Sangre sobre el hielo ✧; Kook...

Par mochisweeties

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(кровь около застывание). La sangre tiñe el mundo del patinaje sobre hielo y se derrama sobre los que reinan... Plus

Capítulo primero.
Capítulo segundo.
Capítulo tercero.
Capítulo cuarto.
Capítulo quinto.
Capítulo quinto (segunda parte).
Capítulo sexto.
Capítulo séptimo.
Capítulo séptimo (segunda parte).
Capítulo octavo.
Capítulo octavo (segunda parte).
Capítulo noveno.
Final.
Epílogo.

Capítulo noveno (segunda parte).

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Par mochisweeties

El imponente Volkswagen negro se desplazaba a gran velocidad por la carretera. Jungkook, conduciéndolo, se sentía el rey del mundo. Su cabello flameando libre, un brazo cómodamente apoyado sobre la ventanilla abierta, el otro firme sobre el volante. Una suave sonrisa en sus labios y la música que amenazaba con hacer explotar los parlantes.

La nieve se acumulaba a los costados del camino. El sol sembraba pequeños diamantes sobre la capa de hielo formada encima del pavimento. Era peligroso ir tan rápido sobre aquella superficie resbalosa, pero no lo suficientemente peligroso para él. ¿Acaso patinar no era su mayor destreza...? La velocidad aumentaba al ritmo de sus pulsaciones: ciento veinte, ciento cincuenta, doscientos kilómetros por hora...

Labios entreabiertos, ojos entornados tras los lentes oscuros. Iba a correr sí, en más de un sentido. El sol pegó de lleno contra el parabrisas al tomar la curva, pero él aceleró aún más, levantando una lluvia de nieve que roció el camino. Ahora llevaba las dos manos sobre el volante y su respiración ya era un jadeo. Un gemido trepó por su garganta hasta escapar en el momento justo en que clavó los frenos... El cero kilómetro no pudo contra la congelada superficie y dio dos giros completos sobre el pavimento antes de detenerse en sentido contrario al que iba. Agitado, Jungkook echó la cabeza hacia atrás cerrando los ojos con fuerza, suspirando.

–Te dije que no podrías –ronroneó Jimin con una sonrisa traviesa, lamiéndose los labios al tiempo que se enderezaba desde entre las piernas del rubio para mordisquearle el cuello–. Gané la apuesta.

–Debería ser yo el ganador –replicó Jungkook, aún agitado por el placer recibido–. Evité que nos matáramos.

–Acéptalo, perdiste. Y será mejor que abroches tus pantalones o tendrás que inventar una buena excusa si nos detiene la policía. Está muy mal manejar a esas velocidades, mi querido, muy mal...

Jungkook echó una mirada penetrante para luego sonreír. Hizo lo que le aconsejaba su amante y después puso nuevamente el auto en marcha.

–No me compré esta belleza para dejarla en exposición.

–Claro, pero ¿podrías intentar no destrozarla el primer día?

–Da lo mismo, puedo comprar otro si quiero –alardeó Jungkook con una sonrisa autosuficiente, gozando del gesto exasperado de Jimin–. ¿Y bien? ¿Qué es lo que quieres de premio?

–Que seas mi esclavo sexual por una semana.

–Soy tu esclavo sexual siempre...

–Si, pero me refiero a una semana entera, día y noche, sólo para mí –insistió Jimin echándole los brazos al cuello, besándolo repetidamente en las mejillas mientras volvían al camino, ahora con más calma.

–Bien, pero tú le darás las explicaciones a Jin de por qué faltaré a los entrenamientos –bromeó Jungkook, relajado.

–Eso incrementaría peligrosamente nuestro grado de conversación. Más de diez palabras, la idea me da miedo... ¿A dónde vamos?

–A conocer a alguien.

–¿A quién?

–Eso... es una sorpresa.

La expectativa crecía tanto como la distancia que recorrían. ¿A cuánto estarían ya del centro de la ciudad? ¿A veinte, treinta minutos? Jungkook manejaba demasiado rápido, no podía calcularlo. Pero en verdad que poca importancia tenía cuando el día era tan bonito que los sueños volaban al viento como sus cabellos, entretejiéndose en el aire en una estela dorada y azabache.

Al salirse del camino, Jimin liberó del abrazo a su conductor, y se pegó a su ventanilla, curioso. Los árboles, el sendero... hasta la nieve parecía más prolija. ¿Quién sería el afortunado dueño en ese lugar? Bueno, pronto lo averiguaría.

El enorme caserón que coronaba el final del camino era tan hermoso que a Jimin se le hizo difícil disimular su embelesamiento al bajar del auto.

–Jungkook... ¿qué es este lugar?

–¿Te gusta?

–Es hermoso... mira éste parque... y la casa es gigante... –Jimin avanzaba con lenta admiración, deteniéndose bajo algún árbol, observando la mansión, fascinado. Jungkook lo seguía de cerca, con las manos en los bolsillos, su mirada llena de amor–. ¿De quién es todo esto?

–Tuyo. Si lo deseas.

La cara de Jimin fue, de pronto, un himno al estupor.

–Estás bromeando...

–Puedo comprarla –admitió Jungkook, encogiéndose de hombros–. Puedo comprarte lo que quieras. Pídeme el mundo entero y te lo daré –aseguró tomándolo por la cintura, atrayéndolo hacia él.

