Si no tardas mucho

Por sacodehuesos79

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Si no tardas mucho, te espero toda la vida. Esta pequeña escena, no tiene nada que ver con Seis Años y una... Mais

Si no tardas mucho
Someone like you
La paz de verte dormir
Say something

Down the rabbit hole

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Por sacodehuesos79

Bajar por la madriguera del conejo: entrar en un situación o iniciar un proceso o viaje que es particularmente extraño, problemático, dificil, complejo o caótico, especialmente uno que lo es más a medida que se desarrolla, es una alusión a Alicia en el Pais de las Maravillas de Lewis Carrol. 

Reclamaciones, en caso de haberlas a la señorita @louanelimon, ella me obligó. 


El 23 de octubre llueve a cántaros en Miami.

Aitana solo tiene la idea de la ciudad que le han trasmitido películas y series de televisión y no logra reconciliar las imágenes de largas playas doradas con la cortina de lluvia que cae tras los cristales del hotel.

Al parecer es bastante común en esa época del año, le explica el camarero que le sirve la cena y probablemente mañana la ciudad amanezca bajo un sol espléndido.

Picotea la cena sin apenas apetito a pesar del aspecto suculento de la misma.

Echa de menos a Olga, piensa extrañada.

Después de su pequeña escapada en Buenos Aires, su prima y ella tuvieron una tremenda discusión sobre el control que Aitana está dispuesta a permitir en su vida privada que no termino bien. En realidad terminó terriblemente mal. 

Se intercambiaron reproches, algunos de ellos reprimidos durante los dos últimos años y como resultado Olga decidió regresar a España en cuanto Armand enviase a otra persona de la agencia que la sustituyese como acompañante.

En realidad, Aitana cree que Olga estaba convencida de que antes de que llegase su nueva acompañante, a su prima pequeña se le habría pasado el capricho y le pediría que se quedase con ella.

Y es cierto que, durante esos tres días que tardó en llegar Nieves, que así se llama la persona enviada por Armand, Aitana tuvo tiempo de reflexionar sobre la situación y sobre su discusión con Olga.

Fue precisamente por ello que el mismo día que su prima cogía el vuelo en el aeropuerto de Buenos Aires, Aitana la invitó a comer al mejor restaurante de la ciudad e hizo lo que la propia Olga llevaba tanto tiempo pidiéndole que hiciera.

Separó su vida personal de su vida profesional.

Y la despidió agradeciéndole su trabajo en los últimos dos años.

Pero ahora, ya instalada en el hotel de Miami y, aun tranquila con su decisión, echa de menos a Olga, su prima, la que la acompañaba a buscar galletas oreo en medio de la noche a pesar de la charla sobre comida sana que la hacía soportar en el camino de vuelta, la que se quedaba despierta con ella para ver películas malas aunque hacía comentarios ácidos sobre los fallos del guion.

Pero lo que valía para la chiquilla de dieciocho años que salió de la Academia, no es, necesariamente, válido para la mujer de más de veinte.

Por muchas razones.

Una de las cuales no le ha contestado al teléfono ninguna de las tres veces que lo ha llamado desde que aterrizó en Miami.

Aunque prometió esperar toda una vida.

Aparentemente, toda una vida tenía fecha de caducidad hacía un par de días.

Aitana sonríe educada al camarero que retira el primer plato, casi intacto y espera a que le sirvan el segundo. Que probablemente también devolverá sin probar.

Desde que llegó tiene el estómago cerrado por los nervios.

Armand sabía lo que hacía cuando envío a Nieves como sustituta de Olga. Es una mujer con ideas claras que no tiene problemas en distinguir lo personal de lo profesional. Informa a Aitana de su agenda, se asegura de que llegue a tiempo a sus compromisos e incluso le da conversación en las largas horas de vuelo para ayudarla a mantenerse tranquila.

Pero la deja sola en todas las comidas.

Así que para no parecer absolutamente patética se dedica a revisar sus redes sociales mientras revuelve el contenido del segundo plato para no ofender al camarero.

