Por culpa de un instante (Com...

By BiancaMond

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Un malentendido lleva a Brenda a enemistarse con el chico más popular del curso. Pero Lucas no es tan malo co... More

Sinopsis
1. Pulga
2. Lucas Urriaga
3. Un infierno para ti
4. El que ejecuta el bajo
5. Trato hecho
6. Durazno
7. El Bar Polzoni
8. Por fin un amigo
9. La melodía del amor
10. Esta no es una cita
11. Hubiese preferido alacranes
12. Nada es lo que parece
13. ¿Quién pierde este juego?
14. Memorias de una dulce venganza
15. Sólo resta confesar
16. Por culpa de un instante
18. Una aterradora verdad
19. El amor es ciego
20. Veintiuno de julio
21. Mi lugar favorito
22. Ni el héroe ni el villano
23. No podemos
24. Debo sacarla de mi cabeza
25. Sabía que esto pasaría
26. Cálmate, Pulga
27. Yo... ¿De novia?
28. Estaba jugando conmigo
29. Puedo ser un perfecto idiota
30. A veces, la verdad duele
31. Un dúo inesperado
32. Un "te quiero" en sueños
33. No puedo perder
34. No me importa perderme si es con él
35. Me hubiese quedado en la cabaña
36. Una oportunidad
37. Se acabó la farsa
38. Ya acéptalo, Brenda
39. Tu novio falso
40. Los latidos de tu corazón
41. El lugar que se ha ganado
42. No es el momento
43. Esta sí es una cita
44. Una llamada "de rutina"
45. ¡Ya sólo vete!
46. Son los celos...
47. ¿Esto es un maldito juego para ti?
48. Deberías saberlo
49. ¿Dejà vú?
50. Vegvisir
51. La confianza es la base de una relación
52. Lo que le prometí
53. Dejé que me lastimaran
54. Lo arruiné
55. La pareja perfecta
Epílogo
Novedades y agradecimientos
Ese último momento

17. Esta tampoco es una cita

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By BiancaMond

El predio de la feria es bastante grande, compuesto por anchos pasillos que se alejan hasta perderse tras la cantidad de gente que está en el lugar. A cada lado se extienden stands de juegos, comida y diferentes actividades. Es como un parque de diversiones, pero más pequeño.

Llegamos junto a Bruno y Stacy, quienes están delante de un puesto de tiro al blanco.

—¡Al diablo con esta porquería! —se queja Bruno, luego de cinco intentos fallidos.

Me río por lo bajo.

—Te compraré el maldito peluche —intenta consolarla, al no haber podido ganar el obsequio.

—No es necesario —ella le asegura, para calmarlo. Aun así, se pone muy contenta cuando él se detiene delante de la tienda y se lo compra.

Los miro alejarse hacia otro juego.

—¡Felicidades! —oigo pronunciar a mi costado—. Puede elegir su premio.

Volteo a ver a Lucas, en el stand de al lado. Acaba de derribar una montaña de pinos y el encargado le muestra los peluches que están apostados en una vitrina.

Él me mira, satisfecho.

—¿Cuál te gusta? —me pregunta, con una amable sonrisa.

¿Me lo va a regalar?

Siento el rubor en mis mejillas.

—Ése —señalo un gracioso oso panda.

El hombre lo acerca a nosotros y Lucas lo toma. Entonces voltea, detiene a una niña que está pasando y le entrega el obsequio.

—Toma, linda. Es para ti —le dice.

Mi sonrisa se diluye en ese instante.

La niña le da un beso en la mejilla y se retira corriendo, con mi panda apretado entre sus brazos.

Frunzo el ceño.

Lo hizo apropósito.

Él pasa su mirada a la mía, se está conteniendo las ganas de echarse a reír.

—¿Recuerdas la vez que le regalaste a un niño mi helado de chocolate? —menciona.

Idiota.

Me lo ha cobrado bien.

Le doy la espalda, molesta, y comienzo a alejarme a grandes pasos.

Su risa me llega desde atrás.

—¿Cuál es el problema? Esto no es una cita —insiste, orgulloso de tener la razón.

—Tú —me quejo—. Tú eres el problema, Urriaga.

¿Cómo hace para que mi humor cambie tanto de un momento a otro?

