Especial 100 Seguidores: Porq...

By AngelBeldraco7

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Es la manera de agradecerles a todas aquellas personas que confiaron en nosotros. Muchas gracias. Para todos... More

Porque eres la única a quien amaré.

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By AngelBeldraco7

Era una esplendorosa mañana, cuyo cielo azul, completamente despejado, dejaba pasar los rayos del sol, el cual se encontraba en su punto más alto.

La gente aprovechaba aquel día al máximo. Algunos trabajaban, otros disfrutaban de alguna actividad al aire libre y algunos simplemente descansaban. Pero, de entre toda esa multitud de personas, una joven mujer era quien más llamaba la atención.

Su esbelta figura, cuya silueta se dibujaba perfectamente en aquel vestido blanco, caminaba lentamente hasta las puertas de una iglesia. Su largo cabello rubio, el cual ondeaba debido a sus movimientos, así como su hermoso rostro de bellas facciones, hacían suspirar a más de uno. Su piel tan suave y tan blanca como una perla tentaba, incluso, al más devoto con tan sólo observarla durante algunos segundos. Era perfecta.

Aquella joven mujer caminaba hasta el altar, en donde un apuesto caballero la esperaba sonriente. Al observar a su alrededor, las miradas hipócritas de sus invitados, le causaban una sensación de asco y repulsión. Todos esperaban el momento en que ella desposara al joven hombre que se hallaba a unos cuantos metros enfrente.

Su familia, así como amigos y conocidos, miraban sonrientes a la joven pareja. El párroco de la iglesia comenzaba con su sermón.

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Miro a mi alrededor y me pregunto, ¿cómo termine en esta situación...?

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Había llegado el tan esperado momento en que el ministro de la iglesia mencionara los votos matrimoniales.

- Albert Winchester, ¿acepta usted por esposa a Diana Cavendish, en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y la riqueza, para amarla y respetarla, hasta que la muerte los separe?

- Acepto -respondió sonriente aquel hombre, quien inmediatamente giró la vista hacia Diana.

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¿Por qué estoy sufriendo, si fui yo quien te dijo que te odiaba y no quería volver a verte...?

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- Y usted, Diana Cavendish, ¿acepta usted por esposo a Albert Winchester, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, para amarlo y respetarlo, hasta que la muerte los separe?

Todos esperaban la respuesta de la joven heredera de los Cavendish. Su tía, así como sus primas, aguardaban el momento en que ambos unieran sus vidas.

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No lo sé... Incluso, ahora mismo no puedo encontrar alguna explicación.

El mundo sin ti es muy difícil, ¿lo sabías? Vivo cada día en la más absoluta miseria debido a tu ausencia. No puedo estar bien sin ti.

Dime... ¿Tú estás bien sin mí...?

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- No... -dijo en voz baja. La respuesta sorprendió a todos los presentes, pero, antes de que alguien pudiera hacer algo, Diana salió corriendo de aquel lugar. Todos estaban atónitos.

Su prometido, al igual que su tía, se sorprendieron enormemente al escuchar la respuesta de la joven mujer. Todos los invitados no daban crédito a lo que pasaba frente a sus ojos.

Diana escapaba de un futuro que no deseaba, que no quería y que odiaba con todas sus fuerzas. Diana escapaba de un destino que no era para ella. Su corazón latía con todas sus fuerzas. Aquella dama estaba sufriendo, sus lágrimas se acumularon en sus bellos ojos azules.

Sus emociones no la dejaban tranquila. Su mente estaba hecha un caos, al igual que su corazón, el cual no dejaba de dolerle.

Diana no amaba a ese hombre.

Diana amaba a una persona que no estaba en ese lugar, pero deseaba que así fuera. Esa joven señorita que tanto la había cautivado, se encontraba lo bastante lejos de ella. No podía pensar en otra cosa que no fuera su sincera sonrisa.

Continuaba corriendo, continuaba huyendo.

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Akko... Sé que no tengo derecho a decirte esto, pero, por favor, escúchame...

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Los minutos pasaron. La distancia que había recorrido era cada vez más grande.

