Giro de guion

By lachinaski

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Aurora es un caos, su vida consiste en recordar con quién se acostó la noche anterior, intentar no pasarse co... More

¿Qué pasó con Ion Garrochotegui?
Hoy no me puedo levantar
Soy un desastre
Sufre, mamón
Teatro de la oscuridad
Adiós papá
Rey del Glam
Falsas costumbres
Queridos camaradas
Ellos dicen mierda, nosotros amén
La mala reputación
Ay qué pesado
Calle melancolía
Me cuesta tanto olvidarte
El blues del esclavo
Me colé en una fiesta
Flojos de pantalón
Lluvia del porvenir
Cumpleaños feliz
Cruz de navajas
Qué hace una chica como tú en un sitio como este
Enamorado de la moda juvenil
Naturaleza muerta
Escuela de calor
No controles
Feo, fuerte y formal
Veneno en la piel
Veteranos
Manos vacías
Terror en el hipermercado
Segunda Parte: El nudo gordiano

Mundo indómito

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By lachinaski




Mundo indómito




Aurora detesta muchas cosas en la vida, una de ellas es tener que salir de la cama antes de las doce cuando está de resaca. La noche anterior fue toda una locura, la invitaron a una fiesta de influencers de la moda, Ana quería hacer promoción de la revista ahora que van a sacar el primer número y la invitó con todos los pijos más insoportables de Madrid. La gente que se dedica a enseñar bolsos o hacer tutoriales de maquillaje la hastía muchísimo, son esos que terminan escribiendo libros de poemas que parecen un plagio de los estados de Messenger de 2005 o que se van de safari para mostrar su último modelito de Dior al lado de un montón de niños negros al borde de la inanición. Y no es que a ella le preocupe en exceso la pobreza en el mundo o la preservación de la literatura universal, pero uno debe tener sentido del ridículo en esta vida.

Para no aburrirse terminó bebiéndose hasta el agua del váter, para luego terminar follándose a un chaval cuyo nombre no recuerda. El tío era guapo pero muy mediocre en la cama, Aurora lo ha echado de su casa antes de las seis.

Está jodida, poco después de su cumpleaños la llamaron para hacer una entrevista en la televisión, los fines de semana la cadena dónde trabaja su madre tiene un programa de entrevistas. Todas las presentadoras son mujeres, se dedican a hablar de sociedad, política y cotilleos varios. Vamos, intentan parecer mínimamente culturales pero en el fondo es la misma telebasura de siempre. Como Aurora escasas veces concede entrevistas en televisión se las pagan muy bien, le han ofrecido una pasta por esa y le servirá para pagarse dos semanas en Amsterdam por todo lo alto, hace tiempo que quiere drogarse sin que nadie pueda multarla.

La han citado en el estudio a las putas nueve de la mañana, le han hecho quitarse las gafas de sol para entrar en maquillaje, prohibiéndole tajantemente que se las vuelva a poner de nuevo. Siente como si alguien hubiese secado sus globos oculares hasta convertirlos en pasas, cada vez que sus párpados pasan por encima corren en riesgo de quedarse pegados. Por supuesto, el rimell no ayuda mucho a mitigar esa desagradable sensación.

Todavía queda un rato para que empiecen a grabar, debería haberse quedado repasando el guion con las presentadoras pero no puede mantenerse quieta demasiado tiempo, estar sentada le marea, quizás todavía vaya algo borracha.

Se da una vuelta por los pasillos, la gente va y viene, a veces no entiende cómo pueden soportar una jornada laboral completa, se le antoja de lo más estresante. Bueno, para ser sincera consigo misma, lo cierto es que Aurora no sería capaz de aguantar un día trabajando en ningún sitio, suficiente tiene con ir a la radio y escribir de vez en cuando algún artículo para revistas independientes. Las responsabilidades no han sido hechas para ella.

Ojea grosso modo el plató dónde trabaja su madre, hace bastante que no habla con Martina en persona, sus conversaciones se limitan a las cadenas de WhatsApp que envía la mujer de forma casi compulsiva todos los santos días, augurando siete años de mala suerte al que no pase un mensaje cutre sobre la suerte hecho con el Paint y cuatro emoticonos mal pegados. Conforme se acuerda de la última fotos de leones marinos varados en medio de la playa que le mandó su madre, Aurora siente la tentativa de huir lo más rápido posible, realmente no tiene ningunas ganas de topársela, menos cuando inexplicablemente se ha pasado los últimos días llamándola sin parar, es algo que no augura nada bueno. Sin embargo algo la detiene, es la mesa enorme con un montón de comida para picar que hay entre bastidores. El programa de su madre tiene un servicio de catering envidiable, por las mañanas no son tan espléndidos pero durante la emisión se hartan a comer como cerdos.

