Siempre Tú

By Ifinallyfoundyou

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Raoul y Alfred habían sido mejores amigos, pero ya no. Después de diez años sin hablarse, se reencuentran en... More

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By Ifinallyfoundyou


Respiró hondo de nuevo, tomando aire por la nariz y soltándolo lentamente por la boca. Intentaba relajarse, prepararse mentalmente para la noche que estaba a punto de vivir, pero no servía de nada. Se tiró el flequillo rubio hacia atrás de nuevo, maldiciendo aquellos mechones por no quedarse en su sitio. Pero no quería ponerse más laca. No quería que todos pensaran que se había arreglado mucho, que le daba mucha importancia a aquella noche.

Pero realmente le daba importancia. Porque aquella noche los volvería a ver, a los dos chicos que le cambiaron la vida, para bien o para mal. Más bien para mal, pensaba Raoul, porque desde que tomó la decisión de separarse de ellos todo le había ido como una mierda. Bueno, a ver, tampoco era para tanto, pero es que a Raoul le encantaba exagerar. Era un dramático, y su nivel de nerviosismo no hacía más que aumentar cada vez que pensaba en que tendría que volver a verlos.

Aquella noche era la reunión de instituto. Se iba a reencontrar con toda su clase después de diez años, y no dejaba de pensar que quería matar a quien se le hubiera ocurrido inventar aquel tipo de reuniones. Solamente servían para que los que ahora tenían una vida estupenda y les había ido todo bien se lo restragaran por la cara a los que seguían siendo unos pringados y tenían una vida de mierda. Él era de los segundos. Porque desde luego trabajar de repartidor en una pizzería y vivir con su hermano y la novia de este porque no podía pagar ni un piso compartido no era triunfar en la vida.

No le apetecía tener que compartir esa parte de su vida con sus ex-compañeros, pero le apetecía aún menos tener que ver a Alfred y Agoney.

Para resumir la historia, Alfred y Raoul habían sido mejores amigos toda la infancia, desde principios de primaria. Cuando iban a segundo de bachillerato llegó un chico nuevo, Agoney, del cual los dos se encoñaron un poco. Pero luego pasó a formar parte del grupo, así que lo dejaron pasar. Hasta aquel verano, cuando decidieron ir todos de viaje antes de empezar la universidad. Se supone que iba a ser el mejor verano de su vida, pero fue el peor. Porque resulta que en aquellas semanas Alfred y Raoul se liaron los dos con Agoney, y cuando se enteraron se lío una buena. Discutieron mucho, y después de aquel viaje no se volvieron a ver nunca más. Una amistad de tantos años a la mierda por un chico. Aunque no fue exactamente por eso, al menos para Raoul. Y es que él llevaba años enamorado de Alfred, y después de todo aquello se le hizo demasiado duro seguir siendo su amigo. Aunque nunca se lo dijo, claro. Aquel secreto se lo guardó para él.

Y ahora ahí estaba. A punto de salir de casa. A punto de verlos a los dos de nuevo. Por suerte también iban a estar Miriam y Amaia, que todavía se hablaba con ellas. Eran las únicas amigas que conservaba del instituto, y aunque sabía que ellas también se llevaban con Alfred y Agoney, nunca hablaban de ellos cuando estaban juntos. Lo último que supo de esos dos fue que estaban juntos porque lo vio por Facebook, pero de eso hacía ya cuatro años por lo menos.

Tomó aire por última vez, volviéndose a poner bien el flequillo, y salió de casa.

***

–¡Raoul! –dijo Amaia, corriendo hacia él. –Estás guapísimo.

La chica lo envolvió en un gran abrazo mientras Raoul sonreía al oler su pelo.

–Tú también. –dijo al separarse. –¿Dónde está tu mujer?

–Aquí. –oyó detrás de él, y se giró para encontrarse a Miriam con una enorme barriga caminando hacia ellos. –Que yo no puedo correr, amigo.

