"¿Te quedarás en nuestra historia de amantes?
si te quedas, no lo lamentarás porque creemos en ti
pronto crecerás, así que toma el riesgo
como una pareja de locos,
cuélgate del romance".
"Kooks" – David Bowie (1971).
ALFRED:
Son las dos de la mañana cuando por fin llegamos a casa del hospital. Es la segunda vez esta semana que estás convencida de que estás de parto. Todavía no. Me sonrío cuando noto cierta decepción en tu cara. Sé que el final de este camino está siendo muy aburrido. Y los dos tenemos unas ganas tremendas de verle al retoño la carita. Sé que va a ser un espejo tuyo. Y con eso me vale. Luego que tenga sus diez dedos en las manos, en los pies y que esté sano o sana. No pido más. Me conformo.
—Lo siento —me dices mientras te ayudo a tumbarte en la cama—. Ya es la segunda vez que me pasa.
—No pasa nada, seguro que a la tercera irá la vencida —y sonrío.
Estoy convencido de que la próxima será la definitiva. Hoy es nuestro primer aniversario, trece de noviembre. Sé que no te gustan estas cosas, pero para mí será siempre lo sucedido en Los Ángeles, y sería todo un puntazo que esa fuera la fecha. No puedo evitar sonreírme en la oscuridad de la habitación.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—Hoy es trece de noviembre, ¿sabes lo que eso significa?
—Que la próxima vez que tengamos que pasarnos tantos meses fuera de casa, compraremos condones para un regimiento —y te echas a reír.
Claro que sabes lo que significa. Y sí, yo me encargaré personalmente de comprar condones hasta llenar una maleta si es necesario. Aunque reconozco que los cinco meses en los que éramos plenamente conscientes de lo que venía han sido los mejores de mi vida. Me ha dado tiempo a grabar un disco, a saber qué voy a casarme aunque todavía no le hayamos puesto fecha. Y, lo más importante, me voy a convertir en padre.
—¿Te imaginas que nace hoy? —me preguntas cogiéndome la mano.
—Sería un buen día, ¿no te parece?
—El día que sea, será un gran día.
Lo será, Amaia, estoy seguro de que lo será. Quizás cuando le veas la cara, la preocupación porque las cosas no marchan se te pase definitivamente. Me lo quieres ocultar de todas las maneras, pero ese miedo se acrecienta cuando volvemos del hospital cada vez que nos dicen que todavía no estás de parto. Sé que las cosas van a ir muy bien, tú especialmente te mereces que vayan bien. Sería un buen motivo para empezar un nuevo capítulo de tu vida. El de la maternidad, un futuro conjunto.
—¿Tienes miedo? —me preguntas entre las sombras.
Lo llevo varios días hablando con mi padre. No tengo miedo a ser padre, pero me da pavor no ser un buen padre. Cuando le pregunto qué voy a sentir cuando vea a mi hijo o hija, siempre me contesta lo mismo sonriéndose: "Cuando lo tengas en brazos, sabrás que es para toda la vida". Y estoy deseando que llegue ese momento.
—No —digo tratando de sonar poco preocupado—. ¿Y tú?
—A veces lo tengo, sí, no te puedo mentir.
—¿Y qué te asusta?
—Creo que hay heridas que nunca se terminan de cerrar —y sé inmediatamente de lo que estás hablando—. Hay algo dentro de mí que no me permite cerrar esa herida... es complicado.
—Puedes confiar en mí, ya lo sabes.
—No encuentro las palabras para ponerle nombre o darle una explicación correcta. Incluso me resulta extraño de entender. Por un lado estoy deseando que pase, pero si pasa y sale mal...
Nos quedamos en silencio. No tengo una respuesta clara que ofrecerte. Porque yo también estoy un poco asustado. Es toda una responsabilidad, especialmente dentro de los primeros meses. Nos va a necesitar mucho a los dos y no quiero perderme ni un segundo de su vida. No quiero ser un padre ausente, por eso he estado hablando con mi tío sobre la necesidad de no separarme más de dos días de vosotros una vez que empiece la promoción. Necesito seguir sintiéndome en casa. Aunque suene complicado.
—Va a ir todo bien. La médica nos ha dicho...
—Los médicos a veces se equivocan... —me dices con tono de duda—. ¿No tienes miedo de que tú seas ese porcentaje que entra dentro del error?
