Te conozco x los zapatos ©®

By vcarlabianca

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| C O M P L E T A | ✔️ COMEDIA ROMÁNTICA [+18] «Un par de zapatos pueden cambiar tu vida, sino pregúntale a... More

Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1. Todo lo que no me gusta
Capítulo 2. Ya lo odio
Capítulo 3. Mala leche
Capítulo 4. Mascara de hielo
Capítulo 5. Fantaseando
Capítulo 6. Mala jugada
Capítulo 7. ¡¿Qué?!
Capítulo 8. Reacciona
Capítulo 9. El mejor
Capítulo 10. Planes nocturnos
Capítulo 11. Esto no entraba en mi plan
Capítulo 12. Ojo x ojo
Capítulo 13. ¡Ahora sí, te mato!
Capítulo 14. Un pequeño error
Capítulo 15. Tensión extrema
Capítulo 17. Imbécil
Capítulo 18/1. Confusión
Capítulo 18/2. Una noche
Capítulo 19. Lárgate
Capítulo 20. Días desiertas
Capítulo 21. Su otra cara
Capítulo 22. Un viernes gris
Capítulo 23. Iker Sinclair
Capítulo 24. Una tras otra.
Capítulo 25. Negación injustificada
Capítulo 26. El doctor
Capítulo 27. Cita llena de casualidades
Capítulo 28. Sin paquete
Capítulo 29. Romina/Milla Flow
Capítulo 30. Encerrada pero libre
Capítulo 31. Ella es igual a mi.
Capítulo 32. Confianza
Capítulo 33. Familia
Capítulo 34. Romeo y su Julieta
Capítulo 35. El idiota de Sinclair
Capítulo 36. Decisión final
Capítulo 37. El trato
Capítulo 38. Y ahora...¡Basta!
Capítulo 39. Ciclo cerrado
Capítulo 40. Sentencia final
Capítulo 41. Orgullo contra orgullo
Capítulo 42. Amor y otras mierdas...
Capítulo 43. Familia
Capítulo 44. Digo que...
Capítulo 45. Así era una vez
Capítulo 46. Soy nada sin ti
Capítulo 47. Nuestra Vida. Final
Epílogo

Capítulo 16. Fatal

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By vcarlabianca


Cuando llegué a mi casa me dirigí directamente a mi armario. No tenía ni puta idea de lo que me iba a poner. No quería nada extravagante o elegante para no crearle una percepción equivocada, pero tampoco quería algo que no me representaba. «¡Dios!» «Este armario explota de tanta ropa y yo no sé qué ponerme.»

—Hola, señor Mustaque— acaricié la cabecita de mi gatito mientras seguía mirando el interior del armario.

Me dejé caer sobre la cama mientras miré fijamente la pared, pensando en la mujer que había pasado por el despacho de mi jefe. Aunque últimamente su humor había estado peor de lo habitual, ese día en especial había tocado un límite extremo. Y yo...no tenía ni idea de lo que se habían dicho.

—Milla, ¿en una escala de uno a diez, dónde crees que te encuentras ahora mismo? ¡Deja de pensar en él!— me di un golpe en la cabeza, reaccionando.

No sabía qué demonios me estaba pasando. Las cosas entre nosotros dos se estaban volviendo cada vez más intensas. Enojarlo, enfadarlo y hacerle varias bromas ya se había vuelto algo cotidiano para mí y esto era mal. Muy mal. Sería un golpe mayor acostumbrarme a él. Lo que pasaba entre nosotros dos iba a terminar en tres semanas. Por otro lado, ese día vi lo poco tolerante que era Iker y no pude evitar preguntarme por qué a mí me aguantaba las bromas y el mal humor.

—¡Ya voy!— grité desde la habitación.

Aun si habían pasado cinco horas desde el momento en el cual llegué a mi casa hasta a las ocho de la noche, aún no estaba lista, o no por completo. Opté por algo casual. Un pantalón blanco corto acompañado por una camisa ligera blanca con diversas flores pequeñas rosas, una chaqueta igual de blanco, unas sandalias de plataforma con cinta rosa amarrada alrededor de los tobillos y un collar con pluma color oro.

Respiré hondo antes de abrir la puerta e intenté tragarme esa risa nerviosa que intentaba salir de mi boca. No tenía ni idea del porqué me estaba comportando tan infantil.

Cuando abrí la puerta me quedé en shock.