–Dios, Miriam. –dijo Raoul al verla. –¿Pero qué llevas ahí dentro?

–Un alien, por lo menos. –dijo. –Que salga ya, por dios.

–¿Pero de cuánto estás?

–Ya me toca en dos semanas.

–¡Qué ganas! –exclamó Amaia.

–No te pongas de parto esta noche, por favor te lo pido. –le suplicó Raoul. –Bastantes emociones fuertes voy a tener.

–No será para tanto, exagerado.

–Eso sí, te aviso que están los dos guapísimos. –intervino Amaia.

–Gracias, me ayudas mucho. –le lanzó una mirada asesina.

–Venga, vamos dentro.

Raoul las miró, nervioso.

–Vamos dentro, pesado. –dijo Miriam, cogiéndolo del brazo y arrastrándolo hacia la entrada.

Empezaron a caminar los tres, entrando en el local que habían alquilado mientras iban saludando a compañeros por el camino. Fue como si sintiera su presencia, porque sin ver nada, Raoul supo que Alfred estaba ahí. Le buscó con la mirada y lo encontró al final del pasillo, hablando con Nerea, una chica que también había sido muy amiga suya en aquella época.

A Raoul le empezaron a temblar las manos, y es que Alfred estaba más guapo que nunca. Iba vestido de negro, con el pelo rizado, algo que le daba un toque sexy y adorable a la vez, y la sonrisa más bonita del mundo, que se ensanchó cuando se giró y le vio mirándole.

–¡Raoul! –exclamó sorprendido.

Las mejillas del rubio se tornaron de un color rojo intenso mientras empezaba a caminar hacia él. Podía notar las miradas de Amaia y Miriam clavadas en su espalda, pero no se quiso girar para no pasar más vergüenza. Cuando llegó a la altura de Alfred, los dos se quedaron un poco parados, sin saber muy bien como saludarse. Habían sido mejores amigos, sí, pero de eso hacía ya tanto tiempo que no sabían como actuar el uno con el otro. Finalmente fue Alfred quien rompió la tensión y se abalanzó sobre él, en un abrazo fuerte que Raoul no dudó en corresponder. Fue aquel olor el que hizo que le temblaran las piernas como si volviera a tener dieciocho años. Era un olor tan familiar, y que ni siquiera había cambiado en tantos años. El olor de su mejor amigo, el de la persona a la que más había querido.

Lo sintió en aquel momento, cuando se dio cuenta que nunca dejaría de estar enamorado de Alfred. Cerró los ojos con fuerza, intentando alejar aquel pensamiento de su mente y ahogar sus sentimientos tal y como llevaba haciendo tantos años.

–Hombre, Raoul. –abrió los ojos de golpe al oír la voz de Agoney.

Se separó del abrazo y se giró para encontrarse de frente con el hombre más perfecto que había hecho el universo. Físicamente hablando. Y es que Raoul siempre había pensado que las facciones de Agoney eran perfectas, y diez años después aquello no había cambiado. Solo había mejorado, y la barba le sentaba especialmente bien.

–Agoney. –el rubio intentó sonreír, pero le salió algo parecido a una mueca.

El canario se acercó a él, dándole un medio abrazo por encima de los hombros.

–¿Qué tal todo? Cuanto tiempo sin verte eh, desde ese verano. –le guiñó un ojo y Raoul se puso todavía más nervioso. No era el momento de recordar todo aquello.

–¿Y a mí no me dices nada? –escuchó una voz aguda y se relajó al ver que era Nerea.

–Hola chiquitina. –dijo con una sonrisa. –¡Pero si sigues igual!

–Tú tampoco has crecido. –dijo la chica mientras lo abrazaba.

Raoul rodó los ojos pero esbozó una sonrisa. Había echado de menos a Nerea, y se arrepentía de no haber seguido en contacto con ella.

Enseguida llegaron Amaia y Miriam y se pusieron a hablar con los dos otros chicos, haciendo que Raoul se sintiera un poco menos el centro de atención. Pues ahora lo era la gran barriga de Miriam.