Me dedico a ignorar a mis tres acompañantes y entretenerme intentando acertar el aro en las botellas y, más tarde, explotar los globos con los dardos.

Luego de al menos media hora en los juegos, se nos antoja otra actividad.

—Me aburren estas niñerías —gruñe Bruno—. Vamos a la montaña rusa.

—¡Vamos! —exclaman los otros dos.

Yo me quedo en silencio.

Desde que pisamos la feria de atracciones, supuse que este momento podía llegar.

Como ésta cita tenía que haberse dado de una manera totalmente diferente, no pensé que sería un problema decirle al chico con el que saliera que no hay forma de que yo suba a una montaña rusa. Sin embargo, no puedo mostrar debilidad delante de estos dos.

Stacy me mira y percibe mi cara de preocupación.

—Oh, cierto. Esperen, Brenda no puede...

Le lanzo una mirada advirtiendo que ni se le ocurra decir nada más. Pero Bruno y Lucas ya me están observando con desconcierto.

—¡Ja! ¿Quién lo iba a decir? —exclama Bruno con maldad—. ¡Brenda le teme a algo!

Lucas ríe.

—No le tengo miedo, idiota —miento —Sólo no me gusta.

—Si sólo es eso, puedes hacer el esfuerzo de subir con nosotros igual —me desafía.

Sabe que no voy a echarme atrás.

—Bruno, déjala. Por favor —le pide mi hermana—. En verdad no le gustan.

—Está bien —cede el otro—. Pero tú y yo vamos de todos modos.

Gracias al cielo.

Stacy me mira, esperando mi aprobación.

Asiento, no quiero que sigan con el tema, y los dos se van.

Lucas continúa mirándome con curiosidad.

—¿Por qué no vas con ellos? —le pregunto.

Él se encoje de hombros.

—Prefiero quedarme aquí y burlarme del miedo que le tienes a las montañas rusas —sonríe.

—Ya dije que no les temo —me cruzo de brazos.

—¿Segura?

—Totalmente —intento demostrar convicción—. No me gustan porque son ruidosas y me producen náuseas, eso es todo.

Él parece creerme. Sí que actúo bien.

Se acerca a una fuente de sodas y compra una bebida.

—¿Quieres? —me acerca la botella, luego de beber un poco de ella.

"Beber de una misma botella es un beso indirecto" solía decir una amiga del colegio anterior.

Acepto su invitación y no puedo evitar recordar la noche de la fiesta.

Mala idea pensar en eso, ahora que estoy con él.

Me está mirando y, de repente, sonríe.

—¿Qué? —le digo.

—Te maquillaste —apunta.

—Sólo un poco...—miro hacia otro lado, inquieta.

A pesar de avergonzarme, me agrada que se fije en esos detalles.

Maldita sea, otra vez estoy empezando a sentir cosas por quedarme a solas con él.

—Ya que ellos se fueron, no es necesario que estemos juntos —propongo.

Entre antes me aleje de estas sensaciones que su cercanía me produce, mejor.

Él toma la botella vacía y la arroja a un cesto.

—Como quieras —responde seco—. Iré a la prueba de escalar la cuerda.

—Está bien.

Lo veo alejarse, no parece que le haya molestado apartarse de mí.

Me voy a los carros chocadores y descargo ahí mi disgusto.

Stacy y el idiota de Bruno están de lo mejor, en algún lugar del parque. Y yo aquí como una tonta, sola. Me arrepiento de haber ahuyentado a Lucas. Y luego, me arrepiento de arrepentirme.

Cuando estoy con él siento tantas cosas que me cuesta hacerlas a un lado.

En especial, porque me confunde su actuar. La mayoría de las veces disfruta ponerme de los nervios, se burla de mí y me desafía.

Sin embargo, desde lo que pasó en la fiesta no dejo de sentir que se ha despertado cierta conexión entre los dos. Y luego me recuerdo que eso es imposible, ya que él no sabe que esa chica era yo.

De seguro, esta sensación es algo que sólo me ocurre a mí, y estoy malinterpretando su actitud. Como el otro día, en el baño del estudio jurídico, cuando pensé que iba a besarme, pero luego resultó ser nada más que uno de sus juegos.