La chica piensa que en realidad vale la pena aguantar los delirios post menopáusicos de su progenitora si a cambio llena el estómago así que en un par de zancadas se plantifica delante de la alargada mesa. Hay de todo: canapés, sándwiches, mini bocadillos, pinchos de tortilla, patatas fritas, crepes, varios tipos diferentes de pastelitos, muffins, café recién hecho, té... Lo único que Aurora desaprueba totalmente es que la única cerveza que haya sea sin alcohol. Menuda panda de muermos.

La chica coge un bocadillito de jamón serrano con queso, siempre ha tenido gustos bastante simples. Como ingerir una bebida que por norma es alcohólica sin posibilidad de emborracharse le parece un sacrilegio, la chica se decide por una Coca—Cola, así de paso se activa un poco porque va que se cae por los suelos del cansancio.

—¡Cuidado!

Aurora se sobresalta, justo cuando iba a darle un trago a la Coca Cola. Mira a su alrededor, algo confundida, encontrándose con el desagradable de Álvarez acercándose hacia ella. Tiene las manos metidas en los bolsillos y esa media sonrisa de suficiencia que siempre se gasta para hablar con todo el mundo.

La última vez que se vieron ella estaba en un estado lamentable y para colmo confirmó que había perdido una apuesta contra Fran, cosa que todavía no le ha dicho, probablemente no se lo cuente jamás. Recuerda que el hombre traía un aspecto más desaliñado, ahora está impoluto, como siempre. El traje a medida sin una mancha, pelo perfectamente peinado, zapatos relucientes. Ya ha pasado por maquillaje, así que no tiene ni una imperfección. Parece sacado de una juguetería.

Álvarez se acerca, deteniéndose justo a su altura, tiene la vista clavada en el bote de Coca—Cola. Frunce ligeramente el ceño antes de mirar a Aurora.

—Has estado a punto de matarte.

Ella mira el bote con extrañeza, la verdad es que no tiene ni idea de qué diablos intenta decirle ese tipo.

—Para ti beber algo sin alcohol debe ser como meterle gasolina a un coche diésel —ensancha su sonrisa—. Te pasaré la factura por salvarte la vida más tarde.

Aurora pone los ojos en blanco, pero qué sentido del humor más estúpido. Da un sorbo largo, evitando mirarle. Cuando va borracha la presencia de ese inútil se le hace menos molesta, pero sobria no hay manera de aguantarle.

—¿Los veinticinco te han dado la fuerza suficiente para meterte en Alcohólicos Anónimos? —Lo escucha preguntar justo a su lado.

—Si quieres una exclusiva podemos hablar de la tetona a la que te follabas la otra noche —aguijonea ella, borrándole por completo la sonrisa del rostro.

La chica desvía la mirada, necesitaría por lo menos seis cervezas para continuar compartiendo oxígeno con Raúl, no quiere que su presencia le contamine, ese tipo supura toxinas.

Se mete lo poco que le queda del bocadillito en la boca, masticando con ganas mientras ojea el resto de canapés que hay sobre la mesa. Aurora tiene la manía infantil de toquetearlo todo antes de decidirse, aunque esté tratando con comida. Es un vicio lamentable —ella misma lo admite— pero no puede evitarlo. Al dejar una tapa de tortilla de nuevo sobre el plato, la mano de Raúl la coge de la muñeca, evitando que la levante.

Aurora le dirige la mirada, furibunda, ¿pero qué cojones hace tocándole? Abre la boca para protestar, pero el hombre se le adelanta.

—Coge eso —le ordena, soltándola.

La chica mira de nuevo hacia el plato, el cabreo se sustituye al instante por confusión.

—Es una guarrada lo que acabas de hacer, haz el favor de coger la comida.

Por un momento Aurora piensa que está de broma, no le puede hablar en serio. Sonríe, porque irremediablemente la situación es tan absurda que tiene gracia, pero al toparse de nuevo con la mirada severa de Raúl entiende perfectamente que habla muy en serio.

—Tío, se te va la olla —responde, choteándose de él. Ya ha tenido suficiente, pasa de seguir perdiendo el tiempo, así que decide salir del plató. Quizás vaya otra vez por maquillaje, le vendrá bien un repaso.

