Aunque tú no lo sepas

By quemalamemoria

133K 7.7K 2.4K

Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o ci... More

Prólogo
1.- Al cantar
2.- Que nos sigan las luces
3.- She's a rainbow
4.- Count on me
5.- Shake it out
6.- Confesiones de invierno
7.- Sí, pero no
8.- Flaca
9.- Juego de seducción
10.- Everytime you go away
11.- No hubiera dudado
12.- Hoy no me encuentro
13.- Solamente vos
14.- Querría
15.- I need you
16.- Don't dream it's over
17.- So what
18.- Alguien
19.- Adiós
20.- No
21.- Con las ganas
22.- Amar pelos dois
23.- Live forever
24.- Ain't no mountain high enough
25.- A quién le importa
26.- No rain
27.- Vete de mí
28.- I'm still standing
29.- City of stars
30.- Soñar contigo
31.- Te quiero
32.- Mientes
33.- Heaven
34.- Los charcos
35.- Take my breath away
36.- Demons
37.- Eres tú
38.- Lucha de gigantes
39.- Je t'aime... moi non plus
40.- A song for you
41.- Adoro
42.- Eres
43.- Entra en mi vida
44.- Catch and release
46.- Fil de llum
47.- Sólo si es contigo
48.- Alma mía
49.- Frío
50.- Desconocidos
51.- Todo mi amor eres tú
52.- Como el agua y el aceite
53.- Kooks
54.- Mireia
55.- Canción de cuna
56.- Mirarte a los ojos
57.- Tengo ganas
58.- Burbujas de amor
59.- Aunque tú no lo sepas
60.- Tu canción
Agradecimientos

45.- This is me

1.9K 127 34
By quemalamemoria

"Cuando las palabras afiladas quieran cortarme

les enviaré un diluvio, las ahogaré a todas

soy valiente, estoy herido, soy quién debo ser, este soy yo

cuidado, pues aquí vengo, vengo marchando

al ritmo de mis propios tambores, no tengo miedo de ser visto

no me disculpo, éste soy yo".

"This is me" – El Gran Showman (2017).

ALFREDO:

Cuando nos despedimos de ti en el aeropuerto en ya aquel lejano octubre del año pasado, me seguías pareciendo el mismo niño que cogí en brazos con mucho miedo por primera vez hace ya veintiún años. Y habías vuelto hecho todo un hombre. Centrado, con las ideas claras. Incluso al tío Toni le habías sorprendido gratamente, porque no estaba nada convencido que fueras a aceptar tan rápidamente la oferta que Amaia, por medio de su hermano, te había puesto encima de la mesa. Ni siquiera yo las tenía todas conmigo, no te puedo mentir.

Aun así, tu regreso me había devuelto un hijo más hecho. Menos niño y más hombre. Y, aunque me preocupara tener que reconocerlo, te percibo preocupado por algo que siempre me dices que no es importante, porque todo va a salir bien. ¿Quizás te estabas presionando demasiado con el disco? No, sabía por Amaia que estabas preparándote para tomarte mínimo una semana de descanso y luego retomar el trabajo en el estudio.

Hay cosas que, aunque quiera, no me pueden pasar desapercibidas, como que pareces un ente simbiótico con Amaia. Que no me molesta, porque entiendo que has encontrado a una mujer de bandera, pero tú nunca has sido lo que tú mismo definirías casi con toda seguridad como un baboso, alguien pegado a otra persona todo el día, no. Creo que nos estáis ocultando algo por más que tu madre y Javiera, la noche antes de volver a Barcelona, estuvieran seguras de que todo iba bien y sin nada que ocultar por parte de él. No, yo estaba seguro de que las cosas habían cambiado. No para mal, pero habían cambiado.

—¿Os importa si paso la noche aquí?

La pregunta de Amaia tampoco la entiendo. Cuando yo volvía de viaje con tu madre lo único que tenía ganas era de volver a mi casa, y ella parecía estar cada vez más alejada de la suya, aunque te soy sincero, con el casoplón que tiene yo también me sentiría un poco solo pasando la noche en ella sin nadie más. Tu madre asiente, mientras tú cargas con el equipaje de los dos. Y cierras la puerta después de desearnos buenas noches.