Poco a poco se fueron encontrando con el resto de compañeros y se iban saludando, recordándo anécdotas y preguntándose que tal les iba la vida. Raoul no podía evitar sentirse observado todo el rato.

No tardaron en empezar a comer el pica pica que había repartido por las mesas y en abrir la primera botella de alcohol. Por el grupo de whatsapp unos cuantos habían planeado salir de fiesta después de aquello, así que ya aprovechaban para hacer el botellón.

Habían pasado ya un par de horas cuando Raoul se fue al baño, pues hacía rato que se estaba meando pero una compañera le estaba contando una historia muy larga –y al parecer muy divertida para ella– y no sabía como escapar. Cuando entró en el baño se miró un momento al espejo para asegurarse de que su pelo seguía bien y después se metió en uno de los cubículos a mear. Escuchó el ruido de la cisterna del cubículo de al lado, y cuando él salió se encontró con Alfred lavándose las manos.

–Hola. –le saludó un poco cohibido.

Alfred le sonrió a través del espejo mientras sacudía las manos, y después las puso debajo del secador. Raoul se puso a su lado a lavarse las manos, y fue un poco incómodo cuando acabó y también se las quiso secar. Las puso debajo del secador, al lado de las de Alfred, y sintió un escalofrío cuando se rozaron.

–¿Cómo te lo estás pasando? –preguntó Alfred cuando el sonido del secador cesó.

Raoul se encogió de hombros.

–Pensé que sería peor. –confesó.

–¿Por mí?

Raoul levantó una ceja.

–¿Por ti? –dijo extrañado.

–Porque no querías verme. Ni a mí ni a Agoney.

Raoul suspiró, echándose el flequillo hacia atrás.

–No, la verdad es que no.

Alfred soltó una risilla.

–Después de todo este tiempo y te sigo conociendo como la palma de mi mano.

–Pero que tampoco es para tanto. –se intentó justificar el rubio. –Estaba un poco nervioso por como acabó la cosa y tal.

–¿Sigues enfadado?

–¿Realmente crees que es el momento de hablarlo?

–Ah, vale, que prefieres esperar diez años más. Me lo apunto.

Raoul rodó los ojos.

–Qué idiota.

–¿No crees que ya hemos perdido demasiado tiempo? –se cruzó de brazos. –Me parece estúpida esta actitud. Por parte de los dos. Que éramos mejores amigos, joder.

–Hasta que te liaste con Agoney.

–¡Tú también te liaste con él! No entiendo por qué te enfadaste conmigo en vez de enfadarte con él.

–¡Porque Agoney me la sudaba!

Los dos se miraron a los ojos durante unos segundos sin decir nada, sintiendo la intensidad de sus miradas.

–¿Qué? –preguntó Alfred finalmente.

–Nada. –Raoul apartó la mirada.

–No entiendo nada Raoul, ¿qué quieres decir?

–Es evidente, ¿no? –Alfred lo seguía mirando sin entender nada. Raoul resopló. –Pues que me gustabas, por eso me molestó que te liaras con él.

Alfred se quedó en silencio, aunque con la boca abierta de par en par ante la sorpresa. Raoul empezó a ponerse nervioso conforme pasaban los segundos. Tendría que haberse callado, ¿para qué coño decía nada?

–Di algo, por favor. –suplicó.

–Dime que es mentira. –Alfred le miraba con una expresión seria.

–No lo es.

–Raoul.

–Alfred.

–Que tu también me gustabas.

–¿Qué? –de repente los ojos de Raoul estaban abiertos como dos platos.

Aquello no podía ser verdad. No podía ser verdad que se hubieran enfadado tanto y que el motivo realmente fuera que se gustaban. Habían pasado años sin hablarse porque eran tan idiotas de no confesar sus sentimientos.

–Que me gustabas, Raoul. Que estoy flipando. –soltó una pequeña risa. –Es que no me lo puedo creer.