El bruto choque del carro de un niño contra el mío me despierta de mis pensamientos. Le devuelvo el golpe y él me hace una seña con su dedo del medio.

Vuelvo a golpear mi carro contra el suyo unas veces más, hasta que la alarma que finaliza el juego me obliga a detenerme.

Una atracción bastante infantil, pero me encanta.

Me permitió liberar la tensión que tenía encima.

El niño que me había molestado, ahora está haciendo un berrinche delante de sus padres y señala hacia donde estoy. Por lo que tomo el camino contrario a ellos y me alejo hacia las demás atracciones.

Me encuentro con la prueba de la cuerda y llevo la vista hacia arriba, a la estructura que simula una montaña y en la que algunas personas están escalando. Ninguno de ellos me parece que sea Lucas.

Me fijo en la fila, por si esté formando para repetir, pero no está ahí.

Camino un poco más, hasta que lo veo cerca de la siguiente atracción, recostado contra una barandilla. Sus ojos se cruzan con los míos por un segundo, y al instante comienza a sacarle conversación a una chica que está sentada en la banca a su lado. Una morena muy atractiva y coqueta.

Frunzo el ceño y me muevo hacia ellos.

—¿Una banda de rock? —la escucho decir cuando me voy acercando—. ¡Me encanta!

—Te va a gustar más si me oyes cantar —le contesta ése idiota engreído.

Ruedo los ojos.

—Y, ¿cuándo podré hacerlo? —le pregunta ella, en un tono seductor.

Ni siquiera disimula la baba que se le está cayendo mientras él le sonríe.

—Lucas —lo llamo, al llegar y ubicarme junto a él. Los dos me miran. Él se fija en mi expresión y sus ojos brillan de inmediato—. Vamos a buscar a los chicos —suena más a una orden que a una propuesta.

Su sonrisa se acentúa.

—Brenda, ella es Estefanía. Nos acabamos de conocer —nos presenta, con un gesto de la mano—. Estefi, ella es Brenda.

"Estefi". La acaba de conocer y ya le pone un diminutivo.

La chica se muestra tan poco contenta de conocerme, como yo a ella.

Me cruzo de brazos.

—Ah, hola Estefanía —llevo entonces la vista a Lucas— Vamos ya —insisto.

Lo peor de todo es que él está disfrutando tanto, que me da unas ganas de empujarlo contra la fuente de agua que tiene detrás.

—¿Cuál es el apuro? —ladea la cabeza, fingiendo inocencia.

—Entonces, Brenda es tu... —la chica nos interrumpe, dejando la pregunta en el aire.

—Prima —le contesta él, como si nada y yo siento que algo va a estallar en mi interior.

¿Así que quiere jugar?

¿Acaso todavía no aprendió a no meterse conmigo?

—¿Prima? —objeto de inmediato— ¿No querrás decir "novia"?

Mi declaración le toma por sorpresa. Su expresión traviesa del momento anterior se transforma en algo que no puedo descifrar.

La chica se pone de pie, ofuscada.

—Así que tienes novia y me estabas coqueteando —coloca ambas manos en su cintura.

—Discúlpalo, Estefi —hago énfasis en el apodo—. Es que no puede evitarlo, es tan inseguro de sí mismo que necesita hacerme sentir celos todo el tiempo.

—¡No puedo creerlo! —exclama ella, se da la vuelta y comienza a alejarse.

Le muestro a Lucas mi mejor expresión de victoria. Pero él no se deja derrotar tan fácilmente.

—Espera, espera —la sigue, dejándome desconcertada.

¿De verdad le gusta? ¿O sólo intenta sacarme de mis casillas?

La chica se detiene a unos pasos.

—Brenda es mi prima, sólo que es muy posesiva —se encoje de hombros—. Por eso inventó todo eso.

Ella parece dudar. Ahora me muestra una mirada molesta y desconfiada.

—Mañana toco en un bar, puedes ir a verme —asegura él.

La convence totalmente.

—Bueno, mejor te doy mi número y me avisas.

Lleva sus manos a la cartera que cuelga de sus hombros, buscando algo donde anotar, y él aprovecha el momento para lanzarme otra mirada desafiante.

Me acerco a los dos, decidida.

No le voy a entregar la victoria sin pelear.

—Te está viendo la cara —le digo a la chica.

