Inmemorables Recuerdos {Harry...

Por randomnessence

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-Los sueños... -suspiró- los sueños hacen de nuestra experiencia un maravilloso recorrido eterno. Una tarde... Más

P R E F A C I O
Capítulo 1. Limón.
Capítulo 2. Mar: igual a los ojos de papá.
Capítulo 3. La caída al lago.
Capítulo 4. Bumblidore.
Capítulo 5. Un recuerdo diferente.
Capítulo 6. Una extraña presencia.
Capítulo 7. El ataque.
Capítulo 8. Un explosivo recuerdo.
Capítulo 9. Voces.
Capítulo 10. La apuesta.
Capítulo 11. El Armario.
Capítulo 12. Fawkes.
Capítulo 13. Navidad: Black y los Weasley.
Capítulo 14. McGonagall vs Maggie y los Merodeadores (Parte 1).
Capítulo 15. La caída de McGonagall y el juego inesperado (Parte 2).
Capítulo 16. Un regalo para papá (Capítulo Navideño)
Capítulo 17. La persecución y el baile inesperado (Parte 3).
Capítulo 18. Una lluvia de recuerdos.
Capítulo 19. Lo Prometo.
Capítulo 20. Mamá: la pianista de la familia.
Capítulo 21. Lo único que tengo... son recuerdos.
Capítulo 22. La Tragedia I.
Capítulo 23. La Tragedia II.
Capítulo 24. La Tragedia III. Recuérdanos siempre
Capítulo 25. Nueve Años Vacíos.
Capítulo 26. El Limón y el pelirrojo
Capítulo 28. Cabras, Descubrimientos y Decisiones
Capítulo 29. Un vistazo al pasado
Capítulo 30. Una última visita

Capítulo 27. Selecciones Inusuales

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Por randomnessence


1º de Septiembre de 1984.

—¡NO!

—Shh... Maggie... Tranquila... —Unos brazos delgados y cálidos la envolvían. Logró percibir un liviano aroma a durazno.

—Ma, Pa... Ma, Pa... No... No... —La niña no podía dejar de llorar. Minerva la atrajo hacia ella y le dio un beso en la cabeza. Maggie se aferró a sus brazos.

—Todo está bien, cariño, mamá está aquí. —Maggie elevó lentamente la mirada. Su pequeño corazón se estremeció en cuanto divisó el rostro de su madre.

—¿Ma? —preguntó. Minerva sonrió y asintió con la cabeza. Un par de lágrimas se desbordaron de sus ojitos al ver su sonrisa—. Ma... —Susurró. La profesora secó sus lágrimas con sus pulgares y le depositó un suave beso en la frente. Maggie cerró sus ojos—. No te vayas... —Susurró. Minerva la miró y enarcó una ceja. La niña sollozó—. Por favor...

—Nunca me voy a ir, Maggie. ¿Por que dices eso? —La niña negó con la cabeza asustada y se aferró a su pecho. Minerva suspiró.

—N-no quiero... n-no me dejen solita... —susurró mientras se soltaba a llorar de nuevo. Minerva negó con la cabeza y acarició su cabello.

—Jamás vamos a dejarte sola, cariño... —le respondió. La niña elevó la cabeza y clavó sus ojos en los suyos. Minerva volvió a secar sus lágrimas.

—¿E-es una promesa? —Susurró. La profesora se acercó a su rostro, frotó su nariz con la suya y asintió.

—Así es —Maggie se aferró a ella. Minerva suspiró y le devolvió el abrazo—. Lo prometo.

Ma... —Sus ojos se abrieron con lentitud. La habitación estaba oscura—. ¿Ma...? —Rápidamente cayó en cuenta que había sido solo uno más de sus sueños. Dejó escapar un suspiro y secó sus lágrimas con la manga de su pijama para luego ponerse en pie. Un grito repentino la hizo saltar.

