Emma: La calma precede la tor...

By Madam_Negrere

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Tras acabar las enseñanzas básicas ha llegado el momento que todo estudiante espera: aprender la verdadera ma... More

1.-Volver a empezar.
1.-Volver a empezar, parte 2.
1.-Volver a empezar, parte 3.
2.-Eythera.
2.-Eythera, parte 2.
3.-Cosas del primer día.
3.-Cosas del primer día, parte 2.
4.-De excursiones y eso.
5.- Margaritas de Tigreen y capas largas, magníficas clases de vuelo; parte 1.
5.- Margaritas de Tigreen y capas largas, magníficas clases de vuelo; parte 2.
6.-Clase de recuerdos que dan miedo.
7.-De octubre, el último sábado.
8.-Los mellizos Donovan
9.- ¿Y quién eres tú?
10.- Un espeso humo color cian, parte 1.
10.-Un espeso humo color cian, parte 2.
11.- La jornada de esoterismo, parte 1.
11.- La jornada de esoterimo, parte 2.
12.- Atlaea, parte 1.
12.- Atlaea, parte dos.
12.- Atlaea, parte 3.
13.- No digamos adiós, solo "hasta la próxima".
14.- ¿Ya estás pensando otra vez en meterte en problemas?
15.- Peligro en el Archivo
16.- Una noche muy larga y una mañana de rumores.
17.- Por fin, llegó el día.
18.- Las Pruebas
18.- Las pruebas, parte 2.
19.- Las Hogueras.
20.- La selección de familias.
21.-Un poco sobre aquella noche.
22.- Lo que en realidad pasó aquella noche, parte 2.
Capítulo 23: La Torre Efímera de Elde
23.-La Torre Efímera de Elde, parte 2.
24.- La vuelta
24.-La vuelta, parte 2.
Capítulo 25: El Punffle y Dala Sur
capítulo 26: El regreso de Azel, parte 1.
El regreso de Azel, parte 2.
Capítulo 27: Los desbaratados planes de Leyla y Vanesa, parte 1.
Los desbaratados planes de Leyla y Vnaesa, parte2
Capítulo 28: El secreto de Ethan (o uno de ellos)
El secreto de Ethan, parte dos
Capítulo 29: Poco para la acción
Capítulo 30: Aquello que una vez sucedió.
Aquello que una vez sucedió, parte 2.
Aquello que una vez sucedió, parte 3.
Capítulo 31: Un regalo valioso
Capítulo 32: El Último, parte uno.
El Último, parte 2.
El Último, parte 3.
EPÍLOGO

22.-Lo que en realidad pasó aquella noche, parte 1.

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By Madam_Negrere

Capítulo 22: Lo que en realidad pasó aquella noche, parte1.

A veces, la verdad puede resultar desgarradora. A menudo, cuando se espera tanto conocer una verdad, cuando esta llega, resulta demasiado difícil aceptarla, y permanece ahí, como una volátil idea, como si fuera un sueño. Se mantiene alejada de ti, como si en realidad no tuviera nada que ver contigo, como, aunque se conociera, no produjera ningún tipo de sensación. Al menos hasta que algo te hacer golpearte de bruces contra ella.

Algo parecido le había ocurrido a Emma. Desde que sus recuerdos habían vuelto el día de las pruebas, ella los había mantenido ahí, ocultos en algún lugar de su mente, donde siempre deberían haber estado, sin intención alguna de querer rememorarlos. Sobre todo los más oscuros. Se habían mantenido con un velo traslúcido puesto, como si el hecho de volverlos a tener no cambiara nada, aunque en realidad cambiara todo completamente. Por eso, no fue hasta el momento en que Emma los mencionó en voz alta, que la chica fue plenamente consciente de ellos, dándose cuenta verdaderamente de la realidad.

