Giro de guion

بواسطة lachinaski

25.3K 2.5K 5.5K

Aurora es un caos, su vida consiste en recordar con quién se acostó la noche anterior, intentar no pasarse co... المزيد

¿Qué pasó con Ion Garrochotegui?
Hoy no me puedo levantar
Soy un desastre
Sufre, mamón
Teatro de la oscuridad
Adiós papá
Rey del Glam
Falsas costumbres
Queridos camaradas
Ellos dicen mierda, nosotros amén
La mala reputación
Ay qué pesado
Calle melancolía
Me cuesta tanto olvidarte
El blues del esclavo
Me colé en una fiesta
Flojos de pantalón
Lluvia del porvenir
Cumpleaños feliz
Cruz de navajas
Mundo indómito
Qué hace una chica como tú en un sitio como este
Enamorado de la moda juvenil
Naturaleza muerta
No controles
Feo, fuerte y formal
Veneno en la piel
Veteranos
Manos vacías
Terror en el hipermercado
Segunda Parte: El nudo gordiano

Escuela de calor

346 50 109
بواسطة lachinaski






Escuela de calor


Mara respira profundamente, hacía tiempo que no estaba tan nerviosa antes de una cita. Los últimos tíos con los que ha quedado —aparte de Jaime, claro— eran personas que no le suscitaban más interés que pasar el rato viendo si podían ser potenciales polvos, pero su cita con este hombre va mucho más allá de eso. Toda la situación que les rodea genera en la chica una gran tensión interna, siente la ansiedad por las nubes, por ello precisa de mantener una respiración profunda y constante, pues de lo contrario siente que se va a asfixiar. Su cabeza está repleta de pensamientos obsesivos, todos ellos malos. Teme que en cualquier momento Carlos saque el tema de la universidad, de los encontronazos que han tenido o, sencillamente, de cualquier cosa que ponga en evidencia la relación que han mantenido antes de... bueno, de lo sucedido.

A la chica le da una vergüenza tremenda pensar en eso, obviamente no es antiético porque ella está a unos meses de cumplir los veinticinco y él apenas debe llevarle siete u ocho años, no es una cuestión de edad ni madurez. Tampoco es que resulte problemático en cuestiones académicas, el año que viene él no le impartirá ninguna clase, ya no hay un conflicto de roles entre ellos. Pero dios santo, había toda una mística detrás de ese hombre en la que ella lo proyectaba como una persona desagradable y ridícula, el solo hecho de rememorarlo hace que se le encoja la boca del estómago.

Carlos ha insistido en pasar a recogerla en coche, cosa que ella ve totalmente innecesario porque se mueve a la perfección con el transporte público, además de que conducir por el centro de Madrid es un puto infierno. Pero él ha insistido tanto que al final no le ha podido decir que no. En fin, que se apañe luego para encontrar aparcamiento, porque lo va a tener chunguísimo.

No han decidido realmente lo que van a hacer, Carlos le propuso de cenar, pero Mara no tiene dinero suficiente para desperdiciarlo en un restaurante. Normalmente, cuando sale con sus amigos, abusa de la comida rápida o las ofertas cutres, pero Carlos hablaba de ir a un sitio de gente adulta y seria, cosa que se sale totalmente de presupuesto. Por supuesto, Mara no piensa dejar que la invite a nada, va en contra de su código personal.

Tiene ganas de morderse el labio inferior, pero lo lleva pintado así que se contiene, lo último que necesita es mancharse los dientes de carmín. Se encuentra en medio de la acera, mirando hacia el horizonte, esperando impacientemente a que el próximo coche en llegar sea el del hombre. No para de retorcer el bolso entre sus manos, nerviosa. Siente que en cualquier momento le va a estallar el pecho por culpa de la ansiedad.

Mara no entiende de coches, pero el que se detiene justo frente a ella parece bastante caro. Es un BMW en realidad, esos siempre le han parecido de los que cuestan un par de riñones y algo del hígado. Además es de color plateado, está totalmente impoluto y el modelo parece bastante moderno. La ventanilla del copiloto desciende, ella se agacha ligeramente y ve a Carlos dentro, que le hace un gesto para que entre.

La chica cierra los ojos antes de entrar, tiene que recordar los consejos de su terapeuta una y otra vez. Piensa en un lugar seguro, piensa en un lugar seguro, piensa en un lugar seguro.

Finalmente se adentra en el vehículo, acomodándose en los asientos de cuero beige, que todavía huelen a recién comprado.

Mira de reojo a Carlos, que tiene sus ojos clavados en ella. La sensación que experimenta al sentir cómo la analiza detenidamente no ayuda en absoluto a mitigar su estado de histeria interior.

—¿Vamos o qué? —Inquiere ella, impaciente.

Él alza las cejas, divertido.

—Primero un hola o algo, ¿no?

La chica asiente. Claro, se le ha pasado completamente, pero es que no soporta que la mire de esa manera, le hace sentir incómoda. Le da dos besos, casi sin mirarle, para luego volver la vista al frente. Evita completamente el contacto visual.

—¿Cómo vas? —Pegunta el hombre mientras arranca el coche, un poco para romper el hielo—. ¿La semana bien?

Mara asiente, tiene que tranquilizarse. En realidad si hablan del tiempo lo mismo se hace todo más ameno.

—Sí, no mucho que contar —se encoje de hombros—. ¿Y tú?

—Disfrutando de algunos días libres antes de los exámenes de julio —responde, con la vista fija en la carretera—. Debería ser ilegal tener que corregir en ese horno a estas alturas del año, pero bueno. Por cierto, ¿sabes a dónde quieres ir?

—Es que en verdad me da igual.

Y es totalmente sincera, Mara no necesita ir a lugares interesantes o tener citas de ensueño, para ella el encuentro perfecto consta de una mesa, dos sillas, tabaco y cervezas baratas. Puede pasarse toda la noche hablando con alguien sin necesidad de ir a ningún sitio fuera de lo común. De hecho agradece terminar en bares de mala muerte porque son mejores para su bolsillo.