—A este niño le pasa algo, Chus.

Tu madre cierra la puerta de nuestra habitación y suspira. Como si la hubiera liberado de una carga con esa simple frase. En realidad, ni siquiera estoy seguro de si te pasa algo, pero pareces un chico totalmente distinto al que te fuiste. Me gusta pero estoy un poco asustado. ¿A qué viene tanto cambio?

—¿No te parece que está demasiado cambiado? —digo mientras me meto en la cama y miro al techo como si estuvieran escritas las respuestas.

—Alfredo, cariño, el niño ha sentado la cabeza. ¿No te gusta Amaia?

—Claro que no se trata de eso, es una chica... bueno, tú lo sabes tan bien como yo. Pero sé que hay algo que no está bien...

—¿Crees que le pasa algo?

La respuesta es simple. O le pasa algo o no le pasa nada. Pero no le puede medio pasar algo. No, aquí no puede existir la mitad de algo. O eso quiero creer. Creo que tú, cariño, también te has dado cuenta de algo y por eso has hecho esas preguntas tan enrevesadas sobre formar una familia, hacer planes de futuro y esas cosas en medio del camino y ellos te miraban sorprendidos desde los asientos traseros. ¿Quizás están pensando en casarse y no nos han dicho nada?

—No sé qué es, pero algo ha cambiado en él.

—Madurar le decían cuando éramos jóvenes.

—Chus —digo apretando la sábana entre mis manos—, ¿crees que ha pasado algo en la gira y no nos lo han contado?

—El tiempo seguro que no lo han desaprovechado —y comprendo el significado al instante de tus palabras—, pero creo que si ha pasado algo y todavía no han encontrado el momento o las palabras, cuando lo hagan, nos lo contarán.

—Además, no entiendo porque Amaia no ha querido que la dejáramos en su casa...

—Alfredo, cielo, como se nota que para algunas cosas eres un poco burro...

¿Qué me estás queriendo decir? Me siento en la cama y haces lo mismo que yo mientras niegas casi con vehemencia mirándome fijamente. Sé que hay cosas que seguro que he pasado por alto, pero a mí me gustaba mi hijo de octubre... aunque este tampoco me disgusta. Pero no me lo esperaba así. Ni siquiera cuando fuimos a verle por su cumpleaños estaba tan cambiado.

—¿Qué has querido decir con que soy un poco burro?

—Alfredo, blanco y en botella.

—¿Se van a casar?

—Qué casarse ni qué niño muerto.

Recordé como éramos tú y yo en nuestra época de novios. Claro que esa época dista demasiado de la de ahora. Antes todo era demasiado casto y puro... delante de quién tenía que serlo. Pero ahora ya no, los dos sabíamos bien que Alfred era de todo, menos puro y virginal. ¡Dios, arráncame las corneas antes de volver a repetir aquella imagen de nuestro hijo dándolo todo con aquella chica en mitad del salón, corre!

Alfred es muy parecido a ti. Ha sacado parte de mi humor, negro y ácido. Pero, generalmente, tira más hacia ti. Sentido, sin miedo a demostrar las cosas. Desde que era un niño. Me sentía tan orgulloso de que mi colección privada de vídeos diera para tanto y que hubiera sido el regalo de su cumpleaños. Sé que tú también estabas orgullosa de eso. Desde el día en que nació quisimos documentar hasta el último segundo de su vida, quizás por toda la historia que estaba ligada a él, de algún modo había sido inesperado.

—¿Entonces?

—Él que está cambiando no es él... es ella.

Te devolví la mirada, totalmente desconcertado. ¿Qué se suponía que estaba cambiando? Si yo la veía igual que siempre, bueno, un poco más reservada, pero Amaia era así. Decidida, pero a veces muy cerrada. Y a mí me gustaba así. Claro que cuando se abría, era digno de ser grabado en vídeo todas las veces que fuera necesario. No importaba que ella creyera que estaba haciéndolo rematadamente mal, aquellos momentos podrían valer oro.