Fue cuando las palabras se escaparon de sus labios, que Emma rememoró los sentimientos oprimidos y olvidados. Sabía lo que quería expresar, pero era muy difícil encontrar las palabras adecuadas para ello. Su cabeza le daba vueltas, y sentía una debilidad en todo su cuerpo que crecía por momentos. Mientras, en la oscuridad, su madre esperaba ensimismada y con paciencia a que su hija reuniera las fuerzas para continuar. Y viéndola así como la vio, se dijo a sí misma de nuevo que lo que había hecho había sido lo correcto.

-Los siento demasiado irreales, difuminados. -comenzó a decir Emma, despacio-. Supongo que es porque los borraste de golpe antes de que tuviera tiempo de afrontarlos, de procesar lo que suponían. -se encogió de hombros, algo distante-. No he venido aquí a admitir la que fue, probablemente, la idiotez más grande que he cometido. Y eso que he cometido muchas. Si no más bien, mi intención es sopesar las consecuencias que acarreó. Realmente no sé del todo si tienes conocimiento de lo que te estoy hablando, pero supuse que sí cuando sospeché que habías sido tú quién me hizo olvidar todo.

Minerva la miraba fijamente, con una leve compasión en sus ojos, porque en el fondo lo que realmente sentía, lo que había sentido siempre, era una profunda preocupación.

-Sí, lo conozco. -admitió, suspirando-. Cuando desperté y vi que no estabas a mi lado, supe que algo no andaba bien, así que le pregunté a Hodge dónde te encontrabas. Pero la mirada de culpabilidad y desesperación que vi en sus ojos fue suficiente para que supiera que no conocía la respuesta. Probablemente te perdió de vista antes incluso de darse cuenta de que habías desaparecido, y por eso se sentía así. Pero ni él, ni yo, teníamos los datos suficientes para poder entender lo que pasaba, y mucho menos dónde te podías encontrar. -acarició sus mejillas con su manos frías, suaves y delicadas como porcelana-. Pero aún así te buscamos por todas partes, te buscamos por mucho tiempo. No pasó un solo día de los cinco que pasaste fuera que dejáramos de hacerlo, nunca perdimos la esperanza. Pero cuando, en plena mitad de la cuarta noche apareciste como si nada por la puerta de la entrada, y pude ver tu expresión dolorida y hostigada, e inmersos en ella tus ojos cansados y sin vitalidad, supe que algo terrible y aterrador había ocurrido. No sabes la desesperación que siente una persona al ver a otra que quiere de una forma tan mala como aquella. Así que así sin preguntar, porque sabía que no estabas para preguntas, te acosté en la cama y te cubrí de mantas, mientras la preocupación que sentía no pudo evitar que mirara en tu interior. Y lo que vi, Emma, fue el tipo de cosas que devastan a un madre. Añadiéndole a eso, lo que había ocurrido había conseguido despertar algo en ti que todavía no debía haber sido despertado. Por eso tuve que actuar con rapidez para evitar que la situación se tornara aún peor. Así que lo sellé, y oculté todos tus recuerdos relacionados con ello.

Emma dejó escapar una sonrisa nerviosa, dirigiendo la mirada hacia el cojín que abrazaba.

-Si te digo la verdad, deseaba por un momento que me dijeras que todo era falso. Aunque supiera que no era cierto, te habría creído. Pero supongo que no es así como deben hacerse las cosas. -admitió, entornando la mirada-. No soy una persona débil, pero necesito un tiempo para asimilar aquello que en su momento no me dio tiempo, porque sé que terminaré haciéndolo. No te voy a decir que no vaya a ser un pequeño trauma que me acompañará toda la vida, pero sabré no darle más importancia de la que tiene. -se irguió sobre el sillón, pareciendo de la nada una persona algo más fuerte, menos derrumbada-. ¿Sabes? El que me vendió los murmúreos imperatis me dejó una dirección para localizarle, en caso de que "me gustaran demasiado y decidiera comprarle más". Ahora entiendo lo raro que fue ese acto, pero en ese momento, solo era una niña que aún aprendía de la vida y a la que le pareció algo completamente normal que un vendedor hiciera algo como eso. Es más, cuando fui a buscarlo después de que enfermaras, no creía para nada que lo había hecho a mala fe, si no más bien fui a su encuentro para ver si conocía algún antídoto o mejunje que pudiera ayudarte. No fue hasta que lo tuve enfrente que me di cuenta de que me los había dado a posta, para hacerte daño, solo para que yo fuera vengativa y furiosa a buscarle después.