–Somos idiotas.

–Mucho.

–¿Sabes que todo este tiempo hemos estado enfadados cuando realmente podríamos haber estado-

–¿Follando? –le cortó Alfred.

Raoul soltó una carcajada.

–Juntos. Iba a decir juntos, pero supongo que lo tuyo también vale.

Los dos rieron de nuevo, y cuando la risa murió en sus labios se volvieron a mirar.

–¿Y ahora qué? –preguntó Raoul, mordiéndose el labio.

Habían confesado que se gustaban, pero lo habían hecho en pasado. Habían pasado muchos años para que Alfred siguiera sintiendo lo mismo. Además, con su suerte, era imposible.

–Bueno, ya que estamos de confesiones... –dijo Alfred. –Todavía recuerdo lo que pasó en el baño de aquella discoteca.

El corazón de Raoul se aceleró de golpe y notó como le subía el color a sus mejillas. En aquel tiempo Raoul había pensado que Alfred había estado demasiado borracho como para acordarse al día siguiente. Pero se acordaba. Joder, se acordaba después de diez años.

–¿Lo recuerdas? –preguntó Raoul sorprendido.

–Sí. –asintió Alfred con una sonrisa tímida, mientras se acercaba un poco a él. Miró a su alrededor y después fijó su mirada en el rubio. –Ahora también estamos en un baño.

Raoul tragó saliva. No podía estar pasando esto. ¿Estaba en una reunión de ex alumnos o en el puto cielo?

–¿Estás insinuando algo? –levantó una ceja.

La sonrisa de Alfred se ensanchó, pero antes de que dijera nada se abrió la puerta y entró Amaia. Los dos se sobresaltaron.

–Venga, que vamos a hacer una foto grupal. –dijo la chica. –Vamos, venid.

Se miraron un poco decepcionados, y después miraron a su amiga, que los esperaba con la puerta abierta.

–Ya tendréis tiempo de liaros después, pesados. –dijo Amaia rodando los ojos.

Los dos se sonrojaron y se evitaron la mirada mientras salían por la puerta. Amaia por fin empezó a caminar, un poco más adelantada que ellos. Alfred aprovechó aquella distancia para tirar de la manga del otro chico y acercarlo un poco a él.

–Luego seguimos hablando. –le dijo. –Esta conversación no ha terminado.

Raoul se mordió el labio, muerto de vergüenza, y con una ligera sonrisa, asintió. Llegaron donde estaban el resto de sus compañeros y se hicieron unas cuantas fotos. Después a algún listillo se le ocurrió empezar a hacer juegos de beber, y aunque Raoul se quiso escaquear, la única que tuvo esa suerte fue Miriam por motivos evidentes.

Así que, un rato después, Raoul estaba increíblemente borracho. Y no podía dejar de mirar a Alfred, que estaba en la otra punta del círculo. Llegados a ese punto, absolutamente cada cosa que hacía le estaba poniendo cachondo. Y cuando sus miradas se cruzaban y Alfred le guiñaba un ojo, tenía que respirar hondo para controlarse. Porque no dejaba de pensar en lo que había pasado en el baño. Y en la sensación que había tenido de que Alfred quería algo, tanto como lo quería él.

Y entonces recordó lo que el moreno le había dicho hacía un rato. Esta conversación no ha terminado. Tenía que dejar de beber si quería ser capaz de articular más de cuatro palabras seguidas con el que había sido su mejor amigo.

Aprovechó que todo el mundo estaba enfrascado en alguna conversación para irse al baño, pues necesitaba lavarse la cara para despejarse un poco, y sobretodo necesitaba mear.

Cuando acabó, salió del cubículo y se puso a lavarse las manos. Tuvo un pequeño déjà-vu al verse reflejado en aquel espejo de nuevo. Pero le faltaba Alfred mirándole de vuelta. Por un momento pensó en ir a buscarle y traerle a rastras hasta el baño para acabar lo que habían empezado hacía un rato. Qué coño, para acabar lo que habían empezado hacía diez años. Y de hecho estaba a punto de hacerlo cuando se abrió la puerta del baño y entró Agoney, tambaleándose un poco.