–No necesito el mundo entero, ¡me conformo con ésta parte de él! –exclamó Jimin, entusiasmado, mirando a su alrededor como si nada fuera real.

–Pues que bueno, porque no tenía tanto dinero...

Ambos rieron, abrazados, Jimin tan exaltado que trepó sobre Jungkook, abrazándole la cintura con las piernas

–Te amo, te amo, te amo –repetía besándolo una y otra vez.

–¿Estarás feliz ahora?

–No...

–¿No?

–No hasta que entremos y me tomes en la habitación más bella de esta casa.

–Tal vez tenga muchas habitaciones bellas...

–Entonces... creo que es tiempo para ti de demostrar qué tanta energía te dan esos cereales que desayunas...

~ * ~

Era una casa demasiado grande para ellos, había que admitirlo, pero eso no impidió que la convirtieran en un cálido hogar. Cumpliendo con su palabra de honor, estrenaron todas y cada una de las habitaciones con largas y deliciosas sesiones amorosas, que más tarde dieron lugar a códigos privados tales como “quiero repetir el cuarto azul luego de la cena”, “es tiempo para ti de mostrarme qué tan bien haces la cocina”, “me han dado ganas de el baño del segundo piso”, o “es un día hermoso, hagamos un jardín, my love...”.

Mientras Jungkook entrenaba sin respiro, Jimin, sin otra cosa que hacer, pudo dar rienda suelta a su imaginación artística, y respaldado por el generoso presupuesto que habían destinado a la casa, realizó un trabajo magnífico de diseño que luego carpinteros y decoradores profesionales dieron vida por él. Llenaron la casa de libros y música, de flores y hermosos muebles. Había salas enteras destinadas al puro ocio, con mesas de pool, gigantescos y mullidos sillones, barras de bebidas y hasta una pequeña sala de cine. Incluso, en un área cerrada de la planta baja, habían hecho construir una espectacular pileta climatizada desde donde era un placer contemplar la nieve caer contra los gigantescos ventanales mientras se disfrutaba un tibio baño, y por qué no, algún otro tipo de actividad más ardiente... El jardín delantero se convirtió en un parque con bancos de piedra y un gran sillón mecedor hecho de troncos, en donde solían sentarse a recordar los plácidos momentos vividos en el sur. Jungkook compró seis perros y Jimin adoptó un pequeño gato siamés, que se resignó a vivir confinado en las habitaciones más alejadas cuando el rubio se encontraba en la casa.

Tenía una mansión de ensueño y un novio envidiado por media ciudad, tres autos en su cochera y una moto que dejaba sin habla al más experto, y sin embargo... Jimin no parecía satisfecho. Al poco tiempo de concluir la decoración de la gran casa, cuando se encontró solo y sin nada que hacer en ella, su humor volvió a ser bastante irascible. Agregado a esto, Jungkook había comenzado su ronda de campeonatos y la atención, tanto de la prensa deportiva como de sus fans, había vuelto a caer sobre él, acosándolo cuando recorría las calles de la ciudad, retrazándolo luego de cada entrenamiento.

–¿No puedes llamar a la policía y que las arresten? –preguntaba irritado.

–¡Son sólo niñas! –respondía Jungkook, sonriendo a las muchachas que le arrojaban besos o venían corriendo a pedir un autógrafo.

–Te pareces a Park Jimin –había dicho una de ellas, una tarde en que asistía como espectador a un evento y de pronto docenas de flashes habían caído sobre él. Desde entonces, la voz de que el tristemente célebre patinador norteamericano actualmente vivía en Rusia, había corrido entre los amantes del patinaje como reguero de pólvora, por lo cual ahora también se acercaban a él, aunque más por curiosidad que por fanatismo.

–Son tus fans que te extrañan –le decía Jungkook, animándolo.

–No. Sólo quieren saber si tengo la cabeza partida al medio, o si quedé medio idiota –respondía Jimin, recluyéndose aún más en el interior de su pesimismo.

~ * ~

Antes que el reloj despertador mostrara las 6:00 am en su pantalla de grandes números color verde, Jungkook aplastó la alarma en un movimiento rápido y seco. La habitación todavía estaba en penumbras; la cama tibia y cómoda, ideal para que su niño durmiera aún tres o cuatro horas más, enrollado sobre sí mismo como estaba, respirando rítmicamente bajo un sueño tranquilo. Jungkook suspiró, observándolo con sana envidia, deseando algún día poder conciliar el sueño de aquella forma, y besó su mejilla con cariño antes de levantarse. No quería molestarlo.

El baño estaba condenadamente frío. ¿Pasaba algo con la calefacción central? Sonrió. No, claro que no. El problema era que cada vez soportaba menos estar lejos de la calidez de Jimin. Con una mezcla de aburrimiento y desgano, tomó la pasta dental y la colocó en su cepillo. La tentación de no ir a entrenar se hacía cada día más difícil de resistir. Era curioso descubrir a esa altura de su vida que en las ansias casi desesperadas por ir a la pista todos los días mucho tenía que ver su deseo de no quedarse en casa. Ahora que tenía más de un motivo para no abandonar su hogar, compartir un lecho tibio con quien amaba se hacía evidentemente más seductor que una fría pista de hielo. Pero en fin, así eran las reglas del juego que había decidido jugar y debía respetarlas.