—¡MARGARET! ¡ESPERO QUE YA ESTÉS LISTA, NIÑA! —La voz de su abuela le provocó escalofríos. Rápidamente acomodó su cama y corrió a alistarse. Si no lo hacía sabía que llegaría tarde, e Isobel McGonagall no sería capaz de tolerar aquello.

Una vez lista la pequeña pelinegra arrastró su equipaje escaleras abajo. Kitten, su pequeño gato gris, le seguía el paso muy de cerca con aire animado. Por fin se libraría de Lima, la molesta y atarantada cabra blanca de Ariana, y aquello no podía hacerlo más feliz.

—¡Maggie! —Una pequeña castaña de solo cuatro años de edad observaba a su hermana mayor bajando las enormes escaleras de la mansión con dificultad.

—B-buenos días, Ari. —Saludó la niña, ocupada. Ariana abrió bien los ojos al ver que tropezaba. Kitten chocó contra sus maletas y rodó por las escaleras, lo cual provocó que Ariana chillara y corriera hacia a él. Maggie chilló también.

—¡¿Qué es este alboroto?! —Exclamó Isobel apareciendo en el vestíbulo. Maggie recuperó el aliento al ver que Ariana frotaba la esponjosa cabeza gris de Kitten (quien ahora yacía en sus brazos sano y salvo) con dulzura. Su mirada rápidamente se posó en su abuela, quien la observaba con severidad.

—N-nada, abuela. —Los ojos de Maggie se apartaron de los de la mujer y volvieron a posarse en su equipaje. Estaba por intentar arrastrarlo de nuevo cuando un hombre alto, delgado y de cabello canoso entró también en la estancia.

—Buenos días. —Saludó. La pequeña Ariana elevó la mirada y sonrió al ver a su abuelo. Kitten se revolvió cómodamente en sus brazos y ronroneó. Ariana soltó una ligera carcajada y lo acarició de nuevo.

—Bu-buenos días, abuelo. —Saludó Maggie reanudando su descenso. Robert le lanzó una mirada cuestionante a su esposa y corrió a ayudar a Maggie.

—Déjame ayudarte con esto. —Dijo. La niña le sonrió al ver como el hombre mayor tomaba su equipaje y lo llevaba con facilidad a la entrada. Soltó un suspiro y miró a Ariana. La niña le sonrió también.

—¿Lista, Margaret? —Preguntó su abuela con aspereza. Maggie terminó de bajar las escaleras, alborotó el cabello casi rojizo de Ariana con una mano (gesto que hizo a la pequeña reír de nuevo) y finalmente se acercó a Isobel.

—Sí señora. —Contestó. La mujer asintió ligeramente con la cabeza y sin más salió de la mansión. Maggie mantuvo la mirada fija en ella y en su abuelo, quien ahora sacaba su equipaje del lugar, y soltó un suspiro.

Ariana se posó a su lado e imitó el ronroneo de Kitten.

—¡Purrrrrr! —Maggie carcajeó—. ¿Ya te vas, Maggie? —Preguntó la niña dejando de lado al pequeño gato para verla a los ojos. La pelinegra suspiró de nuevo y asintió.

—Vuelvo a mi hogar, sí. —Los ojos de Ariana se entristecieron—. No te preocupes... todo va a estar bien.

—Te voy a extañar... —Balbuceó. Maggie la abrazó—. Te quiero, Maggie.

—Y yo a ti. —La pelinegra se arrodilló y depositó un caracol colorido en sus manos. Los ojos de Ariana se abrieron enormemente.

—¿Q-qué...?

—Papá me lo dio hace mucho tiempo. —Susurró. El recuerdo del mar la hizo sonreír con tristeza—. Es igual de colorido que tú, Ari.

—P-pero...

—Quédatelo y cuídalo, ¿está bien? —La niña se lo llevó al pecho y asintió con la cabeza—. Cada vez que lo veas no solo te acordarás de mí, sino también de ellos. Los tres estaremos siempre contigo.