Lo cierto, sospecha, es que al camarero le importa una mierda lo que ella haga con su comida.

Pero, joder, odia comer sola y está convencida de que todos los que están a su alrededor sienten lástima porque no tiene compañía.

Revisa Instagram primero con su cuenta falsa y ve la última publicación de Luis posando en un kayak en Miami Beach. Pálido después de meses de gira, pero sonriendo igualmente a la cámara. Recorre suavemente con su dedo índice los contornos de su cuerpo en la foto intentando recordar cómo era la sensación con piel real bajo las yemas de sus dedos. Acaricia la barba de tres días evitando estudiadamente el corazón en el centro de la fotografía. Y da un sorbo al vaso de agua que tiene enfrente antes de pulsar dos veces la pantalla por fin y recrearse en los huesos de la cadera que asoma justo debajo de la cintura del bañador.

Menea la cabeza y esconde una sonrisa en el vaso de agua pensando que lleva tiempo sin echar un polvo en condiciones si está encontrando placer en una absurda publicación de Instagram.

Demasiado tiempo.

Aunque había esperado que eso cambiase al llegar a Miami.

Pero, el muy imbécil, tampoco contesta a sus mensajes.

Revisa rápidamente las publicaciones de Twitter evitando con soltura las publicaciones que sabe que le van a hacer daño.

Se pregunta cuando tiempo tendrá que seguir fingiendo interés en la comida antes de escapar a su habitación a hacer exactamente lo mismo pero tumbada en la cama.

Quizá se dé un baño de espuma. Puede. Y se masturbe como cualquier mujer sana de su edad. Y quizá después de un par de orgasmos deje de secársele la boca al pensar en el absurdo bañador de abuelo de Luis Cepeda Fernández.

Está a punto de bloquear la pantalla del móvil cuando intuye a través del flequillo que alguien se ha sentado en la silla de enfrente.

Resiste el deseo de poner los ojos en blanco y bufar ante lo que sin duda se trata de un admirador bien intencionado con un sentido equivocado de los límites.

Por lo menos cuando Olga estaba allí no la molestaban durante las comidas. Pero ahora tendrá que sonreír y buscar alguna excusa para escapar del comedor lo antes posible.

Sin embargo, para su sorpresa, cuando levanta la vista con el pretexto perfecto en la punta de la lengua se encuentra a un hombre muy, pero que muy atractivo, sentado frente a ella.

- Disculpe mi atrevimiento, pero la he reconocido y solo quería saludarla señorita Ocaña.

Es muy correcto, desde luego, pero Aitana sabe, por experiencia que si se muestra excesivamente amistosa es probable que no se pueda deshacer de él. De modo que hasta que averigüe más sobre sus verdaderas intenciones es mejor mostrarse cauta.

- No se preocupe- esboza una sonrisa que espera que no sea excesivamente acogedora y se reclina el respaldo de su silla.

- Estoy interrumpiendo su cena, lo siento, es solo que la admiro mucho y quería decírselo.

Es mayor que ella. Unos cuantos años. No demasiados. Y tiene una sonrisa francamente bonita.

- Me preguntaba si puedo invitarla a tomar algo en el bar del hotel.

El bar del hotel está en un edificio anexo para no molestar a los que duermen en las habitaciones. Aitana mira hacia afuera donde la tormenta ha cedido un poco de intensidad, pero parece poco probable que sean capaces de alcanzarlo sin mojarse.

Observa nuevamente a su compañero de mesa y esboza una sonrisa que quiere ser algo coqueta, aunque no sabe si recuerda como recrear esa emoción concreta.

- ¿Por qué no? - responde encogiéndose de hombros.

Se ponen de pie a la vez y descubre que es varios centímetros más baja que él. Ninguna novedad.

El hombre no deja de ser un perfecto caballero cuando abre la puerta que conecta el restaurante con el patio y la deja pasar. Aitana acepta el gesto limitándose a levantar una ceja.

