Sangre sobre el hielo ✧; Kook...

By mochisweeties

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(кровь около застывание). La sangre tiñe el mundo del patinaje sobre hielo y se derrama sobre los que reinan... More

Capítulo primero.
Capítulo segundo.
Capítulo tercero.
Capítulo cuarto.
Capítulo quinto.
Capítulo quinto (segunda parte).
Capítulo sexto.
Capítulo séptimo.
Capítulo séptimo (segunda parte).
Capítulo octavo.
Capítulo octavo (segunda parte).
Capítulo noveno (segunda parte).
Final.
Epílogo.

Capítulo noveno.

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By mochisweeties

Jungkook corre desesperado por los nevados campos de Rusia. Ya no es un niño, pero se siente solo y aterrado como una vez lo estuvo, perdido en el laberinto de calles congeladas y rostros sin nombre. Corre deshecho en lágrimas y con el corazón estrangulado, al límite de sus fuerzas y de sus nervios.

Yoongi lo persigue. No el Yoongi de su infancia, tierno y comprensivo, no el amante ardiente que ordenaba en su lecho, tampoco el dulce entrenador de mejillas tersas y sonrisa compasiva. Éste es un Yoongi transformado por la muerte, de ojos sanguinolentos y piel marmolada, de mirada vacía y manos trémulas.

–¡No me perdonaste! –le reprocha con desprecio, mientras estira sus brazos para atraparlo–. ¡No me dejaste morir en paz, te supliqué y no me perdonaste...! 

Jungkook apresura sus pasos, atormentado. Los árboles se cierran a su alrededor, las ramas le lastiman el rostro y las manos, la nieve bajo sus pies es cada vez más suave. Pero de pronto pisa firme y los árboles lo liberan. Se encuentra sobre un lago congelado y ahora lleva puestos sus patines. Oh, sí, sus patines. Sobre el hielo ya no tendrá problemas. Sobre el hielo todo irá mejor. 

De inmediato toma ventaja, Yoongi ha quedado atrás. Suspira aliviado, pero no por mucho tiempo. Una figura se presenta ante él tan repentinamente que por esquivarla cae al hielo y resbala sin control. Otro muerto. Otra venganza. 

–Te lo dije, Jeon –dice Park Hyun con la mitad de su cabeza destrozada, la sangre cayendo espesa y viscosa por su rostro–. Dije que cavaría tu tumba. Ahora la policía te encerrará de por vida y yo estaré allí para torturarte. Cada día hasta que mueras, ¡y tú no podrás escapar! –se burla en medio de groseras carcajadas. 

–¡Maldito! –exclama Jungkook, la ira sobrepasando su miedo–. ¡Vuelve al infierno, demonio! –grita, y saca uno de sus patines con la facilidad de un guante, y comienza a golpear con el la repentinamente sólida figura de su enemigo. Hiende su arma con loco frenesí mientras la sangre salpica más de lo que es lógico, volviendo todo un infernal mar escarlata.

–¿Por qué, Jungkook? ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué ya no me amas? 

La voz de mujer congela su gesto en el aire. No entiende en qué momento Park Hyun se convirtió en su madre y él en matricida.

–¡No! ¡No! –exclama enloquecido, arrojando el patín a un lado, viendo a su madre agonizante vomitar sangre sobre el hielo.

Retrocede horrorizado y su espalda golpea contra algo sólido. Gira, ya en pánico, y unos ojos negros le devuelven la mirada. 

–¡Jimin! –exclama desvanecido de alivio cuando su amado lo besa en los labios, atrapándolo entre sus brazos con pasión–. Jimin... –repite extasiado mientras esa boca deliciosa lo colma de placer. 

– Злой (Zloi) –le susurra su amor al oído y él parpadea sin comprender. ¿Sabrá Jimin que acaba de insultarlo? “Maldito”, “perverso”... no, obviamente Jimin no sabe lo que dice. Aleja el rostro y lo observa. Su niño sonríe de forma extraña.

–Jungkook –murmura con ternura al tiempo que le clava un cuchillo en el vientre, derribándolo al piso–. Mi amor –insiste, arrodillado junto a él, acariciándole el cabello mientras retuerce el puñal en sus entrañas–. Jungkook... despierta...

Sus ojos se abrieron al tiempo que exhalaba en un espasmo de dolor. Con un fuerte empujón intentó apartar a Jimin, inclinado sobre él, pero éste lo retuvo firmemente por los brazos para impedirle escapar.

–¡Suéltame! –gimió casi en un llanto, mientras intentaba liberar su cuerpo–. ¡Suéltame!

–¡Basta Jungkook, basta! ¡Fue un sueño, sólo fue un sueño!

Jadeante, aún combativo, el rubio echó una mirada desorientada a su alrededor. No había muertos ni árboles allí, no había sangre ni nieve bajo ellos... sólo las sábanas arrugadas de un lecho tibio y acogedor.

Los brazos de Jimin lo liberaron, y Jungkook suspiró profundamente mientras se incorporaba, todavía agitado. Un sueño, nada más que un sueño, pero su pulso seguía acelerado y le costaba recuperar el tranquilo ritmo de su respiración, cubierto por un sudor frío que lo hacía estremecer.

–Ten, toma –Jimin le ofrecía agua. Con una mano temblorosa tomó el vaso y humedeció sus labios. Dios, cómo odiaba aquellas pesadillas...

Con otro suspiro volvió a recostarse, tapándose hasta el cuello con las mantas. Tenía frío, pero la sensación de la nieve húmeda y roja bajo su cuerpo se disipaba como la oscuridad en el cuarto. Ahora sabía dónde estaba. No era la primera vez que despertaba desorientado en aquel lugar, pero desde ese angustiante día habían pasado ya ocho meses. Sólo dos estaciones, aunque parecieran dos años. 

No recordaba mucho de aquella primera semana, si debía ser sincero. Sólo tenía el vago recuerdo de haber arribado a Buenos Aires en una mañana luminosa y cálida, a pesar de que en aquella parte del mundo ya se aproximaba el otoño, y de discutir tercamente con Jimin acerca de que se encontraba perfectamente bien para tomar el otro vuelo que los llevaría directo a su lugar de ensueño. Del resto de la historia se había enterado una semana más tarde, cuando despertó atendido por una enfermera gorda y un Jimin pálido como la nieve. 

–¿Cómo te atreves a dejarme sólo en un momento como éste? –había sido su infantil reproche, antes de arrojarse sobre él, abrazarlo con fuerza y deshacerse en lágrimas contra su pecho. 