–Hombre, rubio. –dijo, mientras se le escapaba la risa tonta.

–Estás poco borracho, tú. –rio Raoul.

–Pues como tú, que mira que ojillos me traes.

Se acercó para analizarle la cara pero Raoul lo apartó.

–Calla. –dijo con una media sonrisa. –Que estoy intentando que se me baje.

–¿El qué? –Agoney levantó una ceja mientras dejaba escapar una carcajada.

–La borrachera, gilipollas. –le miró mal, pero también se le escapó la risa.

–Ah. ¿Y por qué?

–Porque tengo una conversación pendiente con Alfred.

–¿Habéis arreglado las cosas? –se apoyó en la pared.

–Estamos en ello, creo.

–¿Y conmigo? –levantó una ceja. –¿No piensas arreglar las cosas conmigo?

Raoul se encogió de hombros, sin saber bien qué decir.

–Supongo. –dijo finalmente. –Ya que estamos...

Agoney se impulsó de la pared donde estaba apoyado y envolvió al otro chico en un abrazo. Raoul se sintió reconfortado, porque aunque el canario nunca había sido tan importante para él como Alfred, también había sido parte del grupo, y sinceramente, le había echado un poco de menos. Permanecieron abrazados un buen rato, hasta que Agoney aspiró con fuerza el aroma del otro chico.

–¿Me estás oliendo? –preguntó Raoul, dejando escapar una risa.

–Es que hueles muy bien. –dijo Agoney, volviendo a aspirar el aroma de su cuello.

–Me haces cosquillas. –rio mientras se retorcía un poco.

Agoney se rio contra su cuello y Raoul se retorció todavía más, riendo. Estaban los dos demasiado borrachos como para darse cuenta de la tontería que estaban haciendo, y por eso Agoney empezó a repartir besos por su cuello con la intención de hacerle más cosquillas. Y a Raoul ya le había entrado la risa tonta y no podía parar de retorcerse, hasta que sus miradas se encontraron.

Y de repente, sus labios se estaban tocando, sus ojos se habían cerrado y sus lenguas recorrían cada centímetro de la boca ajena. Se estaban fundiendo en un beso desesperado que no sabían ni como había empezado, pero tampoco les importaba. A Raoul le daba vueltas todo, y se dejaba hacer.

Se dejó hacer cuando Agoney lo apoyó de espaldas a la pared, besando su cuello. Se dejó hacer cuando el canario metió la mano dentro de su pantalón. Se dejó hacer porque no era la primera vez que estaba a su merced y, aunque no lo admitiría nunca, en parte tenía muy buenos recuerdos de aquel verano. Buenos recuerdos con Agoney.

Volvió a atacar sus labios mientras Agoney empezaba a acariciar su erección.

–Espero que sigas follando igual de bien. –susurró el canario contra sus labios.

–Joder, Ago. –gimió Raoul.

De nuevo sus labios se juntaron y una batalla de lenguas se desencadenó en medio de sus bocas. Hasta que oyeron la puerta abrirse de par en par. Raoul se mareó al girar la cabeza tan de golpe, y pensó que se iba a morir cuando vio quien había entrado.

Alfred los miraba a ambos con la boca abierta sin saber qué decir. No se podía creer que Agoney y Raoul se estuvieran liando ahí en medio. Se fijó en la mano del canario dentro del pantalón del otro y sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo.

No. Otra vez no, por favor.

Vio como Raoul abría la boca para decir algo, pero él mismo de adelantó.

–No me lo puedo creer. –dijo, todavía mirando aquella escena. –¿Es que no aprendéis, vosotros dos?

–Alfred. –dijo Raoul.

La mirada del moreno se oscureció y dio media vuelta para volver a salir del baño.