—No.
—Lo dices como si estuvieras totalmente seguro.
—Porque lo estoy —niegas con la cabeza.
—¿No se te ha pasado en estos meses por la cabeza la posibilidad de...?
—Ni de coña. Dentro de poco le vamos a ver la cara y se te pasarán todos los miedos.
Sé que cuando la tengas en brazos todo se verá de otra manera. Te comprendo porque yo estoy pasando por algo parecido, pero trato de pensar en positivo aunque la espera se esté haciendo más larga de lo que yo pensaba. No hemos cumplido el plazo. Así que todo marcha bien, nos lo han dicho las personas que te han visto las dos veces que hemos ido pensando que el momento ya estaba llegando.
—No hemos hablado sobre nombres...
—Tiene que ser un nombre catalán. Me gusta mucho un nombre en catalán.
—Pero no sabemos lo que vamos a tener...
—Si es niño podríamos llamarle Alfred.
—No —digo tajantemente.
—¿Por qué no? Es un nombre bonito. Y tiene un buen significado.
—¿Y por qué no un nombre en vasco? Tu nombre es euskera.
—Siempre pensé que mi primer hijo iba a tener un nombre catalán.
—¿Qué quieres tener, Amaia?
Yo lo tenía claro. Una niña. No me cabía otra opción. Estaba más que convencido, incluso se lo había confesado veladamente a mi madre. No creía en estas tonterías que todo el mundo me decía que si tenía una niña iba a ser mi ojito derecho. Aunque fuera un chico lo iba a ser igualmente. Tampoco porque fuera a tener una princesita en casa ni tonterías semejantes. Pero siempre que soñaba con el asunto, veía una niña. Parecida a Amaia, casi como un espejo. Su madre se había encargado de traer en uno de sus viajes todos los álbumes para enseñarme su más tierna infancia.
—Quiero que nazca sano. El sexo es lo de menos.
—Pero estamos hablando de futuro.
—Mi abuela me dijo cuando estuvimos en casa en verano que iba a ser una niña.
—¿Y? ¿Ahora tu abuela te lee el futuro?
—No te rías. Mi abuela tiene unos cuántos bisnietos, pues no se ha equivocado con ninguno. Y además, ella me dijo algo más sobre mi embarazo.
—¿Viene con un premio millonario debajo del brazo? Tenemos que ponernos inmediatamente a buscar el siguiente.
—No sé para qué te cuento estas cosas...
—Está bien —dije dándote un beso en la mejilla—. Puedes contármelo, prometo no reírme. Solo quería destensar un poco la situación.
—Ella dijo que sería un día impar. Y en un mes impar. Te juro que nunca he creído en estas cosas, pero ¿y si tiene razón?
—¿Crees que la puede tener?
—Creo que los abuelos en esta vida todo lo pueden.
Mi abuelo también me había dejado caer algunas cosas. Así que quizás era el momento de empezar a dejar de pensar que todos estaban locos de remate y que incluso podíamos sacarle el lado positivo a todo esto.
—Mi abuelo cree que es una niña.
—Veo que no soy la única con estas cosas en la familia —sonreíste.
—Lo que pasa es que mi abuelo acierta una vez cada diez años.
—¿Y qué se supone que te ha dicho?
—Que es una niña y que va a ir todo bien.
—¿Y tú lo crees?
—No sé, supongo.
Nunca he creído en nada fuera de lo normal. No me gustan esas creencias en seres superiores o algo parecido. Creo que las cosas pasan porque tienen que pasar. Mientras nuestro hijo o hija nazca, alguien en otra parte del mundo estará dejando a sus seres queridos. Es ley de vida. Y yo creo en esa ley. No tengo el tiempo comprado, no tengo la vida asegurada, así que me preocupo en disfrutarla. En pensar que las cosas van a ir bien... y si van mal, pues habrá que seguir dando paladas con el remo.
—¿Y tú has pensado algún nombre?
—Siempre me ha gustado el nombre de Helga para niña...
—Ni de coña le pongo a mi hija un nombre como ese. Imagínate luego el cachondeo en la escuela. Joder, hasta cuarto o quinto, no hubo más chicas con nombres vascos en clase y no sabes la de bromas y crueldades que tuve que soportar. Prométeme que le echaremos la bronca si es alguien cruel.