—Aurora por favor coge eso —alza ligeramente la voz, haciendo que la joven se detenga. Al mirarlo, Raúl parece realmente nervioso, incluso inquieto—. No puedes venir, tocarlo todo y después marcharte. Luego se lo van a comer otras personas. Además, mira cómo has dejado los otros platos, están todos movidos.

El hombre empieza a organizar la comida, cogiendo los platos de plástico con sumo cuidado para que su piel no entre en contacto con el contenido de los mismos. Aurora entrecierra los ojos, preguntándose por qué aunque no haya probado una gota de alcohol en todo el día debe seguir topándose con Raúl Álvarez en las situaciones más surrealistas del mundo.

Al ver la indignación en el rostro del tertuliano, la chica lo entiende de repente. Sus ojos se abren como platos, reprimiendo una enorme carcajada.

—¡Dios santo! —Exclama. Ávidamente se dirige hacia la mesa, justo dónde están las latas de refrescos. Cada marca se encuentra apilada con sus semejantes, creando perfectos grupos divididos en colores. Aurora mira a Raúl, que sigue sus movimientos atentamente, mientras coge un par de Coca Colas y las cambia por tres latas de Heineken.

La chica espera con ansias la reacción del hombre, que no se hace esperar ni un momento. Raúl, con el ceño fruncido, resopla indignado mientras vuelve a colocar las cosas en su sitio.

—¡Lo sabía! —Grita ella, señalándolo— ¡Eres un puto TOC!

—Aquí la única que está tocando lo que no debe eres tú —parece realmente irritado—. El orden de las cosas existe por una razón, no puedes venir y ponerlo todo patas arriba.

—Ay Álvarez que eres obsesivo—compulsivo y adicto a chupar pezones de silicona, yo de verdad que ya no doy más contigo, puedo morirme en paz.

El hombre se pasa una mano por la cara, está al borde del colapso. Señala de nuevo la tortilla que Aurora ha tocado antes.

—¿Puedes llevarte esa guarrada de aquí?, es una cuestión de salud pública.

Aurora estalla finalmente a carcajada limpia porque la idea de que Raúl Álvarez sea un maniático le resulta tronchante, verlo desesperado porque se han roto sus estructuras mentales es todo un espectáculo por el que más de uno pagaría. Incluso da la impresión de que está empezando a sudar. Por supuesto, ante la negativa de la joven, es él quien saca la inservible tortilla de la mesa, separándola de todas las demás para dejarla a parte.

La chica quiere decirle algo para chincharlo, pero una voz femenina se interpone en sus planes maquiavélicos.

—Por favor, Álvarez —el tono dejado de Tina Latini es inconfundible. Al voltearse, Aurora se topa con su madre, que observa al tertuliano con una mezcla de aburrimiento y desdén en sus gestos—. El espectáculo que estás dando resulta lamentable —se dirige entonces a la joven—. Vaya, pero si es mi hija pródiga, llevo días llamándote por teléfono.

—Lo sé, he estado bastante ocupada ignorándote.

La chica finge una sonrisa, a lo que Martina pone los ojos en blanco. Aurora nunca le coge las llamadas porque su madre jamás la contacta a no ser que quiera pedirle un favor, lo cual suele estar relacionado con cotilleo varios de los que ella procura huir en la medida de lo posible.

Aurora repara de nuevo en Álvarez, que parece bastante ocupado con la comida como para reparar en el sarcasmo de Martina.

—¿Por qué nunca me habías contado que se ponía así? —Inquiere, fascinada por lo maniático que ha resultado el tertuliano. Le parece una verdadera mina de oro para explotar—. Es un puto meme andante, da para cuatro trending topics por lo menos.

El hombre se voltea, dándose por aludido.

—Sé que perdiste el sentido de la responsabilidad entre los desperdicios de alguna comuna para drogadictos, pero jugar con la comida debería estar penado por ley —mira entonces a Martina—, aunque qué se puede esperar si te ha educado alguien que va dejando sus uñas postizas por los almuerzos ajenos.

—Por favor, solo sucedió una vez y se me calló sin querer —la mujer chasquea la lengua—, peor fue cuando te pillaron con ocho tuppers en la mochila con las sobras de la cena de Navidad. Con el sueldo que cobras debería darte vergüenza.

—Mira...

El sonido de un teléfono móvil lo interrumpe de repente. Raúl saca el aparato de su bolsillo, hay cierta preocupación en su rostro cuando mira la pantalla. Observa a madre e hija durante unos instantes.

—Esto no quedará así —advierte, marchándose a toda prisa mientras descuelga el teléfono.

Aurora lo observa salir por la puerta que lleva hacia los pasillos, luego se dirige de nuevo a su madre.