–¡Alfred! –le llamó el rubio. Iba a salir corriendo detrás de él pero algo se lo impedía. Le dio un manotazo a Agoney. –Quita la mano de ahí, coño.

Agoney, que llevaba quieto desde que había entrado Alfred, reaccionó en aquel momento y quitó la mano del pantalón del otro. Raoul no tardó ni dos segundos en salir corriendo de ahí, mientras se intentaba recolocar bien el pantalón por el camino.

–¡Alfred! –corrió detrás de él hasta alcanzarlo. –Alfred, espera.

–No me vengas a dar explicaciones, Raoul. –siguió caminando. –Haced lo que os de la gana.

Raoul le agarró del brazo obligándose a pararse.

–No se lo que ha pasado ahí dentro. –confesó. –He bebido un montón y te juro que solo nos estábamos abrazando y no sé en qué momento-

–Tenías su mano en tus huevos, claro.

A Raoul se le escapó una carcajada que intentó tapar con sus manos. Se apretó fuerte los labios para intentar ponerse serio.

–Te lo juro, Alfred. No ha sido su culpa.

–¿Qué? –levantó una ceja, confundido.

–Que seguro que ha sido mi culpa, él no te haría eso. –Alfred le seguía mirando sin entender nada. –Estáis juntos, ¿no?

–¡No! –exclamó Alfred. –Y por si no lo recuerdas, ya me lo hizo. Y a ti también.

Empezó a caminar de nuevo, pero Raoul volvió a frenarle.

–¿Entonces por qué te has puesto así?

Alfred le evitó la mirada.

–Da igual.

–Dímelo. –insistió el rubio.

Alfred le miró serio, debatiéndose entre si decir algo o marcharse de ahí. Raoul le miraba con cara de pena, aunque con los ojos rojos, lo que dejaba ver que estaba claramente borracho. Y aún así estaba adorable. Joder, nunca se había podido resistir a su carita.

–Por ti, idiota. –dijo finalmente.

Raoul funció el ceño pero se quedó en silencio. No sabía qué decir, porque no sabía si estaba entendiendo bien aquello. Se quedaron mirando durante unos segundos hasta que Alfred se cansó y se giró, de nuevo empezando a caminar. Raoul se quedó ahí quieto, viéndole marchar.

–¡Entonces ha sido su culpa! –gritó justo antes de que el otro saliera por la puerta.

Se hizo el silencio después de que Alfred se fuera, y Raoul no pudo evitar que le saliera una pequeña sonrisa.

–Era por mí.

***

Unos golpecitos en la puerta le hicieron levantarse del sofá. Alfred rodó los ojos al abrir la puerta y ver que se trataba de Agoney.

–Hola. –dijo el canario con una media sonrisa.

–¿Qué haces aquí?

–Tenemos que hablar de lo del sábado.

Alfred volvió a poner los ojos en blanco y se dio media vuelta para volver al sofà. Agoney entró en el piso y cerró la puerta, siguiendo a su amigo.

–De verdad que no sé lo que pasó. –dijo, sentándose a su lado. –Estábamos ahí y... no sé.

–No me tienes que dar ninguna explicación, ya no estamos juntos.

–Pero es evidente que te molestó. Y quiero saber si es por mi o...

–No es por ti.

–Entonces es por Raoul. –silencio. –Vale, es por él.

Alfred resopló.

–Déjalo, Ago.

–No. –se negó. –No, porque joder, se han pasado diez años sin hablar. Diez putos años, Alfred. Y todo por ser unos orgullosos de mierda.

–Oye. –se quejó.

–Pero es verdad. ¿A quién se le ocurre dejar de hablar a su mejor amigo porque un tío ha estado jugando a dos bandas con los dos? ¿En qué puto momento decides quedarte conmigo, que te había engañado, y dejar de hablarle? Mira, a día de hoy todavía no lo entiendo.

–Me quedé contigo porque te quería.