Su respiración era cada vez más pesada. La falta de aire era evidente. Su cuerpo ya no podía responderle de la misma manera debido al cansancio. Para Diana, nada de esto le importaba, solo quería llegar a donde ella la esperaba, si es que aún la seguía esperando.

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Entendí, de la peor manera posible, que una vida sin amor no es vida. Que no tiene sentido vivir si la persona a quien amo no está junto a mí.

Te echo de menos...

Uno a uno, nuestros recuerdos vuelven a mi mente. Me atormentan, me lastiman...

Mi corazón llora tu partida...

Quiero volver a verte, besar tus labios y tenerte junto a mi...

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Las personas a su alrededor miraban extrañados a la joven señorita. Su elegante vestido de novia llamaba poderosamente la atención. A unos cuantos metros detrás de ella, su familia, al igual que su prometido, la perseguían con implacable determinación.

- ¡Diana! ¡Diana! -gritaba una voz femenina, la cual pertenecía a su tía Daryl- ¡Vuelve aquí! -gritaba desesperada. Aquella mujer estaba preocupada, pero no por su sobrina, sino porque temía que sus planes no resultaran como había imaginado.

- ¡No! -respondió Diana, quien seguía escapando de una vida que no le correspondía. Para ella, lo único que importaba se encontraba en otra parte.

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Quiero gritar todo lo que alguna vez callé... Todo lo que me negué a confesar... Todo lo que guardé en mi interior...

Voy a tomar fuerzas. Voy a tomar coraje. Te diré lo mucho que me importas...

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Diana lloraba. Su corazón le rogaba que no se diera por vencida, que no perdiera la fe.

- ¡Akko, por favor espérame! -gritaba a todo pulmón.

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Atesoro cada momento en que estuvimos juntas. La forma en que sonríes. La forma en que lloras. Siempre estuviste ahí para mí...

Significas tanto para mí, que nunca pude darme cuenta de lo mucho que valías, hasta que fue demasiado tarde.

Fingiendo cosas que en verdad no sentía, traté de separarte de mi lado...

Te mentí, te insulté. Te dije cosas tan horribles, tan desagradables... y, aún así, la única que terminó por lastimarse fui yo.

Aunque trate de negarlo.... Aunque trate de detenerlo... Mi corazón seguía latiendo por ti...

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- ¡Diana, espera! -gritó un joven caballero que seguía muy de cerca a Diana- ¡No te atrevas a dejarme así! -su furia era evidente. Estaba dispuesto a todo por no pasar vergüenza- ¡Te lo advierto! Sí no de detienes ahora mismo, sufrirás las consecuencias de tus actos.

Sin embargo, a pesar de aquellas amenazas tan banales, Diana no detuvo su huida.

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Desde el primer momento en que ya no estuviste junto a mí lado, sentí mucho dolor. Con el pasar de los días, el sufrimiento se convirtió en una carga difícil de soportar. Cada momento que pasaba lejos de ti era un martirio. No podía pensar en otra cosa que no fuera estar a tu lado.

Mi estúpido orgullo no me permitió ver más allá de lo que realmente sentía.

¿En verdad vale más mantener cierto prestigio que experimentar el amor verdadero?

Nunca pude comprender la veracidad de aquella pregunta hasta que ya fue demasiado tarde. Lo único que en verdad me importa es estar junto a ti.

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- ¡Diana, no te atrevas a abandonarme! -expresó molestó aquel hombre, quien estaba a pocos metros de alcanzar a Diana. Su mirada reflejaba el odio, la ira y la frustración.

- ¡No dejes que escape! -gritó preocupada Daryl, quien lo único que le importaba era mantener un estilo de vida privilegiado, no la felicidad de Diana.

Diana no les prestó atención. La joven chica sabía que no estaba lejos de su destino.

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¿Recuerdas aquella noche que pasamos juntas? Descubrimos lo que es el amor. Nuestros cuerpos bañados en sudor, mirándonos la una a la otra. Tus manos sobre mi cuerpo, explorando cada parte de mi ser. Suspiraba extasiada y era debido a ti.