Envuelto en la cálida sensación del deber cumplido echó su pelo hacia un costado con un movimiento de cabeza, totalmente distraído, pero grande fue su sorpresa al descubrir que había otro reflejo en el espejo además del suyo. Jimin estaba de pie bajo el umbral de la puerta, vistiendo una remera de mangas largas dos talles más grandes que el suyo, con el cabello revuelto y el gesto iracundo y soñoliento.

–¿Adónde vas?

–A entrenar.

–¿Un sábado? –inquirió de mal modo.

Jungkook mordió su cepillo con la mirada fría clavada en el espejo.

–Tengo que entrenar –informó escuetamente antes de continuar lavándose los dientes.

–Entrenas seis horas, cinco días a la semana, cuando no más, ¿eso no te parece suficiente?

–No llegué a donde estoy por ser perezoso.

–No, si nadie va a acusarte nunca de ser perezoso Jungkook, apuesto que no es eso lo que te quita el sueño.

El ruso volvió a detener el cepillo en su boca, taladrando ahora el reflejo con una mirada de profunda ofensa. ¡Se había sacrificado como un animal desde niño, entregando cuerpo y alma para su mejor formación, y ahora lo despreciaban por eso! Pero luego de que el relámpago de furia surcó su rostro, Jungkook pareció tranquilizarse. Enjuagó su boca con lentitud, se secó el rostro con una toalla y tomó un peine azul con total naturalidad.

–Los Mundiales comienzan en un mes –explicó sin humor, peinando su lacio pelo rubio–. En los Nacionales y Europeos estuve bien, pero pasé demasiados meses inactivo para mi gusto. Enfrentar un Mundial no es cosa fácil, los entrenamientos deben ser más duros y si no refuerzo mis...

–¡No me digas cómo son los entrenamientos de temporadas! –interrumpió Jimin a los gritos– ¡Sé perfectamente cómo son! ¡No me hables como si yo no supiera nada, como si no los hubiera vivido! ¡Fui un patinador de competición, ¿lo has olvidado?! ¡Estuve en los mismos malditos torneos que tú! ¡Gané decenas de medallas! ¡Era un campeón! ¡Era un campeón! –gritó antes de deshacerse en sollozos, resbalando por la puerta hasta quedar sentado en el suelo, sus manos cubriéndole el rostro.

Jungkook se giró lentamente para observarlo, estupefacto. ¿Qué rayos había sido eso?

–Estás histérico, Jimin –dijo luego de observarlo por un largo rato–. Estás insoportable desde que llegamos a Rusia –agregó con su voz más fría.

Jimin se puso de pie y regresó a la habitación sin decir una palabra más. Jungkook golpeó su frente contra el espejo. “Soy un idiota” se dijo a sí mismo mientras un suspiro empañaba su imagen.

Cuando un par de minutos más tarde entró en el dormitorio, Jimin se encontraba sentado en la cama, de espaldas a la puerta. Ya no sollozaba, pero se veía furioso, intentando dominarse a sí mismo, tembloroso y con la vista clavada al frente. Suavizando su gesto, Jungkook se acercó a él, arrodillándose tras él sobre la cama. Hizo un par de intentos por descomprimir la situación, pero no pareció tener mucho éxito. Finalmente lo abrazó por detrás, besándole el cuello con pasión, sus manos hundiéndose sensualmente bajo la ropa interior... Pero Jimin lo rechazó con brusquedad.

–Déjame –se quejó, apartándolo con un empujón–. Yo no soy Yoongi, no tienes que compensarme siempre con sexo cuando necesito algo. ¿Acaso es lo único que sabes hacer para convencer a alguien? Eres más rastrero que una prostituta, no vales más que la más vulgar de ellas...

Jimin comprendió que había ido demasiado lejos aún antes de terminar de hablar. Llevándose una mano a los labios, arrepentido, giró para enfrentar las consecuencias de aquellas desatinadas palabras. Jungkook se había apartado, veloz como si hubiera sido atacado por una serpiente. Su gesto, sin embargo, no era de enojo sino de dolor, profundo dolor y vergüenza.

–Perdóname –susurró Jimin, incapaz de creer lo que había dicho–. Perdóname –suplicó, echándole los brazos al cuello, besándole las mejillas con devoción. Jungkook no respondió. Su expresión estaba ausente, aunque sus ojos se volvían cada vez más cristalinos, inundados de lágrimas–. No quise decir eso, no sé por qué lo hice, perdóname mi amor, perdóname.

Estar sinceramente arrepentido no parecía servir de mucho. Jimin apretó su abrazo, deseando que el calor de su contacto derritiera la helada capa de hostilidad que había caído sobre ellos, pero aunque aceptaba sus caricias, Jungkook parecía incapaz de devolverlas.

–Perdóname –insistió, soltándose, y los sollozos volvieron a apoderarse de él–. Jungkook, soy un idiota. No puedo hacer nada para merecerte, para captar tu atención, para que veas que vale la pena estar conmigo. Quiero ser inteligente, divertido, interesante para ti, y sólo fracaso, fracaso todo el tiempo –admitió, secándose una lágrima que rodaba por su mejilla–. Siento celos de todos los que te rodean. Celos de Jin, que comparte códigos contigo que yo jamás podré entender. Celos de Jisoo cuando te muestra a sus hijos, cuando tú los tomas en brazos y juegas con ellos, tentándote a la vida familiar que nunca podrás tener si te quedas conmigo. Celos de todos y cada uno de los que vienen a pedirte un autógrafo, una foto, de las muchachas que coquetean por un beso, deseando poder conquistarte. Los odio a todos –confesó, tomándose la cabeza entre las manos–. A veces... hasta tengo celos de Dios. Sí, de Dios, porque te he visto besar tu cruz cuando crees que estoy dormido, y murmurar con los ojos cerrados, confiándole a Él cosas entre lágrimas que no me confías a mí...