–Y le dejaste de hablar porque le querías. –dijo Agoney, levantando una ceja. –Y que te quede claro que yo no cambiaría nada de los años que estuvimos juntos, porque fueron maravillosos. Pero hiciste el gilipollas.

Alfred resopló de nuevo.

–¿Cuál es tu intención con todo esto?

–Que dejen de ser unos pencos y estén juntos de una vez.

–Agoney...

–Te estoy dando el consejo que debería haberte dado hace diez años. Solo que en esa época yo era un gilipollas y un egoísta de mierda, y ya me vino bien que se dejaran de hablar para poder estar contigo. –confesó el canario. ­–Pero por suerte cambié, y no pienso cometer el mismo error. Ninguno de los tres va a cometer el mismo error.

Alfred se lo quedó mirando, pensativo.

–No sé si abrazarte o darte una hostia.

–Prefiero la primera, realmente. –rio Agoney.

A Alfred se le escapó una sonrisa y después se dejó envolver por los brazos de su amigo. Suspiró sobre su hombro y cerró los ojos, aspirando ese aroma tan familiar, que con los años se había convertido en su casa. Y se sintió en paz. Notó como Agoney le daba un beso en el pelo y sonrió.

Cuando se separaron se quedaron mirando a los ojos, y fue Agoney el primero en acercarse para darle un beso en la mejilla.

–¿Hablarás con él?

–Sí. –asintió Alfred. –Pero ahora hagamos otra cosa, por favor.

–¿Pedimos una pizza y vemos una peli? –propuso Agoney.

–Me parece bien.

***

Raoul odiaba aquella frase.

"Han pedido que vayas tú."

Odiaba cuando llamaban a la pizzeria y pedían que fuera él quien llevara la pizza. Normalmente solía ser su hermano, y después le hacía un par de coñas al verlo con el uniforme entregándole la cena. Alguna vez lo habían hecho sus padres. "Es que sino nunca te vemos", decía su madre. Lo cual era mentira, porque Raoul veía a sus padres a menudo. Cosas de madres.

Pero aquella noche, no solo le molestó que pidieran por él, sino que le extrañó. No conocía aquella dirección. No era nadie de su familia, y aquello le parecía raro. Tampoco era la dirección de Miriam y Amaia.

Se bajó de la moto un poco nervioso, y con el pedido en la mano, se acercó al portal para picar al timbre. Nadie preguntó, simplemente le abrieron la puerta. Raoul entró en la portería y esperó al ascensor. Quizá era su hermano desde casa de algún amigo, pensó. Era lo más probable.

Cuando llegó al piso y picó al timbre, esperó en silencio los pocos segundos hasta que se abrió la puerta. Y se encontró de cara con Alfred.

Los dos se miraron sorprendidos, sin saber bien qué decir. ¿De verdad Alfred había preguntado por él?

–Me cago en ti. –susrró Alfred.

–¿Qué? –preguntó Raoul.

–No, en ti no. En Agoney. –aclaró el moreno. –Ha sido él quien ha llamado.

–Ah. –Raoul se sintió un poco decepcionado.

–De nada. –se oyó desde dentro del piso, y los dos rieron.

–Bueno, toma la pizza. –Raoul se la entregó.

–Sí, claro, toma. –dijo Alfred, dándole el dinero. –Está justo.

–Vale. –lo guardó. –Supongo que no quieres hablar de lo del sábado.

Alfred se mordió el labio.

–No creo que ahora sea el momento... Estás trabajando y...

–Sí, claro. –coincidió Raoul. –Si eso en otro momento.

–Sí.

Los dos se quedaron mirando un poco cohibidos, hasta que Raoul carraspeó, saliendo del trance.

–Bueno, me voy. –dijo. –Que aproveche la cena.

–Gracias. –sonrió Alfred.

–¡Adiós, Agoney! –gritó para que el otro lo oyera.

–¡Adiós, rubio!