Y así, en una novena de besos y caricias, Jimin había relatado su odisea desde que partieran del aeropuerto internacional hacia el sur del país, donde Jungkook había aterrizado con tanta fiebre que deliraba. Y sobre cómo había luchado por mantenerlo a salvo junto a todo el equipaje mientras buscaba desesperado la forma de comunicarse con aquella gente, de pedir un taxi, de buscar un hotel, y finalmente, conseguir un médico porque su amor se moría. Un joven lugareño había hecho las veces de ángel guardián para Jimin, presentándose con la bendición de hablarle en su idioma y de tenderle una mano amiga. Sin indagar mucho a los recién llegados, el muchacho los había instalado en una hostería y poco después traído ante ellos un médico: un anciano de cabello blanco y mejillas sonrojadas, que frunció el ceño al ver la herida de Jungkook.

–Hospital –anunció, tan claro que Jimin pudo entenderlo a la perfección.

–No, no podemos. ¡Por favor, sálvelo usted! –suplicó, uniendo sus palmas en actitud de ruego–. Dinero, le daré mucho dinero –agregó ofreciéndole un puñado de dólares. 

Pero el viejo lo había mirado mal, casi ofendido, y dándole un breve empujón lo había apartado del camino para acercarse en la cama. Con cariño de abuelo se había dedicado a palpar el vientre de Jungkook, tomar su pulso, acariciar su frente y su cabello, y sin perder más tiempo había abierto su maletín milagroso para comenzar a sanarlo. Tres días y tres noches pasó junto a la cama, mientras Jimin deambulaba como un fantasma o dormitaba en una silla, ignorando los platos de comida que la amable posadera ponía ante él. Hasta que al amanecer del cuarto día, el anciano salió exaltado de la habitación, hablándole en esa lengua extraña, para conducirlo junto a Jungkook que, aunque pálido e inconsciente, ya no tenía fiebre ni temblores. 

Dos días más tarde, la mujer del anciano casi tuvo un infarto al recibir el sobre con los honorarios de su esposo...

El paraíso con que Jimin había soñado resultó ser una pequeña ciudad del sur de Argentina, Calafate, donde Dios parecía haberse inspirado para crear el edén. Una pequeña porción del planeta decorada al oeste por la eternamente nevada cordillera de los Andes, al norte por cristalinos lagos y glaciares, al este por hermosos montes de colores, y al sur por fragantes bosques rebosantes de vida natural, donde cientos de especies de animales buscaban refugio de la amenaza del mundo, al igual que ellos dos. 

Cuando Jungkook se recuperó lo suficiente para ponerse de pie y salir a la calle, el paisaje que hallaron los dejó sin habla. No hizo falta discutir ni planear nada. Luego de tres días de recorrer el hermoso pueblo, rentaron una cabaña de locura casi sobre la cima del valle, desde donde tenían una vista panorámica de toda la ciudad y, por supuesto, de la sublime inmensidad que los rodeaba. 

Les tomó menos de dos semanas sentir aquella casa como propia. Bellamente construida con madera y piedra, era tan cálida y cómoda como pudieran desear, con gigantescos ventanales donde sentarse a soñar y coloridas flores que no habían visto en ninguna otra parte del mundo, de esas que permanecían firmes y hermosas entre la nieve como si ninguna inclemencia del tiempo fuera capaz de quitarles su belleza. La cocina y la chimenea, la sala de estar y el dormitorio, todos los cuartos eran sus preferidos, no había rincón que no amaran, y no había momento del día en que no disfrutaran permanecer allí.

Los dos amantes estaban eufóricos por poder vivir aquella fantasía. Al principio temieron que su reciente pasado los atormentara, pero los fantasmas que ellos mismos habían enviado al infierno no parecían ser capaces de penetrar en aquellas tierras. Se amaban con la desesperación del último encuentro, gozando hasta las lágrimas de cada momento íntimo, tentándose y complaciéndose donde y cuando quisieran, libres del tiempo y los compromisos. Pronto comprendieron que el idioma no era una barrera infranqueable. Muchas personas hablaban inglés, y las que no, expresaban su hospitalidad con grandes sonrisas y gestos elocuentes, invitaciones y pequeños presentes. Eran demasiado pocos como para mezquinar lo que tenían. Aquella tierra, como sus habitantes, parecía mantener sus brazos abiertos en cálida bienvenida. Los senderos dentro de los cuidados bosques parecían salidos de cuentos de hadas, las cabañas jugaban a competir en hermosura, los lagos eran tan cristalinos que podían verse sus fondos sin esfuerzo, y las flores de colores crecían por doquier, irrespetuosas de los inclementes vientos que las azotaban. 

Jungkook había caído enamorado a primera vista del imponente glaciar Perito Moreno, tal vez porque era tan frío y bello como él. En su primera visita había pasado seis horas frente a la imponente mole blanca y azul, observando sus grietas y colores, aturdido por el atronador sonido de sus desprendimientos, viéndolo morir de a poco ante a sus ojos, hasta que éstos se llenaron de lágrimas y colapsó abrazado a Jimin, murmurando palabras de amor sincero y fidelidad eterna. 

Para el joven norteamericano hubiera sido imposible decidirse por algo en especial, pero sin dudas su momento preferido era el despertar, cuando el sol penetraba en el cuarto bañándolos con su luz dorada y las montañas le daban la bienvenida al nuevo día. A su derecha la cordillera, teñida de lilas, azules y celestes, coronada de blanco por nubes y nieve; a la izquierda, los montes que acunaban aquel hermoso valle, donde las pinceladas de colores eran tan increíbles como hermosas, separándose en capas verdes y terracotas, naranja y ámbar, pardos y beiges. 

–Sin dudas, es el mejor sueño que he tenido en toda mi vida –solía decir, embelesado ante tanta belleza, acunado por las risas de Jungkook que parecía estar en un todo de acuerdo.

Fueron días de ocio y placer, de risas y amores, recorriendo tanto montañas y bosques como cada calle y rincón del pueblo, comprándose cosas constantemente y comiendo en los mejores restaurantes. Una sola vez en todo ese tiempo Jungkook se había acercado a una computadora para enviar un escueto mail a Jin, diciendo que estaba bien y que volvería a comunicarse cuando lo creyera necesario, enviando su cariño y compartiendo su felicidad. Jimin decidió que no tenía a nadie a quien enviar un mail similar, y le dio la espalda al mundo para volver a internarse en las laberínticas calles de su nueva vida, entre velas y artesanías, madera y flores silvestres. 

–Dios mío, esto no puede estar ocurriendo... no cuatro, dime que no, no puede ser cierto... ¡no pude haber engordado cuatro kilos! –Jimin lanzó una carcajada ante el angustiado grito del rubio–. ¡No te rías de mí! ¡Estoy obeso!

–Jungkook... no estás obeso.