—Yo también tengo que irme, he de grabar un programa.

—Antes debemos hablar tú y yo, es importante.

La chica no le responde con acidez en esta ocasión, por primera vez en muchos años siente que su madre le está hablando en serio, lo que no sabe si le sorprende o le da miedo.





Raúl se quita las gafas de sol, las letras rojas todavía desprenden algo de pintura, que cae a modo de gotas enormes sobre el asfalto. Ha tenido que salir pitando del estudio, espera poder llegar a tiempo para el inicio del programa. Detesta faltar al trabajo, de hecho por norma general ni siquiera se coge vacaciones, como mucho una semana al año. Algunos piensan que es adicto a los platós, pero en realidad prefiere tener una rutina. Pasar demasiado tiempo desocupado o sin un horario estricto le desestabiliza.

La pintada empieza en la pared derecha, recorriéndola hasta llegar a la izquierda, pasando por la enorme puerta principal del local dónde trabaja Fanny. Ha sido ella quien le ha llamado, nada más llegar se ha topado con la fachada del edificio decorada con un amable "Os vamos a hundir, zorras" en letras gigantes de color rojo. Lo cierto es que no han sido muy imaginativos, piensa Raúl, parecen las amenazas de un adolescente que apenas tiene dinero para comprarse un spray decente.

—Habrá que quitarlo cuanto antes —comenta, sin apartar la vista de la consigna.

—Ya le dije a Lucía que traiga agua caliente —responde la mujer, que se encuentra justo a su lado—. Está reciente, no tardará en salir.

—Enséñame la nota.

Quien sea que haya hecho eso ha dejado también un recadito en forma de amenaza escrita. Cuando Fanny se lo da, el hombre puede ver que se trata de un mensaje escrito a ordenador, obviamente para que la letra no sea identificable.

"Quien siembra vientos recoge tempestades y zorra que se va de la lengua termina siendo un abrigo de pieles. Vigilad vuestras espaldas."

—¿Has llamado a Quique? —Pregunta con frialdad.

—Sí, justo después de llamarte a ti —asiente Fanny, ella parece bastante preocupada—. Toto, si descubrieron...

Raúl la fulmina entonces con la mirada, dejándola totalmente fría. Fanny se percata entonces del error que acaba de cometer, mirando a su alrededor para comprobar que no había nadie observando.

—Ay perdóname mijo, se me escapó —se apresura a decir—. Las cámaras están apagadas, igual.

—No vuelvas a dirigirte hacia mí de esa manera en público, Estefanía —le espeta, alzando el papel—. Esta es la prueba de que las paredes oyen.

Vuelve a mirar la maldita nota de las narices, alguno de los clientes habituales debe haberse percatado de lo que pasa ahí dentro. La cosa no tendría por qué ser muy grave, pero evidentemente la persona en cuestión ha decidido mantenerse en el anonimato, probablemente para iniciar una especie de guerra psicológica. Lo que a Raúl le preocupa realmente es que este tipo de personas, por pocas luces que tengan, poseen el dinero suficiente para meter en un buen lío a quienes se la juegan. La nota es una advertencia, van a volver, quizás la próxima vez con algo más que un poco de pintura.

—Te dije que quizás era temprano para comenzar con el plan, Cristóbal...

—Esto no tiene nada que ver con Cristóbal —responde él con rabia—, aquí hay algún capullo que ha atado demasiados cabos.

Si tuviese algo que ver con Cristóbal, de hecho, probablemente ya estarían todos muertos. La gente con la que se relaciona ese tipo no tiene tiempo para probar sus habilidades artísticas en el mobiliario urbano, tienen una forma de actuar bastante más práctica y comedida.

—¿Alguna de tus chicas podría haberse ido de la lengua?

—Sabes que no —Fanny parece ofendida—. Todas son de confianza. Ay chiquito, ¿qué haremos ahora? Si lo sabe uno seguro están todos al corriente, será la quiebra.

Raúl respira profundamente, no puede dejarse llevar, eso es lo que quiere quien sea que haya hecho la maldita pintada. Él es un experto en guardar la calma, un adicto al control, sabe cómo improvisar planes para seguir teniendo la jugada ganadora, solo debe dejar los sentimientos atrás y concentrarse.

—Está bien, quiero que saques la lista de los clientes habituales —mira a la mujer con determinación—. Yo mismo la revisaré cuando llegue a casa esta noche. También tienes que pasarme otra con todos aquellos que sean unos fetichistas, cuánto más depravados mejor, dale esa lista a Lola, ella sabrá lo que hacer.

