar y punto, intentaríamos corregir la degeneración cerebelar, como estaba planificado, y luego nos preocuparíamos por las pruebas de fiabilidad. En la sala de operaciones siempre teníamos a dos neurocirujanos, uno observaba y opinaba, mientras que el otro operaba; trabajábamos para Infinity, podíamos darnos esos lujos. Además de Sally y Yo, siete profesionales médicos más estaban presentes para asistirnos. Antes del procedimiento teníamos dos reuniones, una entre los dos neurocirujanos, en la que discutíamos todo el procedimiento en detalle, y otra con el resto del equipo, en la que les hacíamos saber ciertos lineamientos generales de lo que sucedería, y qué sería lo que iríamos a requerir, así como qué cosas podían salir mal.

Mientras discutíamos el procedimiento, yo tenía bastante claro qué podía pasar con el cerebelo. Tomé las resonancias magnéticas y marqué ciertos puntos clave, había afecciones de todo tipo y eso era bueno para nosotros. Teníamos daño en regiones responsables de motricidad fina y gruesa. Se condecía con las pruebas físicas que le habíamos aplicado. Entonces Sally tomó el marcador e hizo un círculo sobre el hipocampo en varios niveles —¿Qué haremos con lo que encontremos aquí?—. Se quedó mirándome fijamente, en ese instante supe exactamente a lo que se refería, había sólo dos respuestas posibles: nada o algo. No podía negarlo, yo también lo había pensado, más aún, estaba completamente tentado, pero no me hubiese atrevido a proponerlo. Con todo, era una oportunidad única, el mismo paciente que llegaba con daño cerebelar, tenía daño en la ínsula, era la oportunidad de intervenir el cerebro a nivel global. Cientos de pensamientos me atravesaron la cabeza en ese momento, me pregunté qué pasaría si algo salía mal, qué pasaría si alguien lo notaba, qué haríamos se la intervención resultaba todo bien. Pero no podía decirle ninguna de estas cosas, -nada o algo- era todo lo que podía responder, Sally era astuta y no correría más riesgos de los necesarios, no operaría fuera de la norma si notaba una pizca de inseguridad en mi respuesta.

Asentí y ella hizo lo mismo. No se necesitaba nada más, íbamos a hacer la intervención a escondidas, luego inventaríamos algo, como que las neuroprótesis se habían desplazado por su cuenta o algo así, no era muy relevante. En ese momento habíamos apostado por convertir a una persona con una discapacidad cognitiva severa en una persona completamente funcional, en el mejor caso, el implante podría incluso aumentar su coeficiente intelectual al de una persona promedio. Si teníamos un mínimo de éxito, nuestros nombres pasarían a la historia.

Debes preguntarse por qué le cuento todos estos detalles, si se hubiese sabido yo hubiese perdido mi facultad para ejercer la medicina. Probablemente esté pensando que en mi lugar sería más cuidadoso con lo que revela, pues, ya verá que todo eso da igual.

La verdad es que el procedimiento salió bien. Harry Moulder mostró una modesta mejoría en su hemiplejia a los pocos días. La ataxia también mejoró levemente, cuando volvimos a verlo sus movimientos eran más fluídos. Los resultados eran positivos, aunque menos sorprendentes de lo que todos habíamos esperado. Pero los más sorprendidos éramos Sally y yo, ¿por qué? Porque no había más cambios. No había cambios en su conducta, ni en su lenguaje, ni en su comunicación. Le habíamos implantado una masa de neuronas desarrolladas a través de nanotecnología en todo el centro del encéfalo, le habíamos insertado una microcomputadora en su cerebro. Había sólo dos alternativas: O se volvía más inteligente, o se atrofiaban sus funciones cognitivas severamente. Sin embargo, nada, nada de ello ocurría, era como si no le hubiésemos hecho nada.

De lo que ocurrió luego, nunca conocí las causas reales, aunque hoy en día me hago una idea, y entiendo que no había nada que pudiésemos hacer al respecto. Lo cierto es que los pisos en los que trabajaba fueron clausurados, y poco después, toda la división de medicina. No nos dieron un motivo, simplemente, de la noche a la mañana nos informaron que todos nuestros contratos habían finalizado, y luego leí en los periódicos que Infinity Unravells había cerrado definitivamente su división de proyectos médicos.