–¡Pero lo estaré en cualquier momento! Todo esto es tu culpa, todos los días cordero, tartas, chocolate... –le reprochaba, mirándose de frente y perfil ante el espejo, desesperado por descubrir dónde se habían acumulado tantas cosas ricas.

Desde la cocina, acomodando en la alacena las compras recién hechas, Jimin también le echaba miradas evaluadoras mientras intentaba disimular su risa. Si esos kilos realmente estaban allí, no podía encontrarlos; el maldito seguía tan esbelto como siempre. 

–Tal vez sea tu ego lo que haga la diferencia en la balanza...

–¿Sólo cuatro kilos?

–... no, tienes razón, deberían ser cuarenta...

–Dieta –seguía diciendo el ruso palpándose el abdomen y las caderas, aunque siguieran tan firmes y torneadas como siempre–. Tendré que hacer dieta hasta que vuelva a entrenar, o no seré capaz de saltar ni un triple... 

El silencio que se hizo de pronto fue demasiado evidente para poder ignorarlo. Jungkook bajó la vista, olvidando de inmediato su frívola conversación. Casi sin quererlo había mencionado un tema que ambos, consciente o inconscientemente, rehusaban tratar, y el momento se había tornado tan incómodo como lo había imaginado. 

Jimin había quedado petrificado frente a la mesada de la cocina, sus manos apoyadas sobre el mármol, los comestibles aún a medio guardar. Cuando sintió los pasos acercarse por detrás, tomó una lata y la acomodó rápidamente en su lugar, intentando disimular su conmoción.

–Entonces me comeré yo solo los bombones que compramos –comentó con una sonrisa forazada, evitando volver su mirada. 

Jungkook se posicionó tras él, juntando sus caderas, presionando los labios contra su sien al tiempo que lo rodeaba con sus brazos. 

–Tal vez necesite hacer más ejercicio... –susurró, ondulándose lentamente mientras apretaba su abrazo. 

–Pues conozco una parte de ti que estará siempre en forma, querido, ya no paras de usarla...

Jungkook sonrió, girándolo de frente a él para atraparlo en un beso profundo y dominante. Cuando se separó, había encendido en Jimin algo más que sus mejillas...

–Acaba de recordarme otra cosa más que maneja a la perfección, señor Jeon –susurró el castaño, agitado por la pasión que crecía en él. 

–Colme mis oídos con su obsceno vocabulario, señor Park... y le demostraré que una boca puede llenarse de algo más que de palabras vulgares...

Jimin sonrió, dispuesto a no ceder tan fácilmente a su juego. Pero cuando Jungkook descendió lentamente por su pecho hasta quedar de rodillas frente a él, extorsionándolo con la prohibida caricia de una lengua ardiente, debió a rendirse con la irrisoria facilidad con que se derrumba un castillo de arena ante el excitante aliento del mar... 

El sexo en la cocina fue estupendo. Arrojar con violencia los objetos de una mesa para poseerlo apasionadamente sobre ella, era uno de los arrebatos preferidos de Jungkook. Ver el sol hundirse en el horizonte mientras él se hundía en su amante, en cambio, era propiedad de Jimin. Ambos obtuvieron lo que deseaban, y el anochecer los encontró gimiendo su orgasmo enredados en la alfombra del living. 

–No me importa tu dieta, iremos a comer afuera –había advertido Jimin con una sonrisa, secándose el cabello desde el baño, mientras Jungkook, en la habitación, se enfundaba en un impecable sweater negro.

Pero en lugar de acabar el día comiendo a la luz de un fogón u observando las estrellas junto al lago, habían terminado en una sala de emergencias, con Jimin inconsciente y azotado por violentas convulsiones...

Los médicos y enfermeras fueron muy amables con él. Con igual cuidado habían atendido al pálido Jungkook, que una vez más se encontraba solo y perdido en los pulcros corredores de un hospital rezando por la vida de Jimin. Le explicaron con suma paciencia cosas que él ya había oído demasiadas veces: que el cerebro era un órgano muy delicado y misterioso, que el ataque sufrido en aquel lejano vestuario de Munich tendría consecuencias de por vida, que había sido imprudente abandonar los tratamientos médicos, y que debían medicarlo y tratarlo correctamente o moriría.

A los dos días Jimin era el de siempre, e insistía en la exageración de los pronósticos médicos. Se cansó de asegurarle a Jungkook que se encontraba bien, que sólo había sido una recaída insignificante, y que las convulsiones seguramente habían sido provocadas por exceso de actividad sexual... broma que tuvo que aclarar cuando Jungkook estalló en lágrimas asegurando que todo aquello era su culpa. 

–No voy a morirme por acostarme contigo, necesitarás más que sexo a todas horas para deshacerte de mí. 

Aunque abandonaron el hospital con fuerzas renovadas, ambos sabían que aquel día sería un punto de inflexión y no se equivocaron. Los fantasmas del pasado parecían haber logrado franquear las puertas invisibles que los mantenían fuera de aquel paraíso terrenal, y habían penetrado en sus vidas como intrusos a los que ni siquiera podían rastrear. El insomnio volvió a asaltar a Jungkook y los dolores a Jimin. Ya no necesitaron dietas, pues las pesadillas les quitaban el apetito, y se refugiaban en brazos del otro más seguido de lo acostumbrado, repitiendo las palabras de amor como exorcismos, el ritual de unir sus cuerpos como la única solución a sus miedos.

Continuaban visitando los bosques y los glaciares cada vez que lo deseaban. Seguían reuniéndose con los lugareños a celebrar comidas y fiestas regionales, y pasaban horas de picnic frente al lago, abrazados mientras hablaban con los ojos fijos en las montañas nevadas. Pero una sombra invisible había caído sobre ellos, y cada vez se hacía más difícil ignorarla.

El sol que asomaba entre las montañas regalando los primeros brillos al lago y el resplandor dorado a los árboles, le indicó a Jungkook que no era necesario obligarse a conciliar nuevamente el sueño luego de esa horrible pesadilla. Jimin, a su lado, observaba el despertar del día con el semblante serio, casi triste, como si también hubiera sido testigo de aquellas horrorosas imágenes.

–Iré a preparar el desayuno –anunció, descorriendo sus frazadas para incorporarse. 

–No, quédate –suplicó Jungkook, abrazándolo con fuerza–. Aún es temprano. Hace frío.

Sonrió aliviado cuando su amor volvió a recostarse para besar su cabello, acunándolo entre sus brazos, pero en el fondo se sintió inquieto. El frío no era la verdadera excusa. Tampoco la hora. Quería retenerlo a su lado y hacer eterno aquel momento, pues pronto lo rompería para siempre. Abriría su boca y diría las palabras que Jimin no quería oír. Discutirían. Habrían gritos tal vez. Y la felicidad que habían sentido se iría de aquel lugar como se había ido la nieve al comenzar el deshielo. 