-Ese hombre debía saber quién era yo. Y sobre todo, lo más preocupante, quién eras tú. Y no me refiero a "tú" como mi hija, si no quién eres realmente tú por tu propia cuenta. -contestó Minerva, sacudiendo la cabeza-. Aún trato de intentar averiguar cómo lo supo.

-¿Entonces es cierto? -preguntó Emma, sin saberse muy bien a qué hacía referencia-. Por eso he venido, eso es realmente lo que quiero que me confirmes. El gran secreto no es que fuera solo una maga negra, ¿verdad?

Minerva chasqueó los dedos.

-Emma, jamás te habría ocultado tu magia si fueras una simple maga negra. No me habría importado en absoluto. Es más, ya sabía hacia donde te inclinabas cuando vi tu primera manifestación mágica. Una magia que, aunque no fuera la que dominaba, conocía bastante bien. -sacudió la cabeza-. No, jamás hubiera hecho eso porque fueras una maga negra. Nunca te hubiera hecho esconderte por ello, es más, me hubiera enfrentado junto a ti contra el mundo si es que este hubiera tenido algún problema contigo. Siempre supe que tipo de maga podías ser, porque tú padre también era un mago negro, y habría sido una falta de respeto hacia él. -reveló, mientras, al escuchar esas palabras, pillada por sorpresa, el corazón de Emma comenzaba a latir con sorprendente velocidad. Ella agradeció terriblemente aquello, pues siempre había buscado en sí misma algo que se pareciera a esa persona que ni siquiera sabía como era. Por ello se alegró, más allá de sorprenderse porque su madre lo hubiera mencionado aún cuando nunca lo hacía-. Pero así como supe que tipo de magia se hallaría en ti, también descubrí qué traería con ella. Más bien, una vieja amiga vidente me lo reveló cuando naciste. Y yo desde ese momento supe la tremenda carga que se venía encima. Por eso, cuando se mostró por primera vez, pensaba que era demasiado pronto. -miró a Emma con una profunda ternura-. Cariño, eres especial. Siempre has sido especial, pero ser diferente a veces te hace llevar un gran peso sobre la espalda para el resto de tu vida. Así que creí, que cuanto más pudiera retrasar la llegada de ese peso, mejor.

Emma cerró los ojos con fuerza.

-Todavía me cuesta creerlo. Precisamente yo, entre todos los millones de mágicos del globo.

Minerva sonrió con simpatía.

-No quedan millones de mágicos negros sobre el globo, hija. Y eso que portas, solo un silencioso puede llevarlo consigo.

-Había oído hablar de la runa blanca, pero jamás pensé que ninguna de las dos aún siguiera existiendo. -admitió Emma, sacudiendo la cabeza-. Y mucho menos que yo fuera la portadora de una de ellas. -parecía un cuento, algo irreal. Aún cuando la había sentido sobre sus propias carnes, a Emma todavía le parecía mentira que la llevara consigo.

-Como sabrás, esas runas no son unas runas cualesquiera. Son terriblemente poderosas y peligrosas. En el pasado, hace mucho muchísimo tiempo, en los inicios de la magia, la runa blanca y la runa negra no eran solo exclusivas para un par de personas en el mundo. -explicó Minerva-. Si no que los magos negros, y los magos blancos, cuando alcanzaban un cierto nivel de habilidad, podían llegar a aprenderla. Pero eso pronto supuso un problema, porque resultó ser demasiado poderosa para aquellos que la tenían en su poder, y estos, embebidos de esa nueva fuerza, acababan siendo consumidos. No tardó mucho tiempo en producirse una guerra, habitual como era entre magos negros y magos blancos, destinados a enfrentarse hasta la eternidad. Pero aquella vez fue diferente, el extremo conocimiento de ambas runas por parte de demasiados magos acabó desencadenando en un profundo descontrol y una terrible masacre.