En este punto Jungkook volvió sus ojos, ya no dolido, tampoco enojado, sino pasmado, como si estuviera a punto de decirle “estás totalmente loco”.

–Sí, estoy loco –admitió Jimin, leyendo sus pensamientos–. Estoy enfermo de miedo a perderte, de miedo a que te hartes de lo que soy y busques a alguien menos complicado, alguien que traiga alivio a tu vida y no más preocupaciones de las que tienes... Jungkook... tengo miedo de que me odies...

Permanecieron en silencio por un par de minutos. Jimin esperaba una respuesta con la vista clavada en el suelo, mordiéndose los labios, tembloroso de nervios y miedo a lo que vendría. Jungkook parecía meditar lo que había escuchado, con el semblante serio y ausente. Nada en su expresión indicaba que fuera a darle la razón o no. Momentos después, con un suspiro quebrantó el silencio y sin decir una palabra abandonó la habitación.

Jimin hundió aún más la cabeza entre sus manos, una lágrima cayendo en silencio. Pero antes de que pudiera pensar en las consecuencias de la estupidez que había cometido, Jungkook regresó, tomando asiento a su lado.

–Tenemos que hacer algo, porque las cosas así no marchan –dijo como si hubiera enunciado un gran descubrimiento–. Quiero que me prometas algo, y que de verdad lo cumplas.

–Lo que sea, mi amor, lo que quieras.

Jungkook desvió su mirada al suelo cuando sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas

–Promete que no volverás a decirme algo tan feo –susurró, intentando ocultar la mueca de dolor que contorsionó su rostro–. Palabras como esas me hacen sentir sucio, me lastiman, me duelen mucho más de lo que puedes comprender... porque todo lo que tú pienses me importa mucho... y me duele aún más.

Jimin asintió, aún llorando en silencio. Jungkook era muy bueno en muchas cosas, pero en nada era tan experto como en hacerlo sentir culpable.

–Quiero que prometas –continuó con voz extraña; al parecer las lágrimas también se anudaban en su garganta– que intentarás darme tu apoyo en mis proyectos, en mi trabajo, ayudarme a alcanzar mis metas y no sólo poner piedras en mi camino... –Secándose las lágrimas, Jimin volvió a asentir enérgicamente–. Y por último, quiero que seas siempre sincero conmigo, que no me ocultes nada, ni tus problemas ni tus quejas. No puedo darte lo que necesitas de mí si guardas secretos, si escondes resentimientos para estallarlos en mi cara cuando pienso que estás bien. Esto es lo más importante. No podemos continuar juntos si no te abres completamente a mí.

Jimin permaneció un momento observando el azul de aquellos ojos. Vagó suavemente su mirada por la pálida piel de las mejillas, la boca bien delineada con labios rozados y apetecibles, el sedoso y brillante pelo dorado enmarcando el rostro. No podía negarle nada a esos ojos. No quería negarle nada, nunca más.

–Te lo juro –respondió al fin, hipotecando su alma en cumplir su promesa.

Jungkook exhaló el aire retenido en un delicado suspiro de alivio. Su mirada era tranquila y a la vez tan penetrante como aquel primer encuentro en Alemania.

–Había planeado una salida romántica para darte esto, una cena con velas, a bordo de un barco tal vez... pero las cosas no siempre salen como uno las planea –dijo, mostrando en sus manos un estuche de fino terciopelo negro. Jimin lo observó, sin atreverse siquiera a pensar lo que creía que era, pero Jungkook quitó el misterio enseguida. Sin mucha ceremonia, abrió la pequeña tapa y mostró su contenido: un par de hermosas alianzas de oro.

Jimin quedó boquiabierto, mudando alternativamente sus enormes ojos negros de los azules de su amante a los anillos en el joyero. Una expresión de dolor ensombreció su semblante.

–Ya no quieres dármela ¿verdad? –preguntó, compungido.

Una suave sonrisa brilló en los labios de Jungkook. Demostrando una santa paciencia, tomó el más pequeño de los anillos, en cuyo interior estaba grabado su nombre: “Юнгкок”.

–Si viviéramos en otro país tal vez podría proponerte que seas mi esposo –dijo, y ninguno de los dos pudo reprimir una sonrisa por lo ridículo que sonaba el término–, pero estamos aquí y no podemos cambiar el mundo con sólo desearlo. No habrá sacerdote alguno que bendiga nuestra unión, ni constitución que nos ampare con sus leyes. No me interesa qué título nos pongan los de afuera, ni qué tan depravado les parezca que estemos juntos... nada me importa si tú me aceptas como amigo, amante y compañero.

Jimin dejó escapar un jadeo. Aún después de la pela, luego de que lo rechazara y humillara sin motivo... todavía mantenía su deseo de hacerle esa proposición. Se sentía tan avergonzado... Pero el rostro de Jungkook se había iluminado junto con la habitación, en donde los muebles iban tomando nitidez a medida que la claridad del día los alcanzaba.