–Jimin... tengo que volver a Rusia.

El tranquilo silencio que precedió a sus palabras le indicó que su niño hacía mucho tiempo que esperaba ese planteo. No hubieron gritos, como esperaba. Ninguna escena de nervios ni acusaciones. Sólo un profundo y resignado suspiro que dolió como una bofetada.

Jimin apartó la rubia cabeza de su pecho y se giró hasta darle la espalda. Seguramente así Jungkook no podría ver sus ojos negros cristalizados de lágrimas.

–¿Por qué? –preguntó, y nada en su voz calma denotaba el dolor y la tristeza que lo invadía.

–Porque uno de los dos tiene que trabajar, mi amor –respondió Jungkook con una leve sonrisa, alentado por la tranquila reacción a su anuncio–. El dinero no nos alcanzará por siempre.

–¿Dinero? ¿De eso se trata? –preguntó Jimin, y ahora sí una nota de rabia tiñó su voz–. No lo necesitamos. Tengo suficiente dinero ahorrado, ahora puedo disponer de lo que he ganado en todos estos años.

–Lo poco que ha sobrevivido a las garras de tu padre, querrás decir.

–No importa. Vendí la casa, el auto, y todas las posesiones de mi familia. Es suficiente para vivir aquí, y además el banco nos dará intereses. Y si fuera necesario, trabajaré. 

–Jimin...

–¡Puedo trabajar, no soy un inútil! Soy joven, puedo hacer muchas cosas, y...

–Jimin –Jungkook interrumpió el encendido discurso con una voz clara y la mirada firme. Ya no sonreía. Su expresión era más bien fría–. ¿Y qué hay de mí? 

Jimin no respondió.

–¿Qué hay de mis entrenamientos, de mis presentaciones? –insistió el ruso. 

–...

Los azules ojos de Jungkook fueron enfriándose hasta convertirse en hielo.

–¿Estás insinuando que abandone mi carrera?

–...

–No puedo creerlo. No puedo creer que lo estés diciendo en serio.

–... no es la muerte de nadie, créeme que se puede sobrevivir a eso y a mucho más. Si no, mírame a mí.

–¡Jimin! –Jungkook no daba crédito a sus oídos–. ¡Es lo más egoísta e insensible que me has dicho en tu vida! ¿Cómo te atreves siquiera a considerarlo? ¿Cómo eres capaz de decirme que renuncie al puesto que me he ganado con tanto sacrificio? Trabajé sin descanso desde los cuatro años, entrenándome más allá de mis fuerzas, soportando cualquier clase de vida para escribir mi nombre en la historia del patinaje, ¡y cuando lo logro tú quieres que me retire en lo más alto de mi carrera para enterrarme en un pueblo en el fin del mundo! 

–¡Sí! ¡Para que, por sobre todas las cosas, me elijas a mí! ¡Para quedarte conmigo!

Jimin enterró el rostro en la almohada y golpeó el colchón con fuerza, ahogando primero sus maldiciones, luego sus lágrimas. Jungkook lo observaba entre la incomprensión y la cólera.

–No he dicho que me iría solo a Rusia y te abandonaría aquí. Sólo he dicho que necesito volver, es obvio que iba a pedirte que fueras conmigo. Lo daba por hecho.

–¿Y si no quiero ir a Rusia? –Jimin había vuelto su rostro mojado de lágrimas–. ¿Si no quiero irme de aquí?

–Entonces quédate, porque eres tú el que no es capaz de renunciar a nada por mí.

–¿Por qué? ¿Por qué tienes que arruinar nuestra felicidad? 

–¿Eres feliz conmigo, o con éstas montañas y lagos? Porque parece que estás más enamorado del paisaje que de mí. 

–No digas estupideces.

–¡Entonces no las insinúes! Si eres feliz conmigo, serás feliz donde sea que yo me encuentre.

Jimin volvió a girarse, dándole la espalda. Jungkook no acaba de comprender cuál era el problema tan terrible de marcharse.

–¿Por qué me haces esto? –murmuró, echándose el pelo hacia atrás con ambas manos.

–No quiero ir a Rusia.

–¿Por qué? Hablas como si quisiera llevarte a vivir a la selva. Mi hogar es hermoso, te encantará San Petersburgo.

–¡No voy a vivir en donde viviste con él!–rugió Jimin, para luego volver a rebujarse sobre sí mismo.

Jungkook reflexionó un momento. Así que era el fantasma de Yoongi el que otra vez se interponía entre ellos... 

–No vamos a vivir en la misma casa –aseguró dulcificando su voz, recostándose ahora junto a su irritado niño, abrazándolo por detrás en un gesto cansado–. Seguramente Jin se ha encargado de venderla como le indiqué hace meses... Vamos, mi amor. Compraremos una casa nueva, la que más te guste, donde quieras. Tendremos toda la ciudad para nosotros, podrás comprarte lo que desees, tendremos una buena vida. 

Jimin escuchaba, y recibía en silencio las lentas caricias en su cintura.

–Tengo miedo de irme –confesó en un susurro, apretando contra su pecho la mano que lo acariciaba–. Hemos sido tan felices aquí... Temo que algo malo nos pase al partir... 

–Amor, no tengas miedo... –Jungkook besó la mejilla de su amado, que aún permanecía tenso, con la mirada perdida en el amanecer–. Todo estará bien –aseguró deslizando una mano hacia su entrepierna, escurriéndola por debajo de la ropa interior, acariciándolo rítmicamente–. Seremos felices allí, te lo prometo –susurró en su oído antes de perderse en besos cálidos y suaves, tan tibios como el sol que ya los acariciaba con sus rayos.

Jimin cerró los ojos, entregándose al placer de aquel roce íntimo, acomodándose para recibir mejor los besos de aquella boca que lo buscaba con ansiedad. Ir a Rusia era un error, lo sabía. Con tanta certeza como sabía que jamás podría arruinar la vida de su querido coartando su carrera. Por más que gritara y pataleara era un tema decidido. Se iría al Viejo Mundo... a enfrentar viejos fantasmas... 

~ * ~

Todas las promesas de Jungkook no pudieron contra los temores de Jimin. Amargado por un profundo sentimiento de pérdida armó sus maletas y se despidió de las amistades que había hecho. Con lágrimas en los ojos cerró por última vez la puerta de la hermosa cabaña y dijo adiós a los árboles y a las montañas, al glaciar y al poblado, al chocolate y a los lagos. 

–Por favor, Jimin, parece que fueras a la guerra. ¡Alégrate! Nos vamos a casa. 