—Le haremos tortura china o algo parecido... quizás deberíamos probar a hacerle creer que no la llamamos con el mismo nombre de la persona a la que le hace sentir mal —no pude evitar reírme—. ¿Y a ti qué nombres de gustan?
—Emma, Sara... O quizás deberíamos buscar uno de esos nombres raros con tal de santiguarle o santiguarla para toda la vida. ¿Y de niños?
—Biel. Siempre me ha gustado como suena.
—No sé por qué, pero a mí siempre me ha encantado Alejandro.
—Es bonito. Pero yo creo que va a ser una niña.
—¿Te acuerdas de aquella canción que tarareabas mientras esperabas a que yo llegara? —claro, asentí, no me podía olvidar de ella—. Es un nombre bonito también.
—Sí, y además en catalán.
Sé que hay un capítulo que es necesario que cierres, pero no me atrevo a planteártelo. En aquel entonces yo no era nadie en tu vida, es más, hace dos años era un descarriado de la vida y no tenía demasiados objetivos, simplemente me dejaba llevar... y eso era relativamente más fácil que hacer planes de futuro, no lo puedo negar. Pero contigo me pasaba algo raro, que dejarme llevar me llevaba al futuro, no me hacía falta hacer planes, no los necesitaba, no me preocupaba no tener planes.
—¿Nunca has tenido un susto con tu ex?
—¿Un susto? —no comprendo, no entiendo.
—Sí, ya me entiendes...
—Pues no. No te entiendo. Debo ser un poco corto.
—¿Nunca pensasteis que sí pero luego no? —y sigo sin comprenderte así que termino suspirando buscando explicación a lo que me estás preguntando—. ¿Nunca se os rompió el condón?
—Oh, te refieres a eso... —noto tu sonrisa traviesa, y me encanta, te lo prometo—. No, en serio nunca tuvimos sustos. Creo que los dos teníamos claro lo que pasaba entre nosotros. Follar como animales y no pensar demasiado en el futuro.
—¿Nunca te viste futuro con ella?
—No. Con los años te vas dando cuenta de que tenéis prioridades muy diferentes, ni siquiera los mundos en que nos movíamos eran parecidos. No sé... supongo que lo pasábamos bien juntos. ¿Tú has tenido algún susto?
—Dos veces. ¿De verdad quieres saberlo? —y asentí con la cabeza—. Una fue recién cumplidos los dieciocho. A veces los condones se rompen, ni de coña queríamos creérnoslo. Pensé que me iba a morir de la vergüenza cuando fuimos a una farmacia a buscar la píldora del día después... nos tocó el farmacéutico más carca del barrio. Juro que pensé que en un momento dado de toda la compra nos iba a decir que fuéramos a confesarnos o algo parecido.
—¿Y la segunda?
—Un poco después de casarme. Pero por suerte a la semana, vino mi querida amiga la menstruación a saludarme.
Me pasó por la cabeza la idea de que Amaia hubiera tenido hijos cuando nos conocimos y me empecé a preguntar seriamente si todo habría sido así. No había sido nada fácil, especialmente para ella. Aunque yo también tenía lo mío. Pero, ¿lo hubiera dejado todo por mí si hubiera habido críos de por medio?
—¿Hubieras dejado a Mario si hubieras tenido hijos con él? —pregunto por fin casi sin pensar, mi boca va más rápido que la cabeza.
—Sí, lo hubiera dejado.
—¿Aunque nunca me hubiera entendido con tus hijos?
—¿Sabes lo que pienso? —niego con la cabeza mientras dibujo círculos en tu barriga y siento unas breves pataditas—. Que a veces los hijos de padres separados son insoportables porque sus padres no les explican bien las cosas. ¿Sabes que mi hermano Javier nunca tuvo ese problema?
—Sus hijos son maravillosos.
—Porque cuando se divorciaron, se sentaron con los críos y les explicaron bien lo que pasaba. Supongo que es difícil seguir en una relación con una persona a la que tienes cariño pero con la que ya no tienes nada en común, ¿no? Fue una putada, porque de los tres hermanos, mira, dos divorciados. A veces pienso que los Romero Arbizu no estamos hechos para el matrimonio. Luego me acuerdo de ti y se me pasa —confesó sacándome la lengua.