Por supuesto, ella conoce un sinfín de locales fantásticos para algo así, pero duda mucho que a Carlos le parezca bien. Los barrios céntricos por dónde ella se mueve son lugares que de seguro él no frecuenta nunca.

—Yo conozco un sitio que está bastante bien por Gran Vía, es una terraza. Ponen cócteles muy buenos y se puede picar algo.

—Las terrazas son muy caras —responde ella sin pensar, torciendo el gesto.

Carlos sonríe, divertido.

—Bueno chica, si es por eso invito yo —se ofrece con naturalidad—, que no te sepa mal.

—No me gusta que me inviten —su voz suena más seca de lo normal.

Carlos se detiene en un semáforo en rojo, aprovechando para mirarla.

—Oye, entiendo que siendo estudiante no estés como para tirar la casa por la ventana —comenta en tono conciliador—. A mí me pagan bien, no es por caballerosidad rancia ni nada.

—Ya, ya —asiente ella, entendiendo que debe relajarse un poco. Intenta adquirir un tono algo más amable—. Pero de verdad que no me gusta ir de invitada cuando no tengo confianza con la otra persona. Prefiero si vamos a un sitio más barato.

El hombre pone el coche en marcha de nuevo.

—De acuerdo, pero entonces elige la señorita.

Ella lo mira de reojo.

—¿Lavapiés?

Lavapiés es básicamente el barrio más costra de todo Madrid centro. Lugar de inmigrantes, disturbios y tropocientos colectivos de izquierdas. Todos los estudiantes de filosofía, ciencias políticas y humanidades progresistas en general van siempre por allí. Básicamente es el último sitio dónde ella se imaginaría a Carlos Sotomayor.

—Lavapiés, pues.

Se quedan en silencio, Carlos enciende la radio del coche, conectada directamente a su teléfono móvil. Lo toquetea un poco y en seguida empieza a sonar una música que a ella se le hace familiar. Es Blue Monday de New Order impregnando la atmósfera con su tonada melancólica, disminuyendo pobremente la tensión que acaba de generarse ante la falta de conversación. Ella abre la boca varias veces para decir algo, detesta ese tipo de situaciones, pero es incapaz de sacar nada en claro, así que decide callarse. Afortunadamente, es Carlos quien reinicia la conversación.

—¿Tienes planes para el verano o qué?

La chica tiene la sensación de estar pasando una especie de test, le recuerda a las típicas preguntas y respuestas que se hace la gente cuando empieza a hablar por Tinder, antes de saber que tiene algo en común con la otra persona. Sin embargo, es mejor eso que nada.

—En julio estoy aquí, quizás vaya a algún sitio con amigos y eso. En agosto viajaré al norte, mi padre vive allí.

—¿Están divorciados tus padres?

—Sí —asiente—, mi padre es vasco, cuando se divorciaron se volvió a su tierra.

—¿De qué parte?

—Pues nació y se crió en Barakaldo, pero ahora vive en Donostia por trabajo.

—Pensaba que sería catalán o algo, por tu apellido.

—Mi abuelo era catalán, de hecho.

Carlos sonríe entonces.

—Un catalán y una vasca, qué peligro.

Ella imita el gesto.

—Pues no te lo voy a negar —asiente, alzando las cejas. Se siente un poco más tranquila hablando de esas cosas triviales, más cuando se mueve en el terreno personal—. Mi padre salió rebotadísimo.

—¿Más que tú? —La mira de reojo momentáneamente—. No me lo creo.

—Él es más de incendiar cosas, yo me conformo con los piquetes.

El hombre suelta una tremenda carcajada, lleva ya un rato dando vueltas para ver si encuentra algún lugar dónde aparcar. Finalmente, como caído del cielo, encuentra un sitio recóndito al final de una callejuela.

Cuando salen del coche, Mara se percata de lo impoluto que va vestido, con unos chinos color crema y una camisa azul celeste que resalta bastante bien sus facciones. Se ha peinado el pelo ligeramente hacia atrás, aunque con un toque informal que le sienta bastante bien. Detesta admitirlo pero el tío es muy guapo, nunca renegó de ello, pero se le hacía una bola para su orgullo tener que admitirlo. Quizás ahora ya no tenga mucho sentido hacerse la dura respecto a eso.

Carlos se guarda las llaves justo antes de mirarla, reconociéndola de arriba abajo con intensidad. Otra vez se siente incómoda.

—¿Vamos? —Pregunta ella, impaciente.

—Estás más guapa de lo normal hoy.

Mara intenta con todas sus fuerzas no sonrojarse, porque eso es un juego de poder y no puede permitirse perder todas sus cartas en la primera ronda. Asiente, aceptando el cumplido, y empieza a andar cambiando radicalmente de tema.

—El sitio está por ahí, tirando para la derecha —señala hacia adelante.

El hombre empieza a caminar junto a ella, algo le dice que la noche va a ser larga.





Aurora recuerda todavía aquellos inviernos junto al mar, la brisa húmeda sobre la piel, la sal incrustándose en sus poros. Los recuerda, respira, pero ya no están ahí. El calor lo inunda todo, la playa está llena de turistas, apenas se pueden ver bien las olas en medio de tanta sombrilla. La chica no frunce el ceño, ni hace mueca alguna, solo observa el azul infinito con una extraña sensación de vacío abriéndose en su pecho como una grieta. La imagen de quien fue alguna vez todavía revolotea en su cabeza, cantando, bailando, dando vueltas alrededor de un fantasma que todavía la acecha en las noches solitarias. Ion la hacía girar sobre sí misma aquella noche, la vida podía ser dura pero ellos le quitaban algo de hierro, la adolescencia latía en ellos como la promesa de toda una vida por delante, incitándoles a rebelarse, aullando a la luna como animales salvajes que solían ser.