Jungkook no hubiera podido entenderlo aunque pusiera toda su buena voluntad. Por el contrario, había pasado los últimos días de preparativos excitado y feliz como un niño en Navidad, empacando y comprando obsequios, haciendo planes para el futuro y canturreando risueño mientras recolectaba recuerdos de aquellos confines del mundo. Volvía a su patria y a sus cosas, a su comida y a su gente. Jimin se acostumbraría igual que lo había hecho al llegar a estas tierras extrañas. Construirían allí su nido, él lo ayudaría a sentirse en su hogar. 

–Bienvenido a casa, mi vida –había dicho al besarlo, cuando el avión por fin aterrizó en tierras rusas. Pero Jimin nunca se había sentido peor acogido en un lugar, aunque las espesas nubes se hubieran abierto para dejar pasar un tímido sol, frío y distante como no lo había sentido jamás–. ¡Mira! Jin ha venido a recibirnos.

Así era. Jimin inspiró profundo cuando el frío aire de ese país extraño lo golpeó en el rostro, pero sintió una rara tibieza en su pecho cuando el ruso, luego de atrapar a Jungkook en un fuerte abrazo, estrechó su mano con franca cortesía y una sonrisa cálida aunque tranquila. 

Jungkook explicó brevemente que irían a casa de Jin por unos días hasta que consiguieran un lugar apropiado para ellos. Luego le indicó que subiera a la parte trasera de un bonito auto azul, y mientras Jin manejaba, él se instaló cómodamente en el lugar del copiloto, enfrascándose en una animada conversación en ruso que no tuvo respiro hasta que llegaron a destino. Jimin no tuvo más remedio que dedicar el viaje entero a observar por la ventanilla. San Petersburgo era una ciudad imponente, muy hermosa aunque el tiempo no ayudara a lucirla, y mientras se empequeñecía ante tanta grandeza, los sonidos de ese idioma extraño lo apabullaban, dándole un claro panorama de lo que sería su vida desde ese momento. Soledad. Aislamiento absoluto.

Algo consoladoramente maternal lo envolvió al llegar a la casa, y su nombre era Jisoo. La esposa de Jin era una muchacha rubia, delgada y risueña, que no escatimó en abrazos al recibirlos, y que le dio la primera alegría del día al saludarlo en inglés. 

–No hablo perfecto pero sí lo suficiente para hartarte con mi charla –dijo alegremente, desplegando una hermosa sonrisa en su rostro de mejillas rosadas, invitándolo a acercarse a la cocina que olía a tarta recién horneada aunque lo que le ofrecieran fuera un vaso de vodka llevo a rebalsar. Para Jimin, que era casi abstemio, la idea de beber vodka a las diez de la mañana le resultó nauseabunda.

–¡Za udachu! (¡Por la buena suerte!) –brindaron los tres compatriotas, vaciando sus vasos con una rapidez que daba vértigo. 

Jimin miró su vaso y lo acercó a sus labios. El potente olor a alcohol le hizo arder la nariz; de todos modos decidió tomar un pequeño sorbo para no despreciar el ofrecimiento. Pero al levantar la mirada, la cara de desilusión de sus anfitriones le indicó que el gesto no había sido suficiente. 

Jungkook también lo observó unos segundos con el ceño fruncido, pero un momento después echó a reír, se acercó a él y lo estrechó entre sus brazos. Luego giró y dio una especie de explicación que al parecer conformó a la pareja. Jimin no entendía nada. 

–¿Qué es tan gracioso? –preguntó irritado.

–Mi amor –dijo Jungkook sonriendo–, no te preocupes, no pasó nada. Simplemente es costumbre aquí acabar de un sorbo el vaso, de lo contrario significa que no apruebas el brindis –Jimin miró a su alrededor. Jisoo sonreía, comprensiva. Jin no lo miraba; la llegada de dos pequeñitos de alrededor de uno y tres años, tan rubios como su madre, había desviado su atención y ahora se encontraba arrodillado junto a ellos. Jungkook volvió a besarlo en la mejilla–. Tienes mucho que aprender, pero no te preocupes. Yo te lo enseñaré todo.

~ * ~

San Petersburgo era una ciudad tan enorme como hermosa, rebosante de historia y belleza en cada esquina, pero Jimin jamás se había sentido tan extranjero en un lugar. La tranquila naturalidad con que se había amoldado a aquel lejano paraíso austral en nada se parecía a la obligada adaptación a estas frías tierras nórdicas. Todo le era extraño e inusual, a menudo tan distinto a sus costumbres que solía sentirse un extraterrestre. Pero lo más desesperanzador era saberse sólo en aquella lucha cotidiana. Ahora Jungkook ya no estaba de éste lado de la línea para compartir su aislamiento verbal, ni comprender su asombro o curiosidad por tradiciones que no comprendía. De hecho, la alegría de zambullirse nuevamente en su mundo había puesto al ruso en un estado permanente de excitación e hiperactividad, dedicándose de lleno a recuperar el tiempo perdido, tanto con sus amistades como con su carrera, dejando poco tiempo (demasiado poco) para ayudar a su amante a insertarse en su nueva vida. 

La magnitud de todo a lo que debía acostumbrarse hubiera sido desesperante para Jimin de no haber sido por el cariño y la paciencia que le demostró Jisoo. De tan buen humor como el primer día, la muchacha (pues Jimin descubrió que era apenas un año mayor que Jungkook) le enseñó todo sobre la casa y las costumbres, atendió sus necesidades y sus preguntas, y ayudó como mejor pudo a cubrir la repentina ausencia de Jungkook en su vida. 

–No te preocupes, está emocionado por volver a casa –lo consolaba ella con una sonrisa cuando el rubio pasaba fuera todo el día–. En poco tiempo volverá a estar tan pegado a ti que suplicarás poder quitártelo de encima.

Jimin sonreía dócilmente, aunque no estuviera de acuerdo. En los diez días que llevaban allí Jungkook había mantenido casi la misma rutina: levantarse temprano y partir con Jin a la pista de entrenamiento o a ver a otras personas; luego, con suerte, regresaban a la hora del almuerzo, para volver partir hasta la noche y pasar la cena y sobremesa en conversaciones que no tenía forma de comprender. Jimin no encontraba la manera de hacerse notar. Las escasas veces que lograba abordarlo a solas, Jungkook se comportaba tan dulce y cariñoso como siempre, y resumía sus ausencias en que tenía muchos planes y que todo marcharía bien. No parecía ver la soledad en que se encontraba Jimin, y éste, desconcertado por el buen trato, no se atrevía a mencionar sus quejas. 