—¿No me has entendido, verdad? —negué con la cabeza.

—Hombre, divorciarse es un cambio...

—No. Eso no tiene nada que ver... Pero yo sé que ella está cambiando.

—¿Crees que...?

—Javiera y yo creemos saber que Amaia está en la dulce espera.

¿La dulce espera, qué vamos a ser abuelos? Me río como un loco. Pero porque pienso que vosotras dos sí que estáis rematadamente tocadas del ala. Como película de ciencia ficción estaba bien pero... ¿de verdad pensáis que justo ahora que están en el mejor momento de lo que sea que tengan y no etiquetan, van a lanzarse a tener familia? No. Cuando te miré, me dejé de reír. Estabas hablando totalmente en serio.

—Si no has visto las señales es que estás completamente ciego.

¿Pero qué señales quieres que vea? ¿Qué son como lapas y no se separan en todo el día? Chus, por favor, que tú y yo hemos sido igual toda la vida... y a veces hasta peores. Solo que tú y yo no teníamos encima a una marabunta de periodistas a todas horas cotilleando sobre nuestra vida privada... ¡y qué suerte!

—No sé de qué señales me estás hablando.

—Deberías hablar mañana con el niño. Creo que tiene más miedo que vergüenza.

—¿Y qué quieres que le diga?

—No se trata de lo que hay que decirle, sino de lo que tiene que entender. Ser padre es toda una aventura y nadie mejor que tú para explicárselo.

—Chus, creo que tanto Javiera como tú sacáis conclusiones muy precipitadas.

—Tú espera a la próxima reunión familiar...

No sé qué hora es cuando apareces por el salón. Yo llevo en vela toda la noche mientras tú madre ha dormido a pierna suelta después de soltarme una bomba de aquellas dimensiones. Tú siempre ibas a ser mi niño, me seguías pareciendo aquel niño con su primer trombón que ocupaba más que tú. Pero... ¿ya me ibas a hacer abuelo? No es que no me gustara la idea, porque sabía que siempre has pensado en tener hijos joven, pero me planteo que estás yendo demasiado rápido. Te dejas caer en el sofá mientras estás desayunando. Tú también tienes cara de sueño.

—Veo que no soy el único que no ha dormido bien esta noche...

—Joder, papá... Amaia no ha parado de dar vueltas toda la noche, casi me tira de la cama —me sonrío y haces lo mismo—. ¿Y tú por qué no has dormido?

—¿Estás preocupado por algo, hijo?

Tu gesto se tuerce, como si te hubiera cazado en eso que según tu madre es un embarazo que ni siquiera yo quiero creer que sea verdad. Tratas de recomponerte, tragas saliva compulsivamente, pero no consigues volver a tu rictus original. Lo siento, hijo, esto es lo que me hace pasar toda una noche en vela. No sé si estoy preparado para lo que se supone que me tengas que contar ahora o en el futuro.

—¿Te gustaría tener hijos?

Y sé que tu madre está en lo cierto. Tu colacao sale disparado por tu boca mientras tú te disculpas y recoges el estropicio. Sé que no me lo vas a decir sin ella, ni siquiera si no estamos las dos familias, pero tampoco te voy a obligar a ello.

—Sí... pero... a veces me planteo si cuando llegue el momento voy a estar realmente preparado. Es algo raro de explicar.

No es nada raro de explicar. Todavía recuerdo el día que el médico nos confirmó que venías en camino y que esta vez llegarías a casa. Estaba tan asustado. Recuerdo que yo estaba más nervioso que tu madre. Pensaba en todo lo que tenía que hacer para acondicionar la casa cuando llegaras y el poco tiempo que tenía, a pesar de que me quedaban cinco largos meses para recibirte. Pensaba en si sabría cogerte adecuadamente, darte de comer, bañarte, dormirte... Pero eso es el maravilloso camino de convertirse en padre, que nadie nace enseñado, vas aprendiendo con los años.

