Orgullo y Prejuicio Jane Aust...

By MoonGreen823

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Las señoritas Bennet son cinco hermanas de una familia muy respetada de Hertfordshire, asisten a bailes y co... More

CAPITULO I
CAPITULO II
CAPITULO III
CAPITULO IV
CAPITULO V
CAPITULO VI
CAPITULO VII
CAPITULO VIII
CAPITULO IX
CAPITULO X
CAPITULO XI
CAPITULO XII
CAPITULO XIII
CAPITULO XIV
CAPITULO XV
CAPITULO XVI
CAPITULO XVII
CAPITULO XVIII
CAPITULO XIX
CAPITULO XX
CAPITULO XXI
CAPITULO XXII
CAPITULO XXIII
CAPITULO XXIV
CAPITULO XXV
CAPITULO XXVI
CAPITULO XXVII
CAPITULO XXVIII
CAPITULO XXIX
CAPITULO XXX
CAPITULO XXXI
CAPITULO XXXII
CAPITULO XXXIII
CAPITULO XXXIV
CAPITULO XXXV
CAPITULO XXXVI
CAPITULO XXXVII
CAPITULO XXXVIII
CAPITULO XLIX
CAPITULO XL
CAPITULO XLI
CAPITULO XLIII
CAPITULO XLIV
CAPITULO XLV
CAPITULO XLVI
CAPITULO XLVII
CAPITULO XLVIII
CAPITULO XLIX
CAPITULO L
CAPITULO LI
CAPITULO LII
CAPITULO LIII
CAPITULO LIV
CAPITULO LV
CAPITULO LVI
CAPITULO LVII
CAPITULO LVIII
CAPITULO LIX
CAPITULO LX
CAPITULO LXI

CAPITULO XLII

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By MoonGreen823


Si la opinión de Elizabeth se derivase de lo que veía en su propia familia, no podría haber formado una idea muy agradable de la felicidad conyugal y el bienestar doméstico. Su padre, cautivado por la juventud y la belleza, y la aparente ilusión y alegría que ambos conllevan, se había casado con una mujer cuyo débil entendimiento y espíritu mezquino habían puesto fin a todo el afecto ya en los comienzos de su matrimonio. El respeto, la lástima y la confianza se habían desvanecido para siempre y todas las perspectivas de dicha del señor Bennet dentro del hogar se habían venido abajo. Pero él no era de 'pesos hombres que buscan consuelo por los efectos de su propia imprudencia en los placeres que a menudo confortan a los que han llegado a ser desdichados por las locuras de sus vicios. Amaba el campo y los libros y ellos constituían la fuente de sus interminables goces. A su mujer no le debía más que la risa que su ignorancia le proporcionaba de vez en cuando. Esa no es la clase de felicidad que un hombre desearía deber a su esposa; pero a falta de... el buen filósofo solo saca beneficio de dónde lo hay.

Elizabeth, no obstante, nunca había dejado de reconocer la inconveniencia de la conducta de su padre como marido. Siempre la había observado con pena; pero respetaba su talento y le agradecía su cariño, por lo que procuraba olvidar lo que no podía ignorar y apartar de sus pensamientos su continua infracción de los deberes del decoro que, por el hecho de exponer a su esposa del desprecio de sus propias hijas, era tan sumamente reprochable. Pero nunca había sentido como entonces los males que puede causar a los hijos un matrimonio mal avenido, ni nunca se había dado cuenta tan claramente de los peligros que entrañaba la dirección errada del talento, talento que, bien empleado, aunque no hubiese bastado para aumentar la inteligencia de su mujer, habría podido, al menos, conservar la respetabilidad de las hijas.