–Jisoo, tú que los entiendes, ¿de qué hablan tanto esos dos? –preguntó una noche mirando con recelo hacia la sala de estar, mientras él y la muchacha permanecían en la cocina bebiendo café. 

–¿Realmente crees que mi oído es tan bueno como para escuchar lo que murmuran en la sala? –respondió risueña, mientras observaba con ternura cómo Jimin acunaba a su hijo menor.

–Me refiero en general.

–Oh, de muchas cosas. Están preparando nuevas presentaciones. Tú sabes, coreografías, trajes, música... Y por lo que he oído, cerrando buenos tratos. Tu Jungkook sabe cómo venderse –agregó con un pícaro guiño, rozando sus dedos en el gesto universal de dinero.

–¿No te da celos que Jin pase tanto tiempo con él? –soltó de pronto, reflejando sus propios temores. La joven se echó a reír.

–¿Celos? ¿De qué? Seokjin es mi esposo.

–¿La palabra “infidelidad” no existe en el idioma ruso?

–Claro que sí –Jisoo volvió a reír como si hubiera escuchado una buena broma–. Pero él no es gay –agregó con simpleza–. Aunque así lo quisiera Jungkook, Jin jamás accedería a tener sexo con él ni con ningún otro hombre. Eso puedo jurarlo.

Jimin volvió su mirada hacia la ilusa muchacha y rió como ella, aunque por distintos motivos. Así que Seokjin escondía un “pequeño secretito” a su esposa... Vaya, vaya, el hombre perfecto mintiendo a su mujer... muy interesante.

~ * ~

Las risas se dejaron oír desde la cocina y Jungkook sonrió satisfecho. 

–¿Sigues pensando mal de él? –preguntó mirando de soslayo a su amigo.

–A Jisoo le cae bien.

–Te estoy preguntando a ti.

Jin apuró su trago con la vista fija en la lejana figura de Jimin. 

–Al menos es bueno en las tareas domésticas...

–Jin...

–¿Qué importa lo que yo piense? Te gusta a ti, que es lo importante.

–Sabes que todo lo que tú pienses es importante para mí. 

–Si es así, ¿por qué aún no me has dicho la verdad?

–¿La verdad sobre qué?

–Sobre Yoongi.

El rostro de Jungkook empalideció sin disimulo. Permaneció un momento inmóvil, y luego volvió a llenar los vasos vacíos que había frente a él.

–¿Qué quieres que te diga? ¿Que admita que tenías razón? ¿Que pasó los últimos doce años acostándose conmigo como antes había hecho contigo?

–No... –la expresión de Jin se había vuelto muy sombría al aceptar el vaso que le ofrecían, como si temiera revolver aquellos oscuros recuerdos de su propio pasado–, y te suplico que no menciones nada de esto delante de Jisoo. Nunca se lo he dicho y nunca lo haré. La destrozaría –Jungkook asintió, e instintivamente posó la mano sobre su hombro, acariciando suavemente el nacimiento de aquel cabello oscuro. Jin sonrió en agradecimiento antes de continuar–. Me refiero a una verdad más reciente. Me refiero a cómo murió Yoongi. 

–Creí que al encargarse del caso, Boris te había mantenido al tanto de todo.

–¿Esperas que me crea ese cuento de la carta de la madre Jimin?

–No es ningún cuento, esa carta existe y ella la escribió. 

–Claro, y por eso desapareciste sin dejar rastro y huiste al fin del mundo en vez de regresar a casa...

–¿Por qué siempre tienes que hurgar en mis secretos? ¿Acaso no sabes que la curiosidad mató al gato? 

–Lo siento, pero algún defecto tengo que tener...

Jungkook sonrió, vaciando nuevamente su vaso, pero pronto no pudo sostener más la fachada de comicidad. Un escalofrío hizo vibrar su respiración.

–Tengo miedo de hablar... –admitió en un susurro aterrado, sus ojos fijos en el vaso que sostenía entre las manos–, porque al mencionarlo lo haré real.

Jin se acercó aún más, acariciando los suaves mechones dorados, rozando las delgadas mejillas con sus dedos, besándolas en un arrebato de cariño. 

–Jungkook... lo que sea que haya pasado, hecho está, y esconderlo no lo hará menos real. Si tú no puedes confiar en mí, ¿quién lo haría? Comparto contigo el peor secreto de mi vida, y lo que sea que ocultes dudo mucho que supere lo que ambos hemos vivido. ¿Acaso crees que ya algo podría escandalizarme? 

Jungkook suspiró, sus manos repentinamente temblorosas. Luego alzó sus ojos y los fijó en los oscuros y brillantes de su amigo. 

–Creo que será mejor que abras otra botella...

~ * ~

Jimin acomodó lentamente sus anteojos. No era su pobre visión la que lo engañaba: Jungkook estaba acariciando el hombro y el cuello de Jin. Sin poder controlarlo, sintió que su respiración se aceleraba. 

–Espero que pronto podamos irnos de aquí –murmuró con menos calidez de la que hubiera sido justa para su pobre anfitriona. 

–¿No están cómodos? –preguntó la muchacha con el gesto entristecido–. Es por los niños, ¿verdad? Creí que los tenía a resguardos de sus gritos y juegos.

–No es que no estemos cómodos, simplemente no quiero seguir abusando de tu hospitalidad.

En el fondo era verdad. Al margen de la irritante incomunicación que estaba teniendo con Jungkook, su estadía allí era cómoda, y lo que tuviera de placentera era indiscutiblemente mérito de ella.

–¡No hay ningún problema en que se queden! Tú me agradas mucho y Jungkook es como de la familia. Disfruto que esté aquí, lo echamos tanto de menos los últimos meses...

–Se ve que lo quieres mucho.

–Jungkook es como mi hermano –aseguró la mujer con firmeza y amor–. Fue testigo de mi boda, es el padrino de mis hijos... –la lista parecía en verdad ser bastante larga. En la otra habitación, Jin acababa de besar las mejillas del rubio. Jimin sintió deseos de estrangularlo–. No te pongas celoso, ¡pero me dio mi primer beso! 

La pequeña noticia lo hizo apartar la mirada de la pareja en la sala para volverla a ella, curioso.

–¿En serio?

–Sí... éramos adolescentes tontos, y todas en el rink moríamos por un beso de Jungkook. Imagínate, siempre fue bien parecido, y se veía tan elegante con sus trajes de competición... Creo que el miedo a que me quedara con él fue lo que hizo que Jin me pidiera ser su novia!

Sí, buen plan para alejarte de Jungkook, mientras a escondidas se enredaba con Suni cuando venía de visita, pensó Jimin con malicia, vigilando los movimientos en aquel alejado sillón. 

–¿Hace mucho que conoces a Jin?

–Desde los seis años. Y creo que desde ese momento supe que me casaría con él. 