—Yo estaba tan asustado cuando tu madre me contó que estaba embarazada... que hasta que el médico no nos dijo que esta vez sí que ibas a llegar, no me lo quería creer. Luego pensé mucho en esto de estar preparado hasta que descubrí que uno no nace enseñado. Tu abuelo tampoco tenía mucha experiencia en criar hijos cuando nació el primero y mira...

—Papá, no sé si quiero hablar de esto...

—Bueno, estamos hablando de un hipotético futuro —que me temo que antes de fin de año seguro que está aquí—. ¿Te lo imaginas?

—Sí —y tu cara se vuelve sonriente, como cuando estás con ella.

—¿Con ella?

—Solo con ella.

Tu cara siempre cambia cuando hablas de ella. Incluso cuando te dije en el aeropuerto que no tuvieras miedo de lanzarte al vacío, porque era la mejor opción que tenías en aquel momento y me parece que fue un consejo acertado. Pero también tengo que reconocerte algunas cosas antes de seguir hablando de este tema, quizás más adelante cuando me lo hayas confirmado públicamente.

—Al principio a mí no me gustaba para ti...

—¿Qué? —y me sondeas con la mirada.

—Lo que estás oyendo.

Y era verdad. Aunque tu madre había quedado encantada la primera vez que ella vino a casa, con todo lo que la rodeaba, yo no. Yo era crítico, duro, incluso insensible. No me gustaba para ti, me negaba a pensar que lo que te estaba destrozando en ese momento de tu vida terminaría siendo adecuado para ti. No me gustaba, me negaba a que me gustara. Si había algo que parecía abrirse paso en un sentido positivo en mí, lo arrancaba de cuajo, sin miramientos. Hasta que volvió por casa. Ese segundo día tu madre había salido a hacer unos recados y le dejé varias cosas claras mientras la esperábamos: la primera que no eras un juguete.


Recuerdo todavía hoy su enfado. Y aquellas simples palabras pero tan profundas: "Si de verdad fuese un juguete de usar y tirar, no estaría aquí. Si piensa eso de mí, es que no se ha molestado mucho en conocerme". Claro que no me gustabas. Y veía como mi hijo pendía de un fino hilo y la oscuridad le bordeaba temerosamente mientras tú le explicabas con toda tu jeta a su madre lo que lo echabas de menos, y lo que le necesitabas. Pero a mí no me la pegabas. Hasta que entendí algo. Uno no elige lo que le duele, pero sí lo que le hace daño. Y si tú decidías volver... supongo que tendría que rendirme a la evidencia.

—¿De verdad no te caía bien?

—Me caía muy mal. No la quería cerca de ti.

—Pero tú me dijiste que...

—Sí, que te lanzaras al vacío.

Tuvieron que pasar unos cuántos días para darme cuenta de muchas cosas. Pensaba en tu ex, ella nunca hubiera vuelto de esas maneras, pero con esta chica hasta dónde yo sabía, no tenías nada. No me creía que fueras tan capullo de intentarlo con una mujer casada... aunque según lo que nos había llegado a las orejas de lo bien que te lo estabas pasando en la gira y, para serte sincero, yo ya me esperaba cualquier cosa. Entendí entonces, que cuando habías estado con ella todo era diferente: siempre contento, de buen humor, sin rastro de oscuridad. Y ahora eras todo lo contrario.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Yo pensaba que ella te hacía mal, de verdad —y levantaste las cejas sorprendido, muy sorprendido—. Cuando vino a casa la primera vez, quería echarla a patadas de aquí, fue una situación muy desagradable, pero ella no se rindió. Lejos de eso volvió otra vez.

—¿Y qué pasó entonces?

—No fue aquel día. Fue cuando volviste a la gira. Te veía tan feliz...

—Porque ella me hace feliz.