Revisa el teléfono una vez más antes de guardarlo en su chaqueta. Sigue sin haber mensajes ni llamadas nuevas.

Si la vida te da limones piensa... siempre puedes tirarte al hombre que se acaba de sentar contigo a cenar.

El bar está a unos trescientos metros. Lo distinguen por las luces a lo lejos porque entre la oscuridad del cielo de tormenta y la noche que ha empezado a caer, apenas pueden ver nada más a su alrededor.

Aitana solo espera no caerse a la piscina y hacer un ridículo espantoso.

Apenas han recorrido cincuenta metros cuando el diluvio universal comienza a descargar su justicia bíblica sobre Miami.

No puede evitar preguntarse si se trata de un castigo divino por los pensamientos que está teniendo.

La virtud de sus pensamientos no mejora cuando ve que la lluvia que cae hace que la camisa del joven se pegue a su cuerpo como una segunda piel.

Sube la mirada algo ruborizada y se encuentra con unos ojos marrones que la observan con la misma intensidad.

Porque algo similar le ha pasado a su vestido.

Y, definitivamente, lleva mucho, demasiado, tiempo sin sexo, porque no le parece una mala idea cuando él se le acerca mucho, demasiado.

Y la sangre no le puede estar llegando al cerebro correctamente, porque retrocede los mismos pasos que él avanza hasta que su espalda se encuentra con la pared del hotel, donde la lluvia solos les moja un poco menos.

Y claramente, la ausencia de Olga debe estar afectándola más de lo que pensaba, porque no pone ningún impedimento cuando él recoge una de las gotas de lluvia que ha caído en su escote y la pasea por el borde del vestido confundiéndola con el resto de las gotas hasta llegar a su clavícula donde dibuja círculos con su pulgar sin quitarle la vista de encima.

Aitana se muerde el labio inferior intentando parecer sugerente, pero él no debe estar muy de acuerdo porque se acerca lo suficiente para liberarlo con su propia boca.

No hay nada de malo en dejar que lo haga, claro, pero no es eso lo que necesita en ese momento y fingiendo una seguridad que, en realidad, no siente, lleva su mano al pantalón de él donde no encuentra un cinturón que interrumpa sus indagaciones.

Durante unos segundos se mantienen la mirada en la penumbra. Aitana podría jurar que él parece sorprendido por su atrevimiento, pero parece considerar que tiene a una de las mujeres más deseadas del planeta, mojada de pies a cabeza, con las pupilas dilatadas y la mano acariciando los huesos de su cadera.

A caballo regalado...

La empuja un poco más contra la pared, lo justo para poder pegar una de sus piernas a su vestido mojado y ataca con ansia la misma clavícula que acariciaba hace tan solo unos instantes.

Aitana no se reconoce a si misma cuando busca acercarse más para intentar restregarse contra su pierna. Su gata en celo solía ser más discreta.

Pero joder, hace mucho, mucho tiempo.

O no tanto, o no sabe, o no puede pensar en ese momento en que él ha ido más allá de los límites de su escote y se pelea a la vez con su sujetador y con su propia ropa.

Parece imposible con el ruido de la lluvia que les rodea, pero en sus oídos suena atronador el sonido de una cremallera abriéndose y sabe que, si hay un buen momento para parar, sin duda se trata de este.

Niega con la cabeza más para sí misma que para él, que no encuentra resistencia cuando la levanta y hace que el peso de su cuerpo descanse en sus caderas.

Sus cuerpos buscan acomodo, unos instantes, hasta encontrar la postura perfecta. Aitana se deja hacer mientras él establece un diálogo mudo con sus pechos. Levanta la vista al cielo que se derrumba sobre su cabeza y como ya empezó a llover hacer un buen rato, piensa que no puede tratarse de un castigo por sus pecados.

Al menos por este pecado en concreto.

Seguro que tiene otros que expiar.