Ahora ya no existen más las noches infinitas, Aurora intenta buscarlas por todas partes, en los callejones oscuros, los baños repletos de humo, las salas que abren después de las ocho, pero no logra sentir aquella energía que la invadía, apoderándose de cada fibra de su ser, mientras se amorraba a una botella de vodka como si no hubiese mañana. El aire ya no es frío y reconfortante, sino cálido, asfixiante en ocasiones. Y la playa no está desierta, sino llena de extraños que ella no reconoce entre la arena.

Mientras veía ese video tenía la sensación de estar presenciando una película, la vida de alguien conocido pero ajeno, una persona que ya no tiene nada que ver con ella. Hace mucho que dejó de cuestionarse dónde se quedó, pero esa incógnita, por alguna razón, le ha vuelto hoy a la mente.

La chica le da una intensa calada al cigarrillo que sujeta entre los dedos, de repente el verano ya no le parece tan emocionante como hace un par de semanas, ni piensa que los festivales prometan tanto. Le invade una pereza enorme, llenándola de desasosiego. Quizás no fue tan buena idea acceder a ver el video, las figuras de Fran y Novillero se le antojan grotescas, como su propio reflejo insinuado por el cenicero. Como los cientos de bañistas que exhiben sus vergüenzas al sol impunemente.

Lo único que desea es escapar de allí, coger el coche y marcharse lejos, probablemente fuera del país. Se pregunta por qué volvió de Ibiza, por qué no quedarse en San Tropez. Tiene una sed enorme, necesita una copa de alcohol. Sin mediar palabra marcha hacia la cocina, directa a por una cerveza, todavía les quedan unas cuantas. Le da un trago intenso, dejándola casi por la mitad. No podría decir que se siente mejor, pero al menos ha calmado un tanto el ansia.

—¿Estás bien?

Aurora se siente realmente molesta por esa pregunta, Novillero sabe de sobra que no, no se encuentra bien, pero ella no va a responder y él seguirá insistiendo, como siempre, porque es un pesado paternalista que no tiene nada mejor que hacer con su vida.

Deja la cerveza sobre la encimera de la cocina, encogiéndose de hombros de forma indiferente, fumando compulsivamente. Y él, como era de esperar, continúa preguntando.

—¿Te apetece que hagamos una excursión o algo? Hay unas calas cerca de aquí...

—He quedado —responde ella, lacónica.

Novillero parece realmente sorprendido con la respuesta de su amiga, que se sube a la encimera de la cocina para terminarse la cerveza mientras ojea su teléfono móvil.

—¿Has quedado?

Ella asiente sin mirarlo, está demasiado ocupada observando la pantalla con atención. Todo a su alrededor le resulta muy molesto hoy, ese puto aire que parece salido de un horno, la humedad, la cantidad ingente de putos guiris de mierda por el paseo marítimo.

—¿Y se puede saber con quién?

Novillero se acerca, con los brazos en jarras y una expresión irónica en el rostro. Aurora alza la vista ligeramente, para mirarlo apenas una fracción de segundo antes de volver su atención al teléfono.

—No lo sé —contesta, con el mismo tono desinteresado que antes.

—¿Me estás tomando el pelo?

La chica se limita a girar la pantalla de su teléfono móvil para enseñarle la aplicación de Tinder en la que ha estado focalizada durante los últimos minutos.

—Todavía no lo he decidido —aclara, y vuelve a ignorar deliberadamente a su amigo—. Pero vamos, que Fran y tú no me necesitáis para nada, haced vuestro plan.

—Se supone que este era un fin de semana para los tres, Aurora —le reprocha él, intentando parecer menos irritado de lo que está.

A ella en realidad le da exactamente igual, admite que en un principio la idea de volver a Sitges, estar en la casa de Ion, recordar momentos y ver ese viejo video le creaba mucha expectación, además de motivarle bastante, pero hoy se ha despertado con la sensación de estar perdiendo un tiempo precioso recordando tonterías en lugar de exprimir la vida al máximo posible. Todo le resulte increíblemente repulsivo, el fin de semana en sí mismo le crea rechazo, lo único que se le ocurre para no terminar volviéndose loca es echar un buen polvo. O un polvo a secas, porque en Tinder no suele haber buena mercancía.

—Me apetece follar.

Es lo único que está dispuesta a responder, ella no le debe explicaciones a nadie, no tiene por qué andar dando razones de por qué hace o no tal cosa, es una mujer adulta e independiente, demasiado mayor como para que todavía vayan tras ella.

Novillero suelta un bufido intencionado, la chica lo conoce suficientemente bien como para saber que antes o después soltará alguno de sus típicos discursos condescendientes.

—¿Te está dando el bajón?

Por descontado, ha intentado ir al punto débil. Pero ella no caerá en sus provocaciones, se le ha metido en la cabeza que quiere salir de ahí y es lo que piensa hacer.

—¿Por qué no llamas a tu novio y me dejas de incordiar? ¿O es que lo mismo le han cerrado por fuera el armario?

—Deja de contestarme como si tuvieses doce putos años.

—Entonces no me hables como si fuese una puta cría, Novillero —le espeta, aunque no hay violencia en sus palabras, sino un tono desprovisto de cualquier emoción—. Me aburre este puto sitio, es un muermo. Si Fran y tú estáis bien me parece perfecto, pero yo no tengo por qué aguantar mierdas, voy a buscarme una distracción.

El chico resopla, evidentemente molesto, haciendo notar su exasperación, como si no supiese de sobra que esas tácticas nunca funcionan con Aurora. Se marcha de la cocina, dejando sola a la chica, que pronto se enfrasca en su búsqueda incansable de ligues para pasar aunque sea un rato agradable. Se siente muy incómoda en el fondo, algo no va bien dentro de ella, por eso necesita hacer algo cuanto antes, beber, follar, distraerse en general. Cualquier cosa que le quite las tonterías de la cabeza y ese aura de tristeza infinita que de repente lo ha invadido todo.