Desde entonces todo se fue en picada, desde el 2006 hasta el 2027 me fue imposible conseguir empleo formal como médico. Me desempeñé como médico particular referido por contactos antiguos, y me fui enterando de que todos mis colegas se encontraban en condiciones similares. Era como si los neurocirujanos hubiesen dejado de ser necesarios en el sistema médico. Nadie que conociera en mi rama tenía empleo, era ridículo. Visité hospitales en todo el país ofreciendo mi currículum, y me topé con algo sumamente peculiar, todos los neurocirujanos vigentes eran extranjeros, la mayoría de los apellidos me sonaban latinos, aunque también había muchos impronunciables, probablemente orientales. Fue un boicot. Estoy seguro de lo que digo, fue un boicot en contra de todos los neurocirujanos americanos. No, en contra de los neurocirujanos no, en contra de la neurocirugía misma.

Esa fue la vida a la que tuve que acostumbrarme durante todos eso años. Por más que buscaba, no había forma, la investigación cesó, las publicaciones de esfumaron, incluso los posgrados en neurociencia mermaron casi hasta la extinción. Por supuesto que mientras todo esto sucedía, en ningún momento lo relacioné con el motivo del cierre de la división médica en Infinity Unravells, ni mucho menos con la última intervención que habíamos hecho junto a Sally. Mi amigo Gary Moore continuó trabajando en el mismo edificio durante todo ese tiempo, me comentaba que en los pisos 115 al 131 se había instalado una nueva división informática en la que se desarrollaban aplicaciones móviles y computacionales, cuestiones realmente triviales. Él por su parte continuaba en el ámbito de la computación cuántica, incluso cuando abrieron la nueva investigación sobre computación gravitacional. Por lo que conversaba con él, Infinity Unravells seguía tan vivo y vigente como siempre, innovando cada vez más.

Finalmente, el 2027 mi suerte cambió. Ese día recibí una llamada de Sally Quan, por lo que sabía, se encontraba en una situación similar a la mía, me contactó para proponerme algo inusual, me dijo que quería volver a visitar Infinity para ofrecer sus servicios allí, y me invitaba a tocar la puerta con ella. Le pregunté qué la hacía pensar que podían estar interesados en nosotros, también le comenté que estaba enterado de que ya no existía siquiera una división médica. —No se pierde nada, me cuesta creer que la división haya desaparecido, y la verdad es que también tengo ánimos de preguntar qué sucedió con la división. Quizás después de veintiún años podamos tener una respuesta, ha pasado suficiente tiempo, creo yo—. Le pregunté por qué en ese momento, me habló de Infinity, de cómo había crecido con o sin nosotros; creo que ella misma no sabía qué la había llevado a pensar en tocar la puerta de Infinity Unravells nuevamente. Quizás era intuición, intuición femenina, incluso, podría decirse.

Mirando atrás, Infinity había crecido a ritmo acelerado, especialmente desde el cierre de nuestra división. Claro, por aquella época no era lo que es hoy, claro que no. Quizás no lo recuerde, el 2006 Infinity era la corporación más conocida relacionada con servicios virtuales, administraba las principales redes sociales y de publicidad, y eso era mucho decir, pero no era más que eso. Estaba lejos de ser el monopolio que es hoy, no, en aquella época también había otros desarrolladores de ordenadores y teléfonos móviles. Se suele decir que Infinity abarcó el monopolio desde que se popularizaron los Intergos. Antes de ellos la gente hacía lo mismo que se hace con un Intergo hoy, utilizando los teléfonos móviles. Es más, podían hacer casi lo mismo que un Intergo, con la única diferencia de que no estaban integrados a tu cuerpo. Se suele decir que con el invento del Intergo, Infinity se apropió del monopolio virtual, pero la verdad es que iban a conseguirlo de una u otra forma, al ritmo que estaban creciendo.