—¡Margaret! ¡Se hace tarde! —Exclamó Isobel desde afuera. Maggie se enderezó y revolvió el cabello de Ariana de nuevo. La niña rio levemente y la miró con lágrimas en los ojos.

—Te enviaré dibujos y cartas seguido, ¿de acuerdo? Le diré al abuelo que las lea por ti. —La niña asintió con la cabeza. Maggie le sonrió.

—¡MARGARET!

—¡Nos vemos pronto, Ari...! —Exclamó para después desaparecer de su lado. Ariana la observó alejarse con los ojos llenos de lágrimas mientras aferraba el caracol colorido a su pecho.

Una vez más estaba siendo abandonada.

—Hasta pronto... —Susurró.



• • •



1º de septiembre de 1991.


El día que Ariana tanto había esperado por fin había llegado, y aun cuando la pequeña de once años rebosaba de alegría Maggie no podía evitar sentirse culpable. Su hermana menor por fin sería seleccionada para pertenecer a alguna de las casas de Hogwarts y sus padres no sería capaces de verlo. Ver la sonrisa de la castaña entre los demás rostros de niños de primer año desde la mesa de profesores y saber que ella era la única persona que quedaba de su más cercano núcleo familiar le rompía el corazón.

—Una vez que llame sus nombres deberán poner este sombrero sobre sus cabezas y sentarse en este banco. —Dijo Pomona Sprout con voz suave, mirando a los niños de primer año con ternura—. ¡Abbott, Hannah!

Maggie observaba a la profesora de Herbología con atención mientras la niña que había llamado —de rostro rosado y de trenzas rubias— se sentaba en el banco para ser sorteada a una de las casas. Aún recordaba cuán extraño había sido ver por primera vez a la profesora Sprout sosteniendo aquel sombrero tan peculiar y sorteando a los alumnos de primer año en lugar de su madre. Minerva McGonagall había sido la encargada de aquella tarea desde antes de su nacimiento, por lo que no verla allí junto a los niños aún le resultaba extraño y profundamente doloroso.

—¡HUFFLEPUFF! —Gritó el sombrero. Maggie sonrió un poco al ver la expresión de terror de los niños de primer año al escuchar el grito. Incluso Ariana se veía un poco inquieta entre la multitud.

—¡Bones, Susan!

—¡HUFFLEPUFF! —Exclamó el sombrero de nuevo. Las entrañas de Maggie se contrajeron en cuanto un recuerdo cruzó su mente. Aún recordaba vívidamente el día en que había sido sorteada, con Charlie a su derecha y Dora a su izquierda, los tres mirando al frente con gran valentía.

—¿Y si...?

—Ya les dije que todo estará bien. —Había dicho el pelirrojo, dándose la vuelta para abrazar a ambas niñas—. Mi hermano Bill me dijo que no duele... y Maggie ha visto cómo lo hacen miles de veces, ¿cierto, Hojita? —La pelinegra de nariz pecosa asintió.

—Cierto. —Susurró. Charlie le alborotó el cabello oscuro.

—Vas a estar bien, Maggie. Tus padres te están mirando. —Le dijo.

—Mis padres están muertos. —Respondió la niña con ligera brusquedad mientras elevaba la mirada. Nymphadora le dio un codazo.

—¿Y quién dice que no te están viendo? No están aquí, es verdad, pero apuesto que en donde quiera que estén te están mirando. —Dijo.

—Exacto, gracias Dora. —La joven (quien en aquel momento había decidido llevar el cabello tal y como el de Maggie en su honor) sonrió y le guiñó un ojo. Charlie esbozó una sonrisa juguetona—. Recuerdo muy bien al señor Dumbledore y a su esposa —continuó el pelirrojo, pasando un brazo por los delgados hombros de Maggie—. De seguro están apostando para ver quién adivina en qué casa quedarás.

