MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS E...

By JL_Salazar

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Las reglas del juego son muy sencillas, recitarás en latín el conjuro inicial, esparcirás tu sangre sobre la... More

REGLAS DEL JUEGO
PRELUDIO
PRIMERA PARTE
1. EL COMIENZO
2. ENTRÉGOME A TI
3. EL BESO DEL ESPÍRITU
4. DESPERTAR
5. TU VOZ ENTRE LAS SOMBRAS
6. LA IDENTIDAD DEL ESPÍRITU NEGRO
7. LA MIRADA DEL ÁNGEL
8. PADRE MORT
9. SENTIMIENTOS EN BATALLA
10. INVOCACIÓN
11. PRINCESA DE LA MUERTE
SEGUNDA PARTE
12. EN LA CASONA BASTERRICA
13. INCONVENIENTES
14. CASTIGADOS
15. LA SANTA INQUISICIÓN
16. DÉJAME ENTRAR
17. MELODÍA NOCTURNA
18. ANANZIEL
19. EN LA FIESTA DE GRADUACIÓN
20. LA APARICIÓN DEL ÁNGEL
21. NUEVOS ESTRATAGEMAS
22. ARTILUGIOS
23. EN EL BORDE DE LA TORRE
24. DELIRIOS
25. RECUERDOS PERDIDOS
26. BESOS DE SANGRE
27. VENENO, DOLOR Y PARTIDA
28. EL COMIENZO DE UNA NOCHE ETERNA
TERCERA PARTE
29. ENTRE LAS LLAMAS Y LA MELANCOLÍA
30. ESPÍRITUS GUERREROS
31. GRIGORI
32. LA HERMANDAD DEL MORTUSERMO
33. EN EL EXPIATORIO
34. EL LAMENTO DEL ÁNGEL
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS

35. NUEVO COMIENZO

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By JL_Salazar

Ningún atardecer se parecerá al de aquella tarde de principios de agosto. El horizonte tenía pintado un arrebol detrás de los volcanes que se imponían ante la localidad. El nevado de Colima y el volcán de fuego resplandecían en la distancia. A su vez, una ligera llovizna caía entre los frágiles rayos de sol.

Ric, Estrella y yo estábamos sentados en el muelle de la laguna de Zapotlán mientras contemplábamos a una familia de alegres cisnes transitar. Nuestros pies chapoteaban en la cálida agua y nuestros brazos se entrecruzaban uno con otro.

—Supongo que a estas alturas deberíamos de estar padeciendo problemas psicológicos muy graves —dijo Estrella, desprendiéndose de nuestros brazos para mordisquear una palanqueta de nuez que Ric había comprado en la plaza de la ciudad para nosotros—. O de perdida internados en un hospital de psiquiatría. Pero parece que, después de todo, somos más fuertes de lo que creíamos.

Ric alargó el cuello para morder la palanqueta de Estrella.

—¿Cuándo podrás verlo? —me preguntó la Basterrica. Sabía a quién se refería.

—Dicen que hasta la fiesta de Invictos —contesté resignada antes de que fuera mi turno de morder nuestra golosina—. Creen que sería contraproducente verlo antes, sobre todo ahora que piensa que yo soy Ananziel. O al menos eso me dijo cuando me volvió a ver esa noche entre pestañeos. Ni siquiera sabe que estamos en el siglo XXI. Pero dicen que es cuestión de tiempo para que recuerde todo.

Cada vez que hablábamos sobre Zaius, Ric solía poner cara de pocos amigos.

—¿Has visto lo bien que se lleva Nachito con Centella, Sof? —comentó Estrella cambiando de tema cuando notó la reacción antipática que tuvo nuestro amigo. La rubia nos tenía instalados en su casa al niño, a mi gato y a mí.

—Alto ahí, que Centella en realidad es mío —reclamó Ric adoptando de nuevo su habitual personalidad—. Sof es una ladrona de gatos.

—Calla, Ric, que tú eres el peor ladrón que conozco —me defendí quitándole una nuez que tenía entre los labios.

—¿Qué te he robado yo, mentirosilla?

—El juicio, de vez en cuando. —Los tres nos carcajeamos. Luego añadí, tras reflexionar un poco—: Pff. Ahora que no tengo casa no sé qué haré.

—Ya te dije que no te preocupes por nimiedades, encantadora Sof —me regañó Ric—. Ya haremos algo para resolver ese problema. Ten la seguridad de que sin casa donde vivir no te quedas.

—Y yo ya te he dicho infinidad de veces que puedes seguir viviendo en mi casa, y tu madre también cuando la den de alta del hospital —intervino Estrella.

—Ya has hecho suficiente al permitir que mi mamá fuera internada en el hospital que preside tu padre, Estrella Basterrica —musité—. No quiero causar más molestias. Además, tengo entendido que tu padre y hermano llegarán pronto de Italia, ¿no es así?

—Te aseguro que ni mi padre ni mi hermano Christian pondrán objeción en tu estancia en casa. Por mi madre ni te preocupes, que para cuando se recupere te aseguro que Ric ya te habrá construido una mansión.

—¡Estrella! —me quejé abochornada. Jamás me había gustado abusar de la buena voluntad de las personas.