Es Fran quien entra esta vez, con su metro setenta y pocos, un cuerpoescombro que no ha cambiado nada en diez años, pelo peinado hacia atrás, se le ve el hijo de hasta en la cara. Están los dos tan viejos, tanto él como Novillero, hace tiempo que dejaron de ser los mismos y eso molesta muchísimo a Aurora, que de repente siente ganas de golpear algo.

—¿Se puede saber por qué te ha dado ahora lo de que no quieres ir a ningún lado?

Cuando Novillero no puede con ella llama a Fran, porque al parecer ese imbécil va a saber como convencerla mejor. Juegan al poli bueno poli malo, un clásico que nunca les ha salido demasiado bien.

Aurora directamente no contesta porque tampoco le parece que merezca la pena perder el tiempo contestando obviedades.

—¿Quieres hacer el favor de contestar, Aurora Florencia?

Ella lo fulmina con la mirada, aunque tampoco piensa darle el gusto de hablar, le ha intentado asestar un golpe bajo que se quedará bailando en el olvido de la indiferencia.

—Auro, este era un finde para nosotros —repite Novillero, qué pelma empieza a resultarle—, ¿de verdad no puedes poner ni un poquito de tu parte?

—No —responde ella con soltura, casi guasa.

—Que haga lo que le salga de las narices —resuelve Fran, con tono despectivo—. Siempre igual eh, Aurorita. A ver si empiezas a tomarte en serio la puta medicación que no somos tus padres, no sé si te das cuenta.

—Fran, tío...

—Ni tío ni hostias, una cosa es que tenga problemas y otra que no quiera ni tratarse.

—Paso de vosotros totalmente —suelta ella, descubriéndose a sí misma hablando en un tono mucho más rudo de lo que se hubiese pensado.

Aurora tiene ganas de partirle la cara al idiota de Fran, porque un subnormal que no sabe ni dónde está Copenaghe debería lavarse la boca antes de acusarla de algo, pero se contiene porque no estaría bien darle el gusto de ver que en el fondo le han afectado sus palabras. Porque no es así, ¿o de verdad se piensan que tienen alguna reacción? Por supuesto que no, ella lidia con sus propios problemas desde niña, no necesita que nadie más se encargue, ni se preocupe, ni nada. La gente en el fondo es una falsa, solo buscan saciar sus propias necesidades de buenas acciones a través de los demás, proyectan inseguridades, deseos y anhelos, convirtiéndose en una especie de pseudo padres que se meten dónde no les llama. Ella a menudo lo piensa, si sus propios padres nunca le han hecho ni puto caso, ¿por qué debería tolerar que otras personas lo hagan?

Se baja de la encimera dando un salto y se dirige hacia la terraza. La casa en la que se encuentran está situada justo frente al mar, solo tiene que salir por una pequeña portezuela que hay a la izquierda, bajar al paseo marítimo y echar a andar. Tiene ganas de perderse unas cuantas horas.

—Aurora, joder —Novillero corre tras ella.

—¡Pero déjala que haga lo que le dé la real gana! —Exclama Fran desde la cocina—. ¿No ves que solo quiere atención?

La chica ignora todas las voces, la mano de Novillero sobre su hombro, la cual sacude sin miramientos, el calor que se vive en el exterior, el infernal sol veraniego. Ignora las imágenes que vio la noche anterior, dónde Novillero no tenía el pelo largo y Fran contaba con algunos kilos de más. De cuándo eran jóvenes y felices, no existían los gritos, formaban un clan. Ignora a los niños perdidos que decidieron crecer y convertirse en piratas para dirigirse hacia la playa, rumbo a ninguna parte, porque por alguna razón esa mañana azul de junio le recuerda a una fría tarde de otoño con regusto a desazón y muerte.

Y ella solo quiere salir de allí.

Para siempre.





Mara agradece con todo su fuero interno el primer trago de cerveza. Para ella no existe una cita sin alcohol, pues es ebria cuando más segura se siente. En cuanto empiece a ir un poco chispa se le irán todos los males, le va muchísimo mejor que cualquier ansiolítico, aunque obviamente no se lo dice a su terapeuta porque lo mismo pensaría que tiene otro problema más. Carlos se ha pedido una jarra enorme, mientras que ella solo un tercio. Todavía es de día, junio suele albergar más horas de sol que cualquier mes del año, aunque este ya ha bajado lo suficiente como para que la luz sea cada vez más suave. Se encuentran en una terraza en el corazón de Lavapiés, decenas de personas han salido a disfrutar de las primeras horas sin el calor sofocante de la mañana, así que el barrio está lleno de vida y gentío. La chica mira a su alrededor, intentando evitar los ojos azules que la observan fijamente desde el otro lado de la mesa.

—Menos mal que hemos llegado pronto —comenta—, en un par de horas estará imposible.

—Hacía años que no salía por aquí —dice él, observándolo todo—, cuando yo venía de estudiante daba bastante mal rollo.

—¿Tú salías por aquí? —Pregunta, realmente sorprendida.

—Nah, de vez en cuando. Yo era más un chico Moncloa, pero me juntaba algunas veces con los amigos de Julio, que se pasaban el día entre La Tabacalera y Dos de Mayo.

—¿Entonces es verdad que sois amigos?

A Mara todavía le resulta difícil asumir esa realidad, durante años ha pensado —y como ella, media facultad— que los dos era enemigos íntimos, dos personas eternamente enfrentadas por sus ideas políticas. La idea de concebirlos a ambos saliendo, divirtiéndose y compartiendo las típicas experiencias de jóvenes borrachos le resulta muy marciana.

El hombre le da un trago larguísimo a la jarra, menudo saque tiene el tío.

—Podría decirse que es mi mejor amigo —asiente, dejando la cerveza de nuevo sobre la mesa—. De hecho creo que mi hermana le quiere más que a mí.