Ella hace una mueca de molestia y me ignora.

La sonrisa de Lucas se ensancha más.

—Ya basta, primita —ironiza.

Aprieto los puños, mientras Estefanía anota su número de teléfono en un papel.

—Eres una tonta —le digo a ella, luego me dirijo a él— Y tú un infiel.

Lucas despeina mi cabello, en un gesto de burla.

La chica acerca el papel a su mano y él estira la suya para tomarlo.

Estoy tan molesta por su inminente victoria que no me puedo contener.

Momentos desesperados requieren medidas desesperadas.

Me muevo al instante mismo en que él sujeta el papel entre sus dedos. Estiro su hombro y acerco su rostro, besando su boca.

Mi idea era darle un beso corto y rápido, pero el contacto es tan intenso que él me corresponde al instante.

Todo en mi interior se estremece.

Me separo de golpe, intentando mantener la compostura, y los ojos de Lucas se abren con asombro.

—¿Una prima haría eso? —le pregunto a la chica, quien no deja pasar la oportunidad de demostrar su rabia y le da una ligera cachetada.

Doble alegría para mí.

Al menos ella le cobró el enojo que yo siento.

Estefanía se aleja, molesta. No sin antes estirar de nuevo el papel de las manos de Lucas, quien sigue atontado.

Levanto el mentón ligeramente, disfrutando de la superioridad que me da el éxito.

Entonces su expresión, antes de sorpresa, se transforma en otra de... ¿Triunfo?

Me descoloco.

—¿Por qué hiciste eso? —adopta de nuevo ese tono juguetón, como si ya supiera la respuesta.

Su forma de mirarme me hace sentir incómoda.

—No iba a dejarte ganar —le digo.

Él curva los labios.

—Pero fui yo el que ganó —declara.

Me cruzo de brazos.

—Claro que no —aseguro, aunque ya no tan confiada.

Se mantiene en silencio, mirándome fijamente.

En verdad cree que ganó y lo peor de todo es que su certeza me trae dudas. Así que giro y comienzo a moverme.

No le doy la oportunidad de explicarse.

—Mi juego era llevarte al límite, y lo logré —escucho a mis espaldas y un frío recorre mi nuca.

—¡Mentira! —volteo a enfrentarlo—. Lo dices para no aceptar que perdiste.

Se ha movido y ahora está tan cerca que me detengo de golpe, encontrándome con sus ojos.

—Dijiste que ésta no es una cita —reafirma—. Pero al momento en que me viste hablando con otra chica, te pusiste histérica y hasta me diste un beso.

Suspiro.

—Tu juego era liarte con una chica en esta salida, para humillarme —insisto.

Él se cubre los ojos, con una mano, riendo.

—Brenda, ¿por qué no aceptas que estabas muerta de ce....?

—¡Basta! —lo interrumpo.

Si llega a decir esa palabra lo mato.

Él continúa riéndose. Se cree demasiado importante.

Aprieto los puños con fuerza.

—Para Stacy esto sí es una cita —me defiendo—. Sería humillante que te viera coqueteando con otra.

Parece que logré convencerlo, porque su sonrisa se diluye hasta volverse una mueca inexpresiva.

—Está bien, ganaste —acepta al fin y comienza a caminar.

Ya no parece importarle la disputa, así que no puedo saborear la victoria como debería.

Me muevo a su lado en silencio.

¿Acaso le molestó algo que dije?

Caminamos durante unos minutos, hasta que siento la necesidad inminente de romper el hielo.

—Lucas, ¿quieres que vayamos juntos a alguna atracción?

Me mira de reojo, desconfiado, pero enseguida se anima.

—¡Claro! ¿A dónde quieres ir? —pregunta.

—A la casa del terror —propongo con emoción.

Parece agradarle la idea, así que nos dirigimos a buscarla.

Más que una casa, es un pasaje del terror. Al ingresar, nos sentamos en uno de los carritos de una larga fila, que comienza a moverse un momento después. Durante el recorrido se ven varios escenarios de situaciones terroríficas. Un cementerio, un apocalipsis zombi, una mansión embrujada. Y, por supuesto, cada tanto alguna aparición se balancea sobre nuestras cabezas.

No es lo más terrorífico del mundo, pero al menos me entretiene.