–¿Es necesario arrodillarme, decir palabras cursis y todo eso para que me aceptes?

–Sí –respondió Jimin, riendo. También con una sonrisa, Jungkook hincó una rodilla en la pose más caballeresca, e impostando la voz en tono ceremonial, recitó al tiempo que colocaba la sortija:

–Jimin, toma este anillo en señal de mi amor y mi... oh, creo que olvidé lo que sigue...

–Sabes muy bien lo que sigue.

–Tengo amnesia.

–Dilo o te golpearé.

–Ok, ok... mi amor y mi fidelidad –dijo al fin, obligado, Jimin riendo por la teatral cara de condena del rubio–. Y prometo amarte y respetarte hasta que la muerte nos separe. Amén.

Ambos rompieron en carcajadas. Jimin secó las lágrimas que antes fueran amargas, ahora cayendo como la expresión más pura de su alegría, mientras miraba emocionado la bella alianza en su mano. Jungkook dejó instalada su sonrisa, mirando con adoración el rostro de su niño. Tomando su mano entre las suyas, lo instó a mirarlo a los ojos.

–Eres tú mi único dueño –afirmó, ahora su voz sonando dulce pero verdadera–. Es tu voz a la única que obedezco, tus labios quienes tienen el disfrute de mis besos, tus manos las únicas autorizadas a explorarme –aseguró, besándoselas–. Soy ciego a cuantos me rodean, no tienes nada que temer. Juro que sólo tú tienes el control de mi cuerpo y de mi alma. Lo digo en serio. No sé qué más tengo que hacer para que lo entiendas.

Arrojándose sobre él, devorándole la boca con un beso desesperado, Jimin dejó en claro que no necesitaba más pruebas. Apenas separándose, tomó la alianza en la que habían grabado su nombre, “Цзи Мин”, y la colocó en la mano de  Jungkook, besándosela repetidas veces.

–¿No vas a arrodillarte y darme un discurso sobre cuánto me amas? –exigió el rubio, apenas conteniendo su risa.

–Me arrodillaré... pero te daré algo más que eso –aseguró Jimin, atacando sus pantalones, sin apartar la mirada de su rostro.

–Yo tenía un entrenamiento al que asistir, ¿lo recuerdas?

–Pues... creo que llegarás muy tarde...

~ * ~

Las alianzas parecieron resultar de maravilla. Como un talismán contra todo lo negativo, surgieron su efecto con una eficacia casi mágica. Eran sus doradas promesas, tangibles e inseparables, recordándoles el amor y el respeto por si alguna vez se veían tentados a olvidarlos.

No tuvieron ese inconveniente. Jimin fue el que sufrió el cambio más radical. Desde ese día se transformó en una versión mejorada de aquel joven dinámico que una vez había sido, cuando enfrentaba a su padre y al mundo desplegando su magia sobre el hielo, y resurgió de sus cenizas con la fuerza renovada de un fénix. Decidió ser responsable y obediente con su tratamiento médico, y cumplió las órdenes de sus nuevos doctores a rajatabla. No sólo se convirtió en el amante y el paciente perfecto, sino también en el estudiante ejemplar, pues desde ese mismo día comenzó a tomar clases para aprender a hablar en ruso, y aunque en poco tiempo descubrió que era algo para lo que carecía totalmente de aptitud, continuó intentándolo con esmero.

–Está bien, tómatelo con calma, algún día lo aprenderás –lo alentaba Jungkook cuando, en un arrebato de desesperanza, arrojaba lápiz y papel al diablo, derrotado por aquellos incomprensibles símbolos y endemoniados sonidos ante los que su oído parecía volverse de piedra.

Jungkook estaba tan encantado con tal muestra de dinamismo y buena voluntad, que no sintió el peso de cumplir con su parte del trato. Jimin no sólo lo acompañaba espiritualmente en su trabajo, sino que, literalmente, iba con él a todos y cada uno de sus entrenamientos. Sus días perdieron el tedio de la rutina al poder compartir con él cada momento. Se les hizo un hábito levantarse más temprano de lo que necesitaban hacerlo, pues aprendieron que no eran capaces de preparar el desayuno sin terminar enredados nuevamente entre las sábanas, práctica que atentaba contra cualquier intento de puntualidad.

Jungkook manejaba cada mañana hasta el estadio y entrenaba duramente hasta el medio día bajo la minuciosa supervisión de Jin y la atenta mirada de Jimin, que desde las gradas lo animaba y aguardaba pacientemente. Luego el día quedaba entero sólo para ellos, como había prometido a su amor. Solían almorzar en los mejores restaurantes de San Petersburgo, pero tampoco dejaban de visitar los preciosos “bistros”, pequeños y encantadores lugares, económicos pero bellos, en donde se comían cosas deliciosas. Los canales y los ríos estaban helados, pero a Jungkook le encantaba tomar café a sus orillas y hacer planes para el verano, cuando podrían dar largos paseos en barco por el río Neva y disfrutar de la ciudad desde otro punto de vista. Visitaban museos, palacios, iban al cine y al teatro, pero decididamente lo que más disfrutaba Jimin era hacer compras.

–Vamos, continúa gastando el dinero que yo gano con duro trabajo –solía decir Jungkook para molestarlo, pero nada impedía que Jimin derrochara billetes comprando toneladas de ropa para ambos, música, teléfonos celulares, cámaras digitales y prácticamente todo lo que se cruzaba en su camino.