—¿Quién eres y qué hiciste con mi jefe?— cuestioné de inmediato, totalmente sorprendida de la forma en cuál se veía Iker.

—Hola— sonrió, mirándome de arriba para abajo. —Hoy no soy tu jefe, ¿estás lista?— pasó su mano por el cabello.

No podía dar créditos al hombre que tenía en mi frente. Mis ojos no querían aceptar la realidad. Por primera vez, Iker decidió dejar sus trajes en el armario y optó por un look casual y una imagen que nunca imaginé ver en él. Llevaba puesto un jeans oscuro, una camiseta simple blanca y una chaqueta de piel negra. ¡Se veía fatal! Más ahora, con ese cabello desordenado.

«Milla, Dios te dio cerebro para que lo uses, no para que lo dejes oxidarse. «Empiece ahora, por favor»

—Sí, un momento— le señalé con el dedo dándome la vuelta para agarrar la bolsa, momento en el cual a poco choqué con la pared. ¿Quién fue el chistoso que puso la pared justo ahí? —Ahora sí, ya— regresé y salí por la puerta cerrándola con la llave.

—Eh...—se mostró un poco confundido mientras se balanceó lentamente de un lado a otro. —¿Has pensado en algún lugar adonde te gustaría ir?

—No tienes ni puta idea de dónde podríamos ir, ¿cierto?— empecé a reír mientras nos encaminamos.

—No es muy propio de mí salir así...— se encogió de hombros.

—Ya me había dado cuenta— me detuve en frente de mi coche. —Precisamente porque lo intuí, acepté salir.

—No quieres perder ninguna oportunidad que te da la ventaja de torturarme— sonrió negando con la cabeza.

—Tal vez solo quiero evitar que te conviertas en un viejo verde que se pasa el tiempo robando bragas y torturando a sus asistentes personales.— le guiñé el ojo. —Súbete—, me dirigí hacia el lugar del piloto. —Mi coche, yo manejo.

—Teóricamente es mi coche.— replicó divertido.

—Teóricamente lo fue hasta que me contrataste. Déjate de berrinches y súbete.

—¿Puedo preguntarte algo?— preguntó de cuando, se subió en el asiento del copiloto y puso el coche en marcha.

—Si digo que no lo harás de todos modos.

—¿Por qué siempre usas zapatos tan feos?— cuestionó y no supe si debería reír o sacarlo del coche.

—Nunca conocí a nadie tan deseoso por morir.— lo fulminó con la mirada.

—Sabes que podría regalarte unos zapatos muy bonitos.

—¿Yo usar tus zapatos arrogantes? Ni de coña.— negué con el dedo mientras manejaba.

—Nunca subestimes el poder de unos zapatos, ya que si no fuera por ellos, Cenicienta nunca hubiera encontrado a su príncipe.—me dijo subiendo y bajando las cejas.

—Y tú tampoco subestimes el poder que tiene una mujer con cerebro.— estacioné el coche al lado del parque de atracciones. —Un culo y unas tetas no te escucharán cuando pasarás por un mal momento. Anótalo, campeón.

—¿Y esto de dónde vino?

—Pensé que andabas de filósofo.— levanté una ceja. —Vamos.

—¿Qué demonios?— frunció el ceño. —¿Me llevaste al parque?

—¡Oh, mis disculpas! ¿Acaso el señor Sinclair esperaba sentarte dentro de un restaurante de lujo y disfrutar de una comida sofisticada?—Lo vi rodeando los ojos de mala gana. —¿Te vienes o te mando con un taxi a la casa?

—¿Puedes desconectar el modo víbora venenosa y tratarme bien por una vez en tu vida?—preguntó antes de salir del coche.

—¿Y tú puedes hacer el esfuerzo de no darme las ganas de estrangularte en cada momento?— repliqué furiosa.

Sus aires de diva me estaban sacando de mis casillas. Simplemente no podría pensar que había alguien tan superficial, arrogante y lleno de sí mismo. Acaso, ¿no entendía la felicidad que le daba ese lugar a uno? Ver tantas caras sonrientes y gente que por unos momentos se olvidan de todo el mal.

—Milla— dijo en voz dura mientras miraba a su lado en el aparcamiento, acercándose a mí. —¿Podrías callarte y escucharme dos minutos? ¡Joder!