En fin, ese día Sally y yo fuimos a Infinity Unravells a buscar una oportunidad, o respuestas, lo que fuera, realmente. Nos hicieron pasar al piso 198, nunca había subido más allá del piso 131. Nos tuvieron esperando casi tres horas, hasta que nos hicieron pasar a una sala con una mesa de conferencias angosta en la que nos sentaron a ambos solos. En cuanto el asistente se retiró del cuarto, en la mesa se encendieron dos pantallas delante de nosotros, donde se mostraba el contrato. ¡Nos estaban ofreciendo un puesto! Comenzamos a leerlo, leí un par de párrafos y no pude contener más la curiosidad, así que salté hasta el final, eran cuarenta y cuatro páginas de contrato, detallando casi únicamente las prohibiciones del cargo, principalmente acuerdos de confidencialidad. Y al final, lo que buscaba "...para el cargo de médico general, asistente de investigación.". Se lo mostré a Sally y ella no le prestó atención, la verdad estaba contento, era más de lo que esperaba, realmente no esperaba nada, y aquello me venía mucho mejor que una respuesta; era una mísera oportunidad de retomar mi carrera profesional formalmente. Me pareció que Sally estaba algo reticente a firmar, pero firmó de todas formas, yo no lo pensé dos veces.

Luego de eso nos hicieron pasar al piso 200, la recepción tenía vista hacia San Francisco, se podía ver toda la costa, diría que incluso pude reconocer Sacramento a lo lejos. Nos dijeron que esperábamos a Mike Hunger, el magnate dueño del 90% de las acciones de Infinity, además de la mayoría de las principales compañías de televisión y medios en los Estados Unidos, y un centenar de otras multinacionales y cadenas de medios internacionales. Sí, escuchó bien, Mike Hunger, el Mike Hunger, que entonces estaba preparando su campaña para las presidenciales. En ese momento lo tomé como una señal de mi suerte, Mike Hunger estaba allí y estaba interesado en conocernos en persona, los dos neurocirujanos recién contratados para Infinity Unravells. Parecía saber todo sobre nosotros, además tenía un aire imponente que se sentía en seguida, pese a que su estatura es bastante promedio. Pero sin duda lo que más se grabó en mi memoria, fue la forma en que me saludó. Al acerarme extendí mi mano derecha para saludarlo, en el mismo momento él extendió su mano izquierda, de forma que casi chocó con la mía. Inmediatamente recogí mi mano derecha y extendí la izquierda, mientras él hacía exactamente lo opuesto, como si hubiese adivinado mis movimientos. Entonces lanzó una carcajada, me tomó del hombro y me estrechó en una especie de abrazo a medio camino que me resultó particularmente incómodo. Sentí que había un juego en ello que utilizaba como una prueba rápida de carácter para clasificar a las personas. Quizás le estoy dando demasiado significado a un simple malentendido, pensé; en realidad era todo lo contrario.

En el ascensor, Sally me dio sus propias impresiones, y aprovechó de traer a colación el pasado —¿Recuerdas el último proyecto que tuvimos antes de que la división clausurara?— Cómo no iba a recordarlo, era el proyecto que, se suponía, nos lanzaría a la fama. —Recuerdas el paciente— Lo recordaba vagamente. —Hay algo que nunca te mencioné. No sólo tenía daño en el cerebelo y la ínsula, en las imágenes funcionales también se observó una sobreactivación de las neuronas espejo— Las neuronas espejo corresponden a áreas corticales que se activan cuando vemos a alguien realizar una acción, de la misma forma como si la realizáramos nosotros. Se sabe poco sobre su funcionamiento, y por lo demás no había escuchado jamás de un síndrome que produjera una activación de ese tipo. Le dije que podría corresponder a una respuesta comportamental para suplir la dificultad al reconocer estímulos, claro, activando más áreas cerebrales relacionadas con el estímulo aumenta la probabilidad de reconocerlo ¿no? —Claro, ¿pero en qué crees que derivaría una cosa así?— No me fue necesario responder, ella misma lo dijo de inmediato, como si estuviese dándome la solución a algo que nos acosaba desde aquella época. —Ecopraxia—, la ecopraxia consiste en la imitación compulsiva de los movimientos de otros.

