Orgullo y Prejuicio Jane Aust...

By MoonGreen823

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Las señoritas Bennet son cinco hermanas de una familia muy respetada de Hertfordshire, asisten a bailes y co... More

CAPITULO I
CAPITULO II
CAPITULO III
CAPITULO IV
CAPITULO V
CAPITULO VI
CAPITULO VII
CAPITULO VIII
CAPITULO IX
CAPITULO X
CAPITULO XI
CAPITULO XII
CAPITULO XIII
CAPITULO XIV
CAPITULO XVI
CAPITULO XVII
CAPITULO XVIII
CAPITULO XIX
CAPITULO XX
CAPITULO XXI
CAPITULO XXII
CAPITULO XXIII
CAPITULO XXIV
CAPITULO XXV
CAPITULO XXVI
CAPITULO XXVII
CAPITULO XXVIII
CAPITULO XXIX
CAPITULO XXX
CAPITULO XXXI
CAPITULO XXXII
CAPITULO XXXIII
CAPITULO XXXIV
CAPITULO XXXV
CAPITULO XXXVI
CAPITULO XXXVII
CAPITULO XXXVIII
CAPITULO XLIX
CAPITULO XL
CAPITULO XLI
CAPITULO XLII
CAPITULO XLIII
CAPITULO XLIV
CAPITULO XLV
CAPITULO XLVI
CAPITULO XLVII
CAPITULO XLVIII
CAPITULO XLIX
CAPITULO L
CAPITULO LI
CAPITULO LII
CAPITULO LIII
CAPITULO LIV
CAPITULO LV
CAPITULO LVI
CAPITULO LVII
CAPITULO LVIII
CAPITULO LIX
CAPITULO LX
CAPITULO LXI

CAPITULO XV

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By MoonGreen823


El señor Collins no era un hombre inteligente, y a las deficiencias de su naturaleza no las había ayudado nada ni su educación ni su vida social. Pasó la mayor parte de su vida ante la autoridad de un padre inculto y avaro; y aunque fue a la universidad, solo permaneció en ella los cursos meramente necesarios y no adquirió ningún conocimiento verdaderamente útil. La sujeción con la que le había educado su padre le había dado, en principio, gran humildad a su carácter, pero ahora se veía contrarrestada por una vanidad obtenida gracias a su corta inteligencia y a su vida retirada, a una repentina e inesperada prosperidad. Una afortunada casualidad le había colocado en el patronato de lady Catherine de Bourgh cuando quedó vacante la rectoría de Hunsford, y su respeto y alto rango de la señora y la veneración que le inspiraba por ser su patrona, unidos a un gran concepto de sí mismo, a su autoridad de clérigo y a sus derechos de rector, le habían convertido en una mezcla de orgullo y servilismo, de presunción y modestia.

Puesto que ahora ya poseía una buena casa y unos ingresos más que suficientes, Collins estaba pensando en casarse. En su reconciliación con la familia de Longbourn, buscaba la posibilidad de realizar su proyecto, pues tenía pensado escoger a una de las hijas, en el caso de que resultasen tan hermosas y agradables como se decía. Este era su plan de enmienda, o reparación por heredar las propiedades del padre, plan que le parecía excelente, ya que era legítimo, muy apropiado a la par que generoso y desinteresado por su parte.

Su plan no varió en nada al verlas. El rostro encantador de Jane confirmó sus propósitos y corroboró todas sus estrictas nociones sobre la preferencia que debe darse a las hijas mayores; y así, durante la primera velada, se decidió definitivamente por ella. Sin embrago a la mañana siguiente tuvo que hacer una alteración, pues antes del desayuno mantuvo una conversación de un cuarto de hora con la señora Bennet. Empezaron hablando de su casa parroquial, lo que le llevó, naturalmente, a confesar sus esperanzas de que pudiera encontrar en Longbourn a la que había de ser su señora. Entre complacientes sonrisas y generales estímulos, la señora Bennet le hizo una advertencia sobre Jane: "En cuanto a las hijas menores, no era ella quien debía argumentarlo; no podía contestar positivamente, aunque no sabía que alguien les hubiese hecho proposiciones, pero en lo referente a Jane debía prevenirle, aunque, al fin y al cabo, era cosa que solo a ella le incumbía, de que posiblemente no tardaría en comprometerse".

Collins solo tenía que sustituir a Jane por Elizabeth; y, espoleado por la señora Bennet, hizo el cambio rápidamente, Elizabeth, que seguía a Jane en edad y en belleza, fue la nueva candidata.

La señora Bennet se dio por enterada, confiaba en que pronto tendría dos hijas casadas. El hombre de quien un día antes no podía oír hablar, se convirtió de pronto en objeto de su más alta estimación.

El proyecto de Lydia de ir a Meryton seguía en pie. Todas las hermanas, manos Mary, accedieron a ir con ella. El señor Collins iba a acompañarlas a petición del señor Bennet, que tenía ganas de deshacerse de su pariente y tener la biblioteca para él, pues allí le había seguido el señor Collins después del desayuno y allí continuaría, aparentemente ocupado en uno de los mayores folios de la colección, aunque en realidad, hablando sin cesar al señor Bennet de su casa y de su jardín en Hunsford. Tales cosas le descomponían enormemente. La biblioteca era para él, el sitio en donde sabía que podía disfrutar de su tiempo libre con tranquilidad. Estaba dispuesto, como le dijo a Elizabeth, a soportar la estupidez y el engreimiento en cualquier otra habitación de la casa. Así es que empleó toda su cortesía en invitar a Collins, a quien se le daba mucho mejor pasear que leer, vio el cielo abierto. Cerró el libro y se fue.