–¿Cuándo me darás mi propia tarjeta de crédito?

–¿Estás loco? ¿Crees que permitiría que pusieras tus manos sobre mis cuentas en el banco?

–Así no tendrías que preocuparte por dejarme dinero todos los días...

–No, sólo debería preocuparme por dónde iría vivir cuando embarguen mi casa... ¡Y ya deja de hacer eso!

Jimin lo estaba volviendo loco. Hacía media hora que asomaba entre los estantes llenos de juguetes haciendo pucheros de niño pequeño porque no complacía sus caprichos. A ese paso llegarían tarde a la cena.

–¿Has decidido qué comprar?

–No lo sé, ¡son todos tan lindos!

–Decídete de una vez, porque pasará la Navidad y seguiremos aquí buscando regalos.

–Creo que llevaré esto también... ¿dieciséis regalos para dos niños estará bien?

–Más que bien, vamos ya.

Por supuesto, pasarían las fiestas junto con Jin y Jisoo. Las asperezas entre Jimin y el nuevo entrenador de su amado fueron limándose con el tiempo hasta prácticamente desaparecer. La incompatibilidad de idiomas era una barrera importante, pero una vez superado el terrible ataque de celos, Jimin fue capaz de descubrir a esa pacífica persona de la que todos hablaban maravillas. Jin amaba a su esposa, Jungkook lo amaba a él, no había motivos para alarmarse, o por lo menos eso era lo que se obligó a creer. Cuando fue capaz de aceptar eso, entonces pudo comenzar a disfrutar de una nueva familia.

No podrán separarnos, amenazó a los viejos fantasmas cada vez que lo atacaron en la oscura soledad de su mente. No lograrán arruinarnos la vida.

~ * ~

Fue la Navidad más dulce que Jimin hubiera vivido jamás. La casa estaba hermosamente decorada, y olía a dulces y a comida casera recién hecha. Jungkook se disfrazó de Papá Noel para los niños y la felicidad sincera derribó toda barrera idiomática y cultural.

–Me doy cuenta que nunca tuve una familia –reflexionó Jimin, abandonado en brazos de Jungkook, mientras Jin entretenía a sus hijos leyéndoles un cuento y Jisoo desfilaba por la casa llenando el árbol de regalos.

–Yo tuve una hace muchos años –aseguró el ruso, suspirando–. Y ahora tengo otra –agregó besándole la frente.

–¡Oh, por Dios, Jimin! ¡Tienes que ver ésta foto! –Jisoo casi derrama su copa, entusiasmada por el descubrimiento–. ¡Mira qué pequeño estaba Jungkook!

–¿Esos tres son ustedes? –Jimin tomó la foto, incrédulo. Sin dudas ese viejo retrato valía oro.

–Claro que sí –respondió ella, sonriente–. ¿Acaso yo no estoy igual de joven y bella?

Todos rieron. Pronto se encontraban reunidos alrededor de la fotografía.

–Oh, Dios... mira esa diferencia de estatura, me hacen sentir viejo –se lamentó Jin.

–Eres viejo –afirmó Jungkook, antes de recibir un golpe.

–Ustedes eran unos mocosos, que no es lo mismo.

–El pequeño prodigio –se burló Jisoo, agitando el rubio cabello de su amigo–, había llegado para quedarse. No sé quién tuvo más suerte, si tú encontrándote con Yoongi o él por encontrarte a ti –sonrió, sin percatarse del silencio helado que había caído sobre los tres hombres–. Pobre Yoongi –continuó, única ignorante de la verdadera historia–, es nuestra primera Navidad sin él... a veces se lo extraña mucho...

Jin miró a Jimin y éste a Jungkook, que no miró a nadie. Permanecieron en silencio un minuto, en supuesto respeto por el recuerdo del muerto. Un minuto demasiado largo.

–Vodka –dijo de pronto Jungkook, poniéndose de pie casi de un salto–. Hay que abrir otra botella...


Para el final del familiar encuentro, Jungkook había bebido dos botellas de vodka y brindado con un par de copas Champagne Soviético, pero aún así manejaba con la precisión de un reloj suizo. Al principio, Jimin se había negado rotundamente a subirse a un auto conducido por alguien que había bebido en una sola noche más que él en toda su vida, pero las sabias palabras de Jisoo lo convencieron de que era lo mejor. Al menos al principio...

–Piensa que hoy todos los conductores de la ciudad han bebido más que él. Créeme, estás en las mejores manos

–No se preocupen, acabo de beber opokhmelitsya* –había dicho Jungkook al sentarse al volante.

–¡Oh, Dios los ampare! –se había lamentado Jisoo, preocupada, en medio de las risotadas de su marido y su mejor amigo.

Jimin, que no había entendido el chiste, se había subido al auto tenso y asustado, pero ahora, luego de recorrer medio camino y comprobar que aún seguían vivos, permanecía en su asiento silencioso pero tranquilo.

Al rubio se le hacía difícil ocultar su sonrisa. Sujetando el volante con su mano izquierda, estiró la otra para acariciar la pierna de su acompañante.

–¿Me dejarás desenvolver mis regalos cuando llegue a casa? –preguntó con voz melosa.

–Los abrirás mañana, como un buen niño... Y será mejor que sujetes la palanca que corresponde o chocaremos.