—Lo sé. Pero yo solo veía lo negro. Me empañaba en ver tanto lo malo que no me interesaba en absoluto lo bueno. Hasta que me di cuenta de lo importante que era para ti. Aunque tú me dijeras que solo era tu jefa y la veías como tal. Tu madre se dio cuenta mucho antes que yo.

—Papá, no me digas eso, que no sé cómo voy a mirar a mamá a la cara.

—Pues mirándola, como siempre.

Tu madre se había preocupado bien de conocer a la persona. No a lo que yo quería ver, que era un demonio con patas que le hacía la vida imposible a mi hijo y trataba de compensarlo con un disco. No, tu madre la juzgó como había que hacerlo, por lo que veía y percibía. Tu madre siempre ha sido una mujer tan justa, espero que hayas aprendido bien la lección de ella.

Aquella visita me había costado una bronca monumental con tu madre, que había solventado con un: "Tendrás que ceder, por el bien de tu hijo". Me había sentido tan impotente de tener que escuchar aquellas palabras. ¿Tenía que ceder a dejarte caer a los infiernos con nuestro beneplácito? No, no estaba dispuesto a volverte a ver totalmente colocado por el efecto de la medicación mientras ella se había cansado de jugar contigo. Tu madre apareció por el salón para sacarnos de aquella conversación mientras tú te ibas a duchar.

—Fui demasiado duro —dije encaminándome hacia la cocina detrás de ella.

—Has tardado pero por fin lo has reconocido. Si yo hubiera sido ella, te hubiera dado un buen tortazo. La pusiste de golfa para arriba, Alfredo, por Dios.

—No quería ver sufrir a nuestro hijo, tienes que entenderlo.

Cuando a principios de febrero el teléfono en casa había sonado, era ella. Le dije que esperase porque no sabía si habías llegado, pero ella no quería hablar contigo, en realidad, según me dijo, necesitaba que yo entendiera que no había jugado nunca contigo. Que estaba realmente enamorada de ti, y me sorprendió porque nunca la había visto hablar así, ni siquiera con tu madre. Me prometió que estaba tan feliz contigo, que no sabía cómo compensarte el posible sufrimiento que te había causado. Por supuesto, yo le dije que no estaba seguro de nada y que ya me pondrías tú al día, pero cuando te vi por tu cumpleaños lo entendí todo.

Tú ya habías elegido. Y no te iba a importar en absoluto lo que tu madre, quien fuera o yo te dijéramos. Estabas decidido a intentarlo con ella. Y luego esa conversación en aquella playa, sobre la importancia de seguir adelante. Siempre, costase lo que costase. Con aquella entrevista que dio para responder a tantos y tantos rumores, me dejó descolocado porque nunca hablaba de nada de su vida privada, hasta aquel día. Y las piezas del puzzle encajaron solas.

—Tienes que dejar que Alfred se equivoque solo. Ahora que la has conocido estás encantado con ella —en realidad, encantado es poco, sinceramente—. Y si las cosas no van bien, seguro que busca consuelo en ti. Pero ni ella es una bruja, ni lo ha sido nunca.

—¿Siempre lo tuviste claro?

—Siempre. Desde que puso un pie en esta casa en medio de la tormenta. Pero tú te habías cerrado en banda por algo tan estúpido como que creías que le estaba haciendo sufrir, cuando en realidad los dos están enseñándose mutuamente muchas cosas —y te reíste fuertemente, como si hubieras entendido mucho más que yo—. Solo que han necesitado tiempo para poner en orden sus ideas. Ya sabes que a veces el corazón tira para un lado y la cabeza para otro.

—¿Esta sí que te gusta, eh?

—Esta le trata muy bien —siempre supe que su ex nunca te había gustado, y nunca se lo habías ocultado—. Cuando una mujer se preocupa tanto por alguien sin ni siquiera saber si va a llegar a tener algo serio con él, tómala en serio Alfredo. Y cómo le mira, y cómo le quiere. Y, sobre todo y lo más importante, cómo le respeta.