Si bien en cierto que Elizabeth se alegró de la ausencia de Wickham, no puede decirse que le regocijara la partida del regimiento. Sus salidas eran menos frecuentes que antes, y las constantes quejas de su madre y su hermana por el aburrimiento en que habían caído, entristecían la casa. Y aunque Catherine llegase a recobrar el sentido común al marcharse los causantes de su perturbación, su otra hermana de cuyo modo de ser podían esperar todas las calamidades, estaba en peligro de afirmar su locura y su descaro, pues, hallándose al lado de una playa y un campamento, su situación era doblemente amenazadora. En resumidas cuentas veía ahora lo que ya en otras ocasiones había comprobado, que un acontecimiento anhelado con impaciencia no podía, al realizarse, traerle toda la satisfacción que era de esperar. Era preciso, por lo tanto, abrir otro periodo 'para el comienzo de su felicidad, señalar otra meta para la consecución de sus deseos y de sus esperanzas, que alegrándola con otro placer anticipado, la consolase de la presente y la preparase para otro desengaño. Su viaje a Los Lagos se convirtió en el objeto de sus pensamientos más dichosos y constituyó su mejor refugio en las desagradables horas que el descontento de su madre y Catherine hacían inevitables. Y si hubiese podido incluir a Jane en al plan, todo habría sido perfecto.

-"Es una suerte- pensaba- tener algo que desear. Si todo fuese completo, algo habría, sin falta, que me decepcionase. Pero ahora llevándome ésa fuente de añoranza que será la ausencia de Jane, puedo pensar razonablemente que todas mis expectativas de placer se verán colmadas. Un proyecto que en todas partes promete dichas, nunca sale bien; no te puedes librar de algún contratiempo, sino tienes una pequeña contrariedad."

Lydia, la marcharse, prometió escribir muy a menudo y con todo detalle a su madre y a Catherine, pero sus cartas siempre se hacían esperar mucho y todas eran breves. Las dirigidas a su madre decían poco más que acababan de regresar de la sala de lectura donde las habían saludado tales o cuales oficiales, que el decorado de la sala era tan hermoso que le había quitado el sentido, que tenía un vestido nuevo o una nueva sombrilla que describiría más extensamente, pero que no podía porque la señora Forster la esperaba para ir juntas al campamento...Por la correspondencia dirigida a su hermana, menos e podía saber aún, pues sus cartas a Catherine, aunque largas, tenían muchas líneas subrayadas que no podían hacerse públicas.

Después de dos o tres semanas de la ausencia de Lydia, la salud y el buen humor empezaron a reinar en Longbourn. Todo presentaba mejor aspecto. Volvían las familias que habían pasado el invierno en la capital y resurgían las galas y las invitaciones del verano. La señora Bennet se repuso de su estado quejumbroso y hacia mediados de junio Catherine estaba ya bastante consolada para poder entrar en Meryton sin llorar. Este hecho era tan prometedor que Elizabeth creyó que en las próximas navidades Catherine sería ya tan razonable que no mencionaría a un oficial ni una vez al día, a no ser que por alguna cruel y maligna orden del Ministerio de Guerra se acuartelara en Meryton un nuevo regimiento.

La fecha fijada para la excursión al norte ya se acercaba; no faltaban más que dos semanas, cuando recibió una carta de la señora Gardiner que aplazaba la fecha de la misma, y a la vez, abreviaba su duración. Los negocios del señor Gardiner le impedían partir hasta dos semanas después de comenzado julio, y tenía que estar de vuelta en Londres dentro de un mes; y como todo reducía demasiado el tiempo para ir hasta tan lejos y para ver las cosas que habían proyectado, o para que pudieran verlos con el reposo y la tranquilidad suficientes, no había más remedio que renunciar a Los Lagos y pensar en otra excursión más limitada, en vista de lo cual no pasarían de Derbyshire. En aquella comarca había tantas cosas dignas de verse como para llenar la mayor parte del tiempo de que disponían, y , además, la señora Gardiner sentía una atracción muy especial por Derbyshire, la ciudad dónde había pasado varios años de su vida acaso resultaría para ella tan interesante como todas las célebres bellezas de Matlock, Chatsworth, Dovedale o el Peak.

Elizabeth se sintió muy defraudad, le hacía mucha ilusión ir a Los Lagos, y creía que harían tenido tiempo de sobra para ello. Pero, de todas formas debía estar satisfecha, seguramente se lo pasarían bien, y no tardó mucho en conformarse.