—No los conocí, pero le apuesto a la señora McGonagall. —Dijo Nymphadora. Maggie recostó su cabeza sobre el hombro de Charlie y la miró a los ojos. Ya habían comenzado a llamar a los niños para sortearlos a sus respectivas casas y ninguno de los tres se había dado cuenta—. Todo el mundo dice que era una mujer increíble.

—Más que increíble. —Repuso Charlie—. ¿Recuerdas aquella Navidad que pasamos juntos, Maggie? Uh, ¡cuánto comimos esa noche! Tu madre nos dejó tomar más galletas de las que debíamos solo por ser Navidad. ¡Fue tan grandioso!

—¡Tu madre era maravillosa, Maggie! —Añadió Nymphadora.

—Jamás habrá alguien más increíble que Minerva McGonagall. —Aseguró el pelirrojo—. Ah, ¡y su padre! Ay... el señor Dumbledore... siempre con sus caramelos... —Maggie soltó una pequeña risita al recordarlo. Sin darse cuenta había comenzado a llorar.

—El mago más poderoso que pudo haber existido. —Dijo Nymphadora mientras le extendía un pequeño pañuelo amarillo que había traído consigo. La pelinegra lo tomó y se secó las lágrimas—. Apuesto que ambos están muy orgullosos de ti, Maggie...

—Yo también lo creo. —Dijo Charlie. Maggie lo miró—. Deben de estar muy muy orgullosos de la maravillosa hija que tienen.

—¡Dumbledore, Margaret! —Llamó la profesora Sprout desde la plataforma. Maggie saltó.

—¿Y-ya es mi turno...? ¿Tan rápido...?

—¡Anda! —Chilló Nymphadora.

—Todo va a estar bien. —Dijo Charlie. Maggie asintió con la cabeza y comenzó a caminar hacia el frente.

El silencio se rompió e incontables murmullos estallaron en cuanto salió de entre el montón de niños. Todos los presentes en el Gran Comedor conocían su historia.

—Es la niña Dumbledore...

—¡Pobre huérfana!

—Los dos magos más importantes y poderosos en todo el mundo mágico murieron por ella. ¡Qué desperdicio!

Maggie se mordió la lengua y siguió caminando mientras más y más comentarios desagradables alcanzaban sus oídos. Una vez que estuvo sentada sobre el pequeño banco y tuvo el sombrero seleccionador sobre su cabeza los murmullos desaparecieron.

—Oh. —Fue lo único que dijo el sombrero. El Gran Comedor ahora se mantenía en absoluto silencio—. Oh. —Repitió. Charlie, Nymphadora y el resto de los estudiantes la observaban fijamente.

Nadie se movió y nadie habló. Parecía como si no hubiera absolutamente nadie en todo el castillo.

El tiempo comenzó a pasar lentamente y aún así nadie se atrevía a hablar. Maggie se removió incómoda en el banco, el sombrero era tan grande que sus ojos no alcanzaban a ver más que oscuridad.

—¿Profesora Sprout...? —Susurró. Ya habían pasado diez minutos y nadie parecía tener intenciones de hablar. La mujer le colocó una mano sobre el hombro—. ¿Qué pasa...? —Preguntó—. ¿Por qué nadie habla...? ¿Se han ido todos...?

—No... no pequeña... —dijo. Maggie se encogió.

—Entonces... ¿qué pasa...?

—Oh... —Dijo el sombrero de nuevo—. No... no puedo...

—¿Profesora Sprout...?

—N-no sé qué pasa... —Susurró.

—P-pero...

—¡No tiene casa! —Exclamó un joven de la mesa de Slytherin—. Probablemente sea un squib y no lo sabía. —Todos y cada uno de los los alumnos presentes (a excepción de los amigos de Maggie y unos cuantos Hufflepuffs) se echaron a reír. La niña se encogió en su asiento.

—No... no puede ser cierto... ¿verdad? —Susurró. La profesora Sprout quitó el sombrero de su cabeza y le acarició la cabellera oscura—. ¿V-verdad?