Los dos soltaron una carcajada y después Raoul se dio media vuelta, metiéndose en el ascensor. Oyó como se cerraba la puerta del piso y suspiró.

Vaya cobarde. Era el momento perfecto para decir algo, hacer algo. Y se había quedado ahí plantado como un pasmarote y quedando en ridículo.

Salió a la calle y se dirigió hacia la moto, insultándose mentalmente por ser tan tonto. Todavía no se había subido al vehículo cuando oyó su voz.

–¡Raoul!

Se giró para ver a Alfred, que salía corriendo de la portería. Se quedó quieto hasta que el chico le alcanzó.

–Raoul. –dijo Alfred, recuperando el aliento. Raoul se lo quedó mirando extrañado. –Es que... he bajado corriendo las escaleras. –cogió aire. –Lo siento.

Raoul se mordió el labio para esconder una sonrisa. Pero no dijo nada, esperó que fuera el otro quien hablara de nuevo.

–Que he pensado que tampoco era tan largo lo que teníamos que hablar. –dijo el moreno. –Y que al fin y al cabo, tenemos una conversación pendiente. –se acercó un poco a él.

Raoul miró a su alrededor con una media sonrisa, y después avanzó un paso.

–Pero no estamos en el baño.

Alfred sonrió.

–Me da igual.

Y después acabó de romper la distancia que había entre ellos, poniendo una mano sobre la mejilla del rubio y acercando ambos rostros hasta que sus labios se juntaron. Ninguno de los pudo evitar la sonrisa que se les formó al darse cuenta de que, por fin, se estaban besando.

Raoul sentía que se le iba a salir el corazón del pecho cuando notó la lengua de Alfred colarse en su boca mientras sus labios se unían una y otra vez. Era mucho mejor de lo que recordaba. Esta vez sus labios no sabían a alcohol. Simplemente sabían a... Alfred. Y todo lo que le rodeaba ahora mismo era Alfred. Y se dio cuenta de que ojalá hubiera sido así siempre.

Se separaron al poco rato con una sonrisa, a la vez que Raoul acariciaba suavemente la mejilla del otro chico.

–Lo siento. –dijo.

–Olvida lo del sábado.

–No es por lo del sábado. –le miró con una sonrisa triste.

–Yo también lo siento. –confesó Alfred. –Ojalá me hubieras traído esa pizza hace años.

–Estaría podrida. –hizo una mueca.

–Idiota. –rio Alfred, empujándole ligeramente.

Raoul soltó una carcajada, pero se le pasó enseguida al ver la intensidad con la que lo miraba el otro chico. Bajó la mirada a sus manos, que poco a poco empezó a entrelazar, y después volvió a mirarle a los ojos.

–Siempre estuve enamorado de ti. –confesó Raoul, más nervioso que nunca.

–Y yo de ti. –le dio un ligero apretón en la mano. –Aunque fuera tan idiota de dejarte ir y quedarme con Agoney, yo... –cerró los ojos y apoyó su frente en la del otro chico. –Siempre fuiste tú. –susurró.

La sonrisa de Raoul se ensanchó, y por un momento sintió que estaba flotando. Fue él esta vez quien capturó los labios del otro, en un beso mucho más lento, que contenía todo lo que siempre se habían querido decir y no habían dicho. Sintieron que dejaban ir todo aquel peso que les había acompañado tanto tiempo, ese arrepentimiento, el sentimiento de culpa. Todo aquello desapareció de golpe, siendo reemplazado por un agradable calor en el pecho y unas cosquillas en la tripa que les hacían sonreír más y más.

Por primera vez en mucho tiempo, eran felices. 

___________________________

Esta es una idea que tenía hace tiempo y que espero que os haya gustado. 

He pensado que, si queréis, puedo escribir un par de capítulos más centrándome en lo que pasó ese verano. Básicamente sería raoufred, agofred y ragoney, porque el listo de agoney se lía con los dos, así que... me decís! 

Y nada, espero poder subir la semana que viene capítulo de uwma!

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