—¿Entonces no abro esta noche?

—Claro que abres, cuando venga Quique él se encargará de la vigilancia. Dile que no os quiero solas en ningún momento, mucho menos por las mañanas. Si ves algo raro avísame en seguida.

—No quiero que la gente de Quique arme un bardo en medio del local.

Raúl le devuelve la nota con parsimonia, sacándose luego un cigarrillo. Necesita algo de nicotina para sobrellevar todo el asunto.

—Si prefieres que alguien te meta un tiro en la cabeza solo tienes que decírmelo, me marcho de aquí y si eso vuelvo en un par de semanas, cuando los vecinos empiecen a quejarse por los olores.

Fanny le propina un pequeño puñetazo en el hombro, clavándole su mirada oscura, furibunda. Es evidente que Raúl habla en broma, pero la mujer nunca ha llevado demasiado bien que ironice siempre en las situaciones más delicadas.

—Deja de hacerte el chistoso —lo empuja de nuevo.

Raúl se lleva el cigarrillo a la boca, ladeando una sonrisa. En realidad la situación no es para nada divertida, hasta el momento jamás habían tenido un problema con los clientes, de existir alguno descontento lo único que debía hacer era contactar con él, ofrecerle un trato que beneficiase a ambas partes y olvidarse del asunto. Raúl siempre ha sido bueno tratando a ese tipo de gentuza, en lugar de tener dos hemisferios en el cerebro poseen una cuenta bancaria y varias películas porno, así que manipularlos es más sencillo que lidiar con la declaración de la renta. Ver que alguien está actuando por la espalda, además con amenazas, no le gusta en absoluto.

—Me pasaré esta noche también —dictamina finalmente. Mira a Fanny muy serio—. Ten cuidado por las mañanas, el barrio está muy solitario.

El hombre tira la colilla al suelo, justo antes de despedirse. Mira por última vez la fachada, no le gusta tomarse demasiado en serio a gentuza tan básica, pero algo le dice que, tal y como dice la nota, la cosa no ha terminado con un par de amenazas. Y su intuición pocas veces falla.






Aurora ha conseguido aplazar la charla con su madre hasta después de las grabaciones, enfrentarse a Martina es siempre algo tan agradable como ir a los grupos para adictos. Una vez asistió a esas terapias por recomendación de su psicóloga, pero no duró ni dos días. Tiene cosas mejores que hacer antes que perder tiempo que podría invertir en salir de fiesta viendo como un montón de gente se pone a llorar porque echaron a perder sus matrimonios a causa del alcohol. Le entra una sensación de rechazo total, la gente se divorcia porque una de las dos partes —o las dos— es gilipollas, si en lugar de despilfarrar una barbaridad de dinero en fiestas horteras directamente no se casasen luego no tendrían esos dramas. Ella jamás ha tenido problemas por beber demasiado así que no se sentía a gusto entre tanto depresivo. Aurora procura rehuir a la gente excesivamente negativa, siempre están quejándose de lo mal que van las cosas, que si los polos se derriten, los elefantes se mueren, los peces sufren mutaciones genéticas. O sea, una persona en el primer mundo tiene una media de setenta u ochenta años para estar en el planeta, ¿por qué debería preocuparse ella sobre lo que probablemente nunca verá? Jamás conocerá a las generaciones futuras, le importan una puta mierda.

Bueno, pues Martina le resulta más soporífera que todos esos pesados, así que es un nivel bastante alto de desdén.

Han quedado fuera, en la zona de fumadores. Aurora agradece que no haya nadie allí, lo último que le apetece es encontrarse con los colegas de su madre, los cuales tienen la engorrosa manía de preguntarle demasiado por su vida personal. La chica se enciende un cigarrillo mientras se aproxima hacia la mujer, que lleva puestas unas enormísimas gafas de sol, las cuales le cubren medio rostro.

—Estuve con tu padre el otro día.

Aurora alza las cejas, siempre que sus progenitores intercambian aunque sea una mirada toda la prensa se hace eco, Martina es la encargada de asegurarse buenas portadas, por supuesto. En otra época ellos marcaron a toda una generación, la pareja de rebeldes sin causa con la que crecieron los niños perdidos y confusos por el derrumbe de la dictadura. Reinaban en las noches madrileñas, coronando los locales, llenando salas de conciertos. Eran un icono que se desinfló cuando todos decidieron hacerse mayores, incluidos ellos mismos. Y aun así, continúan siendo la comidilla de todo el mundo.

