Anástasis

Por deardary

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Samuel lleva demasiado tiempo estando muerto por dentro, y de alguna forma, Abigail está muy viva. Cuando la... Más

Nota de Autora y Reparto
Prefacio
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
Extras y Curiosidades
Para Sam

Epílogo

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Por deardary

Un año más tarde

Ahora creía que podía hacerlo.

Llegó a la iglesia en piezas, roto hasta los huesos, atravesando la puerta como quien necesita respirar de una vez por todas. Y le llevó meses, pero entendió que tenía que ser reparado. Que no es fácil rearmar algo. Duele quebrar un hueso para poder enyesarlo.

Le pareció eso, como un taller mecánico, como el de Ernesto. 

Él era ese grupo de partes que debían ser soldadas para formar otra cosa. Dios lo había soldado y ahora era como la lámpara que con Abigail habían fabricado una vez. Sin embargo, aún quedaban un par de cosas que resolver y estaba frente a una de ellas.

Tomó aliento, recordándose a sí mismo la conversación que había tenido con el Pastor una vez terminado el culto, a la salida de la iglesia. Había tomado la decisión hacía una semana, pero en un punto de inseguridad, prefirió pedirle un consejo. Como esperaba, lo alentó a orar y animarse.

Ya era hora de cerrar esa herida. Él también lo creía.

Cerró los ojos por un momento, sintiendo la brisa otoñal chocar contra su rostro, su corazón en las sienes, golpeando fuerte.

Árboles que comenzaban a quedar despojados de hojas, que se amontonaban en el suelo y eran arrastradas por el viento. Metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y comenzó a andar por los suburbios, por aquella calle ancha que una vez lo sintió correr para alejarse de todo cuando era un niño.

Miró a su alrededor, como dando un vistazo rápido a través del tiempo, contemplando las casas de techos bajos y amplios jardines delanteros. Todo se veía exactamente como lo recordaba, pero viejo, lavado. Incluso el cielo, nublado como antaño, pero no tan gris, no tan hostil.

Gotas de lluvia mezcladas con sus lágrimas. Su cuerpo delgado sacudiéndose por los espasmos.

Sí, lo recordaba. Pero lo recordó todo aun más cuando volvió la vista al frente y se encontró a un par de metros de la pequeña plaza.

Contuvo la respiración por un instante, y la imagen de la bonita mujer que llevaba a su pequeño hijo de la mano para que pasaran juntos la tarde llegó a su cabeza y se quedó ahí, suspendida, como un recuerdo nítido que lo invitaba a no detenerse.

Siguió el rastro de las pisadas que alguna vez dio, el ambiente que en algún punto lo oyó reírse a carcajadas al balancearse hasta tocar el cielo. Los columpios despintados se mecían levemente por la brisa. Las yemas de sus dedos rozaron el asiento, y luego las cadenas, suavemente.

Estuvo seguro de que si cerraba los ojos en aquel momento, también podría escuchar a su madre reír, podía sentirla abrazándolo, alentarlo a montar en bicicleta. Un nudo se formó en su garganta, y en su interior algo se contrajo.

El niño solo, con madera de príncipe, pero que se había sentido toda la vida como un esclavo.

Una lágrima descendió por su mejilla, pero entonces recordó la palabra, aquel versículo que lo quebró por completo el primer domingo, pero que también, comenzó a reconstruirlo.

"Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, el Señor me recogerá."

Sus comisuras se curvaron hacia arriba, lentamente, en medio de las lágrimas.

Después de todo, nunca lo había abandonado. Después de todo, lo había vuelto a la vida.

Había muchas cosas que tendría que terminar de entender a partir de ahora, como que nunca obtendría una explicación de porqué ella tuvo que morir tan pronto, o porqué su padre lo había abandonado antes de conocerlo, porque nadie en la tierra se lo podría decir. Pero sí podría explicar otras cosas, el peso de las decisiones que tomamos en la vida, el libre albedrío que va transformando la realidad que vivimos.

Decidir vivir con Dios o no decidirlo, son cosas que determinan el camino y lo que ocurrirá en ese transcurso. Él era responsable por lo que ocurriera y ahora, de elegir bien, de mantenerse junto al que le había dado la paz.

Y eso hizo, en ese momento. Eligió lo nuevo que podía esperarlo, porque ya no le servía de nada reprocharle al pasado, sino sanarlo, cerrarlo y avanzar. 

Eligió quedarse con el recuerdo de la madre bondadosa que hizo todo lo que pudo, que alegró su corta infancia, porque eso ya era suficiente.

Así que Samuel dio media vuelta, mirando el reloj de muñeca que llevaba y aceleró el paso por los suburbios, porque llegaba tarde al almuerzo con Betty.

*****

Cuando el dolor se disipa, queda la calma. El vacío del entumecimiento, el del contener algo por tanto tiempo que desgasta hasta las últimas fibras, se aleja con el paso de los días.

Cuando el dolor se disipa, la esperanza cobra sentido.

Y ahora ésta última era la imagen de los campos extensos salpicados de pequeñas flores blancas, kilómetros lejos.

El viaje en tren le resultó tedioso, por más que hubiera intentado durante los días previos mentalizarse sobre el hecho de que tendría que estar sentado en una butaca por cinco horas, con el único consuelo del paisaje a través de la ventanilla y sus transformaciones paulatinas a medida que la geografía cambiara, o la biblia que mantuvo en su regazo y el libro de Santiago con el separador marcando justo la mitad; por lo que cuando puso un pie en la pequeña estación, tuvo la sensación de que se sentía más vivo que nunca. 