–¿Dónde lo conociste?

–En la pista, claro. Tú sabes, yo daba mis primeros pasos en el hielo y él ya comenzaba a ganar campeonatos, pero de todos modos era un chico muy bueno y ayudaba siempre a todos. En fin, como ahora, no ha cambiado mucho. Tengo el mejor esposo del mundo –comentó, mirando a su marido con amor.

Sí, muy tierno...

–Entonces conoces a Jungkook desde hace años también...

–Desde que Yoongi lo trajo –recordó con nostalgia–. El pobre Yoongi... Llegó un día con éste ángel rubio y todos nos quedamos anonadados por cómo patinaba. ¡Daba envidia pensar que sólo tuviera un año menos que yo! 

–¿Y nadie hizo nada para rescatarlo de Yoongi cuando se lo llevó a su casa? –preguntó Jimin, dejándose llevar por la indignación. Jisoo lo miró sin comprender.

–¿Bromeas? Lo rescató de la calle, el pobrecito estaba casi muerto. ¡Yoongi fue lo mejor que pudo pasarle! Todos nos alegramos por Jungkook, muy pronto demostró que se merecía todo lo que él le daba y mucho más. ¿Acaso no conoces la historia entre ambos?

–Sí, la conozco muy bien...

A Jimin le costaba cada vez más mantener los ojos fuera de las dos figuras perdidas en la sala. Demasiados abrazos para su gusto, cada vez más juntos, cada vez más cerca... Por un momento, hasta le pareció que se besaban...

–Estás celoso –dijo ella de pronto con una sonrisa traviesa, y Jimin pensó que su vigilancia había sido demasiado evidente–. Celoso del lazo que tenía con Yoongi, ¿verdad? –agregó, y el americano comprendió que la pobre no entendía nada–. Jin también se puso así los primeros tiempos. Es que él era el preferido de Yoongi hasta que llegó Jungkook. Aún era muy joven, creo que fue lógico que tuviera un poco de envidia, en cierta forma había sido reemplazado. Pero bueno, Jin tenía a sus padres cerca, Jungkook no tenía a nadie, y era tan pequeño... 

Jimin se puso de pie casi de un salto. Eso sí había sido un beso, un beso en la boca, él no era estúpido, lo había visto perfectamente. Breve, fugaz, pero beso al fin, ¡maldita sea!

En un gesto nervioso, casi sin saber qué hacer, depositó al niño dormido suavemente en brazos de su madre, y sin decir una palabra más ni volver la vista hacia la sala, salió como un huracán hacia el dormitorio.

~ * ~

–No Jungkook, no eres un asesino, no vuelvas a decirlo. ¿Cómo crees que podría odiarte por esto?

El beso sobre sus labios había sido rápido pero intenso. Jungkook parpadeó, incrédulo, para ver a un Jin casi tembloroso, aún sosteniéndole el rostro con ambas manos. ¿Qué había sido eso? ¿Cómo habían pasado de las palabras temblorosas y las confesiones homicidas a los abrazos consoladores y besos en la boca? No lo sabía. Lo único que comprendió a la perfección cuando vio pasar a Jimin rápido como un rayo, era que tendría problemas. 

–¡Lo siento! –susurró Jin, aterrado y asombrado por lo que acababa de hacer–. Lo siento, yo... 

–Está bien, no te preocupes.

–Jungkook, no quise, yo no... sólo quería...

–No hay problema, cálmate.

–... quería que supieras que te quiero, que eres mi mejor amigo, que no me importa nada...

–Lo sé, pero guarda silencio...

La cara de terror de Jin se duplicó al ver llegar a su esposa con el niño dormido en brazos. ¿Ella también lo habría visto?

–Jungkook, creo que metí la pata –confesó Jisoo, mirándolo preocupada–. Estaba hablando con Jimin y le conté nuestra estúpida anécdota del beso. Luego seguimos hablando de Yoongi... no sé qué fue, pero algo que dije lo molestó.

Jungkook se puso de pie. Jin lo imitó, blanco como un papel.

–No te preocupes –le aseguró el rubio a la mujer, acariciándole el rostro con una mano mientras se inclinaba a besar al niño en la frente–. No fue tu culpa, está enojado conmigo. En verdad, no te aflijas, se le pasará... pero ahora debo ir con él –agregó, y con una última mirada a su amigo, se despidió de la pareja.

~ * ~

Al entrar en la habitación, Jungkook halló a Jimin en la cama, haciéndose el dormido. Un panorama mucho mejor del que pensó que encontraría. Ya se había imaginado un revolotear de ropa, maletas y gritos encendidos acerca de traición y ruptura. 

Intentando mantener esa calma milagrosa, cerró la puerta con llave y se dirigió a la cama, desnudándose antes de introducirse en ella. 

–¿Debo despertar a éste bello durmiente con un beso? –preguntó en un susurro vehemente, mientras envolvía con sus brazos ese cuerpo amado, que se mantenía tenso y distante, impasible ante sus caricias. Cuando intentó besarlo en los labios, Jimin apartó la cara con un movimiento brusco.

–Hueles a vodka –le reprochó con frialdad.

–Tú hueles a muchas cosas ricas –concedió Jungkook, sumiso, olisqueándole el cuello como un sabueso–. Apuesto a que estás delicioso –aseguró en tono meloso, mordiéndolo suavemente, pero fue rechazado.

–Quiero dormir.

–Dormir... Muy bien, de todos modos no te necesito despierto para esto, ¿o sí? –susurró, ardiente, mientras con un movimiento diestro bajaba la ropa interior de Jimin, excitado ante la idea de una pequeña batalla antes dominarlo y poder poseerlo con furia. Pero su contrincante se subió la ropa de inmediato, girándose hacia él con el rostro rojo de ira.

–¿Qué te crees que soy? ¿Tu muñeca inflable?

–Buena idea, tal vez si soplo por aquí...

–¡No me toques! Estás muy mal acostumbrado, Jungkook. Te crees que todo el mundo es como tú, al que pueden tomar sin pedir permiso y cuando se les viene en gana...

La pasión de Jungkook se enfrió tan rápido como si le hubieran arrojado un cubo de agua helada sobre la cabeza. Se echó atrás, dolido, incapaz de retrucar ni decir nada inteligente a su favor.

–Yo sólo... quería estar contigo –balbuceó casi en un susurro–. Llevamos aquí más de una semana, pensé que querrías... hacerlo.

–Oh, vaya, menos mal que lo recordaste, qué considerado de tu parte. Pero resulta que no tengo ganas de acostarme contigo, mira qué simple es el asunto. 

–¿Y eso te da derecho a maltratarme?