Y entre pomposas e insulsas frases, por su parte y corteses asentimientos por la de sus primas, pasó el tiempo hasta llegar a Meryton. Desde entonces, las hermanas menores ya no le prestaron atención. No tenían ojos más que para buscar oficiales por las calles. Y a no ser un sombrero verdaderamente elegante o una muselina realmente nueva, nada podía distraerlas.

Pero la atención de todas las damiselas fue al instante acaparada por un joven al que no habían visto antes, que tenía el aspecto de ser todo un caballero, y que paseaba con un oficial del lado opuesto de la calle. El oficial era el señor Denny en persona, cuyo regreso de Londres había ido Lydia a averiguar, y se inclinó para saludarlas al pasar. Todas se quedaron impresionadas con el porte del forastero y se preguntaban quién podría ser. Kitty y Lydia, decididas a indagar, cruzaron la calle con el pretexto de que querían comprar algo en la tienda de enfrente, alcanzando la acera con tanta fortuna, que, en ese preciso momento, los dos caballeros, de vuelta, llegaban exactamente al mismo sitio. El señor Denny se dirigió directamente a ellas y les pidió que le dejasen presentarles a su amigo, el señor Wickham, que había venido de Londres con él el día anterior y había tenido el honor de aceptar su destino en el Cuerpo. Esto ya era el colmo, pues pertenecer al regimiento era lo único que faltaba para completar su encanto. Su aspecto decía mucho en su favor, era guapo y esbelto, de trato muy afable. Hecha la presentación, el señor Wickham empezó una conversación con mucha soltura, con la más absoluta corrección y sin pretensiones. Aún estaban todos allí de pie charlando agradablemente, cuando un ruido de caballos atrajo su atención y vieron a Darcy y a Bingley, que, en sus cabalgaduras, venían calle abajo. Al distinguir a las jóvenes en el grupo, los dos caballeros fueron hacia ellas y empezaron los saludos de rigor. Bingley habló más que nadie y Jane era el objeto principal de su conversación. En ese momento, dijo, iban de camino a Longbourn para saber cómo se encontraba; Darcy lo corroboró con una inclinación; y estaba procurando no fijar su mirada en Elizabeth, cuando, de repente, se quedó paralizado al ver al forastero. A Elizabeth que vio el semblante de ambos al mirarse, le sorprendió mucho el efecto que les había causado el encuentro. Después de una pequeña vacilación, Wickham se llevó la mano al sombrero, a cuyo saludo no se dignó Darcy a corresponder. ¿Qué podría significar aquello? Era imposible imaginarlo, pero era también imposible no sentir una gran curiosidad por saberlo.

Un momento después, Bingley, que pareció no darse cuenta de lo ocurrido, se despidió y siguió adelante con su amigo.

Denny y Wickham continuaron paseando con las muchachas hasta llegar a la puerta de la casa del señor Phillips, donde hicieron las correspondientes reverencias y se fueron a pesar de los insistentes ruegos de Lydia para que entrasen y a pesar también de que la señora Phillips abrió la ventana del vestíbulo y se asomó para secundar a voces la invitación.

La señora Phillips siempre se alegraba de ver a sus sobrinas. Las dos mayores fueron especialmente bien recibidas debido a su reciente ausencia. Les expresó su sorpresa por su rápido regreso a casa, del que nada habría sabido, puesto que no regresaron a casa en su propio coche, de no haberse dado la casualidad de encontrarse en el mancebo del doctor Jones, quien le dijo que ya no tenía que enviar sus medicinas a Netherfield porque las señoritas Bennet se habían ido. Entonces Jane le presentó al señor Collins a quien dedicó toda su atención. Lo acogió con la más exquisita cortesía, a la que Collins respondió con más finura aún, disculpándose por haberse presentado en su casa sin que ella hubiese sido advertida previamente, aunque él se sentía orgulloso de que fuese el parentesco con sus sobrinas lo que justificaba dicha intromisión. La señora Phillips se quedó totalmente abrumada con tal exceso de buena educación. Pero pronto tuvo que dejar de lado a este forastero por las exclamaciones y preguntas relativas al otro. La señora Phillips no podía decir a sus sobrinas más de lo que ya sabían: que el señor Denny lo había traído de Londres y que se iba a quedar en la guarnición del condado con el grado de teniente. Agregó que lo había estado observando mientras paseaba por la calle; y si el señor Wickham hubiese aparecido entonces, también Kitty y Lydia se hubiesen acercado a la ventana para contemplarlo, pero por desgracia, en aquellos momentos no pasaban más que unos oficiales que comparados con el forastero, resultaban "unos sujetos estúpidos y desagradables". Algunos de estos oficiales iban a cenar al día siguiente con los Phillips, y la tía prometió que diría a su marido que invitase a Wickham, si la familia de Longbourn quería venir por la noche. Así lo acordaron, y la señora Phillips les ofreció jugar a la lotería y tomar después una cena caliente. La perspectiva de semejantes delicias era magnífica, y las chicas se fueron muy contentas. Collins volvió a pedir disculpas al salir, y se le aseguró que no eran necesarias.

De camino a casa, Elizabeth le contó a Jane lo sucedido entre los caballeros, y aunque Jane los habría defendido de haber notado algo raro, en este caso, al igual que su hermana, no podía explicarse tal comportamiento.

Collins halagó a la señora Bennet ponderándole los modales y la educación de la señora Phillips. Aseguró que aparte de lady Catherine y de su hija, nunca había visto una mujer más elegante, pues no solo lo recibió con la más extraordinaria cortesía, sino que, además, le incluyó en la invitación para la próxima velada, a pesar de sr totalmente desconocido. Clero que ya sabía que debía atribuirlo a su parentesco con ellas, pero no obstante, en su vida había sido tratado con tanta amabilidad.

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