Jungkook volvió a sonreír.

–Tendrás que dejarme abrir uno en el auto –aseguró, sin dejar de acariciarlo–, considerando que no sé si nos dejarán llegar a casa...

Jimin miró lo que Jungkook le indicaba con un gesto. Una gran cantidad de gente, proviniendo de todas direcciones, se congregaba en el camino. Sin posibilidad de retroceder, decidieron aparcar el auto.

La escena parecía salida de una película navideña. Familias enteras, con sus sonrisas beatíficas y expresiones amorosas, caminando en larga procesión hacia la iglesia, en donde escucharían el servicio religioso que coronaría aquella noche santa y los enviaría de vuelta a sus hogares con una fe renovada. Parecía montado por un escenógrafo. Faltaban los villancicos y que alguien desde una silla de director gritara: “¡Corten!”

Jimin los miró con indiferencia, pero Jungkook quedó estancado en ellos, perdido en un mar de añoranza. Sus ojos vagaron lentamente sobre los niños tomados de la mano de sus madres, los hombres conduciendo cuidadosamente a sus esposas, los ancianos acompañados por sus nietos... Quién sabe qué pensamientos o recuerdos revivían dentro de su alma...

–Quiero entrar a la iglesia.

Jungkook se volvió, veloz e incrédulo.

–¿Qué dijiste?

–Dije que quiero entrar a la iglesia –repitió Jimin con calma.

–No es verdad –replicó, mirándolo de forma sospechosa–. Odias todo lo que tenga que ver con religión, ¿por qué querrías hacerlo?

–Porque te estás muriendo por entrar, lo veo en tus ojos. Si eso te hará feliz, entonces hagámoslo y listo.

–Te lo agradezco, amor, pero no eres tú quien me impide entrar.

–Eso es verdad, nadie te lo impide.

–¿Hablas en serio? ¿Acaso crees que somos dignos de entrar a un templo luego de lo que hicimos?

–Oh, vamos. ¿Qué crees que pasará? ¿Dios se presentará señalándonos con su dedo, acusándonos de asesinos? ¿Bajará a la Tierra en bata y ruleros, tomará una escoba y nos echará de su casa, como una matrona echando a las ratas?

–No digas esas cosas, no hables así.

–Lo siento, mi amor, lamento si insulto tus creencias, pero para mí es pura basura. Eso es sólo un edificio –insistió, señalando la enorme iglesia–, un hermoso edificio construido con mucho gusto arquitectónico, pero también con la sangre y el sacrificio de la gente más pobre. Así que, si en verdad tu Dios existe y aceptó con agrado éste frío presente de oro y mármol, derroche de lujo en medio de la miseria, no creo que desate el Apocalipsis porque nosotros entremos cinco minutos para que tú te postres ante Él a acrecentar tu cargo de conciencia.

–...

–¿Qué vas a decirme? ¿Que me iré al Infierno por decir cosas como éstas?

–No iba a decírtelo, pero sí lo pienso.

–No te preocupes por mí, esa entrada ya la tengo ganada y por cosas peores que éstas.

Jungkook meditó un momento con los ojos puestos sobre el inmenso edificio. Luego desprendió su cinturón de seguridad.

–¿Entrarías conmigo? –preguntó en voz baja. Jimin se quitó su cinturón y lo abrazó con fuerza.

–Contigo a dónde sea, mi amor.

~ * ~

Aunque renegaba de las religiones, a Jimin le gustaban las iglesias. Las recorría con la misma curiosidad con que visitaba un museo o una exposición de arte. Aquella noche, sin embargo, sintió la incomodidad de saberse en un lugar al que no pertenecía y en el que, secretamente, no era bienvenido. El aire estaba embotado por el incienso y la combustión de las velas, los rezos se arremolinaban a su alrededor como insectos, atosigándolo; los sacerdotes, con sus largas togas negras típicas en los ortodoxos, se reunían en el altar mayor realizando sus extrañas ceremonias.. Hasta la rígida mirada de la Virgen, acechándolo desde los elaborados trípticos de plata y piedras preciosas, parecía perseguirlo y repudiar su presencia.

En un rincón, exactamente a la derecha de donde ellos estaban parados, había un gran altar ardiente. Cientos de pequeñas velas encendidas, según explicó Jungkook en un susurro, por las almas de los muertos más amados. A la izquierda de ese altar, una fogata distinta, un cáliz ardiente al cual la gente se acercaba a arrojar pequeños pedazos de papel.

–Escriben sus pecados y peticiones –susurró, señalando unos canastos llenos de papeles en blanco y lapiceras, listos para quien quisiera usarlos–, y luego los arrojan al fuego. En realidad no significa nada, sólo una forma de acercarse a Dios.

A Jimin le gustó aquel gesto, era una buena metáfora, y siguió con la mirada aquel rito mientras se acercaba con su novio hacia el altar de las ánimas. Jungkook tomó una cerilla y de inmediato prendió tres velas. Luego encendió otra, aprisa, como si lo hubiera olvidado. “Padres, hermana y sobrino” pensó Julien, abrazándolo con fuerza al tiempo que sentía sus ojos llenarse de lágrimas al contemplar las pequeñas llamas, tan cálidas y débiles como la propia vida. Pobrecito su hermoso Jungkook, cómo sufría esas pérdidas... Pero luego de un largo momento de meditación, aún con el gesto dubitativo, lo vio encender otra vela, aunque alejada de las anteriores.