–¿Maltratarte? Vaya que estás sensible hoy. Por qué mejor no vuelves a la sala, seguramente Jin sabrá consolarte como a ti te gusta.

Jungkook permaneció un momento inmóvil. Finalmente dio media vuelta, apoyó la cabeza en la almohada y se tapó con las mantas sin agregar una palabra más. A Jimin aquel silencioso acto pareció enfurecerlo más que cualquier excusa barata.

–Voltéate a enfrentarme y dame una respuesta menos cobarde que esa. 

–¿Para qué? Viste lo que querías ver, no escucharás nada más que lo que quieras oír.

–¡No permitiré que te pongas en el papel de víctima!

–De víctima no, al parecer llevo el papel de estúpido. Yo pongo lo mejor de mí para que estemos bien y tú no haces más que quejarte.

–¿Lo mejor de ti? ¡Prácticamente te has olvidado de mí desde que bajamos del avión! Estoy en un país extraño, donde no conozco ni el idioma ni las costumbres, y en vez de darme un poco de tu apoyo ¡tú te dedicas a hacer sociales, a salir con tu queridísimo amigo, a ir a patinar, a programar tus futuras presentaciones! Si no fuera por Jisoo me habría muerto de la desesperación. Mira mi consuelo, pasar los días con un ama de casa.

–Pensé que te agradaba...

–¡Me agrada! Esa chica es un ángel, ¡pero está haciendo tú trabajo! ¡Tú deberías estar conmigo! ¡Tú tendrías que quedarte a mi lado, ayudarme a habituarme a éste lugar, enseñarme la ciudad! Por Dios, Jungkook, si recién te das cuenta de que no hicimos el amor en diez días...

Hubo un silencio desagradable durante el cual Jungkook no dio ninguna señal de reacción. Pero luego, lentamente, giró hasta quedar tendido de espaldas, su rostro vuelto hacia Jimin. 

–Lo siento, tienes razón –admitió con un dolor extraño turbando el azul de sus ojos, aunque su voz era firme y desprovista de un arrepentimiento efusivo–. Debí permanecer más tiempo contigo, no pensé que la estuvieras pasando tan mal. 

Jimin abrió la boca como para decir algo, pero de inmediato la cerró, desconcertado. Realmente no esperaba que Jungkook le diera la razón. Internamente deseaba que no lo hiciera, tenía tantas ganas de pelear con él...

–Pero trata de entenderme tú también –continuó el ruso–. Por primera vez siento que soy verdaderamente feliz: estoy en mi país, contigo, tengo a mis mejores amigos, a mis afectos, siento que al fin estoy en casa. ¿Sientes raras las cosas aquí? Pues para mí fue lo mismo vivir en occidente. ¿Acaso te detuviste a pensar eso? Estuve meses sin quejarme ni una sola vez de todo lo que me parecía extraño e incomprensible, tú llevas una semana y ya quieres crucificarme. Me haces sentir como basura sólo porque al fin pude relajarme unos días. ¡Si hasta es la primera vez en meses que puedo hablar con alguien en mi idioma! Tú jamás tuviste que tomarte esa molestia, ni siquiera pensaste en el esfuerzo que significaba para mí comunicar hasta las cosas más cotidianas... No, nunca pensaste en éstas cosas, porque yo prefería callar mis incomodidades antes que crearte más preocupaciones. Pero claro, una semana de “grandes sacrificios” no se compara...

Volvieron a quedar en silencio. Jungkook volteó el rostro hacia el otro lado. Jimin había dejado pintada la cara con expresión ausente. No era que no hubiese escuchado, por el contrario, todas las palabras habían calado hondo en su mente y corazón. ¿Por qué ahora todas las rabias y tristezas de la semana no parecían nada a comparación de lo que acababa de oír? Eso era típico de su amante: hablar de algo con tanta pasión que era imposible no acabar convencido de su punto de vista. 

Lentamente, fue acercándose hasta apoyar su mejilla contra el pecho tibio. Las vibraciones del corazón que había dentro lo hicieron entrar en razón. ¿Qué estaba haciendo? Era su amor el que estaba allí, rechazado y triste. 

–Lo siento –suspiró, rozando el calor de aquel cuerpo con sus labios–. Lo siento.

Una mano delicada le acarició la cabeza y él respondió con un movimiento de felino agradecido. Era tan fácil comunicarse cuando eran sus cuerpos los que hablaban...

–Todo estará bien –aseguró Jungkook por centésima vez, con su caricia consoladora mientras la dulce boca sobre su pecho lamía suavemente sus pezones, despertando las profundas pasiones del deseo contenido por tantos días. Pero cuando descendió, apasionado, por el camino de su vientre, hundiéndose en su ombligo, trepando luego por los montes de su intimidad, sintió la necesidad de detenerlo–. No necesitas hacer eso –aclaró invadido por un pudor extraño en él.

–Pero quiero hacerlo –afirmó su niño, lamiéndolo, con la respiración y los ojos encendidos. 

No había rechazo ni obligación en esos hermosos ojos oscuros, muy por el contrario, sólo deseo genuino y entrega, pero Jungkook no pudo evitar sentir sucio, barato, fácil... “como tú, al que pueden tomar sin pedir permiso y cuando se les viene en gana”. Había dolido mucho, como sólo sabe doler la verdad. A través de Jimin, Yoongi seguía mostrándole que sólo era un objeto de diversión, un instrumento para saciar el placer de otros. Desafiando el tiempo, las palabras de ese fantasma volvían en suaves ondas que golpeaban con la fuerza de azotes. “No sabes lo que te he extrañado... ese hermoso trasero tuyo en el cual hundirme...” 

Un nudo en la garganta le diezmó el aire. Algo en su boca comenzaba a saber amargo, y no era por el vodka. 

–Ven aquí –dijo al fin, alzando el cuerpo joven de Jimin hasta dejarlo a su lado–. Sólo quiero que me abraces. 

–¡Pero te deseo!

–Por favor, sólo abrázame fuerte... muy fuerte...

No habría pasión esa noche. Sólo el desconcierto de Jimin y el cargo de conciencia por su falta de sentido común. Sólo las lágrimas de Jungkook, retenidas a duras penas en el umbral de sus pestañas, y esa intensa sensación de vergüenza y asco por sí mismo. 

“Tú sí que sabes cómo hacer que te obedezca, ¿verdad? ¿Quién puede negarle algo a tu boca, mi zorrito perverso?”

No podrás separarnos. Te odio, Yoongi,repitió como una plegaria hasta caer dormido sobre el pecho de Jimin. Te odio.





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Sangre sobre el hielo está apunto de llegar a 1K de vistas, gracias.♡

Quedan 3 capítulos.

Ya casi llego a 800 seguidores.♡

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