—¿Tienes una hermana?

—Sí, soy el mayor de tres. Mis hermanos pequeños son mellizos, chico y chica.

—¿Y cuánto te llevas con ellos?

—Siete años —hace una mueca con la cara, pensativo.

—¿Tenéis una buena relación?

—Y... somos muy diferentes —suspira, ladeando una sonrisa—. Mi hermano dentro de lo que cabe es más llevadero, pero mi hermana... Tiene un carácter de mierda, siempre hace lo que le da la gana. A pesar de todo tenemos muy buena relación, somos una familia bastante unida. ¿Tú tienes hermanos?

—No, qué va, soy hija única.

—La princesita de la casa entonces, ahora entiendo muchas cosas.

Mara enarca una ceja, ya se ha bebido más de la mitad de su cerveza y el alcohol comienza a desinhibirla. Quizás la cita no termine siendo tan desastrosa después de todo.

—¿Qué cosas entiendes?

—A los hijos únicos por norma general os cuesta mucho aceptar un no. Por ejemplo Julio, si le dices a algo que no se encabrona muchísimo, también tuve una novia, cuando era muy joven, que era hija única y tenía la misma manía. Tengo esa teoría, que no estáis para nada acostumbrados a que os lleven la contraria, así que cuando alguien lo hace siempre os rebotáis de mala manera.

—Eso no es para nada verdad, yo llevo muy bien las críticas.

Ahora el que enarca una ceja es él, justo antes de echarse a reír.

—Bueno, me voy a callar —carcajea, haciendo que la chica frunza el ceño.

—Yo solo me impongo ante lo que pienso que no es justo, ya está.

—Que sí, que sí —vuelve a beber otro trago enorme—, no te voy a llevar la contraria.

—Qué idiota.

Y él vuelve a reír, la verdad es que no es la primera vez que alguien le insinúa que por ser hija única está malcriada, todo el mundo suele recurrir siempre a ese tópico. A ella no le gusta admitirlo, pero en cierto modo es verdad. Tampoco debería extrañarle a nadie, cuando no tienes más competencia en casa todas las atenciones, regalos e inversiones son para ti. Incluso si tu familia no está montada en el dólar, como es su caso, al final los niños tienen una vida bastante plena precisamente porque sus padres no han de invertir en otras personas.

Se termina la cerveza, esperando a que salga el camarero para pedir otra de inmediato. Si se pasa demasiado luego no podrá parar de mear en toda la noche, pero vale la pena con tal de apartar el estrés. En cuanto vuelve a la conversación, se percata de que Carlos no deja de mirarla. El tipo tiene los ojos puestos en ella, no aparta la vista ni un segundo, lo que la incomoda bastante. Detesta que la gente sea tan directa gestualmente, nunca sabe cómo reaccionar bien.

—Me sorprendió bastante que aceptases salir conmigo —dice de repente, y sus palabras caen sobre ella de golpe, como un montón de ladrillos. No se esperaba para nada que fuese tan directo nada más empezar.

Mara baja la cabeza, realmente no sabe qué contestar, hasta ella misma está sorprendida de haber accedido.

—A mí también me sorprendió que tú me lo pidieras.

—¿Por qué?

Qué hijo de puta, piensa, se le ha adelantado. Con los nervios no está fina, normalmente es ella la que lleva el control de las situaciones, pone incómoda a la otra persona, hace preguntas con doble sentido. Pero Carlos está evidentemente mucho más tranquilo, así que juega con ventaja.

—Pues no sé... A ver... o sea... —titubea sin parar. Qué patético, se siente como una adolescente—. Supongo que... Bueno, normalmente cuando termino en casa de alguien... pues así, no nos volvemos a ver.

—Pero te pedí el teléfono y te dije que me gustaría quedar contigo de nuevo —cuando lo mira él está sonriendo. La está poniendo entre la espada y la pared aposta.

—Bueno, hay quien dice esas cosas por decir, no sé.

—Oye, no quiero que te sientas incómoda —su tono cambia radicalmente, adquiriendo una connotación más suave. Se arquea ligeramente hacia delante, acercándose a ella—. Mara, a mí me gusta dejar las cosas bastante claras, soy una persona muy directa. No sé si a ti te parece mal eso, hay gente que...

—Me parece muy bien —lo interrumpe, aunque en realidad no se siente preparada para afrontar la conversación que, sabe, él quiere tener. No obstante, es la primera vez en muchísimos años que conoce a un tío dispuesto a hablar las cosas como gente adulta, por lo que una parte de ella no quiere desaprovechar la oportunidad. Si algo aprendió con Jaime es que cuando se dejan las cosas siempre para otro día, al final se diluyen tanto en el tiempo que parece no tener sentido hablar de ellas, aunque se hayan quedado en los pilares, corrompiéndolos desde la base—. Habla.

Carlos asiente mientras llega la siguiente cerveza, que Mara consume con ansiedad. El hombre vuelve a tomar cierta distancia.

—Todo lo que pasó el otro día... Bueno, ya te lo dije, no fue porque estuviésemos borrachos. Evidentemente eso ayudó, pero yo no me acuesto con nadie solo porque vaya como una cuba —asegura, mirándola para asegurarse de que todo está en orden—. Si te soy sincero tampoco estaba muy seguro de pedirte una cita cuando pensé las cosas más fríamente. Eres mucho más joven que yo... Digo, nos llevamos unos ocho años, que tampoco es mucho y tú eres una adulta, pero yo nunca he salido con chicas que me llevasen más de dos o tres, no es mi estilo. Además has sido alumna mía, lo que suena a fetiche rancio, y eso sí me tiraba más para atrás. En otras circunstancias probablemente lo hubiese dejado ahí, pero la verdad es que... En fin, tenía interés en ti.

—¿Interés?