—Espera en la mesa de profesores... o en la mesa que quieras mientras terminamos con esto, cariño. ¿De acuerdo? —Maggie se levantó del banco al instante. Lágrimas le ardían en los ojos.

—¡Largo de aquí, squib! Este no es un buen lugar para ti..., ¡podrías ayudarle a Filch a limpiar! —Exclamó otro estudiante. Las carcajadas estallaron de nuevo.

—¿P-puedo esperar en la enfermería? —Preguntó Maggie. Un par de lágrimas se derramaron de sus bellos ojos. El corazón de Pomona se encogió.

—Por supuesto.

Y después de aquellas palabras se echó a correr sin atreverse a mirar atrás. Rápidamente subió a las antiguas cámaras de sus padres —las cuales aún se abrían con la misma contraseña y permanecían intactas, ya que ningún miembro del personal se había atrevido a tocarlas— y se echó a llorar sobre su antigua gran cama. Justo aquel día, después de haber derramado todas las lágrimas que tenía guardadas, comenzó a explorar la vieja habitación; expedición que la llevaría a encontrar el álbum de recuerdos que Minerva y Albus habían mantenido guardado y habían llenado de fotografías con el pasar del tiempo con el fin de entregárselo a su hija una vez que cumpliera los once años.

Aquel día que tanto habían esperado nunca llegó. Ambos murieron antes de poder presenciarlo o siquiera completar el álbum de recuerdos.

—¡Ah, aquí está! Te lo dije, Pomona. —Exclamó Poppy entrando en la habitación. Pomona Sprout la seguía de cerca.

Maggie se encontraba envuelta en sábanas, sollozando mientras miraba una a una todas las fotografías que sus padres habían añadido a aquel álbum que estaba destinado a ser suyo. Poppy suspiró.

—La pequeña ha encontrado el álbum... —Pomona suspiró también.

—Creí que jamás lo encontraría. Minerva nos comentó sobre él... pero nunca nos dijo en dónde lo había guardado.

—E-estaba en el cajón secreto de aquel mueble —Dijo Maggie en voz baja, señalándolo—. Papá y yo solíamos ocultar dulces ahí... y mamá usualmente escondía mis regalos de Navidad en una gaveta escondida del fondo. Yo sabía que estaban ahí... pero nunca los tomaba... porque era... sorpresa... —La pequeña no pudo evitar soltarse a llorar. Poppy se acercó a ella con rapidez.

—Oh pequeña... —Maggie se escondió en las sábanas. Pomona sollozó—. No... no llores más... por favor...

—Los decepcioné... yo... y-yo los decepcioné —susurró entre lágrimas—. N-no pertenezco a ninguna casa... s-soy squib... m-muggle...

—Eso no es cierto, Maggie. —Dijo Pomona, secándose las lágrimas que no había podido contener—. Hemos estado buscándote y estamos aquí porque hay algo que debes saber.

La niña salió de entre las sábanas y elevó la mirada. Su pequeña nariz pecosa estaba completamente roja.

—¿Q-qué es?

—El sombrero seleccionador necesita hablar contigo. —Dijo Poppy, acariciándole el oscuro cabello—. Es urgente.

—¿C-conmigo?

—Así es... —Pomona se acercó y le extendió sus brazos. Maggie la miró—. ¿Qué dices? ¿Quieres saber qué tiene que decirte? —La niña mantuvo sus ojos clavados en la mujer y finalmente asintió—. Bien. —Una vez fuera de la cama logró calmarse un poco y tomó su mano. Poppy se acercó a su otro costado libre y tomó la mano restante. Maggie suspiró y asintió.

Ambas mujeres la llevaron a la oficina del director.