Cuando era pequeña Aurora protagonizó, junto a dos chicas más, una de las tiras para niños casi adolescentes más exitosas del mundo hispanohablante. La pareja que le asignaron a su personaje se convirtió en la más querida por los fans, hasta el punto de que a día de hoy, cuando ya ha pasado toda una década, la gente sigue etiquetándole en fotos de Instagram, creando clubes de fans, páginas de Facebook o montajes en YouTube. Por más que ella nunca estuviese con Gastón —su novio en la ficción, homosexual en la vida real—, los espectadores se obsesionaron con ambos, sin atender a ningún tipo de razón. El haber vivido aquella experiencia, siendo la suya una pareja producto de la ficción, le ha ayudado a entender el efecto que sus padres todavía causan a nivel general. Por alguna razón, quienes crecieron con ellos o simplemente les conocieron después, a través de películas que hoy en día son de culto o viejas remasterizaciones de las canciones carentes de ritmo que algún día cantaron, jamás han querido renunciar a la idea de que, algún día, ambos volverían a estar juntos. Para Quim siempre ha sido un engorro, Martina por su parte ha sabido muy bien cómo sacar tajada de ello. Aurora no sale de su asombro, con la atención que suscitan sus padres deberían haberse hecho eco todas las revistas de cotilleos cutres, pero es la primera noticia que tiene sobre el encuentro.

—¿Y la exclusiva? —Enarca una ceja.

—Quería hablar con él de un tema serio —se saca las gafas de sol, sus ojos azules lucen tan fríos como de costumbre—. Álvarez está tramando algo.

—Madre por favor, las rencillas entre buitres del periodismo te las gestionas sola, yo no tengo nada que ver.

—Creo que tiene la intención de venir a por mí.

Aurora le da un par de calos al pitillo, le pone de mal humor que la gente sea tan pesada. Martina lleva como siete u ocho años intentando hundir a Raúl Álvarez en la miseria, era obvio que el tipo se las iba a cobrar todas.

—Tengo que irme a casa —anuncia, pasa de escuchar más tonterías.

—Aurora, esto es muy serio —el tono de su madre es bastante severo—. Tiene negocios con alguien muy importante, un nuevo accionista.

—¿Y a mí qué?

Martina la coge del brazo, haciendo una pequeña presión con sus manos. La mira muy fijamente, sino fuera porque Tina Latini siempre tiene un plan secundario, Aurora juraría que puede ver algo de miedo en sus ojos.

—Necesito algo que me afiance en la cadena sí o sí, que vean lo rentable que les salgo —la presión aumenta ligeramente—. Concédenos una entrevista exclusiva.

Aurora se deshace en seguida del agarre, zarandeando el brazo con brusquedad.

—Ni de puta coña.

—Aurora, se trata de mi futuro.

—Pero qué futuro, si tienes edad para prejubilarte —la señala amenazadoramente—. Ni se te ocurra pensarlo, madre. Ni se te ocurra.

—Te darían hasta diez mil, también te conviene.

—¡NO!

—Si Álvarez convence a ese tipo nuevo de que me eche terminaré en la calle.

—¿Pero qué dices de la calle? El imbécil de tu ex marido te pasa una pensión compensatoria de tres mil euros todos los putos meses, déjate de joder.

—¿Y qué hago yo con tres mil euros? La vida está muy cara.

—Mamá —Aurora respira profundamente antes de soltar un enorme suspiro y mirar a su madre—. Vete a la mierda.

La joven se marcha, ofendida. Sabía que no podía esperar nada bueno pero esa encerrona rastrera ha sido demasiado, Martina de verdad debe chochear si piensa que puede convencerla para salir en la televisión. Aurora se retiró de las cámaras hace mucho tiempo, solo acepta que la graben en la radio o en entrevistas serias muy de vez en cuando, y porque no lo considera pertenecer al show bussiness. No quiere ser partícipe del mundo de la prensa rosa, ni salir en películas, ni aceptar guiones de televisión que le han ido ofreciendo durante años. La Aurora que fue alguna vez ya no existe, no volverá jamás y esos cerdos del programa se pueden hundir todos en su propio fango.

Desearía que su madre terminase en la puta calle, pero si no lo hace de verdad es porque probablemente eso significaría darle el gusto a Álvarez, lo que le parece incluso más detestable que ver a Martina saliéndose con la suya.

Escucha los gritos de su madre por atrás pero decide ignorarlos. Cuando saca el teléfono móvil para ponerse algo de música se percata de que tiene varias llamadas perdidas. Joder, se le había olvidado, esta vez sí que la matan.






—Tía, ya te vale.