El hombre suspira, Mara tiene la sensación de que se está reprendiendo a sí mismo, como si hubiese hablando de más. En cuanto se queda callada, puede escuchar el sonido de su corazón bombeándole con fuerza, vuelve a ser un manojo de estrés andante, toda esa situación la tiene clavada a la silla, tensa, ansiosa, probablemente esté ganando muchas canas esa noche.

—Qué cagada —ríe de forma nerviosa—. Mira no sé, siempre he pensado que eres una tía muy interesante. Lo que pasa es que yo tengo una ética muy estricta, no me relaciono con mis alumnos. A Julio le da igual, pero no compartimos código moral, ¿entiendes? Yo no coqueteo, ni me voy de cervezas, ni tengo charlas sobre la vida. No me parece, tampoco me siento cómodo. Así que bueno, nunca se me pasó por la cabeza... Vamos, ni de coña, jamás. El otro día pues iba ciego, tú ya has terminado el curso, están las notas puestas... Probablemente el año que viene ni coincidamos por los pasillos, así que me dejé llevar. Lo que quiero dejar claro es que me gustaría conocerte, sin más, sin expectativas de ningún tipo. Quizás nos caigamos realmente mal, o quizás no, pero quiero ver qué pasa. Solo eso, ver qué pasa, y el tiempo ya nos dirá.

La primera vez que Mara intentó hablar con Jaime sobre lo que había entre ellos, sin compromiso ni exigencia ningunos, él le respondió con evasivas. En otra ocasión le preguntó que si estaba de fiesta y por eso se ponía intensa, luego hubo otra en la que le recriminó que quisiese echarle cosas en cara. Más allá de esa nefasta relación, la chica siempre ha obviado el hablar de nada con sus ligues, porque estos parecían tenerle un miedo atroz a la madure emocional, por lo que le daba mucha pereza iniciar una discusión tonta por nada. Que Carlos sea tan abierto no solo le gusta, sino que también le crea cierta tranquilidad. Ella es de hablarlo todo, porque su carácter ansioso no tolera vivir en la incertidumbre, en el no saber qué está pasando. Si bien no necesita controlarlo absolutamente todo, lo único que calma su malestar es tener al menos una idea de por dónde se está moviendo.

Aunque le sigue resultando algo violento hablar de todo tan pronto, en cierto modo se siente mucho más relajada que antes.

—La verdad es que para mí... no sé, es un poco raro —se atreve a decir, todavía sin mirarle—. Digo, que seas tú sabes, nunca me lo había planteado, ni se me había pasado por la cabeza. No te ofendas.

—Hace falta bastante más para minar mi autoestima —contesta, sonriendo—. A mí también me sorprendió mucho, pensé que me odiabas.

—Me caías bastante mal, pero tanto como odiar pues tampoco.

—¿Entonces ya no te caigo mal?

Mara lo mira con cara de circunstancias, qué imbécil de verdad. Él se echa a reír porque evidentemente esperaba una respuesta así y ha conseguido precisamente lo que quería.

—Digamos que eres el tipo de chico que todo padre querría para su hija —responde, con cierta malicia—. Todo padre, claro, excepto el mío.

—¿Entonces cuando eras adolescentes en lugar de salir con los chicos malos que fumaban porros en la puerta del cole e iban en moto te liabas con los alumnos de matrícula para joder a tu padre?

Mara se esfuerza por reprimir una sonrisa.

—Yo no necesitaba salir con el chico malo con moto, yo era el chico malo con moto. Tenía una Yamaha guapísima para ser exactos.

—Ahhh —el hombre abre mucho los ojos—, ahora se explica todo.

Carlos se termina la jarra de un trago, mientras observa a Mara con diversión. Ella desvía ligeramente la vista, aunque se siente un poco más relajada.

—Maravillas.

—Primera regla —le advierte, alzando su dedo índice—. Me llamas Maravillas y te parto la cara, ¿estamos?

—Me parece correcto —asiente con solemnidad—. Te iba a decir... Tengo vino y cervezas en mi casa, también cosas de comer por si tienes hambre. ¿Te apetece que vayamos cuando termines eso?

Esta vez no necesita ir borracha para tenerlo claro.

—Sí, por qué no.




Fanny había conocido al hombre que tiene delante muchos años atrás, cuando este apenas levantaba dos palmos del suelo y tenía la dentadura tan rota como vacíos los ojos. Con los años ha logrado disimular lo primero gracias a las carillas de porcelana, pero sus ojos siguen permanentemente huecos, con un vacío casi inexpugnable que te congela si juegas demasiado a mirar qué puede haber más allá. Ni siquiera cuando era apenas un crío sus ojos reflejaban atisbo de inocencia, cree que la perdió demasiado pronto como para poder siquiera saber lo que es. Hay hombres que son niños por siempre y niños que se convierten en hombres demasiado pronto, y él pertenece al segundo grupo.

El hombre tira el cigarro al suelo, apagándolo con el puntapié. Alza la cabeza, hoy no va vestido de forma habitual, con esa pulcritud que casi parece de anuncio, ni la ropa perfectamente combinada. Parece sacado de una vieja película sobre rateros de los setenta, con la camisa colorida abierta hasta medio pecho, las cadenas de oro a la vista, lejos de intentar ocultarse como de costumbre, y el pelo echado hacia atrás de forma apresurada, sin reparar mucho en el resultado. Es su uniforme de batalla, el que nadie ve nunca. Está preparado para la guerra.

—Me voy ahí atrás —anuncia, levantándose del taburete mientras mira el reloj dorado que se ha colocado en la mano izquierda. Ese enorme, que debe pesar un quintal, pero que jamás utilizaría ni borracho para ir a la televisión porque ante todo hay que aparentar—. Cuando lleguen acuérdate de tirar la copa al suelo.