Entonces no entendí a qué se refería, ni le di importancia, estaba demasiado emocionado por volver a ejercer formalmente. El pasado me había dejado un poco más tranquilo. Pero iba a trabajar como médico general, ¿no le parece extraño? Mi contrato volvía a ser por una suma respetable, pero como médico general. ¿Qué cree usted? Luego de veintiún años en que la tecnología neuroquirúrgica estuviese muerta para mí y todo el campo conocido, finalmente iba a trabajar como médico general. ¿No ve un patrón en eso? Yo ciertamente no lo vi, estaba concentrado en lo que venía, en echar mano nuevamente a las máquinas y las herramientas. A vestirme de verde , o celeste, o de blanco, pero con algo más que mi apellido para mostrar. Así es como terminé aquí.

—Esa es la historia que continúa repitiendo, señor Cooper. Pero hasta ahora apenas ha nombrado vagamente el nombre de la señora Quan.

Usted realmente no entiende, ¿verdad? No, algo me dice que usted sí entiende, quizás usted está siendo manipulado como todos los demás. Después de todo, no tenía ninguna expectativa de que nada de esto llegara a buen puerto, yo desde ese momento asumí mi derrota. Pero ese sujeto insiste en destruírme.

—¿Ese momento?

Usted sabe perfectamente a qué me refiero, es lo que desea escuchar, ¿no? Preste atención, se lo contaré con lujo de detalles. Usted sabe que lo que está haciendo, que lo que le están haciendo hacer, no es bueno, no es correcto. Así que no voy a estar con rodeos. Durante todo un año no hice más que acarrear informes de un lugar a otro, hacía trabajo de asistente. Hasta que un día me dijeron que llevaría a cabo una intervención como neurocirujano. Usted podrá imaginar la emoción que sentí en ese momento, de la misma forma podrá imaginar la desilusión que sentí cuando vi que el paciente era una carcasa metálica rellena con un cerebro de plastilina. Un muñeco, un simulacro, y en eso consistieron los siguientes nueve años de mi vida. El robot cada vez parecía más humano, pero por mucho que lo mejoraran, jamás corrigieron el problema de que sangraba demasiado, era como si lo hubiesen hecho así intencionalmente, ese maldito robot estaba hecho para desangrarse, no había incisión que no acabase en un río en cosa de minutos. Pero el robot continuaba allí y había que acabar la operación de todas formas, a veces se trataba de la extirpación de un segmento de su cerebro, otras veces había que inyectar una sustancia en un área específica del encéfalo, o incluso instalar una neuroprótesis. Era como si la vida me diese un premio de consuelo, pero era estúpido, ¿qué satisfacción podía haber en operar un sujeto que se desangra con la primera incisión? Y además las neuroprótesis, eran completamente ridículas, ¡Un día me hicieron acomodarle una bombilla por sobre el cuerpo calloso! Cuál es la idea, ¿me oyó? ¡Una bombilla como las de los locales de comida rápida!

Se lo estoy diciendo, él me hizo esto, estaba planificado, desde el día en que entré a ese edificio, no, mucho antes, desde el día que cerró la división médica de Infinity Unravells. Usted sabe muy bien lo que ocurrió con el Mike Hunger durante esos diez años, o al menos sabe dónde estuvo los últimos tres, así es, en la casa blanca.