Pero ya se confesará en otro momento que ahora tiene que disfrutar de unas manos virtuosas que se despistan en sus muslos de camino a su ropa interior. Y cuando llegan...llegan.

No se fijó en sus manos cuando le vio sentado frente a ella. Pero ahora que están dentro de ella puede imaginar perfectamente su tacto y su tamaño.

Agradece la noche y la lluvia que les esconden. Y el calor tropical de Miami que les protege de una pulmonía.

Y pasado un rato, agradece también que él haya sido previsor y no tenga que dejarla en el suelo otra vez para bajarse la cremallera y apenas tenga que hacer un movimiento de caderas para que la humedad de la lluvia y la suya propia se confundan y esté dentro de ella.

Son demasiados estímulos los que atacan sus sentidos. Los truenos y sus gemidos ahogados. El sudor, el olor a sexo y sus colonias. Las pieles resbalando y friccionando. Y el sabor a sangre que inunda su boca cuando se muerde o le muerde, demasiado fuerte para no gritar.

No quiere mirarle, porque no se trata de eso. Es solo un desahogo entre extraños. Es solo sexo brusco y algo sucio contra una pared mojada. No es el beso final en Desayuno con Diamantes.

Pero es tan bueno y es tanto a la vez que Aitana no pide permiso antes de dejarse ir sin dejar de responder a las embestidas de ese hombre con las suyas propias.

- Ostiaputajoder- él también murmura improperios contra su cuello antes de terminar.

No tiene ni idea de cómo se mantiene en pie cuando él la deja por fin en el suelo. Se permite apoyarse unos segundos para recuperar el equilibrio. A unos centímetros de ella, él intenta algo similar con la frente apoyada contra la pared.

Aitana lleva la mano al bolsillo de su chaqueta y se asegura de que junto al móvil está también la tarjeta de su habitación no vaya a ser que los haya perdido en el fragor de la batalla.

La noche no tiene por qué terminar todavía. Por excitante que resulte el encuentro fugaz bajo la lluvia, hay muchas superficies en su habitación donde perfeccionar la técnica.

Le coge de la mano y lo conduce a una de las entradas de emergencia del hotel por donde podrán colarse sin ser vistos.

Él no opone demasiada resistencia y la sigue por los pasillos cubiertos de moqueta del hotel.

- Te invito a esa copa en su mi habitación.

Ella está débil por el encuentro y él hombre no tiene que tirar demasiado para hacerla girar caer contra su pecho.

- Pero si tú no bebes idiota.

Aitana frunce el ceño y cambia lo que pretendía ser un gesto seductor por una mueca de fastidio.

Parece que el juego se ha terminado.

- ¡Luiiiiiiiis venga!

Se estaba divirtiendo fingiendo que es el tipo de persona capaz de encontrarse con un desconocido en un restaurante y tener sexo salvaje con él donde cualquiera podría haberles visto.

Claro que solo la parte del desconocido es falsa.

Luis se ríe de su tono ofendido y agudo.

- No me pongas esa voz de niña después de lo que acaba de hacer ahí fuera, so pendón.

Aitana se ruboriza y ofendida maniobra para librarse de él y lo deja con un palmo de narices plantado en mitad del pasillo.

Luis apenas tarda unos segundos en darle alcance, pero cuando lo hace no la toca. A pesar de lo que acaba de pasar entre ellos, no tiene para nada claros los límites y quizá, su intento de broma no ha sido la decisión más inteligente.

Entiende que es una buena señal que tras abrir la puerta de la habitación no se la cierre en la cara.

Se cuela y la cierra tras de sí apoyándose en la puerta con la cabeza gacha como un niño al que acaben de echar la bronca.

- Perdón. Por supuesto que no eres un pendón.

Se gira hacia él con la ropa aún pegada al cuerpo por la lluvia, la piel ruborizada por el sexo y el pelo mojado y despeinado.

Es probable que jamás, en su puñetera vida haya visto algo más perfecto.