Desde la muerte de Albus Dumbledore nadie había sido lo suficientemente capaz de manejar el colegio al nivel en que él lo había hecho. El Ministerio de Magia había intentado enviar a diversas personas «aptas y capacitadas para desarrollar las tareas del director competentemente», pero ninguno había sido capaz de mantener el ritmo ni el control de Dumbledore. Actualmente el encargado del colegio era el profesor Flitwick, quien había pasado a ser subdirector desde la muerte de McGonagall y constante sustituto del puesto de director cuando alguno de los enviados por parte del Ministerio llegaba a desertar.

Maggie se sorprendió al ver a todos y cada uno de los profesores de la institución en la antigua oficina de su padre. El sombrero seleccionador se encontraba sobre el escritorio del director y era rodeado por todos.

Los ojos de Maggie se cruzaron con los del joven Snape, quien también se encontraba allí. Rápidamente apartó la vista y se cruzó de brazos. Jamás le perdonaría haber sido parte de aquel suceso que no solo había acabado con la vida de sus padres, sino también con la suya.

—Pequeña, esto es inexplicable. —Murmuró el sombrero, aparentemente de mal humor, una vez que todos terminaron de saludarse e hicieron silencio—. No puedo sortearte.

—N-no tengo magia... ¿cierto? —Susurró la niña.

—Claro que tienes. A los tres años ya eras capaz de hacer que tu gato siguiera tus órdenes. —Dijo Pomona.

—Y a veces soltabas chispas verdes cuando te enfadabas. —Añadió Poppy—. Minerva siempre se sintió muy orgullosa de ello.

—Tus habilidades no está en duda, pequeña. Bien sé que eres más poderosa que cualquier otro niño que he sorteado el día de hoy. —Dijo el sombrero con firmeza. Maggie parecía estar confundida—. Sin embargo, no soy capaz de sortearte.

—P-pero... ¿por qué?

—Verás... posees fuertes características de las cuatro casas. Aunque mayoritaria y casi igualitariamente de Gryffindor, Hufflepuff y Ravenclaw.

—Esto jamás había sucedido, joven Maggie. —Intervino Filius desde su escritorio—. Es inexplicable. El sombrero seleccionador simplemente no es capaz de ponerte en ninguna casa.

—Entonces... ¿n-no soy permitida en ninguna...?

—Al contrario, serías permitida en todas. —Dijo el sombrero—. Pero yo no soy capaz de escoger una.

—¿Y-yo...?

—Tú tendrás que hacerlo, Maggie. —Dijo Filius. La sala se sumió en completo silencio.

—¿Yo? —Repitió Maggie incrédula. El sombrero bufó.

—Sí. —Dijo—. Dime, niña, ¿en qué casa deseas estar?

—¡GRYFFINDOR! —Vociferó el sombrero seleccionador. Maggie dejó sus recuerdos de lado y sonrió desde la mesa de profesores al escuchar el grito. Ariana saltó del banco y rápidamente fue hacia la mesa de aquellos que vestían de escarlata y dorado.

—Mamá y papá estarían tan orgullosos... —Suspiró contenta.

—Los respectivos prefectos de sus casas los guiarán a sus salas comunes. Manténgase atentos y por favor sigan sus indicaciones. —Dijo el profesor Flitwick una vez que concluyó la selección y el banquete. Todos los niños se levantaron e hicieron lo que se les había indicado, pero Ariana en cambio abandonó a sus compañeros de Gryffindor y se acercó a la mesa de profesores.

—¡Maggie! —Susurró. La pelinegra se levantó de su asiento y la miró—. ¡Lo logré! ¡Estoy en Gryffindor! ¡Lo logré!

—Mamá y papá estarían muy orgullosos de ti, Ari. —Afirmó. Ariana saltó y la abrazó.

—Gracias... —Susurró—. ¡Ah! Por cierto... ¿en dónde es que se encuentran tus cámaras...? Me gustaría visitarte de vez en cuando, pero siempre lo olvido...

—Cerca de las cocinas, por supuesto. —Le dijo la pelinegra. Ariana la miró con ojos chispeantes—. Los Hufflepuffs amamos la comida, Ariana. No lo olvides. —Afirmó con un aire alegre.

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