Recuerdo cada gesto que hacías al tocarte en tus puntos más sensibles. La sensación que experimentaban mis manos al recorrer cada centímetro de tu cuerpo. La calidez del mismo. La forma en que arqueabas la espalda...

Mi corazón latía tan rápido que creí que en algún momento se detendría...

Ambas llegamos al clímax al mismo tiempo. Nuestra respiración entrecortada, las gotas de sudor cayendo sobre nuestros cuerpos. Recuerdo haberte visto tan indefensa que te besé con tanta pasión, con tanto éxtasis, con tanta fuerza. Nuestras lenguas se encontraron y juguetearon entre ellas. Una delgada línea de saliva pudo visualizarse al despegar nuestros labios.

Fue nuestra primera vez...

Pero no quiero que sea la última...

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Diana tropezó y cayó al suelo. El peinado que llevaba para ese día tan especial, añorado por cualquier mujer, se deshizo tras su caída. Su vestido se rasgó. Tenía pequeños rasguños en el rostro. Nada de eso le importó, solamente continuó con su huida.

Las personas que la seguían no podían comprender a qué se debía aquella terquedad.

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Fui una estúpida que dejó ir lo que más le importaba en el mundo. Fui una estúpida que creyó que el amor no existía. Fui una estúpida que pensó que la felicidad no podía ser real...

Debido a mi soledad, solo dije que te quería, más nunca que te amaba.

Debido a mi orgullo, nunca pude expresar lo que en verdad sentía.

Debido a mi egoísmo, te hice sufrir bastante.

Me odio a mi misma por no ser lo bastante fuerte. Por no admitir lo que verdaderamente siento. Por no mantenerte a mi lado.

No me importa hacerme daño. No me importa que mi corazón esté herido. Sí tengo que buscar tu perdón por todo el universo, lo haré sin dudarlo. Haré cualquier cosa que me pidas, ya que estoy enamorada de ti...

Pero, por favor, no te alejes de mí. No podría soportarlo...

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Las personas que corrían detrás de Diana estaban a pocos metros de ella. El vestido con el que cargaba le impedía moverse libremente.

El hombre que la perseguía, era un hombre de la alta sociedad. Su arrogancia, así como su carácter, era lo que le impedía darse por vencido- ¡Diana, vuelve aquí! -gritó enfadado. Su rostro estaba colorado debido al largo tramo que había recorrido- ¡No aceptaré que me abandones por alguien como ella! -sus palabras estaban llenas de veneno, así como su carácter.

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Mi corazón me lastima... Me grita... Me culpa de haberte dejado sola... y yo no puedo negarlo.

Ahora lo sé. Yo fui la única culpable. Yo tengo la culpa de todo...

Fuiste tú, la luz que iluminó mi oscuro mundo.

Fuiste tú, quien me ayudó cuando más lo necesitaba.

Fuiste tú, el regalo enviado del cielo para mostrarme el camino correcto

Akko, si puedes escucharme... ¡Te amo! Te amo más que a mi propia vida. Te amo más que nada en el mundo.

¡No dejaré que nada, ni nadie nos separé! Incluso, si muero, volveré a renacer para estar a tu lado. Pero por favor... ¡Espérame!

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El maquillaje se corría de su rostro. Sus lágrimas eran las culpables. Su cabello suelto se mecía de un lado al otro debido a la intensa carrera. Estaba exigiéndose demasiado. Su cuerpo estaba al borde del colapso.

Su familia, así como su prometido, no le daban descanso alguno. Era cuestión de tiempo para que la atraparan.

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Desearía poder borrar el pasado. Quisiera no haber sido una tonta que prefirió un apellido en lugar de la persona que más amaba en el mundo.

¿Qué debo de hacer? Incluso, ahora, sufro por no tenerte a mi lado. Vivo cada día de la manera más dolorosa debido a las palabras que alguna vez te dije...

Cuando te encuentre... ¿Será demasiado tarde? ¿No tendré oportunidad alguna?

Rezo porque así no sea...