—Rigo será dado de alta mañana —murmuró Ric—. Ahora mismo estoy consiguiendo unos grilletes para amarrarlo en una de las celdas del calabozo de mi mansión: no veo otro modo para impedir que el idiota se vaya a trabajar como son sus deseos. El tipo no entiende que debe de guardar reposo.

—Le preocupa no tener dinero para pagar la renta de su habitación y las cosas de Nachito —le expliqué.

—¿Y para qué se supone que existen los amigos? ¡Para ayudar!

—Rigo es un muchacho orgulloso —les hice ver—, no aceptaría jamás una ayuda como esa. Seguro ya tiene una lista mental del dinero que le debe a Estrella por los días que se ha quedado Nachito bajo sus cuidados.

—Lo sé, lo sé —se quejó Estrella—. Sé que es orgulloso, por eso he pensado en pedirle a mi padre que me contrate un nuevo chofer. Se imaginan quién sería el nuevo chofer ¿no? Urbano, que es el que tenemos, será para mi madre, ahora que no podrá manejar por ella misma, y Rigo para mí.

Ric prorrumpió en carcajadas.

—¿Crees que aceptará?

—¿Rigo o mi madre?

—Ambos.

—No. Ninguno aceptará a primera instancia, pero insistiré.

El teléfono celular de Estrella comenzó a sonar y, disculpándose, se alejó de nosotros.

—Sof... ahora que nos hemos quedado solos creo apropiado decirte algo. Pero no sé. Ahora soy yo el que tiene vergüenza.

Sus resuellos se hicieron tremendamente agitados. Mordí un gran trozo de la palanqueta que me dejó Estrella y por poco se me pasa una nuez entera por los nervios. Ric sonrió y pestañó. Me entretuve viendo los hoyuelos de sus mejillas mientras cavilaba.

—Hasta los machos alfa nos ponemos nerviosos a veces —rio. Le secundé con una carcajada que pareció ladrido de perro—. Cuenta hasta tres, ¿va? —me pidió.

—De acuerdo —concedí—. Uno —comencé. Ric se puso más tenso—. Dos. —Ahora el muchacho estaba a punto de soltar una risilla—. ¡Tres!

—Sofía Cadavid, ¿me harías el grandísimo honor de...?

Hizo una pausa que utilizó para mirarme con cariño.

—¿De qué...? —insistí con los nervios de punta.

—... ¿De devolverme a mi gato?

Mi corazón reventó y Ric explotó en carcajadas.

—¡Muy gracioso! —resoplé enfadada.

—¡Me la debías, Sof!

Me quedé más seria que de costumbre hasta conseguir que Ric se preocupara y dejara de reír.

—Oh, mi Sof, no pretendí enfadarte, sólo trataba de ser gracioso.

—Y vaya si lo fuiste. Deberías enviar tu currículum a un circo.

Ric se puso serio, colocó sus dedos en mis mejillas y me instó a mirarlo. No era la primera vez que el verdor de sus ojos me tomaba desprevenida, haciéndome perder mi fuerza de gravedad.

—Sigo esperando que pase, Sof.

—¿Que pase qué cosa? —continué en mi papel de digna.

—El efecto Mortusermo.

—No entiendo.

—Sí, sigo esperando que pase la necesidad que tengo de protegerte y estar a tu lado.

—Ah —me puse tan nerviosa que partí la palanqueta a la mitad.

—Seguimos jugando ¿no? —me preguntó, pestañeando un poco—, nuestro propio juego. «Yo pongo el tablero, tú pones las reglas y ambos las piezas» ¿recuerdas?

—Recuerdo —admití—. ¿Quién va perdiendo?

—Ambos vamos ganando, mi Sof. Tú decides cuándo el juego terminará.

Contemplé su rostro de nuevo y respondí, luego de reflexionar:

—¿Y si no quiero que el juego termine nunca?

Su sonrisa fue la más bella que le vi jamás.

—Entonces me harías el Ricardo más feliz del mundo.

Fue mi turno de sonreír.

—Pero nosotros no estamos enamorados ¿verdad? —le recordé.

—No —corroboró—: nosotros estamos necesitados, el uno del otro. Hagamos que nuestro mundo sean tus ojos, el miedo tu distancia, la vida tu presencia, la muerte tu ausencia. Que el infierno sean tus labios y el cielo tus caricias. Hagamos que nada importe, ni el pasado ni el futuro que es incierto. Hagamos que sólo importe el presente. Hagamos que el tiempo se detenga, justo ahora... —Su rostro se había inclinado tanto hacia mí que temí que pudiera besarme. O quizá temí que a pesar de estar tan cerca decidiera no hacerlo.

—¿Qué es el amor, Ric? —le pregunté, recorriendo el filo de su mandíbula.

—Quizá tan sólo una palabra —respondió—: pongámosle entonces un significado. Que «amor» signifique Sofía; que «Ricardo» signifique "tú y yo" y que «amor y tú y yo» signifique "para siempre". Quiero que seas mía, Sofía, pero no como una propiedad, sino como la sal que es propia del mar. Te quiero, y no quiero que nunca lo quieras a él.

Sabía a quién se refería. Pero era imposible no amar a mi ángel con la intensidad con que lo hacía... imposible.

—Yo también te quiero —le aseguré con una amplia sonrisa.

Y entonces me recostó sobre el muelle y comenzó a besarme el cuello con lentitud.

Una lentitud inusual para lo que parecía un juego interminable. 

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