—Esos dos deberían haber ido al túnel del amor —Lucas se acerca a mi oído y se burla de la pareja de en frente.

Su comentario me hace reír. A pesar de la oscuridad que hay en el lugar, se los puede ver compartiendo saliva apasionadamente.

Siento vergüenza ajena.

Continúo admirando cada pieza de utilería que se ubica a los costados. Los fantasmas, pintados con una especie de brillo fosforescente. Los zombis, que parecen comerse cerebros de verdad. Y las brujas, con sus largos y puntiagudos sombreros y su mirada maléfica.

Algo me incomoda, pero no es exactamente el ambiente. Entonces comprendo que es la mirada de Lucas, que siento clavada en mi nuca.

Un cosquilleo me recorre el cuerpo al volver a mirar a la pareja de adelante. Llevo mi vista a la izquierda y la encuentro con la de él. No sé si la intimidad del ambiente esté causando algún efecto en mí, pero le sostengo la mirada y, al cabo de unos segundos, él la desvía.

¿Acaso estaba esperando que me diera un beso?

Tengo que sacar esos pensamientos de mi cabeza.

El recorrido termina y me llega un mensaje de Stacy.

"Estamos en la zona de juegos. Vengan"

Guío a Lucas hasta allí y los encontramos apostados delante del martillo de fuerza. Bruno golpea con ánimos el pedestal que está en el suelo, intentando que la ficha sea impulsada lo suficientemente alto para tocar la punta.

—¡Esta mierda tiene trampa! —se queja, mirando al encargado como si fuera a golpearlo en cualquier momento.

—Tu amigo es un perdedor —le digo por lo bajo a Lucas, con una sonrisa maliciosa.

Entonces él da un paso adelante.

—Yo lo haré —anuncia, confiado.

Suelto un bufido.

—No podrás —aseguro.

Si Bruno que es más bruto no pudo, Lucas no tiene posibilidad.

—¿Apostamos? —extiende su mano—. Si gano, subirás conmigo a la montaña rusa.

Diablos. ¿Por qué se tuvo que acordar de eso?

—Nos vamos a comer algo —Stacy se dirige a nosotros—. ¿Vienen?

Gracias al cielo, espero que esto me salve.

—Yo no tengo hambre —asegura Lucas.

—Yo sí —miento, con intención de salvarme de la apuesta con él.

Suelta un bufido.

—Cobarde... —susurra.

No voy a permitir que me llame así.

—Vayan ustedes —les digo—. Una vez que Lucas haya perdido aquí, iremos nosotros también.

Bruno ríe con sorna y sigue a Stacy hacia la zona de descanso, sin mucha convicción. Estoy segura de que le gustaría quedarse aquí para ver a su amigo perder.

Lucas se complace al observar que ya no tengo escapatoria.

—Y bien, ¿cuántos intentos me das? —pregunta, con esa sonrisa de superioridad que acostumbra mostrar.

—Uno —levanto las cejas.

—Tres —negocia.

—Que sean dos —lo dejo en un empate y él asiente.

No importa cuántas veces trate, no lo logrará.

—Tengo dos intentos, pero lo haré en uno —asegura, acercándose al pedestal y sujetando el martillo.

Maldita autoestima que tiene.

Se queda con la herramienta en el aire, observando la estructura que tiene delante y calculando mentalmente.

—¿Lo vas a hacer o no? —me quejo.

—Ya, Pulga. Dame un minuto.

Mueve el martillo unas cuantas veces, como probando la fuerza que será necesaria y yo ruedo los ojos.

—Hazlo ya —insisto. Por alguna razón, tanta premeditación de su parte me hace temer que lo logre.

Sus músculos se tensan al momento en que flexiona los brazos, llevando el martillo hacia atrás para coger impulso, y luego lo empuja con todas sus fuerzas, dejándolo caer sobre el pedestal. La ficha sale disparada desde el inicio, hasta chocar contra la campana que está en lo alto.

Maldita sea.

Me quedo helada, mientras él voltea a verme con expresión de triunfo.

—Vamos a la montaña rusa —decide.

Mis pupilas se dilatan y se empieza a acelerar mi pulso sólo de imaginarlo.

No puede ser.

Y ahora... ¿Cómo le digo que tengo un pavor horrible a las alturas?

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