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Diana chocó con una persona que daba vuelta en una esquina. Cayó al suelo estruendosamente, pero antes de que pudiera levantarse, su prometido por fin pudo alcanzarle. La levantó del suelo con fuerza. La estaba lastimando, ya que la sujetaba con mucha fuerza del antebrazo.

- ¡Suéltame! -gritó furiosa Diana, quien intentaba zafarse del agarre de aquel hombre.

- ¡No! -respondió furioso.

- ¡Que me sueltes!

- ¡Cállate! -aquel hombre abofeteó a Diana, haciéndola caer al suelo una vez más. El bello rostro de Diana quedó marcado debido a la intensidad de aquel golpe.

Lágrimas de cristal, eso fue lo que no dejaba de deslizarse por el bello rostro de Diana. Albert la veía molesto. Su tía Daryl hablaba con él. Le pedía que regresaran a la iglesia a continuar con la boda, y si tenían que obligar a Diana, lo harían.

Escuchar a su familia decir eso, fue demasiado para la joven mujer. Quería ver a su amada una vez más. No permitiría que nadie se interpusiera en su camino. Su corazón le pidió no rendirse.

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Aún no puedo perdonarme por haberte abandonado aquel día. Estaba lloviendo. Las gotas de agua caían con tanta intensidad que dolía.

Vestías tan linda. La bufanda cubriendo tu delicado cuello. Tu abrigo rojo y tus pequeñas botas cafés. Llevabas un paraguas contigo de color azul. Sonreías alegre. Te había pedido vernos en ese lugar.

Recuerdo haberte dicho adiós sin darte ninguna explicación. Estabas inmóvil, dejaste caer tu paraguas. La lluvia te cubrió completamente. Me preguntaste porqué lo hacía, porqué actuaba de esa manera. Sentí las lágrimas recorrer mi rostro. Giré mi vista y te vi. La lluvia fácilmente ocultaba mis lágrimas, más no así con las tuyas.

Te grité, te insulté. Te dije muchas cosas, y sin más, me fui de ahí. Te di la espalda y caminé hasta perderme de tu vista. Recuerdo haber dado un último vistazo al lugar donde te encontrabas. Estabas llorando. Habías caído de rodillas al frío piso. Tus manos cubrían tu rostro, más no tu voz. Tus lamentos se quedaron grabados en mi memoria...

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Al intentar levantarla una vez más del suelo, aquel hombre fue golpeado en la nariz por Diana. Un puñetazo fue suficiente para hacerle caer. La sangre no dejaba de brotar, manchando de rojo aquel fino traje.

Diana volvió a correr, dejando atrás a ese hombre y a su familia.

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Te causé mucho dolor. Perdóname. Trataré de ser mejor...

Sé que nada de lo que diga será suficiente para enmendar mis errores, pero te pido que por favor no me odies. No podría soportarlo. Te hice sufrir mucho.

Quizás no puedas perdonarme hoy ni mañana. Pero, si me sigues amando, por favor, vuelve a sonreír...

Nadie nos apoyará. Nadie velará por nosotras. Tendremos al mundo en nuestra contra...

Será difícil. Será doloroso... pero nada de eso importa... porque eres la única a la que protegeré, la única con quien puedo ser feliz siendo yo misma, la única cuya sonrisa iluminará hasta el día más oscuro...

Porque esto es a lo que llaman amor. Porque esto es amor...

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Diana llegó hasta la entrada de una plaza. Las personas a su alrededor disfrutaban de una bella tarde en familia. Los niños corrían, los padres disfrutaban de la compañía mutua. Para Diana, nada de eso le importaba, solo estaba ahí por ella.

Una voz a sus espaldas, hizo que Diana volteara con lágrimas entre sus ojos. La había encontrado.

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Te estoy tan agradecida por aparecer en mi vida. Cada día que pasé a tu lado es un regalo de Dios.

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- Diana... -Akko sonreía de ver a Diana frente a ella. La joven de cabello castaño dejó caer una lágrima por su mejilla. Diana caminó hasta ella y secó sus lágrimas con su mano.