Pilar la mira con ese gesto de reproche que siempre pone cuando la ha cagado, aunque decide ignorarlo deliberadamente porque no quiere más dramas, todavía está cabreada de narices por la encerrona que le ha hecho su madre, además de llevar sueño acumulado desde buena mañana. Eso de madrugar no es lo suyo, desde luego.

Han quedado todas en casa de la actriz, Mara anda en crisis porque el soplapollas de Jaime volvió a dar señales de vida hace un par de días. La verdad es que Aurora ya empieza a cansarse del tema, entiende que Mara ande enganchada, que todo sea muy tóxico y eso, pero debería ir poniendo de su parte para superarlo. Todos los tíos a los que se folla son solo un sustitutivo sexual, una forma de matar el hambre en tiempos de sequía, en el fondo está segura de que tiene orgasmos porque piensa en el subnormal ese. Lo que debería hacer es pillar el toro por los cuernos, decidir olvidarse de semejante mamón y pasar página. Todo el mundo pasa por baches emocionales en esta vida, aunque por supuesto no puede decir esas cosas en voz alta porque queda como una zorra insensible.

Mara está hecha un manojo de nervios, cuando llega al salón la ve con esa cara de haberse pegado tres días seguidos de fiesta que siempre tiene durante sus crises emocionales. Es como si no tuviese energía, con los ojos hinchados, la mirada perdida y la expresión constante de estar a punto de tirarse por la ventana. Ana está con ella, intentando animarla con alguna anécdota frívola sobre sus avances con la revista. Contra todo pronóstico le está yendo bien, ya veremos cuánto le dura su faceta de empresaria.

—Tendrías que haberle bloqueado —comenta Aurora, justo antes de darle un beso en la mejilla a modo de saludo.

Ana corta su discurso para enviarle una mirada asesina, Pilar tampoco parece muy contenta con su comentario. Aurora se da cuenta de que quizás no ha dicho lo más propicio.

—Tuve una bronca enorme con él, nunca había discutido tanto con nadie —la voz de Mara suena lejana, probablemente no haya dormido en varios días.

La chica se lleva las manos a la cara para frotársela, tiene un aspecto lamentable. Suspira, no mira a ninguna de sus amigas directamente.

—Se me fue la olla —admite finalmente—. O sea se lo pedí, le pedí por favor que no me contactase. Le dije específicamente que estaba mal, que le daba vía libre para olvidarse del asunto y no volver, ¿qué mierda le pasa?

Entonces recurre a ellas, buscando desesperadamente una explicación. Mara necesita entender por qué se ha topado con un soplapollas narcisista al que solo le importa meterla, pero en realidad no hay una respuesta para eso, simplemente es un ególatra de los cojones y ya está.

—Empecé a decirle de todo, que era un cabrón, un egoísta, que se comportaba como un niño de doce años —va subiendo el tono de voz, Mara siempre se altera cuando recrea cosas que le ponen nerviosa—. No paraba de evadir la puta conversación. Le preguntaba sin parar por qué coño había vuelto, por qué si no estaba dispuesto a dar nada. Él solo se hacía el loco, que si no entendía por qué me enfadaba, que si estaba pagando con él su frustración... Era como hablar con un puto crío de doce años que ha hecho algo mal, le han pillado con las manos en la masa y no quiere asumir que la ha cagado. Dios... de verdad que resultaba desesperante.

Mara bufa con frustración, es evidente que todavía tiene todo muy fresco, pero Aurora puede ver en ella por primera vez algo que antes no estaba: el agotamiento. Mara se ha sentido engañada, humillada, ha estado iracunda e incluso en ocasiones muy violenta. También tuvo una etapa súper depresiva, momentos de ansiedad, pero nunca antes se la había notado cansada. Siempre insistía, como cabezota que es, en que quizás las cosas pudiesen tomar otro rumbo. Al principio tenía esperanza, luego un empeño absurdo por dejar las cosas claras con aquel tipo. Pero ahora solo parece hasta las narices de todo, y eso es muy positivo.

—Es un puto gilipollas, tía —le dice Pili, agitando la cabeza—. Solo piensa en sí mismo.

—Llegó un punto en que me dio igual —admite—, ya no quería saber por qué lo hacía, ni insistirle, pasaba. No me va a contestar nunca, no quiere. Lo único que le interesa es pasar un buen rato, y como tiene problemas de autoestima necesita tenerme ahí siempre. No está dispuesto a dar nada pero tampoco a soltarme, es un hijo de puta, me cago en la hostia qué tonta he sido.

