30 días después del fin del m...

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¿Qué harías en un mundo sin internet, sin tráfico, con todas las posibilidades de un nuevo comienzo? Para Oma... More

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Ya pasaron un par de meses desde el final, la vida como la concebía cambió por completo. El ritmo de los días se volvió tan pausado que reconforta y me siento afortunado de estar aquí. Aunque quizá este texto no lo lea alguien, siento la necesidad de plasmarlo, de proyectar de alguna manera este cambio, de tratar de responder mis dudas sobre ¿por qué soy uno de los sobrevivientes? ¿Cómo lo logré? ¿Qué acontecimientos me esperan? ¿En realidad ya todo terminó?

Todo sucedió tan rápido que hay momentos que siguen difuminados en mi memoria, sin embargo existen otros que permanecen indelebles. En algún momento creí que el resurgimiento de los discursos de odio acabaría con el mundo; que los enfrentamientos alimentados por racismo, misoginia, homofobia, la corrupción y la crisis económica mundial serían nuestro final. No fue así. Hace cerca de seis meses que las noticias anunciaban un brote desconocido, un virus cuya rapidez no permitió el estudio adecuado para una cura. Tengo 50 años y he conocido e incluso vivido el suficiente número de tragedias como para saber que esto era algo diferente. De naturaleza paranoica, temerosa, con la misantropía coqueteando, seguí mis instintos de supervivencia mirando un devenir fatal, y por primera vez no fallé. Conforme avanzó el caos me hice de alimentos, reforcé mi pequeño departamento, al grado de comprar un generador de electricidad, que adquirí vendiendo algunas de mis preseas más valiosas, hasta deshacerme de mi auto. De eso último me arrepiento.

Las noticias eran confusas, nadie sabía a ciencia cierta que sucedía. Tanto los gobernantes como los líderes de organizaciones religiosas lo utilizaron para sembrar miedo. En aquellos que los escuchaban demandaban que regresaran al "camino de la luz" para salvarse de la epidemia. Sin embargo el virus cual naturaleza propia, no respetaba credos ni estratos sociales. El terror aumentó cuando celebridades, figuras públicas o políticos que parecía intocables, comenzaron a perecer. Hubo quienes decidieron terminar con la agonía inclusive antes de ser contagiados. Permanecer en calma era un reto pero sabía que era lo único que podía hacer.

Siempre estuve alejado de los demás así que no fue complicado permanecer en casa y nunca abrir la puerta cuando la pesadilla llegó a la localidad. Las empresas comenzaron a colapsar y el mercado financiero se convirtió en una jungla donde poco salieron vivos. Las noticias mostraban los saqueos, la desesperación, el caos. Paulatinamente se dio la gran purga, como la llamo. El tiempo en que al paso de las semanas los sonidos cesaron, el ajetreo diario pareció pausarse mientras la gente desaparecía. En algún momento me sentí culpable de manera indirecta, que mi egoísmo y temor me hicieron refugiarme, pero quizá eso fue justo lo que me salvó.

La tensión aceleró el proceso cuando los medios de comunicación dejaron de funcionar. Aunque la energía eléctrica permanece, los enlaces quedaron dañados. Los países comenzaron un proceso para encontrar la cura, y al llegar siempre a un tope, decidieron proteger sus terrenos creando enfrentamientos e invasiones que jamás se alzaron hacia otra guerra porque el tiempo los alcanzó. El internet, la televisión, todo aquello se esfumó de pronto en mi localidad, y entonces no hubo manera de saber que pasaba más allá. El panorama era desolador, sin embargo al momento no hay algo que confirme mis sospechas más perturbadoras.

En las últimas semanas he visto apenas un par de personas a lo lejos, pero nadie provoca un acercamiento, el miedo y la incertidumbre aun nos paraliza. A veces los veo, a veces no me cruzo con alguien. Hoy que decidí empezar a plasmar mis días por escrito, quiero también comenzar una nueva etapa de mi vida. Estoy harto del encierro, y aunque mi temor me limita a salir más allá de mis fronteras, creo que es inevitable.

Una de las primeras reglas que rompí en la desolación fue explorar los bienes ajenos. No me siento orgulloso de ello. Pero la curiosidad me cobró al comienzo, al descubrir cadáveres en algunas casas que decidí irrumpir, aunque confieso que jamás he robado más allá de los bienes necesarios. El dinero perdió su valor. Los lujos parecen ahora más innecesarios que antes.

Hoy tan solo decidí recordar, subirme al techo del edificio, que bien podría ser de mi propiedad ante la ausencia de los dueños del resto de los departamentos, y mirar el amanecer y reflexionar. La vida como la conocía se esfumó y el potencial de reescribir mis reglas no tiene límites. 

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