- No vuelvas a llorar por mi... -habló Diana, quien inmediatamente abrazó fuertemente a Akko. Estaba feliz. Su corazón no dejaba de latir con tanta intensidad, que parecía que en cualquier momento se detendría.

Ambas se sonreían mutuamente, pero ninguna dijo nada por algunos minutos. Deseaban disfrutar de aquel abrazo tan reconfortante.

- Te extrañé... -Diana acariciaba el largo cabello de su amada. Sentía la cálida respiración de aquella chica.

- Yo también... -el rostro de Akko estaba oculto entre el pecho de Diana, quien sentía la cálida respiración de aquella chica tan peculiar.

Akko levantó la vista, encontrándose con una sincera sonrisa. Ojos carmesís y zafiro se observaron con tanta intensidad, cautivándose los unos a los otros.

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Quizás pueda incomodarte, quizás pueda hacer que te sonrojes, pero, eres la mujer más perfecta que jamás conocí.

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Diana dejó entrar aire a sus pulmones. Miró directamente a su amada y acercó lentamente sus labios. Sujetó ambas manos y unió sus labios en un tierno, pero apasionado, beso.

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Cada momento juntas... Cada desafío por el que pasamos... Cada vez que lloraba o que reía... Siempre estabas ahí para mí.

Escucha lo que tengo que decir...

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Diana tenía la respiración completamente acelerada. Estaba feliz de volver a tocar aquellos labios que tanto la habían vuelto loca. Sus mejillas se habían vuelto de color rosa pálido. Estaba nerviosa y temblaba debido a ello. Para Akko, la situación no era diferente, sin embargo, ella estaba más que alegre. Había recuperado a la mujer que más amaba.

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Te amo... Tenías que saberlo...

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Cuando sus labios se separaron, ambas se miraron con una tímida sonrisa en su rostro.

Sujetaron sus manos, entrelazando sus dedos. Se miraron la una a la otra. Una sonrisa se formó en el rostro de ambas señoritas. Una chica usaba un sucio vestido de novia, su pareja vestía un conjunto de otoño. Caminaron juntas hasta la salida de aquel lugar.

- Diana...

- ¿Qué sucede, Akko? -preguntó confundida Diana, quien había recuperado el aliento.

- Prométeme una cosa.

- ¿Qué es?

- Jura que siempre seremos felices -Akko abrazó a Diana una vez terminó de decirle eso, siendo correspondida ante aquella muestra de afecto.

- Lo seremos... -dijo con una sonrisa- Cuando estés triste, yo te consolaré. Cuando quieras llorar, yo secaré tus lágrimas. Si estás abatida, yo te daré confort. Te prometo que el mañana siempre estará ahí para nosotras. Te prometo que la felicidad que ambas compartimos será eterna. Siempre estaré a tu lado.

- Es... ¿es verdad todo lo que dijiste?

- Si, cada palabra -respondió- Akko, una cosa más. Por favor cierra los ojos.

Akko hizo caso a la petición de Diana, mientras que ella, asegurándose que la chica de cabello castaño no hiciera trampa, recogió su cabello, desvelando un brillante collar dorado, el cual tenía un par de anillos de oro, adornados con pequeños diamantes. Extendió su brazo lentamente hasta la mano izquierda de Akko.

La chica castaña sintió como un objeto se deslizaba sobre su dedo índice. Al bajar la mirada, Akko dejó escapar una lágrima de felicidad. Levantó la vista alegre, hasta encontrarse con la mirada de Diana.

- Akko, cásate conmigo... -Diana sonreía, al igual que Akko. Sus ojos brillaban como estrellas.

- Diana... -el anillo lucía tan radiante en su mano. La joven señorita estaba al borde de las lágrimas- ¡Acepto! -gritó exaltada. Se abalanzó con tanta fuerza hacia Diana que la hizo caer al piso. Sin embargo, lejos de enfadarse, sólo la miro sonriente.

- Sigues siendo la misma chica tonta de la que me enamoré -dijo con una sonrisa.

Diana besó a Akko una vez más. Su corazón por fin estaba en paz. Ya no había dolor, ya no sentía tristeza. Una cálida sensación invadía completamente su cuerpo. Era amor. Amor puro y correspondido.