—Que no, de verdad —es Ana la que interviene ahora—. Todas hemos pasado por mierdas así, ¿o no te acuerdas del Innombrable? Si volvimos veinte veces... Nos enganchamos a una persona y somos incapaces de dejarla hasta que nos quema del todo. Así funcionan las relaciones modernas: uno se comporta como el mayor cabrón de todos y el otro no termina hasta que llega al límite. Lo bueno es que tú estás ahí ya.

—Es que me ha matado con esto, lo ha roto todo. Lo peor es que ni siquiera creo que lo haga con maldad, simplemente es gilipollas.

—Bueno, da igual con qué intención lo haga —se apresura a terciar Pili—, lo crucial es que nunca se ha portado bien contigo. Quizás te quiera o quizás no, pero si te quiere no lo hace nada bien y uno no puede estar con gente que no le quiere bien.

—Exacto —asiente Ana.

Aurora se siente un poco ajena a la conversación, si bien ha visto casos como ese a raudales, es incapaz de empatizar de todo con lo que está sucediendo. Ella nunca se ha enamorado de nadie, jamás ha sentido esa desesperación, nunca ha sentido que le rompían el corazón. Las relaciones convencionales le son totalmente ajenas, para ella resultan una pérdida de tiempo, por eso no le gusta atarse emocionalmente. Se vive mucho más tranquilo sin tener que darle explicaciones a la gente o pendiente de que te llamen.

—En fin, es igual, es que ni quiero hablar del tema —responde Mara, mirando a sus amigas—. En serio, ya se terminó. Hay algo que se ha roto, no puedo decir que pase completamente de él o que ya no sienta nada, pero... No sé, de repente me da mucha pereza su persona. Llevo muchísimo tiempo con esta historia de mierda, creo que necesito pasar página.

Pilar empieza a aplaudir, entusiasmada, es la presidenta del club anti Jaime, nunca se han visto en persona pero Aurora sabe que si algún día llega a cruzárselo por Madrir probablemente ese tío no llegue a la esquina con vida.

—Claro que sí, tía —la anima—, ahora a rehacer tu vida, pero real.

—Sí, no sé, es que de verdad estoy cansada. No es que ahora quiera ir por ahí follándome a todo el mundo para olvidarle, eso ya lo pasé. Creo que voy a centrarme en lo que me queda de curso, sacarme las asignaturas, ser algo responsable. Si por el camino me follo a alguien pues bien, si no me apetece tampoco pasa nada. Jaime es un cabrón, no puedo llegar a odiarle porque en el fondo he sentido muchas cosas por él, pero es cierto que no me quiere bien. Se acabó.

Aurora se siente incómoda, no ha dicho nada en todo el rato pero teme cagarla si abre la boca porque en serio que esas cosas se le dan fatal. A veces piensa que estudió Psicología para nada, porque es una verdadera inútil para sobrellevar dramas ajenos que nunca ha compartido.

—En verdad podríamos hacer una salida de chicas —se atreve a decir, captando la atención de sus amigas. Pilar no parece muy contenta, evidentemente lo ha dicho en un momento algo dramático, pero sabe cómo salir del paso—. En plan cuando acabes los exámenes, digo. Ana, ¿tú no querías celebrar mi cumpleaños?

—Mara termina el curso en junio —le reprocha la aludida, torciendo el gesto.

—Por eso lo digo —asiente—. Tía tu ahora tómate este par de meses en plan relax, piensas en tu vida, hablas con la psicóloga, te sacas el curso y tal. Cuando termines los exámenes fijo que estas mucho más repuesta, celebramos entonces mi cumple y nos la pegamos todas juntas. Hace muchísimo que no salimos en condiciones, por lo menos desde el año pasado.

Todas miran a Mara porque en realidad es ella quien debe decidir si Aurora ha tenido una buena idea o acaba de soltar una de las suyas, pero la chica no parece en absoluto ofendida, sino todo lo contrario.

—La verdad es que estaría bien, seguro que cuando acabo tengo ganas de arrasar con una destilería entera.

—¿Tú te quedas contenta así? —Aurora mira a Anna, que enarca una ceja.

—Yo quería un macro—evento, seguro que nos llevas a cualquier tugurio de los vuestros.

—Ah no, señoritas. Se os van a caer las bragas cuando sepáis lo que haremos en realidad. Mara, tía, me vas a amar.

Todas la miran con curiosidad y ella sonríe con cierta malicia. Tiene el acontecimiento perfecto para dejar atrás todo lo acontecido durante los últimos meses. Ese fin de semana van a arrasar. 




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