Normalmente, Fanny llega al local casi al mediodía para comenzar a prepararlo todo. Sin embargo, hoy es un día especial, hoy saben que vendrán quienes han estado enviando los anónimos, por ello están allí a primera hora de la mañana. La mujer apenas ha dormido, pero la tensión le impide sentirse cansada, tiene la adrenalina por las nubes. No es la primera vez que se enfrenta a una situación así, con el peligro latiéndole en la piel mientras esos mismos latidos le gritan que huya despavorida sin mirar atrás. Es una sensación tan aterradora como agradable, quizás fruto de cierto masoquismo que se adquiere cuando se vive una vida llena de altibajos.

Se dedica a limpiar las copas, con movimientos rutinarios, casi robóticos. Siente como si cualquier tipo de sonido se hubiese esfumado, quedándose un silencio ensordecedor, apenas interrumpido por sus propios latidos. Cuando la puerta se abre, la mujer tiene que hacer malabares para que no se le caiga la copa.

Todavía no.

No reconoce a los tres hombres que aparecen, nunca los ha visto por ahí. Los tres son altos, de espaldas cuadradas y torsos trabajados, entrenados seguramente para nada bueno. No son matones cualquiera, estos visten de forma elegante, colores oscuros, ropa no muy estridente pero lo suficientemente cómoda como para reaccionar debidamente si hace falta. Sabe que han esperado el momento oportuno para encontrarla sola en el local, que deseaban tenerla ahí, a su merced, para poder dar un aviso más grande. Fanny les está dando lo que querían, por eso se han mostrado por primera vez.

Retrocede, impresionada por la presencia. Es el del medio, que también resulta en más bajito, quien toma la voz cantante tras posar su codo sobre la barra.

—Al fin nos conocemos.

Su voz suena rasposa y neutra. Es moreno, de unos cuarenta y tantos años, con incipientes entradas que le llegan hasta la mitad de su cabeza. Tiene la cara menuda y los rasgos rectos. Cuando se quita las gafas de sol, muestra unos ojos inexpresivos, como los de alguien que ha matado sin sentir absolutamente nada en el proceso. Fanny conoce esa mirada, la ha visto en muchas personas a lo largo de su vida.

—¿Quién os envía? —Se apresura a preguntar ella, haciéndose la digna por un momento.

El hombre sonríe, Fanny siente como los otros dos se separan de él, intentando acorrarlarla de alguna manera. No esperan que salga viva de ahí, o al menos no entera.

—Entenderá que no es algo personal —comenta el tipo, colocándose unos guantes negros, los otros dos se meten dentro de la barra—. Pero su querido socio, el señor Álvarez, se ha metido con las personas equivocadas.

Cuando siente a los otros dos a punto de agarrarla, Fanny deja caer la copa, deseando que todo salga bien, porque como la cosa se vaya de las manos quizás ella no vuelva a casa esa noche.

—¿Y se puede saber qué personas son tan importantes como para cobrarse un homicidio?

La voz masculina capta la atención de los tres hombres. Antes de respirar, Fanny aprovecha la distracción para precipitarse hacia la pistola que tiene siempre guardada bajo la barra, apuntando con ella a uno de los hombres. El otro, al reaccionar, echa un paso hacia atrás ante el inminente peligro que sufre su compañero.

El que estaba hablando, por el contrario, no parece tan sorprendido como los otros dos. Fanny comprende entonces que debe ser el único informado debidamente.

—Pero si es Raúl Álvarez —lo mira de arriba abajo, alzando una ceja—. Te hacía más bajo.

—La tele encoge —responde el aludido, lleva las manos metidas en los bolsillos, como si estuviese dándose un paseo tranquila. A Fanny no le tiemblan las manos, a pesar de los años su sangre fía sigue intacta—. Me vais a disculpar, pero me parece una falta de respeto enorme que halláis entrado en un local cerrado sin tan siquiera llamar a la puerta.

Raúl se acerca al hombre, colocándose justo delante de él. Es un poco más alto, aunque no mucho, pero lo suficiente como para que lo mire con cierta suficiencia. Sin embargo, el comentarista del corazón más odiado de España no emite más expresión que la absoluta indiferencia, eso hace que a Fanny se le pongan los pelos de punta. Algo muy malo va a pasar a continuación, puede sentirlo.

El matón le planta cara, aunque con la misma tranquilidad, sin alterarse ni un poquito. Se acomoda la americana, midiéndose con el otro.

—Anda, dile a la chica que baje el arma, pórtate bien chaval.

Raúl sonríe, ladino, con ese irónico que le pondría las manos de punta a cualquiera que lo conozca lo suficiente como saber que ese gesto solo augura catástrofes. Sus manos siguen metidas en los bolsillos y Fanny sujeta la pistola con una seguridad que no sabe muy bien de dónde ha sacado.

—No creo tener potestad para ordenarle nada —se encoje de hombros—. Siento no poder complacerte.

Hay una tensión extraña en el ambiente que se le hace pesada, en todos lados parece decir que algo va a pasar y eso es solo la calma precediendo a la tormenta. Fanny observa al tipo que tiene detrás, el cual tiene la vista fijada en el que parece el jefe de los tres, esperando una señal para saber qué hacer. Teniendo a su compañero amenazado no puede moverse, lo que evidentemente le frustra.

—Vamos a hacer una cosa —Raúl acorta más distancia todavía con el tipo que tiene delante, quedándose prácticamente pegado a él—, tú me dices quién os envía y yo me olvido de vuestra mala educación. Hoy me siento generoso, fíjate tú, lo mismo si sois buenos os invito a una copa.

El hombre no se amedrenta, sino que suelta una carcajada ante las palabras de Raúl. Todos los están observando, lo que ellos hagan dictará la sucesión de acontecimientos. Raúl y él se miran intensamente, hasta que es el segundo quien da el primer paso, llevándose la mano hacia el interior de su americana. Sin embargo, Raúl es mucho más rápido. En un ávido movimiento, saca la mano derecha del bolsillo, con la cual sujeta una enorme navaja, y le atesta el primer pinchazo en el vientre.