Para Elizabeth el nombre de Derbyshire estaba unido a muchas otras cosas. Le hacía pensar en Pemberley y en su dueño. Pero- se decía- podré entrar en su condado impunemente y hurtarle algunas piedras sin que se e cuenta".

La espera se hizo entonces doblemente larga. Faltaban cuatro semanas para que llegasen sus tíos. Pero, al fin pasaron, y os señores Gardiner se presentaron con sus cuatro hijos. Los niños (dos chiquillas de seis y ocho años de edad respectivamente, y dos varones más pequeños) iban a quedar al cuidado especial de su prima Jane, favorita de todos, cuyo dulce y tranquilo temperamento era ideal para instruirlos, jugar con ellos y quererlos.

Los Gardiner durmieron en Longbourn aquella noche y a la mañana siguiente partieron con Elizabeth en busca de novedades y esparcimiento. Tenían un placer asegurado: eran los tres excelentes compañeros de viaje, lo que suponía salud y carácter a propósito, y cariño e inteligencia para suplir cualquier contratiempo.

No vamos a describir aquí Derbyshire, ni ninguno de los notables lugares que atravesaron: Oxford, Blenheim, Warwick, Kenelwort, Birmingham y todos los demás son sobradamente conocidos. No vamos a referirnos más que a una pequeña parte de Derbyshire. Había la pequeña ciudad de Lambton, escenario de la juventud de la señora Gardiner, donde últimamente había sabido que vivían ahí algunos conocidos, encaminaron sus pasos de viajeros, después de haber visto las principales maravillas de la comarca. Elizabeth supo que Pemberley estaba a unas cinco millas de Lambton. No les quedaba de paso, pero solo tenían que desviarse una o dos millas para visitarlo. Al hablar sobre su ruta la tarde anterior, la señora Gardiner manifestó sus deseos de volver a ver Pemberley.

El señor Gardiner no puso inconveniente y solicitó la aprobación de Elizabeth.

-Querida- le dijo su tía-¿no te gustaría ver un sitio del que tanto has oído hablar y que está relacionado con muchos conocidos tuyos? Ya sabes que Wickham pasó allí toda su juventud.

Elizabeth estaba angustiada. Sintió que nada tenía que hacer en Pemberley y se sintió obligada a decir que no le interesaba. Tuvo que confesar que estaba cansada de las grandes casas, después de haber visto tantas; y no encontraba ningún placer en ver hermosas alfombras y cortinas de raso.

La señora Gardiner censuró su tontería.

-Si solo se tratase de una casa ricamente amueblada- dijo- tampoco me interesaría a mí, pero la finca es una maravilla. Contiene uno de los más bellos bosques del país.

Elizabeth no habló más, pero no tuvo punto de reposo. Al instante pasó por su cabeza la posibilidad de encontrarse a Darcy allí mientras la visitaban Pemberley. ¡Sería horrible! Solo de pensarlo se ruborizó, y creyó que sería mejor hablar con claridad a su tía antes que exponerse a semejante riesgo. Pero esta decisión tenía sus inconvenientes, resolvió que no la adaptaría no se que sus indagaciones sobre la ausencia de la familia del propietario fuesen negativas.

En consecuencia, al irse a descansar aquella noche preguntó a la camarera si Pemberley era un sitio muy bonito, cuál era el nombre de su dueño y por fin, con no poca preocupación, si la familia estaba pasando el verano allí. La negativa que siguió a esta última pregunta fue la más bien recibida del mundo. Desaparecida ya su inquietud, sintió gran curiosidad hasta por la misma casa, y cuando a la mañana siguiente se volvió a proponer el plan y le consultaron, respondió al instante, con evidente aire de indiferencia, que no le disgustaba la idea.

Por lo tanto salieron para Pemberley.

39. Derbyshire es famoso por sus piedras de espato-flúor, un mineral de formación cristalina que se parece a ciertas piedras preciosas.. Los turistas se las llevan como recuerdo.

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