Le hubiera gustado decir que también estaba preparado para eso, pero no era así en lo más mínimo. No cuando la ansiedad le jugaba una mala pasada, y las alternativas de lo que ocurriría, los supuestos, eran demasiados en su cabeza como para permitirse descansar en ellos. 

No quería echarlo a perder todo de nuevo. 

Los meses habían sido como agua fluyendo entre los dedos, aunque de vez en cuando su percepción del tiempo se distorsionara, como la última vez que vio a la muchacha en el andén.

 A veces, se le daba por pensar que habían pasado años de aquello. Otras, aún la creía cerca, como si pudiera despertar un día y encontrarla en el apartado de al lado, coloreando espacios e ideas con su don de ayudar a restaurar vidas hechas trizas. Ministerio de esperanza a los caídos. 

A veces creía que la escuchaba, que era capaz de percibir sus pasos de baile cuando echaba a andar por la ciudad sin rumbo, y se abstenía de ir a los lugares que habían visitado juntos, porque se había quedado impresa en el aire, en aquellas coordenadas. 

A menudo, Christian le preguntaba por ella, con estima, quizás agradecimiento porque la consideraba la razón por la que ahora él se quedaba a charlar con su jefe sin ser sarcástico o esquivo. 

Y Sam le contaba lo que sabía, producto de los chats extensos y las llamadas eventuales. 

Abigail no estaba, pero sí. Como dijo que sería.

Abigail no estaba, pero seguía atrapada en su mente. 

Abigail Salterelli no estaba, pero la quería y extrañaba de manera inconmensurable. Sin que existiera la intermitencia, incansablemente.  Justo como aprendes a querer lo que no eres, pero necesitas. Lo que aprecias, lo que te cautiva, lo que te impulsa a ser mejor. 

Samuel tomó aliento. El aire era puro y el ruido de los alrededores como un murmullo en comparación al barullo de la ciudad al que estaba acostumbrado, pero era agradable, como si fuera más fácil respirar la paz allí. 

Se cruzó la correa del bolso de viaje, tras enviar un mensaje rápido con su teléfono y salió de la estación, atravesando extensiones verdes de pastos que le llegaban al empeine, divisando a lo lejos el comienzo del pueblo, el cielo limpio de turquesa brillante encima de su cabeza.

Avanzó por el sendero de tierra desgastada por el paso de hombres y mujeres, buscándola con el incremento de los latidos contra su pecho, hasta que la encontró. Sobre la colina, con las manos detrás de su espalda y el vestido fino de color azul meciéndose por la brisa. 

Llevaba el cabello más corto de lo que recordaba, y se halló de frente con la sonrisa cálida, la diversión en sus ojos con chispa de vida, cuando aceleró el paso para acercársele. 

Y contra todo pronóstico, le costó creer que fuera ella, que Abigail estuviera parada allí. Esperándolo. 

Las palabras se apelotonaron en su garganta, la cantidad inmensa de lo que quería expresarle, lo que había contenido e incluso lo que ella ya sabía, pero no consiguió decir nada. 

La muchacha ensanchó su sonrisa, extendiendo la mano hacia él.

—Ha pasado tiempo, Sam—dijo, su voz como melodía conocida. Escalofrío de media mañana, explosión de emociones puras. 

El muchacho sonrió de lado, y la estrechó con la suya, áspera en contraste con su suavidad, pero que combinaba y era agradable. Porque se sentía bien. 

Y de nuevo las palabras fueron muchas pero el significado uno solo. Y entendió, de alguna manera, que en aquel momento sobraban, porque lo que había sido de ellos en Santa Gracia siempre estaría allí, pero lo que estaba por delante, era otra cosa.

Ya la descubrirían.

Así que la miró, con alegría genuina, y solo dijo: —El suficiente, Abi—.

Porque por sus ojos, entendió que ella también así lo quería.

Fin

***************************

Primero que todo, ¡lamento mucho la tardanza! >.< Estuve sumergida en otros proyectos, y además, con algunos inconvenientes personales, pero que ya están mucho mejor :) ♥

Realmente no sé cómo empezar a escribir esto, porque esta historia significa muchísimo para mí. Fue todo un proceso el que ahora estén leyendo el epílogo, pasé por muchos altibajos a la hora de hacerla. Fue una de mis compañeras en mi travesía de este último año, y me gustaría agradecerles mucho, mucho, muchoooo por haberle dado una oportunidad. 

Gracias a todos por reír, llorar y emocionarse conmigo. Gracias por tenerle paciencia a Sam y acompañar a Abi, gracias a todos los que empatizaron de alguna manera, o al menos disfrutaron de leer estas humildes lineas. 

Sé que quizás esperaban otro tipo de epílogo, pero déjenme decirles que siento en mi corazón que fue la manera correcta. Y de todas formas, esperen el tercer libro, porque seguramente van a encontrar lo que fue de Samuel y Abigail allí también. 

Gracias a Dios por darme esta idea, las fuerzas y la posibilidad de escribirla. A él sea la Gloria.

Los quiero mucho ♥. Gracias totales. ♥

Pd: ¡Manténganse conectados a este libro que aún faltan los extras y curiosidades que podrían no resultarles nada interesantes! 

Muchos besos y el Señor los bendiga.

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