Cien emociones contradictorias pasaron por su rostro. Primero fue el enojo combinado con la furia y luego confusión y arrepentimiento. Asentí con la cabeza y pareció que se había tomado un tiempo para arreglar sus pensamientos. Los sonidos de los coches y las risas de los niños pasaron por nuestro lado mientras que ninguno de nosotros sacaba una palabra.

—No fue mi intención ofenderte. Simplemente me sorprendí de que escogiste este lugar.— habló bajando poco a poco el grado de su enfado.

—Más te vale no picarme más el orgullo o...— me detuve en cuanto se me acercó más, cortando la distancia que había entre nosotros.

—¿O qué?— levantó una ceja. —¿Qué me harás? Arañas, ya me pusiste, pipe de gato también, ¿qué sigue, empujarme por las escaleras?

—No es mala idea— intenté alejarme de él pero me rodeó la cintura con su brazo.

—Ya sé que la creatividad te sobra.

—Y a ti, el narcisismo y la arrogancia— me defendí.

—Basta— habló tranquilo mientras pasó su mano por mi rostro—Cálmate, pequeña diabla— sonrió y una especie desconocida nació en mi estómago, seguida por un temblor que recorrió todo mi cuerpo.

—¿Vamos?—deslicé la mirada de él incómoda.

Precio de unos momentos más, sentí su mirada escalofriante sobre mí. Luego lentamente retiró su mano que me rodeaba y nos hemos encaminado hacia la entrada del parque.

Me sentía tensa. Muy tensa y nerviosa. Estaba temblando y parecía que nada podría sacarme de mis pensamientos.

—¡Milla!— me sobresalté en cuanto escuché una voz que me llamó. Me giré bruscamente y vi el rostro de Irina que en cuanto pasó su mirada a Iker parpadeó. —¡Oh! Señor Sinclair.

—Señora Pérez— inclinó su cabeza hacia un lado, tratándola con frialdad. —¿Cómo se siente?

—Bien, muchas gracias. ¿Usted, todo bien?— preguntó ella mientras me dedicó una mirada confusa. —¿Qué haces aquí?—me preguntó con un entusiasmo contenido.

—Pues nada, paseando.— contesté y ella me sonrió pícara.

—Bueno, creo que Marco se preguntará por dónde ando.— sonrió aún confundida. —Si quieren, pueden unirse a nosotros. ¡Hay una comida espectacular!

Miré a Iker y él a mí.

—Te marcaré si decidimos unirnos.— la abracé y ella se aprovechó del momento para reírse. —¿Por qué eres tan frío con la gente?— lo pregunté en cuanto nos hemos quedado a solas.

—Ella es mi empleada.

—Y dale con lo mismo. Ella es tu empleada pero es una persona. La gente trabajará con más dedicación si verán que tú tienes una actitud humana.

—Hemos decidido en que no hablamos del trabajo hoy.— dijo Iker con la mandíbula apretada, dándome por entender lo poco que le encantaban mis consejos.

—Perfecto.— me encogí de hombros. —Vamos, quiero probar esta rueda de la fortuna.— añadí con entusiasmo.

—¿Qué?— preguntó en voz alta.

—Es que siempre quise...— lo vi negando con la cabeza y me detuve. —No me digas que tienes miedo.— empecé a reír.

—¿Sabes cuántas cosas pueden salir mal?— me regaño de repente. —¿Qué pasa si se bloquea o se rompe algo?— empezó a atacarme con sus explicaciones.

—Le tienes miedo.— repetí, retándolo.

—No seas infantil.— me fulminó con la mirada.

—Confía en mí.— extendí mi mano. —Vámonos, por favor.— insistí y di un largo suspiro.

La cara de mi jefe era de puro miedo y esto, debía admitir, que me daba cierta satisfacción. Nunca me había imaginado que le tuviera miedo a algo como esto.

—Quita esa cara.— le dije luego de habernos sentado en nuestros puestos.

—No tengo otra.— replicó cuando la rueda empezó a moverse.

—Estambul se ve hermoso.— me incliné un poco para admirar más el panorama.

—¿Podrías dejar de moverte y estar inquieta en tu lugar?— habló inexpresivo.

—Relájate un poco.— me acomodé y lo fijé con la mirada. —¿Te sientes un poco mejor que hoy por la mañana?

—No sé— contestó sincero. —El problema todavía persiste.