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Te amo...

Prometo que nunca más me alejaré de tu lado...

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Meses después.

Las campanas de una iglesia sonaban con tanta fuerza que podían ser escuchadas por todo el pueblo. Las aves cantaban. El día era perfecto. Una agradable sensación se podía percibir en el ambiente.

Justo en las puertas de la iglesia, decenas de invitados coreaban los nombres de las recién casadas, quienes estaban justo en la entrada de la misma. Sus hermosos vestidos de novias brillaban debido a los rayos de sol. Sin embargo, lo que más llamaba la atención, eran las enormes sonrisas que ambas tenían dibujadas en sus rostros.

- ¡Amo a mi esposa Diana Cavendish! -gritó exaltada Akko, quien no dejaba de besar a su, ahora, esposa.

Sus amigas las miraban alegres. Estaban orgullosas de ellas.

Para Diana y para Akko, este era el mejor día de sus vidas. Amigas y familiares ovacionaban alegres a la pareja de brujas que habían consumado su matrimonio.

- ¡Beso! ¡Beso! ¡Beso! -Se oía entre la multitud. Diana y Akko se miraron sonrientes debido a la actitud despreocupada de sus invitados-

Poco a poco, sus labios se fueron acercando hasta unirse en un muy romántico beso. Los presentes gritaron emocionados, algunos arrojaron flores, otros simplemente arroz. Sus amigas no dejaban de llorar debido a la felicidad que sentían en ese momento.

- Viniste a mi como un sueño en el atardecer. Prometo que, a partir de este día, serás mi único y gran amor. Serás la luz que ilumine mis mañanas. Mientras estés contigo, cada lugar será el paraíso -Diana hablaba con una sonrisa.

El festejo no fue para nada diferente. Fue espectacular. El ambiente no podía ser más perfecto. Regalos, cumplidos, fuegos artificiales, luces de colores y un sinfín de bocadillos. Todo eso alegraba a la pareja de recién casadas.

Para cuando llegó el momento de arrojar el ramo, Akko y Diana lo hicieron al mismo tiempo. Para sorpresa de muchas, pero para alegría de las recién casadas, los ramos de flores cayeron justo en las manos de dos personas muy apreciadas para ellas. Úrsula y Croix se miraron la una a la otra con un leve sonrojo.

Cerca de la media noche, en medio de un esplendido jardín, la pareja de brujas caminó hasta una fuente, cuya forma era igual a una estrella. Los invitados apuntaban con sus cámaras, otros solamente esperaban sonrientes lo que estaba por ocurrir.

Una sonata romántica se escuchó de fondo. Diana tomó la mano izquierda de Akko, y con su otra mano, rodeó la cintura de su esposa. Era el primer baile de las recién casadas

- Eres la única persona que me hace reír, incluso en el día más lluvioso -Dijo Diana con mucha serenidad.

- Eres mi estrella –Akko miraba sonriente a su alrededor- Y todos lo saben.

- Te amo.

- Y yo a ti.

Diana y Akko se miraron la una a la otra. Sonreían. Sus labios se acercaron lentamente, uniéndose finalmente en un tierno beso, el cual estaba cargado de pasión, alegrías, risas, pero, sobre todo, amor.

- Te amo... -se dijeron al unísono una vez terminado el beso. Sus rostros estaban ruborizados, pero ya nada de eso importaba, estaban casadas.

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Eres el paraíso prometido. Eres el ángel que vela por mí cada mañana. Siento la calidez de tu sonrisa en cada parte de mi cuerpo. Tu amor vino a mi como un rayo de esperanza en medio de la tormenta.

Te amaré por siempre...

Diana... 

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Ambas voltearon hasta el oscuro cielo, al igual que los invitados. La luna y las estrellas brillaban con tanta intensidad, que bañaban de colores plateados todo el lugar. Todos miraban sonrientes aquella escena.

Akko y Diana unieron sus vidas para toda la eternidad. No podían estar más felices.

Sus sueños se habían vuelto realidad.  

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