—¿Y si tú y yo en algún momento tomamos caminos separados?
—Me gustaría que siguieras siendo uno de mis mejores amigos. Pase lo que pase, vamos a estar unidos por esto —y posa su mano sobre la mía en su vientre— para toda la vida. Lo bueno y lo malo. Todo. Y al final, con los años supongo que lo único que querríamos es lo mejor para el otro por el bien de nuestro futuro común.
Algo tengo claro y es que si esto no dura para siempre, quiero lo mejor para ti. No importa si es con otro, no. Yo quiero que tu vida sea todo lo buena que puedas. Que la disfrutes conmigo ahora, quién sabe dentro de unos años. No me preocupo. Creo mucho en dejar fluir las cosas, me ha ido bien hasta ahora así que... ¿para qué cambiar lo que ha ido bien? No le encuentro el sentido.
—Nunca me has hablado de cuando dejaste a tu ex en profundidad. Sé que fue por teléfono pero no sé cómo te diste cuenta.
—No estábamos destinados a funcionar —y por primera vez en mucho tiempo hablaba de esto con total normalidad, así que doy por hecho que esa era la mejor manera de asumir que estaba superado por completo—. Ya te he dicho que teníamos maneras muy diferentes de entender las mismas cosas en la vida. A veces me sentía un completo idiota a su lado. Ella una niña bien y yo... bueno, yo el eterno músico bohemio con altas aspiraciones y muy pocos resultados. Era cuestión de tiempo. El buen sexo lo soluciona todo hasta que un día intentas darte cuenta de que más cosas te unen con esa persona y descubres totalmente asustado que no hay nada. Que todo lo que hay alrededor es el vacío. Y te puedo asegurar que es mejor saltar al vacío que acomodarse. ¿Y tú con Mario?
Nunca habíamos hablado mucho de Mario. Siempre con medias tintas, pero los dos no éramos novatos en el tema amoroso cuando nos conocimos. Mejor o peor, ya teníamos mucha historia a las espaldas. Y eso también era positivo, ya estábamos de vuelta de nuestros errores y sabíamos bien lo que buscábamos, sin presiones, pero sin descanso.
—A veces pienso que nunca funcionamos. Otras quiero creer que lo que pasó hace dos años nos mató por completo. Lo peor de todo es que nunca sé bien qué creer. Depende del momento en que me encuentre en ese instante.
—¿Si yo no hubiera aparecido, lo habrías hecho?
—¿Divorciarme? —me quedo en silencio, quiero que tú me cuentes lo que quieras decirme—. Supongo que sí. Creo que a él le interesaba que yo fuera un poco tonta y yo sabía jugar muy bien a hacerme la tonta. Pero si no hubieras aparecido, al final todo habría saltado por los aires. Hace dos años le pasaba por alto todo lo que hace un año no era capaz de soportar en él. Fíjate lo buen jugador que ha sido toda su vida, que creo que lo único que le preocupó el día que le dije que no íbamos a tener más relación nunca fue si iba a seguir teniendo el mismo tren de vida. Cuando nos casamos ya éramos totalmente diferentes. Él quería estar en la cresta de la ola, y yo quería estar en mi casa. Mi abuela siempre me decía que había sido un error, pero yo he tardado siete años en darme cuenta.
—Más vale tarde que nunca.
—Promete que si lo nuestro empieza a ir mal, no estaremos juntos hasta que mucha gente haya tenido que ser sufridora en cuanto a las consecuencias. No quiero hacerle pasar otra vez a los míos por lo mío.
—Te lo prometo —y dejo un beso en el dorso de tu mano.
No tardas mucho en dormirte. Lo sé por tu respiración acompasada. Eres tan guapa, Amaia, aunque siempre pienses lo contrario. Y soy un tipo afortunado. No solo en lo profesional sino en lo personal. Te acaricio mientras duermes, dentro de poco los dos calzaremos buenas ojeras, pero nos reiremos con seguridad cuando hayan pasado unos cuántos años y el futuro nos vislumbre de la mano de nuestro proyecto más importante. No me imagino que hubiera sido de mí si no te hubiera encontrado... no sé si habría llegado a conseguir materializar mis sueños. Y pensando en ello me quedo dormido, hasta que un grito ahogado tuyo me despierta. Algo no marcha bien pienso antes de abrir los ojos, encender la luz y ver que son las seis y media de la mañana. No he dormido tanto como pensaba.