Todo lo que sucede a continuación resulta de lo más caótico. Fanny se abalanza sobre el hombre al que tenía amenazado, cogiéndolo para colocarle el cañón sobre la sien, mirando al otro que, también con una pistola sacada, los apunta amenazadoramente. Fura de la barra, el tipo bajito se ha tirado sobre Raúl a pesar de estar desangrándose, pero este sabe muy bien cómo aprovechar su ventaja. Lo agarra del cuello, estampándole la cabeza sobre la madera. Luego lo coge por la chaqueta y lo tira al suelo, atestándole una patada justo en el punto dónde le ha clavado la navaja.

Fanny ya no puede ver lo que sucede, pero escucha la voz de su amigo algo ronca.

—¿Me lo vas a decir ahora o quieres que sigamos jugando?

Lo único que escucha como respuesta es un quejido, intuye pues que Raúl debe estar pegándole más. Ve a su amigo incorporarse, tiene las manos manchadas de sangre, también parte de su ropa. Le asienta un puntapié al otro hombre, logrando que este exhale un gemido de dolor. Luego le atesta otro, y otro, está verdaderamente desatado. Fanny piensa que no lo veía así desde hace años, esa mirada inyectada en sangre, la mandíbula en tensión. Está dejando escapar su propia esencia, la bestia que siempre intenta mantener mansa en su interior.

Cuando deja de pegar a su adversario, se queda quieto unos instantes, recobrando el aliento mientras peina su pelo hacia atrás con la mano.

—No sueltes a ese mierdas —le espeta, mirándola de reojo mientras se dirige hacia el único que ha quedado libre—. Dime quién cojones os ha enviado o te juro que de aquí no salís ni uno.

Raúl entra en la barra dando un par de saltos en lugar de bordeándola, para colocarse frente al tipo.

—Sabes que no he podido coger la pipa —le dice el hombre—, ¿me vas a pinchar sin que pueda defenderme?

Raúl se limita a sonreír con arrogancia.

—No me seas simple.

A continuación lo coge de la cabeza, utilizando todas sus fuerzas para estampársela contra el borde de madera que tienen al lado mientras le mete un rodillazo en el estómago que lo deja totalmente paralizado. De la ceja del hombre sale inmediatamente un chorro de sangre, pero eso no hace que Raúl se detenga. Le propina un puñetazo, y otro, seguido de varios más. Parece dispuesto a matarlo, como si no pudiese detener sus propios impulsos. La cara del tipo empieza a estar totalmente deformada, con la sangre manchándole todos sus rasgos, impidiendo verlos bien.

Lo coge de un brazo, arrastrándolo hacia fuera de la barra. Entonces procede a meterle varias patadas, como ha hecho previamente con su colega. Fanny se da cuenta de que los ha dejado inconscientes aposta.

Cuando termina, Raúl está manchado de pies a cabeza, y Fanny recuerda más que nunca al muchacho con el que se cruzó aquel día de verano, aquel a quien le faltaban un par de dientes y tenía el ojo morado.

—Solo me quedas tú —alza las cejas, hablándole al que Fanny tiene totalmente paralizado.

El hombre salta la barra de nuevo,

—Dame la mano —ordena, el tipo le envía una mirada de odio—. He dicho que me des la mano. Bueno, las manos mejor. Ahora, eso o te mato.

El tipo obedece, alzando las manos. Y Raúl, como si estuviese desollando a un cerdo para la matanza, le clava la navaja en la derecha, atravesándole completamente. El tipo exclama un bramido de dolor. Fanny tiene que sujetarlo bien para no se mueva. Antes de que pueda reaccionar, Raúl le atraviesa la otra. Lo toma por el pelo entonces, dándole vía libre a Fanny para soltarlo.

—Escúchame, pedazo de mierda —le susurra en el oído, con las mandíbulas apretadas—. Vas a coger a los dos cadáveres de tus colegas, se los vas a llevar a tu jefe y le vas a decir que si tiene huevos se presente él mismo. Dile que como vaya otra vez a por mi familia a mis espaldas pienso encontrarle y destrozarle la puta vida, ¿te ha quedado claro?

El hombre no responde, la sangre está por todas partes, pero Fanny sabe que no puede bajar la pistola.

—¡He dicho que si te ha quedado claro! —Raúl le atesta un rodillazo en la entrepierna, dejándole caer al suelo después.

El tipo asiente, agarrándose las manos como puede. Raúl mira entonces a Fanny, que por primera vez baja el arma. Parece tranquilo, seguro, está en su elemento, aquel en el que sabe moverse mejor que nadie.

Ella lo mira todavía sin saber qué decir, todo ha sido muy rápido, demasiadas emociones en un momento. Pero no hace falta, pues es él quien habla. Tranquilamente, se saca un cigarro, que mancha parcialmente con la sangre que tiene entre sus dedos. Se lo lleva a la boca sin pudor, encendiéndoselo con calma. Le da un par de caladas, mirando después el tipo que se retuerce justo a sus pies, para finalmente devolverle la vista a su amiga.

—Tenemos basura que sacar —le comenta, como el que habla sobre el tiempo.

Y Fanny sabe que, por un momento, él ha vuelto. Y eso solo es el comienzo. 


واصل القراءة

ستعجبك أيضاً

108K 9K 32
Ochako Uraraka e Izuku Midoriya son unos de los muchos estudiantes de la famosa academia de héroes de Japón. Desde que ambos se conocieron sus vidas...
9.5K 1.2K 8
¿Como dos extraños pueden tener tanto en común? Cuando los gustos se refinan y el deseo nos domina, nos desconocemos, pero sale nuestra verdadera ese...
121K 12.6K 50
A las chicas como Emily Foster no les suele pasar nada especial. O así es hasta que lo único que encuentran de ella es su pijama ensangrentado. Su po...
155K 26.5K 68
❝Jacobo está listo para bajar a la Tierra y ser el cupido perfecto para su humana... hasta que la conoce en persona y nota que encontrarle el amor se...