En fin, ese día fui a la sala de operaciones, como cualquier otro día. No había visto a Sally hacía un par de semanas, era normal, ella también tenía que hacer las mismas estupideces por las que me hacían pasar a mí. Entré y allí estaba el robot, como siempre, ya tenía el cráneo abierto, al igual que las últimas tres o cuatro veces, y ya habían limpiado la sangre, aunque a esas alturas me preguntaba si en realidad no había acaso un interruptor para el profuso sangrado, que sólo activaban cuando cortaba yo. ¿Lo ve? Jamás había tenido pensamientos de ese tipo antes de trabajar allí. Como sea, repasé los documentos, el procedimiento consistía en un corte simple en un segmento del área de broca en el lóbulo temporal, un área asociada con la producción del lenguaje. Pensé, terminemos rápido con esto, de manera que introduje el bisturí con un movimiento rápido y lo extraje, de inmediato me preparé para suturar. Si no hubiese sido un robot, no podría haberlo hecho de esa forma, pero a mí qué me importaba. Entonces, mientras esperaba a mi asistente, el robot comenzó a convulsionar, algo que no había hecho antes. Si se hubiese tratado de una persona, hubiese administrado más anestesia, pero no lo era, así que aproveché que el cráneo estaba afirmado en su lugar y simplemente introduje mi bisturí por la separación de ambos hemisferios cerebrales y corté el cuerpo calloso que los une, las convulsiones cesaron de inmediato. Mi asistente no prestó atención, creo que notó la convulsión y vio que algo había hecho para detenerla, no creo que se haya percatado de más que eso, así que me ayudó a cerrar el cráneo y suturar. Recién entonces noté que por primera vez el cráneo tenía cabello, largo cabello negro, Robert en realidad era mujer.

—¿Robert?

Es como llamaba al robot, Robert-Robot, no hay que darle muchas vueltas a eso tampoco. El robot tenía distintas caras, al principio no tenía cara, no tenía siquiera cavidades oculares ni fosas nasales, luego fueron mejorando esas cosas. Las últimas versiones parecían reales, ciertamente muy reales. En fin, probablemente con el movimiento que hice corté más que el cuerpo calloso, debo haber cortado el hipotálamo también y más aún, no fue un movimiento limpio, no me interesaba. Sólo lo hice para que Robert se quedase quieta, bien podría haber arrancado los lóbulos frontales con las manos, pero corté el cuerpo calloso como un reflejo, a fin de cuentas, es el procedimiento estándar para el que un paciente con epilepsia requeriría la atención de un neurocirujano. Bueno, eso fue todo lo que supe de Robert, luego llegaron ustedes, y aquí estamos.

—Entonces admite haber ejecutado mal el procedimiento, pudiendo haberlo hecho correctamente. Veo lo que hace, señor Cooper, debo aplaudir su astucia, pero no se lo recomiendo. ¿Quiere hacerse pasar por un esquizofrénico, por inimputable? Nos cuenta una historia según la que una conspiración lo obligó a asesinar a su colega. Usted tiene dos problemas, el primero es que sin síntomas psicóticos no se le podrá diagnosticar, y por lo tanto todo esto será incorporado a su expediente como agravante mediante la figura de alevosía, y en segundo lugar le aseguro que un psiquiátrico es el último lugar en el que desea acabar.

Ya veo, así que usted no está siendo controlado por nadie. Pues, en ese caso realmente usted no ha comprendido nada. ¿Está usted enterado de lo que está celebrándose en estos momentos en Abu Dhabi? En estos instantes deben estar dándose a conocer los resultados. No tiene más que prender su Intergo en cualquier página de noticias y lo verá. ¿Cuál de los siete candidatos cree usted que será elegido? Yo no necesito verlo, lo supe desde que se anunció. Como le comentaba, cuando Sally mencionó a nuestro último paciente, Harry Moore, hipotetizando sobre la ecopraxia, no lo entendí. Usted tampoco lo habrá entendido, pero le puedo hacer una demostración, son las seis de la tarde del trece de junio del 2038 aquí en Nueva York, eso quiere decir que estamos justo a tiempo, basta que encienda su Intergo y lo vea usted mismo.

El detective en ese momento salió de la sala, degolpe, tras escuchar una conmoción en el pasillo. Allí encontró a varios de suscolegas riendo a carcajadas sobre algo que veían en sus Intergos. Encendió elsuyo para entender el motivo de la conmoción y se encontró con la transmisiónen vivo de la ceremonia en la que se designaba al primer Primer Mandatario deorden mundial. Lo irrisorio de la situación era que el expresidente de losEstados Unidos, Mike Hunger, ahora oficialmente el primer Primer Mandatario deorden mundial, no lograba estrechar el abrazo con el director de la ONU, ya quereiteradamente se acercaban ambos hombres por el mismo costado, como si cadauno estuviese imitando al otro.

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