- ¡Joder! si crees que eso es lo peor que me han llamado en los últimos tiempos deberías darte un paseo por las redes sociales amigo.

Luis no sabe si ha cambiado mucho o poco en los dos años que hace que la conoce.

Desgraciadamente una lección que aún no ha aprendido es la de no buscar información sobre ella o sobre si mismo en las redes sociales.

Soporta casi cualquier cosa que digan sobre él. Pero se envenena de forma absurda cuando se trata de ella.

Siempre hay almas bienintencionadas, o quizás no tanto, que le envían información sobre los hombres con los que se la relaciona.

Y no es tonto, sabe que en ocasiones son encuentros organizados por sus representantes para dar visibilidad a una persona o proyecto. Es una práctica común en el ambiente en que se mueven que le repugna bastante y a la que, casi siempre, ha conseguido negarse.

Pero también sabe que, en otros casos, no es publicidad, ni son encuentros arreglados, porque es joven, porque está sana y cuando prometieron esperarse ambos entendían, implícitamente, que no implicaba retirarse a un convento a rezar.

Para ninguno de los dos.

Porque él también ha compartido sabanas y fluidos alguna que otra noche.

Pero el nivel de desencanto cuando a él se le relaciona con otra mujer, no es, ni de lejos, comparable a las barbaridades que se dicen de ella.

Y por mucho que jure haberse vuelto más dura, solo hay que ver como se apaga su mirada en las fotografías cuando pasan por oleada especialmente intensa de odio.

- Aitana era una broma estúpida, perdóname.

Observa hipnotizado como se va quitando prendas de ropa de espaldas a él. Envía los zapatos a la otra punta de la habitación y poco a poco separa de su cuerpo todas las prendas mojadas hasta quedar completamente desnuda ante él. Con las manos en las caderas y el flequillo desordenado.

Y Luis tiene que poner las manos a su espalda, aumentando la sensación de ser un niño castigado por haber hecho algo malo.

Cuando lo cierto es que las pone a su espalda para que no se le escapen de vuelta al cuerpo con el que, hace apenas un cuarto de hora, acaba de hacer algo extraordinariamente bueno.

- Me puedes decir por qué no me has contestado al teléfono, ni has respondido a mis mensajes desde que llegué.

Él no esperaba que ese fuese, en ese preciso instante, su primer disparo.

Pero es una bala que estaba preparado para recibir.

- Te dije que te llamaría y tú....

Le dijo que le llamaría hace un año, cuando rompieron y le prometió hacerlo cuando estuviese preparada para volver a estar juntos.

Y le dijo que le llamaría hace una semana después de compartir una pizza en pleno barrio de Palermo porque sabía que iban a compartir huso horario.

Y aunque ,como el romántico empedernido que es, se permitió imaginar que las dos llamadas eran una misma, lo cierto es que ella nunca lo dejó claro.

Esa es precisamente la razón por la que se ha pasado veinticuatro horas esquivando sus llamadas.

Tiene miedo de escuchar que esa llamada no sea la que anuncia que está preparada para volver a intentarlo.

Y ahora ella le observa desnuda y radiante y Luis sabe, exactamente, porque se mantuvo apartado durante doce meses.

Porque le bastó con verla una noche en Buenos Aires, con volver a besarla una vez, para volver a estar completamente enganchado.

Aitana tiene su futuro en sus manos, igual que después de salir de la academia y Luis está a un suspiro de ponerse de rodillas y suplicarle que le acepte de vuelta, poniendo cualquier condición que quiera.

Tiene treinta años y si esa chiquilla de veinte años le pide verse otra vez a escondidas lo aceptará para el resto de su vida.

Acaba de saciar la sed de un año y solo puede pensar en hacerlo de nuevo.

Quizá resultaría más fácil si ella se tapase un poco. Pero no piensa decírselo.

Porque quizá esa noche acabe de pena y pase mucho tiempo, si no una eternidad, antes de volver a verla desnuda.

Y la eternidad es mucho más fría sin recuerdos.  

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