Alfred siempre había sido diferente y eso le había traído muchos disgustos en la vida por eso creo que me daba tanto miedo que sufriera. Pero era mi hijo. Y no le iba a poder proteger toda la vida, ahí estaba la vida, y él plantado en el medio. Entendí porque mi mujer siempre le daba más espacio aunque no lo pareciese en absoluto. Alfred se había hecho mayor. Tanto que ya era un hombre aunque a veces pareciera un niño cuando hacía esas bromas tan suyas. Aquella voz terminó por sacarme de mis pensamientos.

—Alfredo... —noté un breve zarandeo en el hombro.

—¿Qué pasa? —pregunté totalmente aturdido.

—¿Se encuentra bien? —y allí la vi parada con una taza de café entre las manos—. No contestaba y me he preocupado un poco.

—Siéntate, que tengo que hablar contigo.

Cierro la puerta, inútilmente en busca de una intimidad que necesito. Porque aun habiendo tenido aquella conversación tan importante contigo, sé que necesito pedirte disculpas sinceras. Que no suenen a algo obligado.

—Usted dirá.

—Quería pedirte disculpas —tu cara se vuelve de sorpresa.

—Yo creo que no es necesario. Espero que...

—Para mí es muy necesario.

Y lo era realmente lo era, porque te había juzgado tan mal. Espero que puedas perdonarme, aunque sea con la boca pequeña y tu enfado conmigo dure hasta que todo se termine, que espero que sea dentro de muchos años. No sé si lo sabes, pero el perdón tiene efectos en quién lo da y en quién lo recibe y creo que lo necesitas.

—Yo te juzgué mal, quizás porque la experiencia anterior no fue buena.

—Lo entiendo, mis formas tampoco fueron las adecuadas. Me presenté aquí como una loca, insistiendo en ver a Alfred, pero creo que fue lo mejor que nos podía haber pasado a todos, que él y yo no nos viéramos aquel día ni al día siguiente.

—Cuando uno es padre quiere evitarles los sufrimientos a sus hijos por todos los medios. Como si eso fuera posible...

—Pero él es muy joven y todavía le queda mucha experiencia por tomar en la vida.

—La experiencia no tiene nada que ver con esto, sinceramente. Me daba un miedo horrendo, de esos que se te meten hasta los huesos, que le hicieras sufrir. Que todo hubiera sido un juego sucio y que luego estuvieras tratando de compensar que lo habías hecho mal con un simple disco. Yo no quería algo así para mi hijo. Lo había visto tan feliz —noté como me empezaba a fallar la voz y ella me acarició con una suavidad pasmosa la mano, dándome ánimos— que me negaba a creer que pudiera volver a la oscuridad. Le he visto en una situación que no es muy buena para un padre y no quería volver a verle así.

—La ansiedad es una putada, porque parece que nunca hay límites.

—Y tenía tanto miedo... me daba la sensación que llegaría un día que te cansarías de él y lo dejarías tirado como una colilla —me sonreí brevemente—, pero no. Me estaba equivocando de plano contigo y no sabes lo que me alegro de poder decirte esto. Sólo te voy a pedir que hagas lo mismo que le pedí a él antes de que os fuerais de gira.

—¿El qué?

—Que saltes al vacío.

Sé que ahora esas palabras te parecen vacías, carentes de sentido y de significado pero cuando llegue el momento sabrás que es el día para lanzarte al vacío, sin miedo, sin pensar en si el paracaídas se abrirá o no, simplemente sentirás que tienes que lanzarte, por ti, por todos. 

Continue Reading

You'll Also Like

9.4M 423K 96
Cuenta la leyenda que existe un hilo rojo invisible que conecta a aquellos que, están destinados a encontrarse a pesar del tiempo, el lugar, a pesar...
34.7K 775 62
(AITEDA) ¿Podrá ser o no? "Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias...
307K 15.4K 63
«Un hilo rojo invisible conecta a aquellas personas que están destinadas a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede...
52.5K 3.7K 42
"Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo rojo se puede est...
Wattpad App - Unlock exclusive features