Se soltó de inmediato.

–Dime que no es para Yoongi –exigió con frialdad.

–...

–¿Por qué? ¿Por qué hacer algo en conmemoración de su miserable alma? No te molestes prendiendo velas, Jungkook, si existe vida después de esta, no habrá vela en el mundo que lo saque del Infierno.

–…Es Dios el encargado de evaluar la balanza entre su perversidad y su amor… conmigo saldó su cuenta.

–Pero ¿por qué? ¿Por qué lo perdonas?

El rostro de Jungkook estaba contorsionado por la pena y una extraña resignación. A la dorada luz de las velas, Jimin pudo reconocer algo de esa complicidad que había visto entre él y Yoongi la noche de su muerte.

–Mi perdón no sirve de nada. Es Dios quien debe perdonarlo –aseguró el rubio sin quitar la vista de las velas.

–No, te equivocas, tu perdón es el que más importa –Jimin parecía desesperado en el camino de explicar sus sentimientos, el reflejo de las llamas danzaba dentro de sus ojos negros como fuego en un mar de petróleo– Yo no creo en Dios. O tal vez no quiero creer en Él ni admitir que sí existe, porque entonces estaría en graves problemas...

–Estamos en graves problemas –confirmó Jungkook, mostrando la mortificación que su credo le causaba–. No creas que nos recibirán con los brazos abiertos al dejar esta vida. Purgaremos eones en el Infierno, si es que algún día salimos de ahí.

–Eso no lo sé, y tú tampoco. Pero no me importan ninguno de esos cuentos, para mí es sólo un montón de palabrería inútil. Sólo tu perdón es importante para mí.

Con una mirada de cariño, el ruso pasó un brazo sobre sus hombros y besó su frente.

–Entonces no tienes nada que temer, tú siempre tendrás mi perdón –aseguró, apoyando su sien contra la cabellera negra, mientras sus ojos azules volvían a perderse en el fuego.

Jimin también volvió su mirada a las llamas, aunque su corazón lejos estaba de perder el temor. Un dolor inexplicable comenzó a crecer en su pecho, y casi llegó a pensar que era el anticipo de otro ataque convulsivo, pero pronto comprendió que era algo mucho peor que eso: era pánico y remordimiento. Pánico a perder lo que amaba, remordimiento por no abrir su corazón como debía.

Casi con un sollozo de deshizo del abrazo que lo retenía y se alejó unos pasos hacia la izquierda. Regresó trayendo dos papeles y un par de lapiceras que yacían junto al cáliz de fuego, haciendo señas para que se acercaran a un grupo de pequeños bancos que aún permanecían vacíos.

–Si en verdad hay un Dios en el Cielo viéndonos en éste momento, entonces sabrá que hago esto con las intenciones más puras que he tenido en toda mi vida –Jungkook se volvió a él, extrañado. Jimin observó el altar, como si buscara inspiración. Ahora sus rostros estaban semiocultos en las sombras–. Te amo tanto que no puedo seguir adelante sin confesarte algo primero, así que tomaré éste papel, escribiré mi peor pecado en él, y en vez de arrojarlo al fuego te lo entregaré a ti... si tú me perdonas, no me importa que Dios no lo haga...

–¿Y quieres que yo haga lo mismo?

–Sólo si tu quieres.

Jungkook tomó con calma la lapicera y miró el trozo de papel en blanco entre sus manos.

–Juro que seré sincero, sin pensar en las consecuencias –aseguró Jimin, tembloroso, sus ojos brillantes de lágrimas.

–Yo también lo juro.

Sin reparar en donde se encontraban, ambos se inclinaron hacia delante y sellaron su juramento con un beso en los labios. Profundo, sincero, como si fuera a ser el último. Luego cada cual se volcó a su confesión.

Terminaron de escribir al mismo tiempo y se miraron en un silencio cómplice.

–Antes de que lo leas quiero que sepas que te amo, y que perdonaré lo que sea que hayas escrito en ese papel –dijo Jungkook, mirándolo a los ojos.

–Iba a decirte exactamente lo mismo –coincidió Jimin, sosteniendo la mirada.

Intercambiaron sus papeles simultáneamente, y se echaron una última mirada de amor antes de leer...

Segundos después, el rostro de Jungkook se descompuso de tal forma que pareció que iba vomitar. Sujetándose del reclinatorio para no caer, resbaló hasta acabar de rodillas, tapando su boca con una mano, escondiendo el rostro en la cuenca de sus brazos.

Jimin, en cambio, parecía haber caído nuevamente en coma, con las pupilas dilatadas y fijas en el papel que aún sostenía entre sus manos. Su expresión era impenetrable. Estaba paralizado.

La gente continuó pasando a su alrededor como suaves oleadas en el mar, moviéndose de un lado hacia el otro susurrando sus plegarias. Las velas siguieron encendiéndose en el altar iluminado, los pecados consumiéndose en el fuego. Todo permaneció tranquilo y normal en aquella antigua iglesia rusa. Nadie pareció notar que Jungkook, casi arrastrando su cuerpo, abandonaba el edificio dejando a Jimin aletargado en el banco.











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¡¿VIERON ESTE VIDEO?!


Sólo dos capítulos y acaba esta historia.♡ (se viene un drama).

Vayan a leer Lucky Strike o Follow You. Están en mi perfil.

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