-La Guerra del Polvo. -asintió Emma, a quien aquella historia comenzaba a sonarle.

Minerva sonrió.

-Exacto, esa misma. El globo, no solo Celesium, estuvo a punto de ser destruido por el desequilibrio entre la energía de todas las cosas que había sido causado por el enfrentamiento entre la luz y la oscuridad en sí mismas. -siguió relatando la mujer, como otras tantas veces había hecho-. Parecía que no hubiera forma humana de acabar ese conflicto, por tratarse de fuerzas tan igualadas que tiraban del hilo hacia un lado u otro sin terminar de romperlo. Pero entonces los Sumos Sacerdotes, quienes jamás en la historia de la magia habían tomado partido en los conflictos entre mágicos, intervinieron. Coincidieron en que jamás nadie podría volver a utilizar esas runas, y estas quedaría vedadas, fuera del alcance de cualquier mágico que tratara de volver a ponerlas a prueba. Así que borraron su recuerdo de la mente de todos aquellos que la poseían y de los que vendrían después, tratando de impedir que jamás un conflicto entre mágicos pudiera llegar a punto de producir el final del mundo. Pero la labor no era en realidad tan fácil como aparentaba, porque destruir la runa de la luz y de la oscuridad acarrearía la perdida de la magia en toda su magnitud, no solo de aquella que corría por la sangre de los mágicos. Y a los Sumos Sacerdotes hacer desaparecer la magia les parecía un terrible sacrilegio, así que determinaron una condición: solo una persona en el mundo sería capaz de conocer la runa blanca junto a otra que conociera la runa negra, y a su muerte, otro par de personas volverían a portarlas. De esa forma, ambas runas jamás serían olvidadas, y el poder de una sola persona, por muy fuerte que fuese, jamás podría conducir a un caos tan elemental como el que se había producido.

-Por eso aquel hombre quiso encontrarme, porque quería conocer la runa negra. -supuso Emma, todavía desconcertada porque le venía demasiado grande todo lo que contaba su madre.

-Sí, pero eras demasiado pequeña, y esa runa todavía no había despertado en ti. -contestó Minerva.

Emma entornó los ojos, recordando el tiempo que estuvo perdida.

-Pero él consiguió hacerlo.

Minerva suspiró.

-Con el dolor, Emma, se pueden lograr increíbles resultados. En la mayoría de portadores de los que se tuvo constancia, la runa apareció al final de la adolescencia, por casualidad, en vivencias de la vida cotidiana, pero en otros, apareció como un mecanismo de defensa. La runa protege al portador ante situaciones peligrosas. Si se logra presionar suficiente, la runa despierta. -explicó, acariciando a su gato, recién despierto.

Emma entendió.

-Por eso aquel hombre... hizo aquellas cosas. -afirmó comprensiva.

-Ese hombre, Emma, es un hombre peligroso, despiadado y cruel, que no dudaría en hacer daño a un niño, o a quien hiciera falta, con tal de alcanzar sus propósitos.

Emma cerró los ojos, cansada, adormilada, y finalmente sacudió la cabeza, negando con tranquilidad.

-Ha sido suficiente por esta noche, demasiada intensidad. -opinó-. Ya continuaremos con esta charla en otra ocasión, quizá mañana, porque todavía tengo bastantes cosas que preguntar y de las que me gustaría hablar. Pero primero necesito poner mis pensamientos y sentimientos en orden, si quiero reunir fuerzas para seguir afrontando todo esto.

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