—¿Qué pasa? —pregunto aún somnoliento.
—El futuro ya está aquí, Alfred... —me dices soplando como si estuvieras a punto de parir...
—Amaia, la médica nos ha dicho que todavía no —pero tu cara cuando por fin la veo, es el reflejo de que algo no marcha tan bien como la médica nos había dicho.
—Pues creo que he roto aguas —y destapas la colcha y las sábanas, y compruebo que, efectivamente, has roto aguas.
Me levanto pero no soy capaz de centrarme. Me empieza a invadir el miedo hasta que tú me das breves órdenes sobre lo que tengo que hacer. Vestirme, alcanzarte la ropa, recoger el pequeño bolso que hemos preparado para posibles emergencias. Ahora sí que empiezo a estar acojonado muy seriamente. Pero tú pareces tan tranquila. No me lo puedo creer. Ni aunque quiera.
—Alfred —me dices después de que me monte en el coche—. Para un momento. He roto aguas. No va a salir ya. Estas cosas solo pasan así en las películas. Esto lleva su tiempo, cariño.
—Pero siempre están las excepciones... y...
—Y, siguiendo con el consejo de la profesora de las clases de preparación al parto que se te han olvidado por completo, he controlado mis contracciones. No son muy seguidas, así que todavía queda tiempo. Seguro que va a ser un parto largo.
—No sé cómo puedes estar tranquila —por fin consigo serenarme y comenzar a conducir sin pegar frenazos ni acelerones bruscos—. Estás a punto de caramelo...
—Sí. Y por eso te vas a tranquilizar. Porque cuando lleguemos al hospital nos quedan muchas horas por delante, de eso puedes estar seguro.
Cuando por fin aparco el coche, que me ha costado más de tres intentos, me sereno un poco al ayudarte a bajar y ver que todavía no asoma nada. Lo hemos conseguido. Nacerá en un hospital sano y salvo. Seguro que en la distancia todo esto me parece una chorrada, pero quiero que todo salga bien y que me revientes la mano cuando esté saliendo, pero que salga bien. Por favor, es lo único que necesito que pase hoy.
Efectivamente, la ginecóloga nos confirma que estás de parto pero que, tal y como habías previsto, todavía te queda mucho que dilatar. Suspiro, por el momento todo marcha bien. Sé que sabes que estoy más asustado que otra cosa, y te tomas tu tiempo en convencerme de que va a ir bien.
—Alfred. Estamos en un hospital. Va todo bien.
—Lo sé, lo sé —mi respiración comienza a tranquilizarse—. Deberíamos avisar a tus padres y a los míos.
—Sí, pero necesito que avises a alguien más. Dile que es muy importante que esté hoy aquí. Necesito que esté aquí. Llama a Agoney, creo que iba a venir a ver a su hermana entre ayer y hoy... necesito verle.
Comprendo que no puedo negarme. Para ti va a ser cerrar una etapa tan dolorosa, así que no hago preguntas. Me apuntas el teléfono móvil y me promete estar allí en cuanto su vuelo aterrice. Sale a las siete de la mañana, en apenas diez minutos y vendrá hasta aquí en cuánto llegue al aeropuerto. Le agradezco varias veces, y noto su sonrisa entrecortada, creo que tú también sabes lo que significa para ella que estés aquí. Y ahora solo nos queda esperar... y la paciencia se me empieza a agotar.
—Alfred —te oigo llamarme mientras dejas la revista que estás leyendo—, ven, por favor.
—¿Qué pasa? —digo colocándote varios mechones detrás de la oreja.
—Estoy muy asustada, ahora ya no hay vuelta atrás —sonrío tiernamente al darme cuenta de que tu tranquilidad solo es una breve carcasa que ya se está deshaciendo—. ¿Crees que todo va a ir bien?
—Sí, todo va a ir bien. ¿Sabes por qué? Porque nuestra hija nos conoce, no ha estado ahí nueve meses para nada, mujer —digo jocosamente mientras paso la mano por tu barriga—. Así que tenía que ser hoy, eh... un buen día para coronar la historia de dos amantes locos.