—Tu paz es más importante que volverte loco por personas ajenas y situaciones que no entiendes por qué pasaron, de la manera en cual pasaron. Suéltalo todo y vive el presente.

—Esto fue muy... Poético— sacó una risa mientras negó con la cabeza. —No todo en esta vida se puede soltar. A veces hay que tomar asiento y mirar de frente los problemas.

—Los problemas siempre golpearán a tu puerta, pero no hay necesidad de ofrecerle una silla.— le dije y noté cómo su rostro se oscureció. —Si no puedes soñar más alto de tus límites, eres un gilipollas con todas letras, pero si no te permites soñar porque sientes miedo, eres un cobarde. Recuerda que a ninguna persona que vivió de la cobardía se la llevó flores cuando murió.

Se encontraba a punto de darme una réplica ácida cuando la rueda se paró.

—¿Qué demonios?— susurré esforzándome en mirar hacia abajo, pero por la altura a la cual nos encontrábamos no veía nada.

—Creo que hay un problema técnico— dijo Iker tranquilo.

—¡Ay, no!—sentí cómo el pánico me acorraló. —¡Haz algo!—exclamé.

—Si te das cuenta de que estoy aquí a tu lado y no ahí abajo, ¿no?—empezó a reírse. —Lo van a resolver.

—No, no,no— empecé a agitarme, desesperándome. —Esto es solo tu culpa. Tú y tu mala boca que predijo que esto iba a suceder.—lo miré furiosa.

—¿En serio?—preguntó .—¿Por qué demonios quisiste subirte en esta mierda si te pones así?

—Imbécil, por alguna razón nunca antes me había subido en esta cosa.—lo apunté con el dedo. —Esto es solo tu culpa.— me quejé.

—¿Cómo puedes echarme la culpa a mí por algo tan imprevisto?— se cruzó de brazos mientras se reía de mí.

—Simplemente, por ejemplo, ¿limpiaste tus chakras por hoy?

Desde pequeña me imaginé admirando el panorama de Estambul pero nunca me atreví a subirme en la rueda por culpa del estúpido miedo que le tenía a las alturas. Pensé que iba a poder manejar la situación, más cuando entendí que Iker tampoco estaba muy cómodo con esto. De una o otra forma eso me había dado cierto poder.

—Milla...— intentó hablar pero mi miedo era demasiado grande, por lo tanto lo corté ácida.

—No me quiero morir aquí y mucho menos contigo—me quejé.

Sentí sus manos agarrándome los brazos y atrayéndome hacia él, haciendo que nuestros labios se unieran en un beso inesperado. Su olor, su aroma y su calidez volvieron a dominarme mientras que su mano caminó por mi cuello hacia abajo. Más abajo, hasta que se detuvo en mi seno derecho, al cual lo apretó con fuerza en su mano.

—¡No!— me alejé de golpe. —Esto no está bien.—Lo miré y no supe si era furia o euforia. —¿Tú crees que soy una puta a la cual puedes manosear cuando tú quieres?

—¿Tú crees que te considero mi puta?— preguntó mientras volvió a atraerme hacia él, rozando sus labios sobre los míos.

—No vuelvas a tocarme— murmuré. —No quiero que vuelvas a...—me interrumpió.

—Dilo un poco más convencida y te creeré— pasó su pulgar por mi labio inferior. —Sé que lo estuviste disfrutando igual que yo.

—Esto se acabó— inicié una tentativa de alejamiento que evidentemente falleció. —De ahora en adelante, consigue tener polvos con Carina o cualquier otra mujer que se te cruza por la calle, pero no conmigo.

—Cuando te follé en mi oficina o en la sala de juntas y casi en mi casa, no me sembró escuchar ninguna queja, más bien yo diría que estabas a punto de suplicar a que te tome.— pasó su lengua por mis labios inferiores.

—No volverá a pasar.—dije, aun si no estaba convencida de lo que decía.

—Desde luego que no— replicó irónico, volviendo a pasar su mano sobre mi pecho.

—Te dije que he acabado con esto—respiré con dificultad, mientras que su voz suave y la calidez de su mano despertaban todo mi interior.

—Claro que sí, has acabado del todo.— sonó sarcástico y apretó con fuerza mi pecho en su mano, haciéndome sacar un corto gemido. —¿Quizás solo una vez más?— Clavó sus ojos azules oscuros en los míos, cortándome la respiración.

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